domingo, 17 de julio de 2011

Kawabata, el burocrata







EL CIRCO DE SLICTIK PRESENTAAA

KAWABATA, EL BUROCRATA.

NARRADO POR JUAN MARTINETE, EL INTERPRETE.


No tendré vidas suficientes para agradecer lo bastante a mi sino, un buen amiguete, el haberme concedido esta desmesurada afición por la cultura japonesa que, con el paso del tiempo y mucha suerte, me permitiría convertirme en el secretario particular del gran Kawabata; el más excelso burócrata que conocerán los siglos, los años, los meses y los días del futuro, quien nos aguarda, el futuro, al final de la calle, sin prisa, riéndose de nosotros, pobres pardillos que no sabemos nada, cuando él lo sabe todo.

Gracias a una beca del gobierno español, cuya gentileza reconoceré en debida forma un día de estos,pude estudiar en el Japón su hermosa lengua, en la que me doctoré con felicitación especial de mi profesora, la madre de Amako, una preciosa jovencita que con el tiempo se instalaría en España, teniendo un papel muy destacado en esta historia.

Sin falsa humildad poseo un montón de títulos, lo que me hace a todas luces una persona importante en cualquier situación en que llegue a encontrarme en la vida. A esta pardilla, a la vida, se la engaña facilmente, basta con sacar el título correspondiente de tu maletín y colocártelo entre los dientes como un amuleto. Luego esperas que no pase nada malo. La vida suele respetar bastante los títulos. De hecho fue esta la manera y no otra como logré llegar a interprete de la O.N.U., traductor muy solicitado de literatura japonesa, conferenciante bohemio y experto consultado-por-todo-el-mundo. Tengo tanto prestigio que muchos se hicieron de cruces cuando decidí abandonarlo todo para convertirme en secretario particular de un desconocido hijo del Sol de oriente. Kawabata acababa de obtener la nacionalidad española tras unos años duros años de tortilla de patata, jamón serrano, ver al Madrid en el Bernabeu (que disculpen los seguidores de otros equipos, Juan Martinete es del Barça) y tocar palmas en juergas flamencas.



Claro que no sólo le atrajo la juerga. Amako había arribado ya a estas costas, buscando huellas de la poesía de Lorca, la música de Joaquin Rodrigo y otras muchas exquisiteces de la cultura española, y terminó poniendo un centro de cultura oriental en Barcelona. Allí enseñaba el masaje shiatsu, la meditación zen, yoga y otras prácticas de oriente, exceptuando artes marciales por considerar que el occidental únicamente ve en ellas su faceta violenta. Kawabata -permítanme desvelar uno de sus íntimos secretos- también llegó a este país tras la dulce Amako, de quien estaba enamorado a la discreta manera japonesa.

Nuestro amigo era y es un experto de primera fila en la dura disciplina de la economía. A su llegada a nuestro terruño se lo rifaron las empresas más selectas. Fue asesor de los principales holdings nacionales, sobre los que iba saltando como un cangurito gentil. Este trasiego se debió a las presiones de los Consejos de administracción que le pedían una y otra vez la fórmula mágica para librarse de Hacienda-somos-todos. Su honradez de samurai se sintió herida ante semejante desvergüenza y cuando logró al fin adquirir la nacionalidad española, lo primero que hizo fue ofrecerse a la administracción pública de su nuevo país para acabar con el fraude y la corrupción. Hubiera aceptado hasta un cargo de inspector de Hacienda con tal de librarse de aquellos buitres de las finanzas.

Una vez estudiado su prestigioso curriculum fue nombrado por el Consejo de ministros como bombero en la sombra. Su misión era la de apagar el fuego de los conflictos administrativos y convertir la administracción española en espejo del mundo civilizado. Se le enmascaró como asesor de la presidencia, lo que le permitía pasar desapercibido y estudiar desde la sombra el gigantesco mecanismo burocrático de la administracción central, autonómica y local. Sus pesquisas llegaron hasta el sagrado hogar del españolito de a pie. Nada escapó a su impasible mirada.

A pesar de su ingente tarea -y gracias a su método estricto y sabio de llevar el trabajo- pudo gozar de mucho tiempo libre que aprovechaba para viajar a Barcelona en el puente aéreo. Se quedaba las horas muertas con Amako, dejándose enseñar un poco de todo y un mucho de nada. Fue esta deliciosa criatura quien le presentó a un gigoló español, que se hacía llamar Johnny, y a su madame o celestina, llamada Lily. Kawabata, soltero recalcitrante, echaba de menos la atención exclusiva y exquisita de sus geishas. Amako había conocido a este gigoló de forma totalmente accidental. Al parecer corren por ahí unas memórias apócrifas de este curioso gigoló, de las que no voy a decir ni una palabra más por lo escabroso del tema.

Kawabata trabó conocimiento con Johnny y Lily en una cena informal. Esta última se comprometió a presentarle a sus mejores pupilas y a causa del tiempo extra que dedicó a las mismas es por lo que entra en escena un servidor de ustedes, Juan Martinete, interprete y secretario, mayordomo y lo que se tercie. La embajada de España en Nueva York se puso en contacto conmigo para ofrecerrme dejar el sustancioso sueldo en la O.N.U. por otro menos sustancioso como secretario y factotum de Kawabata.

Yo me encontraba muy a gusto en aquella metrópoli, llena de todo lo que tienen las metrópolis, e incluso más, puesto llegué a ser un conocido de Woody Allen (dicen que no es fácil, que es muy suyo). Soy un gran admirador de este humorista, serio donde los haya, así como del Metropolitan Opera House, de Broadway y de toda la cultura neoyorkina. Por eso tuvieron que insistir muy tercamente para que al menos aceptara un viaje en Concorde hasta Barcelona, donde sería presentado a Kawabata. Desde luego que iba decidido a decir que no, pero ellos habían pensado en todo.

Kawabata es un hombre bastante anodino y además japonés, por lo que teniendo en cuenta la dificultad del occidental para distinguir a unos de otros, la impresión que tuve a primera vista fue más bien borrosa. Claro que también influyó en ello el que mis ojos quedaran prendados de Amako. Desde luego que ella es oriental y todo eso, pero les aseguro que podría distinguir su rostro entre millones de japonesas.

Los cinco, es decir Kawabata, Amako, Johnny, Lily y Martinete, cenamos en un restaurante japonés, donde servían el mejor sashimi de España, cosa nada difícil porque hay muy pocos restaurantes japoneses en este país. Yo no quitaba ojo de Amako y ésta y Lily no lo quitaban de Johnny, por lo que Kawabata y Martinete se vieron obligados a entrar pronto en materia mientras Johnny, un mozo alto, guapote, encantador en sus maneras y exquisito en su cháchara, se ocupaba de las damas. Amako parecía muy enamorada y ello a pesar de lo que dicen de los orientales, que esconden sus emociones en algún bolsillo del alma. No siempre lo que se dice es cierto, pero mi experiencia con Kawabata ratifica este dicho.

La propuesta de Kawabata no me satisfizo mucho, pero cuando éste pidió la ayuda de Amako y Lily me dijo que si me quedaba me presentaría a Anabel, la más maravillosa de sus pupilas, no pude resistirme a la tentación y dije que sí, no haciéndome rogar demasiado, por si acaso. Lo celebramos con una botella de Dom Perignon y de esta manera tan tonta entré en la vida de Kawabata como su secretario particular y factotum, incluso para sus tareas de inspector de la burocracia española. Así inicié la etapa más divertida de mi vida hasta este momento. Y no se sorprendan porque las "fazañas" de este nuevo Quijote, acompañado por el Sanchopancesco Martinete, les harán llorar de risa. Pero esto es ya harina de otro costal y el costal lo tengo yo, por lo que decido empezar la masa otro día. Con permiso de ustedes, naturalmente.

Continuará.

domingo, 22 de mayo de 2011

JUANITO SOLOTOV UN NIÑO FEROZ








JUANITO SOLOTOV, UN NIÑO FEROZ

NARRADO POR SARITA BLANCO, PSICÓLOGA INFANTIL Y PEDIATRA A QUIENES RECURRIERON LOS PADRES DE JUANITO COMO ÚLTIMO RECURSO ANTES DE TIRAR LA TOALLA Y DEJAR QUE SU HIJO SE SALIERA SIEMPRE CON LA SUYA SIN PONER EL MENOR OBSTÁCULO

BREVE INTRODUCCIÓN

Desde muy niña me encapriché con las mascotas. Como mi madre se negaba a tener en casa un gatito o un perrito o un pajarito o cualquier animal que pudiera ensuciar la casa o arañar los sofás y como mi padre, un calzonazos, no era capaz de oponerse a este acto dictatorial de mi mamá, me tuve que conformar con ositos de peluche, perritos, vaquitas y toda clase de animales de peluche que me regalaba mi hermano, mi papá y hasta mi mamá, que con tal de tener la casa limpia no se oponía a invertir parte de los ahorros familiares en lo que ella consideraba mis “caprichines”. En realidad no quería demasiado a mis mascotas y especialmente a un cerdito rosado, de mirada bizca, que era mi preferido. Me lo escondía en cualquier parte, lo torturaba en el tambor de la lavadora, dándole vueltas y más vueltas, amenazaba con arrojarlo a la basura o hacerle toda clase de “picias”.
Mi amor por las mascotas era infinito y mi papá lo compartía, anunciándome en broma que con el tiempo yo llegaría a ser la mamá universal que todo hacía presagiar.
Es curioso porque no me gustaban los niños, me estorbaban, me parecían caprichosos, mal criados y unos auténticos “Hitleritos” sin bigote, a no ser que se lo pintaran con carbón. A pesar de ello mi papá insistía, “erre que erre” en que su hija, cuando fuera mayor, sería una mamá universal como aparecía en el budismo, del que él era tan acérrimo que hasta intentó convertirme a mí.
Mi papá, que tuvo mucho papel en mi vida de niña y adolescente, sobre todo porque no dejaba de perseguirme para que me convirtiera al budismo, para que leyera más, escuchara música clásica o lo que fuera, consiguió que al menos comenzara a leer novelas policiacas o novela negra, como él decía. Curiosamente comenzaron a gustarme estas historias. Luego descubrí en la televisión algunas series criminales que me gustaron mucho. Todo ello con el resultado de que cuando me planteé estudiar psicología quise especializarme en criminología, a pesar de que mi papá insistía, machacón, en que me especializara en psicología infantil, porque así se cumpliría su profecía de que yo sería la madre universal que él predijo desde que yo era muy niña y no levantaba un palmo del suelo.
Me las prometía muy felices dándole a mi papá en la nariz, estudiando criminología y olvidándome para siempre de los niños, “esos feroces pequeñitos”, cuando una serie de circunstancias, que sería muy prolijo narrar aquí, me obligaron a reciclarme y especializarme en psicología infantil y estudiar medicina y hacerme pediatra y dedicar mi vida a los niños.
Al principio lo llevaba muy mal, lo confieso. Sin embargo todo cambió cuando una tarde, que muchos consideraron a “posteriori” como aciaga, un niño enfadado y con un lorito en su hombro entró en mi consulta, acompañado de sus resignados padres. El niño se llamaba Juanito Solotov (el apellido le venía por parte de padre, ruso de nacimiento y nacionalizado español tras casarse con una española, que luego llegaría a ser su desgraciada madre) y tanto sus papás, como en el “cole”, como allí donde se moviera era conocido, como Juanito Solotov, un niño feroz.
Me dije que no sería para tanto y me propuse llevar el caso como uno más, uno de esos casos rutinarios que tanto comenzaban a abundar en mi consulta, de niños rebeldes, casi delincuentes, a los que sus padres, tras años de consentirles todo, no podían controlar. Tampoco sus profesores porque los niños, según la legislación moderna y democrática, no podían ser castigados nunca. La sociedad no sabía qué hacer con ellos, porque eran menores y por lo tanto estaban protegidos hasta la mayoría de edad penal, hicieran lo que hicieran, así mataran a un perrito o un gatito o se “cargaran” a un montón de adultos a cuchillo.
Aún estoy pasmada de lo que ocurrió a continuación y durante los siguientes meses y hasta años, que duró el tratamiento y la terapia. El que no lograra nada de Juanito no me sorprendió, porque lo esperaba, el que sus padres acabaran descargando en mí toda su responsabilidad, tampoco, lo hacían todos los padres en cuanto encontraban la menor ocasión. Lo sorprendente, lo realmente insólito e inaudito fue que yo comenzara a amar a los niños en la persona de Juanito. Teniendo en cuenta que era un niño feroz y que a mí no me gustaban los niños antes de conocerlo, lo ocurrido puede calificarse de “milagroso”.
Pero la historia debe comenzar por sus pasos contados y el primero ocurrió aquella tarde en la que se abrió la puerta de mi consulta, sin haber antes escuchado el golpecito en la puerta de cortesía. No llevaba mucho tiempo ejerciendo como psicóloga y mis posibilidades económicas no eran muchas, razón por la que el despacho era pequeñito y en el pequeño cuadrilátero de la entrada no había una recepcionista o enfermera diplomada que filtrara la morralla que acudía a mi consulta. Mi mamá me había dicho que ahorraría lo suficiente, aunque tuviera que ponerse a pan y agua, para que me pudiera comprar unas sillas y un sofá “decentes” y pudiera pagar a una chica, no muy cara, que me sirviera de recepcionista hasta que mi situación económica mejorara. Por contra mi papá insistía en que yo me las arreglara sola, que ya era mayorcita, y que mi mamá, su esposa, quería seguir malcriándome hasta que fuera una abuelita.
Pero comencemos en el lugar y fecha arriba señalados.

PRIMERA PARTE
DE CÓMO SE ABRIÓ LA PUERTA Y ENTRÓ…

Aquella tarde no tenía citado a nadie y tampoco esperaba pacientes nuevos. Me entretenía leyendo un libro de criminología. A pesar de que las circunstancias me habían empujado hacia donde yo no quería, no había perdido la esperanza de que algún día, no muy lejano, pudiera ir a Quántico, sede del FBI en Virginia, y dedicarme a los perfiles, que es lo mío.
Escuché ruidos en la entrada y me disponía a levantarme y ver quién había entrado cuando la puerta se abrió de golpe, como si la hubiera empujado un elefante, golpeó en el tope de goma, que mi mamá había puesto para “evitar que la puerta diera contra la pared y se produjeran desconchones”, y rebotó hasta dar en la nariz a un pequeño que no se apartó a tiempo.
El “pequeño” o “enano feroz” no era otro que Juanito Solotov. Quien dejó escapar una palabrota que me puso colorada, y eso que a mí me ponen muy pocas cosas colorada, desde que decidiera, hace ya años, dedicarme a la criminología.
El niño llevaba un extraño pájaro en su hombro, que luego comprobaría era un lorito, solo que pintado de un color “caca” que no le pegaba nada al pobre animal. Lo había pintado así aquel mequetrefe en cuanto se enteró de que sus padres lo traerían a una terapeuta de “prestigio”. Esto último lo añado yo, para ironizar un poco y quitarme de encima el estrés emocional que me produce rememorar semejante acontecimiento.
El lorito era tan feroz como su dueño, o más. No solo repitió la palabrota escuchada a su “tutor”, sino que soltó una retahila de vocablos que pusieron encarnadas a las paredes de mi reducido despachito. Por suerte tras estos “feroces animales” entraron dos adultos.
La mamá, una mujer pálida, triste, sin pintar, vestida casi como una Maruja, se arrojó a mis brazos y me pidió perdón hasta embadurnar mi rostro de babas. ¡Qué asco! En cambio el padre permanecía muy quieto, sin mover un músculo, apoyado en el dintel de la puerta. Su discreción era tal que solo al acercarme a la puerta, para cerrarla, advertí su presencia. Le invité a entrar, encajé el lienzo de madera en su sitio y fue entonces cuando me fijé en él.
Me pareció ruso desde el primer vistazo y no sabría decir por qué. Me gustaría pensar que mi olfato psicológico es infalible. Por desgracia no es así. Su aspecto físico me llevó a pensar en alguien de raza eslava y su aparente frialdad en los gestos en un ruso. Cuando habló para presentarse no tuve la seguridad de su nacionalidad hasta que lo mencionó, como de pasada, en un español casi sin acento. El ruso es un idioma bastante peculiar y fácil de identificar, sino fuera porque el ucraniano es parecido y tal vez el letón y …
Aún no me había sentado tras mi mesa de despacho. Estaba colocando un cuadro –en realidad una lámina del test de Rorschach- a la que había enmarcado, con la intención de tranquilizarme un poco, cuando mi nuca se erizó y pude darme la vuelta a tiempo. Juanito se había acercado sigilosamente y estaba a punto de levantarme la falda para verme las bragas. Soy muy discreta en el vestir y llevaba una falda por debajo de las rodillas, así que nada en mi vestimenta podía haberle provocado. Atrapé su mano en el aire y le hice una llave de defensa personal que había aprendido en un gimnasio al que acudía dos veces por semana. Se la retorcí y Juanito acabó de rodillas. Le dije que no le soltaría hasta que me pidiera perdón y así lo hizo cuando comprendió que era la única manera de salir de la tenaza.
-“Pedón”, señorita, “pedón”.
En un primer momento creí que vocalizaba mal, pero luego cuando su lorito, al que como supe después llamaba John Silver El Largo, desató su verborrea, estuve segura, sin el menor género de dudas, de que era una contraseña con el maldito animal. Aquel temible lorito comenzó a llamarme “pendón”, “putón verbenero” y toda clase de improperios. Como ya le había soltado la muñeca a Juanito decidí dejar las cosas donde estaban, aunque su padre no pensó lo mismo. Con sigilosa rapidez se acercó a Juanito por la espalda, le dio un buen coscorrón, le agarró del pelo y le obligó a arrodillarse ante mí.
-O le pides perdón o te arranco el pelo, maldito chaval.
Continuará.

martes, 17 de mayo de 2011

EL MONJE SILENTE



http://www.lacasadeasterion.net?foro=412

NOTA: El monje Silente es uno de mis más recientes personajes humorísticos. Creado para intervenir en el hotel, concretamente en el convento de San Erasmo, sexo, lujuria y orgasmo, poco a poco va creciendo tanto que tal vez acabe en la Torre de Babel.



EL MONJE SILENTE REGRESA DE SER TENTADO EN EL DESIERTO

El monje Silente necesitaba unos ejercicios espirituales para encauzar su vida y ni corto ni perezoso salió al desierto y se perdió... Se perdio en las dunas, se perdió en la arena, se perdió de hambre y de sed... Hasta que subido a una montaña que él consideró la más alta de la tierra sufrió las tentaciones del maligno. No sabemos si todo se debió al delirio de su cuerpo hambriento y sediento, de su alma atormentada o si realmente fue tentado por el demonio como Jesús en el desierto.

El caso es que el tentador le tendió piedras y le dijo:

-Si me entregas tu alma haré que estas piedras se conviertan,no en pan, sino en los manjares más exquisitos imaginados por tu glotonería.
Nada, el monje Silente permaneció incólume. El tentador le subió en un misil intercontinental y le hizo visitar todas las cancillerías del mundo, empezando por la Casa Blanca y terminando por la Moncloa. Tal vez ese fuera un error del tentador.

-Todas estas poltronas te daré si te arrodillas ante mí y me adoras.

El monje Silente debió pensar que con la crisis económica y las inyecciones monetarias ninguna de esas poltronas era precisamente una bicoca y dijo "nones"
El tentador puso un coche bomba bajo sus pies y le dijo:
-Un millón de coches bomba tengo preparaditos para tí, para que los pongas allá donde tu quieras y acabes con quienes te molestan.

El monje Silente le escupió a la cara al tentador. Entonces éste tuvo una idea brillante... Le llevó en espíritu al convento de San Erasmo y le dijo:

-Todas estas mujeres vestidas serán tuyas si dejas que tu alma se convierta en una bomba de relojería entre mis manos. El monje Silente dudó y la tentación anidó en su pecho. El tentador insistió:

-Todas estas mujeres desnudas serán tuyas si me besas el trasero.
El monje Silente dudó y la tentación creció, no en su pecho, sino en otra parte. Entonces decidió y dijo:

-Mira, tentador, ni el mismo demonio puede lograr que mujeres tan bellas se dejen seducir por un ser azufroso y menos si lo hace para otro y menos si lo hace para el monje Silente. Estas mujeres son bellas, cierto, pero no tontas. Así que, ¿Por qué no te vas a tentar a tu padre?
El monje Silente ha regresado al convento de San Erasmo, cariacontecido y demacrado, hambriento y sediento, triste y orgulloso de haber vencido al demonio .

EL VERDUGO DEL KARMA








DIARIO DE UN VERDUGO DEL KARMA




PRIMERA ENTREGA



Que recuerde, en todas mis reencarnaciones fui considerado como “un personajillo bastante raro” por la gente de mi entorno. Lo que me sorprendió, sobre todo al principio, fue que al desencarnarme y permanecer aquí en uno de los escalones más bajos de la jerarquía cósmica del mundo desencarnado o más allá o dimensión paralela, es decir como verdugo del karma, la gente me seguía considerando como “un personajillo raro”. ¿Qué hago yo para merecer esto?

Cuando me destinaron una temporadita, en comisión de servicio, a los archivos akásicos o biblioteca de todo lo que ha existido, existe y existirá, y especialmente de personas y seres inteligentes, descubrí, al hurgar en las estanterías de videos y libros, donde se archivan todas las reencarnaciones y escenas de las mismas, de la “a” a la “pá”, que algunos vídeos o libros estaban vacíos, limpios como una patena. Eso me sorprendió tanto que solicité audiencia con el Archivero Mayor y le expliqué el problema. El buen anciano se sonrió y me preguntó qué curiosidad me había llevado a buscar explicaciones en lugar de dejar las cosas como estaban, tal como hacían los demás.

-Bueno, le dije, no me encaja. Eso es todo.

-¿Seguro que es todo?

-Bien, no, he pensado en utilizar esos libros y videos vacíos para llevar un diario personal. ¿Le parece mal?

-Al contrario. Me encanta que alguien haya decidido pensar y actuar por su cuenta. Estoy harto de burócratas y chupatintas sin la menor creatividad. Se conforman con archivar los documentos en el estante correspondiente y en la letra que procede, y luego, en sus ratos libres, curiosear en vidas ajenas, como auténticos cotillas. ¡Parece mentira que llevando tanto tiempo aquí todavía sientan curiosidad por algo! En cambio tú, un novato en comisión de servicio, no solo no se entretiene husmeando en vidas ajenas, sino que quiere escribir un diario. ¡Un diario! ¡Sabiendo que cada segundo de tu vida queda reflejado en el correspondiente archivo afásico, con pelos y señales, con pensamientos y emociones! Eres un poco rarillo, pero no me parece mal. Aquí necesitaríamos un rarillo de vez en cuando para que nos despertara del letargo. Por supuesto que puedes escribir tu diario, pero siempre en el tiempo libre que te dejen tus quehaceres, en caso contrario tendré que informar a tus superiores.

-Se lo agradezco mucho, señor Archivero Mayor, pero no ha respondido a mi pregunta. ¿Qué hacen esos videos y libros vacíos en las estanterías, como escondidos por un niño juguetón?

-Es un secreto, un misterio, “top secret”, pero creo que debo premiar tu originalidad y creatividad. Esos libros y videos estuvieron, en un tiempo, tan llenos como los demás. Como sabes al nacer a la personalidad, por un acto generoso de la Divinidad -¡que su nombre sea siempre adorado!- toda nueva criatura en los siete Superuniversos, recibe un nombre, su primer y eterno nombre y se le asigna un archivo en esta gran biblioteca Akásica. Allí comienzan a escribirse y grabarse sus primeros pasos en el mundo de la consciencia y sus posibles futuros, los que serán y los que no serán o podrían ser y dependen de su libre voluntad. Esos archivos nunca estarán ya vacíos, a cada instante se irán completando con los diferentes pasados y futuros y escenas de cada presente en las diferentes reencarnaciones. Se abren nuevos archivos para cada ramificación que se abre o se cierra con cada decisión. Los archivos crecen y crecen, nunca disminuyen… Pues bien. Existe un caso en el que esos archivos no solo dejan de crecer, sino que acaban completamente borrados, como si nunca hubieran existido.

-Perdone, respetado Archivero Mayor, pero me temo que eso es imposible. Nunca he oído hablar de semejante posibilidad. Confieso que me siento aterrorizado.

-Y es para estarlo, querido amigo. Estamos hablando de la aniquilación perpetua sin posibilidad de remisión alguna. Ya sé que vosotros, los mortales, los reencarnados, estáis más acostumbrados que nosotros, los eternos, a pensar en esa posibilidad. Al fin y al cabo en cada una de vuestras reencarnaciones os habéis planteado, como quien bebe un vaso de agua, la posibilidad…-¡qué digo!- la certeza de morir para siempre. Es algo que asumís en cuanto os llega el uso de razón. Somos mortales, lo nuestro es morir y una vez muertos no existe resurrección ni reencarnación. Para los eternos es inexplicable que una consciencia pueda llegar siquiera a plantearse la aniquilación total, el regreso a la nada. Si fuéramos capaces de hacerlo la angustia nos acabaría aniquilando. Solo la inconsciencia más absoluta es capaz de pensar tal cosa… Pues bien, la muerte sí existe, la aniquilación total, la única muerte posible para los eternos sí es posible. Solo en casos excepcionales y por sentencia inapelable del tribunal de los Ancianos de los Días, los regentes de los Superuniversos. Estos casos son muy insólitos y solo en supuestos de rebeldía, como es el caso de Lucifer en el sistema del que tú procedes.




-¿Quiere usted decir, amado Archivero Mayor, que Dios, la Divinidad, permite que se aniquile alguna de las criaturas que él ha creado?

-¿Acaso no lo pensaste una y mil veces mientras estaba reencarnado?

-Entonces no creía en Dios.

-¿Y ahora sí?

-Bueno, digamos que estoy más predispuesto a ello. Una vez muerto y habiendo comprobado que la muerte solo es un paso más en la evolución, creo que soy capaz de creer en cualquier cosa, incluso en la existencia de Dios.

-Me alegro por ti, querido hijo. Pues bien, ya sabes a qué se deben los videos, libros y demás archivos en blanco. Tienes mi permiso para utilizarlos y escribir tu diario, aunque repito que eres un poco rarillo. ¿No crees?

Ya antes me lo habían dicho, pero cuando el Archivero Mayor me lo confirmó, acepté de una vez y para siempre mi condición de “rara avis”.

Y aquí finaliza esta primera entrega. Cuando un compañero me ha visto escribiendo en el libro, se ha acercado, muy intrigado y me ha preguntado qué estaba haciendo. Cuando se lo he dicho se ha llevado las manos a la cabeza mientras exclamaba: ¡Pero qué raro eres! A continuación me ha preguntado si tenía autorización del Archivero Mayor. Aquí hasta el burócrata o chupatintas más humilde se cree con derecho a pedirte cuentas de todo. Sabiéndolo el buen anciano me facilitó un pequeño documento que le enseñé con gran regocijo por mi parte.

Se alejó rezongando. Imagino que mañana todo el mundo sabrá por estos pagos lo raro que soy, si es que no lo sabían ya.

jueves, 10 de marzo de 2011

El padre Cañibano





EL PADRE CAÑIBANO UN CURA DE ANTES DEL VATICANO... II



NARRADO POR QUIEN FUERA SU MONAGUILLO, HOY ESCRITOR CON UNA DOCENA DE BEST-SELLERS RELIGIOSOS A LA ESPALDA Y FELIZMENTE CASADO.

El padre Cañibano fue mi profesor de latín, allá por los años...casi ni me acuerdo. El catecismo del padre Ripalda me convirtió al catolicismo a los siete años, con ocasión de mi primera comunión. Luego fui monaguillo y finalmente terminé en el seminario diocesano donde conocí al padre Cañibano, un cura de los de antes, con sotana hasta la suela de los zapatos y discursos apocalípticos contra los tobillos de las mujeres y otros muchos temas que iré desglosando a lo largo de esta historia, siguiendo un índice muy meticuloso.

Creo, más bien estoy convencido, de haber sentido verdadera vocación religiosa, es decir deseaba llegar a ser el cura de Ars y luchar contra el demonio. Las lecturas del gran novelista francés Georges Bernanos, a los catorce años, me ratificaron en una vocación precoz y muy fogosa, todo sea dicho. Su diario de un cura rural sobre todo me abrió el cielo y vi a Jesucristo sentado a la derecha del trono del Todopoderoso. Cada hombre en su noche de Julien Green me hizo ver lo cerca que está cualquier hombre del infierno y las novelas de Graham Greene me convencieron de que el catolicismo no era una tontería para andar por casa sin tropezarse, como algunos críticos mal intencionados pensaban. Estas lecturas de grandes escritores cristianos, a quienes descubrí a través de una obra maestra de la crítica, Literatura del siglo XX y cristianismo de Charles Moeller, belga por más señas, acabarían con mi vocación religiosa y sembrarían en terreno abonado el frondoso árbol de la vocación de escritor. Cosas de la vida, inexcrutables para el ser humano. El dichoso libro, en dos tomos, lo encontré en una esquina polvorienta de la biblioteca del seminario y eso cambió mi vida para siempre.

Pero me he desviado de la cuestión puesto que aquí interesa más la historia del padre Cañibano que la de su monaguillo. El narrador era entonces un tímido adolescente, de unos doce años aproximadamente. Sí, porque fue en segundo cuando me puse a leer como un desesperado, con la sana intención de alcanzar la salvación a través de las hagiografías, no biografías, de santos, que encontrara en el desván del seminario, un día de limpieza general de telarañas y otras suciedades de mal vivir. Mucho me temo que por aquel entonces buscaba libros hasta debajo de las piedras. Pasados los años la pasión por la lectura se me ha enfriado un tanto, en realidad los libros no son mucho mejores que sus autores y éstos cada vez me decepcionan más, ahora que les conozco en persona.

Los libros estaban amontonados de cualquier manera en un desván por el que no pisaban zapatos humanos desde la edad de las cavernas. Tenían cagarrutas de ratones y ratas, de pájaros, de gatos y una capa de polvo que ni siquiera mi hacendosa mamá hubiera podido arrebatar al señor oscuro en menos de dos o tres semanas de duro trabajo. Desde entonces subía todas las semanas para proveerme de lectura religiosa. Limpiaba un par de libros con un trapo, echaba colonía en cada una de sus páginas y me ponía a leer la biografía de San Francisco Javier o San Ignacio de Loyola o Fray Escoba, con tal dedicación que estoy seguro de haberme ganado el cielo entonces. Estos años maduros los estoy dedicando a ganarme el infierno. Son los drásticos movimientos pendulares por los que pasa toda vida humana que se precie. Los hay que no mueven sus pies del tiesto en toda su vida, pero esos no merecen ni unas líneas en esta historia.

Me sorprendió encontrarme con un cura de pelo blanco, sotana con cagarrutas de pájaro y mirada pícara y un tanto penetrante, no sé si debido a la miopía que intentaba corregir con unas gafas de culo de vaso, o al interés que puso en conocer qué hacía un mierdecilla como yo sacando libros de santos del desván. Una vez enterado el padre Cañibano se quedó pensativo por motivos de los que me enteraría luego. Al entrar a la clase de latín me lo encontré sentado tras la mesa del profesor leyendo su breviario. Aquel dia aprendí el verbo ser en latín, del que aún creo acordarme. Vamos a ver...sum, es, est, sumus, estis, sunt. Si mi interesada memoria no me engaña supongo que es el presente de indicativo. Al salir me llamó. Nos quedamos solos en el aula y poniendo su mano pequeña, regordeta y de uñas sucias, sobre mi hombro, me hizo una proposición honesta que no pude rechazar.

El padre Cañibano cuidaba canarios en una habitación aledaña al desván. De ahí el que me viera salir cargado de santos y a mi vez le viera a él con cagarrutas de pájaro en la sotana. Se trataba de limpiar las jaulas de sus pájaros de cagarrutas, dar a estos sucios canores de comer y beber y cuidar de la puesta de huevos durante la época de celo. A cambio recibiría una propina que no era ni mucho menos sustanciosa, los curas hacen voto de pobreza, pero para mis vacíos bolsillos se trataba casi de algo parecido a un cocido para un mendigo. Y que se me perdone la metáfora pero a lo largo de esta historia y sobre todos de estos años de seminario las metáforas sobre el alimento cotidiano, da nobis hodie et dimite nobis dimite nostris sicut... Que me perdone algún catedrático de latín, todavía vivo, que pueda leer estas páginas, pero así es como recuerdo el pater noster. Tal vez sea latín macarrónico, pero latín, al fin y al cabo.

No me dijo más, me entregó la llave de la habitación de los pájaros y un adelanto, algo así como una peseta, pasta gansa en aquellos tiempos y regresó a la mesa del profesor donde continuó leyendo el breviario. Suerte que tuve de conocer al padre Cañibano porque luego me enteraría de que sustituyó al padre Lanuza que se había puesto enfermo. El padre Lanuza, o Carnuza, como le llamábamos sus alumnos utilizando un mote realmente poco cristiano, era un joven cura, guapito de cara, que tenía mucho éxito entre las beatas. Tanto que una beatita, en plena juventud (debió hacerse beata para confesarle al cura sus pensamientos lujuriosos sobre su persona) quedó embarazada por obra y gracia, no del Espíritu Santo sino de la debilidad carnal del pobre y joven cura que no pudo resistir la tentación de la cane. Que Dios se lo haya perdonado. Amén.

El padre Lanuza fue trasladado y a cambio yo recibí, como caído del cielo al padre Cañibano y su propinilla mensual. Durante un tiempo prolongado se habló mucho del padre Carnuza a quien los adolescentes alumnos teníamos cierta simpatía debido a su condición de gran jugador de futbol y deportista. Lástima que la feligresa hubiera contagiado su libido al padre y éste a su vez le contagiara la suya, libido, y ésta engordara sin remedio. Creo recordar que al pobre padre Lanuza lo remitieron a una misión Africana por correo urgente. Años más tarde, a punto yo de fugarme con el padre Cañibano en una cruzada apostólica-romana que será el centro de esta historia, apareció por allí de vuelta el padre Lanuza, flaco demacrado y enfermo. Nos saludó a todos con gran simpatía y cariño, dos días lo vimos paseando por el patio leyendo su breviario y luego desapareció para siempre.

Durante el recreo fui llamado por un compañero para que acudiera sin tardanza a la celda del padre Cañibano. Allí me mandó sentar, me ofreció un caramelo, ronchito, creo recordar, riquísimo y me preguntó por mis lecturas. Al enterarse de mi afán por alcanzar la santidad me dio un cachetito cariñoso en la mejilla, me felicitó pero me dijo que él tenía para mí lecturas más profundas y enjundiosas que me devolverían a la vieja doctrina de los primeros cristianos. Me dio un montón de folios mecanografiados y me dijo que los leyera con gran aprovechamiento, porque allí estaba mi verdadera salvación. Luego los leería a escondidas con gran temor. Eran sermones del cardenal Lefebre, un francés más integrista que el propio padre Cañibano, lo que ya es decir, como supe más tarde. Me ofreció también hacerme sirviente del comedor de los curas. Tendría que servirles café, copita y puro después de las comidas y bajar al buzón, que estaba junto a la carretera, en el quinto infierno -el seminario estaba sobre una colina- para subir la presena y las revistas. Bajar por los setenta y dos escalones era fácil, lo cansado era subirlos.

Desde luego no puse inconveniente alguno a tanta bicoca como caía en mi boca. Eso de tomarme una copita de cognac y leer la prensa sin ser molestado era un placer de dioses para un adolescente que ya apuntaba buenas maneras. Pregunté si podía abandonar los pájaros a su suerte y continuar recibiendo la propinilla por servir los cafés. El padre Cañibano se levantó, muy enfadado y me dio un tremendo pescozón en el cráneo. Tonto, me dijo, más que tonto, ¿vas a despreciar las bicocas que te ofrezco?. Ante tan sutil amenaza dije amén a todo y el padre Cañi, como le comenzaba a llamar para mis adentros, me ofreció otra bicoca. Hacer de monaguillo para él. A las cinco de la mañana, para que no le molestara nadie, celebraba una misa del año de la tarara. Creo que era de San Pio X, toda en latín y de la que un servidor no entendía ni papa. Debía vestirme de monaguillo a la vieja usanza, con un montón de trapos; ayudarle a revistirse él a la más vieja usanza, un montón de túnicas, cíngulos y demás prendas cuyos nombres ya he olvidado. La única ventaja de semejante madrugón era la posibilidad de echarme al coleto un buen trago de vinillo dulce, delicioso, que quedaba en las vinajeras. El padre Cañi me dejaba doblando y guardando los ropajes y él se iba a rezar el breviario por el patio, con el relente de las seís de la mañana. Un santo, el padre Cañi era un auténtico santo.

Continuará.

domingo, 27 de febrero de 2011

Don Crisanto, mago blanco





DON CRISANTO, MAGO BLANCO

NARRACIÓN, PROLOGO, NOTAS Y ESTUDIOS A CARGO DEL DOCTOR CARLO SUN, DISCÍPULO DE JUNG.

A MODO DE PROLOGO

Pocas veces catalogo la enfermedad de un paciente nada más entrar éste por la puerta de mi despacho. Miré a la cara a quien poco después dijo llamarse D. Crisanto y ser un mago blanco y no dudé sobre su enfermedad: paranoia un poco extraña pero paranoia al fin y al cabo, aderezada con unas cuantas fobias y manías a dilucidar con mucha calma.

Unos cincuenta años, calvo casposo, barriguita de bon vivant, bajito y rechonchín como una peonza, con menos cintura que un gobierno recién ganadas las elecciones por mayoría absoluta, piernas cortas y tan delgadas que uno se pregunta al instante en qué décima de segundo dejarán de sostener semejante corpachón. De hecho estuve con las piernas flexionadas, tras la mesa del despacho, dispuesto para acudir a sostener al paciente antes de que se viniera al sulo y permaneciera allí como un mullido colchón oblongo el resto de la consulta. Cuando al fín tomó asiento frente a mí suspiré con tal alivio que D. Crisanto me preguntó si era fumador empedernido. Saqué mi pipa, la llené con parsimonia y reconocí que a veces fumaba demasiado, sobre todo cuando no sabía muy bien qué hacer con los pacientes.

Me confirmó en mi diagnóstico la forma que D. Cristanto tenía de mirarlo todo como si le fuera a caer encima un samurai, salido de Dios sabe dónde, incluso de los cajones de mi mesa. No tuve ni que pensar en llamar por el timbre a Rita, la portera de la comunidad y mi enfermera particular, puesto que apareció en el quicio de la puerta con su atisbo de bigote sin depilar más tieso que nunca. Se cruzó de brazos y esperó uno de mis gestos para intervenir. Guiñé el ojo izqauierdo, lo que significaba que el paciente no era presumiblemente peligroso, pero que estuviera atenta, por allí cerca, por si me equivocaba.

Luego me confesaría que en cuanto le vió pasar frente al ventanuco de su portería subió con rapidez tras sus pasos, todo lo rápido que le permite su obesidad, y se plantó en la puerta, dispuesta a lanzarse como un comando de intervención rápida. El sujeto le dio mala espina porque miraba temeroso en todas las direcciones, como si le persiguiera un rebaño de peligrosos fantasmas.

No obstante la voz de D. Crisanto, firme, generosa de tonos y amable sin el menor atisbo de obsequiosidad, me ayudó a ir cambiando poco a poco de diagnóstico y de opinión. Sin autorizarle a que iniciara su historia me explicó su caso con la imperturbabilidad de un difunto. Apenas hilvanadas dos frases sacó de una vieja cartera que más parecía un zurrón un voluminoso cuaderno que me pidió ojeara sin prisas durante el tiempo que durara su terapia, fuera éste el que fuera. Se trataba de un diario escrito durante años y especialmente el tiempo que estuvo como discípulo de D. Juan. Me apresuré a preguntarle si ese D. Juan del que hablaba era el de Zorrilla, el famoso Tenorio,. Y ya me estaba relamiendo sobre la posibilidad de escuchar disparatadas historias eróticas de seducción, cuando D. Crisanto especificó, un poco enfadado que el D. Juan del que hablaba era el de los libros de Carlos Castaneda. El conocimiento está por encima del entretenimiento, aunque sea erótico. Me dijo con voz firme y retórica.

Rita asomó de nuevo su cara interrogándome con la mirada. Al hacer un gesto de que todo estaba bajo control abandonó el quicio de la puerta con un bufido y no sin antes dar el consabido portazo. La historia que me contó D. Cristante es casi tan larga como podría serlo la narración de la aventura humana, si algún historiador se aventurase a tan descomunal esfuerzo. Así que pónganse cómodos porque entre capítulo y capítulo de su diario les voy a ir analizando las fantasías de D. Crisanto, sus posibles patologías y todo ello regado con un montón de notas y apéndices explicativos que les van a encantar. Y ahora si me permiten paso palabra a D. Cristanto para que les explique en el primer capítulo de su diario cómo pudo encontrar y convertirse en discípulo de un brujo yaqui llamado D. Juan, que al parecer es un personaje de ficción y que por si fuera poco desapareció de la circulación o del tonal como dice Castaneda en su libro El segundo anillo de poder.

domingo, 20 de febrero de 2011

Milarepa










El profeta Milarepa (Hotel)



Autor: César García Cimadevilla



EL PROFETA MILAREPA

NARRADO POR SU DISCÍPULO FAVORITO, UN GORDITO ESPAÑOL QUE TOMÓ EL NOMBRE DE ADEPTO KARMAFINITO.-


Es difícil saber con antelación los vericuetos que tomará tu Karma, bien sea individual o formes parte de un karma colectivo. En mi caso, mi karma colectivo es una entidad abstracta, aunque muy concreta a la hora de pagar los impuestos llamada España, porque algún nombre era preciso elegir para diferenciarla del resto. El karma que padece esta buena entidad no es moco de pavo (la inquisición, la guerra civil y otros muchos desastres que han dejado en su piel kármica un fuerte olor a chamusquina) aunque no mucho mayor que otros karmas colectivos que se arrastran por la superficie del planeta Tierra.

En cuanto a mi karma individual, lo cierto es que pesaba tanto que lo iba arrastrando por los caminos, hasta que tuve la suerte kármica de darme de bruces con Milarepa, el gran profeta y sabio del siglo XXI. Puede que fuera suerte o sencillamente que el joven lama me atrajera como un imán, lo importante fue encontrarlo, porque a partir del momento en que me puso la vista encima noté como si el peso de mi zurrón kármico ( un “totum revolutum” de lujuria, santa cólera, gula, soberbia infinita y el resto de pecados capitales, aparte de algunos defectillos menores que no merecen ser nombrados) se aliviara, hasta el punto de respirar con más entusiasmo. Creo que en ello también influyó bajar diez kilos casi de golpe, debido a la dieta de arroz, bambú y tsam-pa (en otro momento les daré la receta) a que me sometió Milarepa.

Uno se encuentra con muchas personas en el camino de la vida, con demasiadas, diría yo, pero son pocas las que te dejan alguna huella y menos aún quienes llegan a tocar tu corazón un instante. Encontrarse con alguien que cambie tu vida se puede calificar de auténtico milagro. Solo los auténticos elegidos tienen esa suerte. En mi caso además de suerte hallé un amigo, aunque como me dijo Milarepa en cierta ocasió: “son los enemigos los que nos transforman en profundidad, por eso deberías arrodillarte, amado chela karmafinito, ante cada uno de tus enemigos”.

Antes de conocer a mi maestro me resbalaban las religiones, las filosofías de oriente, los espiritistas, los ovnis, el esoterismo y hasta los valores morales. Llevaba una vida apática, comiendo abundantemente (con exquisitez si podía), refocilándome como un cerdo con las bellezas de la televisión o las procacidades de las películas porno (la lujuria es uno de mis karmas más pesados), trabajando lo menos posible y ocupándome tan poco de la cultura, que ni sabía quién había escrito el Quijote. Era un auténtico azote para los devotos y la gente de bien. Quien me hubiera dicho que al cabo de unos años me encontraría con un joven de cráneo mondo y lirondo, vistiendo túnica azafranada, los pies descalzos y portando una escudilla de madera, con la que pedir limosna de puerta en puerta, y que semejante esperpento iba a introducir su mano en mi interior, a través de la barriga, y darle la vuelta a mi alma, quien me hubiera referido semejante delirio habría tenido que aguantar mis risas durante años. Sin embargo sucedió y si me permiten les contaré a gruesos trazos esta caída del caballo sobre el duro adoquín de la calzada de Damasco.

En este desolado y pecaminoso páramo apareció Milarepa, como un carrito de helados en medio del desierto y de pronto me vi abocado a la más apasionante de las aventuras que puede emprender un ser humano: la búsqueda de sí mismo. Milarepa era un joven tibetano, que por azares de la fortuna y coacción del destino, en forma de chinito con coleta y fusil, tuvo que emprender un doloroso exilio por medio mundo hasta recalar en este país de nuestros pecados. Había hollado nuestro sacro suelo con objeto de dar unas cuantas conferencias sobre mística tibetana y así poder recaudar unas pesetillas para ayudar a los refugiados, que desde las llanuras de la India contemplaban, los ojos llorosos, el Himalaya, donde están situadas las cumbres místicas del planeta.

No entiendo cómo semejante noticia llegó a mis castas orejas, que pocas veces escuchan la radio o penetró por mis ojillos picarones, que huyen de los telediarios y de la prensa. Fuera como fuese el caso es que me veo entrando en un salón de actos de alguna entidad bancaria (¡santa paradoja!) de mi ciudad, donde el lama Milarepa daba una conferencia titulada: “Misticismo tibetano y la realidad de nuestro tiempo”. Ni me imagino cómo pude llegar hasta allí. Tal vez fuera invierno –de los crudos- y yo me encontrara paseando cerca, el rostro amoratado por el frío y las orejas tiesas y rojas como brasa de pitillo (por aquel entonces fumaba como un carretero). Seguro que busqué la puerta más cercana, a través de la cual se perdiera una vaharada de calorcito. El caso es que entré, sentándome en la última fila de butacas, y me puse a soplarme las manos con fruición.

Nadie niega hoy que Milarepa tenga el don de la palabra, que sea capaz de encandilar al oyente con sus historias de misticismo tibetano, repletas de humor, de interés humano y con su pizca de suspense. Pero la conferencia que entonces escuché fue un auténtico rollo macabeo, si me permiten utilizar la jerga con la que entonces intentaba comunicarme con mis semejantes. Solo hablaba tibetano, ni una palabra de inglés(de nada me hubiera servido) o de castellano. Para traducir su discurso, que iba escupiendo sin la menor prisa, habían puesto una intérprete del Ministerio de Asuntos Exteriores Español que había estado destinada en Katmandú una temporada. La tal señorita era guapa, guapísima, pero su traducción generaba constante hilaridad entre la concurrencia. Creo que fue su atractivo el que me ayudó a entrar en calor en unos minutos. Entonces hubiera podido levantarme y salir a la calle, donde podría haber tomado un taxi y haberme plantado en casita en un santiamén. Pero fue su carita de rosa la que me clavó al asiento. Porque lo cierto es que las palabras tibetanas de Milarepa me interesaban muy poco.

Y aquí debo tomarme un respiro porque en mi vida hay un antes y un después, un antes de la conferencia de Milarepa y un después de la conferencia de Milarepa. Dicho así parece una tontería, pero hoy ni mi propia madre me reconocería (la pobre expió su karma hace unos años y ahora estará reencarnada en algún cuerpo modelado a la medida de su evolución espiritual). En cuanto a la intérprete volví a encontrarla, siendo ya discípulo de Milarepa, en Calcuta, vistiendo un precioso shari. Era la esposa del cónsul español y su atractivo sensual había madurado y aquilatado como un diamante en manos de un genial tallador. ¿Pueden creerme que ni siquiera noté un cosquilleo libidinoso en la yema de mis dedos?. Estaba en el camino de la budeidad y nada ni nadie iba a obstaculizar mi ascensión hacia la Luz Suprema.

Continuará.



Nota: Me he inspirado para este personaje en mis lecturas de Lobsang Rampa. El médico del Tibet, La caverna de los antepasados, El tercer ojo, El cordón de plata, etc etc. La edición que yo tengo es de 1979,editorial Troquel S.A., Buenos Aires. Es posible que la editorial haya desaparecido pero creo que se podrá encontrar facilmente. Les recomiendo también el libro de Gopi Krishna, Hacia la superconciencia, editorial Ariel, Guayaquil, Quito, Bogotá. El libro tibetano de los muertos o Bardo Thodol, editado por Edaf Esoterismo, Madrid. En sucesivos episodios les iré dando más bibliografía.
©Slictik

sábado, 19 de febrero de 2011

EL SR. ALMIRANTE









RETRATOS HUMORÍSTICOS

EL SR. ALMIRANTE, PRESIDENTE DEL CONGRESO DE HUMORISTAS

Tras la segunda guerra mundial la asociación de humoristas por la paz sufrió un apagón, un guadiana, del que nuestro personaje, el Sr. Almirante, consiguió sacarla gracias a unos tejemanejes muy peculiares. No es de extrañar que el humor sufriera un duro revés durante la gran guerra y que posteriormente el mundo estuviera más para cambiar un pitillo por una lata de sardinas que una risa por un pitillito.

Fue elegido presidente en los años sesenta, tras una patética campaña en la que prometió de todo: el mejor hotel del mundo, las chicas más alegres, hermosas y asequibles, champán francés, barra libre durante todo el congreso y condiciones de trabajo de lo más higiénico y seguro. Semejante propuesta no podía por menos que ser apoyada por todos los humoristas del mundo por unanimidad. Como bien se sabe estos alegres pájaros cantores gustan de todo lo que la vida puede entregarles generosamente y aún gustarían de más si lo hubiera o pudiera ser imaginado. Almirante cumplió su promesa gracias a la subvención en dinero negro de la mafia de las Vegas. La condición era que lo blanquease hasta dejarlo más limpio que una patena. A cambio ellos correrían con todos los gastos del congreso.

No es de extrañar que los humoristas se vieran alojados en el mejor hotel del mundo, El Piramidal. Una gigantesca pirámide con palmeritas en los jardines y un casino impresionante donde debería estar la cámara del rey, lugar donde como todos saben se deposíta el sarcófago del faraón. Tuvieron tanta barra libre que alguno ni se acordó que era humorista y tuvieron que sacarle los chistes a patadas. En cuanto a chicas hermosas y asequibles la dirección del hotel hizo desaparecer a las doncellas a las horas reglamentarias de ponencias y espectáculos. En aquel tiempo no existían humoristas femeninas. ¡Y mira que lo sintió Olegario Brunelli!. Entonces un jovencito sin barriga y con todo el pelo en la cabeza, que comenzaba sus pinitos de humorista en cabaretes de mala muerte.

Los humoristas atravesaron la delgada línea roja que separa el humor de la política y se dejaron comprar. ¡Así como suena!. Se corrompieron por unos tragos y unos besos. ¡Cuanta miseria hay en el mundo para que unos personajes tan íntegros se vendieran por un plato de lentejas!. Y no me pidan que les cuente más sobre este primer congreso porque hasta un negro de la pluma, mal pagado y menos conocido, hasta un miserable gusano como este narrador, tiene su corazoncito y su integridad a toda prueba. Claro que sus convicciones éticas, las de este narrador, son tan flexibles como el peso del oro con el que se le intente comprar. Es decir a más oro más flexibilidad. Lo malo es que nadie ha intentado comprame. ¡Buaaahh!.

Los humoristas dicen de Almirante que en sus tiempos hizo reir a los diplodocus. Y lo dicen no solo por su provecta edad sino porque ni los más viejos recuerdan uno de sus shows. Jubilado de humorista, se dedicó a organizar la asociación mundial de humoristas AMH (pronunciado amé a H) allá a principios de los años sesenta. Se puede decir que el primer congreso exitoso tuvo lugar poco antes del asesinato de Kénedy. No cuenta un congreso realizado en París en el año 1946, que fue un rotundo fracaso. A este congreso asistió Almirante, un jovenzuelo con ansias de ser corrompido. Emprendedor como era sembró en la tierra sus esfuerzos y estos dieron tanto fruto que el 20º congreso, celebrado en las Vegas, en el hotel Piramidal, fue un formidable éxito. Gracias en parte a la subvención de varios millones de dólares de la mafia local. Parte de los cuales se los embolsó el propio Almirante. Muchos dijeron que la mafia, siempre tan divertida, había hecho una cuantiosa donación con la clara y tajante condición de que se prohibiera a los humoristas meterse con la cosa nostra.

Almirante comenzó a tener fama de mafioso. La fama de humorista-enterrador, que nunca cuenta un chiste ni aunque le maten, ya la tenía desde tiempo atrás. La oposición, formada por cuatro humoristas gamberros, a la que se apuntó nuestro Brunelli (en sus años juveniles se apuntaba a un bombardeo y eso que es hombre pacifista donde los haya) castigó al Sr. Almirante con las parodias más sangrantes de la historia del humor. Las bromas que le gastaron están ahora en las antologías del humor, cruel, negro como la noche y despiadado como un pistolero sin plata en la bolsa... Por cierto pueden comprar a la entrada del salón de congresos las antologías de humor números uno,dos y tres, ilustradas por el gran Firges. Muy baratas, oiga. Y si alguno quiere colaborar en la antología del humor por la paz, número cuatro del catálogo, ya puede ir dándole a la risa.

A pesar de ello Almirante continuó erre que erre. ¡Lo que cuesta renunciar a una poltrona!. Me recuerda una canción, con música de tango, que dice: "Sillón de mis entretelas, mi despachito oficial", etc etc. Lo que le salvó al Sr. Almirante de la debacle fueron los congresos. Excepto los diez primeros, entre 1946 y 1956 (¿recuerdan?, segunda guerra mundial, proceso de Nuremberg, se descubren los campos de concentración nazis, etc etc) que fueron muy poco concurridos (faltaron los hermanos Marx y Woody era aún un niñito repelente). En ellos Almirante pronunció extensos y soporíferos discursos sobre el nuevo mundo que se avecinaba y que iba a ser una delicia (guerra de Vietnam, guerra de Corea, crisis de los misiles, guerra fría,etc,¡qué gran chiste!). Asistieron, mal contados, dos humoristas temblorosos y hambrientos, sacados de un cabaert de mala muerte y que fueron muy bien pagados para que intentaran hacer un poco de humor negro sobre el racionamiento.

Digo que con excepción de estos años, los congresos posteriores fueron un gran éxito. En uno de ellos, incluso,tocaron los Beatles. Gracias a estos ídolos y a la concurrida asistencia de humoristas los congresos posteriores despegaron como cohetes a la luna. Gracias hay que dar a la señora o señorita inglesa que inventó la minifalda. Fue ella y las histéricas minifalderas, fans de los Beatles, las que hicieron de aquel congreso una fecha inolvidable que nunca será olvidada. Se cuenta incluso que una minifaldera se prendó de Olegario Brunelli, de tal forma que éste ya nunca puso pegas a que Almirante organizara los congresos.

Pero esta es una larga historia que les contaré en otro momento. Porque ha llegado el momento de inaugurar el congreso y hay aquí un jaleo de mil demonios, todo el hotel está patas arriba.

domingo, 13 de febrero de 2011

Iñaki Lizorno, cocinero postmoderno







EL CIRCO DE SLICTIK PRESENTAAA

IÑAKI LIZORNO, COCINERO POSMODERNO

NARRADO POR UNO DE SUS PINCHES DE COCINA
QUE LLEGARÍA A LA FAMA COMO PROMOTOR DE LA COCINA INTEGRAL.


Confieso, sin vergüenza alguna, que me hice pinche de cocina por la más elemental de las razones: hambre. Mi familia era muy pobre. Comíamos y cenábamos sopas de ajo todos los días y eso cuando teníamos pan duro (los ajos los mangaba mi hermano mayor de una huerta cercana). Si no quedaba ni un mendruguillo de pan se hacía una sopa integral, en la que además del agua del grifo se podían encontrar los elementos varios atropados a lo largo del día y recogidos en los bolsillos de los elementos -¡menudos elementos!- de esta portentosa familia que me tocó en suerte. Por poner un ejemplo clásico, una sopa integral muy bien podría estar formada por una hoja de lechuga casi sana (mangada al paso en una verdulería, negocio familiar); restos de tomate y sardina de una lata hallada en un cubo de basura urbano de familia bien, o sea sin rebañar y unas cuantas cáscaras de pipas de girasol cuando no pipas enteras si mi hermano mayor, el mangante, se acordaba de nosotros luego de pasarse el día hurtando paquetes de pipas a todo bicho viviente, más bien niño, que encontrara en su camino.

Unos días la sopa integral era de más sustancia y otros de menos, según la suerte. Para acompañarla un buen vaso de agua del grifo. Claro que la sugestión o séase, imaginación, ayudaba mucho puesto que es una de las mejores pildoritas para combatir el hambre. El otro calmante, un poquillo mejor, es un jamón pata-negra, pongamos por caso.

Las razones de semejante estado de necesidad, aparte la culpa que tiene la sociedad en estos casos -de la que no se va a librar así me pida perdón durante el resto de mi vida- eran por este orden:1ª) el alcoholismo de mi papá, un borracho indecente, que se limitaba a practicar un par de chapuzas (difíciles de explicar) a la semana, que se le iban en vino peleón. 2ª) el que mi madre fuera una cotilla infame que se pasaba el día de un lado para otro (con esto quiero decir que se enteraba de los trapos sucios de uno para contárselos al otro, no que fuera lavandera) en lugar de atropar cuatro perras, que bien nos hubieran venido. 3ª) Mi hermano mayor era un mangante empedernido, todo lo que encontraba lo utilizaba para él solito, incluidos los bienes muebles e inmuebles de la familia. 4ª) los hijos del matrimonio, sin contar conmigo, o sea, siete en total.

No es de extrañar, no, que con el hambre que llevaba acurrucadita en el estómago, me fijara en aquel cartelón. "Se necesita chico para pinche de cocina". Podría haber dicho "chica" y mi vida habría tomado otro rumbo o trillados derroteros, que diría el otro, pero no, una simple letra puede cambiar una vida. De esta manera entré como pinche de cocina de Iñaki Lizorno, quien, con el tiempo y unos cuantos fogones, llegaría a ser el gran maestro de la cocina nacional e internacional y jefe supremo de la cocina postmoderna que es ahora. No se lo van a creer pero llegó a los cinco platos Vajillín (la vajilla de moda en las grandes cortes europeas) y aún le pusieron uno más en exclusiva para su restaurante por haber alcanzado las más altas cumbres terrestres de la cocina, o sea el Everest del fogón.

Claro que un servidor no se quedó atrás y pasaría a la historia gastronómica como el promotor de la cocina integral. Antes tuve que superar mi timidez enfermiza, sacudirme los viejos deportivos, sonarme los mocos, limpiarme la cara con un pañuelo en el que había escupido antes y dar un paso al frente. Quiero decir con ello que necesité todas estas mandangas antes de atreverme a entrar en el ventorrillo de Iñaki Lizorno.

Ya sé que a los puristas les sonará a herejía, pero estén seguros de ello, antes de ser el ídolo de masas que es hoy, Iñaki Lizorno pasó por los más modestos destinos. Entre ellos el de propietario de un ventorrillo en las afueras de la ciudad, en una de cuyas ventanas, de sucios cristales, acaba de colocar el cartelón. Entré a un amplio rectángulo de suelo mojado y lleno de serrín que estaba barriendo, con mucho salero, una chiquilla de mi edad poco más o menos. Era Izaskun, la hija mayor de Iñaki Lizorno, con la que llegaría a hacer con el tiempo muy buenas migas. Pero eso sería mucho después, porque ahora me miró de arriba abajo, como si fuera un gitano, con perdón de los gitanos, y no estaba muy equivocada porque el abuelo de mi padre era de raza gitana, que Dios lo tenga en su gloria, y la abuela materna era judía, y hubo un ancestro árabe y creo que un lejano tatarabuelo era de raza negra, africano por más señas. Con estos antecedentes se imaginarán ustedes que en mis genes el hambre hacía estragos.

En aquel momento era el estómago, y no los genes, el que se quejaba amargamente. En lugar de ofrecerme un currusco de pan con chorizo Izaskun me preguntó, con muy malos modos, todo sea dicho, que quería. Yo, muy tímido y cortado, ante la belleza de la damita, señalé con el dedo el cartelón. Ella comprendió enseguida. Espera, voy a llamar a mi padre. Y se introdujo en el corredor por una puertecita a mi izquierda.

Iñaki era en aquellos tiempos un joven, fortachón y simpático como todos los vascos, y de vozarrón tal que hacía temblar los cristales sucios de las ventanas. Me vio y decidió en el acto que no le convenía. Fue entonces cuando recordé mi hambre ancestral y defendí mis cualidades a capa y espada. Me conformaría con las sobras. Me bastaba y sobraba como salario. Trabajaría como un exclavo, día y noche, noche y día. Iñaki se rascó la cabeza, plena de recio pelo y tardó tres segundos en revocar su primera decisión. Aquel pinche era un chollo, hablando económicamente. Esta facilidad para tomar las decisiones más difíciles, en dos o tres segundos, sería una de las cualidades que le llevarían al triunfo. En la cocina no se puede dudar mucho, se prueba y si sale bien estupendo, y si sale mal a fastidiarse. Otra de sus cualidades, que apreciaría pronto, era su exquisito paladar, unido a unas manos de cocinero vasco de toda la vida.

Me preguntó cuándo podría empezar y contesté, al pronto, que ya. Necesitaba comer cuanto antes, no podía esperar al día siguiente. Así empezó la más curiosa asociación en la historia de la cocina moderna. Iñaki Lizorno, as de la cocina postmoderna, y un servidor, as de la cocina integral, mano con mano y codo con codo llegaríamos a transformar la cocina tradicional, base de toda cocina que se precie. En un próximo capítulo les contaré cómo degusté los primeros platos en la cocina de Iñaki. Para chuparse los dedos, pueden creerme.
Continuará.

sábado, 12 de febrero de 2011

LAS HABITACIONES


Nota: Esta sección estará destinada a la vida de nuestros personajes en las habitaciones. Una vez trabajadas las historias en el correspondiente foro y pasadas a limpio se pasarán aquí y quedarán para la inmortalidad.

Adalgisa, pitonisa para todo






NOTA: Creé a Adalgisa para burlarme de todo este mundo surrealista de la videncia, en un principio fue un personaje que pretendía parodiar a las pitonisas televisivas y telefónicas que nos adivinan el futuro por dos duros… bueno, un poco más. Pero luego le tomé un afecto entrañable al personaje, al que fui utilizando para desarrollar con humor cierta etapa juvenil en la que me dedicaba a la astrología, el tarot, el I Ching y todo lo que se terciara. Ello con el objeto sibilino de seducir a chicas, parece que más propicias a estos temas que los “machos” de pelo en pecho. Esto no es totalmente cierto como diría Maribél, la top modél, otro de mis personajes, si apareciera ahora. Debo decir que algo de éxito si tuve puesto que eché el tarot a Conchi, la que hoy es mi mujer, anunciándole la aparición en su vida de un príncipe azul, lo que no le dije es que sería gordo, como así fue.
Como pueden ver de nuevo aparece la figura del narrador que tanta importancia tiene en la biografía de todos mis personajes humorísticos. No sucede así con todos (por ejemplo el telépata loco va narrando su vida a través de cartas mentales) y hay otros muchos que utilizan otros trucos y técnicas diferentes, pero esto del narrador cínico que va a hacer sangre a su biografiado es algo que “me pone” como dice ahora Antena 3.
Con el tiempo les haré llegar algunos de sus estudios astrológicos sobre todos los signos del zodiaco y otras muchas cosas de esta pitonisa insaciable. ¡Quién la iba a decir que un día no muy lejano un astrólogo con ganas de dar la murga descubriría que no son doce signos, sino trece! Escogí la imagen de la negrita zumbona de “Lo que el viento se llevó” porque me pareció una imagen adecuada de Adalgisa, aunque estuve dudando mucho tiempo sobre el color de su piel, su raza, su edad, sus encantos físicos, su… No lo tenía nada claro, y aún ahora tampoco he llegado a una conclusión definitiva. No obstante la imagen de “la zeñolita Ezcal-lata” sigue siendo la que más me gusta de Adalgisa.

ADALGISA, PITONISA PARA TODO.

HISTORIA NARRADA POR EL DETECTIVE ANONIMO QUE TIENE A SU SERVICIO.

Fui contratado por este portento hace ya algunos años, cuando sus predicciones comenzaron a fallar. Me paga bien, me divierte el trabajo y tengo una patrona que no me merezco. ¿Qué más puedo pedir?

Adalgisa es una mujer en la cincuentena. Se ha cuidado mucho, por eso parece más joven de lo que sin duda nos diría su D.N.I. si estuviera a nuestro alcance. Ultimamente la noto un poco rara, tiene reacciones que yo achaco a la menopausia aunque me guardo mucho de mencionárselo. Nadie tiene la culpa de las etapas que la naturaleza nos obliga a vivir y Adalgisa menos que nadie. Es una mujer amable, generosa y bien dotada para el amor. Esto último lo sé muy bien, no en vano llevo algunos años amancebado con ella, como se decía antes, o siendo pareja de hecho, como se dice ahora.

Sus dotes de vidente la vedaron el matrimonio. Era capaz de ver su relación con el pretendiente de turno de aquí a veinte años vista. Demasiado tiempo para que decidiera arriesgare a contraer vínculo. Tuvo sus amantes ocasionales, hasta que yo entré en su vida. A pesar de sus esfuerzos no podía ver nada sobre mí en su bola de cristal; las cartas no decían gran cosa, el I Ching era desconcertante y los astros no sabían qué hacer conmigo. Ese cúmulo de circunstancias la decicieron a liarse la manta a la cabeza y proponerme sexo. También ayudó algo mi cuerpo serrano. Pero no voy a darles detalles de mi anatomía, ni siquiera les diré mi edad aproximada. Recuerden que soy anónimo.

Para sus consultas acostumbra a llevar un vestido azul-cielo, con estrellas, astros, conjunciones, la estrella salomónica de cinco puntas y un compás y una plomada (nunca me ha dicho si pertenece o no a la masonería). Para obtener sus predicciones utiliza la bola de cristal, el tarot de Marsella, el I Ching, hace cartas astrales, lee los posos del café o del té, echa las tabas, interpreta los sueños o cualquier cosa que se les ocurra. La videncia no es una ciencia exacta. Ha tenido etapas y etapas. Hace unos años atravesó su desierto particular. Fue entonces cuando buscó en las páginas amarillas el nombre de un detective que no le diera mal fario. Yo acepté el trabajo como uno más, ni más raro ni más difícil que los otros. La misión que me encomendó fue la de obtener todos los datos posibles de sus clientes habituales y hacer encuestas por la calle para saber qué pensaba la gente de la astrología y otras artes adivinatorias. Recuerdo como algo muy divertido el obtener características de los signos astrológicos preguntando por la calle de qué signo eran los viandantes. Me pasó de todo, hasta cosas buenas.

Si me permiten ustedes voy a sacar a la luz, con permiso de Adalgisa, sus estudios juveniles sobre los diferentes signos astrólogicos. En ellos se nota la rebeldía juvenil que la embargaba por entonces y un ligero mal café, tal vez causado por sus dificultades para obtener empleo. Se dijo que si otros vivían de esto por qué razón no iba a poder hacerlo ella. Se pasó una temporadita hincando los codos y luego se anunció en la prensa. Un poco de parafernalia, mucha psicología y su don de gentes la auparon al carro del triunfo. Todo le fue bien hasta que apareció el desierto y entonces echó mano de este detective. Nos comprendimos a primera vista, nos caímos bien en cuanto nos sentamos en el sofá de su casa y nos amamos a los pocos días. ¿Hay algún mal en ello?. Conmigo no le funcionan las previsiones, pero he sido testigo de aciertos que han puesto lividez en rostros más duros que el cemento. Ni creo ni dejo de creer, tan solo ayuda a mi señora. Aunque sus estudios astrológicos pueden levantar ampollas, a mí no me ofenden y hasta pueden resultar divertidos. Al fin y al cabo eso es lo importante en la vida, pasarlo bien. ¿O no? Permítanme que empiece por mi signo astrológico, tauro. Algunas características coinciden plenamente. Otras no mucho, pero es que están los ascendentes, las casas, las conjunciones, las cuadraturas y otros matices que modifican mucho el signo puro.

INDICE DE DOCUMENTACIÓN






INDICE DE DOCUMENTACIÓN PARA LOS PARTICIPANTES

La documentación se dividirá en varias secciones.

DOCUMENTACIÓN PROPIA DEL TALLER HUMORÍSTICO

Consistente en Test humorísticos; impresos-modelos para la creación de personajes; Manuales para uso del Hotel Monasterio de los disparates; Estudios-ensayos sobre el humor y los diferentes subgéneros humorísticos; Documentación sobre el humor literario en la historia de la literatura; documentación cine humorístico; documentación series de televisión, comedias y humor, etc

DOCUMENTACIÓN SOBRE MIS PERSONAJES Y EL VIEJO TALLER DEL HOTEL DE LOS DISPARATES

En el blog Slictik, el hombre de las mil caras, podrán seguir la historia del antiguo taller del Hotel de los disparates. Para acceder a él pueden cliquear en Slictik, arriba, a la derecha de este blog.

También podrán acceder en este blog al nuevo proyecto inacabado "La Torre de Babel", donde mis personajes, instalados en París, en un rascacielos donado por el millonario Slictik iniciaron una nueva andadura en sus vidas.


DOCUMENTACION SOBRE EL NACIMIENTO Y EVOLUCIÓN DEL TALLER DE HUMOR QUE SE LLAMÓ "EL HOTEL DE LOS DISPARATES"

En el tercer blog, Slictik, podrán seguir el nacimiento de este taller y su evolución a lo largo del tiempo con toda la documentación que tengo sobre el mismo. Podrán leer los manuales, los temas que se trataron, los personajes que fueron apareciendo, los trabajos en foros, en chats, los éxitos y los fracasos, las polémicas, los errores y sus lecciones, etc.

domingo, 30 de enero de 2011

MANUAL DE USO DEL HOTEL MONASTERIO DE LOS DISPARATES



MANUAL DE USO DEL TALLER HUMORÍSTICO DEL HOTEL MONASTERIO DE LOS DISPARATES

REQUISITOS

El taller en esta primera etapa es público y gratuito. Pueden inscribirse poniéndose en contacto a través de este blog o del perfil de facebok Slictikalonsoquijano

PRIMERA ETAPA DEL TALLER DE HUMOR

Una vez faciliten su correo al moderador recibirán archivos documentales sobre humor, creación de personajes humorísticos, archivos sobre el antiguo Hotel Monasterio de los disparates, su forma de funcionamiento y manuales de uso. Recibirán también, y esto es muy importante, diferentes test sobre humor que deberán rellenar con sinceridad. Esto no es solo necesario, sino que yo diría imprescindible, para que el moderador se haga una idea aproximada del tipo de humor que les gusta y qué tipos de personajes serían los más adecuados a su carácter y forma de sentir el humor.

SEGUNDO ETAPA

Quienes deseen ir esbozando o creando ya sus personajes, recibirán modelos de creación de personajes que podrán ir rellenando y remitiendo al correo que se les facilitará.
-Semanalmente el coordinador responderá a sus dudas y corregirá sus ejercicios, salvo circunstancias excepcionales que obliguen a un retraso en estas correcciones semanales.

TERCERA ETAPA

Una vez esbozado o creado el personaje con el visto bueno del moderador podrán pedir comenzar a trabajar en los foros del Hotel Monasterio de los disparates ya abiertos. Serán foros de trabajo, una vez corregidos se subirán al blog abierto con este fin.
-Antes de participar deberán leer el correspondiente manual de uso de los foros y se les facilitará el acceso y registro. Se les darán instrucciones sobre cómo participar y las normas que rigen su participación.

-Cada autor se inscribirá con el nombre de su personaje. Si los personajes son varios se inscribirá tantas veces como personajes, con el fin de que en cada intervención en el foro de sus personajes aparezcan sus nombres y no el de los autores. Estos mecanismos y otros se les facilitarán junto con un manual. Deberán pedir el registro de su personaje, el moderador dará el visto bueno y les indicará los pasos que deben seguir.


CUARTA ETAPA

Una vez hospedados en el Hotel Monasterio de los disparates, y registrados, se les adjudicará una habitación. Mis personajes de recepción les llevarán a sus habitaciones y Alvarito, el botones, les traerán el equipaje en un santiamén.

-En sus habitaciones privadas de este Hotel-Monasterio-restaurante de los disparates, punto de animación cultural, etc, cada huésped podrá contar una pequeña historia de su llegada, hacer sus reflexiones y monólogos mentales y todo lo que les apetezca, para eso han pagado la habitación.

-Quienes no deseen crear sus personajes ni participar en el foro del Hotel Monasterio de los disparates antes del primer taller físico irán adelantando trabajo conociendo cómo funcionaba el antiguo taller del Hotel de los disparates y lo que se espera de ellos y de sus personajes.

METAS DEL TALLER

-Creación de personajes humorísticos, al tiempo que se estudiarán, sobre la marcha, los diferentes tipos de humor.

-Participación virtual a través de Internet en historias humorísticas o relatos en común, donde participarán todos los personajes, con un narrador único, que será el moderador, sin perjuicio de diferentes experimentos sobre narradores múltiples y formas de crear relatos en común.

-En el caso de que se apunten muchos participantes se crearán diferentes grupos, hasta donde sea posible. Los talleres físicos podrían hacerse por grupos a diferentes horas o fechas.

-La intención del moderador es la de que el taller sea anual y tenga la duración de un curso normal de estudiantes, sin perjuicio de talleres extras durante el verano si las circunstancias y el deseo de los participantes lo permitieran.

-Con cada nuevo curso se crearía un grupo nuevo de novatos que comenzarían por el principio, mientras los veteranos seguirían participando en las historias de los foros, pudiendo organizarse foros de primer nivel, segundo, etc según las circunstancias lo aconsejaren.

-A los inscritos se les hará llegar un nuevo manual donde se les darán consejos y normas de participación en los foros, así como las normas que rigen para sus personajes y la responsabilidad del autor si alguno de sus personajes se desmandare, saliéndose del redil e incumpliendo las normas.

-Habrá diversos juegos literarios a lo largo del año, según el número de los participantes y el tiempo de que dispongan.

-El moderador se compromete a sacar del interior de cada participante su veta de humor más pura y al menos un personaje. Caso de incumplir esta promesa llorará amargamente el resto de sus días. Esto será suficiente castigo. Si a los políticos no se les echa de sus poltronas ni con agua hirviendo no creo que fuera justo que al moderador se le castigara de otra forma.

Y nada más, Santo Tomás, el que quiera ver que meta las manos en mi costado y sacará un personaje. ¿Necesitan más pruebas?

sábado, 29 de enero de 2011

Historia cronológica del antiguo taller Hotel de los disparates

Pueden seguirla cliqueando en Slictik y luego en Slictik, el hombre de las mil caras. Esta es la historia cronológica del Hotel Monasterio de los disparates. La he transformado en novela humorística con solo mis personajes ya que no tengo permisos para introducir a todos los personajes que participaron en el antiguo taller del Hotel de los disparates a lo largo de más de cinco años.

Habrá otros archivos con los manuales que se usaron en el hotel y toda clase de documentación sobre cómo se trabajaba y el humor que se hacía.

El Sr. Buenavista, economista



EL SR. BUENAVISTA, ECONOMISTA

NARRADO POR EL ALUMNO MÁS DÍSCOLO DE LA FACULTAD DE ECONOMÍA APLICADA, O SEA YO.

A D. Buenavista, catedrático de economía globalizada aplicada a un mundo globalizado, se le considera, por gente muy sapiente ( mi opinión no vale aunque no me recataré de darla) como uno de los mejores economistas actuales. Actualmente imparte clases en la universidad Muchachuete, además de ser periodista de prestigio y divulgador científico de muchos quilates, presidente que fue en su tiempo del FMI (Fondo Mundial del Interés), ministro de Economía y Hacienda de Isla Buenaventura, un país pequeñísimo que le otorgó su nacionalidad y le contrató como Ministro con la sana intención de que convirtiera su islita en un paraiso fiscal, en el mayor emporio económico del planeta Tierra; escritor prolífico, sus libros –La economía al alcance de todos, Cómo hacerse millonario y no morir en el intento y Manual del pequeño inversor, entre otros muchos- han sido best-sellers mundiales y permanecido en el número uno de los libros más vendidos durante meses, lo que es un hecho único y sorprendente en la historia editorial de los últimos tiempos. Este y no otro es el Sr. Buenavista.

Ahora me permitirán que les facilite algunos datos personales del gran hombre. Casado, con la hija primogénita y heredera de una de las fortunas más importantes del mundo, doce hijos y no se le conocen otras aventuras que las protagonizadas por su yate bautizado como “Economía Sumergida”, abuelo babosón de veinticuatro nietos, de momento ya que espera dos más para este año. Jubilado de oro, aunque continúa dando clases como catedrático honorífico y per vitam aeternam, su trayectoria profesional no tiene techo y no resulta fácil buscar los cimientos de la misma, aunque les prometo intentarlo.

Como antiguo alumno suyo (dejé la economía por imposible, el derecho por imposible y ahora estudio periodismo) les puedo contar muchas y sabrosas anécdotas del Sr. Buenavista con el que sigo manteniendo una buena amistad a pesar de que fui su alumno más díscolo. Tal vez se deba a que él necesitaba un contrapunto a su retórica y seriedad, de todo punto exacerbadas, y lo encontró en el peor economista y el mejor bufón de la facultad. De mi amor por la economía dan buena muestra los panfletos que dejaba anónimamente tirados por cualquier parte, algunos de cuyos ejemplares aún conservo enmarcando las paredes de mi cuarto. Aún recuerdo uno, La vieja foca insumergible, con foto y todo, que a punto estuvo de costarme la expulsión. Menos mal que no pudieron probar nada.

Aprovecho los ratos libres que me deja la redacción de una biografía del Sr. Buenavista, para escribir otra, paralela y no autorizada, menos retórica y más verdadera, con la que pienso salir de pobre si la primera tiene el éxito que espero. La polémica morbosa que producirá la segunda me catapultará a las tertulias del corazón, que es donde está ahora la pasta gansa, puesto que investigando, investigando, he descubierto alguna que otra aventurilla amorosa del Sr. Buenavista, además de hallar unos cuadernillos escolares de este genio, donde esbozó por primera vez su teoría económica, que harán las delicias hasta de los parvulillos.

Puede que este comportamiento no sea muy ético que digamos, pero a quién demonios, perdónenme ustedes, le importa ahora la ética, un invento aristotélico que no tiene el menor sentido en estos tiempos, cuando todo el mundo anda detrás de los intríngulis de la economía para lograr hacerse rico antes de que se cierre el cupo para siempre.

Según una conocida frase del Sr. Buenavista, la economía es el arte de satisfacer al individuo mientras piensas solo en la masa. Me parece una mierda de frase, con perdón otra vez. No imagino cómo el Estado o los Estados van a satisfacerme a mi, si están pensando en las necesidades de un ente abstracto, cuadriculado con las viejas mentiras estadísticas. Pero dejémonos de reflexiones personales puesto que es imposible trazar una buena historia de la economía desde el punto de vista del individuo. Mucho me temo que deberé coger a la masa y fotografiarla en todas las posturas imaginables para hacerme una idea de cómo evolucionó, desde el hombre primitivo que la fiaba a la velocidad de sus piernas y la fortaleza de su garrote, hasta la fragilidad de una bolsa, dispuesta siempre a moverse en dirección contraria al suspiro del último inversor de poco pelo y favorable al especulador maquiavélico.

Buenavista no fue un niño corriente. Estoy convencido que no es cierto eso que dicen, que los genios pasan desapercibidos en la niñez y luego se destapan con estrépito, como una botella de champán, en alguna fiesta de cumpleaños de su edad adulta. Eso lo piensan quienes siguen deseando que los niños sean esos pequeños tontos, que no pueden opinar hasta la mayoría de edad, porque todo lo que piensan no vale un cáscara de pipa. Si alguna vez dejáramos que los niños expusieran sus ideas y todo el mundo los escuchase, estoy convencido de que iluminarían el mundo, como en sus tiempos lo hizo el faro de Alejandría. Buenavista se destacó, siendo un tierno infante, por las prodigiosas especulaciones que anotaba en su libretita sobre la paupérima economía doméstica de sus papás y sobre las miserables propinas que recibía de su mamá. En algún otro momento de esta historia transcribiré fielmente estas especulaciones que fueron la base y cimiento de su aguda visión de la economía doméstica y de la genialidad del ama de casa para aplicar leyes económicas que a un profesional le cuesta años encontrar.

Se cuenta que en una ocasión fue sorprendido en la escuela, por la maestra, emborronando un cuaderno escolar con extrañas anotaciones. Requisado por la susodicha, la pobre mujer lo estudió con gran atención durante mucho tiempo, sin que lograra descifrar un lenguaje tan simple, pero codificado para uso de economistas. Esta anécdota la cuenta Buenavista a sus alumnos cada principio de curso con la sana intención de elevar sus alicaidos ánimos ante tanta matemática y tanta estadística. La economía, les dice, es tan simple como las leyes que controlan el universo. ¿Se imaginan que el universo funcionaría con un número infinito de leyes, combinadas de forma tan inextricable que solo una mente divina pudiera manejarlas?. Con el tiempo todo terminaría por enredarse en un nudo gordiano que solo la espada de Alejandro podría desenredar. Es mucho más fácil que algo funcione basado en una ley de sencillez espartana, que luego se complica para ocultarla a los tontos, que al revés. Así es la economía y su meta a lo largo de la carrera será encontrar esa sencilla ley, utilizarla para ver si funciona, y luego ocultarla con palabras rimbombantes para que un ama de casa no pueda quitarles el puesto de Ministro de Economía y Hacienda.

Todos sus alumnos nos reíamos de semejante estupidez, aunque luego, a escondidas, procurábamos hallar esa sencilla ley con el fin de hacernos ricos cuanto antes y dejar el puesto de Ministro de Economía y Hacienda a las amas de casa. Terminábamos por cansarnos en esa búsqueda del Grial, del elixir de la perfecta felicidad, y con voz amarga y rencorosa le preguntábamos al profesor, al Sr. Buenavista, por esa sencilla ley que domina la macroeconomía. Nunca nos lo dijo. Se limitó a responder que si no éramos capaces de encontrarla por nosotros mismos nos mereceríamos todo lo que nos pasara. Yo también caí en esa tentación durante unos meses, pero luego, como venganza, me dediqué a sabotear sus clases. Buscaba las palabras más coloquiales y desenfadadas para sus tecnicismos; comparaba sus disquisiciones sobre macroeconomía y el futuro de la economía globalizada con los términos más elementales que emplea el ama de casa para convencer a su familia de que debe apretarse el cinturón, y terminaba por hacer reír a toda la clase a mandíbula batiente. Hasta el propio Buenavista se lo pasaba de miedo, aunque lo disimulara tras una expresión de enterrador y subiéndose constantemente el puente de sus gafas. Si le quedaba tiempo tomaba el nudo de su corbata con la mano derecha y movía la cabeza con violencia hacia uno y otro lado. Estos gestos eran signos inequívocos de la violencia que se hacía para no soltar la carcajada. También los empleaba cuando me suspendía, de lo que deduzco la gran tormenta que agitaba su corazón en esos momentos. Deseaba aprobarme pero algo se lo impedía y la lucha se mostraba en manías tan sencillas como ridículas.

Pero permítanme que inicie mi clase particular de economía en el el próximo capítulo. La gente se cansa si piensa demasiado tiempo en una sola cosa y la economía es un verdadero galimatías solo al alcance de mentes privilegiadas. Como la del Sr. Buenavista, por supuesto.


Continuará