viernes, 26 de junio de 2015

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO III




MICRORELATOS DEL INFIERNO V




EL DEMONIO ARREPENTIDO I

En el infierno no hay tiempo, lo que no significa lo que ustedes están pensando, sino lo contrario. Vamos, que el tiempo no transcurre en el Infierno, aunque sí lo hay…Para que me entiendan, es lo mismo que si ustedes recorrieran una gigantesca estación de ferrocarril y vieran todos los trenes, infinitos, que están aparcados en las vías. A nadie se le ocurriría decir que no hay trenes, lo que ocurre, sencillamente, es que no se mueven.

Esto es algo muy difícil de explicar para quien nunca estuvo en el Infierno. No es mi caso, porque invitado por Virgilio y por Dante, y con el visado, autorizado por Satanás y adláteres, en la frente, me dispuse a recorrer todas y cada una de las dependencias del Infierno. Me vestí como si me fuera a la playa de veraneo o al trópico, donde el sol mira y calienta a todo lo que mira. Bajo mi fresca túnica, casi transparente (en el infierno nadie se escandaliza por tonterías) llevo un bañador, o mejor dicho, un tanga, por si hallare alguna piscina que no tenga el agua hirviendo o algún lago escondido al que los demonios descarguen el hielo que les sobra de las bebidas (son todos unos borrachos, créanme).

Como les decía, comprender el concepto tiempo en el Infierno es solo para genios. En cierta manea es parecido a observarla carrera de una liebre desde lo alto. Si eres un halcón tendrás la sensación de que la liebre no se mueve. Si eres una liebre, sentirás que corres como una flecha para que no te pille el halcón, aunqueéste permanezca siempre encima de ti.
Pero dejemos estas comparaciones y metáforas que no nos llevan a parte alguna. Después de observar a los pecadores millonarios en la caldera correspondiente, me dirigí hacia donde Satanás y Luzbel estaban hablando con el mensajero que les había sido enviado desde el cielo. Para que me entiendan, es como si me hubiera subido al vagón de los millonarios y luego bajado y subido al vagón donde el trío charlaba y el aire no se meneaba. Ni el vagón primero se había movido, ni el vagón segundo, ni yo me había movido, ni Satanás y compañía se habían movido. Vamos que no se había movido nadie, y sin embargo el tiempo estaba allí, y para un observador no infernal el tiempo tendría que haber transcurrido necesariamente, aunque no fuera así. Y esto es solo una pequeña muestra de lo que cuesta entender lo que sucede en el infierno.





El ángel celestial enviado para comunicar la buena nueva de que un demonio se había arrepentido se llamaba Miradél. Era la primera vez que algo así sucedía, al menos desde que Satanás y Luzbel tenían memoria y puedo asegurarles que la tenían desde siempre. No, no voy a entrar en su juego y por lo tanto no les intentaré explicar por enésima vez cómo funciona el tiempo en el Infierno. Me limitaré a decirles que nadie conocía el procedimiento o protocolo a seguir en este supuesto, por lo que los jefes demoniacos decidieron invitar cortésmente a Miradél a que les acompañara a la sala del Consejo infernal. Los tres se pusieron en camino (es un decir) formando una estampa neogótica de primera. Los demonios eran negros, negrísimos y con sus alas extendidas parecían cuervos gigantescos o buitres o pajarracos de alguna rara especie. En cuanto a Miradél era blanco, blanquísimo, y con sus alas extendidas semejaba una gigantesca paloma de la paz o un vampiro arrepentido y reconvertido. El ángel blanco iba en medio y los negros a los lados, como si le escoltaran, como si el prisionero fuera Miradél.

Les aseguro que la escena era digna de película, algo así como Matrix o Avatar, sobre el negro horizonte, enrojecido por los fuegos de las calderas, tres pajarracos se mueven –es un decir- hacia algún secreto lugar infernal. En realidad, como ya les he dicho por milésima vez, esto es como subir a un vagón de ferrocarril y ver la escena que se está desarrollando allí, si te bajas, dejas de verla y si subes a otro vagón ves otra escena. Creo que tiene algo que ver con la física cuántica, donde el observador modifica lo observado y donde las partículas pueden estar en varias dimensiones a la vez y la paradoja del Gato de Schrödinger hace de las suyas.

Cansado de contemplar el espectáculo me subí a otro vagón y resultó ser la sala del Consejo Supremo Infernal o el CSI del Infierno. Allí estaban ya reunidos todos los que contaban algo en aquel lugar infernal, que no eran muchos, como sucede en todas partes, incluido el planeta Tierra, donde los que cortan y reparten el bacalao se pueden contar con los dedos de las manos. Sentados a la gran mesa de consejos estaban todos los consejeros, con Satanás a la cabecera, Luzbel a su derecha y Belcebú, a la izquierda, luego seguían por la derecha Samael y por la izquierda… bueno, para qué vamos a seguir, ustedes se hacen una ligera idea.

Satanás se rascaba los cuernos con fruición, porque no sabía cómo enfocar el asunto y los demás, por la cara que ponían, menos aún. Dejó de rascarse el cuerno derecho, estiró el rabo por detrás del asiento, dio un formidable golpe en la mesa y abrió la sesión de esta manera:

-Como todos sabéis ya Miradél, ángel de undécima categoría celestial, ha sido enviado para comunicarnos que uno de nuestros demonios decidió arrepentirse, lo comunicó por vía administrativa y oficial al Cielo y allí comenzaron un largo proceso. Convenientemente interrogado y puesto a prueba, pasados exámenes forenses, recurridas las resoluciones de los tribunales inferiores a los superiores por el Ministerio Fiscal Celestial –el MFC- , el Tribunal Inquisitorial de la Santa Rota, ha dictado resolución inapelable, por la cual el demonio arrepentido es perdonado y autorizado para abandonar el Infierno y entrar en el Cielo. Pues bien, aún no sabemos cómo se llama el demonio arrepentido y estamos en nuestro derecho de saberlo y por otro lado yo aún no he visto la orden de excarcelación, debidamente sellada y firmada.

-Nosotros tampoco, nosotros tampoco…

Se elevó un formidable griterío entre los demonios del Consejo. Todos estaban nerviosos y muy, muy preocupados.

-De acuerdo. Aquí tenéis la orden celestial, debidamente firmada por la autoridad suprema y sellada con el sello celestial de su clase. En cuanto al demonio arrepentido se llama Sloctik, y es de clase quincuagentésimacinco, la última de las existentes y la menor y más vil de todas ellas.

Por la sala del Consejo corrió la orden, escrita en papiro “aeternus”, y todos la leyeron y después de hacerlo se rascaron los cuernos, realmente anonadados. Fue Satanás quien reaccionó y decidió coger el toro por los cuernos.

-Estamos en nuestro derecho de ver al arrepentido y de interrogarle.

-Eso no cambiará nada. Ni aunque pudierais convencerlo, cosa que dudo, el arrepentido debe salir del Infierno, bajo mi custodia. Y si en el Cielo cambia de opinión deberá hacer la correspondiente petición administrativa que seguirá el cauce legal pertinente. 

-Está bien, está bien. Pero queremos verlo y lo vamos a ver. Y en cuanto a si una vez convencido podrás impedir que se quede aquí ya se verá a su debido momento.

Miradél no se anduvo con chiquitas. Se irguió cuan alto era, extendió sus alas cuan largas eran, sacó su espada de fuego de la vaina y la dirigió contra Satanás. Todos los demonios se pusieron en pie a la velocidad del rayo y sacaron sus espadas negras de fuego negro. En ese momento se oyó una voz desde lo alto.

-Aquí comando arcangélico de intervención rápida. ¿Necesita ayuda M-3-X? ¡Conteste, por favor!



Miradél no contestó. Se limitó a mirar a los demonios con mirada de triunfo y sonrisita sardónica. Todos los ángeles negros se sentaron, cariacontecidos. Hasta el último de ellos recordaba la última intervención rápida del comando arcangélico. Arrasaron un montón de calderas y encadenaron al Consejo demoniaco, cada uno a un confesionario, una especie de inteligencia artificial, que no cesaba de pedirles que recordaran sus pecados y se arrepintieran de ellos. También echaron polvos pica a pica a las demonias, sus esposas, en “salva-sea-la-parte”, lo que hizo que estuvieran aullando sin cesar una larga temporada y esto obligó a sus esposos a rascarlas con ternura para poder pegar un ojo de vez en cuando.
Nadie deseaba un nuevo enfrentamiento. Tenían todas las de perder. Se miraron entre sí y Satanás interpretó las miraditas.
-Está bien. Está bien. Nos sometemos. No pondremos impedimento alguno. Aunque sigo insistiendo en nuestro derecho
a mirar cara a cara a ese arrepentido, a ese malnacido y desagradecido que ha mordido la mano que le da de comer.
-Aquí M-3-X. Todo va bien. Ha sido una falsa alarma. Corto y cierro.

Todo el mundo se relajó y Satanás pidió unas bebidas a la servidumbre, demonios castigados por absentismo laboral y condenados premiados por su buen comportamiento en los castigos.

Por cortesía preguntó a Miradél si deseaba algo de beber y este recalcó que no deseaba nada. Eso sí, echó mano a la cantimplora que colgaba de su costado y echó un buen trago de la ambrosía celestial que calmaba la sed y el calor, porque en aquella sala hacía un calor de todos los demonios.

-El demonio arrepentido espera a la puerta. Ya di órdenes, antes de llegar, de que lo buscaran y lo trajeran aquí. Pueden interrogarle cuanto quieran, pero recuerden que la decisión ya está tomada y no se cambia. Deben saber también que no permitiré ninguna clase de maltrato físico o psíquico y cualquier intento de atormentarlo como es costumbre supondrá la incursión de una hueste arcangélica.

Satanás pensó que allí mandaba él y que Miradiél nunca debió atreverse a dar órdenes, aún así calló la boca, como todos, sabiendo que las amenazas del ángel blanco no eran en vano. La puerta se abrió. Un demonio desconocido, anónimo, un proletario del infierno, entró, bajando los ojos con timidez, trastabillando al andar y temblando por todas sus extremidades. Era negro como un tizón, obeso como un tragón, calvo como una pelota de billar negra, con unos cuernecillos timoratos que apenas eran visibles, con alas cortas y encogidas, yo diría que comprimidas a sus espaldas. Hubiera sido un demonio gris, de no haber sido negro, e invisible de no haber estado tan obeso. Se arrodilló a los pies del Consejo infernal y Miradiél lo levantó sin contemplaciones.

-Ya eres un ángel blanco. Representas la dignidad del Cielo. Levanta.

Aquello les pareció muy divertido a todos los demonios y se oyeron grandes carcajadas. Llamar ángel blanco a Sloctik era para tomárselo a chunga.

-Este es Sloctik, ángel de quincuagésimoquinta escala, sus méritos infernales no habrán sido muchos, pero su sincero arrepentimiento ha conseguido el perdón del Altísimo y que se le asigne una morada en el Cielo. La jerarquía que ocupará es algo que nadie sabe, salvo el Secreto, sólo él puede juzgar los méritos de humanos y demonios. ¡Alabado sea por siempre!
Nadie se rió aunque los demonios del Consejo sintieron ganas, como siempre que se hablaba del Cielo y sus habitantes. Satanás echó un vistazo en derredor y viendo que todos estaban de acuerdo en que fuera él quien comenzara el interrogatorio, así lo hizo.

-Sloctik, querido hermano, ¿cómo has podido morder la mano que te alimenta? ¿Cómo te atreves a pensar que en el Cielo serás más feliz y que la diversión y el orgasmo nunca cesarán?

El aterrorizado demonio no se atrevía a levantar la vista hasta Satanás y apenas pudo balbucir algo ininteligible. Miradiél se vio obligado a darle un fuerte pescozón y una patada en el pompis. Entonces Sloctik alzó la vista y respondió sin pestañear a la pregunta.

-No soy tu hermano, Satanás, ni lo he sido nunca. Fui reclutado a la fuerza y llevo toda la eternidad intentando escapar de aquí. La lujuria que se me ofreció da risa. Vosotros os reserváis siempre las mejores carnes desnudas y a mí se me ofrecen las sobras, condenadas, feas y beatonas de tres al cuarto, y a menudo ni eso. En cuanto a los banquetes que se me prometieron son indigestos y asquerosos. En el infierno nunca se comió bien, todos los alimentos quemados o churruscados, las bebidas calientes, hasta las cervezas en verano, y qué decir del género, estropeado, maloliente. ¡Alguien ha podido pensar que un gourmet como yo podría satisfacerse con tan poco! Y en cuanto a mi asignación a los tormentos de los condenados nunca se aceptaron mis peticiones. No se me ha permitido torturar a Hitler, Stalin y los suyos. No he podido tocar a los millonarios más canallas, porque a pesar de no servir de nada el dinero en el infierno son unos lameculos profesionales de primera categoría y a cambio de besaros el culo a vosotros les habéis proporcionado lo mejor del infierno y librado de mis garras.

Alguno hasta se ha dejado sodomizar por altas jerarquías, cuyo nombre no voy a mencionar aquí. Sí, porque entre vosotros hay sodomitas, y a pesar de que en el Infierno eso no es pecado, se avergüenzan de serlo. Ni siquiera se han contestado a mis informes sobre la necesidad de un tormento psicológico, sutil y efectivo, y no esta mierda de calderas que solo calientan el cuerpo y a veces ni eso. Mi petición para que se formara una comisión, con el fin de estudiar la posibilidad de reimplantar la reencarnación, único tormento que me parece justo y rehabilitador, no solo no fue tenida en cuenta, sino que apareció en el boletín mensual de chorradas infernales y todo el mundo se burló de mí hasta que le vino en gana…
Y aquí Sloctik no pudo contener la emoción y se echó a llorar como un bendito, porque en el Infierno nadie llora. Lo que le sirvió al mismo tiempo para tomar resuello tras la larga parrafada. Satanás tenía el rostro como un tomate, no se sabe si por el calor o por la vergüenza, y los demás rechinaban dientes y daban pezuñazos en el suelo. Lo hubieran torturado allí mismo, de no ser por Miradiél, que había desenvainado la espada y les miraba muy fieramente.

Continuará.

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO II

EL INFIERNO ECONÓMICO










Los pecadores económicos, es decir los que han sido condenados por motivos relacionados con la economía, tales como la especulación, la insolidaridad, la avaricia, etc. Etc. Deben, antes de entrar en la sección a ellos destinada, atravesar la gran caldera. Es grande, muy grande, enorme, gigantesca, y en ella se van quemando, de forma constante, grandes cantidades de fajos de billetes, nuevecitos y de curso legal, por supuesto.

Un observador ingenuo –aún quedan muchos, incluso en el infierno- podría llegar a pensar que los pecadores económicos están recibiendo un trato de favor o que incluso han comprado y corrompido a los demonios que tienen al cargo su sección, hasta llegar a las jerarquías más altas, el ínclito Satanás, pongamos por caso.Sin embargo un testigo imparcial que permaneciera allí, en el hall, sentado tranquilamente en el suelo, y observando el espectáculo, pronto se daría cuenta de que en realidad la caldera del infierno económico es la más terrible de todas las calderas. Así al pronto parece un jueguecito inocuo. Los pecadores entran en la caldera y el fuego de la combustión de los billetes apenas consigue cosquillearles las plantas de los pies o las palmas de las manos. Cierto, si eso fuera todo el tormento que reciben el trato de favor sería evidente. Un tormento de este calibre haría reír a cualquier pecador y le reafirmaría en proseguir su camino a la perdición. En cambio el diseño de esta caldera es una de las obras maestras infernales, el producto de un genio metafísico.


Quienes allí entran se olvidan de todo lo que no sea intentar hacerse con un fajo de billetes antes de que llegue a chamuscarse en el aire o a quemarse en el suelo metálico. Se obsesionan con ello. Llegan a oprimir los fajos entre las palmas de sus manos ahuecadas, para evitar de esta manera que llegue hasta ellos el oxígeno, perfecto catalizador de la combustión. Si esto no les da resultado, que nunca se lo da, comienzan a sacudir los fajos de billetes contra la piel de sus cuerpos desnudos. Lo único que consiguen de esta manera es quemarse ellos y dejar sobre su piel marcas como de latigazos de fuego. También acostumbran a saltar en el aire. Los fajos de billetes caen del cielo y no es que el cielo quiera premiarles su arrepentimiento y buena conducta, no, lo que ocurre es que los demonios encargados de alimentar la caldera, empujan cada cierto tiempo, con sus horcas buenos fajos de billetes, nuevecitos y de curso legal. ¿De dónde los sacan? En el infierno se bromea con que los jerarcas están conchabados con los Bancos Centrales o con los especuladores más activos del planeta Tierra.

Yo, desde luego, no lo sé. ¿Chi lo sá? Me temo que nadie. Es un auténtico misterio.





Pues bien, como les decía, los pecadores económicos están muy atentos y cuando cae un buen montón de fajos, saltan como si tuvieran muelles en los pies o fueran campeones del mundo de salto de altura y se hacen con un fajo volador. Esto no les sirve de nada, ya que el dinero se incendia en cuanto llega a una cierta altura por encima de la caldera. Ni siquiera los muy altos o los mejores saltadores pueden permanecer por encima de ese nivel el tiempo suficiente hasta que la ley de la gravedad produzca su consabido efecto, así en la tierra como en el infierno.

¿Para qué quieren el dinero estos pecadores económicos? ¿Para comprar a Satanás y a sus demonios? No son tan tontos, aunque lo parezcan, y puesto que comprar a quien te suministra dinero para que lo compres es una estupidez y ellos lo saben, con toda seguridad no lo hacen por ese motivo.

¿Intentarían ustedes corromper a un Banco Central de un poderoso país ofreciéndole una propinilla? Bueno, es mejor olvidarse de esta comparación, porque en los tiempos que corren puede suceder cualquier cosa, hasta algo así. ¿Acaso lo desean para comprar a otros condenados? ¿Qué podrían obtener a cambio? ¿Entonces? No le den más vueltas a la cabeza, simplemente les puede el ansia. Ansia de poder, de riqueza, de placer, de dominio sobre sus semejantes, avaricia acumulando cosas para un futuro imposible… Su ansia no tiene límites. Si ustedes fueran tan ansiosos como ellos, ¿despreciarían hacerse con uno de esos fajos de billetes que caen del cielo? 

Todos los pecadores y condenados tienen un tiempo,fijado de antemano en sentencia, para permanecer en las calderas de las diferentes secciones del Infierno. Luego pasan al interior de cada sección y allí siguen el programa de tortura y tormento establecido meticulosamente en sentencia. Los demonios de la entrada se burlan de los condenados y les pinchan con las horcas mientras piensan algo así como: “Pasa que cenas”.

Absolutamente todos los pecadores salen de estas calderas perdiendo el culo, es decir tan deprisa que la parte delantera casi pierde a la trasera, aunque esto parezca imposible. Claro que esto no cuenta para los pecadores económicos, quienes permanecen allí aún mucho después de escuchar la campana de aviso que solo oyen los que han cumplido el tiempo programado. Continúan allí, erre que erre, empecinados, ansiosos, babeando por un maldito y mísero fajo de billetes. En todas las secciones los demonios encargados de las calderas poseen látigos de diferentes texturas y formatos. Los emplean para impedir que los condenados salgan de las calderas antes de tiempo.En cambio en el infierno económico no son necesarios. Quiero decir que no son necesarios para impedirles salir antes de tiempo, porque muchos demonios encargados se sienten tentados a emplearlos con los pecadores para hacerles salir por la fuerza de la caldera de billetes quemados e impedirles permanecer allí más tiempo tras al toque de campana. No lo hacen porque les divierte más contemplar el espectáculo de estos pobres ansiosos.





Los látigos de la sección económica son un tanto peculiares, están hechos con fajos de billetes comprimidos y enlazados hasta alcanzar la dureza de una barra de hierro. Su entrelazamiento es de una exquisita factura artesana, haciendo que el filo de algunos billetes, tan cortante como una cuchilla de carnicero recién afilada, les corte la piel como hacen las chapitas convencionales en los látigos de siete puntas. Dejan la piel como si millones de diminutos arados mecánicos hubieran pasado y repasado ese campo mil veces.

¿Quieren creerme si les digo que estoy convencido de que de haberse empleado una sola vez ese látigo, el pecador o pecadores azotados no hubieran salido de la caldera a pesar del severo castigo y hubieran continuado por todos los medios a su alcance obtener su tesoro, su lindo tesoooorooo, el fajo de billetes nuevecitos y de curso legal?
Ustedes pensarán, si son muy candorosos –haberlos “hailos” hasta en el infierno- que todos los pecadores económicos son millonarios, multimillonarios, Cresos, Midas, capitalistas salvajes, especuladores sin entrañas, etc. Etc. Pues no, se equivocan. Se calcula que al menos un 50% está formado por clase medio baja, proletarios “mileuristas” y pobres de solemnidad. Creánme, el ansia no respeta a nadie. Hay quienes han perdido la decencia, la humanidad y la menor capacidad de ser solidarios y empáticos a cambio de poco, de muy poco, más bien de nada, unos ahorrillos que les permitan comprarse un chalecito de bajo standing o un coche de alta gama o simplemente tener una cuenta en el banco e ir a ver cómo crece todos los días, como si fuera una plantita.

El ansia no perdona a nadie. Existen avaros proletarios que son mucho peores que los avaros ricos, capaces de negar un “bocata”a un muerto de hambre, cuando al rico ni siquiera se le ocurrió pensar en ello, entre otras cosas porque le gusta ir en limusina o jet privado con los cristales entintados y así no se ve un muerto de hambre sino es en la televisión, a lo lejos. Lo cierto es que el dinero no influye mucho en el ansia y es más fácil que ésta se despierte y abra sus fauces si estás todos los días en contacto con el sufrimiento ajeno que si te sirves un güisqui de veinte años en el bar de tu limusina y acaricias el muslo de una prostituta de lujo (los pecados van siempre a pares y en algunos casos a docenas).





Se preguntarán ustedes cómo pueden caber todos en esa caldera, por muy grande que sea. Pues bien, les diré que siempre hay un espacio para un nuevo pecador. Tal vez se deba a que hasta el ansia se acaba agotando alguna vez o a que la caldera es mucho más grande de lo que un espectador frío y objetivo podría imaginar. Eso sí, espectadores hay muchos, desde demonios con vacaciones o licencias para asuntos propios, hasta condenados con permiso de salida de fin de semana gracias a su buena conducta, quienes acuden hasta aquí y se quedan horas y horas observando la caldera. En el infierno no hay tanta diversión como algunos piensan, aparte de los consabidos shows de tortura y tormento, y ésta sin duda es la mejor diversión de que se puede disfrutar en el infierno. La lujuria cansa y aburre al cabo del tiempo, en cambio el regocijo que sienten los pecadores que nunca pudieron disfrutar en su vida anterior de una situación económica “aceptable”, no termina nunca cuando observan dónde y cómo acaban los “ansiosos”.

Permítanme que me explaye un poco sobre las supuestas diversiones del Infierno. Se dice que el Cielo es muy aburrido y que no merece la pena sufrir tanto en vida para irte de vacaciones a un paraíso donde al cabo de una semana ya estás bostezando. En cambio los pecadores, condenados y demás ralea canalla tienen mucha suerte, porque tras una vida en la que se han dejado llevar por todas las pasiones, sin el menor control, terminan en una especie de “pub de verano tórrido”, con mucho alcohol, desnudos por doquier, lujuria y orgía perpetua, diversión asegurada y masoquismo gratis para todo el mundo durante etapas marcadas a látigo en la piel.

Para empezar a la entrada del pub hay un letrero de neón que dice: “Vosotros que entráis perded toda esperanza”. O dicho en italiano, en el original, puesto por un tal Dante, cuando estuvo dando una vueltecita por aquí, acompañado por su amigo Virgilio. “Voi qui entrati, lasciate omnia speranza”. O algo parecido, que este narrador fue español en su vida terrena y de idiomas ni “papa con tomate”, ni inglés ni mucho menos italiano, aunque me hubiera gustado aprenderlo para hablar con un millonario de aquella nacionalidad que anda de caldera en caldera, acaba de salir de la caldera económica cuando ya está en la caldera lujuriosa, con los espermatozoides hirviendo hasta el cuello. Me disculparán pero no recuerdo su nombre.
Creo que fue un tal Georges Bernanos –me perdonarán si lo pronuncio mal, porque tampoco estudié francés- quien dijo que el infierno era dejar de amar y que el hastío de la vida es el tormento más terrible, el pecado que uno nunca se perdona. Bueno, pues aquí hay hastío por un tubo, del que uno puede beber como de una cañería surtida a perpetuidad. Desconozco si el cielo es peor, porque nunca estuve allí, aunque no pierdo la esperanza de que mis buenas acciones
(tal como la de narrar lo que ocurre en el infierno para que los pecadores terrenos y aún vivos puedan corregir su vida, tirando de la brida hasta que el caballo se espatarre en el suelo) me lleven al paraíso y se lo pueda contar alguna vez, si es que es posible encontrar el último lindero de esta llanura oscura y bien caldeada.

Procuren no dejar llevarse por el ansia de conocer qué les espera a los pecadores económicos al salir de la caldera, porque no hay nada peor que el ansia, pueden creerme, y hasta es posible que con el tiempo pasen de espectadores a participantes. Les diré tan solo, para abrir boca, que el primer tormento que les espera a estos repugnantes pecadores es el juego de la bolsa. ¿En qué consiste? Ya les he dicho que controlen su ansia.

Lo que sí puedo decirles es que tal vez solo haya algo peor que el ansia, el hastío. Es como un polvillo en el aire, entra en tus pulmones sin que te apercibas de ello y te putrefactas por dentro, como les sucede a los “silicosos”
o mineros del carbón que padecen “neumoconiosis” o silicosis. Es por ello que muchos condenados se vuelven “majaras”, como becerros que llevaran un cencerro al cuello y fueran dando la murga por todo el Infierno. Por suerte alguien pensó en ello y creó una sección especial, denominada “Frenopático infernal”.

Pero esa es otra canción que ya les cantaré en otra ocasión, con voz destemplada, desesperada e hiriente. Recuerden que no deben dejarse llevar por el ansia. Todo llegará. Les prometo que comenzaré mi canción tan pronto un pecador económico salga de la caldera de los fajos de billetes. Eso llevará un tiempo que me permitirá contarles otras cosas.

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO

DEDICADOS A MAYTE, QUIEN ME ANIMÓ A ESCRIBIR MÁS MICROS. ME ACABO DE ACORDAR DE QUE TENÍA ESTOS PERDIDOS POR AHÍ

EL INFIERNO





JUAN CANALLITA

Tras pasar por todos los tormentos del infierno, Juan Canallita Irredimible, fue citado ante el consejo de administración, presidido por el Gran Satanás.

-Es usted el malo más malo de todos los malos que han pasado por el infierno. Ningún tormento ha surtido el menor efecto en usted. Hemos pensado que al menos eche aquí una manita. Ha sido asignado como ayudante sin cartera de Belcebú, el tonto más tonto de todos los tontos del infierno. No le hemos expulsado del infierno porque el fogonero mayor nos pidió que se lo asignáramos como ayudante.

Ya en su cubículo, con calefacción central, Juan Canallita Irredimible se frotó las manos. No niego que sean malos, que lo son, pero tontos, lo que se dice tontos, lo son un rato. De haberme mantenido aislado un par de días más hubiera reconocido todos mis pecados y hasta los que nunca llegué a cometer… por falta de tiempo y me hubiera arrepentido de ellos para siempre. La soledad es el único tormento que siempre hizo mella en mí. Ahora al menos tendré a ese tonto de Belcebú para echar una parrafadita de vez en cuando.





EL INFIERNO DE LOS LUJURIOSOS

En el centro del infierno una enorme caldera de espermatozoides hirviendo acogía a los grandes pecadores lujuriosos.

MESALINA





Al llegar al infierno el Consejo Supremo de Justicia infernal, presidido por el ínclito Satanás, decidió que la nueva penada, de nombre Mesalina, antes de ser entregada al verdugo pasaría un tiempo al servicio de dicho Consejo. Había causado tal sensación que la decisión fue unánime, caso raro.

Durante un periodo de tiempo indefinido –en el infierno no hay tiempo- fue violada brutal y persistentemente por todos los consejeros, después de que su presidente se hubiera cansado de ella.

Todos se sorprendieron mucho de que la tal Mesalina, en lugar de chillar y pedir compasión, solicitaba más y más y nunca se cansaba. Al fin, agotados todos ellos, decidieron entregarla al verdugo. Este, enterado de lo que se comentaba había hecho con ella el Consejo, decidió aprovecharse, pensando que Mesalina no elevaría queja alguna, como así fue. Terminó tan agotado que en venganza –se había vuelto impotente- la sometió a todos los tormentos del infernal lugar, empezando por los peores y terminando por los más terribles.

Asombrado elevó un informe al Consejo.

“La tal Mesalina parece no sufrir con los tormentos que se le han administrado hasta ahora. Al contrario, gime, pero como si la poseyera un placer infernal. Solicito instrucciones”.

El Consejo, reunido en sesión urgente y sumaria, deliberó hasta que a un listillo, siempre los hay, se le ocurrió mirar la ficha de la penada, pensando que el error procedía del archivero (él deseaba ocupar ese puesto tan poco trabajoso).

-Creo que el error procede del archivero, dijo, nadie llega al infierno sin una ficha detallada de sus vicios y debilidades.

El Consejo pidió la ficha y tras mirarla atentamente uno tras otro, todos dijeron: No se menciona para nada que sea resistente al dolor y al tormento. El archivero no tiene la culpa de nada.

El supremo Satanás se limitó a darle una ojeada por encima.

Cuando estaban a punto de firmar denegando la petición del demonio listillo para reemplazar al archivero, Satanás se levantó y con gran pompa dijo: Me avergüenzo de vosotros, merecéis que os destine al cielo. ¿Qué pone aquí? “Adicta al sexo, a cualquier clase de sexo y a todas sus formas y manifestaciones? ¿Acaso el masoquismo no es una clase de sexo?
Satanás decidió que al archivero fuera sustituido por el demonio listillo y abrió una deliberación sobre qué tormentos se deberían aplicar a la tal Mesalina.

DON JUAN EN LOS INFIERNOS




EL INFIERNO DE LOS LUJURIOSOS 



Al llegar al infierno Don Juan aceptó impertérrito que le hundieran la cabeza, con el resto del cuerpo, en aquella caldera de espermatozoides hirviendo. Tampoco se quejó de que a continuación le pusieran a remojo en las calderas de Pedro Botero. Su inación tenía como causa la profunda desesperación en la se había sumido al imaginar que sería castigado a pasarse el resto de su vida en la eternidad sin una pizca de sexo.

Por eso se sorprendió cuando no habiendo finalizado aún las veinticuatro horas prometidas, fue sacado de la caldera por un par de demonias de poca monta. Tomándole por los sobacos y extendiendo sus alas le trasladaron en volandas hasta un lujoso despacho, o más bien, un inmenso salón donde las principales demonias del infierno parecían haberse dado cita. Allí estaba Satanasa, la mujer de Satanás, de quien se decía que era la verdadera gobernanta del infierno y su marido un calzonazos, un títere, un hombre de paja, que se limitaba a andar con mucho cuidado entre las calderas para no quemarse el culo. Allí, a la derecha de Satanasa, se encontraba Luzbella, la más hermosa demonia que verían nunca los ojos libidinosos de Don Juan. Su hermosura era tal que al famoso pervertido, una leyenda entre los vivos, el miembro viril se le puso tan enhiesto que provocó aparatosas risas entre la concurrencia. Y a la izquierda de la gobernanta en la sombra del Infierno, y mordiéndose las uñas con fruición, los ojos de Don Juan contemplaron, curiosos, a Belcebusa, la esposa de Belcebú, de quien se decía que había sido la causante de que su amado esposo cayera en desgracia. Debido a las infidelidades de su esposo, Belcebusa intrigó hasta conseguir que fuera considerado el más tonto entre todos los demonios tontos del infierno y se le destinara a tareas bajas y humillantes.




Don Juan fue obligado a arrodillarse ante tan selecta concurrencia y así dio comienzo a la rueda de preguntas:

-Parece usted hundido en la más abyecta de las miserias, Don Juan. Hemos recibido informes de su sorprendente mansedumbre en los tormentos. ¿Qué le ocurre? ¿Acaso considera que cualquier castigo carece de importancia, salvo la privación de relaciones sexuales?

Hubo risitas entre la concurrencia. Quien había preguntado era Satanasa y su voz no era precisamente amable.
Don Juan aceptó las burlas y el tormento de permanecer allí, ante tan hermosas mujeres, aunque fueran demonias, hundido en la desesperación y sin atreverse ni a tocar el bajo de sus vestidos de seda transparente, ni a imaginar sus nalgas prietas entre las que brotaba el típico rabito juguetón de los demonios y demonias del infierno.

Como no contestara se produjeron más risas y una voz venenosa como la de una serpiente de cascabel, propuso:

-¿Por qué no lo sumergimos en una caldera de pez hirviendo, como si fuera un yakusi, y le permitimos que repase su vida depravada pervirtiendo ingenuas mujeres? No creo que existiera mayor tormento para él.

Era la voz de Samaela, la mujer de Samel, uno de los más retorcidos demonios del Consejo de Administracción infernal.

-Se me ocurre algo mejor. Pido vuestra autorización para torturarle esta noche en mis aposentos.

Quien así había hablado era Luzbella y se produjo un gran escándalo, como de gallinero infernal. Todas deseaban hacer lo mismo, ser las primeras en torturar al famoso pecador. Por fin Satanasa golpeó la mesa con un gran falo de metal. Se produjo un gran silencio.

-Vamos chicas, os comportáis como candorosas colegialas. Habrá para todas y habrá tiempo suficiente para que cada una lo torture a su gusto y gana. Pero puesto que Luzbella ha sido la primera en ofrecerse como “verduga” que sea ella la que inicie la ronda. Se levanta la sesión.

Y aquí hizo un discreto guiño a la concurrencia que pasó desapercibido para Don Juan, hundido en la miseria, mirándose la punta del pie desnudo, por si se estuviera formando la temida pezuña.

Dos demonias de baja estofa, proletarias del infierno, tomaron a Don Juan por los sobacos y lo elevaron en el aire con ayuda de sus alas negras de cisne perverso. El pecador fue trasladado a los aposentos de Luzbella, de los más lujosos de aquel hotel tropical, muy cercanos a los conductos de ventilación y a los ascensores y montacargas que comunicaban el Infierno con el Purgatorio y el Cielo y por donde descendían y ascendían virtuosos o pecadores, cuyas sentencias habían sido revisadas por un tribunal superior. Su absolución o condena, según los casos, le obligaba a cambiar de destino, y así pecadores que llevaban una larga temporada siendo torturados debían ser puestos en libertad y conducidos al cielo, y al revés.

Las dos demonias aterrizaron justo ante la puerta que solo se abría con las huellas digitales de Luzbella o Luzbel. Allí esperaron a que la patrona llegara, burlándose de Don Juan, exhibiendo con todo descaro la desnudez de sus sexos y azotándole suavemente con sus rabitos juguetones, enseñándole sus nalgas prietas e invitándole a tocarlas.

Por fin apareció Luzbella, quien con un gesto despidió a sus empleadas y agarrando a Don Juan por el brazo lo invitó a pasar al otro lado de la puerta que se deslizaba sobre sus goznes. El pecador quedó deslumbrado ante el lujo del apartamento. Eso no le impidió escuchar como un suave aleteo que venía del exterior. Todas las demonias del Consejo de Administracción femenino del Infierno acababan de aterrizar ante la entrada. Replegaron sus alas, se hicieron signos de silencio con un dedo en los labios y cada una ocupó su posición frente a los ojos de buey acristalados del apartamento. A través de ellos podía contemplarse con toda nitidez el gran lecho del apartamento. Don Juan no Hubiera podido ver nada, de haber mirado, porque los cristales eran espejos para quien mirara desde el interior, y en cambio cristales transparentes para quien observara desde el exterior.

Don Juan, el gran pecador, observó, pasmado, cómo Luzbella se desnudaba, dejando que las sedas que cubrían la perfección de su cuerpo demoniaco cayeran al suelo enmoquetado. El rabito que afloraba entre sus nalgas se puso enhiesto y comenzó a buscar en el aire el rostro compungido y pesaroso de Juan, hasta alcanzarlo en una caricia cosquilleante. Luzbella no tuvo que desnudar al pecador, porque en el Infierno todos los pecadores iban desnudos. Eso sí, le hizo pasar al yakusi y allí le obligó a rascarse la piel de la pez que tenía pegada hasta que quedó satisfecha del color rojizo que adquirió, debido a que en el infierno todo hierve, hasta el agua del yakusi de Luzbella.

Así comenzó para Don Juan la más extraña y lujuriosa aventura que nunca se atrevió a imaginar. No podía creer que toda la tortura que se les había ocurrido a aquellas inteligentes demonias fuera el obligarle a poseer sus hermosos cuerpos desnudos, con juguetones rabitos entre las nalgas. Se empleó a fondo y disfrutó como nunca había logrado disfrutar, ni con las más tiernas novicias. Luzbella fue apasionada y terrible, amable y cariñosa, siempre insaciable. Agotado, a Don Juan se le cerraron los ojos y cuando, aliviado, se entregó en las garras del sueño reparador sufrió de incontables pesadillas.
Una tras otra, Samaela tras Belcebusa, y tras esta Satanasa y tras ella todas las demás, aterrizaban sobre el lecho y plegaban sus alas. Sus cuerpos desnudos se restregaban contra el cuerpo del dormido Don Juan y sus sexos brillantes destilaban a chorros un extraño elixir afrodisiaco que siempre conseguía reanimar el miembro del pecador, hacer afluir sangre caliente a su complejo venoso y estirarlo hasta alcanzar el dolor del desmembramiento.

Pero no lo desmembraban las demonias, no, ¡qué más hubiera podido desear Don Juan!, sino que se lo introducían en sus ardientes cuevas y allí lo mantenían hasta que agotadas de tanto juego y galopada concedían el turno a otra demonia, quien volvía a repetir el mismo proceso. Don Juan gritaba de placer, cuando alcanzaba el orgasmo, y gritaba de dolor cuando su miembro, agotado y encogido, se reanimaba con aquel prodigioso elixir. Y las pesadillas se encadenaban, una tras otra, sin un segundo de alivio, sin un momento de reposo.

Y cuando creía morir de placer o de dolor, cuando su corazón parecía próximo a reventar, un nuevo aleteo sobre el lecho abanicaba su rostro y aquel elixir demoniaco que brotaba del sexo de aquellos monstruos lo resucitaba y reanimaba. Don Juan deseó despertar de aquella pesadilla infernal y tanto lo deseó que al fin lo consiguió.

Cuando despertó estaba en el lecho, abrazando el cuerpo desnudo de Luzbella, quien aún dormida jugueteaba con su rabito, que se erguía de entre sus nalgas, justo un poco por encima de aquel orificio de suaves paredes y músculos de hierro que Luzbella le había obligado a penetrar, sujetando su pene con su rabo, como una tenaza sujeta un clavo.

Don Juan acarició el cuerpo de Luzbella, acarició su rostro bello y besó sus labios de calidez infernal. Pellizcó, lujurioso, su rabito y entonces la mujer abrió sus tiernos y azules ojos y le observó curiosa.

-¿No has tenido aún bastante, Don Juan, gran pecador?

Y su risa cristalina se expandió en el aire. Otras risas hicieron coro, y Don Juan, ahora más despierto y lúcido de lo que nunca estuvo, pudo ver cómo el techo del apartamento se abría, deslizándose sobre sus goznes, y de la noche oscura bajaron, aleteando sus alas, todas las demonias del Consejo, desnudas y hermosas, rientes y fieras. Se abalanzaron sobre su cuerpo y en una orgía desenfrenada e infernal desmembraron su cuerpo y de cada parte desmembrada hicieron brotar un clon del pecador, y todos aquellos clones estaban unidos por la misma e idéntica consciencia y todas aquellas consciencias poseían el mismo cuerpo desnudo, con un miembro erecto que era posesión exclusiva de una demonia. Y ninguno de los miembros clónicos de la consciencia individual podía encontrar reposo porque el jugoso elixir que brotaba del sexo de las demonias lo hacía resucitar una y otra vez. Y las demonias a su vez se clonaron y luego se juntaron en un único cuerpo monstruoso y enorme, con tantos sexos como demonias y tantas cabezas, pechos, brazos y piernas como Satanasas, Luzbellas, Samaelas, Belcebusas y demás ralea infernal.

Y Don Juan suplicó que le devolvieran a las calderas de pez hirviendo y al potro del tormento y al rechinar de dientes en la oscura soledad exterior. Y lloró y gimió y se arrepintió de todos sus pecados y de cada uno de ellos. Pero nada consiguió sino que un orgasmo tras otro le hicieran hipar de pánico y la postración subsiguiente a cada orgasmo era tan dolorosa como placentero el orgasmo. Y no había reposo ni descanso, ni muerte definitiva. Y cada demonia satisfacía sus infernales instintos y entregaba su cuerpo con deleite sin fin y movían sus rabitos entre sus nalgas como los desesperados tentáculos de un pulpo infernal buscando comida para su insaciable boca.

Y Don Juan se dijo que el tiempo estaba de su parte y solo tendría que esperar a que las demonias se satisfacieran de una vez. Entonces le dejarían en paz y regresaría a sus tormentos habituales.

Se oyó una risa sideral, compuesta de todas las risas de las demonias, expandiéndose por todo el infierno, y los pecadores que estaban siendo atormentados levantaron la cabeza y se estremecieron. Y los demonios del Consejo se miraron mientras extendían sus alas y salían volando. En el aire se encontraron Luzbel y Satanás.

-Ya te dije que no podrían resistir la tentación. Nunca debimos hacernos cargo de Don Juan. Si me hubieras hecho caso aún estaríamos recurriendo, tribunal tras tribunal, y ese estúpido pecador residiría en el Purgatorio, en prisión provisional. Ahora ya es demasiado tarde. No podremos arrebatarles su presa y ese pobre pecador acabará castrándose con un hierro candente en cuanto consiga librarse de ellas… si es que lo consigue. ¿Y qué me dices de nosotros? Seremos el hazmerreir de todo el infierno. Deberíamos ir buscando a otro playboy, a otro seductor famoso, puede que mientras consigan una sentencia de muerte de las Parcas podamos todos descansar una temporadita. Llevo un mes sin pegar ojo.

Y Satanás se encogió de hombros. Luzbel tenía razón, pero ya era demasiado tarde. Nunca aprendían de sus errores. Allí nadie era capaz de aprender la lección.

Mientras el enjambre de demonios volaba al rescate de Don Juan un mensajero volaba al encuentro de Satanás. Por primera vez en el Infierno, en toda su historia, un demonio se había arrepentido y esperaba el indulto que llegaría de un momento a otro. ¿Se estaba acercando el fin de los tiempos?