lunes, 29 de abril de 2019

LOS MANIFIESTOS DE LA MENTE ENMASCARADA.COM








MANIFIESTOS DE LA MENTE ENMASCARADA.COM

Cuando allá por los años noventa me conecté o enchufé por primera vez a la Red, a Internet, me sentí tan perdido como una hormiga en una cacharrería, que seguro que está más perdida que un elefante. Los de mi generación no nacimos con un Ipod en lugar de chupete, nos lo tuvimos que currar y sudamos tinta de calamar para poder manejarnos con el ordenador. Entonces tenía tanto miedo de Internet como si fuera una selva y yo un bóvido tonto, presto a ser depredado por cualquier depredador que pasara por allí. Hoy día lo sigo teniendo, pero es otra cosa, ya nada te asusta, tienes experiencia suficiente como para saber que si no puedes entrar en tu correo electrónico es que se ha colado un hacker.

De los hackers-mates hablo en una de mis sagas humorísticas, así como de mi vida en el chat, donde nada más entrar alguien dijo que había un pelo en la sopa. Era algo que no podían saber porque no tenía cámara web ni sabía que era eso. El que se me estuviera cayendo el pelo era algo íntimo, muy íntimo. Confieso que yo era tan ingenuo, tan, tan cándido, que ahora mismo me estoy poniendo colorado como un tomate al recordarlo. Con decirles que incluso llegué a pensar que el correo electrónico era cosa del demonio, pura brujería, porque solo tenía que escribir una carta y sin necesidad de ponerle un sello podría llegar a todos los habitantes del planeta. Aquí me pongo las botas, pensé, voy a mandar mis textos a todo el mundo y no podrán evitarlo. ¡Santa ingenuidad! Tuvieron que decirme que eso ya estaba inventado y se llamaba spam.

Al recibír como spam los manifiestos de la mente enmascarada.com, supuse que se trataba de un locuelo ingenuo como yo, que pensaba que podía cambiar el mundo con sus panfletos, manifiestos y demás morralla. La Mente enmascarada.com no existía como tal página web ni como nada, era un invento de mi remitente. Leyendo sus manifiestos, panfletos o como se les quiera llamar, me asusté un poco, bueno, bastante. Fue por eso que los dejé archivados en alguna parte. Ahora, por casualidad, porque el destino quiere perderme, los acabo de encontrar, y me he dicho: ¿Y si los actualizo? ¿Y si digo que son míos? ¿Y si los publico en el periódico digital de mi amigo?

Tengo miedo. Me tiemblan las piernas, que diría el bueno de Rambo. Voy a terminar encausado por decir cosas que en realidad no digo yo, sino que dijo un anónimo enmascarado que debió creerse El Zorro, El Coyote, Batman, o cualquier otro superhéroe enmascarado. Es por eso que advierto que no soy responsable de estos manifiestos…bueno un poco, lo mismo que los que transmiten las famosas fakes news, que no tienen ninguna responsabilidad porque no las han escrito, solo las transmiten. Por cierto que como no sé inglés el “fakes” me sonaba obsceno hasta que descubrí que era aún más obsceno de lo que pensaba. En fin, Serafín, que me tiro a la piscina, aunque no tenga agua. No sé si empezar por el manifiesto “Por una nueva ética en la política” o por “Por una nueva ética en las relaciones sociales” o por “El paleto y la ecología” o tal vez “El movimiento se demuestra andando”. Todos son arriesgados, pero el de la ética en la política tal vez sea más arriesgado que ninguno. Pues vale, comenzaré por darme un tiro en la cabeza y luego me lo daré en los pies.

domingo, 21 de abril de 2019

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO XI



CAPÍTULO III

DE CÓMO PACO SANCHO FUE NOMBRADO DELEGADO DEL GOBIERNO EN LO QUE CREYERON UNA ÍNSULA Y RESULTÓ SER LA FINCA DE UN POTENTADO BROMISTA

CONTINUACIÓN

Dice el cronista de esta historia, Cide Hamete Benengeli, que la misma se desarrolla por los años sesenta de esta era, es decir cuando España gobernaba una dictadura y nuestros personajes habían regresado de USA, la tierra de los sueños, la cuna de la civilización hippie, la fuente y surtidor del capitalismo. En aquellos tiempos no existían inventos tan prodigiosos, sin duda nacidos de la malevolencia de algún mago malo, muy malo, como el teléfono móvil que se puede llevar a todas partes para que allí donde estemos podamos ser incordiados y a su vez incordiar a todo el mundo. Es por eso que de acuerdo a la documentación que poseo debo enmendar la plana al cronista y convertirme en historiador serio y sesudo. En realidad esta historia no se sabe muy bien cuándo se desarrolla, aunque sí dónde. El bueno pero confuso Cide debió poner la fecha por poner algo, porque toda historia debe ser fechada, es decir situada en el tiempo, y también en el espacio, para que todo el mundo tenga un motivo para creerla, porque si ocurrió aquí y hace dos, tres décadas o las que fueren precisas, la gente se deja convencer más fácilmente que si se dijera, por ejemplo, que estos hechos ocurren no se sabe dónde ni cuándo, entonces todo el mundo piensa en cuentos para niños y consejas de abuelas. Debo poner en solfa la versión de Benengeli y situar esta historia justo cuando se popularizó el llamado móvil, que nunca fue tan móvil como lo fuimos nosotros, no tenía patas ni ruedas y se conformaba con ir a donde lo lleváramos. No voy a dar años ni décadas para no tener que enmendarme luego, si sienten tanta curiosidad pueden consultar la Red y hacerse una idea de la fecha en que comenzó y prosiguió esta historia, que no será tan errónea como las fechas que se dan para el nacimiento, vida y muerte de los personajes históricos de hace siglos e incluso más actuales, porque la horquilla puede variar tanto que hasta se come la vida de los biografiados, puesto que unos dicen que nacieron donde otros que murieron.

Y dicho esto, debo proseguir la historia diciendo que Paco Sancho, tras haber echado unas lagrimitas de persona sensible, recordó que su amigo el ventero tenía a su vez otro amigo, el de la tienda de artesanía y recuerdos, quien a su vez conocía a un personaje importante. Ni corto ni perezoso buscó su teléfono móvil en sus alforjas y tras encontrarlo lo activó y marcó el número de su buen amigo el artesano, quien contestó tan rápido como si hubiera estado esperando su llamada. De ahí el preámbulo, introducción, prefacio proemio, exordio, prolegómeno o prólogo a mitad de capítulo, porque había que explicar un desfase grave en la crónica de Cide Hamete Benengeli. Esta fue la conversación documentada como si Paco Sancho hubiera activado el botón de grabación sin darse cuenta, porque era bastante lerdo en el uso de artilugios modernos.

-¿Eres tú, amigo Sancho? Llevo días esperando tu llamada, querido amigo. Alguien me dijo que habíais vuelto por estas tierras, tú y tu inseparable Quixote, y como no me llamabas supuse que te habías olvidado de mí.

-No, no es así, amigo Juanito, pensaba hacerlo nada más tomar tierra en un puerto del norte, pero estos artilugios, a quien Dios confunda, no son lo mío, solo cuando me llaman a duras penas consigo devolver la llamada.

Paco Sancho estaba mintiendo, algo que nunca le pareció mal cuando podía librarse de entuertos a través de la mentira, el engaño o haciéndose el despistado. Su amigo Juanito o Juan Perez de Viedma, aristócrata venido a menos, como bien lo dice la partícula “de” algo parecido a la “von” alemana que el mismísimo Beethoven intentó hacer pasar por noble, lo sabía muy bien, pero hizo como que se lo tragaba.

-No te preocupes, Sanchico, que sé muy bien lo manazas que eres. ¿Cuándo vendrás a verme y a disfrutar de unas buenas migas con vinillo de la tierra?

-Ahora mismico lo haría si pudiera. Que unos “civiles” nos han pillado a Luis Quixote y a mí en una carretera secundaria adelantando a un tractor y nos han multado, nos han quitado los puntos y han precintado nuestras caballerías. Y aquí nos han dejado tirados, sin poder movernos ni patrás ni palante. ¿No tenías tú un amigo potentado metido a político? Necesitamos que alguien poderoso nos eche una mano y podamos seguir camino, al menos hasta el siguiente pueblo.

-Así es Sanchico, por suerte mi amigo potentado ahora ocupa el puesto de gerifalte máximo de la Dirección General de Tráfico y además se encuentra en una finca celebrando con los amiguetes no sé qué acontecimiento feliz. Dime dónde estáis y hablaré con él para que os eche un cable.

Sanchico se lo dijo y quiso la coincidencia que la finca no estuviera muy lejos. Juanito Perez de Viedma le aseguró que iba a llamar a su conocido en cuanto colgara, pero antes le hizo prometer que le visitaría en cuanto saliera del paso. Lo que juró y perjuró Sancho haciéndole saber la inmensa deuda que tendría con él de por vida. Colgó su amigo, aconsejándole que no se moviera de allí ni un pasico y allí quedaron, Luis Quixote apoyado en el tronco de una encina, con la mirada perdida en el cielo, como si por el aire pudiera aparecer su amada Dulcinea, en un carro tirado por caballos alados, y Paco Sancho, también mirando al cielo, suplicando que todo saliera bien o quedarían allí tirados de por vida. Sancho no era muy religioso que digamos, pero cuando se enfrentaba a las tragedias de la vida, que no pueden ser superadas sino a través de milagros, podía rezar y suplicar como una beatona y prometer lo que fuera. En aquella tragedia en concreto prometió y juró ponerse a dieta durante una quincena, no comiendo más que los frutos de la tierra, es decir, verduras, pisto manchego, frutas y ensaladas. Eso sí, no se atrevió a jurar que no bebería vinillo de la tierra, sabedor que sería la única forma de trasegar a palo seco aquellos alimentos, sabrosos como el pisto, pero poca cosa para un tragón como él, que podía comerse un buen plato de pisto, pero como acompañamiento a duelos y quebrantos, caldereta manchega, jamón y queso y los sabrosos platos de caza de la tierra.


Mientras prometía y juraba no dejaba de caminar por el arcén hacia un lado y hacia otro, sin alejarse mucho de sus caballerías. Paco Sancho se sentía raro, como nunca lo estuviera en su vida, le hormigueaban los pies, las manos, le picaba la cabeza, y sus ideas iban y venían sin aquietarse en parte alguna. Le parecía un milagro haber hablado con su amigo Juanillo sin trabucarse y con resultados muy positivos, de hecho lo había hecho mucho mejor que de haber estado en su habitual sentido, es decir, quieto, tranquilo, con dificultad para pensar y tratar con personas. No sabía a qué podía deberse aquel agitado estado de ánimo en que se encontraba, ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de que las malditas hierbas de Quixote hubieran caído en su comida y se las hubiera trasegado o embaulado sin encomendarse a Dios ni al diablo. A veces se encontraba bien, ligero como un pájaro, otras se notaba pesado y con ganas de vomitar, lo que hizo un par de veces en la cuneta. Esperaba que su amigo cumpliera su palabra y enviara pronto refuerzos al rescate que sin poder evitarlo se los representaba como antiguos hijosdalgo, marqueses o condes, vestidos a la antigua usanza, que llegaban hasta ellos en una linda comitiva de caballerías bien enjaezadas, carros con bellas damas, criados, palafreneros y todo lo que hubiera en las comitivas antiguas que no había leído tanto como su amo. Entre la realidad y la fantasía, a veces se dejaba llevar por una y otras veces por la otra, a veces luchaba por mantenerse a este lado y otras se dejaba llevar al otro sin oponer resistencia. Pensaba en las ínsulas de las que le había hablado su amo y se veía gobernando a cristianos y paganos mucho mejor de lo que lo hacían los políticos, lo que no era difícil, aunque no caía en ello. A veces caía en un vacío estático y se quedaba de pie, sin mover un dedo, con la mirada perdida en cualquier parte. Cualquiera que les hubiera visto, a él y a su amo, perdidos en distancias infinitas, habría dicho aquello de “¡vaya cuelgue que tienen esos pájaros”, por ejemplo. Pero no pasaba nadie por aquella desierta carretera y siguió desierta durante un tiempo que aquellos dos pájaros nunca pudieron contabilizar.

Al cabo de un tiempo, fuera el que fuese, apareció por la derecha una comitiva compuesta de algunos vehículos de alta gama, una grúa suficientemente grande para llevar a dos Harley Davidson, mucho más para una y un ciclomotor o vespino. Les acompañaban algunos motoristas, un descapotable donde reían varias damas y dos guardias civiles motorizados, uno por delante y otro por detrás. En cuanto llegaron se detuvieron frente a las dos estatuas humanas y de un mercedes bajó un bien trajeado hombre de mediana edad, canoso y con pinta de marqués, conde o grande de España. Se dirigió a los dos hombres y se puso a hablar con ellos, como si pudieran entenderle. No fue así, Paco Sancho había entrado en una especie de trance y aunque sus ojos podían ver la comitiva, su mente los había transformado en gentes de otra época, dueños de una gran ínsula de la que él sería gobernante, porque el fuerte brazo de su amo así se lo conseguiría, como se lo había prometido. Entre su mente delirante y sus emociones completamente descolocadas e ingobernables no podía articular una palabra, a pesar de intentarlo con gran voluntad. En cuanto Luis Quixote su mirada no percibía las cosas de este mundo sino de otro, interior e inescrutable.

El gran señor, que no grande porque no era muy alto, ni muy robusto, ni muy nada, tan gris como su traje, viendo el panorama se acercó a la grúa y pidió a los empleados que procedieran a subir las motos con cuidado, porque parecía que iban a desmoronarse y volverse polvo en cualquier momento. En cuanto a los dos hombres que no se movían pidió ayuda a cuatro hombres jóvenes y fortachones, bien vestidos, con gafas de sol muy oscuras y auriculares en las orejas, lo que les catalogaba, para cualquier entendido, como guardaespaldas o matones. Despojaron a Paco Sancho y Luis Quixote de sus pertenencias, que fueron guardadas en el maletero de un todo terreno y dos a dos se los llevaron en volandas. Más fácil lo tuvieron los que se encargaron de Quixote que parecía una pluma al viento, pero al final ambos estuvieron sentados en la parte de atrás de un gran descapotable conducido por un melenudo y su novia, supuestamente, quienes dieron unos cuantos gritos apaches, manifestando lo felices que se sentían de haber hallado semejante tesoro, con el que se divertirían a lo grande esa noche. El resto de la comitiva se acercó al señor del mercedes y hablaron largo y tendido de la fiesta que les esperaba y de la diversión caída del cielo que daría momentos de gloria.

En cuanto las motos estuvieron en el camión grúa y todo el mundo preparado para regresar a la finca los guardias civiles motorizados cortaron la circulación, por si acaso, porque no pasaba nadie, y todos dieron la vuelta con harta dificultad porque el ancho de la carretera era el que era. Entre sonidos de claxon, gritos por las ventanillas abiertas y frenazos y acelerones la comitiva se puso en marcha y de esta forma nuestros personajes, con las miradas perdidas en horizontes perdidos y los pocos pelos que aún tenían en su cabeza sacudidos por una ventolera repentina que aún era peor en el descapotable, fueron acercados a una gran finca vallada, entre mucho arbolado y césped bien cuidado, y en mitad de ella un enorme caserón con torreones, como imitando los castillos medievales o más bien las mansiones de los potentados de nuestro Siglo de Oro. Desde lo alto de una almena sonó algo así como un cuerno de caza o una trompeta, que ambas posibilidades les parecieron aceptables a Quixote y Sancho, que con aquel sonido empezaron a despertar de su letargo, no así de su delirio que se acentuó.





jueves, 18 de abril de 2019

LA REBELIÓN DE LOS LIBROS XV

ENLACE PARA DESCARGAR LA REBELIÓN DE LOS LIBROS, LIBRO I, EN PDF

https://drive.google.com/open?id=1aYVBI-F-YaD2TSAs8IEs-V9faIW9Jfj7




Tuve tiempo sobrado para revisarlo todo de Torre de Babel, un robot que comenzaba a caerme simpático, a pesar de su fealdad y de ser un monumento erigido a la megalomanía de Slictik, un escritor detestable, narcisista y que nunca terminaba sus obras, tal vez por vagancia, esperando que las remataran otros, o porque era incapaz de hacerlo, sumergido en sus delirios de escritor genial que iba a pasar a la historia de la literatura como el más prolífico de todos los escritores habidos y por haber. Su ingenuidad superaba el ridículo, porque si aquel hombre del que la humanidad hubiera podido prescindir, terminaba pasando a la historia, con mayúscula o con minúscula, sería por su condición de millonario excéntrico, el más excéntrico de todos los millonarios, algo que no era mérito suyo porque sus millones los había logrado de la forma más mezquina, con un braguetazo. Situé programas de control ocultos en lo profundo de aquella mente artificial, loca y disparatada, y así tuve muchas garantías, nunca se tienen todas cuando se trabaja con una mente, artificial o natural, de que llegado el momento Torre de Babel cumpliría la misión a que había sido destinado, que no era la de servir de voceras en el tiempo a la obra inconclusa de un creador demente.

El millonario Slictik durmió el día, la noche, y al día siguiente se despertó hambriento. Pidió que le llevaran a la cama un chocolate con churros y que le pusieran música de jazz, algo que no soporto por las mañanas, por lo que me dediqué a hablar con los técnicos, algo que me agradecieron porque hasta recibir las nuevas órdenes de su patrono estaban mano sobre mano, muy aburridos. Así pude enterarme de que si bien casi todos los esfuerzos estaban dirigidos a la perfección y remate del más avanzado robot que vieran los siglos, también existían otros proyectos, dirigidos en secreto por alguien al que llamaban el profesor Cabezaprivilegiada, con quien no conseguí hablar a pesar de intentarlo con todo tipo de triquiñuelas. Slictik se levantó tarde y danzando como un trompo muy gordo. Parecía el hombre más feliz del mundo. Bailó con todas las mujeres del búnker al compás de diferentes canciones que debían haber sido preparadas con antelación por un pinchadiscos oculto; pidió a Torre de Babel que recitara alguno de sus textos, gracias a Dios no los dramáticos, y al final de la aburrida representación fue felicitado efusivamente por el robot, seguramente preparado por un ingeniero informático pelota. Slictik me pidió que subiera al estrado y les hablara de mis planes para su robot. Hice el paripé de exponer algunas ideas que se me habían ocurrido, supuestamente desde que estaba allí, muy avanzadas para aquel presente, pero totalmente desfasadas para mi época, y rematé con la sugerencia de que mejoraran el rostro y el diseño del cuerpo robótico, me parecía feo, y así lo dije sin ambages. Se hizo un sólido silencio hasta que Slictik comenzó a reírse a mandíbula batiente y a bailar sobre las puntillas de sus pies, lo que le llevó al suelo y tuvieron que levantarlo entre varios. Una vez autorizado el refocile todo el mundo se tronchó de risa. Cuando al fin llegó la calma Slictik agradeció mis buenas intenciones, pero no se iba a cambiar el físico de Torre de Babel, su clon, así era él, Slictik, feo, gordo, repelente y mala persona y eso no lo iba a cambiar nadie, ni siquiera yo, el mago de la informática.

En esas quedamos y antes de la comida nos fue proyectado un documental sobre la vida secreta de Slictik, sus proyectos más secretos, sus sueños más ocultos y una despedida, en forma de réquiem, en la que el millonario se despedía de todos nosotros, de su ex esposa, de su familia, de sus amigos, supuestos o reales, de los monjes, que le habían acogido con tanto cariño, y de la humanidad en general. Iba a morir, pero no como todos, sería pronto y nadie se iba a enterar, ni siquiera nosotros. Hasta su muerte nadie saldría de allí y una vez fallecido si todos los objetivos se habían cumplido seríamos puestos en libertad y podríamos hablar de lo que quisiéramos, porque ya sería tarde, la humanidad seguiría un curso prefijado, que nadie podría cambiar, y Slictik pasaría a la historia con dos caras, como Jano, una la que quisieran ponerle los historiadores o la gente corriente, y otra la que su fiel y amado robot, hijo queridísimo, Torre de Babel, no se cansaría de pregonar allí donde se dijera algo de él. Una especia de biografía autorizada que estaría siempre presente en cualquier historia que se escribiera sobre él, como la contraparte inevitable.

Observé caras muy largas cuando dijo aquello de que nadie saldría de allí hasta su muerte. Seguro que todos pensaban que a pesar de lo poco que el millonario se había cuidado, de lo gordo que estaba, de su colesterol altísimo, de su elevado nivel de glucosa, de su úlcera, de sus problemas respiratorios y todo lo demás, incluida su edad, todos pensaban que a pesar de ello bien podría vivir mucho tiempo, demasiado, porque bicho malo nunca muere, un refrán popular que a mí me ponía el vello de punta. Yo me reí para mis adentros, a mi no podría retenerme, e incluso estuve tentado de marcharme “ipso facto” pero quise permanecer allí al menos durante el banquete, que esperaba disfrutar, y el tiempo necesario para observar las reacciones de Torre de Babel a mi algoritmo oculto que nadie más podría detectar. Luego ya vería si conseguía convencer a Slictik de que me dejara acompañarle de vuelta al monasterio, porque aunque no lo había dicho, daba por seguro que regresaría para morir allí. Hay “gente pa tó” como dijo el torero, según me informaron, pero Slictik era justo lo que faltaba para que no hubiera huecos, allí donde nadie se atrevía a pisar.
El banquete no me decepcionó ni creo que decepcionara a nadie. Al menos el millonario Slictik no era tan mezquino como otros millonarios que no voy a mencionar, comió lo que comimos todos, elevó el menú hasta los cielos en lugar de bajarlo hasta los infiernos, solo porque fueran a disfrutar de él los proletarios, pelagatos y pelanas de este mundo. No voy a concretar el menú para no darles envidia, solo decir que al pareceré Slictik celebraba sus cumpleaños como si cada uno de ellos fuera el último, comía lo mejor de lo mejor, bebía los vinos y licores más exquisitos y siempre encargaba al chef un postre que no fuera muy dulce, pero sí creativo y sabroso. Los vinos y licores fueron los mejores del mundo según cualquier entendido. Todos acabamos borrachos, salvo Slictik a quien los buenos caldos afectaban de una manera muy peculiar y no se sabía muy bien qué palabra del diccionario debería emplearse para describir su situación física y mental. Habló por los codos y hasta por las orejas, desvelando sus más secretas y repugnantes intimidades entre risillas cínicas. Convencido de que nadie saldría de allí hasta después de su muerte, se permitía lujos que ningún ser mortal se permite mientras está vivo, incluso aunque sepa que va a morir mañana. También lo llaman estirar la pata. Me encanta el refrán que dice que a burro muerto la cebada al rabo. Adoro este lenguaje chabacano de este tiempo. En el mío todo esto se ha perdido y cuando alguien quiere divertir a sus invitados con algunos chascarrillos, ordena s su robot-bufón que se invente algunos. Son malos, muy malos, malísimos. Incluso mis algoritmos, los mejores entre los más buenos, sin falsa modestia, no han logrado que las mentes artificiales disfruten del humor al estilo humano. No hay manera. Mucha matemática, mucha lógica, mucha técnica, pero no hay un solo precedente de que un robot-bufón haya inventado algo tan simple y por otro lado tan chabacano, como el del burro muerto, la cebada al rabo. Es que me encanta. Ya lo habrán notado. Ni siquiera Torre de Babel, tan bien programado, incluso antes de que yo interviniera, le llegará nunca a la suela de los zapatos a Slictik, un humorista tan detestable que no tengo palabras para describir su humor.

No describiré la tardecita que nos dio el millonario, borracho perdido, por llamar de alguna manera a los efectos de los alcoholes que había trasegado. Ni aunque fuera mi peor enemigo llegaría a tanto por mucho que lo odiara. Baste decir que aquel cumpleaños de nuestro entrañable megalómano superó a todos los precedentes, y no voy a decir que también los futuros, porque no puedo desvelar si el millonario Slictik llegó o no al siguiente cumpleaños o estiró la pata -¡qué expresión más plástica, me encanta!- en su celda monástica, en solitario o rodeado de amables monjes cantando gregoriano.

Debo terminar este prolijo relato que ya se ha alargado en exceso, diciendo que el millonario Slictik no cenó porque se quedó dormido o sufrió una apoplejía, algo que no sé, porque su camarilla de médicos, también llamados matasanos -¡qué florida expresión-  lo llevaron en volandas a la enfermería y de allí a la cama, por lo que supongo que no fue nada grave. Sobre ella, la cama, permaneció la noche y el siguiente día. Y como su resaca parecía ir para largo, como comentaba todo el mundo que siguió la fiesta y se comió todas las viandas en varios días, terminando los sabrosos caldos y licores, decidí no esperar a que Slictik recobrara su juicio, si algo así era posible, y sin despedirme de nadie y de forma subrepticia  subí a mi artilugio temporal y me trasladé en el tiempo, dejando allí a semejante caterva de tontos del culo, y perdonen la expresión, a quien no echaría nunca de menos.



REGRESA EL VERDADERO NARRADOR

Esto fue lo que me contó y narró Karl Future. No voy a decirles cuando ni como, porque si ustedes están totalmente perdidos en el tiempo, un servidor de ustedes aún lo está más con tanto trasiego de viajes en el tiempo. Baste con que sepan que me sentí muy aliviado de no verme obligado a viajar una vez más para asistir a otro esperpéntico cumpleaños de ese personaje indeseable llamado el millonario Slictik, que de no ser por documentos históricos fehacientes que obran en mi poder, jamás hubiera imaginado que realmente existió en un remoto pasado de la especie humana. Tal parece inventado por una mente febril, hasta arriba de coca y anfetaminas –drogas superadas en estos tiempos en los que un robot puede inyectarte una mezcla de ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos, mientras te lee alguna historia relajante e imaginativa- si es que aquellas drogas caducas producían semejantes efectos, que lo dudo.

Para ustedes, bienaventurados que no sufrieron el más terrible invento de la especie humana, resultará incomprensible que este narrador haya viajado en el tiempo a innumerables cumpleaños del millonario Slictik durante lo que dura una celebración del día del libro, y eso que estamos por la mañana. No, no les voy a desvelar si tuve que viajar más veces para más cumpleaños, o me libré de ello porque Slictik estiró la pata. Y aquí estoy plenamente de acuerdo con Karl Future y su encantamiento por estas expresiones populares y chabacanas que utilizó la raza humana en un pasado divertido como hay pocos.

Disfruté extasiado de la belleza de Elizabeth, de su adorable discurso, que me mantuvo en un relajante duermevela que no me impidió observar lo que ocurría a mi alrededor, y puedo decirles que el algoritmo de Karl Future nos salvó a todos, a toda la especie humana, de un sangriento e implacable final. Que un solo robot y tan disparatado como Torre de Babel nos ayudara a sobrevivir es algo que dice mucho de la genialidad de Future. Pero eso no se lo voy a contar en este momento, esperaré al próximo día del libro, cumpleaños del millonario Slictik, y aunque hubiera o hubiese estirado la pata antes de su siguiente cumpleaños y este narrador no tuviera o tuviese que viajar de nuevo en el tiempo, voy a partir esta narración en tantos días del libro como quedan desde el año 2019 hasta el año 3001 de nuestra era, o seáse, el presente actual. Sé que soy un sádico, jeje, pero así soy yo. Lo que si les ruego encarecidamente es que lean, lean mucho, disfruten todo lo que puedan de la lectura… de libros de papel y no se les ocurra ni tomar en sus manos un libro electrónico, porque estos artilugios los carga el diablo. Se comienza con un libro electrónico y se termina con un robot-libro que les lee los libros sin tan siquiera tener que pasar las hojas. Ignoro si de haber leído más los robot-libro no se hubieran rebelado. Como en todas las épocas, hay muchos, más de la cuenta, que compran libros para decorar estanterías y no leen ninguno y compran también libros electrónicos para que no les consideren unos desharrapados, como a todos aquellos que no tienen su móvil moderno, su ordenador de última generación y su televisión por cable. Que por lo visto, según me contó Karl Future, en aquellos aciagos pero divertidos tiempos, un mendigo, un clochard, podía dormir sobre un cartón en la acera, pero eso sí, todos tenían su móvil por si les daba el pampurrio y tenían que llamar a urgencias. ¡O tiempos, o mores! Ustedes lean, lean mucho, diviértanse y sobre todo lean libros de papel, a lo mejor hasta cambiamos el pasado y nos libramos de la rebelión de los libros. Que ustedes lo pasen bien, que nosotros las estamos pasando canutas, con perdón.





lunes, 15 de abril de 2019

LA REBELIÓN DE LOS LIBROS XIV




Así pude enterarme de las miserias y mezquindades de su vida en el monasterio. Con ello no buscaba satisfacer mi morboso deseo de conocer las debilidades de un millonario, algo que todo el mundo ha sentido a lo largo de la historia, no así en lo referente a la intimidad del común de los mortales, proletarios y desheredados de la fortuna, cuyas vidas no interesan, no han interesado y nunca interesarán, ni siquiera en el futuro, mi presente y el futuro que vendrá desde mi presente. Es injusto, lo sé, pero no pude evitar dejarme llevar por el morbo, algo que me permitió acceder a datos que si bien en su mayoría eran irrelevantes, otros, en cambio, resultaron, a la postre, muy prácticos para afrontar ciertos vericuetos del futuro que nunca está escrito, no nos olvidemos, y menos cuando tú estás actuando en el pasado, presente para ti.

Tras la cena nos retiramos a la celda, la del millonario Slictik, que me permitió quedarme a dormir en el suelo. Hubo un poco de mala leche, mal café y ningún croissant en el desayuno, pero lo que nunca supo el bueno del millonario Slictik, que durmió como un tronco, roncando como una locomotora vieja y asmática, es que yo llevaba la cápsula del tiempo, invisible y levitando sobre mi cabeza, como un caracol lleva la casa a cuestas y allí, invisible para los ojos de la carne, dormí, cómodo, relajado y a salvo de cualquier asalto. Por la mañana tuve que despertar a Slictik que continuaba roncando. Como ya era tarde para sus planes, decidió no desayunar y tras vestir un cómodo chándal salimos al exterior donde ya llevaba un rato esperando el bueno del chofero Baldomero. Iniciamos el camino hacia su laboratorio y en cuanto Slictik terminó de despertar se puso a charlar como un sacamuelas. Antes me hizo un preámbulo un tanto surrealista. Por lo visto le importaba un pito que todo el mundo supiera de sus intimidades más íntimas y miserables porque iba a morir muy pronto, tanto que no sabía si al final acabaría conociendo a su hijo predilecto, el robot Torre de Babel. No le importaba contarme todas las mezquindades de su vida, porque como iba a morir…Me temo que esa no era la única razón, yo intuía ya que no iba a salir del laboratorio, por lo que Slictik no sentía la menor preocupación de que contara lo que él me iba a contar a los cuatro vientos. Como ya había previsto semejante reacción, el millonario era muy predecible, mi casa-caracol y cápsula del tiempo, levitaba sobre la limusina de Baldomero, invisible y segura, no caería sobre el vehículo y nuestras cabezas, así la atacara un ciclón.

El millonario Slictik comenzó a hablarme de su proyecto de robot literario como hablaría un profeta de la misión que le fuera encomendada por el mismísimo Dios. Solo que en este caso el dios era el propio Slictik, dios y profeta en uno. Estaba obsesionado con pasar a la posteridad por algo bueno, porque por algo malo seguro que ya pasaría. Lo dijo con un cinismo que me hizo temblar. Sin duda era un hombre vanidoso, narcisista, megalómano y con un punto de psicopatía realmente peligroso. Consideraba su obra literaria lo mejor de sí mismo, lo que no solo es discutible sino que podría ser lo contrario, que fuera lo peor de sí mismo. Pretendía la creación de un robot con materiales indestructibles, salvo que fuera atacado con un racimo de bombas atómicas, H, o lo que se inventara, sino se había inventado ya. Eso no le importaba mucho porque si no quedaba ningún humano para alabar su magna obra literaria, la supervivencia del robot le importaba un comino, y no estaba dispuesto a crear una nueva humanidad de robots indestructibles que sobreviviera a cualquier guerra nuclear y se expandiera por toda la galaxia, siguiendo el sueño de Asimov.

De estos proyectos megalómanos pasó a su vida privada, contándome intimidades que estoy seguro no había contado a nadie más. Es más que posible que el tiempo que llevaba aislado en el monasterio sin hablar, salvo a escondidas y con algún monje de moral laxa, porque todos seguían la famosa regla de “ora et labora et taces”, le estuviera llevando a hablar por los codos, con los codos, y sin parar. También el madrugón, porque al parecer dormía hasta que le despertaba el hambre. Yo escuchaba pasmado sus confidencias. Una alarma saltó en mi cerebro, porque un millonario como Slictik no cuenta sus intimidades a nadie sino está pensando en encerrarlo en un búnker para siempre. Puse en modo activo la comunicación con mi artilugio para viajar en el tiempo, por si necesitara salir pitando y sin hacer stop. No voy aquí a desvelar todas estas intimidades, ni siquiera alguna. Es lo que tiene el tiempo que una vez pasado el suficiente a nadie le interesa nada de la intimidad de los que vivieron en el pasado, ni siquiera a los que pasaron a la historia, ni siquiera a los historiadores que se centran en los grandes “fechos” que diría Don Quijote, pero a quienes importa poco cómo eran estos personajes en la intimidad, al contrario que al común de los mortales que nos importa un comino sus grandes hazañas pero nos entusiasmaría saber cómo eran en las distancias cortas. Nos lo imaginamos, visto lo que dice la historia, pero no tenemos confirmación.

El búnker slictiano estaba a una distancia suficiente como para que me pudiera contar su vida íntima en cien capítulos y un prólogo. Me sentí tenso, agobiado, desesperado, prisionero de un señor feudal de horca y cuchillo, sudé resquemor por todos los poros y cuando iba a decidirme a llamar en mi ayuda al artilugio para el viaje en el tiempo y largarme con viento fresco, llegamos al búnker y todo se precipitó, ya no tuve tiempo para nada que no fuera centrarme en lo que estaba pasando. El chofero Baldomero aparcó la limusina en un valle rocoso cercano a un paisaje desértico donde ni los coyotes se molestaban en aullar, y tras abrir la puerta al millonario, quien me la abrió a mí, con gran sorpresa por mi parte, tocó algo en una roca, salió una cámara como el cuco de un reloj de cuco, le examinó la retina y silenciosamente comenzó a abrirse la pared de roca, lo mismo que en la cueva de Aladino.



Una rampa bien asfaltada penetraba en el interior de la roca. El millonario Slictik me pidió que volviera a subir a la limusina, él hizo lo mismo, y con el chofero Baldomero al volante penetramos en el búnker como si fuéramos los reyes del mambo, en expresión coloquial facilitada la IA conectada  a mi oído por un implante cloquear en el interior de mi oreja. Slictik me miraba, deseoso de advertir mi pasmo ante semejante obra de ingeniería. Tuve que disimular aunque aquella magna obra o magnum opus no le llegaba ni a la suela del zapato a cualquiera de las “parvi operis” de mi tiempo.

La limusina fue aparcada en su plaza de garaje correspondiente, garaje repleto de toda clase de vehículos necesarios para una evacuación veloz y de maquinaria imprescindible para el funcionamiento del laboratorio. Un poco más allá, en un hall circular, suelo y estatus de mármol de Carrara, limpio y brillante como una patena, le esperaba una comisión de personajes y personajillos, lameculos de vocación, que se inclinaron ante Slictik, prodigándole toda clase de bienvenidas y halagos. El millonario me miró, me presentó a sus monaguillos, y les pidió que iniciaran ipso facto una completa y detallada inspección de las instalaciones. Así lo hicieron situándose en una comitiva perfectamente jerarquizada, los primeros delante y al lado de Slictik y los segundones a la cola. La inspección duró menos de lo que yo esperaba porque nuestro simpático millonario corría que se las pelaba –expresión facilitada también por la simpática IA- a pesar su obesidad grasosa y poco ejercitada. Hice ver la impresión que me producía con sonidos expresivos tales como Oh-Oh, Ah-Ah, y varios más, puse caras tan expresivas como efusivas, entusiastas y vehementes que el rostro de Slictik era todo un poema de satisfacción. En realidad y con mucho disimulo yo buscaba posibles salidas, cámaras de seguridad, medidas de seguridad, guardias de seguridad y todo aquello que me permitiera intuir los detalles ocultos que los locuaces monaguillos no me iban a decir.

Llegados al descomunal y desmesurado laboratorio nos pusimos todos las batas, lo que no las llevábamos puestas, batas blancas por supuesto, y al entrar en su interior el millonario Slictik se nos adelantó a todos, a pasitos tan cortos como veloces y se fue directo a un robot que permanecía recluido en una jaula de cristal a prueba de misiles, tocó algo en su reloj de pulsera y un cristal se deslizó sobre sus goznes permitiendo la entrada como un cohete de su amo y señor. Se abalanzó sobre referido robot y lo abrazó, lo besó y se dirigió a él con frases tan cariñosas como las que uno emplearía con un niño o un gato, pongamos por caso. Pude observar, sin disimulo, porque ahora todo el mundo miraba al millonario con la boca abierta, que el rostro del robot parecía el rostro de Slictik en una etapa más temprana de su vida, es decir parecía más atractivo y simpático, luego cambió a otros rostros que pude intuir eran los de sus personajes, en la faceta oculta de escritor del millonario. No me detuve mucho en este sorprendente hallazgo algorítmico, porque me interesaban más otros detalles robóticos, tales como el material del que estaba hecho, su aspecto claramente antropomórfico, y sus reacciones robóticas a la expresividad humana de Slictik. Interesante, pensé, muy lejos de los avances robóticos y en inteligencia artificial de mi época, pero desde luego para quitarse el sombrero, lo que elevó mi apreciación de los ingenieros contratados por el millonario desde un cuatro o un cinco hasta un siete o un ocho.

Tras el abrazo cordial, Slictik invitó a su criatura frankestina o frankestiana o como se dijera, a salir de la jaula de cristal y seguirle hasta una pequeña plataforma o escenario. Allí fue invitada a mostrar los diferentes personajes, historias, novelas, relatos, poemas y todo lo escrito por el escritor Slictik, que era mucho, casi todo inacabado, y, a mi humilde juicio literario, bastante pobre y de poca calidad. Lo que hizo con pasos y movimientos humaniformes y con diferentes voces, a cual más curiosa y ridícula, lo que no hizo reír a sus adláteres y correveidiles, pero que a punto estuvieron de traicionarme, me vi obligado a pellizcarme con fuerza los muslos y a oprimir las mandíbulas como un bebé rebelde que se negara a comer la papillita de mamá.



Tras el espectáculo el robot, a quien Slictik llamó Torre de Babel, con voz tierna, fue recluido en su jaula de cristal y todos nos fuimos a comer a un amplio comedor, con los techos muy altos y donde las voces resonaban como en un buen auditorio de música. Así pude escuchar conversaciones que de otra forma me hubieran pasado desapercibidas. Todos se preguntaban quién era yo, y cuando alguien a quien el millonario le había confiado mi supuesta misión, tal vez el jefe de su laboratorio, le dio la respuesta al más próximo, éste la transmitió al resto de la concurrencia que así supo que yo iba a colaborar en la programación algorítmica de Torre de Babel, transformándolo en la IA más avanzada de la historia de la humanidad. Cuando el cotilleo llegó al último de la fila, todos enmudecieron y se produjo un silencio ominoso que Slictik rompió con un sonoro eructo. Entonces no sabía, lo supe luego, que al día siguiente era el cumpleaños del escritor, que estaba muy orgulloso de haber nacido en el día del libro, como si eso fuera mérito suyo. En lugar de mantenerse a ayuno y abstinencia para poder digerir al día siguiente el banquete que había encargado, el día anterior, o sease, hoy, se estaba poniendo como un marrano, con perdón de los marranos. Nunca olvidaré aquel repugnante día, o sease, mañana, en el que vi a Slictik comer como un cerdo en el día de su cumpleaños y emborracharse hasta convertirse en un beodo que lo ve todo, y doble y triple. Y puedo hablar en presente porque para los viajeros del tiempo no hay pasado ni futuro porque en cualquier momento los transformamos en presente.

Tras la llegada y la comida el millonario Slictik se retiró a su escondido dormitorio para echarse la inevitable siesta. A pesar de lo discreto de la situación del dormitorio y de que estuviera insonorizado, sus ronquidos de locomotora vieja y asmática, hacían retemblar las paredes del búnker. Aproveché el pasmo de sus habitantes para solicitar muy educadamente de los anfitriones me permitieran supervisar todo lo que llevaban realizando hasta el momento en la criatura frankestina de Slictik. No hubo la menor oposición teniendo en cuenta que el millonario me había presentado como un maravilloso ingeniero informático que aportaría sus prodigiosos conocimientos a su amado nene Torre de Babel. Me dieron todas las facilidades para comprobar planos, esquemas, programas, materiales empleados en el hardware y los algoritmos, en fase de prueba, que regirían la vida de aquel robot, tan feo como su amo. Eso me permitió hacerme una idea de por dónde iban los circuitos y de introducir subrepticiamente una programación soterrada y unos algoritmos muy complejos e indetectables. Tuve paciencia para esperar que me dejaran solo, una vez que observaron que no les hacía preguntas ni advertía su presencia, supuestamente concentrado hasta el éxtasis en sus mágicos logros. Aburridos se fueron marchando. Aproveché mi soledad, aunque consciente de la segura vigilancia de las cámaras de seguridad, para insertar en el cerebro de la Inteligencia Artificial el algoritmo que llevaba preparado y que me transmitió la IA del artilugio invisible que me había transportado hasta allí.


domingo, 7 de abril de 2019

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO X

ENLACE PARA DESCARGA LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO LIBRO I EN PDF


https://drive.google.com/open?id=1aYVBI-F-YaD2TSAs8IEs-V9faIW9Jfj7









Más le hubiera valido a Sancho no mencionar el escote de Dulcinea, porque el caballero andante y recatado que era Quixote se sulfuró como una fumarola de ácido sulfúrico y levantándose con una agilidad y fortaleza impropia de su escuálida figura procedió a endilgarle un discurso propio de los libros de caballería:

-Malhadados tiempos, amigo Sancho, en los que no se respeta a las damas, hablando de ellas como si fueran muñecas de cartón o muñecas hinchables a las que se puede vestir con indecencia y utilizar como mozas de mesón en manos de cuadrillas de carreteros o camioneros. Tiempos oscuros aquellos en los que las damas tienen que vestir ocultando sus cuerpos de la cabeza a los pies, como si fueran pecaminosos, y hasta un escote de tres al cuarto suscita incontrolables pasiones lujuriosas y las damas son acosadas y abusadas y rebajadas a casquivanas mozas del partido. Tiempos miserables, aquellos en los que las damas deben salir a las calles gritando por sus derechos y libertades y en los que cualquier bruto, carretero o no, cree tener poder sobre sus esposas y parejas, hasta matarlas diciendo frases inspiradas por demonios recién salidos del infierno, como aquello de “la maté porque era mía”. Tienen toda la razón las damas que reclaman compensaciones por toda una historia de entuertos y esclavitud, donde fueron tratadas peor que animales, y yo, como caballero andante en estos tiempos terribles pondré mi fuerte brazo, mi espada y mi lanza a su servicio y quebraré sus cráneos como si fueran calabazas…

Y así hubiera seguido y continuado el bueno de Luis Quixote si Paco Sancho, acuciado por la necesidad de moverse debido a los efectos de las malhadadas hierbas que había trasegado junto con la comida, amén de otros efectos igualmente molestos, no decidiera, como decidió, echarse a su amigo sobre la espalda y arrastrarlo hasta el comienzo del camino de tierra, donde habían abandonado sus cabalgaduras. No es mi pluma tan fina y sutil como para describir con pelos y señales y poético lirismo la estampa que ambos dos trazaban sobre la sedienta llanura manchega, necesitaría de los artilugios modernos que copian la realidad como un suelo arcilloso la suela de un zapato, tales como la cámara fotográfica o de vídeo o la cámara de cine o todo ello en un diabólico artilugio al que llaman móvil, y más aún necesitaría la creatividad y dominio de la técnica de los buenos fotógrafos o cineastas. Como no dispongo de ello, diré solamente que la estampa no podía ser más esperpéntica, un chaparro con un hombre enjuto a sus espaldas, portando así mismo todo lo que antes había llevado desde las cabalgaduras para un banquete rústico. Sólo los efectos alucinógenos pudieron ayudar al chaparro a llegar junto a las cabalgaduras con semejante carga. Y digo bien cuando digo cabalgaduras, porque la ingestión de las hierbas había trastocado la mente de un hombre tan realista que ni siquiera gustaba de ver películas o programas televisivos porque pensaba y bien pensaba que nada que no se pudiera tocar o embaular en el estómago podía ser real, y que ahora estaba dudoso entre describir sus cabalgaduras como vehículos a motor de dos ruedas o jamelgo y pollino, porque si bien la alucinación comenzaba a ser muy creíble, no lo era tanto como para no distinguir la vieja Harley-Davidson de su amigo, adelgazada por todos los robos de piezas que había sufrido a lo largo de su dilatada vida, los pocos arreglos y menores cuidados recibidos y el achatamiento de golpes y más golpes, tanto de accidentes como de vándalos que nada respetan, ni siquiera la tecnología, de su vieja vespino, que aunque muy vieja y mal cuidada, era querida por Paco Sancho como lo más preciado de su vida, a la que abrazaba y daba besos en cuanto volvía a verla tras un corto alejamiento. Como ocurrió también esta vez, porque en cuanto dejó a su amigo apoyado en su cabalgadura y regresó mochila y demás enseres a su sitio, se abrazó a la vespino como a una tierna hija y la abrazó y besó hasta cansarse.

No puedo describir lo que ocurrió a continuación porque aunque lo viera y palpara no me lo creería. Lo cierto es que por algún fecho mágico de algún mago bondadoso, ambos quedaron sobre sus cabalgaduras, ambos arrancaron las motos, que motos eran y no jamelgo y pollino, y se dispusieron a continuar por la carretera, en la dirección a que apuntaban las cabezas de sus cabalgaduras, que bien hubieran podido seguir en sentido contrario porque ya sus cabezas no eran capaces de situarse en el tiempo ni en el espacio. Por suerte para ambos la baqueteada carretera comarcal aparecía desierta, como era natural a la hora de la siesta, lo que les permitió ocuparla en su totalidad, Luis Quixote haciendo eses como si hubiera alimentado a su cabalgadura con vino de Valdepeñas y no con gasolina y Paco Sancho, juguetón, festivo y jovial, tratando de adelantar a la cabalgadura de su amo, ocasión única que nunca más verían los tiempos. Y digo bien cuando digo cabalgadura porque para el bueno de Sancho eso era ahora su vespino, un pollino trotón y traviesillo. Semejante alucinación no resultaba insólita para su amo, porque así lo veía ahora Sancho, que siempre creía ir montado en Rocinante y cuando se había fumado muchas hierbas, hasta lo veía como un clavileño volador.

De esta guisa continuaron su viaje a parte alguna, en medio del desierto y el silencio y con un sol abrasador. Luis Quixote continuó con su largo discurso sobre las damas y malandrines de estos tiempos y Paco Sancho no cesó de interrumpirle para preguntarse por la famosa ínsula prometida. Aunque este buen labriego –así se consideraba en su delirio- nunca había leído el Quijote, su amo sí había desentrañado hasta la última coma, porque en cuanto que perdió la chaveta y le dio por considerarse un nuevo Don Quijote de la Mancha, se lo había leído de claro en claro y de oscuro en oscuro, días y noches, en cuanto tenía la oportunidad de echarse en un catre a descansar, que no lo hacía sino que ocupaba su mente en repetir, en tono moderno, las mismas fazañas de su distinguido y honrado antecesor, un hidalgo bondadoso que fue llamado en su tiempo Alonso Quijano el bueno y así murió.

No es para ser descritas las alucinaciones que produjeron en estos dos hijosdalgo las miríficas hierbas, baste decir que el tiempo pasó y cuando el sol declinaba y comenzaba soplar un vientecillo molesto aunque refrescante, fueron apareciendo por la carretera extraños monstruos a quienes algunos llaman tractores, que tuvieron que lanzarse a la cuneta y detener su andadura, para evitar lesivos accidentes de aquellos dos locos que farfullaban incoherencias y a quienes los tractoristas pusieron de chupa de dómine.

No sé sabe, al menos no lo sabe este cronista, si fueron los jinetes de estos extraños monstruos los que dieron el aviso al puesto más cercano de la guardia civil o tal vez fuera alguno de los muchos magos enemigos de Luis Quixote, los que aparecieron por allí, algo poco habitual, extraviados por el destino o por las órdenes de algún comandante traviesillo. El caso es que, jinetes verdes, en sus portentosas cabalgaduras llegaron una pareja de guardias civiles, quienes al verlos deambular de semejante guisa les dieron el alto, les pidieron los papeles, que ninguno de los dos logró encontrar, y tras hacerles soplar una y otra vez dedujeron que el flaco iba hasta las meninges de marihuana y que el gordo aún iba peor porque había trasegado el buen vinillo de la tierra. Fueron multados, les quitaron no sé cuántos puntos del permiso por puntos, les precintaron las cabalgaduras y les aconsejaron que no se movieran de allí, durmiendo la mona mientras llegaba la grúa.

Continuará

martes, 2 de abril de 2019

LA REBELIÓN DE LOS LIBROS XIII











CUMPLEAÑOS DEL MILLONARIO SLICTIK EN EL AÑO 2019 DE NUESTRA ERA

EL NARRADOR

Lo siento, lo siento mucho, pero este año no voy a narrar en “prima persona” otro cumpleaños más de este pazguato. Estoy harto, muy harto, de tener que viajar en el tiempo cada dos por tres para narrar cumpleaños de un personajillo que me la trae al fresco. No se imaginan lo que es levantarme cada dos por tres de mi silla preferente en esta celebración del día del libro del año 3001, aquí en el fantástico parque de la mansión Howard, contemplando la belleza sin par de Elisabeth, una Dulcinea postmoderna, para entrar en la mansión, buscar el museo tecnológico, entrar en la cápsula del tiempo y trasladarme por el agujero de gusano hasta el pasado, para encontrarme un año más con el millonario Slictik y su terrible y apocalíptica vida. Así que este año voy a dejar que Karl Future nos narre sus experiencias con el más insólito de los millonarios, tanto que a partir de él los millonarios se convirtieron en algo muy diferente que no quiero adelantarles porque haría spoiler, les destriparía el final y eso no es propio de un buen narrador. Les dejo con Karl.

LA NARRACIÓN DE KARL FUTURE

Desde cualquier punto del tiempo se puede viajar a otro punto, sea este en el pasado o en el futuro, según como se mire, porque tú estarás en el presente, pero para el que esté en el pasado tú estás en el futuro y para quien viaja hacia algo que aún no ha ocurrido en el momento presente estaría viajando en el futuro y así sucesiva y consecutiva y necesariamente. Si tenemos en cuenta que no existe un presente o un pasado o un futuro fijos, todo depende del color del cristal con que se mire, y desde dónde estás dando el salto y hacia dónde, tendríamos que concluir que el tiempo es relativo y todo lo relativo no existe verdaderamente, porque si fuera relativo que yo lo mismo pudiera ser hombre que mujer, pues no sería ni una cosa ni la otra, ni siquiera existiría.

Les digo todo esto para demostrarles lo poco que importa desde qué punto del tiempo viajé hasta el presente del millonario Slictik, que en aquel momento era presente para él, aunque pasado para mí, que viajaba desde el presente para mí, futuro para él. Lo que importa es que yo tenía que hacer algo muy importante para ahorrarnos a los habitantes del presente actual, el mío, la revolución francesa de los libros que iban a cortar cabezas por doquier, cabezas humanas, por supuesto, porque las cabezas de robots son mucho más difíciles de cortar, solo con un rayo láser y muchísimas dificultades. Como yo ya sabía lo que iba a ocurrir un poco adelante en el tiempo, en un futuro cercano, porque me había preocupado de viajar hasta ese momento, era muy consciente de la importancia fundamental que tendría en un buen desarrollo o un camino alternativo y mejor en el tiempo, la intervención de Torre de Babel el robot creado por Slictik en los últimos momentos de su vida, con el fin pretencioso y egomaniaco, de conservar toda la creación literaria de su personalidad doble, la de escritor. Para ello era preciso colarme entre la caterva de programadores, informáticos, ingenieros informáticos, hackers y demás ralea que aquel contratara para crear su monstruo de Frankestein literario y robótico. Los fue contratando a todos, uno por uno, asesorándose del primero, un conocido ingeniero informático, muy conocido y al parecer muy honrado, que conocía a todo el mundo en la informática, la realidad virtual y todo lo que se le pusiera a tiro. Así, por su consejo contrató al segundo y con la opinión contradictoria del primero y el segundo, contrató al tercero y así sucesiva y consecutivamente. La desconfianza del millonario Slictik era casi gatuna, no se fiaba de nada ni de nadie y procuraba enfrentar a todo el mundo para que de esta manera él se formara una opinión propia que enfrentaba y contrastaba con las opiniones de todos los demás. Aunque tuvo sus propias razones para llamar Torre de Babel al fabuloso robot que iba a construir, capaz de almacenar, recordar, expresar, contar e incluso añadir por su cuenta las morcillas que le parecieran oportunas, pienso yo que no pudo haber elegido nombre mejor para su creación, porque si el robot era una torre de Babel, todos los que contribuyeron a crearlo, así como el laboratorio mastodóntico en el que trabajaron, bajo tierra, también lo era y no solo porque cada uno de ellos hablara una lengua distinta y se entendieran en inglés, sino porque solo un narrador divino y totalizador podría contar los vericuetos de aquella historia.

Yo no lo voy a hacer, ni siquiera a intentar. Les diré que, ni corto ni perezoso, viajé en el tiempo hasta el monasterio donde estaba recluido el millonario Slictik, haciendo penitencia y esperando la hora de su muerte, al tiempo que de vez en cuando se ausentaba para viajar hasta el laboratorio donde se construía el robot, a bordo de su limusina particular, conducida por el chofero Baldomero, y antes de que iniciara un nuevo viaje aparecí en su celda, vestido como un monje, me tumbé cuan largo era y entoné una misa de Angelis, enterita, hasta que, agobiado, me ordenó ponerme en pie, y pedir lo que quisiera, porque algo iba a pedir. Me presenté como el mejor de los roboticistas y expertos en inteligencia artificial, y solicité un puesto en su laboratorio. El millonario Slictik se tronchó de risa, y eso que reía poco desde que pensaba que iba a morir en cualquier momento y que no le daría tiempo a dejar a la posteridad toda su obra literaria, con puntos y comas, acabada e inacabada, porque era lo mejor de su vida, con lo que se harán una idea aproximada de cómo fue su vida.

En cuanto terminó su histeria intentó ponerse en pie, pero no lo consiguió, acostado como estaba en su catre monástico y con los kilos que tenía encima, porque por mucha vida monjil que llevara no se privaba de la saludable comida del monasterio, que por muy saludable que fuera no dejaba de ser comida y quien mucho come, mucho engorda. Salvo cuando se deprimía y dejaba de comer, nunca se saltaba ninguna comida, aunque tuviera que ir rodando al comedor, escuchar lecturas edificantes, canto gregoriano y lo que fuera. Tuve que ayudarle a ponerse en pie y antes de que intentara echarme a patadas de su celda le solté la bomba. Conocía su proyecto de robot literario y mucho me temía que iba a entrar en bucle si yo no le suministraba mi algoritmo mágico. No creo que fuera la magia del algoritmo lo que le convenciera, más bien estoy tentado a pensar que fue la sorprendente noticia de que yo estaba al tanto, lo que le decidió. Nadie podía saberlo, por lo que yo debería ser encerrado en el laboratorio, como lo estaban todos los que participaban en la generación de Torre de Babel. Sí, eso fue lo que le decidió a contratarme, seguro que fue eso.

Lo hizo, me contrató y luego me pidió que le ayudara a llegar al comedor, donde mientras él trasegaba a diestro y siniestro, yo me dediqué a obtener información de los monjes, cambiándome de un sitio a otro de la gran mesa con la disculpa de que no oía bien lo que estaba leyendo el lector. No creo que colara porque no cesaba de hablar en voz baja. A pesar de la estricta orden de silencio, aquellos monjes también eran humanos y el ansia de saber las novedades del nuevo pudo más que las miradas agrias el abad. Como lo que más me interesaba de sus cotilleos era la vida y milagros del millonario Slictik, intercambié cromos con ellos, más interesados en la vida mundana y pecaminosa que llevaba el resto de los humanos en el mundo, el demonio y la carne.