sábado, 29 de julio de 2023

EL BUSCADOR DEL DESTINO VIII

 


Me echo la siesta con ganas. Despierto a las cinco. Me doy una ducha y al refrescarme la mente se ilumina. Tengo que bajar a comprar en la ferretería antes de que llegue la ola de calor y ponerme a arreglar la valla, luego no habrá quien se mueva. Decido bajar ahora, mañana me costará más. Así compraré también lo que se me haya olvidado, sea lo que sea. No sé por qué tengo prisa, estoy de vacaciones. Las prisas siempre son malas, como en este caso que tomo la carretera más corta, sin recordar que el puente está cortado. Llego hasta el puente, doy la vuelta y esta vez sí tomo el camino más largo. Soy un idiota, digo en voz alta todo el camino, sin acordarme de poner música. Llego al pueblo grande, busco una ferretería, la encuentro no sin antes dar vueltas y vueltas hasta que me decido a preguntar. Soy muy tímido, eso me ha causado muchos problemas en casos como estos, y me los seguirá causando, la timidez no desaparece así como así. Entro en la ferretería, grande, parece que hay de todo, mejor. Me pongo a buscar y entonces aparece un señor delgado, con gafas, de unos cincuenta años, con cara de mala leche, cortada y fermentada. Me echa la bronca por no esperar y dejar que me atendieran. Podría haber dicho que no lo sabía, que los dependientes no van con mandil, parecen clientes, que no hay letreros anunciando que esperemos a ser atendidos, que con empleados como él la ferretería no tardará en irse a pique, etc etc. Como tengo prisa y estoy de vacaciones me callo como un muerto. Me pregunta qué es lo que quiero y entonces sí hablo, para empezar una caja de herramientas con todos los aditamentos. Me lleva por un pasillo hasta unas estanterías donde veo cajas de herramientas y otros adminículos. Comienza a cantarme las loas de todas las cajas, desde las más caras a las más baratas. Ni miro, ni me lo pienso, escojo una de tamaño aceptable donde quepan las herramientas que necesito y no sea muy pesada de llevar, si luego tengo que contratar una grúa habré cometido el mayor error de mi vida. Quiero ésta, con voz átona, a pesar de mi cabrero. Me la lleva, muy amable hasta la caja. ¿Desea algo más el señor? Sí, éste señor desea partirte los morros, pero no tengo tiempo ni ganas. Este señor quiere un juego de destornilladores, tornillos de todos los tamaños y grosores, alicates, una llave inglesa no muy grande y esto y lo otro y lo demás allá. Decide volver a llevar la caja de herramientas vacía y llenarla con todo lo que le pido, así no tendrá que estar haciendo viajes todo el tiempo. Al llegar deja la caja en su sitio y me enseña otra, parecida, pero que lleva ya de fábrica casi todo lo que le he pedido, desde el juego de destornilladores, la llave inglesa, hasta incluso un cúter. ¡Podía haberlo dicho antes! Claro que la culpa es mía, por no dejar que lo hiciera. Ahora solo queda rellenar la caja con lo que necesito y no viene ya de fábrica, por ejemplo los tornillos de todas clases y tamaños, y unas puntas variadas y… El empleado ahora no me lleva la caja muy amable, deja que sea yo quien la lleve o que la deje allí, a él le da igual, a mí no, así que la cojo y le sigo. Estantería de los tornillos. Como no he medido el grosor de la madera, ni sé qué dura puede ser, ni sé nada, decido comprar una caja de cada. Ni miro el precio, lo que deseo es terminar cuanto antes. Y así continúo tras el empleado que me lleva de acá para allá. Creo haber terminado y coloco todo en el mostrador de la caja. No, ahora me acuerdo que voy a necesitar unas tijeras de cocina y…seré idiota, me digo, ni siquiera he mirado los cajones en la casa, no sé ni lo que hay ni lo que no hay. ¿Y si comprara un juego de cubiertos y algún plato? Tate, te has olvidado que en el maletero del coche tienes una fiambrera con platos y cubiertos y lo imprescindible para comer en el campo. Recuerda que lo compraste cuando fuiste de excursión a… El empleado me mira con mala cara, yo no le miro, me lleva a la otra punta del local, donde está el menaje de cocina y allí me da a elegir entre varias tijeras. Miro las más sólidas porque me conozco, no me importa que sean más caras. Una  cubitera por si el frigorífico no tiene o son una mierda y una jarra de cerveza y… Me había olvidado de comprar un barril de cerveza en el super, ahora que viene la ola de calor. El empleado atiende a una señora sin despedirse ni decirme lo guapo que soy. No me importa. La cajera es más amable, pero tarda la intemerata en pasar todo por el escáner. Dice una cantidad final t en otras circunstancias me hubiera caído de culo, ahora no porque estoy de vacaciones y me importa todo un pito y porque estoy de vacaciones y porque… a la mierda con todo De vacaciones y con una ola de calor. Compraré bebida por un tubo y tal vez debiera de comprar un congelador, además del que tiene el frigorífico… Bueno, tal vez lo haga, pero hoy no, quiero llegar a casa ya, cuanto antes.

 

Y llego, no sin antes estar a punto de cometer el mismo error. Por suerte justo en la rotonda donde debo tomar uno u otro camino, recuerdo y tomo el otro, el bueno. Al llegar saco la caja de herramientas del maletero y la dejo en el caminito del jardín, así mañana no tendré que hacer más esfuerzos pujando por ella. Vuelvo a por el barril de cerveza y la bolsa donde están la jarra de cerveza, las tijeras y otras cosillas. Meto la jarra en el congelador del frigorífico y compruebo que sí hay cubiteras para el hielo, aunque malas y una rota. Saco la que compré, la relleno de agua y al congelador. Me gustaría premiarme con una buena jarra de cerveza bien fría, pero no tengo hielo, las cubiteras de la casa están sin agua. Me acuerdo y compruebo en el cajón de la cocina si hay cubiertos, los hay. Miro en el armarito colgado de la pared y veo platos y alguna cazuela. Bueno, parece que estoy surtido… de momento. Los que no están surtidos son los gatos, me he olvidado de su comidita. Tendré que establecer un protocolo, dos comidas al día, mañana y tarde.

 

Lleno el comedero, lleno el bebedero. Coloco un comedero y otro bebedero en el jardín para Silvestrina, que no tardará en aparecer, como así es, permanece alejada, guardando la distancia de seguridad, aún no hay confianza. Por fin me doy una ducha. Me relajo. Me fumo un pitillo. Me asomo al balcón y contemplo el jardín, la tarea que me espera mañana. Rezo porque la madera no sea tan dura como parece.  Ya va siendo hora de cenar. Bajo las escaleras, miro a ver qué me preparo. Dejaré las ensaladas para la ola de calor. Puedo freír unas rabas, unas croquetas, unas empanadillas y un par de huevos con tomate y tal vez un par de salchichas. Esto me va a engordar mucho, pero un día es un día y hoy necesito hacer algo rápido, no estoy para cocinar como un chef. Busco una sartén, echo aceite de girasol y me dispongo a encender el fuego en la vitrocerámica. No lo consigo. Es vieja, me recuerda la que tenía en el piso de alquiler cuando era joven. Pruebo con los dedos de todas las maneras, cuento los segundos, miro y remiro. Estoy a punto de llamar al dueño para que me indique, decido no hacerlo porque no quiero molestar a nadie, estas vacaciones las voy a pasar solo, pese a quien pese. Me paso un cuarto de hora poniendo los dedos en todas las posturas posibles sobre los puntos y dibujos de la “vitro”. Al final se enciende, ¡eureka! Había que hacerlo con dos dedos a la vez, uniendo el punto central con el situado abajo a la derecha. Bien, ya está encendida, pero no consigo subir la temperatura. Se bloquea, sale la “L”, apago, vuelvo a encender, toco con calma y la dejo respirar, parece que es lenta de narices. Al final consigo llegar al nueve, el círculo pasa al rojo, el aceite comienza a calentarse. Espero a que el aceite burbujee y lanzo las rabas como en una bolera. Me salpica el aceite, me quemo, lanzo una interjección redoblada y miro a ver si encuentro un mandil. No lo encuentro, la próxima vez que baje tendré que comprar uno, mejor de plástico. He salpicado el niqui. Mira que soy tonto. Debí haberme vestido con las peores ropas. Punto uno del protocolo, para estar en casa, las peores ropas. Bueno, con mucho cuidado consigo freírlo todo, lo baño de tomate, lo emplato y lo llevo a la mesa. Necesito una servilleta para no poner el niqui peor que lo que está. Encuentro una en un cajón remoto. Me siento y me relamo. Recuerdo que suelo escuchar los informativos de la radio mientras como, para que me hagan compañía. Vuelvo a subir las escaleras. Se me ocurre que voy a tener que hacer una lista mental cada vez que voy a subir o bajar las escaleras, según lo que tenga que subir o bajar, de otra manera subiré o bajaré tantas veces que sería una buena preparación para las olimpiadas. Encuentro el móvil, antes de volver a bajar pienso en la lista. ¿Tengo algo más que bajar? No, que yo sepa. Ahora sí, cojo una raba y me la llevo a la boca. ¡Ospi! Cómo quema. Pues claro, idiota, están recién hechas. A ver la empanadilla. Me quemo los dedos. En ese momento suena el móvil. Nadie debería llamarme, no conozco a nadie que pueda llamarme en vacaciones, tengo pocos amigos, pocos contactos, estoy más solo que la una. No conozco el número que me llama, ¿quién puede ser? Intentan venderme un seguro de vida. No tengo herederos, ni familiares, ni amigos, ¿quién se beneficiaría de mi muerte? Yo, desde luego, no, en el más allá ni se compra ni se vende, espero que al menos exista el cariño verdadero. Se lo digo a la teleoperadora, no lo entiende. Le digo que estoy cenando y me estoy muriendo de hambre. ¿No querrá que me muera antes de aceptar el seguro de vida? No se preocupe, le volveremos a llamar. Mejor que no. Otro protocolo más, no contestar nunca a números desconocidos, todos quieren venderte algo. Este bloqueado, no me volverá a interrumpir mientras como.

 

Ceno con apetito mientras escucho el informativo en la radio. Parece que la ola de calor va a ser de aúpa. Debería haber comprado al menos un ventilador. Aguantaremos como se pueda. Termino, y antes de subir reflexiono sobre si tengo que subir algo. Bueno, solo se me ocurre una botella de agua fría del frigorífico, por si me entra la sed. No se me ocurre nada más. Vuelvo a salir al balcón para echarme otro pitillo. No debería irme a la cama tan pronto, con la digestión apenas comenzada. Decido leer algo en el butacón, pero pronto me entra el sueño. Voy a la cama y pongo mi lista de sonidos de lluvia, es infalible a la hora de dormir. Felices sueños.

miércoles, 19 de julio de 2023

DIARIO DE UN GIGOLÓ II

 


Por supuesto que era Marta, Martita la divina, como yo la llamaba para mi coleto. La mejor clienta de Lily, de largo, una morenaza de cuerpo espléndido, espléndidas curvas, pechos como dunas del desierto del paraíso y culo como la mejor y más sensual popa de un Bateau Mouche parisiense, vestido por Coco Chanel y en el que todos los modistos parisinos hubieran puesto su detalle chic. Adoraba su culo, me volvía loco, pero aún me afectaba más aquella voz, dulce, sensual, tan amable, tan gentil, tan…tan…tan… Mi poderoso miembro viril casi había alcanzado la máxima erección y solo tras la primera frase. ¿Qué me esperaba?

Pues una cita, ni más ni menos. Algo tan habitual llegó a emocionarme porque mi Martita llevaba mucho tiempo sin hacer acto de presencia en mi vida, desaparecida, “missing”, tras soportar estoicamente aquella repugnante debilidad que sufrí aquella malhadada noche en la que me atreví a confesar mi amor. Llegué a pensar que no la vería nunca más. Escuchar su vocecita dulce, con un punto de ironía, la que le salía del alma, sin poder evitarlo, cuando necesitaba pedirme un favor, casi produjo el milagro de mi resurrección, de la resurrección de Lázaro, escondido en su tumba hedionda durante tanto tiempo. Al menos mi pajarito sí había resucitado y deseaba cantar un aria a duo y cuanto antes.

En realidad no sería a duo, sino a trío, porque el favor que me pedía Marta era sobre todo para su amiga Esther, una amiga del alma que había descubierto que su marido le ponía los cuernos… ¡Vaya novedad! Martita lo sabía desde hacia tiempo, me lo había dicho a mí en la cama, entre las numerosas confidencias a que la llevaban mis caricias y el pequeño Johnny, siempre tan juguetón y locuelo cuando se trataba de la dulce Martita. No se lo había dicho. Ella siempre tan discreta, tan amable, tan elegante, siempre tan “chic” y tan “comme il faut”. Seguro que cuando Esther se lo comentó ella casi se desmaya del susto. “¡Tu marido! ¡Imposible! ¡Si te amaba con locura! Mi dulce Martita es una redomada hipocritilla. Tiene que serlo para triunfar en los negocios y en la jungla social de los guapos de este mundo y concretamente en la sociedad española, una de las más “ñoñas” del mundo, sino la que más.

Casi se me quiebra la voz al responder y lo que es peor, faltó el canto de un duro para que me echara a llorar como una Magdalena de Magdala. Tuve que hacer un esfuerzo ímprobo para que ella no notara nada. Me limité, pues, a confirmar que estaba muy bien, como ella comprobaría y que sería un placer consolar a su amiga y convencerla de que todos los hombres somos unos “c…” por eso mejor elegir a un gigoló, que te cuesta una pasta gansa, pero al menos es amable y le puedes despedir cuando quieras. 

Concertada la cita nos dijimos algunos cumplidos (los míos sinceros, los suyos tendría que demostrarlo) y colgamos. Regresé a la bañera, no sin antes pasar la toalla por el suelo de parqué, para evitarle a Angélica, mi empleada de hogar, un trabajo extra por el que recibiría una buena bronca. Angelitita, como la llamo yo cuando quiero hacerla rabiar, es una matrona de buen ver, unos cuarenta años, casada, yo diría que mal casada y peor tratada, a quien escogí en un “casting” que realicé tras un anuncio en la prensa, cuando comprendí que no podía ser un buen gigoló y una buena ama de casa al mismo tiempo. Aparte de por su buen hacer, quiero decir por limpiar mejor que ninguna, como me demostró cuando me pidió una oportunidad a cualquier precio (estuve a punto de gastarle una broma machista) también la escogí por su boca, no por sus labios sensuales que deben besar como los ángeles del cielo cuando bajan al infierno en vacaciones, sino por su boca-boca, es decir es una mujer mal hablada donde las haya, pero dice unas cosas… unas cosas… Me encanta escucharla, ya despotrique de su marido, de las vecinas, del mundo en el que vivimos o hasta de nuestro Jefe del Estado, a quien Dios nos conserve muchos años… lo más lejos posible. Especialmente me gusta cuando se mete con él o con los ministros, de quienes sabe sus nombres, de todos y cada uno, o con los pantanos o con los curas, o con… Ella se mete con todo el mundo, incluso conmigo, cuando le da por ahí y hasta llega a ponerse a sí misma a caer de un burro o de una burra, porque mira que es “burra” la Angelita, y cómo se pone cuando su autoestima baja como el termómetro en invierno. A veces la tengo que consolar y ella se deja y se deja… un día de estos la voy a consolar por completo y sin que tenga que darme nada a cambio, aparte de su sonrisa de ángel maltratado por la vida.

Terminé de limpiar el suelo como pude, regresé al servicio y eché más potingues al agua, salió mucha espuma y me sumergí de nuevo. Las variaciones Golberg no habían dejado de sonar un solo instante. ¡Qué relajantes! ¡Qué divinas! Aquella noche me las había prometido muy felices puesto que era lunes y los lunes Lily cierra sus numerosos quioscos, puede que sea la única madame en el mundo que da un día de descanso a sus sementales y potrancas. Ella es única para cuidarnos y mimarnos… Que no se me olvidaran los potingues que Lily nos suministra para que seamos los mejores en la cama, fogosos e insaciables, recién traídos de su laboratorio farmacéutico en Suecia, el lugar por excelencia de la libertad sexual. Aquella noche los iba a necesitar. Martita no había llamado precisamente hoy y concertado la cita para la noche porque le viniera bien a ella, sabía muy bien que yo libraba, y así se ahorraría pedirle permiso a Lily y obligarla a cancelar mis citas, y pagar una buena pasta por ello. Sabía que yo un lunes hasta se lo haría gratis, de hecho pensaba proponérselo, aunque si hay algo en lo que Marta es generosa hasta la tontería es con sus amantes o gigolós, o al menos concretamente conmigo. No ataba la bolsa cuando venía a verme. 

Me dispuse a relajarme tanto como pudiera, la faena nocturna que me esperaba iba a exigirme estar en plena forma. Me introduje en la bañera, me tumbé, colocando una almohadilla de espuma bajo la nuca y comencé a respirar rítmicamente, buscando una adecuada preparación para los mantras que me disponía a vocalizar. Necesitaba relajar y centrar mi mente. La llamada de Marta me había descentrado completamente. Mi intuición me decía que esta noche sería crucial en nuestra relación. Conociendo a aquella mujer suponía que ya había tomado su decisión, pero siempre podría cambiarla con el estímulo adecuado. 

domingo, 9 de julio de 2023

LA VENGANZA DE KATHY XVII

 




No podía dormir, ni descansar, ni pensar, ni perder la consciencia. No estaba ni vivo ni muerto, no había recobrado mi plena identidad porque los chispazos del pasado habían sido como cuatro gotas de agua en un océano tormentoso, oscuro, sin visibilidad, sin ritmo, sin atisbos de algo que tuviera el menor sentido. No sabía si Kathy dormía a mi lado o se había ido, a comer, o a lo que fuera. Mi consciencia se apagaba como un candil sin oxígeno. Ya de puestos hubiera preferido seguir recordando el pasado, habría sido más divertido, que no permanecer en aquel túnel en el que no se veía ni la entrada ni la salida. Hablando de salir no me hubiera importado hacerlo por el lado de la muerte. Pero no creía que Kathy pudiera conseguirlo. Sufrir un infarto sin sentir el latido del corazón me parecía imposible. No sabía cuánto tiempo había transcurrido. Hacía mucho que había dejado de ver los relámpagos y escuchar los truenos. Lo mismo podían haber transcurrido horas que días. El efecto de la pócima estaría disminuyendo, nada dura para siempre. Si estaba atento tal vez pudiera aprovechar ese momento.

-No sabes cuánto tiempo ha transcurrido –me dijo la voz de Kathy al oído- eso debe ser lo peor en tu estado. Podrían haber pasado días, incluso semanas, o tal vez solo unas horas. Nada importa cuando tu cuerpo se ha convertido en un vegetal. Pero no te preocupes, cariño, aquí estoy yo para que no te sientas solo. Sé lo que estás pensando. En algún momento el potingue dejará de hacer efecto y tú podrás escapar de mis garras. Siento decepcionarte. Por supuesto que los efectos no duran para siempre. No sé si me vas a creer, pero yo misma he probado este invento del profesor Cabezaprivilegiada. Tenía que hacerlo para conocer sus posibilidades. Así descubrí el tiempo que dura, cómo se siente uno bajo sus efectos, las posibles secuelas, todo. El profesor es un genio, una cabeza privilegiada, también es un loco desatado, sin moral, a pesar de su educación y sus creencias tan conservadoras que los diplodocus a su lado serían el ala más ultraizquierdista del abanico ideológico. Se había pasado la vida sin sexo, pero cuando me encontró ya no pudo dejarlo. Su moralina farisaica se resquebrajó como un jarrón de cerámica en una corriente de magma. Conseguí de él todo lo que quise y más. Mejoró su elixir siguiendo mis instrucciones, hasta se dejó convertir en vegetal, monitorizando los efectos en su cuerpo, paso a paso. Cuando despertó recopiló todos los datos y fue probando hasta conseguir todas las cualidades y defectos de la extensa lista que yo confeccioné. Necesitaba que el vegetal pudiera escuchar todo lo que se le decía, algo que le llevó su tiempo. También quería que algunos órganos del cuerpo siguieran funcionando con normalidad, como el corazón, deseaba que mis víctimas escucharan el latido de sus corazones y que sus miembros funcionaran como si no se vieran afectados. Por desgracia eso no lo consiguió, de otra forma ahora estarías aterrorizando escuchando el latido de tu corazón. Una pena. Lo del miembro no me importó tanto, porque sabía que mi clítoris sería capaz de revivir al más recalcitrante. Lo has comprobado, aunque lleva su tiempo conseguir una sensibilidad total. Tú la alcanzarás pronto. Quise que convirtiera aquel potingue en un arma química, biológica, de destrucción masiva. Mi plan es terminar con todos los machistas del planeta, no sé cómo librar al resto, tal vez no se pueda hacer y todos deban perecer. Le obligué a probarlo mezclándolo con el suministro de agua potable a las poblaciones. Bastó con que hiciera el experimento en Los Ángeles. Toda la población quedó en coma durante veinticuatro horas. Tú no lo recuerdas porque te has quedado amnésico. Se habló de un arma química inventada por los rusos, los chinos, los norcoreanos y no sé quién más. El experimento funcionó y el profesor consiguió una escala bastante fiable sobre la cantidad necesaria de potingue diluida en agua para alcanzar los efectos buscados, desde un pequeño susto de unas horas en estado vegetativo a una muerte irreversible al cabo de unos días. Eso fue un gran alivio para mí. Ya no tendría que acostarme con todos los machos del planeta para conseguir inyectarles la dosis necesaria para su exterminación. Tú eres la primera víctima del apocalipsis que se avecina. No intentes justificarte. Podríamos haber huido juntos a un lugar paradisiaco y solitario, donde vivirías en un orgasmo perpetuo. Seríamos el Adán y Eva de la nueva humanidad. Pero no, como macho arquetípico tenías que estropearlo todo. No te bastaba con el sexo total conmigo, buscaste a Heather, a Dolores, a esa putita de Alice, y hubieras seguido con el resto de mujeres de Crazyworld. Así sois todos los machos. No tenéis remedio. Pero ya no importa, porque voy a terminar con todos. Después de ti vendrá ese cabrón de Mr. Arkadin y luego todos los machos de Crazyworld. Aún no sé cómo lo haré para que las mujeres se libren de la escabechina, pero algo se me ocurrirá.

Calló y no se hizo un gran silencio porque ya existía desde que me despertara en el búnker. Es inexpresable la sensación que tienes cuando no sientes tu cuerpo y lo poco que te llega lo hace a través de extraños filtros. La voz de Kathy me llegaba desde muy cerca y como filtrada de forma sorprendente. Había escuchado los truenos de la tormenta y la música pero aquel ambiente sonoro estaba distorsionado, como lo que podía percibir a través de la vista. Me pregunté si aquel cabroncete de profesor Cabezaprivilegiada era aún más genio de lo que uno se podía imaginar para crear un elixir a la carta para Kathy. Ésta se separó de mi oreja y frente a mí se puso a bailar una danza erótica que era el preludio de otro coito que sería más tormento y tortura que éxtasis placentero. No se saltó ninguno de los pasos, añadiendo algunos nuevos tan imaginativos que en otras circunstancias hubiera podido apreciar. Ahora solo deseaba que volviera a producirse aquella fuga al pasado que me había alejado del búnker y de lo que en él se iba deslizando como por un tobogán del tiempo en una película de terror. Noté cómo tomaba mi pene y lo introducía en su vagina tras restregárselo por su clítoris que aún permanecía en su estado natural. La sensibilidad adquirida por mi miembro me hizo pensar que tal vez la hora de despertar de aquel estado zombi se estaba acercando. Era preciso estar muy atento para aprovechar cualquier circunstancia favorable, fuera la que fuese. Me olvidé de todo porque la manipulación sabia y constante que Kathy hacía de mi sexo me estaba llevando a un climax extraño. Su clítoris comenzó a hincharse pegando a él mi pene como si el líquido que iba rezumando fuera un pegamento indestructible, un invento más del profesor. El primer orgasmo llegó con mucha fuerza y luego se fueron encadenando más que disfruté como la primera noche que ella había pasado en mi dormitorio. Y entonces, sin que pudiera preverlo, ocurrió. Me vi proyectado a través de aquella puerta circular hacia una escena que sin duda era la misma que ya había vivido la primera vez. La diferencia esta vez estaba más en mi proceso mental que en lo que estaba sucediendo frente a mis ojos. El recuerdo llegó como una avalancha, como un torrente de montaña, arrastrando todo tipo de materiales con fuerza salvaje hacia el abismo. Ahora sí, supe con certeza que yo era el único hijo de Johnny el gigoló y de Marta. Supe cómo se habían conocido y su relación en el tiempo y que todo esto lo había contado mi padre en unos famosos diarios que había publicado con el mismo seudónimo que empleara en su trabajo. Yo los había leído antes de su publicación porque mis padres nunca me ocultaron lo extraño y delirante de su relación. La otra mujer que aparecía en la escena era Lily, la madame que había reclutado a mi padre, cuando aquel estudiante de familia con pocos recursos, se vio en la necesidad de trabajar para pagarse sus estudios universitarios. La vida de mi padre era un libro abierto para mí, como la de Lily que había seguido a Johnny el gigoló hasta Norteamérica para recuperar a Marta, su amor, que había ingresado en una clínica especializada para curarse de su adicción al sexo, como otros famosos y famosetes que habían pasado por esa clínica y seguirían pasando. Aquellas aventuras tan delirantes que muchos críticos alabaron la imaginación del autor de lo que consideraban la novela erótica más sorprendente de los tiempos modernos, que abría nuevos horizontes al género, pasaron ante mí sin orden ni concierto, mezclándose con lo que había sido mi vida de hijo único mimado y preservado, o al menos lo habían intentado, de lo que ellos consideraban un ambiente sórdido que les avergonzaba, más propio de una juventud sin riendas que de una vida normal y políticamente correcta. Ahora entendía su férrea oposición a que yo siguiera los pasos de mi padre. Por lo visto yo no había tenido aún mi primera experiencia como gigoló, aunque Lily estaba más que dispuesta a facilitarme el camino. El regalo de aquel deportivo era el primer cebo para que perdiera escrúpulos y apartara dudas, algo que no era necesario, puesto que de entre todos los oficios y trabajos en aquella perversa sociedad capitalista, el de gigoló era el que más me atraía y el que me parecía más honrado y moral. De aquella manera tan insólita había llegado a Crazyworld, a lomos de un corcel fogoso y carísimo que ahora sin duda permanecería convertido en chatarra entre los árboles de aquella carretera que no podía situar en el mapa, tal vez porque la amnesia no me había privado de un conocimiento que no poseía.

Junto con aquel torrente de recuerdos también llegaron algunos matices de mi personalidad, como mi pasión por la lectura, el arte y la cultura que habían sido una de las mejores cualidades de mi padre. Eso me permitió saber de dónde venían aquellos destellos en la noche, cuando era capaz de hablar de cosas que supuestamente no sabía. No tenía muy claro si mi personalidad y carácter, ahora recobrados, me gustaban tanto como podían disgustarme. Era un hombre nuevo, no un amnésico que pensaba, sentía y actuaba en base a impulsos desconocidos y oscuros. Deseé estar en aquella escena y no sobre la cama de un búnker, en Crazyworld, siendo montado por una mujer tan deliciosa como demoniaca. No tenía duda alguna de que Kathy se había vuelto loca. El que no fuera culpa suya sino de aquellos desalmados de Mr. Arkadin y el profesor Cabezaprivilegiada, no la libraba de su responsabilidad. Lo único importante para mí era salir vivo de aquella historia gótica de vampiros, fantasmas, profesores chiflados, millonarios sin riendas y locos encantadores, recluidos a la fuerza. Solo un milagro podía librarme de la muerte, el fin de todo. Y ese milagro estaba muy difícil. Porque estaba comenzando a notar el latido de mi corazón, muy suave, muy lejano, pero sin duda desbocado, como un caballo aterrorizado, huyendo de humanos locos que pretendían abatirlo.

miércoles, 5 de julio de 2023

DIARIO DE UN GIGOLÓ I


CAPÍTULO I

LILIAN

Me encontraba en la bañera de mi apartamento, la cabeza sumergida bajo el agua y conteniendo la respiración todo lo que me fuera posible, como si quisiera batir algún record del mundo. Filtrado por el agua me llegaba el sonido, lejano, como desde otra dimensión, de las variaciones Golberg de Bach. Era una costumbre adquirida tras la dura ruptura con mis padres y mi familia en general. Por una de esas extrañas carambolas que a veces tiene la vida habían logrado enterarse de que había dejado el pub de Paco, donde trabajaba cinco noches a la semana, para conseguir pagarme los estudios universitarios y disponer de metálico para lo que surgiera, y me había convertido en un “puto” como decían ellos, en un gigoló más bien, como me gustaba denominarme. No pudieron asimilar algo inimaginable para sus creencias “católicas de toda la vida” y decidieron arrojarme de sus vidas, afuera, al infierno, al crujir de dientes bíblico.

Al poco tiempo tomé la decisión de abandonar la carrera de psicología que estaba cursando en la Complutense y por la que había hecho el gran sacrificio de convertirme en un gigoló, en un semental de la cuadra de Lily, mi patrona, la madame que me había reclutado en el pub de Paco. Tras la ruptura con mis padres y antes de iniciar mi trabajo nocturno en la casa número 1 de Lily, donde me esperaba una noche ajetreada, decidí darme un baño y fue entonces cuando sumergí por primera vez la cabeza bajo el agua y aguanté y aguanté hasta que mis pulmones estuvieron a punto de reventar. Mis piernas, como muelles, me sacaron del agua como la espada Excalibur en la película del mismo título, solo que no precisamente a cámara lenta. Tardé en recuperarme y cuando la sangre regresó de golpe a mi cabeza comprendí que había estado a punto de suicidarme de la forma más extravagante posible.

No era un hombre depresivo, ni siquiera cuando María, la bella y promiscua vecina que me desvirgara, me abandonó para irse con una tía a París, obligada por sus retrógrados ancestros, había pensado seriamente en el suicidio, tan solo estuve unos meses un poco cabizbajo y con ganas de quemarles la casa a los vecinos e irme a buscar a mi amada a la ciudad más bella del mundo. Me sorprendió mi reacción ante aquella ruptura que estaba cantada. No nos entendíamos, éramos como el día y la noche, y si no hubiera sido por convertirme en “puto” lo habría sido por cualquier cosa y en cualquier circunstancia. Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, como decía un tonto compañero de estudios, con el que compartí piso una temporada, que utilizaba esa frase para justificar cada suspenso.

Me había quedado solo puesto que era el menor de seis hermanos que ya llevaban tiempo viviendo sus propias vidas, una hermana casada con un alemán y que residía en Munich, un hermano, el mayor, un vividor nato, que era el relaciones públicas de una discoteca en Marbella y se tiraba, como él decía a cuanta sueca, alemana o escoba con faldas que encontrara en su camino. Visto desde la perspectiva de mis padres, los antecedentes de mi hermano ya anunciaban mi futuro. Tal vez fuera esa sensación de soledad la que me llevara a decirle a Lily que podía contar conmigo a pleno rendimiento, que abandonaba los estudios. La patrona no se lo tomó bien, yo era el único semental de su cuadra que tenía estudios universitarios y eso era algo que daba prestigio.

Llevaba unos segundos escuchando un ruido extraño que descentraba el plácido discurrir de mis pensamientos. Tardé en darme cuenta de que se trataba del timbre del teléfono que ya debía llevar sonando un buen rato. Me puse en pie de un salto, como debí hacer la primera vez que sumergí mi dura cabeza de chorlito bajo el agua de la bañera, y me lancé hacia el pasillo donde había colocado el aparato. Intuía que la llamada era importante, y no me equivoqué. Antes arranqué la toalla del colgador, me sequé lo que pude para evitar luego tener que pasar la fregona por el baño y me la enrosqué por la cintura, no porque me estuviera viendo nadie o porque me molestara mi desnudez, simplemente era un tic adquirido tras tanta ducha después de las refriegas con las clientas, muchas de ellas eran tan puritanas o “tiquismiquis” que no soportaban ver mi miembro al aire después de haber visitado su cueva como un dragón encendido en la santa cólera del deseo.

Descolgué con brusquedad y al escuchar aquella dulce voz supe enseguida que no me había equivocado.

-Johnny… querido Johnny. ¿Cómo estás?