EL PUB DE
PACO
A pesar de lo agradable que me
estaba resultando recrearme en la imagen de Amako y lo placentera que fue
nuestra intimidad durante los meses que convivimos, la mente, siempre
caprichosa, siempre voluble, me impidió retener a la dulce Amako entre mis
brazos por más tiempo. Una parte de mi mente parecía muy interesada en
rememorar los orígenes, cómo empezó todo, como si de esta manera pudiera
encontrar explicaciones que nunca nadie le había pedido, ni yo mismo, o ser
absuelta de hipotéticos pecados que yo nunca creí haber cometido. A pesar de
que mi vida siempre había sido para mí transparente y cristalina, como el agua
fresca de un arroyo de montaña, algo en mi interior, tal vez el “yo” hipócrita,
ese que siempre quiere ir con los demás, vayan donde vayan y aunque se arrojen
al abismo (¿dónde va Vicente?, donde va la gente?) quisiera a toda costa
justificar lo que casi todo el mundo considera injustificable, que alguien
venda su cuerpo por dinero y se convierta en un prostituto o gigoló.
Fuera la que fuere la razón que
tenía mi mente más hipócrita, pacata y reprimida, parecía estar obsesionada con
hacerme revivir unos recuerdos que yo conocía ya muy bien. El pub de Paco
estaba situado por la zona de Bilbao, para quienes conozcan la capital, y de
cara al exterior no se diferenciaba en nada de los muchos bares de copas del
barrio, que entonces comenzaban a llamarse “pub” y que a mí, siempre tan romo
para los idiomas, me sonaba como a “puf”. ¿Dónde vas tío? “Puf”, dónde voy a
ir, a tomarme una copa. ¿Sería por eso que los llamaban “pufs”? Creo recordar
que la aparición de los bares de copas tuvo mucho que ver con el ansia
imitativa, anglófila, que nos invadía a los españoles por entonces, imagino que
en gran parte debido a los famosos Beatles y al rastro que dejaron aquellos
escarabajos o cucarachas, como me comentó un compañero sabiondo y que “fardaba”
de hablar inglés como los ángeles ingleses, que era la traducción al español.
La casualidad, o el destino, o
tal vez mi deseo subconsciente de acabar de una maldita vez por todas con
aquella miserable vida que llevaba, trabajando en empleos desagradables y mal
pagados para lograr juntar lo indispensable para los gastos de matrículas y
otros a los que no llegaba la cortísima asignación de mis progenitores, me
llevaron aquella noche frente al pub de Paco. Regresaba yo del cumpleaños de un
compañero de clase en la universidad al que apenas conocía y con el que solo
había intercambiado un par de frases por pura cortesía. Con el tiempo me
enteraría de que la invitación había tenido un claro tinte egoísta, con ella
buscaba atraer a muchas chicas guapas entre las que hizo correr la voz de que
“el guaperas” asistiría. En aquel tiempo me costaba mucho aceptar que pudiera
tener algún atractivo para el bello sexo. Fui un adolescente larguirucho,
pecoso, granuloso, repelente, como me decían las chicas, y tanto me acostumbré
a sus desplantes y burlas, que mi éxito nada más llegar a la universidad me
pilló de sorpresa por completo. Además mi desgraciada historia con María me
hacía mirar con muchísimo recelo incluso a las chicas más guapas. *
*NOTA DEL EDITOR: Los lectores
pueden conocer la historia completa de María, así como la de todas las mujeres
que aparecen en esta historia, leyendo “Cien mujeres en la vida de un gigoló”
que pueden adquirir en todos los comercios del ramo a un precio módico.
Como decía, regresaba de aquel
malhadado cumpleaños al que nunca debí haber ido. ¿Por qué acepté? ¿Puede uno
saber porqué elige un camino en una encrucijada y no otro, por qué mover un
dedo puede cambiar tu vida y no moverlo significará ser un gris y anónimo
oficinista? Nadie conoce el profundo sentido de la vida, ni si hay oficinistas
allá arriba que van trazando nuestro itinerario en la vida como un funcionario
de justicia tramita la ejecución de una condena, una vez que la sentencia ha
adquirido el carácter de firme. Tal vez influyera en ello que me lo pidiera
casi de rodillas la supuesta novia de uno de los amigos íntimos del
homenajeado. Como supe después, para mi desgracia, la chica al parecer estaba
colada por mis huesos y estaba esperando el momento de arrojarse en mis brazos
y dar un desplante público y drástico a su novio.
Apenas conocía a nadie en la
fiesta, excepto a la mencionada novia y a un par de amigas suyas. La mencionada
novia estaba muy ocupada preparándole la trampa al novio y las dos amigas
estaban tan asediadas que me serví un gintonic y me dediqué a observar “el
percal” desde un rinconcito a oscuras.