sábado, 21 de octubre de 2017

EL VERDUGO DEL KARMA IX


RELATOS ESOTÉRICOS IX

21102017




Como verdugo del karma he tenido que presenciar muchas experiencias insólitas, y las que me quedan…si los dioses no lo remedian y me permiten ascender un peldaño en el escalafón cósmico. Sin embargo nunca me había encontrado hasta el momento con algo semejante. Los iniciados suelen ser bastante tontos, idiotas sin remedio, que se creen los primeros en vivir este tipo de vivencias, exploradores del infinito que llegan por primera vez a tierras inexploradas, cuando en realidad acaban de pisar costas a las que no han dejado de arribar todo tipo de expediciones, playas tan holladas que no hay un solo granito de arena que no haya sido pisoteado una y mil veces, millones de veces. Se hinchan como pavos que acabaran de tragarse un elefante, caminan como borrachos, tan intoxicados por su ego desmesurado que se tambalean como si llevaran a sus espaldas todo el peso del mundo, nuevos Atlas que supuestamente han aceptado cargar el mundo sobre sus hombros para evitar que otros sufran, que otros tengan que dar un solo paso, no sea que terminen agotados. Se sienten tan orgullosos de sus supuestas misiones que no pueden mirarse a un espejo sin reverenciarse, como auténticos dioses. Por suerte yo nunca llegué a tan patéticos extremos, en realidad nunca fui un iniciado, ni falta que hace, siempre práctico, siempre hedonista, buscando exprimir el néctar de la vida, buscando sexo en cualquier parte, liándome con mujeres que terminaban complicando tanto mi vida que no me sorprende que acabara como acabé. Por suerte había elegido no volver a reencarnarme, y aunque el oficio de verdugo del karma era como el de un auténtico basurero cósmico, también tenía momentos divertidos, como el que estaba viviendo. Regresé mis pensamientos a lo que estaba ocurriendo en el monitor, dejando que los sentimientos y las vivencias del iniciado fueran las mías, como si yo mismo fuera aquel estúpido iniciado que se estaba dejando enredar por uno de esos crueles jueguecitos a los que son tan aficionados los dioses del karma.

A veces le podía la sensación de estar realmente loco y se sentía tentado de arrodillarse en las calles y suplicar ayuda de los viandantes. Algo que acabó ocurriendo, porque en el monitor se enlazaban secuencias reales con otras puramente mentales, tan reales como las anteriores o más. Fue muy hilarante verlo de rodillas, en un momento en que logró dejar de levitar, extendiendo las manos hacia los viandantes, rogando que lo sujetaran, que se formara una cadena humana para que el peso de tantos cuerpos evitara de nuevo su ascensión hacia lo alto, como un nuevo Jesucristo que ascendiera a los cielos a la vista de todos, porque su cuerpo divino era tan liviano que nada podía ya sujetarlo a la tierra. No le hacían caso. Procuraban no mirarlo y pasaban de largo como ante un mendigo repugnante, el cuerpo lleno de pústulas nauseabundas, que clamara a gritos, haciendo gestos histriónicos, para recibir una moneda con la que calmar su sed de vinazo, su necesidad de emborracharse y olvidar su patética realidad. Sin embargo todo cambió cuando un transeúnte compasivo –siempre los hay en todas partes y dimensiones- se acercó y le preguntó qué podía hacer por él. El iniciado le explicó su situación, que el otro no comprendió ni aceptó hasta que su rabia hizo que su cuerpo físico se elevara unos centímetros, como si en un universo paralelo un dios amante del humor negro y cruel hasta extremos demoniacos, hubiera creado un universo regido por las leyes más estúpidas y delirantes que mente alguna pudiera haber imaginado.

El iniciado suplicó, entre lágrimas, que el otro le agarrara la mano, lo que el transeúnte acabó haciendo, tan sorprendido como asustado. Entonces, el dios cruel de las leyes demoniacas, decidió gastar una broma de comedia del cine mudo. El cuerpo del iniciado comenzó a levitar con fuerza, ascendiendo centímetro a centímetro. El incauto viandante quiso desasirse, pero nuestro hombrecito no le dejó, aferrándose con la fuerza de la desesperación a la mano que le había sido tendida, logró arrastrar en su elevación el cuerpo del otro. Los transeúntes, curiosos y pasmados, formaron un círculo a su alrededor. Nadie reaccionó hasta que ambos cuerpos estuvieron por encima de sus cabezas. Entonces, un atrevido, un inconsciente, de los que hay en todas las muchedumbres que se precien, dio un paso y se aferró con sus manos a los tobillos del incauto transeúnte, mientras gritaba a los demás que les ayudaran, poniéndoles de cobardes para arriba. Todos sabemos que el contagio en una multitud es peor que una virulenta gripe transmitida en todas direcciones con un estornudo. Unos cuantos se aferraron al cuerpo del atrevido, abrazándole por la cintura, por las piernas, de las manos, por donde pudieron. Todo fue inútil, el cuerpo del iniciado continuaba ascendiendo, levitando como un gigantesco globo aerostático, impulsado por un ciclón de fuerza titánica que no dejara de dar vueltas y vueltas mientras ascendía hacia lo alto, arrancando los soportes metálicos clavados en el suelo con suma facilidad, con la misma con la que hubiera arrancado un rascacielos, desde los cimientos, llevándoselo por el aire como una casita de papel.

La multitud, tan asustada como atrevida, decidió lanzarse sobre los que ascendían y cada cual se fue agarrando de donde podía del cuerpo más próximo al suelo y conforme ascendían también estos, otros tomaban su lugar y así sucesivamente. Pronto se formó una larga ristra de chorizos –no se me ocurre otra metáfora- que fueron ascendiendo hacia lo alto, conforme lo hacía el iniciado, ahora con menos lentitud, como si el dios cruel los elevara hacia lo alto con su mano gigantesca de dios, procurando que la velocidad de ascensión no superara nunca la de los miembros de la multitud que decidían participar en la experiencia, para que así siempre hubiera alguien que pudiera aferrarse a las piernas del chorizo que despegaba sus piernas del suelo.



Cuando toda la multitud fue tragada por aquel ciclón choricero y no quedó nadie cerca que pudiera correr para aferrarse a los pies del último ascendente, la ciudad pudo ver el espectáculo más milagroso de la historia de la humanidad, si exceptuamos los milagros de Jesucristo y de otros budas milagreros. Una multitud, como una gigantesca ristra de chorizos, encadenados unos a otros de uno en uno o de dos en dos o de tres en tres, conforme se habían agarrado al cuerpo ascendente, se elevó en el aire y fue arrastrada por el invisible ciclón caprichoso, primero hacia el norte, luego al sur, al este y al oeste, como si el dios cruel pretendiera que todos vieran aquel portentoso milagro, todos sin excepción y así pudieran convertirse, arrepentirse de sus muchos pecados y creer por fin.

No pude evitar que la risa, la carcajada, saliera de mi boca de verdugo kármico en la más baja de las dimensiones invisibles, y me tronché de la risa hasta que me embargó una emoción de cólera tan intensa que comprendí que no era mía, sino del iniciado. Desvié la atención del monitor y pude ver a éste, tan rojo, con el rostro tan hinchado, con los puños tan prietos, con la boca tan cerrada y los dientes rechinando, que comprendí de inmediato lo que se avecinaba. Aquel idiota integral se iba a lanzar contra los dioses kármicos, les iba a increpar llamándoles de todo e incluso pretendía golpearles con sus puñitos y darles patadas en sus divinos traseros. No es que me importaran mucho las consecuencias para aquel incauto, cada cual es libre de buscarse sus desgracias y sufrirlas con tanta intensidad como pueda o le dejen, pero no soportaba la idea de que yo fuera castigado también de la misma forma. Es cierto que los dioses del karma son estrictamente justos y lo que aquel idiota estaba haciendo era responsabilidad exclusiva suya, pero sabía muy bien cómo se la gastan los dioses del karma y que siempre encontrarían algún motivo o razón, alguna suciedad kármica en mi piel, como para que yo mismo llegara a aceptar el justo castigo. Lo sabía muy bien porque ya me había ocurrido en alguna que otra ocasión, más de las necesarias, diría yo.

Fue por eso que mis reflejos reaccionaron automáticamente y lanzándome sobre el iniciado le plaqué con una llave de artes marciales verduguiles, que las tenemos, no dejando que se moviera, y como pude, con mucha dificultad, lo arrastré por el suelo, lejos de la presencia de los dioses del karma, que se reían a mandíbula batiente, mientras en el monitor proseguía la escena en la que el iniciado continuaba levitando con su ristra de chorizos humanos aferrados a sus pies. No me costó imaginar todas las posibilidades creativas de semejante gag y sentí un ligero mareo, más bien un vértigo infinito que en parte fue producto de mi mente y en parte de lo que estaba pensando el iniciado, al que no le costaba nada imaginar lo que hubiera llegado a ser su misión de profeta levitante de haber aceptado aquella misión que se le había propuesto en su primer éxtasis como iniciado, en su primera auténtica iniciación.

La cólera de mi amigo no tenía límites y sus pensamientos eran tan irrespetuosos hacia los dioses del karma que me apresuré a sacarlo de la sala de monitores dejando que la puerta automática se cerrara a nuestro paso. Sabía que los dioses del karma los estaban percibiendo, y si hubiera podido hacerlo me habría persignado en aquel momento, rezando porque un milagro me librara de las consecuencias. Por suerte los dioses parecían muy entretenidos en troncharse de risa, tenían un buen día, y pudimos salir indemnes de aquel momento culminante en nuestras respectivas historias. Lo arrastré a toda prisa por el pasillo –el iniciado se dejaba hacer, desmoronado por la impresión, lo que le impulsó a dejarse caer al suelo como un fardo- rezando porque nadie nos viera, y cuando llegué a una especie de trastero que nadie utilizaba, solo yo para guardar algunas cosillas que deseaba nadie viera, tales como algunas mangancias o chorizadas que discretamente me agenciaba aquí y allá, para mis morbosos y perversos entretenimientos, abrí la puerta, arrastré al iniciado al otro lado, y la cerré de un portazo. Solo entonces suspiré, respiré, resoplé y me dejé caer en el suelo a su lado. Pasados unos minutos de tiempo terrestre, y recuperado el aliento y la jovialidad, me tronché de risa hasta que me dolieron los ijares.

EL VERDUGO DEL KARMA VIII


RELATOS ESOTÉRICOS VIII







Todos los iniciados son así de patéticos, se creen el ombligo del universo y montan estos ridículos follones incluso a presencia de los dioses del karma. Por suerte para él y para todos nosotros no se llega a ser dios sin antes haber adquirido un maravilloso, un divino sentido del humor. De no ser así mi pupilo estaría ahora en el infierno, sufriendo todos los tormentos posibles y hasta los imposibles, luego sería aniquilado por el fuego de la justicia divina y no quedaría nada de él, ni de mi, ni de ustedes, nada de nada. Me aburría aquel idiota que no cesaba de contemplarse el ombligo, sin embargo no perdí la paciencia con él, no porque ya hubiera adquirido el sentido del humor de los dioses del karma, sino porque recordé algo que por otro lado nunca olvido ni podré olvidar, mi propia historia personal y los patinazos que yo mismo diera ante los dioses del karma, archivero mayor y toda la jerarquía cósmica, antes de ser propuesto y entrenado como verdugo del karma. Es algo que siempre tengo presente y que me vino a la cabeza en aquel preciso momento, mientras mi pupilo se retorcía las meninges buscando explicaciones y soluciones. Era tan sumamente aburrido que me dejé llevar por mis propios recuerdos. Lo que aprovecho para endilgarles a ustedes la segunda entrega de mi diario, que quieran o no se van a leer muy modositos, en primer lugar para que me vayan conociendo mejor, no en vano soy el protagonista de esta historia, y por otro lado para aliviar la tensión de llevar tanto tiempo soportando a este inepto. En cuanto lean con calma esta segunda entrega y todos nos sintamos un poco aliviados de perder de vista por unos minutos a este portento de la iniciación que tengo a mi cargo, proseguiremos el recorrido previamente estipulado, podrán reírse un poco más de las tragedias de este incauto e irán conociendo este mundo invisible e inimaginable para ustedes, benditos soñadores que nunca recuerdan lo que sueñan.



DIARIO DE UN VERDUGO DEL KARMA

SEGUNDA ENTREGA

Fue una gran sorpresa para mí el que los dioses del karma me ofrecieran quedarme en el más allá –más acá para mí- sin obligarme a una nueva reencarnación. A pesar de que el cargo de verdugo del karma es uno de los más bajos en el escalafón cósmico y de que en esta dimensión somos considerados más o menos como proletarios de baja estofa –basureros espirituales- no lo dudé ni un segundo. Estaba harto de reencarnaciones, con todo lo que esto lleva consigo. A pesar de que uno siente la tentación de introducirse en un cuerpo y volver a disfrutar de algunos placeres, tales como el sexo corporal o el indudable placer de la comida material y tantas, tantas otras cosas, lo cierto es que el dolor, el sufrimiento, la falta de control de tu destino, los avatares por los que pasa tu memoria –de recordarlo todo a no recordar casi nada- hacen bastante molesto, para mí terrible, la sola idea de tener que volver a encarnarme.

Fue aún más sorprendente que no tuvieran en cuenta las circunstancias de mi fallecimiento. Me desencarné de forma violenta y por mi culpa, de eso no hay la menor duda. Ya en otras reencarnaciones había tenido problemas, a veces serios problemas, con la lujuria. Me gusta la comida y en alguna reencarnación he sido obeso y he muerto de diversas causas, todas relacionadas con mi gordura, pero el sexo se lleva siempre la palma.

En este caso cometí el error de intentar seducir y vincularme con una preciosa mujer con la que ya había compartido lecho, como amante, como marido y hasta como recambio o pieza de quita y pon. Claro que yo esto no lo recordaba entonces –lo supe con todo detalle al morir- y por eso me dejé llevar por el impulso. Adoraba a aquella mujer y sobre todo adoraba su espléndido cuerpo. A pesar de esta adoración ella me dio calabazas. Así mismo supe al morir que no lo había hecho porque no le gustara yo –al contrario le gustaba mucho- sino por ese sentido práctico que tienen las mujeres en general y del que carecemos los hombres, a pesar de nuestros vanos intentos por convencernos de que ellas son “mariposillas que van de flor en flor” y nosotros “gente seria”. Ella era muy consciente, cuando me rechazó, de que lo podría pasar muy bien conmigo durante una temporada, pero que dada mi acreditada fama de “picaflores” tendría todas las cartas de la bajara para perder la partida y de forma dolorosa.

El hecho de que me rechazara no me desanimó. Seguí insistiendo. Ella acabó casándose con un hombre al que yo consideraba un calzonazos, pero que acabaría por matarme, lo que no deja de ser una chocante manera de comprobar lo mucho que me había equivocado al juzgarlo. No me importó ni poco ni mucho que ella estuviera casada y aprovechando una ocasión propicia –ella estaba muy desanimada con su marido y habían tenido una bronca bastante importante- logré obtener sus favores. Yo creía por primera vez, aunque luego, al morir, repito, supe que llevaba obteniendo sus favores y ella los míos durante muchas vidas.

Todo fue bien durante un tiempo. Lo pasábamos maravillosamente en la cama, nos entendíamos muy bien fuera de ella. Las ausencias de su marido, por su profesión y porque cada vez discutían más, nos permitían vivir como pareja de hecho durante largos periodos, a veces hasta semanas enteras. Como el matrimonio no tenía hijos ella podía dedicarme todo su tiempo.

Yo había subestimado al calzonazos de su marido –como he dicho antes- y no estaba preocupado, ni poco ni mucho, con que sospechara algo, y mucho menos que nos sorprendiera. Ella en cambio no las tenía todas consigo y no cesaba de prevenirme contra sus celos y su mezquina forma de actuar en ciertos supuestos. No hice caso y eso me costó la vida.
Al morir sabría todos los detalles, pero en aquel preciso momento, mientras galopaba sobre ella, con un enorme placer por mi parte y casi tanto o más por parte suya, y daba la espalda a la puerta de la habitación, ni podía imaginar que la peor de todas mis posibles pesadillas se haría presente. Lo supe con certeza cuando un cuchillo penetró por mi espalda y se astilló en una costilla. Aún estaba vivo y, muy consciente de que debería reaccionar con urgencia si quería seguir estándolo, me retiré de mi amante y me lancé sobre su marido, buscando el cuerpo a cuerpo que me permitiera estrangularlo. Sí, porque eso era lo que pensaba hacer si nada me detenía. Para mi desgracia el calzonazos era muy fuerte y estaba tan rabioso con lo que había visto que me lanzó contra la mesita de noche… Y aquí entra en juego mi karma, aunque muchos lo llaman destino o mala suerte. Me golpeé la nuca contra la esquina del mueble, con tan mala fortuna kármica que la madera penetró en mi nuca y me segó la columna vertebral, bulbo raquídeo o lo que fuera o fuese -¡maldito sea su nombre!- haciéndome fallecer “ipso facto”.



No tuve ni tiempo para prepararme a morir, porque mientras luchaba estaba convencido de que saldría vivo y el otro idiota muerto. Mi típica sobreestima, mi maldita inconsciencia para afrontar los riesgos más evidentes, me catapultó al más allá –ahora más acá- sin la menor preparación.

Eso es malo. Morir sin saber que te estás muriendo y si además es una muerte violenta, te crea un shock de padre y muy señor mío. Te quedas que no sabes dónde estás, ni quién eres, ni si estás vivo o muerto. Y eso te genera una angustia espantosa. Yo supe que estaba muerto enseguida, en cuanto contemplé mi cuerpo desangrado sobre el suelo.

Estaba revoloteando sobre el techo y todo lo veía desde arriba. Mi cuerpo desmadejado, el cuerpo del marido que me miraba con ojos extraviados (mi mente captó la suya y supe que no había deseado mi muerte; sí darme un susto, un buen susto, pero solo eso) y el cuerpo desnudo de la esposa y amante y adúltera y preciosa mujer de mi vida, que no se había vestido, casi ni se había movido, y gritaba, histérica, y golpeaba con los puños en el lecho y miraba a su marido con ojos de lunática.

Por suerte –según supe después- el número de mis muertes violentas era muy alto y la experiencia me permitió tomar al toro por los cuernos y lograr calmar al marido. Sí, porque una vez tomada consciencia de la situación, comenzó un razonamiento que a él le pareció muy lógico y que a mí me llegó como la locura más terrible que cerebro alguno pudiera concebir. Estaba pensando en matar a su esposa, puesto que: me van a condenar lo mismo por una muerte que por dos, unos días arriba o abajo no son nada cuanto te vas a pasar el resto de tu vida entre barrotes.

Yo no quería que muriera ella. Ya había muerto yo y con eso era bastante. Así que me puse manos a la obra y contactando con la mente del otro logré transmitirle toda mi angustia. Eso le hizo mirar mi cadáver unos instantes y ponerse en mi piel, antes de lanzarse, cuchillo en ristre contra su esposa. Fue tiempo suficiente para que comprendiera la enormidad de lo que había hecho. Su esposa, y mi amante, se desmayó, y eso me libró de intentar calmarla, porque estaba pensando en arrojarse por la ventana.

Según sabría después con todo detalle, la fortuna hizo que alguien avisara pronto a la policía y que ésta compareciera en el piso y esposara al asesino y se llevaran en ambulancia a la esposa y los forenses se llevaran mi cuerpo, un poco después.

Había conseguido salvar a mi amante y eso me daba un tiempo para no hacer nada y limitarme a intentar desvincularme de un cuerpo al que el forense iba a abrir por la cavidad torácica, sin la menor compasión ni sensibilidad (se estaba comiendo un sándwich sobre mi cavidad torácica).

Pero será mejor que deje esta historia por el momento. A pesar del tiempo que llevo aquí, como verdugo del karma, aún sigue siendo para mí muy doloroso recordar aquel acontecimiento. Será por eso que los archivos akásicos no se consultan tanto como supondría una persona encarnada, quien seguramente se lo pasaría en grande consultando los vídeos más íntimos de las personas que conoce o que desea conocer “en profundidad”.

EL VERDUGO DEL KARMA VII

EL INICIADO/CONTINUACIÓN
LA CEREMONIA INICIÁTICA
La supuesta cámara ascendió de nuevo hasta el techo y allí quedó suspendida. De pronto el cuerpo dormido desapareció y su lugar fue ocupado por un cuerpo despierto que se movía por la habitación haciendo algo.
-Ahí estoy preparando mi ceremonia de iniciación, colocando el espejo, encendiendo el incienso… No puedo creérmelo.
Estos monitores son una maravilla, una auténtica maravilla.
El monitor parece dejar de captar mi mente porque las imágenes que sucedieron poco tenían que ver con mi interés en el asunto. La cámara buscaba el pasado del iniciado. Los momentos que él consideraba muy interesantes.
Pero de pronto el iniciado perdió los papeles, porque las nuevas imágenes eran muy poco satisfactorias para su honrilla de ser humano y la imagen de persona pública que había intentado mantener todos los años de su existencia.
Intenté no reírme de su pasmo ni de lo que estaba viendo. El pobre incauto aún estaba comprendiendo las frases bíblicas sobre la visión profunda y omnímoda de Yahveh que ve en lo más profundo de nuestros corazones y a quien nada se le escapa.
Era verdad, por supuesto, ni el tiempo ni el espacio son barreras que no puedan ser obviadas por las consciencias evolucionadas y las paredes materiales ni siquiera soportan el escrutinio de las nuevas tecnologías.
Estamos desnudos ante la divinidad y desnudos ante cualquiera que tenga interés y medios para espiarnos. Perdemos el tiempo creando imágenes falsas para que los demás nos tengan por lo que no somos. Nada hay oculto que no haya de ser descubierto. Gran verdad.
El iniciado pasó de la estupefacción a la rabia, suele suceder habitualmente.
-Esto me lo deberían haber dicho. Este es un secreto que no puede permanecer oculto por más tiempo… Cuando regrese a mi cuerpo lo pienso pregonar hasta al lucero del alba… Maldita sea mi alma….
Y esto fue lo más suave y dulce que dijo. Blasfemaba como un condenado y me vi obligado a pausar sus desvaríos para no llamar la atención de los dioses del karma. Lancé una imagen contundente, contra su mente: un dios levantándose molesto por la interrupción y aplastándole bajo su inmenso pie.
Dio resultado instantáneo. El iniciado supo que aquello no era una broma y se controló como buenamente pudo, no sin antes jurar y perjurar en voz baja que desvelaría aquel secreto a todo bicho viviente.
Me sonreí pero no dije nada. Aquí todos saben lo que se cuece, si alguien no lo recuerda es porque no quiere, porque considera que su vida terrestre será más fácil sin algunos recuerdos específicos.
El monitor continuó mostrando imágenes del iniciado. Era claro que ahora que él sabía aún quería saber más y más y más….
De vez en cuando farfullaba algo en voz baja que yo podía entender perfectamente.
-Somos hormiguitas, controlados y manipulados por quienes se creen dioses , aunque no dejan de ser como nosotros. ¿ Acaso la chispa divina no está en cada ser consciente, incluso en cada ser vivo o aún más, en cada pedazo de materia? ¿A qué viene, entonces, asumir funciones de dioses manipulando las existencias de quienes están por debajo en la escala evolutiva?
Todo aquello y más dije yo cuando me enteré, cuando supe… La rebeldía contra la manipulación es congénita a la naturaleza humana, que ignora que el individualismo no es sino un accidente evolutivo. Solo el Todo absoluto , consciente, omnipotente, perfecto, que nada necesita fuera de él y que es, no está ni tiene puede permitirse el lujo de decir que es para siempre sin alternativas evolutivas de ninguna especie.
El iniciado iba cobrando la calma en su exterior, aunque en su interior la rabia, el odio y un cúmulo de sentimientos negros como la noche cósmica, se iban agitando, buscando un asentamiento en la consecución de una meta que pudiera satisfacerle.
Quería cambiar toda la estructura del universo, de arriba abajo. No haría ningún tipo de concesión. Se enfrentaría a dioses y a lo que fuera. Lo que le habían hecho a él no tenía nombre ni disculpa de ningún tipo. Cuando volviera a su cuerpo pregonaría a todo bicho viviente la manipulación que se estaba cociendo en las estructuras de poder del universo.
Yo podía captar sus pensamiento. Intentaba controlarme para no soltar el trapo. Era de todo punto ridícula su actitud. En el monitor se iban reflejando sus pensamientos y sentimientos como en un espejo.
Cada uno de sus movimientos en la pantalla mostraba la auténtica realidad, no la que manipulamos para que el espejo nos de la imagen de nosotros que queremos ver, sino la realidad pura y dura, la que no contenta ni a unos ni a otros, ni da la razón a este sobre aquel.
De haberse tratado de una película al uso que fabricaran los seres conscientes de la realidad material para divertirse y engañarse un poco, ocultando la realidad que no quieren ver, habría pensado enseguida que estaba viendo una película claustrofóbica, de terror.
El iniciado aparecía tomado por la supuesta cámara desde arriba, desde lo alto. No parecía existir techo, solo paredes que enclaustraban al personaje, que cuadriculaban su vida. Paredes que en realidad eran vidrios transparentes puesto que la cámara que tomaba las imágenes se las saltaba sin la menor dificultad cuando así se estimaba oportuno por su manejador. Las barreras espaciales o temporales eran pura engañifa, como un espejo truncado a través del cual tú no pudieras ver; pero que sin embargo todo el mundo pudiera verte a ti desde el otro lado. Para quien cree descubrir por primera vez que su intimidad es algo tan ficticio como todo lo que cubre el velo de Maya, resulta muy amargo reconocer que no somos islas y que nada absolutamente nada, permanecerá oculto para siempre.
En el rostro del iniciado, yo podía observar todas las emociones que iban empapando su consciencia. La desesperación iba aumentando en grados como era previsible inició una huida hacia delante. Ya que no podía regresar al feliz estado, de ignorancia anterior, quiso saberlo todo, sin restricciones, aunque el conocimiento lo matara. Típico de algunos iniciados fogosos, como fue mi caso en su momento.
Deseó conocer cuáles habían sido sus relaciones con los dioses del karma.y en el monitor surgió la imagen de tres dioses kármicos, de pie, sobre una especie de nube. El iniciado observó atentamente sus rostros pero ninguno de ellos estaba en aquel momento de guardia en la oficina del karma.
Los dioses del karma tienen un aspecto muy semejante. Altos ancianos de melena gris, rostros de abuelos que no habían envejecido, como debieran, sin arrugas, miradas como reyes que te traspasan, sonrisa mitad amable, mitad irónica. Visten largas túnicas de diferentes colores, predomina el blanco, y todo en ellos revela poder, majestuosidad, empaque. Es decir, como uno se imaginaría a un dios, poderoso, omnipotente, bondadoso… y como a uno le gustaría imaginarse a un dios: irónico, asequible, humano, a veces terrible y a veces entrañable.
Por cómo se desarrollaba la escena supuse que el iniciado estaba recordando un momento entre reencarnación, justo cuando se ventila con los dioses del karma cómo será la siguiente reencarnación: qué defectos de carácter hay que limar y qué experiencia son precisas para evolucionar un poco más, si puede ser dos, en el camino hacia la liberación absoluta.
El iniciado se rebelaba y discutía fieramente con ellos. No estaba de acuerdo en que en su próxima vida tuviera que sufrir tanto. Sus deudas kármicas no eran tan grandes, a su juicio, y en cuanto al ritmo de evolución que se le proponía, le parecía muy acelerado. No porque no deseara liberarse y cuanto antes, sino porque por cada pedazo de liberación se exigía un precio muy alto y él no estaba de acuerdo en pagarlo todo en una sola vida. Vale un poco de sufrimiento por la libertad, pero no tanto que su vida se tuviera que convertir necesariamente en una tragedia shakespeariana.
Por otro lado los dioses estaban interesados en que el iniciado cumpliera una misioncita dde nada. La humanidad estaba necesitando un giro de timón y él debería contribuir en su especialidad y en la forma en que los dioses habían estudiado previamente.
Al iniciado aquello le parecía una tomadura de pelo:
-¿Queréis convencerme de que además de llevar una vida de perros, apaleado cada dos por tres; además tengo que poner la cama, como una puta y aceptar la terrible angustia de la violencia y la locura esperpéntica del profeta fuera de ambiente, de tiempo, de la lógica más elemental en una etapa histórica concreta?
El iniciado estaba fuera de sí. Había perdido toda compostura. Ni siquiera era consciente de estar hablando con dioses que podrían fulminarle de una mirada. De haber podido habría tomado a cada dios del cuello y apretaría hasta que sus rostros impasibles se volvieran púrpura y sus respiraciones se hicieran jadeantes, espasmódicas.
Los impasibles dioses se lo tomaron muy bien. No eran capaces de ocultar su intenso regocijo. Se daban codazos entre sí, se carcajeaban a mandíbula batiente, expresaban lo divertido de la situación con comentarios irónicos, a veces tan sarcásticos que el iniciado se hubiera sentido manipulado hasta lo más profundo de su ser de no ser por la terrible cólera que le embargaba.
-¡Maldita sea! Dioses o humanos, me importa un rábano lo que hayáis planeado sobre mi futuro. Mi futuro es mío y lo decido yo. Y no vayáis a pensar que podréis doblegarme. Aunque sea un mísero humano, dentro de mí habita una chispa divina, como en vosotros, y si aún no soy tan consciente de ello como lo sois vosotros, dioses del karma, os aseguro que no me doblegarán torturas ni coacciones, ni halagos.
Los dioses del karma se tronchaban de la risa. Para ellos aquella situación debía de ser en extremo hilarante, porque no paraban de reírse, aunque lo hacían amablemente. No como un humano se puede reír de una hormiga rebelde. Que se le enfrentara y le amenazara con un severo castigo.
El iniciado comprendió lo ridículo de su postura y adoptó otra más receptiva. Les pidió disculpas por su arrebato de cólera, se humilló pero en ningún momento cedió en sus pretensiones.
-Vale, si tengo que vivir una tragedia shakesperiana, al menos me gustaría que me concedieran la posibilidad de vivir un tiempo un amor humano y carnal. Ustedes me entienden… Una mujer a la que amar y que ame un poco, una pizca de sexo para endulzar hieles de la tragedia y una familia de apoyo, por muy reducida que sea. Si me conceden eso les prometo que me pensaré lo de pagar mi karma de una sentada.
Los dioses sonreían joviales.
-Bueno, ¿y cómo elegirías esa mujer?
-En sueños buscaría la mujer ideal y pediría su consentimiento. Para trenzar las circunstancias que nos llevasen al conocimiento mutuo y a la posibilidad de elegir o no una relación muy estrecha.
-Nos parece bien, pero nada de coacciones o de forzar la voluntad de nadie. Tú no estás en condiciones de exigir. ¿Lo entiendes?
-¡Que si lo entiendo!
Si estuviera en condiciones de exigir pediría una placentera vida de millonario, muchas mujeres, mucho sexo, y una fuerte dosis de poder. ¡Qué más si tengo que hacer de vidente o de profeta!
-¿Aceptas pues la misión?
De eso me gustaría hablar. Si no tuvieran ustedes inconveniente. Los dioses le realizaron varias propuestas que se escenificaron en el monitor. En una de ellas el iniciado levitaba como un globo. En cuanto se descuidaba zás, se elevaba en el aire, en postura sedente, si estaba sentado a sus pies dejaba de tocar suelo y permanecía en el aire, un par de metros del suelo.
Las imágenes eran tan nítidas que hasta yo podía percibir las sensaciones que el iniciado experimentaba. El terror de comprobar cómo su trasero perdía contacto con la silla y se elevaba en el aire, como un globo demasiado hinchado. El terror de observar las miradas asombradas de quienes le rodeaban, sus ojos como platos, clavados en él, como si fuera un monstruo, un fenómeno de la naturaleza, un milagro tan estúpido que resultaba absolutamente incoherente. Algo así como un pato asustado que comenzara a levitar, al tiempo que el terror le producía una imparable flojedad de vientre , sin darse cuenta de lo sencillo que era extender sus alas y volar lejos de allí.
La incoherencia de un fenómeno milagroso, que solo servía para la comodidad aterrorizada de un hombre idiota, era tan llamativa que no pude contenerse la risa. Era algo tan divertido que me carcajeé sin la menor vergüenza. Sin embargo el iniciado no se quejó, ni siquiera era consciente de que seguía a su lado,. Las imágenes del monitor le hipnotizaban. Su vista se había clavado en él como un dardo, ni siquiera parpadeaba.
Ahora se imaginaba lo que sería una levitación controlada. Sentado en el aire como el maharajá de Kapurtala. Podía desplazarse al soplo de su pensamiento. Se trasladaba por las calles de la ciudad, repletas de tráfico, a una altura agradable, ni tan alto que sintiera vértigo, ni tan bajo que le diera miedo chocar contra los vehículos o la gente.
Podía tratarse perfectamente de una película en un futuro hipotético, en el que los ciudadanos se trasladaran por el aire y los coches volaran y la vida estaba tan tecnificada que la vieja realidad conocida se había puesto patas arriba. Pero para nuestro iniciado no se trataba precisamente de una película como mostraba claramente la reacción de los espectadores que le miraban asombrados y se ponían el dedo índice en la sien y hacían el gesto de perforársela como un taladro. Los más valientes le llamaban loco y los más cobardes comentaban con otra voz baja que estaba como un cencerro de una vaca loca.
El era consciente de que su cuerpo no levitaba sobre la silla ni sus pies se despegaban del suelo más allá de lo que se despegan unos pies que caminan. No obstante las sensaciones y emociones se ajustaban como un guante a lo que sentiría un ciudadano levitando sobre la ciudad.
¿Qué le estaba sucediendo? El no lo tenía muy claro, sin embargo lo achacaba al mal café con leche que bebían los dioses del karma en su universo particular. Se había negado a participar en la farsa del profeta levitando y ahora unos dioses tan vengativos como los propios humanos le obligaba a vivir dentro de su cráneo,lo que según ellos debería haber vivido en la realidad física.