martes, 26 de abril de 2022

LA VENGANZA DE KATHY VII

 




Y eso hicimos. Yo notaba ya una erección un tanto molesta que se agudizó cuando ella tomó la delantera y yo la seguí con la mochila a la espalda. No podía apartar mis ojos de su trasero, hasta el punto que en un momento determinado se volvió y me preguntó si le gustaba su popa. Me puse un poco colorado, la verdad, e inquirí si tenía ojos en la nuca. Se limitó a echar una mirada prolongada a mi entrepierna y a reírse con ganas. Aceleró el paso como si le corriera mucha prisa llegar a la cabaña, deteniéndose tan solo de vez en cuando para observar sus señales, sus códigos, que continuaban siendo totalmente invisibles para mí. Habíamos salido del bosque de secoyas, más despejado, con grandes espacios entre los árboles que permitían un fluido caminar, y nos encontrábamos de nuevo en el bosque más tupido con árboles menos altos, más cercanos entre sí, atiborrados de maleza y zarzas que los rodeaban, haciendo tan difícil moverse por allí que sólo la fijeza de mi mirada en la popa de Alice me impedía perderme, evitando quedar enganchado en algún espino. Ella parecía seguir un sendero, invisible para mí, que apenas era suficiente para dejar pasar un cuerpo humano, y ello con suma dificultad. Maldije mi dejadez y falta de prudencia al trasegar el contenido íntegro de la botella de vino. Tenía la cabeza como embotada y de vez en cuando sentía una curiosa sensación como de agradable mareo que aumentaba su intensidad cuando contemplaba la popa de Alice a plena satisfacción. Mi exaltada imaginación la iba desnudando y ya sentía su cuerpo desnudo entre mis brazos. Fantasía que generaba una molestia, más bien un curioso dolor en mi entrepierna, mezcla de placer no satisfecho y deseo frustrado que al aumentar en intensidad expandía mis gónadas, atraía más sangre al miembro viril, que crecía hasta descoyuntarse, haciendo que su roce contra el pantalón se hiciera insoportable por momentos.

Para evitarlo, en la medida de lo posible, decidí pensar en cualquier otra cosa que entretuviera mi mente, alejándola de aquel tormento que se iba haciendo cada vez más insoportable. Así se me ocurrió pensar en el bosque que atravesábamos a velocidad desmedida. Parecía extrañamente caótico. Una mezcla insólita de bosque de secoyas, rodeado por otro bosque más convencional y salvaje, tal vez debido a la falta de cuidado. Parecía que nadie lo hubiera desbrozado nunca, aunque la lógica me obligaba a pensar que hubo un tiempo en el que aquello debió de ser un paraíso natural, con senderos bien cuidados y marcados, bancos de madera para descansar en el camino y claros con mesas y hasta cabañitas y columpios para los niños. Intenté controlar aquel desvarío que me llevó a otro. ¿Cómo sería aquel entorno antes de que Mr. Arkadín lo eligiera como sede de su disparatado Crazyworld? Seguramente se trataba de un parque natural con numerosos visitantes. Pertenecería a algún organismo público. ¿Lo había comprado todo aquel millonario loco? La cabeza comenzó a irse de paseo, por lo que cambié de tema. No recordaba muy bien cómo había sido el camino que realizara con Jimmy cuando me llevó a la cabaña. Tenía la impresión de que todo había resultado más fácil y hasta más corto. ¿Era el camino del Pecas más fácil que el de Alice? ¿Existía fauna salvaje en aquel bosque? No se me ocurrió preguntárselo a aquel idiota, tal vez porque con la luz del sol no procedía pensar en semejantes temeridades. ¿Habría lobos, jabalíes, pumas, yo qué sé qué más animales salvajes?

No podía hacerme una idea, ni siquiera vaga, del tiempo que llevábamos caminando, de la hora solar… por cierto que parecía haber oscurecido, todo era mucho más gris ahora. A lo lejos sonó un trueno como amordazado y una gota de lluvia cayó sobre mi nariz. No me quedó otro remedio que fijarme en el culito de Alice y tratar de seguir sus pasos, ahora casi al borde del galope o la carrera. Me pregunté cuánto más quedaría y supliqué al cielo que se aguantara hasta que llegáramos. Lo que ocurrió de repente, tal vez porque el cielo me oyera o porque había llegado el momento de llegar a la cabaña. Salimos al claro que recordaba y allí Alice, sin mediar palabra, me tomó de la mano y corrimos juntos hacia donde ella me dirigió. La cabaña estaba escondida. Como cuando me guió El Pecas solo alguien que supiera de su existencia la podría encontrar. Nos refugiamos bajo un saledizo que ocupaba toda la fachada, oculta por hiedra y otros vegetales y ramas, porque había comenzado a llover con ganas. Un formidable trueno, ahora nítido, estalló sobre nuestras cabezas. Alice se movió a toda prisa rodeando la fachada, la perdí de vista y cuando regresó llevaba una llave en la mano, con la que abrió la puerta. Nos refugiamos a toda prisa en el interior. Entonces se me ocurrió una idea elemental.

-¿No deberíamos buscar a Kathy primero?

-Esa psicópata es demasiado lista para refugiarse donde sabe que la buscaríamos primero.

-¿Entonces crees que andará por el bosque con esta tormenta, como un animal salvaje?

-Me importa una mierda Kathy y toda su parentela. Ya habrás deducido que si te he acompañado no ha sido para buscarla, si no para tenerte solo para mí. Y ahora te tengo, guapo.

Cerró la puerta con la llave y me arrastró hasta una puerta de madera que abrió como si supiera qué nos íbamos a encontrar. Era un dormitorio enorme, decorado todo en maderas preciosas –al menos es la impresión que me dio, yo no sabía nada de maderas, ni de casi nada, continuaba siendo un amnésico- armarios de madera, mesas y sillones de madera, paredes de madera, lámparas de madera, un enorme lecho en madera, redondo, formando una rueda gigantesca y sobre él lo que me pareció un colchón de agua. Había cuadros de caza, bastante brutales para mi gusto y lo peor de todo eran aquellas cabezas de animales disecados, algunos con cuernos, otros con colmillos, todos con ojos transparentes. Yo no iba a poder tener sexo con Alice bajo la mirada de aquellos pobres animales, trofeos de caza de cazadores sin entrañas. Me desprendí de ella y me dirigí al primer armario, lo abrí con rabia. Nada que me sirviera. Abrí el segundo. Sí, allí había sábanas, mantas, colchas, edredones y toda la parafernalia de un dormitorio para millonarios. Comencé a sacar un montón de sábanas, perfectamente dobladas y colocadas en una estantería. Fui tapando cabezas a toda prisa. Entonces miré hacia Alice para pedirle que me ayudara, así terminaríamos antes. Ella a su vez me estaba mirando con ojos como platos, tan asombrada que no era capaz de decir palabra.

-Vamos, ayúdame. No sería capaz de hacer nada con los ojos vidriados de estos pobres animalitos mirándome.

-Pero, pero… tú estás completamente loco. Me entrego a ti, pongo este maravilloso cuerpo a tu disposición y tú… y tú solo piensas en tapar estos malditos trofeos. Estás majara, tío, completamente majara.

-Como casi todos en este frenopático que llaman Crazyworld. Lo que es perfectamente lógico. Claro que como tú eres la única cuerda en este antro, te puedes permitir el lujo de llamarme loco.

-Perdona, tío, perdona. Es que me has pillado por sorpresa. Entiendo que seas tan sensible a estas cosas, yo también lo sería si no estuviera tan ansiosa.

Me ayudó a tapar todos aquellos espantosos trofeos que solo a un auténtico loco como Mr. Arkadin se le ocurriría poner precisamente allí, en el dormitorio de sus orgías y depravaciones. Me sentí un poco idiota, pero yo amaba a los animales, o al menos así debería ser en cuanto recobrara mi perdida memoria. No supe hasta ese momento lo mucho que odiaba a Mr. Arkadin, aquel cerdo multimillonario que nos tenía allí encerrados de por vida. Y ahora, además, le odiaba aún más por aquella carnicería llevada a cabo con animales que no molestaban ni se metían con nadie. No podía recordar nada de mi pasado que se refiriera a mascotas o animales en general, pero aquel sentimiento era algo visceral que brotaba de mis entrañas como una ola dispuesta a arrasarlo todo. Y entonces se me ocurrió la gran idea. Puede que la amnesia fuera la causa de mi idiotez, o tal vez tan solo me hiciera aún más idiota de lo que ya era, el caso es que ni siquiera había pensado en la posibilidad de matar a aquel cerdo y librarnos a todos de la jaula de oro que era Crazyworld. Nada de seguir buscando delirantes e imposibles formas de fugarnos. La solución al problema había estado ahí todo el tiempo, frente a mis narices, y no la había visto. Aquel cabrón vendría, antes o después, a solucionar el asesinato del director, y entonces… Sí, porque por muchos guardaespaldas que trajera, no podía ser tan difícil pegarle un tiro, y más si todos nos poníamos de acuerdo, conspirábamos para llevar a cabo lo que todo el mundo estaría dispuesto a hacer para alcanzar la libertad. No pude seguir elucubrando al respecto, porque Alice se abalanzó sobre mí y comenzó a intentar desabotonar mi camisa.

domingo, 24 de abril de 2022

EL TODO

 Budismo



MICRORRELATOS METAFÍSICOS

EL TODO

El filósofo Manual Canto, un filósofo que es un encanto, dicta una conferencia sobre filosofía en el paraninfo de la universidad Complotense de Madrid. Ha llegado a las siguientes conclusiones: La individualidad no tiene futuro, puesto que ningún individuo puede permanecer para siempre y aún en el supuesto de que pudiera alcanzar la inmortalidad no sería posible poseer todo lo que se desea. Ergo la infelicidad está servida. Un individuo infeliz no tiene otro futuro que luchar para ser feliz, hasta cansarse. Te pierdes en el Todo, como piensan los orientales o Dios te premia con el Todo, como de alguna manera predican las religiones cristianas, o simplemente te mueres, te conviertes en polvo y permaneces insensible como una piedra, para siempre.

Le interrumpe una jovencita, quien a voz en grito proclama que si al final todos vamos a formar parte del Todo, ella no tiene inconveniente en ser toda suya, en ese mismo momento.

Otras jovencitas la apoyan y se lanzan hacia Manuel Canto, intentando desnudarle. Este encanto de hombre no pierde la calma y dirigiéndose a la concurrencia da por finalizada la conferencia con estas palabras:

La felicidad absoluta no es posible, pero merece la pena luchar por una partícula de felicidad. El Todo es el mar donde nos ahogaremos, pero mientras tanto merece la pena intentar flotar.

Y diciendo esto se aleja con las jovencitas. En la universidad Manuel Canto tiene fama de ser un encanto.



galaxias

sábado, 2 de abril de 2022

EL VERDUGO DEL KARMA XII

 






No se me ocurrió ninguna apuesta interesante para mí, porque era seguro que la iba a ganar de todas-todas. El iniciado guardó silencio porque algo ocurría en la sala que llamó su atención. En efecto, el juicio iba a empezar. No se puede decir que se hizo un silencio ominoso, porque el silencio era casi absoluto desde que entramos. Nadie había hablado entre los testigos -que eran muchos- sentados religiosamente en sus asientos y no había nadie más en la sala, de momento. Tampoco había más espectadores que nosotros dos. No se puede decir que fuera algo curioso, porque el tiempo es aún más prolongado que el espacio, y además, por experiencia, me consta que no hay mucho interés en los juicios a los genocidas, salvo los que han sufrido en sus carnes ese ansia sádica que tienen aquellos de acabar con todo el mundo y de la forma más dolorosa posible, y éstos o sus familiares son testigos por imperativo legal.

Como por ensalmo aparecieron los tres jueces de turno del tribunal del karma en sus sillas sobre la tarima, tras la mesa del tribunal que no tiene otro sentido que hacer que el decorado no desentone de lo que todos esperan en un tribunal, porque es lo que han visto estando vivos, o mejor dicho, reencarnados. Como en un acto reflejo todos los testigos se pusieron en pie y bajaron la cabeza. Es imposible que los dioses del karma pasen desapercibidos allí donde estén y aunque no sean visibles para los sentidos humanos o astrales o dicho de otra manera, los que poseemos quienes estamos en esta dimensión paralela. El iniciado debió de atisbar su presencia, aún sin verles, lo que indica bien a las claras el impacto que aquellos habían tenido sobre su consciencia desde que les conoció en presencia, porque supongo que alguna idea teórica o imaginativa se había formado en su realidad carnal. A mí ya no me afectan tanto, debo haber formado callo de tanto verles y temerles. Sería tonto por mi parte describirles o darles nombre porque solo quien les ha visto en persona, personalmente, se puede hacer una idea de su naturaleza. Decir que parecen venerables ancianos con luengas barbas y túnicas blanquísimas, que parece desprenderse de ellos un poder que aterroriza tus entrañas y que su majestad nada tiene que ver con la de los reyes, emperadores y demás jerifaltes que en el mundo han sido, no es una descripción que se acerque mucho a lo que los reencarnados llaman “realidad”. Baste pues con las frases anteriores para pasar a la narración de los hechos.

En el tribunal del karma no hay secretarios, ni fiscales, ni abogados defensores ni cualquier otra figura que conocen los reencarnados por haber asistido a sus tribunales de justicia o por haber oído hablar de ellos. No es preciso un secretario porque en la gran pantalla de video kármico aparecerán todos los hechos que sean necesarios, sin necesidad de ser narrados por un falible secretario de tribunal. No hay fiscales porque los hechos en sí son tan demoledores que no se necesita una acusación, los hechos acusan con total contundencia y en forma exacta. Tampoco se requieren abogados defensores porque la única defensa posible es la admisión de la culpa o la apelación a un tribunal superior que solo puede ser el Padre Universal, quien da otra oportunidad o aniquila la existencia. Lo mismo que ocurre con los cascos virtuales kármicos que utilizamos los verdugos del karma, los hechos que se presentan lo tienen todo, desde la realidad física percibida por los sentidos de los reencarnados, hasta los pensamientos, emociones y consecuencias kármicas de cada acto. No queda si no asumir las consecuencias de nuestros actos y quien se niegue a ello sufrirá el castigo correspondiente dictado en la sentencia del tribunal.

El tribunal no tuvo que hacer indicación alguna al ujier, agente judicial o fuerzas de seguridad adscritas a los tribunales. Aquí no es necesario presencias interpuestas, cada acusado, testigo o lo que sea recibe con contundencia mental la orden del tribunal y si se resiste… Mejor no decir nada sobre los que se resisten…Bueno, en este caso sí hay que decir algo. Porque el acusado, el conocido en su tiempo como Heil Hitler, asomó su conocido cuerpo físico por una esquina, vestido con uniforme militar, como no podía ser menos, y con su famoso mostacho. A los acusados, testigos y por supuesto espectadores, se les permite escoger la apariencia del cuerpo físico que han usado en cualquiera de sus reencarnaciones, como si fuera una carcasa. Aquí cada uno elige su apariencia, sea la que fuere, y si alguno tiene poder suficiente, hasta puede configurar un cuerpo a su medida, aunque no lo haya habitado nunca. Pero para eso se requiere tal poder que nadie lo consigue. Los dioses del karma podrían hacerlo pero a ellos les tiene sin cuidado su apariencia, aparecerían ante nuestros ojos como payasos de circo si así lo eligieran pero nosotros no seríamos capaces de verles como tales payasos porque su naturaleza divina y poderosa nos haría verles como tales dioses del karma, ancianos venerables y majestuosos.

Como decía, debo narrar un incidente gracioso que ocurrió tan pronto como el genocida apareció por una esquina. Y fue que debió de resistirse a personarse ante el tribunal porque sin que se escuchara voz alguna o los jueces del karma demudaran la expresión de sus rostros, y mucho menos llamaran a nadie en su ayuda, nuestro personaje salió despedido como si le hubieran dado un puñetazo cósmico y volando por el aire cayó de culo a los pies del tribunal. Muy erguido y orgulloso se puso en pie, pasó las manos por los pantalones, para quitar supuestas arrugas y se atusó el bigote. Se plantó rígido como una tabla, mirando al tribunal y para sorpresa de todos los presentes hizo el saludo hitleriano y nazi con el brazo derecho estirado. No se oyó un oh clamoroso porque aquí los sonidos son más bien mentales, pero todos lo percibimos como tal sonido clamoroso. Un tribunal de reencarnados hubiera llamado al orden y ordenado a las fuerzas policiales que lo pusieran, no digo firme, porque ya lo estaba, pero en su sitio. Aquí sencillamente salió levitando, firme como estaba y con el brazo en alto, hacia el sillón del acusado, donde permaneció un segundo de pie, luego sus rodillas se doblaron y quedó sentado, eso sí muy rígido. Como no me he cansado de repetir, aquí no existe el tiempo, pero de haber existido nos habríamos aburrido de verle levitar, como a cámara lenta. Simplemente lo percibimos y a todos nos pareció muy gracioso, como en una de esas películas del cine mudo de los reencarnados.

El orgulloso genocida intentó volver a ponerse en pie, firme, con el brazo en alto, pero cada vez que lo hacía se veía sentado en su silla, como si algún poderoso robot estuviera dispuesto a descoyuntarlo una y otra vez, hasta que asumiera que el tribunal kármico merecía un respeto. En el tiempo de los reencarnados o en sus películas mudas esto hubiera durado un tiempo inaceptable, aquí todos lo percibimos como si ese tiempo hubiera transcurrido sin hacerlo. La escena era tan divertida que todos los testigos soltaron una estentórea carcajada, mental, por supuesto, porque aquí los sonidos no son lo mismo que en la realidad de los reencarnados. Hasta noté que el iniciado se doblaba de la risa y que a mí se me saltaba la carcajada a pesar de haber visto ya este juicio unas cuantas veces. Los dioses del karma ni se inmutaron o si se estaban riendo de lo lindo, era por dentro, y no se les notaba.

Al final se dio por vencido y quedó sentado, tan rígido, que parecía de palo. Entonces se escuchó una gran voz, formada por los tres dioses del karma, que sonó en nuestras mentes como si se hubiera producido en un espacio físico.

-¿Cómo se declara el acusado?

-Inocente.

Su voz sonó como sonaba en las películas grabadas de sus discursos, ni más ni menos. El tiempo no parecía haber pasado por él. Para hacerlo se puso en pie, firme, e intentó colocar el brazo rígido en saludo nazi. El resultado fue que al parecer se le permitió permanecer firme pero cada vez que el brazo se estiraba, una poderosa mano invisible se lo bajaba. Al final renunció también al saludo nazi y permaneció firme esperando lo que dijera el tribunal.

-Puesto que no se arrepiente de sus actos, puesto que los niega, puesto que ni el sufrimiento de la muerte ni su estancia en esta dimensión, donde tantos abjuran de su pasado y aceptan el karma necesario para purificar sus personalidades han conseguido doblegar su naturaleza megalómana, sádica y brutal, vamos a proceder a documentar el genocidio que llevó a cabo. De ser necesario documentaremos todos y cada uno de los actos de su vida, de sus pensamientos, de sus emociones, pondremos al descubierto toda su intimidad, hasta vaciar el retrete de su alma. Prosigamos.