EL PUB DE PACO/CONTINUACIÓN
Fue entonces cuando se me acercó
una chica a la que tampoco conocía. Con todo desparpajo me pidió que bailara
con ella. Estaba sonando una canción lenta y todo el mundo aprovechaba para
arrimarse y sobarse con esmero. Recordé haberla visto con el anfitrión de la
fiesta o alguno de sus amigos. Podría muy bien ser su novia. Me juré ser
discreto. Cumplí mi juramento, pero no así ella que enseguida se arrimó todo lo
que pudo dentro de un espacio físico que no presentaba obstáculos a los
cuerpos, y desde luego pudo mucho, creo que hasta el aire debió sentirse un
tanto comprimido. No contenta con ello bajó las manos y me sobó el trasero y si
me hubiera descuidado un poco hasta me hubiera bajado la cremallera de la
bragueta. Semejante actitud no era muy frecuente en las mujeres, al menos en
las que yo conocía, que solían limitarse a poner el semáforo en rojo, en ámbar
o en verde o a dirigir el supuesto tráfico hacia ellas con un “savoir faire”
que daba gusto. Eso me indicó que se trataba de una chica “progre” y tan libre
como se lo permitía el entorno y las circunstancias.
A pesar de que supuestamente el
ambiente universitario era de lo más libre y “progre” del país, el escándalo
que se armó fue mayúsculo. Por suerte no duró mucho porque un chico se acercó
hasta nosotros con una mirada luciferina en sus ojos de jaguar nocturno, me
separó a empujones de la chica y continuó empujándome como si le estorbara en
cualquier espacio que ocupara mi cuerpo. Al parecer era el novio porque ningún
otro ser querido, ni siquiera su padre, se habría comportado de aquella manera,
como un toro que cornea la capa roja una y otra vez.
Tuve que ponerme serio, agarrarle
del cuello, hacerle una llave inmovilizadora y gritarle a la oreja que yo
ignoraba que la chica fuera su novia, que no tenía obligación de saber acerca
de las relaciones de las chicas que me pedían un baile, que no fui yo quien la
invitó a bailar, sino ella a mí y que eran sus manos, las delicadas manos de su
novia las que me estaban magreando a mí, tocándome el culo con mucho salero y
no las mías, humanoides y bastas las que habían buscado su delicioso culo. O
sea, dicho en plan pijo, que arreglara sus problemas con su novia y no conmigo,
un discreto invitado que no conocía a nadie en la fiesta, y rematé diciéndole
con cierto “recochineo” que si yo fuera su novia ya le hubiera mandado a tomar
por donde amargan los pepinos, dicho con toda fineza.
El muy estúpido no me hizo el
menor caso, emperrado en que nos diéramos de puñetazos. Como estaba bien sujeto
comenzó a forcejear con las piernas y en un descuido me acarició un poco el
tobillo. Eso colmó mi paciencia y lo lancé con todas mis fuerzas contra unas
mesas, donde quedó espatarrado. Un amigo suyo intentó separarnos y la novia del
mencionado amigo se puso de uñas por salir en defensa de aquella guarra que iba
también a por su novio…Detuvieron la música, todo el mundo intentó separar a
todo el mundo, acabaron por pelearse quienes no tenían la culpa de nada y
llovieron puñetazos y patadas por todas partes. Yo salí de allí, tan discreto
como si no tuviera la culpa de nada, y tan precavido como si tuviera la culpa
de todo, incapaz de aclarar mi mente de la confusión en que había caído, puesto
que ahora no sabía muy bien si la chica que me había metido mano era la novia
del que me había golpeado o en realidad era la novia del anfitrión que
supuestamente me había invitado y el que se enfrentara conmigo era un amigo del
anfitrión o si la chica que llamara guarra a “mi chica” era novia del
anfitrión, de su amigo o del amigo de su amigo. Aquello era un rompecabezas que
daba dolor de cabeza. ¡Menudo follón!
En el camino hacia la salida
recibí algún golpe perdido, alguna colleja sin importancia, y una chica se
acercó a mí pidiéndome que la acompañara a casa y a cambio me recompensaría.
Con la oscuridad que se hizo cuando las bombillas se rompieron y las luces se
apagaron no supe, hasta que estuvimos fuera, que en realidad era la chica que
me había metido mano y por la que se había organizado todo aquel “guirigay”.
Cuando estaba a punto de aceptar su amable invitación y sacar algo positivo de
aquella noche nefasta un chico se acercó poniéndome de chupa de dómine. No
sabía quién era y no me paré a averiguarlo. Salí de allí como alma que fuera a
llevar el diablo, sin culpa por mi parte, un poco magullado y bastante
malhumorado.