miércoles, 23 de julio de 2014

CRAZYWORLD VIII

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JIMMY EL PECAS

-Albert, mamón, como vuelvas a tratar así a mi amigo pondré una serpiente de cascabel en tu cama. 

Quien hablaba era un joven alto y pecoso que miraba al celador, a aquel armario empotrado en el malhumor, a aquel cascarrabias detestable, a quien yo estaba pensando en dar una patada en sus testículos –suponiendo que los tuviera- como desde una altura olímpica, a pesar de que Albert le sacaba la cabeza y al menos dos o tres cuerpos de ventaja.

-Y ahora ya estás pidiendo disculpas a este joven y llevándolo en brazos a donde él quiera ir, ¡so mamón!

Albert bufó como si le hubiera picado la serpiente de cascabel que le había prometido Jimmy. Dio una fuerte sacudida a la silla de ruedas, hasta que caí al suelo como un fruto maduro y luego salió de estampida, rezongando algo entre dientes.

-No te preocupes, no dirá nada. Es un infecto lameculos que sabe quién paga aquí su sueldo.

Me tendió una mano, que aproveché para ponerme en pie, flexionando las piernas para hacer fuerza, porque aún me sentía muy débil.

-Soy Jimmy, aunque todos me llaman Jimmy “El Pecas”.

Estuve a punto de preguntar por qué, pero me bastó una ojeada a su rostro, picado de viruelas como un mapa de puntos, para darme cuenta de que sobraban las preguntas.

-¿Eres nuevo?

-Eso parece.

Estábamos caminando por el pasillo, uno al lado del otro. Yo no sabía dónde ir, pero esperaba que mi nuevo amigo y salvador se ofreciera para hacer de anfitrión.

-¿Cómo te llamas?

-Lo siento, pero no lo recuerdo.

-No te esfuerces. Los golpes en la cabeza tienen estas cosas, lo mismo te olvidas de todo que recuerdas haber sido Napoleón Bonaparte y Gengis Khan en una sola pieza.

-¿Cómo sabes eso?

-Jimmy lo sabe todo. Es el único que lo sabe todo en Crazyworld... Bueno, si exceptuamos a Dolores...

-Me ha servido el desayuno. Me resulta muy simpática.

-Y lo es. No te fíes de nadie en Crazyworld, amigo, ni siquiera de mí. Pero puedes fiarte de Dolores. Es la única que nunca te mentirá en este antro de perdición. Esta mañana, al despertar, ya me había enterado de que había un nuevo ingreso. No pude saludarte antes porque esa bruja malnacida de Ruth había cerrado tu puerta con llave.

-Sí, según me explicó Dolores, parece que temen que Kathy me haga una visita. Por mí puede visitarme cuando quiera. La conocí anoche, fue la enfermera que me atendió.

Noté que Jimmy se ponía muy nervioso, le cambiaba el color de la cara y las pecas resaltaban aún más.

-Te disculpo porque eres nuevo. Pero nunca me vuelvas a hablar de esa zorra. Si lo haces no respondo de mis actos.

-¿Qué ocurre, Jimmy?

-Odio a esa maldita zorra del demonio y no consiento que nadie me hable de ella.

-Está bien, no lo volveré a hacer. Tendré que aprender mucho de Crazyworld, por lo que veo.

-Te serviré de anfitrión encantado, pero recuerda mi advertencia.

-¿Por qué estás tú aquí, Jimmy?

-Adicto al sexo. La acémila de mi progenitor decidió encerrarme porque no dejaba en paz a las esposas de sus amigos, a sus hijas, a sus sobrinas y nietas, a sus criadas, a sus empleadas...

-Aunque así fuera. Me parece un poco fuerte encerrar a alguien en una clínica psiquiátrica solo porque no se puede resistir a los encantos femeninos.

-Aún no sabes nada de Crazyworld, amigo. Ya te contaré cosas que te pondrán los pelos de punta. ¿Has desayunado?

-Sí, Dolores me sirvió un espléndido desayuno antes de que Albert me llevara a la consulta del doctor Sun.

-No te preocupes por ese mamón. Ya pensaremos en algo que pondrá su culo a rebotar contra las paredes. ¿Qué te ha parecido Sun?

-Con franqueza: no me cae bien.

-Es cuestión de saber llevarle, con mano izquierda y un poco de pelotilleo. Si me aceptas como guía aprovecharemos la mañana para conocer Crazyworld. ¿Qué te parece si nos vamos fuera, nos sentamos en una tumbona y le pedimos a Alice que nos sirva un cóctel?

-¿Quién es Alice?




-Una camarera que está de pan y moja.

Habíamos descendido hasta el vestíbulo. Amplio, suelo de mármol, muchas plantas, divanes y sillones ocupados por ociosos pacientes... Me quedé pasmado al observar a un paciente, en pijama, que tumbado en un sofá roncaba aparatosamente.

-No te enseñaré el comedor porque ya lo conocerás durante el almuerzo.

-¿Quién es aquel roncador enpijamado?

-Ven. Te voy a presentar a John Smith, el asesino múltiple, le invitaremos a un trago junto a la piscina y te contará su vida en prologo, capítulos y epílogo.

-¿No es peligroso?

-No, de momento, al menos en lo que lleva en Crazyworld no ha matado a nadie.

Continuará.

miércoles, 16 de julio de 2014

MI VIDA FICTICIA EN EL CHAT I



NOTA: Esta serie de relatos virtuales tienen ya muchos años, tantos como mi iniciación en Internet. Debo confesar que me daba un poco de miedo eso de los mundos virtuales. Primero compré el ordenador y luego tardé bastante tiempo en decidirme. ¿Qué es un ordenador sin Internet? Entonces pensaba que mucho, me sirvió para pasar los manuscritos a archivos del procesador de textos, para ir confeccionando los diccionarios y otra serie de datos que tenía en cuadernos en las famosas tablas y cosas parecidas. Hoy día sería incomprensible que alguien tuviera un ordenador sin Internet. Lo primero que le soltaría cualquiera sería: ¡Tú estás tonto o qué!

 

Las generaciones posteriores que han nacido con un portátil, una tablet, un móvil o uno de esos artilugios que me cuesta hasta pronunciar, “gasap” o lo que sea, no pueden comprender lo que nos costó a algunos hacernos al Internet y los mundos virtuales. Yo tuve que empezar de cero y eso es lo que me hubiera puesto un profesor, un cero patatero, porque mis ideas eran muy delirantes, hasta el punto que me dije que tal vez pudiera escribir unos ensayos para mejorar nuestra sociedad y nuestro mundo y mandárselos a “todo el mundo” por correo electrónico. Entonces pensaba que con redactar un texto y ponerlo en el correo electrónico ya todo estaba hecho. Ni se me ocurrió que lo mismo que una carta convencional necesita una dirección, un correo electrónico necesita la dirección de otro correo electrónico para que alguien lo reciba. Y cosas tan peregrinas como estas me ocurrieron en aquel entonces. Recuerdo especialmente cómo me interesó mucho eso del Chat y acabé entrando en uno como un elefante en una cacharrería. Y encima ni me enteraba, a pesar de que algunos ponían aquello de “hay un pelo en la sopa” y yo pensaba para mí, pues qué bien, llama al camarero y no pagues.  Estos relatos son un poco una autoparodia del tonto virtual que era entonces… lo sigo siendo, pero de otra manera.






 

 

            MI VIDA FICTICIA EN EL CHAT  I


Cuando los instaladores abandonaron mi casa estrechando amablemente mi mano puse en las suyas una buena propina, se la merecían, no todos los días tiene uno la suerte de recibir un regalo mágico que te permitirá ponerte en contacto con millones de personas y  enviarles un saludo estrechando su tecla, porque lo que es su mano aún le queda algo a la técnica para conseguirlo.
No fue hasta unos días después que observé  una cajita de cartón que mis amables Reyes Magos habían dejado olvidada en un rincón. Estaba ya bajo un montón de papeles, periódicos viejos y cachivaches que suelo ir dejando por todas partes a la espera que un alma caritativa encuentre tiempo para echarme una mano. La abrí muy interesado pero solo tenía trozos de cable, algo nada sorprendente porque aprovechando la tentadora oferta me conecté también a la televisión por cable, al teléfono por cable (el móvil lo tengo desde que salió la primera oferta) e incluso a la radio por cable (¿qué aún no existe?, pues yo ya tengo los cables, a ver cuando se ponen al tajo). No me extraño que la caja estuviera llena de cables, pero como me gusta hacer siempre con todo metí la mano hasta el fondo y toqué algo más. Ante mi hilarante sorpresa lo que saqué del fondo fue un enorme y supermullido y superabsorvente pañal con un librito de instrucciones pegado a la etiqueta de fábrica. No dudé un instante en abrirlo.
Según decían los fabricantes el consumidor no debería de extrañarse de ese regalo puesto que como todos saben los internautas acaban por padecer de almorranas, de incontinencia urinaria y otra cosa que me callo para no ser grosero. Son muchas horas navegando sin cambiar de postura, tu parte más mullida se siente incómoda a pesar de estar preparada para la función que la naturaleza le adjudicó; asimismo suele suceder que uno acaba perdiendo consciencia de las señales que te envía el cuerpo para que procedas al conveniente reciclado de productos.
Pero no solo estaba el pañal en el fondo de la caja, decidí tirar al suelo todo su contenido, con gran pasmo contemplé un gran chupete de látex tan duro que rechazó mis dientes al propinarle el primer mordisco, insistí por segunda vez y mis encías sufrieron una dolorosa hemorragia que casi me hicieron acabar con el gigantesco chupete en la basura. No obstante pensé que nada me iría mejor, a un bebé internauta, que un gran chupete. Así que dije gu-gú con entusiasmo y me endilgué a mí mismo el chupete que no pensaba quitarme en unos meses.
Así preparado, con pañal y chupete, no necesitaba nada más aparte de un gran entusiasmo. Me conecté a la Red, asomé mi cabezota peludina, con chupete incluido, por la rendida de la puerta y sin despegarme el chupete de la boca pregunté con el teclado: ¿se puede?. Soy un bebé muy educado, pero nadie respondió. Decidí mientras obtenía respuesta probar esa nueva fórmula de correo que llaman electrónica. Lo hice con mucho cuidado, eso sí, no fuera a darme un calambrazo. Decidí escribir un emilio –había oído en la radio que se llamaba así- de salutación a todos los internautas del planeta. Para mi sorpresa el primero en recibirlo fui yo, más tarde comprendería que al rellenar los espacios en blanco en el sobre puse también como destinatario al remitente. Gu...gú... dije con enfado mientras mordisqueaba con rabia el chupete.
Lo segundo que debo hacer, pensé, es aprender a chatear. Me consta que no se trata de tocar narices chatas ni de tomarse unos chatos con los amiguetes; lancémonos, pues manito, al río y veamos qué hay en el fondo. Tecleé con mucho cuidado la palabra no fuera a despertar al lobo feroz, no sería la primera vez que algo así le sucede a un explorador aunque normalmente a él le salen leones, siempre ha habido categorías.
Elegí un chat al azar, cliqueé y esperé por si me mandaban un vinillo por correo. En lugar de ello se abrió un portal, un zaguán, una sala de espera o como se llame. Allí un letrerito me indicaba que introdujera el nick. Por supuesto que había oído hablar de los alias o apodos por lo que deduje que ese era el que me tocaba según un inextricable proceso aleatorio. Confieso que no me gustaba mucho. Antes que Nick hubiera preferido John o James o cualquier otro, pero me adapté a lo que tenía y lo introduje por la rendija, a ver si me abrían la puerta. No percibí el inevitable rechinar de cualquier puerta que se abre, en su lugar salió un cartelito con coléricos signos de admiración. ¡Escoge otro nick, ese es el mío!.
Vale tío, no creo que sea para ponerse así. Di dos o tres mordiscos al chupete y pensé en un buen alias. Los personajes de mis historias son tan rarillos como sus nombres, dudo mucho que encuentre un “alias” semejante. Seguro que no hay otro “ermantis”. Lo introduje por la ranura y se me abrieron las puertas del cielo.


La primera vez que entras a un chat te quedas un poco suspenso, como meditabundo. En la vida corriente no sueles echar nada por las rendijas para que se te abran las puertas, menos aún llamas con los nudillos y esperas que te dejen entrar sin saber qué clase de reunión o qué personajes te vas a encontrar al otro lado. Porque aunque en la puerta esté bien clarito eso de chat para hablar de literatura o de fútbol o de amistad o de sexo también llamado erotismo, o de la reproducción del cangrejo de río, lo cierto es como luego pude comprobar en los chats se habla de todo y cada cual va a su bola aunque no se sepa muy bien en qué portería quiere meterla.
Una vez en la antesala te entra el canguelis, te pones a temblar y las teclas comienzan un extraño baile de claqué. Miras y ves un listado de “alias” –ahora comprendes que alias es sinónimo de nick- tan extraños, tan estrambóticos que te recuerdan a los nombres de tus personajes. ¡Y tú que te creías el rey de todo el mundo!.
Observas unas caritas con multiformes y divertidas expresiones. Supones que son esmailis y te preguntas si tendrán que ver con la “escaili” esa de la verdad está ahí fuera. Tú siempre pensando en lo mismo, ermantis. Luego recuerdas que su nombre es Escali o algo así, no tiene porqué haber relación. No obstante no tocas en las caras por si estuvieras equivocado no sea que se produzca una combustión espontánea.
No sabes  cómo se saluda aquí, evidentemente no puedes ir de uno en uno estrechando manos y presentándote. Hola, soy fulanito de tal, alias cual... sí ese de la banda de Al Capone. Das un par de mordiscos al chupete y te decides por cliquear en un nombre de mujer, de princesa celta o druida (ignoras si los druidas tenían princesas pero no te importa demasiado). Piensas que no eres tonto, nunca se sabe qué se va a encontrar uno al otro lado del “alias” pero es más fácil que si alguien quiere travestirse utilice otros  como María o Maruja que un nombre exótico de princesa druídica que huele a bosque y a blanca túnica movida con delicadeza por el viento juguetón, un viento que  premia así tus desvelos dejándote ver unos hermosos muslos de fémina que quitarían el hipo al propio Drácula.
Observas que en el chat se ha armado una gorda al entrar tú porque no hacen sino hablar de pelos en la sopa. Me habrán confundido con el camarero piensas. Luego siguen diciendo cosas raras que parecen ir dirigidas a tu habilidad de cazapalomas. Piensas que  a lo mejor cometiste un error al elegir a la princesa druídica, pero cómo ibas a saber tú que aquello era un baile de todos, supusiste que uno escogía pareja y se ponía a bailar tan campante. Siguen hablando de ti pero ya no les entiendes porque utilizan signos cabalísticos, que si X+Z= doble v al cuadrado, dos puntos, puntos suspensivos, paréntesis... Crees que es la fórmula de una nueva bomba que te van a colocar en el trasero y te pones a bailar claqué en el teclado.
Al cliquear se ha abierto una nueva ventana,  ahora entiendes porqué el enfado de los chatistas, te llevaste a su princesa sin avisar. Te gustaría que la ventana se hubiera abierto al bosque pero se trata solo de una pizarra para escribir. Una mano invisible escribe:
>>Hola, ¿eres hombre?.
Piensas que solo una mujer haría esa pregunta. Un macho de pelo en pecho piropearía primero, dispararía después y preguntaría al final. Si se ha equivocado se largará con viento fresco sin despedirse siquiera. Semejante delicadeza sólo puede nacer de un pecho, mejor de dos pechos, indudablemente del género femenino. El masculino podría empezar así: “Hola tía buena, ¡nos vamos a la cama virtual?. Si al otro lado estuviera el marujo de turno disfrazado de carnaval contestaría: “Larga, macho que quiero cotillear con el género femenino, aquí no pueden saber que detrás de mi máscara llevo barba”.
Uno se imagina cosas así mientras le dices a la princesa druídica que eres muy majo, que escribes y que estás mordiendo el chupete virtual porque aún eres un bebesito. Que ella puede ser tu maestra si quiere. Al acabar de escribir quitas tus dedos del teclado porque estos podrían transmitir tus pensamientos más recónditos y aún no han salido las dos XX ni se ha oído el tachín... de las películas para mayores con reparos.
>>¿Escritor?. Eso mola mucho. ¿Qué edad tienes?...pichón (esa última palabra la pones tú).
Mentir es una estupidez, no tienes billete de avión para viajar al gran bosque druídico y estoy convencido de que nunca lo tendrás, así que dices la verdad sin pestañear. Yo soy uno de los que buscan la verdad que está ahí fuera. Me limito a dar un mordisco al chupete con más fuerza de la necesaria.
>>Eres demasiado mayor para mí. Podrías ser dos veces mi padre.
Es decir, quiere decir su abuelo, ¡qué comedida es!. Creo que exagera un poco porque aunque tuviera menos de doce años no podría ser su abuelo –hice rápidos cálculos con los dedos- ni siquiera siendo el niño más precoz al oeste del Pecos.
>>¿Qué edad tienes tu?...cariño (la última palabra me la dejo en el teclado, escondido entre tecla y tecla).
>>Dieciocho años. Creo que eres un poco mayor para mí...pero nunca se sabe...Espera un minuto.
Y me dejó, así tal cual, con el chupete en la boca y los dedos en la pistolera del teclado. Puede que haya ido al servicio... No, no pensé mal, yo no resulto tan atractivo ni en persona. Me limité a esperar con los dedos en las teclas...y esperé...y esperé...

Continuará...


miércoles, 2 de julio de 2014

CRAZYWORLD VII



-¿Y bien?
-Nada, doctor. No se encontró nada.
-Bien. Pregunte qué ha ocurrido con el vehículo del joven. Que lo remolque una grúa hasta aquí y que un agente de seguridad lo revise a fondo.
-¿Vuelvo a llamarle, doctor?
-No, no me interrumpa. No es urgente. Luego me dirá lo que sea.
-Bien, doctor.
El peludo Sun continuaba escribiendo. Me miraba y escribía, me miraba y escribía… y así sucesivamente.
-Creo que lo mejor será hipnotizarle, a ver si guarda algo de interés en el subconsciente.
-Preferiría que no, doctor.
-¿Le da miedo la hipnosis?
-Ahora me da miedo todo. Si no le importa, antes debería hacerme hablar un rato, tal vez mañana o pasado mañana recuerde lo suficiente para que la hipnosis no sea necesaria.
-Como quiera.
El Dr. Sun acabó de escribir en la historia clínica. Supuse que había anotado mis datos físicos a ojo. La verdad, la altura, el color de mis ojos… Se puso en pie y comenzó a pasear frente al diván. Llegaba a la pared, regresaba, caminaba hasta la otra pared… y así sucesivamente.
-Le someteré a una batería de test. Antes me interesa saber lo que recuerda y lo que no… ¿Qué recuerda del accidente?
-Poco, doctor. Cuando desperté el vehículo tenía forma de acordeón y estaba empotrado en un árbol.
-¿Cuándo despertó?
-No sé si estaba dormido, inconsciente o borracho.
Sun, el peludo Sun, regresó a la mesa y echó una ojeada a un documento.
-No, borracho no. El análisis de sangre nos revela que no existía un gramo de alcohol en su cuerpo. También dice que estaba en ayunas.
-No puedo decirle nada al respecto. No recuerdo absolutamente nada anterior al accidente.-
-Bien.
El doctor regreso a la mesa y echó otro vistazo al documento anterior. Aquel hombre no podría estarse quieto ni un solo momento.
-Lo encontraron desmayado frente a la verja. Antes pudo oprimir el timbre. ¿Recuerda algo de lo sucedido en el quirófano? Cualquier imagen puede ser reveladora. 
-Solo el rostro agraciado de una mujer. Me vino a la cabeza la imagen de una vampira.
-Kathy.-
-Sí, luego me dijeron su nombre.
-Dolores.
-¿Cómo dice?
-Digo que se lo dijo Dolores.
-¿Cómo lo sabe?
-Pura deducción lógica. Aquí todo lo dice Dolores… ¿Algún sueño de esa noche?
-Ninguno. Dormí como un ceporro.
-No me extrañaría. Le dieron algo muy fuerte para dormir. Bien, ya veo que es inútil. Le haré ahora la batería de test. Responda sin titubear. No se lo piense. Es la única forma de asociar su respuesta con algo.
-De acuerdo, doctor.
Sun revolvió entre sus papeles, me miro y preguntó:
-¿Mujer?
-Kathy.
-Ya veo que ha cedido a sus encantos. A todos nos pasa al principio, luego huimos de esos encantos.
-¿Qué quiere decir?
-Nada. Ya lo comprenderá usted mismo.
-¿Muerte?
-Me libré.
-¿Qué quiere decir?
-Me libré de la muerte, no se me ocurre otra cosa.
-¿Coche?
-Acordeón.
-¿Carretera?
-Noche.
Así continuó durante una media hora. Luego se levantó y me puso unos cartelones con manchas de tinta delante de los ojos.
-¿Qué ve aquí?
Se lo dije. Finalmente me hizo un test muy raro.
-Es de mi invención. Lo diseñé para casos de amnesia, aunque sirve muy bien para otras patologías.
Consistía en imaginar una personalidad ficticia para mí y desarrollarla hasta el límite. Sin saber por qué me imaginé como un vampiro que clavaba sus colmillos en el cuello de Kathy.
-¡Mala suerte que ella estuviera de guardia esa noche! Durante días su mente lo distorsionará todo.
-¿Tan peligrosa es?
-¡Ya lo verá, ya…! Sigamos con el test. Dígame qué imagen asocia a esta palabra… Padres.
-Riqueza, mucha riqueza. Me pasan una pensión muy importante. Vivo del cuento.
-Me temo que esa imagen es más un deseo que una realidad. Dígame una ciudad cualquiera. La primera que le venga a la mente.
-¡París!
-¿Por qué París? Está lejos, ¿cree que ha vivido allí?
-Ni idea. Me gusta esa ciudad. Ignoro la razón.
-¿Sabe alguna palabra en francés?
-Je t’aime, mon amour.
-Reincide en una vieja obsesión. Si digo sexo, usted dice…
-Mujer, mujeres, cuerpos desnudos, placer, infinito placer, orgasmo… Lo mejor de la vida.
-Vaya. No parece usted un joven virgen, ingenuo y romántico. Describa me a una mujer cualquiera que le venga a la mente. Que no sea Kathy, por supuesto.
-Bueno. Intentaré no acordarme de Kathy. Rubia.
-Kathy es rubia…
-Lo siento es lo primero que me viene la mente. Vamos a ver. La rubia, alta…
-Kathy es alta.
-Lo siento, doctor, me temo que mi mente está contaminada.
-Mire. Creo que hoy es inútil continuar. Le voy a dar una libreta y un bolígrafo. Escriba a lo largo del día las imágenes que le vengan a la cabeza, asociadas a palabras, busqué en las más inocuas y menos emotivas.
El doctor Sun me tendió una pequeña libreta y un bolígrafo barato. Estaba de muy mal humor, como si yo hubiera puesto poco de mi parte, como si me hubiera negado a colaborar. Se inclinó hacia delante en su sillón y oprimió el botón del intercomunicador con su secretaria.
-Lucy, ¿han traído el coche de este joven?
-Aún no, doctor.
-De las órdenes oportunas hipp tráiganme todo lo que encuentren en el vehículo, equipaje en documentos… Hasta las cáscaras de pipas, si las hubiere. Diga al servicio de seguridad que rastree la zona, por sí lograran encontrar algo, cualquier cosa…¡Ah! Y que rastreen la matrícula en los ordenadores. Mañana a primera hora quiero todo sobre mi mesa.
-Bien, doctor, ¿algo más?
-Dígale a Albert que ya puede llevarse al paciente.
-Ok, doctor. Le recuerdo que está pendiente su entrevista con nuestro director.
-Gracias, Lucy, es usted un encanto.
-Usted sí que es un encanto, doctor. ¿Para cuándo la cena que me ha prometido?
-Está bien. Busque un hueco en mi agenda.
-Lo, haré, doctor. No se librará de mí.
La puerta se abrió y entró Albert, con tan mala cara como una hora antes.
-Llévese a este joven idiota, y traígamelo mañana a la misma hora.-
-Claro doctor.
Albert se dirigió al diván donde yo permanecía tendido y muy cómodo, por cierto. Me tomó en brazos y me dejó caer sobre la silla de ruedas sin consideración alguna.
-Hasta mañana, doctor.-
Chao, Albert y procure no descuartizarme al joven antes de tiempo. Lo quiero entero.
-Sus deseos son órdenes, amado doctor.
-No sea pelota, Albert. Sabe que me repugna ese tipo de conducta.
Albert pateó la silla para descargar su mal humor. Me empujó hacia la puerta de salida, la abrió y volvió a patear la silla. Atravesé la puerta como un cohete y me incrusté contra la pared de enfrente. Una mano amiga evitó que acabara por los suelos. Así conocí a Jimmy “El Pecas”.

martes, 1 de julio de 2014

METRÓPOLIS VIRTUAL I

               

METROPOLIS VIRTUAL



Han pasado los años, mis articulaciones y no son lo que eran. Ahora se resienten, se quejan como viejas bisagras oxidadas. Las rodillas rechinan tanto y tiemblan de tal forma que el sentarme o levantarme de mi viejo sillón se ha convertido en un tormento que cada vez sufro menos porque ya no soporto que me trasladen del lecho de enfermo hasta el viejo cuartito donde hace ya tantos años que casi no me quedan recuerdos de ello instalé mi primer ordenador.

 Ahora parece la cueva de un viejo dinosaurio que no se ha dado cuenta de que la raza humana lleva milenios sobre la corteza de este planeta tras su noble meta de convertir las viejas piedras en microchips. A veces pienso en el exterior como en un mundo de microchips, el cielo está dividido en infinitas particiones pegadas una a otra con estos minúsculos artefactos y el suelo da calambre al ser pisado. En realidad no sé muy bien cómo andan las cosas ahí fuera porque hace años que no salgo de casa. A pesar de todo de vez en cuando no puedo reprimir la nostalgia y pido a mis enfermeros de la Seguridad Social que me trasladen al sillón, frente al ordenador para así poder visitar a mis viejos amigos como Smart 25 o Reye negro o Reina blanca o princesa Almarina o Angel poéticus o Sofía milenaria o Alas de Condor. Todos ellos siguen aún correteando por la Red aunque esta o aquella enfermedad o achaque les impidan hacerlo todos los días. Nos vemos obligados a concertar citas y citas suplentes por si fallamos a las primeras como enamorados encarcelados por verdugos crueles de cuyo humor dependemos para salir un rato a estirar las piernas.

Mi enfemero me ha colocado el cinturón de seguridad que hace algunos años acoplé al sillón por si las moscas. Es una medida de seguridad elemental para que no me caiga como consecuencia de cualquier movimiento imprevisto. Me he colocado las gafas virtuales y le he pedido que se vaya, lo que ha hecho discretamente, cerrando la puerta tras de sí. Sabe que no me gusta nada su presencia cuando hablo con mis viejos amigos.

Con un parpadeo del ojo derecho he encendido el ordenador. Las pantallas ahora ya no son planas sino que tienen forma de huevo de dinosaurio que resplandece al encenderse. En su interior alguien parece haber encendido una hoguera que no acaba de coger fuelle; las llamas suben y bajan buscando el lugar justo en el aire. Dicen que su diseño es imprescindible para que las fagas virtuales funcionen y uno logre sentirse dentro de Metrópolis, la gran ciudad virtual donde miles de millones de humanos habitan, al menos durante unas horas al día.



Inmediatamente bajo por el ascensor a la cochera de mi casa virtual y escojo un mercedes con interior muellemente acolchado y me pongo al volante revestido con cuerdo artificial. En realidad no soy yo quien lo hace sino el muñequito virtual que me representa. Abre la puerta con el mando a distancia y sale al exterior. Hoy he dejado a un lado al anciano marchoso que me representa y he escogido la piel de un Adonis con gafas de sol, gorrita verde y vaqueros agujereados por todas partes. El muñequito conduce con gran pericia mientras no cesa de guiñar el ojo a todo muñequito que aparece en su radio de visión.


En el radiocassette pongo música de los Beattles, una antigualla que me devuelve a mi época de adolescente saltarín, cuando aún no sabía lo que era un ordenador, ¡si seré viejo!. Vivo en una casita baja en las afueras de Metrópolis, rodeada de grandes árboles y con un cesped esponjoso en el que me hundo cada vez que se me ocurre entrar o salir a pie de casa. Soy soltero. He elegido esta vida virtual porque en este mundo nadie tiene tiempo para nada, menos para cuidar retoños.

Las calles de la urbanización están casi vacías, es un día de verano, el sol virtual en lo alto es enorme y parece calentar tanto que mi muñequito empieza a sudar como si lo estuvieran asando a la parrilla. Miro el termómetro del coche que marca cuarenta grados y yo mismo comienzo a sudar bajo el casco virtual. Supongo que con este calor la mayoría de los muñequitos se están echando la siesta como sus dueños. De no ser así las fachadas de sus casas virtuales estarían encendidas con un letrerito verde invitando a pasar y echar un trago con el dueño. La mayoría tienen un inmenso stop rojo en la fachada lo que indica que su dueño está roncando a pierna suelta.

Metrópolis está diseñada de tal forma que nadie siente necesidad de ir al centro o a un punto concreto de su perímetro ya que en todas partes hay los mismos supermercados del sexo o centros multiculturales o lo que sea, porque la realidad es que no falta de nada. Sus habitantes se van distribuyendo al azar y si por casualidad alguna via de comunicación tiene excesivo tráfico a una hora punta se habilita otra inmediatamente. Los vehículos son cambiados de vía por una gigantesca mano artificial que sale del cielo color azul oscuro –dicen que el claro era difícil de conseguir para los diseñadores- como un sorprendente “deus ex machina” un tanto cutre, lo reconozco, pero muy práctico.

Aquella tarde las vias de comunicación estaban muy despejadas por lo que mi cochecito se movía a gran velocidad sin encontrar mas que alguno que otro coche de diseño estrambótico y matrícula extranjera –aquí es lo que se lleva aunque todos vivamos en Metrópolis- que se deslizaba sin prisas como viendo el paisaje. La Red ha avanzado tanto que recordar los viejos tiempos de los “alias”  - tenían que ir de puerta en puerta echando su nombre ficticio con su correspondiente contraseña en los buzones- da la risa. Ahora cada uno tiene su cochecito por modesto que sea, con su correspondiente matrícula “ad libitum” para poder ser identificados, controlados y hasta detenidos por la policía de la Red que ha hecho de Metrópolis un lugar tan seguro que solo viejos chochos como mis amigos y yo nos atrevemos a salir de su seguridad y adentrarnos en las ciudades piratas, los barrios bajos de la Red, que cada día pululan más, lo que no es de extrañar ya que las autoridades de Metrópolis intentan controlar hasta la marca de ropilla interior de los muñequitos. Nosotros no llevamos ropa interior, un escándalo para los muñequitos policías que nos cachean al detenernos por exceso de velocidad o cualquier otro motivo tan nimio como este.

La tecnología está tan avanzada que cualquiera puede fundar su ciudad donde le plazca. Las Vegas virtual es la ciudad del juego, controlada por diferentes mafias que no cesan de pulular en la Red. Uno las puede distinguir fácilmente por sus muñequitos de anchos hombros, sombrero calado sobre los ojos y trajes a la vieja moda de los años cuarenta del siglo XX. La moda retro sigue haciendo estragos y cada vez son más los que buscan en un pasado remoto la pátina de individualidad que todos pierden, incluso los muñequitos más rebeldes, en cuanto se mueven un par de días por Metrópolis.

No existe indicador alguno para llegar a estas ciudades piratas pero los viejos internautas sabemos muy bien dónde encontrarlas. Basta con acercarse por las proximidades para que un muñequito con pinta de vagabundo salga a la carretera moviendo las manos como un muñequito loco. Paras el coche y él te indica una dirección extendiendo la manita roja. No importa que la carretera no esté señalizada, tu metes el coche entre los arbustos de un campo semidesértico y a los pocos metros surge de la nada una amplia carretera, recién asfaltada, que te atrapa con sus luces multicolores y su musiquilla marchosa.

Continuará