-¿Y bien?
-Nada, doctor. No se encontró nada.
-Bien. Pregunte qué ha ocurrido con el vehículo del joven. Que lo remolque una grúa hasta aquí y que un agente de seguridad lo revise a fondo.
-¿Vuelvo a llamarle, doctor?
-No, no me interrumpa. No es urgente. Luego me dirá lo que sea.
-Bien, doctor.
El peludo Sun continuaba escribiendo. Me miraba y escribía, me miraba y escribía… y así sucesivamente.
-Creo que lo mejor será hipnotizarle, a ver si guarda algo de interés en el subconsciente.
-Preferiría que no, doctor.
-¿Le da miedo la hipnosis?
-Ahora me da miedo todo. Si no le importa, antes debería hacerme hablar un rato, tal vez mañana o pasado mañana recuerde lo suficiente para que la hipnosis no sea necesaria.
-Como quiera.
El Dr. Sun acabó de escribir en la historia clínica. Supuse que había anotado mis datos físicos a ojo. La verdad, la altura, el color de mis ojos… Se puso en pie y comenzó a pasear frente al diván. Llegaba a la pared, regresaba, caminaba hasta la otra pared… y así sucesivamente.
-Le someteré a una batería de test. Antes me interesa saber lo que recuerda y lo que no… ¿Qué recuerda del accidente?
-Poco, doctor. Cuando desperté el vehículo tenía forma de acordeón y estaba empotrado en un árbol.
-¿Cuándo despertó?
-No sé si estaba dormido, inconsciente o borracho.
Sun, el peludo Sun, regresó a la mesa y echó una ojeada a un documento.
-No, borracho no. El análisis de sangre nos revela que no existía un gramo de alcohol en su cuerpo. También dice que estaba en ayunas.
-No puedo decirle nada al respecto. No recuerdo absolutamente nada anterior al accidente.-
-Bien.
El doctor regreso a la mesa y echó otro vistazo al documento anterior. Aquel hombre no podría estarse quieto ni un solo momento.
-Lo encontraron desmayado frente a la verja. Antes pudo oprimir el timbre. ¿Recuerda algo de lo sucedido en el quirófano? Cualquier imagen puede ser reveladora.
-Solo el rostro agraciado de una mujer. Me vino a la cabeza la imagen de una vampira.
-Kathy.-
-Sí, luego me dijeron su nombre.
-Dolores.
-¿Cómo dice?
-Digo que se lo dijo Dolores.
-¿Cómo lo sabe?
-Pura deducción lógica. Aquí todo lo dice Dolores… ¿Algún sueño de esa noche?
-Ninguno. Dormí como un ceporro.
-No me extrañaría. Le dieron algo muy fuerte para dormir. Bien, ya veo que es inútil. Le haré ahora la batería de test. Responda sin titubear. No se lo piense. Es la única forma de asociar su respuesta con algo.
-De acuerdo, doctor.
Sun revolvió entre sus papeles, me miro y preguntó:
-¿Mujer?
-Kathy.
-Ya veo que ha cedido a sus encantos. A todos nos pasa al principio, luego huimos de esos encantos.
-¿Qué quiere decir?
-Nada. Ya lo comprenderá usted mismo.
-¿Muerte?
-Me libré.
-¿Qué quiere decir?
-Me libré de la muerte, no se me ocurre otra cosa.
-¿Coche?
-Acordeón.
-¿Carretera?
-Noche.
Así continuó durante una media hora. Luego se levantó y me puso unos cartelones con manchas de tinta delante de los ojos.
-¿Qué ve aquí?
Se lo dije. Finalmente me hizo un test muy raro.
-Es de mi invención. Lo diseñé para casos de amnesia, aunque sirve muy bien para otras patologías.
Consistía en imaginar una personalidad ficticia para mí y desarrollarla hasta el límite. Sin saber por qué me imaginé como un vampiro que clavaba sus colmillos en el cuello de Kathy.
-¡Mala suerte que ella estuviera de guardia esa noche! Durante días su mente lo distorsionará todo.
-¿Tan peligrosa es?
-¡Ya lo verá, ya…! Sigamos con el test. Dígame qué imagen asocia a esta palabra… Padres.
-Riqueza, mucha riqueza. Me pasan una pensión muy importante. Vivo del cuento.
-Me temo que esa imagen es más un deseo que una realidad. Dígame una ciudad cualquiera. La primera que le venga a la mente.
-¡París!
-¿Por qué París? Está lejos, ¿cree que ha vivido allí?
-Ni idea. Me gusta esa ciudad. Ignoro la razón.
-¿Sabe alguna palabra en francés?
-Je t’aime, mon amour.
-Reincide en una vieja obsesión. Si digo sexo, usted dice…
-Mujer, mujeres, cuerpos desnudos, placer, infinito placer, orgasmo… Lo mejor de la vida.
-Vaya. No parece usted un joven virgen, ingenuo y romántico. Describa me a una mujer cualquiera que le venga a la mente. Que no sea Kathy, por supuesto.
-Bueno. Intentaré no acordarme de Kathy. Rubia.
-Kathy es rubia…
-Lo siento es lo primero que me viene la mente. Vamos a ver. La rubia, alta…
-Kathy es alta.
-Lo siento, doctor, me temo que mi mente está contaminada.
-Mire. Creo que hoy es inútil continuar. Le voy a dar una libreta y un bolígrafo. Escriba a lo largo del día las imágenes que le vengan a la cabeza, asociadas a palabras, busqué en las más inocuas y menos emotivas.
El doctor Sun me tendió una pequeña libreta y un bolígrafo barato. Estaba de muy mal humor, como si yo hubiera puesto poco de mi parte, como si me hubiera negado a colaborar. Se inclinó hacia delante en su sillón y oprimió el botón del intercomunicador con su secretaria.
-Lucy, ¿han traído el coche de este joven?
-Aún no, doctor.
-De las órdenes oportunas hipp tráiganme todo lo que encuentren en el vehículo, equipaje en documentos… Hasta las cáscaras de pipas, si las hubiere. Diga al servicio de seguridad que rastree la zona, por sí lograran encontrar algo, cualquier cosa…¡Ah! Y que rastreen la matrícula en los ordenadores. Mañana a primera hora quiero todo sobre mi mesa.
-Bien, doctor, ¿algo más?
-Dígale a Albert que ya puede llevarse al paciente.
-Ok, doctor. Le recuerdo que está pendiente su entrevista con nuestro director.
-Gracias, Lucy, es usted un encanto.
-Usted sí que es un encanto, doctor. ¿Para cuándo la cena que me ha prometido?
-Está bien. Busque un hueco en mi agenda.
-Lo, haré, doctor. No se librará de mí.
La puerta se abrió y entró Albert, con tan mala cara como una hora antes.
-Llévese a este joven idiota, y traígamelo mañana a la misma hora.-
-Claro doctor.
Albert se dirigió al diván donde yo permanecía tendido y muy cómodo, por cierto. Me tomó en brazos y me dejó caer sobre la silla de ruedas sin consideración alguna.
-Hasta mañana, doctor.-
Chao, Albert y procure no descuartizarme al joven antes de tiempo. Lo quiero entero.
-Sus deseos son órdenes, amado doctor.
-No sea pelota, Albert. Sabe que me repugna ese tipo de conducta.
Albert pateó la silla para descargar su mal humor. Me empujó hacia la puerta de salida, la abrió y volvió a patear la silla. Atravesé la puerta como un cohete y me incrusté contra la pared de enfrente. Una mano amiga evitó que acabara por los suelos. Así conocí a Jimmy “El Pecas”.
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