NOTA: Esta serie de relatos virtuales tienen ya muchos años, tantos como mi iniciación en Internet. Debo confesar que me daba un poco de miedo eso de los mundos virtuales. Primero compré el ordenador y luego tardé bastante tiempo en decidirme. ¿Qué es un ordenador sin Internet? Entonces pensaba que mucho, me sirvió para pasar los manuscritos a archivos del procesador de textos, para ir confeccionando los diccionarios y otra serie de datos que tenía en cuadernos en las famosas tablas y cosas parecidas. Hoy día sería incomprensible que alguien tuviera un ordenador sin Internet. Lo primero que le soltaría cualquiera sería: ¡Tú estás tonto o qué!
Las generaciones posteriores que han nacido con un portátil, una tablet, un móvil o uno de esos artilugios que me cuesta hasta pronunciar, “gasap” o lo que sea, no pueden comprender lo que nos costó a algunos hacernos al Internet y los mundos virtuales. Yo tuve que empezar de cero y eso es lo que me hubiera puesto un profesor, un cero patatero, porque mis ideas eran muy delirantes, hasta el punto que me dije que tal vez pudiera escribir unos ensayos para mejorar nuestra sociedad y nuestro mundo y mandárselos a “todo el mundo” por correo electrónico. Entonces pensaba que con redactar un texto y ponerlo en el correo electrónico ya todo estaba hecho. Ni se me ocurrió que lo mismo que una carta convencional necesita una dirección, un correo electrónico necesita la dirección de otro correo electrónico para que alguien lo reciba. Y cosas tan peregrinas como estas me ocurrieron en aquel entonces. Recuerdo especialmente cómo me interesó mucho eso del Chat y acabé entrando en uno como un elefante en una cacharrería. Y encima ni me enteraba, a pesar de que algunos ponían aquello de “hay un pelo en la sopa” y yo pensaba para mí, pues qué bien, llama al camarero y no pagues. Estos relatos son un poco una autoparodia del tonto virtual que era entonces… lo sigo siendo, pero de otra manera.
MI VIDA FICTICIA EN EL CHAT I
Cuando los instaladores
abandonaron mi casa estrechando amablemente mi mano puse en las suyas una buena
propina, se la merecían, no todos los días tiene uno la suerte de recibir un
regalo mágico que te permitirá ponerte en contacto con millones de personas
y enviarles un saludo estrechando su
tecla, porque lo que es su mano aún le queda algo a la técnica para
conseguirlo.
No fue hasta unos días
después que observé una cajita de cartón
que mis amables Reyes Magos habían dejado olvidada en un rincón. Estaba ya bajo
un montón de papeles, periódicos viejos y cachivaches que suelo ir dejando por
todas partes a la espera que un alma caritativa encuentre tiempo para echarme
una mano. La abrí muy interesado pero solo tenía trozos de cable, algo nada
sorprendente porque aprovechando la tentadora oferta me conecté también a la
televisión por cable, al teléfono por cable (el móvil lo tengo desde que salió
la primera oferta) e incluso a la radio por cable (¿qué aún no existe?, pues yo
ya tengo los cables, a ver cuando se ponen al tajo). No me extraño que la caja
estuviera llena de cables, pero como me gusta hacer siempre con todo metí la
mano hasta el fondo y toqué algo más. Ante mi hilarante sorpresa lo que saqué
del fondo fue un enorme y supermullido y superabsorvente pañal con un librito
de instrucciones pegado a la etiqueta de fábrica. No dudé un instante en
abrirlo.
Según decían los fabricantes
el consumidor no debería de extrañarse de ese regalo puesto que como todos
saben los internautas acaban por padecer de almorranas, de incontinencia
urinaria y otra cosa que me callo para no ser grosero. Son muchas horas
navegando sin cambiar de postura, tu parte más mullida se siente incómoda a
pesar de estar preparada para la función que la naturaleza le adjudicó;
asimismo suele suceder que uno acaba perdiendo consciencia de las señales que
te envía el cuerpo para que procedas al conveniente reciclado de productos.
Pero no solo estaba el pañal
en el fondo de la caja, decidí tirar al suelo todo su contenido, con gran pasmo
contemplé un gran chupete de látex tan duro que rechazó mis dientes al
propinarle el primer mordisco, insistí por segunda vez y mis encías sufrieron
una dolorosa hemorragia que casi me hicieron acabar con el gigantesco chupete
en la basura. No obstante pensé que nada me iría mejor, a un bebé internauta,
que un gran chupete. Así que dije gu-gú con entusiasmo y me endilgué a mí mismo
el chupete que no pensaba quitarme en unos meses.
Así preparado, con pañal y
chupete, no necesitaba nada más aparte de un gran entusiasmo. Me conecté a la Red , asomé mi cabezota
peludina, con chupete incluido, por la rendida de la puerta y sin despegarme el
chupete de la boca pregunté con el teclado: ¿se puede?. Soy un bebé muy
educado, pero nadie respondió. Decidí mientras obtenía respuesta probar esa
nueva fórmula de correo que llaman electrónica. Lo hice con mucho cuidado, eso
sí, no fuera a darme un calambrazo. Decidí escribir un emilio –había oído en la
radio que se llamaba así- de salutación a todos los internautas del planeta.
Para mi sorpresa el primero en recibirlo fui yo, más tarde comprendería que al
rellenar los espacios en blanco en el sobre puse también como destinatario al
remitente. Gu...gú... dije con enfado mientras mordisqueaba con rabia el
chupete.
Lo segundo que debo hacer,
pensé, es aprender a chatear. Me consta que no se trata de tocar narices chatas
ni de tomarse unos chatos con los amiguetes; lancémonos, pues manito, al río y
veamos qué hay en el fondo. Tecleé con mucho cuidado la palabra no fuera a
despertar al lobo feroz, no sería la primera vez que algo así le sucede a un
explorador aunque normalmente a él le salen leones, siempre ha habido categorías.
Elegí un chat al azar,
cliqueé y esperé por si me mandaban un vinillo por correo. En lugar de ello se
abrió un portal, un zaguán, una sala de espera o como se llame. Allí un
letrerito me indicaba que introdujera el nick. Por supuesto que había oído
hablar de los alias o apodos por lo que deduje que ese era el que me tocaba
según un inextricable proceso aleatorio. Confieso que no me gustaba mucho.
Antes que Nick hubiera preferido John o James o cualquier otro, pero me adapté
a lo que tenía y lo introduje por la rendija, a ver si me abrían la puerta. No
percibí el inevitable rechinar de cualquier puerta que se abre, en su lugar
salió un cartelito con coléricos signos de admiración. ¡Escoge otro nick, ese
es el mío!.
Vale tío, no creo que sea
para ponerse así. Di dos o tres mordiscos al chupete y pensé en un buen alias.
Los personajes de mis historias son tan rarillos como sus nombres, dudo mucho
que encuentre un “alias” semejante. Seguro que no hay otro “ermantis”. Lo
introduje por la ranura y se me abrieron las puertas del cielo.
La primera vez que entras a
un chat te quedas un poco suspenso, como meditabundo. En la vida corriente no
sueles echar nada por las rendijas para que se te abran las puertas, menos aún
llamas con los nudillos y esperas que te dejen entrar sin saber qué clase de
reunión o qué personajes te vas a encontrar al otro lado. Porque aunque en la
puerta esté bien clarito eso de chat para hablar de literatura o de fútbol o de
amistad o de sexo también llamado erotismo, o de la reproducción del cangrejo
de río, lo cierto es como luego pude comprobar en los chats se habla de todo y
cada cual va a su bola aunque no se sepa muy bien en qué portería quiere
meterla.
Una vez en la antesala te
entra el canguelis, te pones a temblar y las teclas comienzan un extraño baile
de claqué. Miras y ves un listado de “alias” –ahora comprendes que alias es
sinónimo de nick- tan extraños, tan estrambóticos que te recuerdan a los
nombres de tus personajes. ¡Y tú que te creías el rey de todo el mundo!.
Observas unas caritas con
multiformes y divertidas expresiones. Supones que son esmailis y te preguntas
si tendrán que ver con la “escaili” esa de la verdad está ahí fuera. Tú siempre
pensando en lo mismo, ermantis. Luego recuerdas que su nombre es Escali o algo así,
no tiene porqué haber relación. No obstante no tocas en las caras por si
estuvieras equivocado no sea que se produzca una combustión espontánea.
No sabes cómo se saluda aquí, evidentemente no puedes
ir de uno en uno estrechando manos y presentándote. Hola, soy fulanito de tal,
alias cual... sí ese de la banda de Al Capone. Das un par de mordiscos al
chupete y te decides por cliquear en un nombre de mujer, de princesa celta o
druida (ignoras si los druidas tenían princesas pero no te importa demasiado).
Piensas que no eres tonto, nunca se sabe qué se va a encontrar uno al otro lado
del “alias” pero es más fácil que si alguien quiere travestirse utilice
otros como María o Maruja que un nombre
exótico de princesa druídica que huele a bosque y a blanca túnica movida con
delicadeza por el viento juguetón, un viento que premia así tus desvelos dejándote ver unos
hermosos muslos de fémina que quitarían el hipo al propio Drácula.
Observas que en el chat se
ha armado una gorda al entrar tú porque no hacen sino hablar de pelos en la
sopa. Me habrán confundido con el camarero piensas. Luego siguen diciendo cosas
raras que parecen ir dirigidas a tu habilidad de cazapalomas. Piensas que a lo mejor cometiste un error al elegir a la
princesa druídica, pero cómo ibas a saber tú que aquello era un baile de todos,
supusiste que uno escogía pareja y se ponía a bailar tan campante. Siguen
hablando de ti pero ya no les entiendes porque utilizan signos cabalísticos,
que si X+Z= doble v al cuadrado, dos puntos, puntos suspensivos, paréntesis...
Crees que es la fórmula de una nueva bomba que te van a colocar en el trasero y
te pones a bailar claqué en el teclado.
Al cliquear se ha abierto
una nueva ventana, ahora entiendes
porqué el enfado de los chatistas, te llevaste a su princesa sin avisar. Te
gustaría que la ventana se hubiera abierto al bosque pero se trata solo de una
pizarra para escribir. Una mano invisible escribe:
>>Hola, ¿eres hombre?.
Piensas que solo una mujer
haría esa pregunta. Un macho de pelo en pecho piropearía primero, dispararía
después y preguntaría al final. Si se ha equivocado se largará con viento
fresco sin despedirse siquiera. Semejante delicadeza sólo puede nacer de un pecho,
mejor de dos pechos, indudablemente del género femenino. El masculino podría
empezar así: “Hola tía buena, ¡nos vamos a la cama virtual?. Si al otro lado
estuviera el marujo de turno disfrazado de carnaval contestaría: “Larga, macho
que quiero cotillear con el género femenino, aquí no pueden saber que detrás de
mi máscara llevo barba”.
Uno se imagina cosas así
mientras le dices a la princesa druídica que eres muy majo, que escribes y que
estás mordiendo el chupete virtual porque aún eres un bebesito. Que ella puede
ser tu maestra si quiere. Al acabar de escribir quitas tus dedos del teclado
porque estos podrían transmitir tus pensamientos más recónditos y aún no han
salido las dos XX ni se ha oído el tachín... de las películas para mayores con
reparos.
>>¿Escritor?. Eso mola
mucho. ¿Qué edad tienes?...pichón (esa última palabra la pones tú).
Mentir es una estupidez, no
tienes billete de avión para viajar al gran bosque druídico y estoy convencido
de que nunca lo tendrás, así que dices la verdad sin pestañear. Yo soy uno de
los que buscan la verdad que está ahí fuera. Me limito a dar un mordisco al
chupete con más fuerza de la necesaria.
>>Eres demasiado mayor
para mí. Podrías ser dos veces mi padre.
Es decir, quiere decir su
abuelo, ¡qué comedida es!. Creo que exagera un poco porque aunque tuviera menos
de doce años no podría ser su abuelo –hice rápidos cálculos con los dedos- ni
siquiera siendo el niño más precoz al oeste del Pecos.
>>¿Qué edad tienes
tu?...cariño (la última palabra me la dejo en el teclado, escondido entre tecla
y tecla).
>>Dieciocho años. Creo
que eres un poco mayor para mí...pero nunca se sabe...Espera un minuto.
Y me dejó, así tal cual, con
el chupete en la boca y los dedos en la pistolera del teclado. Puede que haya
ido al servicio... No, no pensé mal, yo no resulto tan atractivo ni en persona.
Me limité a esperar con los dedos en las teclas...y esperé...y esperé...
Continuará...
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