lunes, 31 de octubre de 2022

EL BUSCADOR DEL DESTINO V

  


Y lo fue. Me desperté temprano porque había dormido mal. Me dije que lo esencial era hacer acopio de comida. Medio dormido fui al servicio para hacer mis necesidades y acicalarme un poco. Encendí la luz y los gatitos salieron disparados en todas direcciones. Me llamaron la atención dos pequeñines a los que llamé chiquitinines cariñosamente. Me llegaron al corazón. Muchas de sus posibilidades de supervivencia pasaban porque yo les ayudara. Eran tan pequeños que mamá gata –así la llamé- les debía de estar amamantando. Decidí que les dejaría quedarse en casa conmigo, a toda la familia, allí estarían a salvo de los depredadores y podría dar de comer a mamá gata y luego a ellos, cuando los destetara. Me había olvidado por completo de que el alquiler de la casa lo había pagado solo por un mes, el mes de vacaciones, luego tendría que regresar al trabajo y a mi pobre vida solitaria. Antes de salir dejé en un cuenco un poco de leche, lo único que tenía de momento, restos de un cartón de leche que había comprado para el viaje. Me subí al coche, encendí el motor y me dispuse a viajar unos veinte kilómetros hasta un pueblo grande donde había supermercados. Allí podría comprar todo lo que necesitaba. La carretera era toda cuesta abajo, estrecha, con curvas, por lo que extremé la precaución. Las mañanas siempre me sientan mal, más si madrugo, si he dormido mal. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no dormirme y centrarme en la conducción.

 

Por fin llegué al pueblo, aparqué y se me ocurrió, antes de bajar del coche, comprobar en el móvil la situación y el horario de los supermercados. Un acierto, porque descubrí, pasmado, que el pueblo estaba en fiestas y todo estaba cerrado. A pesar de ello me acerqué a dos de ellos, comprobando con mis ojitos que se han de comer los gusanos, que así era, en efecto, estaban cerrados, lo mismo que las tiendas, los estancos, las fruterías, todo menos los bares, repletos de gente deseosa de pasarlo bien. Me puse cabezón. Puesto que había bajado con el coche, no iba a volver a subir a mi casita rural en el pueblecito con las manos vacías. Comprobé que en otro pueblo, aún más grande, no había fiestas y los supermercados estaban abiertos. Era una suerte tener cobertura y poder utilizar el móvil, eso te soluciona muchos problemas. Antes de ponerme en marcha miré el recorrido y me hice una idea bastante aproximada de cómo ir y de los puntos clave en los que me podría despistar. Algo tan habitual en mí que siempre doy por supuesto que me perderé y necesitaré mucho más tiempo del que marcan los itinerarios en Internet. Resulta muy curioso que siempre, siempre que voy a un pueblo o ciudad que no conozco, tras muchas vueltas y revueltas acabe terminando en el cementerio, esté donde esté. Se trata de una jugarreta del destino, como pude comprobar con el tiempo, cuando acepté que todo lo malo que ocurría en mi vida era culpa de este maldito diosecillo, también llamado Fatum. Hasta ese momento me había limitado a pensar que yo era un hombre con mala suerte, un gafe, un gafado, como se les suele llamar a esos que son marcados por el destino desde la cuna. Procuraba no hablar de ello a nadie, porque. aunque nadie dice ser supersticioso, todos creen en los gafes y huyen de ellos como de la peste. Me limitaba a tomar mis precauciones, es decir a tener un plan B y C y D y todos los que pudiera porque los días en los que todo me salía bien a la primera eran para ser marcados en el calendario como algo milagroso, los jueves milagro, pongamos por caso. Por eso y por otras razones que no vienen al caso, siempre he estado solo. Ya desde niño observé, muy intrigado, que mis padres procuraban no acompañarme a parte alguna si no era estrictamente necesario. Como si fuera un apestado. Lo que se comprobó apenas pasada la adolescencia. Mis padres me llevaron al médico, quien a su vez me derivó a un especialista y este a otro más competente, un psiquiatra que no tardó en diagnosticarme como psicótico, luego esquizofrénico y finalmente me puso todas las etiquetas habidas y por haber, para no equivocarse. En esta situación tan desgraciada no se me ocurrió otra cosa que marcharme de casa y desaparecer para siempre. Lo hice tan bien que nadie me encontró, o más bien pudo ser que no me buscaran. Salí adelante, ya muy consciente de que era un gafe de mucho cuidado, y gracias a mi estrategia de planes, que se me ocurrió una vez por casualidad en una intuición certera, cuando el destino estaba descuidado. El tiempo fue pasando, yo fui creciendo, primero, y luego envejeciendo, hasta llegar a este preciso momento que estoy recordando, porque no es el presente, es el pasado más o menos cercano.

 

Resumiendo que es gerundio. Medio dormido como estaba abrí mucho los ojos, como platos y me fijé en la carretera como si en ello me fuera la vida, lo que no dejaba de ser bastante cierto. En la primera encrucijada de caminos, o más bien de carreteras, acerté, porque giré a la izquierda. En la segunda giré también a la izquierda y acerté. Pero en la tercera –a la tercera va la vencida- me equivoqué por no girar a la derecha. Seguí todo recto y me pasé. Recorrí más kilómetros de los que tenía anotados en mi mente. Pero solo cuando llegué a un pequeño aeropuerto, cercano a la capital de la provincia o Comunidad, comprendí que me había pasado. Ni siquiera maldije. Estaba acostumbrado. Di la vuelta donde pude y recorrí el tramo de carretera que ya había recorrido antes. A punto estuve de meterme donde no debía, porque mi idea era la de que el gran pueblo a donde me dirigía no podía estar tan cerca del otro pueblo, más pequeño, en el que todo estaba cerrado porque eran las fiestas. Por suerte iba tan atento a los indicadores que no se me pasó uno con el nombre del pueblo al que me dirigía. Encendí el intermitente, me puse en el carril de acceso, hice el stop, y equiliqua que ya estaba bien encaminado. Apenas en unos minutos ya estaba en la entrada de la urbe. En estos casos mi plan A consiste en seguir la vía principal, el plan B en que si me salgo de la vía principal doy las vueltas que sean necesarias hasta volver a ella y el plan C, si acabo en el cementerio, paro el coche, miro los muros y pienso en la fugacidad de la vida mientras me fumo un pitillo. Como se me había acabado el tabaco no pude hacerlo. pero sí recorrer unas cuentas calles hasta percibir un letrero que decía “estanco”. Aparqué encima de la acera, cerca de un paso de cebra, en la esquina de una calle lateral. Antes de bajar del coche saqué la cartera y miré el efectivo. Bien, tenía suficiente para comprar un cartón y al mismo tiempo pagar la multa que me iban a poner, por estar encima de la acera, por entorpecer el paso por el paso de cebra, o por lo que fuera. Salí corriendo como alma que lleva el diablo, entré en el estanco y mientras la estanquera metía el cartón en una bolsa, con mucha calma, le pregunté por el supermercado. Salió conmigo fuera, después de pagarle, y me indicó con precisión la dirección. Di las gracias encarecidamente y en cuanto ella entró en su establecimiento eché a correr esperando ganar al destino. Lo gané, no sé si por poco o por mucho. No había multa bajo el limpiaparabrisas ni un policía rellenando un impreso. Expelí el aire con fuera, me metí en el coche, encendí el motor y salí disparado, no sin antes mirar por el retrovisor. Como sabía en qué dirección ir, era pan comido, si a la izquierda había una calle de dirección prohibida, iba a la derecha o continuaba recto hasta encontrar la forma de seguir la dirección marcada, no sé si norte, sur, este u oeste.

 

Conseguí llegar a la plaza que la estanquera me había indicado. Pero ahora no recordaba si era en la primera calle a la derecha o la segunda. Tomé la primera, porque si tomaba la segunda y era la primera tendría que dar la vuelta y a saber hasta dónde me vería obligado a ir para dar la vuelta. Me equivoqué. No era la primera, una callecita muy estrecha que seguí porque no podía hacer otra cosa. Desemboqué en una calle peatonal donde se celebraba un mercadillo. ¿Y ahora qué hago? Una mujer se me acercó, tan nerviosa como si la estuviera atropellando. No me insultó, pero casi. Le dije que era nuevo y no conocía la ciudad. Lo hice para contentarla y calmarla un poco. Pues por aquí no puede pasar, es calle peatonal, hay un mercadillo y está llena, como puede ver. Además, la policía está allí abajo. ¿La ve? Ya lo creo que la veía. No me quedaba otro remedio que dar la vuelta como pudiera, pero no podía porque el espacio era muy reducido y no quería atropellar a nadie ni tirar ningún tenderete. Me vi obligado a dar marcha atrás. Algo que se me da muy mal. Odio conducir marcha atrás y siempre que lo hago tengo un percance. Ahora me daba cuenta de que la calle estrecha, además tenía coches aparcados a izquierda y derecha, algo en lo que no me había fijado hasta ese momento. ¡Si estaría dormido! Con un cuidado exquisito comencé a dar marcha atrás, a paso tortuga, mirando por los retrovisores. No tienes prisa, no dejaba de repetirme, estás de vacaciones y si llegas a casa a las diez de la noche, como si llegas a las tres de la madrugada, lo importante es llegar sin tropiezos. Lenta, muy lentaaaaamente fui esquivando coches, sin romper retrovisores, hasta que ya llegaba casi al final de la calle cuando vi a un impedido en silla de ruedas que venía hacia mí a una velocidad de vértigo. Miré al impedido y le hice gestos de que lo sentía muchísimo. El debió comprender que yo era una de esas personas de las que es mejor alejarse cuanto antes porque dio la vuelta a su silla de ruedas y salió disparado.

 

Llegué al final, había espacio para dar la vuelta al coche y no seguir de culo. Pero me volví a equivocar, giré a la derecha, cuando era a la izquierda. Calle cerrada. Subí a una cera, di marcha atrás, subí a la otra acera, hice maniobras y volví por donde había venido. Entonces me fijé en que había señales en el asfalto, flechas que indicaban que yo había llegado al mercadillo en dirección prohibida. Tengo la culpa, lo reconozco, señor guardia. Pero por suerte allí no había guardias. Conseguí alcanzar la arteria principal y esta vez sí giré por la segunda calle, la buena. Había unas flechas indicando el parking del supermercado. Las seguí, habían cortado la calle con una barrera metálica, por suerte la entrada al parking estaba antes de la barrera. Entré por una rampa que me pareció un tanto arriesgada. Bajé con el pie en el freno. En la primera planta no había plazas libres, bajé a la segunda. Conseguí aparcar, eligiendo una plaza que no estaba junto a una columna como otra a la que no hice caso. Tras muchas maniobras aparqué bien y me bajé del coche. Miré el reloj. Era tarde. Como el supermercado estaba en un centro comercial, con todo tipo de comercios, incluidos restaurantes, me pensé ir a comer primero, nadie piensa bien con el estómago vacío. Pero me acordé de mamá gatita. Con tatos gatitos chupando de sus tetitas iba a necesitar comida sustanciosa para que no la dejaran en el esqueleto. Pensé que tal vez unos higadillos de pollo la vinieran muy bien, pero suelen desaparecer pronto. Así que me dirigí en tromba al supermercado. Por suerte aún quedaban algunas bandejitas de higaditos. Las cogí todas y compré de paso una bolsa térmica para que se conservaran. Estábamos en verano, no era cuestión de darle a mamá gatita un alimento putrefacto. Hacía calor. pero no tanto como en unos días, en que llegaría la primera ola de calor. Dejé la bolsa térmica en el maletero. Subí por unas escaleras mecánicas buscando un restaurante y lo encontré justo donde terminaban las escaleras. Miré el menú. Me pareció bueno y no muy caro. Entré en el restaurante. No había demasiada gente, mejor, pensé para mi coleto, no me gusta la gente. Me senté a una mesa suficientemente alejada de los pocos comensales que comían allí. Vino un camarero, un joven de uniforme negro, negros los pantalones, negro el niqui, negro el pelo cortado a cepillo, con un pirsing en la oreja, otro en la nariz. Parecía un poco amanerado. Puede que fuera homosexual o puede que no, hasta yo puedo parecer amanerado cuando camino con todos mis kilos, cansado y arrastrando los pies. Cada cual vive su sexualidad como quiere. En eso no tengo reparos. Entre otras cosas porque no he podido ejercer mi sexualidad de ninguna manera. Por mí hubiera elegido el hermafroditismo, pero ni eso me fue concedido.

 

Me pasó el menú. Elegí un revuelto de setas y una cazuelita de merluza y rape. ¿Y para beber? Una jarra de cerveza bien fría, helada. Adoro la cerveza helada en verano, sobre todo cuando hace mucho calor. Tengo una norma que cumplo, siempre que puedo. Después de cada desgracia, después de cada fallo del plan A, del plan B o C, raras veces llego al D, me premio, con lo que a mí más me gusta, una buena comida y una jarra de cerveza fría, muy fría, helada, sobre todo si hace mucho calor. Claro que también me doy otros premios, comprar unos libros, un viaje –si la desgracia ha sido muy gorda- o yo qué sé, ya se me ocurrirá, si la desgracia ha sido gordísima. El camarero me trajo la cerveza, la jarra que dejé a la mitad de un solo trago. Disfruté del revuelto de setas, muy rico y antes de que trajera el segundo pedí otra jarra, tenía sed y la cerveza helada estaba riquísima. Noté que me ponía contento, pero no importaba, por muy contento que me pusiera no compensaría las desgracias de aquel día, avería en la cobertura que me impidió mirar a ver si había fiestas en el pueblo, el compromiso de tener una familia de gatos, sin comerlo ni beberlo, porque la mamá era muy lista y al ver un habitante en la casa y que se podía colar por una ventana abierta en la habitación de la caldera de la calefacción… pues lo hizo. Lo que no entiendo es que tuviera tanta confianza en mí, sin conocerme. A veces los animales son más listos que las personas… bueno, casi siempre. Disfruté muchísimo la cazuelita de merluza y rape. Estaba riquísima. Disfruté del postre y el café. Luego saqué la cartera y pagué. Me alejé a paso tranquilo, ligeramente en zigzag y me dispuse a comprar para un mes en el supermercado. Ahora sin prisa. Tenía la barriga llena y toda la tarde para hacer la compra. Con llegar a casa antes de que oscureciera ya tenía bastante.

domingo, 23 de octubre de 2022

RELATOS DE A.T. (RELATOS ESOTÉRICOS) I

 

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RELATOS DE A.T.

I
UNA VISITA INTEMPESTIVA





Aquella noche, siguiendo una inveterada costumbre que nada ha podido cambiar, me encontraba reposando mi cuerpo en el amplio lecho de mi habitación –me sigue gustando la amplitud, esa sensación de libertad con espacio suficiente para expandirse- con la espalda apoyada en un mullido cojín, mi postura favorita para leer. Y eso estaba haciendo en aquel momento, leyendo una novela de la que rezumaba toda la melancolía de un pasado muerto –esa melancolía que nada puede curar- ; mientras sostenía el libro de bolsillo con mi mano izquierda, con la derecha no cesaba de rascarme el cuero cabelludo –los picores me han acompañado siempre como un placentero estigma que nunca he repudiado- cuando recibí un gran sobresalto al escuchar un sonido no programado, tardé algún tiempo en comprender que se trataba del timbre de la puerta.



Puede que ya llevara un buen rato sonando sin que me hubiera apercibido de ello, siempre me he preciado de una gran capacidad de concentración pero últimamente ésta ha crecido tanto que se necesita bastante más que una simple llamada de atención para volverme receptivo. El timbre está graduado de tal manera que apenas es pulsado un leve susurro musical se expande por toda la casa como una suave brisa. Si la insistencia o nerviosismo del visitante se agudizan la fuerza con que lo va pulsando transforma el sonido en una perfecta gradación de ruidos naturales hasta llegar al último escalón: un agudo y estridente sonido que aumenta hasta hacerse irresistible.

Sin duda el visitante debía llevar largo rato llamando porque la agudeza del sonido había conseguido llamar mi atención. A pesar de ello decidí dejar que siguiera llamando, si la causa que lo atraía hasta mi puerta no era bastante urgente terminaría por cansarse y dejarme en paz. Cerré el libro y me volví hacia uno y otro lado buscando una postura más cómoda, mi espalda empezaba a sentir las molestias que conlleva una posición largo rato mantenida. Coloqué el libro sobre la mesita y apagué la luz intentando olvidarme de lo que estaba pasando fuera de mi morada. Todo resultó inútil, el timbre llegó al grado de histerismo que mis nervios no pueden soportar. Decidí que si el visitante no se iba a marchar me convenía más abrir y escuchar lo que tuviera que decirme, ni la peor noticia conseguiría privarme de los brazos dulces de la Venus del sueño.



Encendí la luz, acaricié con nostalgia la suavidad aterciopelada de las sábanas recién puestas como si éstas fueran a diluirse en cualquier momento; miré hacia la pared frontal donde el hermoso cuadro de un paisaje de montaña nevada me obligó a suspirar con tristeza; finalmente alcé la vista hacia el techo para contemplar la pintura fosforescente imitando un despejado y bellísimo trozo de cielo nocturno. Solo después de cumplir este ritual puse mis pies en el suelo y busqué con ellos la presencia de las cómodas chanclas. Me puse en pie y acercándome al vestidor me coloqué la preciosa bata azul con dibujos de dragones rojos lanzando fuego. Traspasé la puerta y ya en el pasillo encendí la luz. Caminé sin prisas por el largo pasillo decorado con intrincados cuadros abstractos que acostumbro a intentar comprender, analizando una y otra vez sus dibujos geométricos colocados unos encima de otros sin ningún orden como planos reflejando mundos sin sentido.



Llegué a la puerta y la abrí bruscamente como queriendo dar a entender al visitante lo molesto que me sentía por su intolerable intromisión. En lugar del rostro impaciente del visitante me quedé paralizado ante una brillante luz que me deslumbró obligándome a cerrar los ojos. Cuando volví a abrirlos ya me había hecho una idea de lo que tenía delante de mis narices. En el centro del gran círculo de luz se estaba formando un rostro que no tardó mucho en adquirir su forma plena. Me resultaba totalmente desconocido, sin duda no lo había visto nunca, de ser así no lo habría olvidado porque aquel rostro de anciano con su larga barba blanca, sus ojos profundos y brillantes y la pequeña boca sonriente desprendía una gran paz que cosquilleaba mi plexo solar con una suave y placentera energía. Nada en el universo sería capaz de descontrolar aquella expresión de paz profunda que emanaba de lo profundo de aquel rostro. Sin embargo el timbre había sonado con gran estridencia, semejante control sobre sus emociones no era muy común.





-Te saludo A.T., sin duda dormías profundamente para no oír mis insistentes llamadas. Me has obligado a esperar mucho más tiempo del que estoy acostumbrado a aguardar ante puertas más poderosas que la tuya.



La sospecha que había brotado en mi interior como un chispazo me obligó a cerrar los ojos otra vez buscando adaptarme a la conclusión que inevitablemente se presentaba a mi consciencia en estado de alerta. Al abrirlos mi mente dejó de percibir la estructura de la casa a mis espaldas, ésta se había diluido en el aire sin el menor ruido. Como siempre que me sucedía me sentí triste y humilde como un pajarillo en presencia de un halcón, mi mente aún no era suficientemente poderosa para mantener dos mundos opuestos a la vez dentro del invisible círculo de su poder. No me preocupaba mucho el hecho de haber perdido mi hogar, ya lo reconstruiría cuando terminara con aquella visita. Siempre soy muy respetuoso con mis semejantes pero el hecho de tener presente a un Gran Maestro me obligó a olvidarme de mi peculiar sentido del humor, mejor sería ver antes cómo respira un Gran Maestro.



-Vaya A.T., lo has hecho muy bien y con gran celeridad. Me sorprendes. Ahora que ya sabes quién está ante ti creo que podremos hablar del objeto de mi visita si no tienes inconveniente.



Inútil intentar engañarle, para saber mi nombre de guerra era preciso que me conociera muy bien. No puse ningún obstáculo a que dentro de mi círculo de energía se fuera formando mi rostro habitual, el de mi último cuerpo, el que mejor conozco y recuerdo. Intentando reconcentrarme en mi mismo para que la consciencia del Maestro no percibiera con demasiada intensidad mis pensamientos, analicé con mi peculiar astucia lo que me estaba sucediendo buscando las mejores soluciones. La visita de un “Gran Maestro” solo podía significar problemas, ninguno de ellos interviene en las modestas vidas de los novicios del más allá sin una causa importante.



El hecho de que se hubiera dirigido a mi por mi nombre de guerra debería tener algún significado. Recuerdo muy bien las estúpidas “hazañas” que me hicieron ganar a pulso este apodo tan idiota, A.T. –Angel Tontorrón- así me llamó alguien a quien intenté ayudar ingenuamente, este apodo hizo pronto furor y ya nadie me conocería desde entonces por otro nombre o apelativo. Cuando pasó el tiempo necesario para adaptarme al más allá luego de mi último tránsito emprendí un camino adecuado al carácter de que había hecho gala cuando estaba vivo en la carne. Orgulloso de mi bondad y de mis ansias de ayudar al próximo decidí que a falta de pan buenas son nueces; puesto que aquí, faltos de un cuerpo sometido a las leyes físicas, no tenemos otra diversión que la que nos buscamos, el deseo de convertirme en un ángel de bondad, ayudando a todo el que se me pusiera a tiro, era un ideal tan bueno como cualquier otro. Así inicié una larga carrera de despropósito e inútiles pérdidas de tiempo hasta que comprendí, trabajo me costó, que no hay mayor estúpido que quien intenta ayudar en contra de los deseos de la víctima. Me reciclé y de ángel tontorrón terminé en un tranquilo detective husmeando de vez en cuando aquí y allá por si pudiera descubrir algún misterio o solucionar algún enigma, en todo caso la aventura estaba asegurada. Pronto conseguí una cierta fama como sabueso pero no la suficiente para acabar con mi apodo que acabé aceptando e incluso disfrutando.



-A tu disposición, Maestro.

-Bien, veo que ya tienes una ligera idea de quién soy. De momento no necesitas saber más, ni siquiera mi nombre, si aceptas la misión que te voy a proponer llegaremos a conocernos mejor y entonces podrás hacerme cuantas preguntas pueblen tu fértil fantasía.



-Disculpa, Maestro, pero preferiría no saber nada de ninguna misión. El hecho de que me haga pasar por detective aficionado y acepte algunos encargos sin importancia es solo un juego para pasar el rato en este lugar sin tiempo donde podría acabar dormido por aburrimiento y despertar el día del juicio final sin haber notado nada. Las misiones de los Maestros sobrepasan mis facultades y deseos.



-Bien, A.T., no te voy a obligar a nada, sabes que toda violencia para conseguir algo es una pérdida de tiempo, después hay que volver a empezar desde el principio y con mayores dificultades. Solo te ruego tengas la cortesía de escucharme –asentí-. Tenemos un problema con un nuevo huésped. Acaba de entrar en nuestro mundo después de haber sufrido un accidente de automóvil y está tan desconcertado que actúa como si aún siguiese embutido en su endeble cuerpo de carne. No cesa de crear problemas en su antiguo entorno físico, tantos que ya se ha empezado a hablar de un fantasma. Sabes que no nos interesa que los vivos empiecen a pensar en nosotros como seres invisibles, eso solo nos crearía problemas. A los Maestros no nos haría ningún caso, aún suponiendo que lograra percibirnos; mandar a otro de su misma energía vibratoria sería peor remedio que la enfermedad, acabaría adquiriendo los peores vicios del mundo invisible y puede que su condición de fantasma le acabase gustando tanto que nos viéramos obligados a una dura sesión mental para convencerle de que no se puede jugar con estas cosas. Necesitamos acabar con el problema, que nuestro hermano se adapte lo mejor y lo antes posible a nuestro delicado mundo y creemos que tu eres el mejor candidato para ayudarle. Por otro lado conociéndote como te conocemos suponemos que una aventurilla como esta te vendrá muy bien A.T.; no puedes engañarnos, la sofisticada morada que acabas de destruir solo hubiera sido posible si alguien muy aburrido se dedica a ello con intensidad. Estamos seguros de que no rechazarás esta misión. ¿Qué me dices?



-Necesitaría pensarlo, no me gusta enredarme con los de abajo, siempre termino bastante chamuscado.



-Tendrás mi ayuda aunque creo que no la vas a necesitar. Mientras lo piensas podemos hacer un corto viaje, sobre el terreno podrás decidir con mejor conocimiento de causa.



Su energía se expandió acariciando la mía como un brazo físico de piel suave y cálida. Me sentí sujetado con gran fuerza a pesar de ello, como si una dulce y bella mujer de piel suave pero amante salvaje me hubiera estrechado entre sus brazos sin el menor deseo de dejarme marchar. La experiencia me pareció muy desagradable aunque nadie en su sano juicio espera nada placentero del contacto con un “Gran maestro”. Su energía es tan sutil y depurada que la nuestra siente su rechazo como una enorme bofetada.





domingo, 9 de octubre de 2022

LA VENGANZA DE KATHY XIV

 






Mi mente no funcionaba con normalidad. La droga que me había inyectado había cambiado los procesos mentales que yo había considerado como normales hasta ese momento. Claro que no era capaz de imaginar cómo puede funcionar la mente de alguien que no sufre de amnesia, que recuerda todo su pasado, o lo que pueda recordar una mente normal del pasado, que aún no sé cuánto es o cómo es. Yo sabía que a partir de mi despertar en la clínica, con Kathy de enfermera, fui recordando lo que me iba sucediendo con una continuidad cronológica y espacial. Bueno, lo del tiempo era una sensación un tanto rara, como lo es saber que tienes un cuerpo adulto sin recordar tu nacimiento ni el proceso evolutivo a lo largo de los años. Es como estar comiendo sin gusto ni olfato, sabes que estás comiendo, el estómago lo agradece, pero no lo disfrutas, al menos no del todo. Tienes una sensación rara, como si eso no fuera normal. Eso me ocurría a mí con el tiempo. No sabía muy bien cómo era su transcurso. Cuando me decían que había transcurrido una hora me encogía de hombros. Sí la sensación era diferente a cuando me decían que había transcurrido un minuto. Algo en mi cabeza procesaba la información, pero no de forma automática, requería un esfuerzo. En los tres días que llevaba en Crazyworld, suponiendo que fueran tres, ese automatismo del tiempo se fue haciendo más comprensible para mí. Ahora, tras la droga, me ocurría algo parecido. Gracias a la vista, que percibía lo que pasaba frente a mí y a cómo me sentía cuando los movimientos físicos de mi entorno se iban sucediendo con el ritmo adecuado, podía intentar establecer un tiempo para todo lo que había ocurrido desde que despertara. Cuando Kathy me hablaba comparaba cómo sentía el transcurso del tiempo cuando había hablado con otros en Crazyworld, sus palabras eran como el tic-tac de un reloj, me ayudaban a percibir el discurrir del tiempo. Cuando se fue a cenar, mi mente procesaba cuánto podía haber tardado y lo comparaba con nuestras comidas en el gran comedor del edificio principal. El tiempo parecía distinto cuando el cuerpo no lo percibía, salvo por la mirada fija. No sentir el cuerpo es algo muy raro, te das cuenta de que el concepto que tienes del tiempo, así como de otros factores vitales depende mucho de los sentidos, tanto que sin ellos se genera una especie de vacío muy especial. El cuerpo necesita de los sentidos para sentirse anclado a la realidad, sin ellos la mente se pierde, se extravía, como un pájaro sin alas que ha sido disparado por un cañón. La mente se mueve a gran velocidad pero está atada por una mano invisible. No es libre. Si a esto se añaden los efectos del potingue del profesor Cabezaprivilegiada, totalmente desconocidos para mí, a lo más que puedo comparar cómo me sentía es a la sensación que uno tiene al despertar de un sueño profundo. Tardas en aceptar que la realidad del sueño no era tal realidad, tardas en reconocer la realidad que aceptas con normalidad cuando llevas un tiempo despierto. El proceso es lento, la mente está muy ralentizada, algo, no sabes bien qué te tiene atrapado, tomado del cuello y aprieta hasta que necesitas respirar y das una gran bocanada, entonces, por un instante te sientes vivo. No sé si debido a mi amnesia o a que yo era así antes, me había costado despertar y asumir dónde estaba. Claro que estar en Crazyworld no es fácil de asimilar y dado el trauma del accidente, mi cerebro necesariamente tenía que haber quedado traumatizado. A pesar de no recordar apenas lo sueños, los prefería a la pesadilla que era vivir en aquel infierno de lujo. Ahora me pasaba algo parecido, deseaba fugarme de la realidad, llamada Crazyworld, de todo lo que me había ocurrido desde que aterrizara allí, pero sobre todo de lo que estaba ocurriendo en aquel búnker. Pero no podía fugarme al sueño o a la inconsciencia y tampoco a recuerdos del pasado o incluso cercanos, porque mi menta actual no procesaba bien, era demasiado lenta. Todo era lento en aquel proceso infernal.

Acababa de ver cómo Kathy había terminado el recorrido de su lengua sobre mi cuerpo desnudo. Me pareció un tiempo largo, aunque no sabría decir cuánto. Ahora había introducido mi pajarito dormido, más bien muerto en su vagina. Antes había corrido la piel y destapado el glande, que restregó contra su clítoris que imaginé creciendo. Al parecer aumentaba de tamaño al compás de su deseo, aunque esa era una conclusión bastante lógica después de la noche que ella pasó en mi dormitorio, pero no estaba cimentada en ningún dato sólido. Me pregunté cómo podía sentir deseo aquella mujer hacia mi cuerpo desnudo, que bien podía ser muy deseable para ella, incluso objetivamente podría ser muy deseable para cualquier mujer. Pero era un cuerpo muerto, un pedazo de carne sin vida. ¿Cómo era posible? La imaginación debe tener bastante importancia en el sexo. Creo que lo habría sabido con seguridad de haber recordado mi pasado.

Creo que el glande reaccionó un poco al masaje sobre su clítoris que imaginé exudando aquella misteriosa sustancia que hacía a Kathy tan especial. Pero no podía estar seguro. No podría calificar al fenómeno de sensación, porque no lo era en comparación con lo que mi cuerpo sentía cuando estaba despierto, vivo. Sin embargo me dio una idea bastante vaga y confusa de cómo mi mente recibiría las supuestas sensaciones que iba a vivir mi amodorrado miembro viril, un pequeño zombi que estaba tan perdido como yo. Fue como si algo llegara a mi cerebro, a mi mente, pero directamente, sin pasar por los canales que llevan los estímulos a través del sistema nervioso hasta el cerebro. Un diminuto impacto en mi mente que golpeaba en algún lugar de la cabeza, no sabría decir cuál y que el ordenador mental intentaba procesar fuera de sus circuitos habituales. Me sentí mal, como si una bala hubiera roto el cristal de mi bunker craneal y el caos y el miedo se hubieran apoderado de mi consciencia, si es que se podía llamar consciencia a lo que transmitía mi vista, porque el resto de los sentidos estaban muertos, a excepción del oído, como había comprobado antes. No era capaz de asimilar cómo podían funcionar vista y oído desvinculados del resto de los sentidos. El proceso de mi pensamiento era lentísimo, vago y muy confuso, pero aun así continuaba produciéndose. Era una gran sensación de alivio el saber que no había perdido la capacidad de razonar, como un ajedrecista novato enfrentado a un gran maestro del ajedrez. Una sensación rara me invadió, como si un recuerdo tratara de aflorar desde el pasado olvidado. ¿Había jugado yo al ajedrez?

Por los movimientos de las caderas de Kathy supe que el pene ya estaba dentro de ella y parecía estar resucitando, muy atontado, pero despierto. Supuse que su clítoris exudaba ahora como una esponja oprimida por férrea mano. El trozo de carne que tenía entre mis piernas no podía dejar de reaccionar a aquella sustancia, peleando bravamente con los efectos anestesiantes del potingue. Intuía que iba adquiriendo rigidez, que había entrado en erección. Además de una intuición era también una sensación, si es que aquello podía llamarse así. Mi mente visualizaba lo que yo sabía que ocurría en estos casos, pero no era solo eso. Lo que percibía tenía cierto parecido a lo que yo había sentido cuando practicara el sexo normal, y habían sido bastantes veces desde que llegara a Crazyworld. Mi falta de memoria me impedía comparar y dar un marchamo de verdad o mentira a la sensación de que aquello que me había ocurrido desde mi llegada, en el terreno del sexo, era normal o muy anormal.

Kathy parecía estar empezando a disfrutar. Me llegaba algún suspirito que otro. Mi pene tenía que haber alcanzado un grado de erección aceptable para que ella lo sintiera dentro de su vagina. Lo que yo sentía era como el eco en un radar, solo que generándose cada mucho tiempo, tal vez un par de minutos. El operador del radar debía de estar muy atento para no perdérselo. Así era el diminuto placer que estaba llegando a mi cerebro. Era un eco muy distorsionado, muy lento, como un eco extraño que se moviera como una culebra adormecida, la sensación de espacio era muy rara y caótica. Parecía venir de muy lejos, se acercaba, se volvía a alejar, su volumen subía, bajaba, todo sin la menor hilación espacio-temporal, como llegando desde otra dimensión. Si Kathy me iba a matar de placer, a polvos, iba a tener que hilar muy fino, porque salvo que me descoyuntara el pene y tuviera una hemorragia abundante e imparable no veía otra forma de morir. El infarto no parecía una posibilidad muy lógica, teniendo en cuenta que mi corazón estaba anestesiado, como el resto de mi cuerpo. Si mi conclusión no estaba equivocada, tanto el sistema circulatorio, como el nervioso, debían de estar paralizados. De esa forma si no llegaba sangre a mi corazón, ni salía de él y si los estímulos nerviosos no llegaban al cerebro por los canales normales, no parecía que fuera a sufrir una parada cardiaca, ni tampoco respiratorio, porque mis pulmones tampoco funcionaban. ¿Por dónde me llegaba entonces el oxígeno? El profesor tenía que haber hecho un gran trabajo con aquella maldita droga.

Entonces percibí como un estiramiento del miembro, la sensación se extendía por toda su longitud, pero de ahí no pasaba. Hubiera dado cualquier cosa porque también resto de mi cuerpo fuera saliendo del letargo, pero era algo que no parecía fuera a suceder. ¿Puede una parte del cuerpo sentir como si todo el cuerpo sintiera lo mismo? Eso debía de estar ocurriendo. Mi pajarito estaba despierto y trinando con cierta alegría. Aquel bandido estaba disfrutando como si todo mi cuerpo estuviera despierto, pero sólo él lo estaba. La intensidad del placer fue aumentando en mi cerebro, porque el resto de mi cuerpo no lo percibía. No era el placer normal en estos casos. Todo estaba ralentizado, el eco del radar podía estar acercándose al orgasmo, pero fuera del tiempo. Perdida la sincronicidad espacio-temporal, perdidos todos los parámetros que pueden situar esta función corporal en su adecuado contexto, la sensación estaba más cerca del miedo que del placer.

Me dije que ya que iba a morir, que estaba siendo torturado, al menos intentaría disfrutar todo lo que me fuera posible. Mis ojos que no se habían movido una micra seguían contemplando todo lo que no había dejado de ver desde mi despertar. Me centró en el cuerpo de Kathy, en sus pechos, en sus caderas alcanzando ya un galope muy interesante. No lo hice moviendo los ojos, tuvo que ser la mente la que se centrara en ello, como el haz de luz de una linterna o como un finísimo rayo láser que se fuera trasladando en el espacio. Los grititos de Kathy y su bamboleo me dijeron que estaba llegando ya al orgasmo, yo en cambio ni me apercibía de estar en proceso de completar un orgasmo en debida forma. Me pregunté cómo podría eyacular, cómo los espermatozoides podían trasladarse desde sus cuarteles hasta el final del túnel. El profesor no podía ser tan sabio como para hacer que una pequeña parte del cuerpo funcionara con normalidad y el resto no. Por otro lado, tampoco me parecía que la exudación misteriosa del clítoris de Kathy pudiera llegar a realizar semejante proeza. Todo tiene un límite. Kathy había alcanzado un buen orgasmo, a juzgar por sus gestos y sonidos. Pero para mí fue algo muy decepcionante. Apenas había sentido algo minimamente semejante al orgasmo. Tuvo que pasar un tiempo hasta que comprendiera que mi mente iba muy ralentizada. Cuando llegó el orgasmo, para mí fue un orgasmito. Imaginé que tal vez mi mente se estuviera acostumbrando y adaptándose al proceso, puede que en otros coitos llegara a alcanzar algo que se pudiera comparar con lo que sentía cuando el cuerpo no estaba anestesiado. Esperaba que sí, porque si no la tortura iba a ser de aúpa. Kathy se dejó caer sobre mi cuerpo, o mi supuesto cuerpo, porque no sentí nada. Y allí permaneció respirando aceleradamente.

sábado, 1 de octubre de 2022

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXII

 


-Hola Alirina y la compañía. Retomamos desde aquí el programa, una vez satisfechas nuestras necesidades biológicas más básicas. No, no hemos estado viendo el programa mientras almorzábamos. Nuestras agotadas mentes necesitaban también un descanso. Tampoco vamos a pedirte que nos resumas lo ocurrido, puesto que nuestros holovidentes saben perfectamente lo que ha pasado y no vamos a hacer repeticiones inútiles. Mientras vosotros viajáis tranquilamente hacia la casa de campo, granja, mansión o como queráis llamarla de nuestro tertuliano Artotis, para ver a sus mascotas, sus simpáticos y amistosos caeros, vamos a hacer una conexión con la finca para que su esposa Arleina nos hable de los preparativos y cómo está allí la situación. No tenemos otra reportera que nos haga los honores porque hemos pensado, atinadamente, que podría hacerle la competencia a Alirina, se producirían roces y demás molestias que generan estas situaciones, por lo que Arleina hará de reportera, con la ayuda de nuestro dron favorito Discretus, sin número de serie, porque es único. Así pues, Arleina, cuéntenos. Por favor no salude a su esposo Artotis, porque si toma la palabra ya no la soltará. Ya tendrán tiempo de saludarse, hablar, besarse y lo que consideren conveniente cuando se vean, que no será ahora ni dentro de un rato, porque el bueno de Artotis ha aceptado permanecer aquí como tertuliano en lugar de intervenir desde su finca. Ha ayudado un pago especial en créditos que seguramente utilizará para sus proyectos de mejorar la vida de sus mascotas. Adelante, Arleina.

-Je,je. Usted le conoce bien, Arminido, pero yo aún mejor, y los holovidentes lo irán conociendo tan bien como usted y como yo. Saludos cordiales desde nuestra finca, llamada Caerniense en honor ya saben ustedes a quién. Nombre que le puso Artotis y que yo acepté. No vamos a discutir por ello. Si nuestro adorable Discretus deja de enfocar un instante mi adorable hermosura, podremos ver a nuestra manada de caeros paciendo allá a lo lejos, guiados por su lideresa Caerina. Ellos no saben que ustedes vienen, por lo que me he visto obligada a montar a mi equanus favorito, Arti –los holovidentes deducirán en honor a quién le puse ese nombre- y acercarme cerca de las cuevas donde los caeros gustan de pacer, para atraerles hasta aquí. En dicha empresa fui ayudada por nuestro fiel Carti, un canius, muy fiel, muy cariñoso y muy hábil y por nuestro robotdrón Amantanimales, nombre que eligió para sí mismo tan pronto fue activado y que nunca hemos podido cambiar. Como verán los holovidentes su gracia es la de aprender todos los lenguajes animales y emplearlos con gran efectividad para hablar con ellos. Le he pedido a Discretus que no enfoque la casa para que puedan apreciarla y sorprenderse en cuanto lleguen. Como ya han comido les hemos preparado un bufé al aire libre con exquisitos y muy ligeros bocaditos, junto con deliciosas bebidas, sin el menor átomo de alcohol. Y ahora te devuelvo la conexión, Arminido, a ver qué haces con ella.

-Gracias Arleina. Pues lo que voy a hacer con ella es darle la palabra al doctor Noir para que nos hable de los géneros, las relaciones de pareja y otras cuestiones que será interesante recordar cuando Alirina se introduzca esta noche en Omostrón, esa especie de Metaverso creado por “H” para uso y disfrute de todo el mundo, menos nosotros que odiamos todo lo artificioso. Alirina hará esta noche una excepción para no dejar aparcada una forma de vida mayoritaria en Omega. Creo, si no me falla la memoria, que aún no le hemos concedido la palabra, por lo que le ruego brevedad y esquematización, no es necesaria una historia de la evolución del género y otras zarandajas en Omega y especialmente en Vantis que como saben todos ustedes es un mundo aparte. Como dicen en otras partes del planeta, a los vantianos hay que darles de comer aparte. Adelante, doctor Noir.

-Muchas gracias Arminido por la deferencia en dejarme hablar, cuando ya lo ha hecho todo el mundo. Seré breve y esquemático, como si me fuera en ello la vida. Los géneros y las relaciones de pareja evolucionaron de forma muy creativa cuando el Mesías de Omega, de quien parece hablarán en otro programa, llegó a nuestras costas en su portentosa nave intergaláctica y lo cambió casi todo, incluidos los géneros y relaciones de pareja que funcionaban con naturalidad, de forma parecida a cómo eran entre los animales salvajes, es decir, un caos bien administrado. Pero fue con el advenimiento de nuestro querido “H” cuando sufrieron una metamorfosis original e impensable. La portentosa medicina genética que nos trajo su cara presencia, entre otros muchos avances de todo tipo, hizo que los omeguianos, y especialmente los vantianos, tan suyos, pudieran dar rienda suelta a su creatividad. La causa fundamental de este nuevo horizonte fue, sin duda, la creación de Omostrón y la nueva vida virtual que pronto se hizo adictiva. Todo el mundo quiso probar el cambio de sexo, nuevas relaciones sexuales y de pareja y todo tipo de experiencias, la mayoría inútiles, que se podían permitir en el increíble metaverso que “H” puso a nuestra disposición y que yo, específicamente, no he probado, ni probaré nunca, como es natural siendo tertuliano de este programa, lo que significa que comparto la mayoría de las filosofías e ideologías que aquí se defienden. Al principio todo fue un caos, luego continuó siendo un caos, para al final atenuarse un poco, casi nada. Como saben en nuestro planeta hubo siempre dos sexos básicos, masculino y femenino, salvo en algunas especies animales, algunas muy raras, puesto que, si bien el sexo es la forma de reproducción básica, todos sabemos lo raritas que son algunas especies que ni siquiera se reproducen por sexo y utilizan mil formas imaginativas para que la especie siga reproduciéndose y sobreviviendo. Pues bien, en el Omostrón se pusieron de moda toda clase de tendencias. Algunos desearon cambiar de sexo, de cuerpo, de sexualidad, de especie, de todo lo que se les ocurrió –y eran muy imaginativos- y el bueno de “H” no encontró motivo para disuadirles o prohibirles semejantes desmanes que les hubieran vuelto locos a todos de no ser por la estricta vigilancia que la máquina de Helenio de Moroni ejerce sobre todos los que han aceptado sus condiciones, excepto nosotros, que queremos vivir aparte, pero aprovechando ciertas ventajas, no como los granjeros de las montañas Negras. La consecuencia de todo ello fue que muchos cambiaron de cuerpo, cambiaron de sexo, cambiaron de pareja, cambiaron de sexualidad, cambiaron de casi todo. Como he dicho solo la vigilancia de “H” logró que siguieran cuerdos. Menos mal que ya por entonces existían pocas relaciones sociales, familiares, extracraneanas, por lo que aquel desmán no se notó demasiado en las vidas corrientes de los omeguianos que vivieron aquella época. Pocos se encontraron con un hombre que el día anterior había sido mujer, o con una mujer que había sido hombre, o con un niño que el día anterior había sido anciano, y así podría seguir. Todos los cambios acabaron pasando de moda puesto que solo los pocos que continuaban relacionándose pudieron epatar a sus semejantes. El resto se dio cuenta de que era una tontería cambiar tantas cosas para nada por lo que los cambios se siguieron produciendo en el metaverso, no así en lo que nosotros llamamos realidad y el resto una forma de vida en peligro de extinción. Ahora mismo existen todo tipo de familias, parejas y géneros, aunque los que ya han cruzado la línea roja o el umbral de un nuevo mundo sin sentido se limitan a vivir solos en el mundo real, que solo utilizan para conseguir créditos cuando necesitan algo en el metaverso. Las familias tradicionales, los géneros tradicionales, las parejas tradicionales, son una minoría. Siguen existiendo en las montañas Negras, entre los granjeros rebeldes y aquí, en Vantis, y en el resto del planeta, entre nosotros, los que solo aceptamos algunos avances técnicos de “H” que nos permiten vivir sin trabajar, aunque en otros tiempos, ahora muy remotos, esto era un trabajo y además muy bien pagado. Total, que resumiendo y esquematizando hasta la náusea, en Omostrón cada uno es y hace lo que quiere. En el mundo real esto sería un caos si la gran mayoría no hubiera visto la practicidad de quedarse como son o eran para conseguir créditos reales o relacionarse un poco, casi de pasada, con el resto de los omeguianos. Intuyo que la mayoría de nosotros nunca hemos pisado Omostrón y por lo tanto no sabemos qué se cuece allí. Lo mismo que gran parte de nuestros holovidentes, que estarían viendo otro canal o ninguno si se pasan los días y las noches encerrados allí, salvo cuando “H” los echa a patadas para evitar que su salud física y mental se deterioren gravemente y mueran, lo que sería un fracaso total del profesor Helenio de Moroni y su máquina infernal. Y eso es todo, salvo decir que todos estamos muy ansiosos por conocer Omostrón sin necesidad de contaminarnos, gracias a la intrépida Alierina, a quien adoro con toda intensidad y me gustaría invitar a cenar una noche de estas.

-Gracias, profesor Noir. Si esto es una esquematización que vengan los habitantes de otra galaxia y lo vean. Pues sí, todos estamos interesados en lo que vamos a ver con los ojos de Alierina. Y ahora vamos a dejar que Artotis nos cuente, por encima, cómo es su finca, lo que vamos a ver y la famosa aventura con los caeros.