domingo, 9 de octubre de 2022

LA VENGANZA DE KATHY XIV

 






Mi mente no funcionaba con normalidad. La droga que me había inyectado había cambiado los procesos mentales que yo había considerado como normales hasta ese momento. Claro que no era capaz de imaginar cómo puede funcionar la mente de alguien que no sufre de amnesia, que recuerda todo su pasado, o lo que pueda recordar una mente normal del pasado, que aún no sé cuánto es o cómo es. Yo sabía que a partir de mi despertar en la clínica, con Kathy de enfermera, fui recordando lo que me iba sucediendo con una continuidad cronológica y espacial. Bueno, lo del tiempo era una sensación un tanto rara, como lo es saber que tienes un cuerpo adulto sin recordar tu nacimiento ni el proceso evolutivo a lo largo de los años. Es como estar comiendo sin gusto ni olfato, sabes que estás comiendo, el estómago lo agradece, pero no lo disfrutas, al menos no del todo. Tienes una sensación rara, como si eso no fuera normal. Eso me ocurría a mí con el tiempo. No sabía muy bien cómo era su transcurso. Cuando me decían que había transcurrido una hora me encogía de hombros. Sí la sensación era diferente a cuando me decían que había transcurrido un minuto. Algo en mi cabeza procesaba la información, pero no de forma automática, requería un esfuerzo. En los tres días que llevaba en Crazyworld, suponiendo que fueran tres, ese automatismo del tiempo se fue haciendo más comprensible para mí. Ahora, tras la droga, me ocurría algo parecido. Gracias a la vista, que percibía lo que pasaba frente a mí y a cómo me sentía cuando los movimientos físicos de mi entorno se iban sucediendo con el ritmo adecuado, podía intentar establecer un tiempo para todo lo que había ocurrido desde que despertara. Cuando Kathy me hablaba comparaba cómo sentía el transcurso del tiempo cuando había hablado con otros en Crazyworld, sus palabras eran como el tic-tac de un reloj, me ayudaban a percibir el discurrir del tiempo. Cuando se fue a cenar, mi mente procesaba cuánto podía haber tardado y lo comparaba con nuestras comidas en el gran comedor del edificio principal. El tiempo parecía distinto cuando el cuerpo no lo percibía, salvo por la mirada fija. No sentir el cuerpo es algo muy raro, te das cuenta de que el concepto que tienes del tiempo, así como de otros factores vitales depende mucho de los sentidos, tanto que sin ellos se genera una especie de vacío muy especial. El cuerpo necesita de los sentidos para sentirse anclado a la realidad, sin ellos la mente se pierde, se extravía, como un pájaro sin alas que ha sido disparado por un cañón. La mente se mueve a gran velocidad pero está atada por una mano invisible. No es libre. Si a esto se añaden los efectos del potingue del profesor Cabezaprivilegiada, totalmente desconocidos para mí, a lo más que puedo comparar cómo me sentía es a la sensación que uno tiene al despertar de un sueño profundo. Tardas en aceptar que la realidad del sueño no era tal realidad, tardas en reconocer la realidad que aceptas con normalidad cuando llevas un tiempo despierto. El proceso es lento, la mente está muy ralentizada, algo, no sabes bien qué te tiene atrapado, tomado del cuello y aprieta hasta que necesitas respirar y das una gran bocanada, entonces, por un instante te sientes vivo. No sé si debido a mi amnesia o a que yo era así antes, me había costado despertar y asumir dónde estaba. Claro que estar en Crazyworld no es fácil de asimilar y dado el trauma del accidente, mi cerebro necesariamente tenía que haber quedado traumatizado. A pesar de no recordar apenas lo sueños, los prefería a la pesadilla que era vivir en aquel infierno de lujo. Ahora me pasaba algo parecido, deseaba fugarme de la realidad, llamada Crazyworld, de todo lo que me había ocurrido desde que aterrizara allí, pero sobre todo de lo que estaba ocurriendo en aquel búnker. Pero no podía fugarme al sueño o a la inconsciencia y tampoco a recuerdos del pasado o incluso cercanos, porque mi menta actual no procesaba bien, era demasiado lenta. Todo era lento en aquel proceso infernal.

Acababa de ver cómo Kathy había terminado el recorrido de su lengua sobre mi cuerpo desnudo. Me pareció un tiempo largo, aunque no sabría decir cuánto. Ahora había introducido mi pajarito dormido, más bien muerto en su vagina. Antes había corrido la piel y destapado el glande, que restregó contra su clítoris que imaginé creciendo. Al parecer aumentaba de tamaño al compás de su deseo, aunque esa era una conclusión bastante lógica después de la noche que ella pasó en mi dormitorio, pero no estaba cimentada en ningún dato sólido. Me pregunté cómo podía sentir deseo aquella mujer hacia mi cuerpo desnudo, que bien podía ser muy deseable para ella, incluso objetivamente podría ser muy deseable para cualquier mujer. Pero era un cuerpo muerto, un pedazo de carne sin vida. ¿Cómo era posible? La imaginación debe tener bastante importancia en el sexo. Creo que lo habría sabido con seguridad de haber recordado mi pasado.

Creo que el glande reaccionó un poco al masaje sobre su clítoris que imaginé exudando aquella misteriosa sustancia que hacía a Kathy tan especial. Pero no podía estar seguro. No podría calificar al fenómeno de sensación, porque no lo era en comparación con lo que mi cuerpo sentía cuando estaba despierto, vivo. Sin embargo me dio una idea bastante vaga y confusa de cómo mi mente recibiría las supuestas sensaciones que iba a vivir mi amodorrado miembro viril, un pequeño zombi que estaba tan perdido como yo. Fue como si algo llegara a mi cerebro, a mi mente, pero directamente, sin pasar por los canales que llevan los estímulos a través del sistema nervioso hasta el cerebro. Un diminuto impacto en mi mente que golpeaba en algún lugar de la cabeza, no sabría decir cuál y que el ordenador mental intentaba procesar fuera de sus circuitos habituales. Me sentí mal, como si una bala hubiera roto el cristal de mi bunker craneal y el caos y el miedo se hubieran apoderado de mi consciencia, si es que se podía llamar consciencia a lo que transmitía mi vista, porque el resto de los sentidos estaban muertos, a excepción del oído, como había comprobado antes. No era capaz de asimilar cómo podían funcionar vista y oído desvinculados del resto de los sentidos. El proceso de mi pensamiento era lentísimo, vago y muy confuso, pero aun así continuaba produciéndose. Era una gran sensación de alivio el saber que no había perdido la capacidad de razonar, como un ajedrecista novato enfrentado a un gran maestro del ajedrez. Una sensación rara me invadió, como si un recuerdo tratara de aflorar desde el pasado olvidado. ¿Había jugado yo al ajedrez?

Por los movimientos de las caderas de Kathy supe que el pene ya estaba dentro de ella y parecía estar resucitando, muy atontado, pero despierto. Supuse que su clítoris exudaba ahora como una esponja oprimida por férrea mano. El trozo de carne que tenía entre mis piernas no podía dejar de reaccionar a aquella sustancia, peleando bravamente con los efectos anestesiantes del potingue. Intuía que iba adquiriendo rigidez, que había entrado en erección. Además de una intuición era también una sensación, si es que aquello podía llamarse así. Mi mente visualizaba lo que yo sabía que ocurría en estos casos, pero no era solo eso. Lo que percibía tenía cierto parecido a lo que yo había sentido cuando practicara el sexo normal, y habían sido bastantes veces desde que llegara a Crazyworld. Mi falta de memoria me impedía comparar y dar un marchamo de verdad o mentira a la sensación de que aquello que me había ocurrido desde mi llegada, en el terreno del sexo, era normal o muy anormal.

Kathy parecía estar empezando a disfrutar. Me llegaba algún suspirito que otro. Mi pene tenía que haber alcanzado un grado de erección aceptable para que ella lo sintiera dentro de su vagina. Lo que yo sentía era como el eco en un radar, solo que generándose cada mucho tiempo, tal vez un par de minutos. El operador del radar debía de estar muy atento para no perdérselo. Así era el diminuto placer que estaba llegando a mi cerebro. Era un eco muy distorsionado, muy lento, como un eco extraño que se moviera como una culebra adormecida, la sensación de espacio era muy rara y caótica. Parecía venir de muy lejos, se acercaba, se volvía a alejar, su volumen subía, bajaba, todo sin la menor hilación espacio-temporal, como llegando desde otra dimensión. Si Kathy me iba a matar de placer, a polvos, iba a tener que hilar muy fino, porque salvo que me descoyuntara el pene y tuviera una hemorragia abundante e imparable no veía otra forma de morir. El infarto no parecía una posibilidad muy lógica, teniendo en cuenta que mi corazón estaba anestesiado, como el resto de mi cuerpo. Si mi conclusión no estaba equivocada, tanto el sistema circulatorio, como el nervioso, debían de estar paralizados. De esa forma si no llegaba sangre a mi corazón, ni salía de él y si los estímulos nerviosos no llegaban al cerebro por los canales normales, no parecía que fuera a sufrir una parada cardiaca, ni tampoco respiratorio, porque mis pulmones tampoco funcionaban. ¿Por dónde me llegaba entonces el oxígeno? El profesor tenía que haber hecho un gran trabajo con aquella maldita droga.

Entonces percibí como un estiramiento del miembro, la sensación se extendía por toda su longitud, pero de ahí no pasaba. Hubiera dado cualquier cosa porque también resto de mi cuerpo fuera saliendo del letargo, pero era algo que no parecía fuera a suceder. ¿Puede una parte del cuerpo sentir como si todo el cuerpo sintiera lo mismo? Eso debía de estar ocurriendo. Mi pajarito estaba despierto y trinando con cierta alegría. Aquel bandido estaba disfrutando como si todo mi cuerpo estuviera despierto, pero sólo él lo estaba. La intensidad del placer fue aumentando en mi cerebro, porque el resto de mi cuerpo no lo percibía. No era el placer normal en estos casos. Todo estaba ralentizado, el eco del radar podía estar acercándose al orgasmo, pero fuera del tiempo. Perdida la sincronicidad espacio-temporal, perdidos todos los parámetros que pueden situar esta función corporal en su adecuado contexto, la sensación estaba más cerca del miedo que del placer.

Me dije que ya que iba a morir, que estaba siendo torturado, al menos intentaría disfrutar todo lo que me fuera posible. Mis ojos que no se habían movido una micra seguían contemplando todo lo que no había dejado de ver desde mi despertar. Me centró en el cuerpo de Kathy, en sus pechos, en sus caderas alcanzando ya un galope muy interesante. No lo hice moviendo los ojos, tuvo que ser la mente la que se centrara en ello, como el haz de luz de una linterna o como un finísimo rayo láser que se fuera trasladando en el espacio. Los grititos de Kathy y su bamboleo me dijeron que estaba llegando ya al orgasmo, yo en cambio ni me apercibía de estar en proceso de completar un orgasmo en debida forma. Me pregunté cómo podría eyacular, cómo los espermatozoides podían trasladarse desde sus cuarteles hasta el final del túnel. El profesor no podía ser tan sabio como para hacer que una pequeña parte del cuerpo funcionara con normalidad y el resto no. Por otro lado, tampoco me parecía que la exudación misteriosa del clítoris de Kathy pudiera llegar a realizar semejante proeza. Todo tiene un límite. Kathy había alcanzado un buen orgasmo, a juzgar por sus gestos y sonidos. Pero para mí fue algo muy decepcionante. Apenas había sentido algo minimamente semejante al orgasmo. Tuvo que pasar un tiempo hasta que comprendiera que mi mente iba muy ralentizada. Cuando llegó el orgasmo, para mí fue un orgasmito. Imaginé que tal vez mi mente se estuviera acostumbrando y adaptándose al proceso, puede que en otros coitos llegara a alcanzar algo que se pudiera comparar con lo que sentía cuando el cuerpo no estaba anestesiado. Esperaba que sí, porque si no la tortura iba a ser de aúpa. Kathy se dejó caer sobre mi cuerpo, o mi supuesto cuerpo, porque no sentí nada. Y allí permaneció respirando aceleradamente.

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