domingo, 20 de junio de 2021

EL DOCTOR SUN, DISCÍPULO DE JUNG VI

 






Lo sé, lo sé, sé muy bien que el alcohol me sienta fatal, aunque el escocés es el licor menos malo entre todos los licores que conozco. El mueble-bar del doctorcito está repleto, luego dice que no bebe, que es solo para las visitas y los pacientes que necesitan un pequeño estímulo para romper a hablar. A mí no me engaña, él no sabe que le espío con mucha discreción y me consta que de vez en cuando se arrea un buen lingotazo, especialmente cuando está bajo de ánimo. También me consta que estos bajones anímicos se deben en buena parte a su condición de soltero y solo en la vida. Necesita una mujer a su lado, y no precisamente Rita la portera, una solterona amargada, como suelen llamarlas los machistas. Intento pensar en ella lo menos posible para evitar ataques empáticos. He dejado también de ironizar al respecto con el doctor Sun porque el pobre se pone muy malito, y yo más. Al principio de nuestra convivencia me gustaba mucho sacar el tema porque así podía empatizar con él, disfrutando de sus fantasías. Se le ponía tal cara de bobo que la empatía brotaba en mí sin tener que forzarla lo más mínimo. Confieso, aunque eso nunca se lo he dicho al doctorcito en ninguna sesión, que a veces me gusta empatizar con hombres que se están regodeando con fantasías eróticas, es una de las pocas cosas agradables de mi enfermedad y trato de sacarle provecho. No siempre estoy preparado para una empatía intensa, salvo que sufra uno de mis famosos ataques, y debo utilizar algunas técnicas que yo mismo he inventado, diseñado y perfeccionado para estos casos. Habitualmente la empatía me pilla por sorpresa y casi siempre me ocurre con los peores ejemplares de la especie humana que me rodean y en sus peores momentos. Ya es mala suerte, con la cantidad de cosas agradables que tiene la vida, que mi empatía se dirija a lo peor, a lo malsano. Como me dijo el doctorcito en una ocasión, la cabra tira al monte y a la cabra de la mente le gustan los abismos y precipicios. Según él era un dicho oriental, aunque yo creo que se inventa la mayoría de cosas que me dice, achacándolas a gurús o autoridades de toda laya, porque el pobre tiene la autoestima muy baja y eso me hace sufrir mucho cuando empatizo con él.

Lo dicho, que el alcohol me sienta muy mal, pero no puedo evitar arrearme lingotazos cuando me enfrento a situaciones muy emotivas, y la lectura de mi propia historia clínica es de las peores. Cometí el grave error de servirme una segunda copa y eso fue el acabose, porque mi fantasía se lanza a darse cabezazos contra las paredes, o dicho de otra forma, le pide a la memoria que le traiga un buen surtido de recuerdos, como esas galletas surtidas de los supermercados, y me pongo a comer, picando aquí y allá hasta vomitar. Recordé un episodio ocurrido por la mañana con Rita, otro con un paciente de la tarde, que sufría un trastorno de la personalidad, llamado al parecer Cluster A, del que yo no tenía la menor idea, así que me puse a buscarlo en Internet y como me ocurre siempre que utilizo este veneno psíquico para mí, como lo llama el doctor Sun, sufrí un pequeño ataque empático. Me tiene prohibido utilizar internet, mi ordenador personal no está conectado y el del doctor tiene una contraseña que aún no he logrado descifrar, me vi obligado a utilizar el que Rita tiene en su portería, aprovechando que había salido a hacer algunos recados. Hoy en día hasta las porteras tienen ordenador y todo tipo de artilugios modernos que manejan con especial habilidad para transmitirse los cotilleos vía redes sociales, especialmente lo que llaman twitter, que al parecer viene a significar el piar de los pájaros en inglés, lo que describe bastante bien el bosque virtual repleto de cotilleos, donde cada pajarito o pajarraco pía o grazna como Dios le dio a entender. Dicho esto sin ninguna animadversión hacia esta red social que apenas conozco y que nunca he usado porque como bien dice el doctorcito es puro veneno psíquico para mí, y más aún los cotilleos de las redes sociales que podrían producirme un ataque tras otro hasta llegar al colapso.








Todo esto para decir que utilicé el ordenador de Rita y busqué este trastorno de la personalidad. Que me perdone la doctora Danielle Gerardino, psiquiatra, por haberme apropiado de un breve resumen que encontré en Internet y que transcribo aquí porque de alguna manera tengo que explicar el trastorno que sufría el paciente de esta mañana y que me provocó un ligero ataque, cosa de poco.

Cluster A

Dentro del primer cluster, podemos observar aquellas estructuras de personalidad que tienden a hacer episodios o trastornos psicóticos (ver psicosis). Son personas retraídas, aisladas, desconfiadas, excéntricas y con creencias raras, variando entre estas características de acuerdo al tipo. Este grupo está conformado por:

· Trastorno paranoide de la personalidad: Son personas desconfiadas en exceso, de pocos amigos, creen que todo aquel que se les acerque lo hace con una intención oculta, viven pendiente de su entorno, no manifiestan información sobre ellos porque creen que puede ser usada en su contra, se les dificulta realizar vínculos afectivos reales siendo solo los familiares en la mayoría de los casos sus únicos allegados. Pueden tener ideas reiterativas relacionadas con robo de sus pertenencias e inclusive no toleran bien los obsequios o favores.

· Trastorno esquizoide de la personalidad: Se dice que en muchas ocasiones, corresponde a la personalidad más cercana a la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos crónicos. Las personas con este tipo de estructura son muy aisladas y viven sin ningún tipo de interés en las otras personas. Para ellos el mundo puede ser vivido sin la ayuda de nadie más por eso presentan dificultades laborales, vinculares, muy rara vez consiguen pareja e inclusive, buscan trabajos aislados.

· Trastorno esquizotípico de la personalidad: son raros, excéntricos, tienen creencias muy extrañas y particulares. Su sexualidad tiende a ser ambigua con preferencias poco comunes. También tienden a ser aislados, poco conversadores, con serias dificultades relacionales tanto con extraños como familiares. De los tres tipos, este es uno de los más difíciles de observar en la población.



También me interesé por el cluster B, que copio aquí del blog de un tal Jacint Peris Roig médico psiquiatra.

En este capítulo, clase o clúster están las personalidades Antisocial, Límite, Histriónica y Narcicista.



A parte de la impulsividad e inmadurez comparten rasgos comunes. Por ello hay que definir en una corta frase su objetivo principal para poder entenderlos:

1. La personalidad Antisocial se caracteriza por tener como objetivo el dominio del otro por la fuerza.

2. La personalidad Límite tiene por objetivo principal el no sentirse abandonado por el otro.

3. La personalidad Histriónica busca con desespero llamar la atención.

4. La personalidad Narcicista busca ser admirado.

Y termino con el cluster C, creo que no hay más, también de la bella doctora Gerardino, a la que no puedo empatizar de otra manera que como una bella mujer, que me perdonen las feministas.

Cluster C:

En este grupo de pacientes tenemos a los llamados ansiosos y temerosos. Se caracterizan por presentar dificultades relacionales y poseer necesidades permanentes de cuidado. Está conformado por:

· Trastorno por evitación: Son personas con tendencias francas a aislarse de situaciones que puedan conllevar riesgos tanto físicos como psicológicos (ej.: hablar en público, solicitar información, etc.). Muestran un rechazo permanente a las interacciones sociales precisamente por miedo a ser evaluados negativamente o a recibir críticas. Suelen tener dificultades para trabajar en equipo decidiéndose por trabajos individuales.

· Trastorno por dependencia: Son personas que necesitan de la presencia de otras personas para poder llevar a cabo sus actividades o mantener una rutina diaria. Es frecuente casos de personas maltratadas por sus parejas que dudan poder llevar una vida normal sin ellos o casos de personas que no pueden independizarse del grupo familiar por temor a hacerse cargo de ellos mismos. Se preocupan constantemente por sentirse solos o desasistidos conllevando a numerosos problemas relacionales y laborales. Es frecuente la comorbilidad con el uso de sustancias como el alcohol.

· Trastorno obsesivo: Se caracterizan principalmente por un patrón de inflexibilidad y rigidez hacia factores externos cotidianos. Son personas que difícilmente presentan apego hacia sus allegados, poseen estructuras férreas con sus familias, son poco tolerantes a los cambios y suelen tener dificultades para obtener parejas. Son frecuentes las comorbilidades con otros trastornos psiquiátricos como las depresiones o los trastornos de ansiedad.



No logré averiguar a qué tipo de cluster pertenecía el paciente de la mañana, pero es algo que haré en cualquier momento, revisando su historia clínica, cuando el doctor Sun ronque o salga de casa o se vaya al cine, una de las pocas actividades de ocio que le impulsan a salir al exterior. Y todas estas disquisiciones a cuento del escocés del doctor Sun y de todos los recuerdos que vinieron a mi cabeza, en procesión, provocándome un serio ataque empático que intenté evitar tomándome un somnífero y yéndome a dormir, otro grave error, porque en sueños mi control sobre la empatía disminuye tanto que ni en los sueños lúcidos logro librarme de empatías varias, pero al menos estando dormido no tengo que luchar por controlarme.

Sigamos con mi historia clínica, nada más interesante. Como está fotocopiada no necesito acudir constantemente al archivo del buen doctorcito, lo que acabaría delatándome, algo que de una manera u otra y antes o después terminará por suceder, espero poder convencerle entonces de que nunca tendrá un paciente más interesante y un secretario más activo y cuidadoso. Aún recuerdo cómo Rita la portera ayudó al buen doctorcito a tumbarme en el sofá, donde fui atado con correas. Rita se quedó detrás, sentada en una silla, por precaución y el terapeuta comenzó a interrogar al paciente. Interrogatorio que Sun, con su letra infernal, recogió en mi historia clínica de esta manera:

-¿Hace mucho que le sucede esto que me acaba de relatar?

-Desde niño doctor. Tengo recuerdos de mi etapa de bebé, cuando aún no había sido destetado, y no son precisamente muy agradables. Me ponía en lugar de la teta de mi querida mamá y me daba dentera.

-Se supone que si usted mamaba, querido amigo, es que aún carecía de dientes, de otra forma hubiera sido destetado, por la cuenta que le traía a su querida mamá.

-Disculpe, doctor, mi empatía a veces me juega estas malas pasadas.

-Cuénteme algún hecho empático realmente sorprendente que recuerde de su niñez.

-Hay varios. En cierta ocasión me puse a confesarle mis pecados o pecaditos al cura-párroco de mi aldea. Justo en el banco delantero estaba una guapa moza a la que eché un vistazo detallado, porque a mí, doctor, me gustan las mozas desde niño, casi desde que fui destetado. Jeje. No se enfade, me gusta contar un chiste de vez en cuando para aliviar la tensión. El caso es que noté algo raro bajo la bragueta de mi pantalón y mi pito se puso a cantar como un jilguero. Le parecerá una tontería, doctor, pero nueve meses después la moza que esperaba para confesarse tras de mi tuvo un rollizo bebé, que todos dicen era del cura. Este desapareció de la aldea y nunca más se supo.

-¿Acertaba siempre con sus empatías?

-No, doctor, a veces me equivocaba de medio a medio. Eso me ocurrió con mi papá. Cuando le pedía algo, creyéndole de buen humor, me soltaba un bofetón terrible, porque estaba muy cabreado por algo.

-Eso le demuestra, querido amigo, que sus empatías no eran reales, yo diría que se trataba de pura imaginación, una fantasía vivísima, por cierto. No es sorprendente que terminara en un bucle obsesivo-compulsivo que es la manía más extraña que haya descubierto nunca en mis muchos pacientes. Así no se puede vivir, querido amigo. Esa no es vida para un ser humano. ¿Me permitirá que en la próxima sesión iniciemos una terapia hipnótica? Mucho me temo que ninguna otra tendría efecto en usted.

-Como usted quiera, doctorcito, a cambio le pido que me deje permanecer a su lado, como su sirviente, su secretario, su factótum. Ya no puedo vivir en el mundo, ahora que sé que usted es el único que podría curarme.

Y aquí debo dejarlo, presa de un ataque grave de empatía. Aquel sería un momento decisivo en mi vida y solo de pensar lo que habría sido de mí sin la compasión y generosidad del doctor Sun, se me ponen los pelos como escarpias. Había empatizado tanto con él y con una facilidad portentosa, que nunca había sentido hasta entonces, que de haberme rechazado no quiero ni pensar en mis posibles reacciones, incluso violentas. Peor aún me resulta recordar aquella primera sesión hipnótica en la que llegué a una empatía total, casi mística, yo era el doctor Sun y nunca podría ya dejar de serlo del todo. Necesito un somnífero, tal vez me tome dos o tres, solo el sueño puede permitirme vivir las próximas horas. No soporto esta mísera vida, dependiendo siempre de que la persona con la que empatice sea buena o mala, de que las escenas que recree sean tranquilas y relajantes o tan emotivas que me transforme en un hombre-lobo aullador.

sábado, 12 de junio de 2021

APOCALIPSIS VENTOSO

 


LA PRÓXIMA PANDEMIA (APOCALIPSIS VENTOSO)

Hay escritores que en su tiempo –después de su muerte, claro- fueron considerados como una especie de profetas o videntes porque narraron acontecimientos considerados imposibles en su momento y que años después –tras su muerte, por supuesto- sucedieron como la cosa más natural del mundo.  Se me ocurre el caso, muy conocido, de Julio Verne y el submarino Nautilus de su capitán Nemo. También habrán oído hablar del escritor que tenía un manuscrito en un cajón y que cuando se publicó, durante la famosa pandemia del Covid, muchos críticos y lectores coincidieron en que parecía una auténtica profecía de lo que efectivamente ocurrió. Seguro que se acuerdan porque la pandemia de la que les hablo sucedió no hace muchos años. En aquel momento se elucubró sobre la siguiente pandemia que asolaría a la humanidad. Lo que nadie pudo prever entonces fue que un escritor desconocido y bastante malucho, por emplear un término despectivo que no me hiera salvajemente, porque ese escritor soy yo, el mismo que viste y calza, acertara a describir con tal cúmulo de matices, la próxima pandemia que sufriría la humanidad y que por desgracia ya estamos viviendo todos.

Los hechos escuetos y tan tontos que dan risa fueron los siguientes: En una de las muchas etapas depresivas por las que ha atravesado mi vida se me ocurrió una idea para un relato. La idea era tan delirante que yo mismo la arrinconé en una carpeta de mi ordenador. Seré un escritor malucho y desconocido, pero tengo fama, reducida, por supuesto, de ser el escritor más delirante que ha parido madre. Pero aquella historia sobrepasaba todos los límites, todas las líneas rojas de la imaginación más delirante. En aquella carpeta de mi ordenador vivió durante años el sueño de los justos, hasta que un día, no recuerdo cuál, debido a un episodio que aparece confuso en mi mente, tal vez un simple enfado contra la humanidad, algo que me sucede un día sí y otro también, decidí escribir de una vez aquel relato y librarme para siempre de aquel apestoso olor que desprendía aquella historia. Lo hice, subí el relato a mi blog, donde fue visto por tan pocos lectores que más me hubiera valido leérselo a mis gatitos, ellos me habrían hecho más caso.

Sin embargo por uno de esos azares del destino que me persiguen con tanta malevolencia  como al personaje de mi novela inacabada, El buscador del destino, en cuanto ocurrieron realmente los hechos sobre los que versaba mi relato, un lector despistado llegó hasta mi blog, leyó aquella delirante historia atrasada y le llamó tanto la atención que lo compartió en las redes. De pronto pasé de ser un escritor desconocido y malucho a convertirme en el nuevo Julio Verne de los tiempos modernos. Por suerte había elegido un alias impronunciable, Slictik, y nadie lo pudo pronunciar, ni siquiera los temidos hackers lograron conocer mi identidad que permanece en el más estricto anonimato, ahora y para siempre.

Para que se hagan una idea de si tanta algazara es o no merecida, haré una escueta comparación entre mi relato y la realidad que por desgracia estamos viviendo. En mi historia el nuevo virus se escapaba de un laboratorio militar que trabajaba en la guerra biológica que terminaría con todas las guerras. Se les escapó, no porque no hubieran tomado todas las precauciones posibles, simplemente unos bichitos tan pequeños se acaban escapando de cualquier sitio donde los encierren. ¿Por qué algunos Estados, o todos, o casi todos, continuaron experimentando en sus laboratorios de guerra biológica tras la famosa y terrible pandemia del Covid 19? Es un misterio que ni las mentes más sabias de un futuro distópico podrán nunca dilucidar. El bichito se escapó y se produjo la próxima pandemia que todos esperaban pero nadie imaginó de esa manera. Todos trataron de ocultar la verdad, pero ésta fue tan explosiva que no quedó otro remedio que admitir los hechos. Ahora sabemos de qué laboratorio se escapó el nuevo virus, cuándo, por qué, debido a qué, y sobre todo todos conocemos sus truculentos efectos.

Ni al famoso tonto que asó la manteca se le pudo ocurrir un diseño vírico tan ridículo. En su disculpa deberíamos decir que no quiso matar a nadie y sí terminar con todas las guerras de la forma más humana y menos calamitosa posible. Pensarán que era aún más tonto que el que asó la manteca porque se supone que un país en guerra biológica debe tener un antídoto para los bichos con los que rocían a sus enemigos, pero en este caso el virus se escapó antes del antídoto y eso no es culpa de nadie, antes de tener un antídoto contra un bichito debes tener primero el bichito. Elemental, querido Watson.

Como en mi relato, delirante pero también humorístico, o al menos esa fue mi intención, los efectos fueron tan esperpénticos, tan hilarantes, que la gente tardó en reaccionar, incluso los gobiernos que no dieron la menor importancia a que unos cuantos contagiados comenzaran a ventosear a diestro y siniestro, en público y en privado. Porque este fue el primer síntoma. Lo achacaron a que todo el mundo se había puesto a comer fabada asturiana después de que un experimento científico concluyera que era mucho mejor que la dieta mediterránea. Esto cayó por su propio peso cuando un número estadístico relevante de contagiados no habían probado la fabada asturiana y seguían con sus estrambóticas dietas para adelgazar.

Solo con el tiempo los gobiernos empezaron a preocuparse. Al fin y al cabo que todo el mundo ventoseara, en público y en privado, solo ocasionaba una vergüenza ruborosa. No había muertos, los hospitales no colapsaban, como mucho en algunos casos concretos y estadísticamente irrelevantes, uno por millón, al ataque ventoso se unía una diarrea explosiva de no te menees que obligaba al internamiento del paciente, pero como les hidrataban muy bien y les cortaban las terribles diarreas con medicamentos ya existentes en el mercado, no pareció suficiente para decretar una emergencia planetaria con toques de queda, de alarma, declaraciones de estados de sitio y toda la parafernalia. Al principio costó adaptarse a los nuevos tiempos, a la nueva normalidad, no era fácil ver telediarios entre toques de saxofón sincopados, por emplear una metáfora que me permita seguir hablando de algo tan repugnante sin sufrir una censura inquisitorial. Los no contagiados se tronchaban de la risa y algunos sufrieron colapsos histéricos que obligaron a ser internados de inmediato. Esto comenzaba a ser preocupante.

Costó asumir la nueva normalidad. Telediarios trompeteros, transmisiones deportivas con orquesta de viento, conversaciones políticamente correctas que terminaban a la greña porque alguien no había podido controlar el viento huracanado que soplaba en su vientre, tertulianos que aprendieron a responderse más con código morse a volumen sensoround que con las clásicas interrupciones, políticos que discurseaban intentando subir el tono más que sus enemigos políticos e ideológicos. Todo aquello tenía mala pinta, muy mala pinta. Hubo quien comenzó a hablar de un apocalipsis ventoso que acabarían con toda la humanidad, si no hoy, seguro que mañana. Esa era la próxima pandemia, que todo el mundo había profetizado. Al menos, pensaban algunos, no hay muertos, y lo que no mata engorda, sin darse cuenta de que todo el mundo estaba adelgazando a marchas forzadas, porque procuraban comer lo menos posible, o más bien nada, para evitar que fermentaran gases donde quiera que se produjera la fermentación, estómago, intestino, donde fuera. Algunos no lo sabían y yo tampoco. Solo que en mi caso, como vivía solo, aislado, en plena naturaleza, lejos de todo mundanal ruido continué comiendo como de costumbre, mucho. Aprendí a tocar el saxofón, canciones incluso líricas, me divertía, lo pasaba en grande. El problema es que no podía dormir, sufrí de insomnio, como toda la población pero elevado a la enésima potencia. Eso ya era un serio problema, pero el mayor de los problemas fue que todos mis adorables gatitos, a los que tanto quería y tanto me querían, salían disparados, completamente aterrorizados ante semejante tormenta que no habían visto nunca en sus cortas vidas.  Los animales no sufrían el contagio del virus apocalíptico, ni fueron culpados por un virus biológico escapado de un laboratorio de guerra bacteriológica… digo virológica, digo biológica, digo… Estoy harto de decir contra mi voluntad.  El caso es que tuve que ponerme a dieta, aún más, dejé de comer, porque mis gatitos eran lo primero. Les continué dando su comidita rica pero yo no comía, nada de nada. Adelgacé tanto que tuve que comprar tirantes para que no se me cayeran los pantalones, y otros, interiores, para que no se me cayeran los calzoncillos. Eso era bueno, muy bueno, por primera vez estaba delgado, muy por debajo del peso normal para mi estatura, baja. Estaba tan guapo que hasta podría ligar si me lo proponía, algo que no había conseguido en toda mi vida. Lo malo es que eso también estaba desapareciendo, nadie intentaba ligar porque hasta el momento no se había conseguido acompasar los diferentes instrumentos para crear duetos clásicos, ni orquestas sinfónicas, ni nada de nada. No se ligaba, el sexo desapareció. El amor también hubiera desaparecido si antes hubiera existido sobre la faz de este planeta de nuestros pecados. A nadie le preocupó la desaparición del amor, pero sí la del sexo. Ya no habría placer, la humanidad desaparecería porque no se harían más niños. Se intentó en laboratorio, sin embargo nadie quería donar esperma ni óvulos, nadie estaba de humor para semejantes tonterías. El carácter se agrió, las risas se convirtieron en lágrimas. La gente está saliendo a las calles, con sus músicas trompeteras y clamando por justicia para los culpables. ¿Pero quiénes son los culpables? Todos, todos sin excepción, solo que algunos más que otros y otros muchísimo más que algunos.

Yo mismo, temiendo morir y dejar indefensos a mis adorables gatitos, tomé la decisión de salir a la calle con una pancarta en la que me reconocía como Slictik, el malucho e ignorado escritor que había anticipado la próxima pandemia en un relato titulado “Apocalipsis ventoso”. La pancarta era enorme porque en ella había escrito un manifiesto sobre el amor y sobre cómo la humanidad podría salir de este bache si hiciera esto y lo otro y lo de más allá. Siempre he sido un escritor muy prolífico. Tras de mí y la pancarta todos mis gatitos y los que se fueron uniendo en los pueblos que atravesaba, a paso tortuga, por supuesto, maullaban lastimeramente, no porque tuvieran hambre, porque tras de mí llevaba mi coche cargado de pienso y comidita rica para gatitos. Como no me quedaba para gasolina, me até los cinturones de cuero que no utilizaba a la cintura, ya tan magra que daba pena. Menos mal que mi pueblo está muy alto y de momento todo es cuesta abajo. Nadie me creyó, todos se burlaron de mí, me despreciaron como el escritor ignorado y malucho que soy. No creyeron que fuera vidente ni profeta ni nada. A grandes voces clamaba que podía demostrar que mi relato era anterior a la pandemia ventosa. Se rieron con más ganas, las fechas se pueden manipular en Internet, todo se puede manipular en el mundo virtual.

No me importa, seguiré clamando en el desierto.  Al menos algo bueno ha tenido esta pandemia. No sé si fue debido a la programación del genetista más tonto que el que asó la manteca, que trabajaba en un laboratorio de guerra biológica para alguna gran potencia o a una extraña y milagrosa mutación, lo importante es que todos los psicópatas, sociópatas, asesinos en serie, asesinos de niños del mundo fueron reconocidos por el silbido de serpiente de sus ventosidades. Algunos se arrojaron al mar, con las piedras de molino que encontraron, pocas, para cumplir con la maldición evangélica sobre los que escandalizaren a los pequeñuelos, mucho más si los matan. El resto fue encerrado en estrechas celdas donde sus ventosidades de silbidos de serpiente rebotaban en las paredes y regresaban a ellos una y otra vez.

Esto es un infierno, me tiemblan las piernas y he decidido castigarme con un látigo de piel de serpiente por haber comido tanto en esta vida. Pero a pesar de ello sigo mi cruzada profética. De vez en cuando descanso y todos los gatos vienen a mí, les acaricio, les beso en sus cabecitas angelicales y les doy su comidita rica. Yo también como algo para sobrevivir y continuar con la cruzada y no dejar huérfanos a mis gatitos. No me importa volverme trompetero, porque las trompetas del apocalipsis pueden ser también las trompetas del amor que se acerca tocando y cantando la novena sinfonía de Beethoven. Que así sea.

 

 

                   

sábado, 5 de junio de 2021

TERCER DÍA EN CRAZYWORLD XII

 




Quiero decir que en una mesita cercana al sofá serví el café, dejé la botella de tequila con dos copitas, puse la caja de puros, el cenicero y un paquete de cigarrillos por si me apetecía, aunque en ese momento no recordaba si yo era fumador o no, si había fumado en algún momento desde la llegada a Crazyworld, si Jimmy fumaba, si alguien fumaba allí, aparte de Dolorcitas, si estaba o no prohibido.

-Dolorcitas, no tengo ni idea de si fumo o no o cómo está el fumar en Crazyworld, si está prohibido, si se puede comprar tabaco, etc etc.

-Anda déjate de tonterías y siéntate aquí y apoya tu cabecita caliente sobre mis pechos que necesitan calor.

Miré y vi, pasmado, que Dolores había desabotonado su escote y sacado sus enormes pechos a tomar el aire. Tardé en reaccionar porque no recordaba cómo iba vestida, hubiera jurado que solo llevaba una gran túnica por encima de su cuerpo, o un poncho. Me sorprendió que no recordara estos detalles tan elementales, hasta que recordé que me había bebido la botella de vino yo solito, porque Dolores había bebido cerveza. Cuando pude reaccionar me senté en el sofá, a su lado y antes contemplé a gusto y gana sus pechos, gesto que ella recibió con regocijo. Sus pezones eran los más grandes que había visto nunca, suponiendo que recordara todos los pezones que había visto en mi vida, si es que había visto alguno o muchos, algo que daba por supuesto, aunque sin razones objetivas, porque quien no recuerda lo que ha vivido es como si nunca hubiera ocurrido. Sin poder controlarme, o no queriendo hacerlo puesto que me exigiría un enorme esfuerzo, bajé mi boca y besé un pezón y luego el otro, y los lamí con ansia y mordisqueé la carne de sus pechos y… dejé de hacerlo cuando escuché los lamentos de aquella santa matrona. Eran lamentos de placer, pero a mí me sonaban como quejidos de quien es torturado. Levanté mi cabeza y busqué una excusa para aplazar lo inevitable. Y la encontré. Tomé una taza de café y se la puse en las manos, saqué un puro y se lo puse en la boca. Tomé la otra taza y bebí un trago. Me quemé la boca porque aún seguía caliente. Abrí la cajetilla de tabaco y me puse un pitillo en la boca. Busqué el mechero y lo encontré en la caja de puros. Encendí el pitillo, aspiré y sufrí un colapso. Comencé a toser como si fuera a echar los pulmones y creí morirme. Dolores abrió los ojos con una sonrisa de oreja a oreja. Me dio un manotazo en la espalda y dijo:

-No hay prisa. Ya habrá tiempo. Vamos a tomar un tequilita. Eso nos animará.

Le alcancé una copita. Por mi parte me llevé la otra a la boca y la apuré de un trago. Tosí como si tuviera un sapo en los pulmones que intentara salir a cualquier precio. Dolorcitas se rió con ganas.

-Parece que no eras fumador, ni tampoco bebedor de tequila. Lo que sí parece que eras todo un experto en lamer pezones. Deberíamos seguir con eso. ¿No te parece?

-Lo siento, Dolorcitas, puede que tengas razón. No recuerdo haber fumado ni bebido, aunque tal vez lo hiciera. No es un tema importante. Preferiría dedicarme a tus pechos, pero si lo hago seguro que acabaré atragantándome. Ya he apurado mi copita de suerte. Mejor lo dejamos para más tarde. Imagino que los pacientes no tenemos derecho a fumar ni a beber alcohol. Aprovecharé este momento antes de regresar a mi condición de paciente enclaustrado.

-No, los pacientes tienen severas restricciones en ese aspecto y en otros. En cambio a los trabajadores se nos permiten ciertas licencias, aunque no hay barra libre. Todo está tasado, una caja de botellas de vino al mes, una botella de licor a elegir y tabaco como para que un fumador medio no tenga problemas. Apúrame el cortapuros, que te voy a enseñar cómo se enciende un puro.

Así lo hizo. Era todo un ritual. Cuando lo tuvo encendido y bien encendido comenzó a fumar con deleite. Preferí servirme otra copita de tequila antes que seguir con el pitillo que se había apagado en el cenicero.

-En ese sentido Mr. Arkadin es bastante comprensivo, tal vez porque los viciosos suelen ser más comprensivos con el vicio que los puritanos. Por supuesto que estos vicios no son gratis, hay que pagarlos, aunque en contadas ocasiones para celebrar algo se nos da un servicio gratuito de licor, tabaco y hasta sexo. Yo dejé de usarlo porque los gigolós de Crazyworld son tan desagradables como el beso de un sapo. Cuando recuerdes tu vida pasada como gigoló, que seguro que la recuerdas, deberías darles unas cuantas lecciones.

-No sé, cariño, creo que ahora estoy un poco mareado.

-Es lo que tiene el tequila, que se sube enseguida a la cabeza. Sírveme otra taza de café. Si puedes levantarte tal vez deberías traer el postre más cerca y la sacarina, no soporto el café a palo seco.

No sé cómo lo conseguí, pero lo logré. Sentado al lado de Dolorcitas en el sofá, trasegué el postre como si tuviera hambre, aunque en realidad estaba tan repleto que se me escaparon algunos eructos. No estaba tan mal como para no disculparme. Bebí algunas copitas más de tequila, debí fumar un par de pitillos y de pronto me encontré con la cabeza entre los pechos de Dolores. Me sentí muy niño, tanto que mi boca no pudo evitar buscar sus pezones y comencé a mamar con ansia, luego me fui calmando hasta la oscuridad me abrazó maternalmente entre sus pechos oscuros. Me quedé dormido profundamente.