Y eso hicimos. Yo notaba ya una erección un tanto molesta que se agudizó cuando ella tomó la delantera y yo la seguí con la mochila a la espalda. No podía apartar mis ojos de su trasero, hasta el punto que en un momento determinado se volvió y me preguntó si le gustaba su popa. Me puse un poco colorado, la verdad, e inquirí si tenía ojos en la nuca. Se limitó a echar una mirada prolongada a mi entrepierna y a reírse con ganas. Aceleró el paso como si le corriera mucha prisa llegar a la cabaña, deteniéndose tan solo de vez en cuando para observar sus señales, sus códigos, que continuaban siendo totalmente invisibles para mí. Habíamos salido del bosque de secoyas, más despejado, con grandes espacios entre los árboles que permitían un fluido caminar, y nos encontrábamos de nuevo en el bosque más tupido con árboles menos altos, más cercanos entre sí, atiborrados de maleza y zarzas que los rodeaban, haciendo tan difícil moverse por allí que sólo la fijeza de mi mirada en la popa de Alice me impedía perderme, evitando quedar enganchado en algún espino. Ella parecía seguir un sendero, invisible para mí, que apenas era suficiente para dejar pasar un cuerpo humano, y ello con suma dificultad. Maldije mi dejadez y falta de prudencia al trasegar el contenido íntegro de la botella de vino. Tenía la cabeza como embotada y de vez en cuando sentía una curiosa sensación como de agradable mareo que aumentaba su intensidad cuando contemplaba la popa de Alice a plena satisfacción. Mi exaltada imaginación la iba desnudando y ya sentía su cuerpo desnudo entre mis brazos. Fantasía que generaba una molestia, más bien un curioso dolor en mi entrepierna, mezcla de placer no satisfecho y deseo frustrado que al aumentar en intensidad expandía mis gónadas, atraía más sangre al miembro viril, que crecía hasta descoyuntarse, haciendo que su roce contra el pantalón se hiciera insoportable por momentos.
Para evitarlo, en la medida de lo posible, decidí pensar en cualquier otra cosa que entretuviera mi mente, alejándola de aquel tormento que se iba haciendo cada vez más insoportable. Así se me ocurrió pensar en el bosque que atravesábamos a velocidad desmedida. Parecía extrañamente caótico. Una mezcla insólita de bosque de secoyas, rodeado por otro bosque más convencional y salvaje, tal vez debido a la falta de cuidado. Parecía que nadie lo hubiera desbrozado nunca, aunque la lógica me obligaba a pensar que hubo un tiempo en el que aquello debió de ser un paraíso natural, con senderos bien cuidados y marcados, bancos de madera para descansar en el camino y claros con mesas y hasta cabañitas y columpios para los niños. Intenté controlar aquel desvarío que me llevó a otro. ¿Cómo sería aquel entorno antes de que Mr. Arkadín lo eligiera como sede de su disparatado Crazyworld? Seguramente se trataba de un parque natural con numerosos visitantes. Pertenecería a algún organismo público. ¿Lo había comprado todo aquel millonario loco? La cabeza comenzó a irse de paseo, por lo que cambié de tema. No recordaba muy bien cómo había sido el camino que realizara con Jimmy cuando me llevó a la cabaña. Tenía la impresión de que todo había resultado más fácil y hasta más corto. ¿Era el camino del Pecas más fácil que el de Alice? ¿Existía fauna salvaje en aquel bosque? No se me ocurrió preguntárselo a aquel idiota, tal vez porque con la luz del sol no procedía pensar en semejantes temeridades. ¿Habría lobos, jabalíes, pumas, yo qué sé qué más animales salvajes?
No podía hacerme una idea, ni siquiera vaga, del tiempo que llevábamos caminando, de la hora solar… por cierto que parecía haber oscurecido, todo era mucho más gris ahora. A lo lejos sonó un trueno como amordazado y una gota de lluvia cayó sobre mi nariz. No me quedó otro remedio que fijarme en el culito de Alice y tratar de seguir sus pasos, ahora casi al borde del galope o la carrera. Me pregunté cuánto más quedaría y supliqué al cielo que se aguantara hasta que llegáramos. Lo que ocurrió de repente, tal vez porque el cielo me oyera o porque había llegado el momento de llegar a la cabaña. Salimos al claro que recordaba y allí Alice, sin mediar palabra, me tomó de la mano y corrimos juntos hacia donde ella me dirigió. La cabaña estaba escondida. Como cuando me guió El Pecas solo alguien que supiera de su existencia la podría encontrar. Nos refugiamos bajo un saledizo que ocupaba toda la fachada, oculta por hiedra y otros vegetales y ramas, porque había comenzado a llover con ganas. Un formidable trueno, ahora nítido, estalló sobre nuestras cabezas. Alice se movió a toda prisa rodeando la fachada, la perdí de vista y cuando regresó llevaba una llave en la mano, con la que abrió la puerta. Nos refugiamos a toda prisa en el interior. Entonces se me ocurrió una idea elemental.
-¿No deberíamos buscar a Kathy primero?
-Esa psicópata es demasiado lista para refugiarse donde sabe que la buscaríamos primero.
-¿Entonces crees que andará por el bosque con esta tormenta, como un animal salvaje?
-Me importa una mierda Kathy y toda su parentela. Ya habrás deducido que si te he acompañado no ha sido para buscarla, si no para tenerte solo para mí. Y ahora te tengo, guapo.
Cerró la puerta con la llave y me arrastró hasta una puerta de madera que abrió como si supiera qué nos íbamos a encontrar. Era un dormitorio enorme, decorado todo en maderas preciosas –al menos es la impresión que me dio, yo no sabía nada de maderas, ni de casi nada, continuaba siendo un amnésico- armarios de madera, mesas y sillones de madera, paredes de madera, lámparas de madera, un enorme lecho en madera, redondo, formando una rueda gigantesca y sobre él lo que me pareció un colchón de agua. Había cuadros de caza, bastante brutales para mi gusto y lo peor de todo eran aquellas cabezas de animales disecados, algunos con cuernos, otros con colmillos, todos con ojos transparentes. Yo no iba a poder tener sexo con Alice bajo la mirada de aquellos pobres animales, trofeos de caza de cazadores sin entrañas. Me desprendí de ella y me dirigí al primer armario, lo abrí con rabia. Nada que me sirviera. Abrí el segundo. Sí, allí había sábanas, mantas, colchas, edredones y toda la parafernalia de un dormitorio para millonarios. Comencé a sacar un montón de sábanas, perfectamente dobladas y colocadas en una estantería. Fui tapando cabezas a toda prisa. Entonces miré hacia Alice para pedirle que me ayudara, así terminaríamos antes. Ella a su vez me estaba mirando con ojos como platos, tan asombrada que no era capaz de decir palabra.
-Vamos, ayúdame. No sería capaz de hacer nada con los ojos vidriados de estos pobres animalitos mirándome.
-Pero, pero… tú estás completamente loco. Me entrego a ti, pongo este maravilloso cuerpo a tu disposición y tú… y tú solo piensas en tapar estos malditos trofeos. Estás majara, tío, completamente majara.
-Como casi todos en este frenopático que llaman Crazyworld. Lo que es perfectamente lógico. Claro que como tú eres la única cuerda en este antro, te puedes permitir el lujo de llamarme loco.
-Perdona, tío, perdona. Es que me has pillado por sorpresa. Entiendo que seas tan sensible a estas cosas, yo también lo sería si no estuviera tan ansiosa.
Me ayudó a tapar todos aquellos espantosos trofeos que solo a un auténtico loco como Mr. Arkadin se le ocurriría poner precisamente allí, en el dormitorio de sus orgías y depravaciones. Me sentí un poco idiota, pero yo amaba a los animales, o al menos así debería ser en cuanto recobrara mi perdida memoria. No supe hasta ese momento lo mucho que odiaba a Mr. Arkadin, aquel cerdo multimillonario que nos tenía allí encerrados de por vida. Y ahora, además, le odiaba aún más por aquella carnicería llevada a cabo con animales que no molestaban ni se metían con nadie. No podía recordar nada de mi pasado que se refiriera a mascotas o animales en general, pero aquel sentimiento era algo visceral que brotaba de mis entrañas como una ola dispuesta a arrasarlo todo. Y entonces se me ocurrió la gran idea. Puede que la amnesia fuera la causa de mi idiotez, o tal vez tan solo me hiciera aún más idiota de lo que ya era, el caso es que ni siquiera había pensado en la posibilidad de matar a aquel cerdo y librarnos a todos de la jaula de oro que era Crazyworld. Nada de seguir buscando delirantes e imposibles formas de fugarnos. La solución al problema había estado ahí todo el tiempo, frente a mis narices, y no la había visto. Aquel cabrón vendría, antes o después, a solucionar el asesinato del director, y entonces… Sí, porque por muchos guardaespaldas que trajera, no podía ser tan difícil pegarle un tiro, y más si todos nos poníamos de acuerdo, conspirábamos para llevar a cabo lo que todo el mundo estaría dispuesto a hacer para alcanzar la libertad. No pude seguir elucubrando al respecto, porque Alice se abalanzó sobre mí y comenzó a intentar desabotonar mi camisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario