sábado, 21 de octubre de 2017

EL VERDUGO DEL KARMA VIII


RELATOS ESOTÉRICOS VIII







Todos los iniciados son así de patéticos, se creen el ombligo del universo y montan estos ridículos follones incluso a presencia de los dioses del karma. Por suerte para él y para todos nosotros no se llega a ser dios sin antes haber adquirido un maravilloso, un divino sentido del humor. De no ser así mi pupilo estaría ahora en el infierno, sufriendo todos los tormentos posibles y hasta los imposibles, luego sería aniquilado por el fuego de la justicia divina y no quedaría nada de él, ni de mi, ni de ustedes, nada de nada. Me aburría aquel idiota que no cesaba de contemplarse el ombligo, sin embargo no perdí la paciencia con él, no porque ya hubiera adquirido el sentido del humor de los dioses del karma, sino porque recordé algo que por otro lado nunca olvido ni podré olvidar, mi propia historia personal y los patinazos que yo mismo diera ante los dioses del karma, archivero mayor y toda la jerarquía cósmica, antes de ser propuesto y entrenado como verdugo del karma. Es algo que siempre tengo presente y que me vino a la cabeza en aquel preciso momento, mientras mi pupilo se retorcía las meninges buscando explicaciones y soluciones. Era tan sumamente aburrido que me dejé llevar por mis propios recuerdos. Lo que aprovecho para endilgarles a ustedes la segunda entrega de mi diario, que quieran o no se van a leer muy modositos, en primer lugar para que me vayan conociendo mejor, no en vano soy el protagonista de esta historia, y por otro lado para aliviar la tensión de llevar tanto tiempo soportando a este inepto. En cuanto lean con calma esta segunda entrega y todos nos sintamos un poco aliviados de perder de vista por unos minutos a este portento de la iniciación que tengo a mi cargo, proseguiremos el recorrido previamente estipulado, podrán reírse un poco más de las tragedias de este incauto e irán conociendo este mundo invisible e inimaginable para ustedes, benditos soñadores que nunca recuerdan lo que sueñan.



DIARIO DE UN VERDUGO DEL KARMA

SEGUNDA ENTREGA

Fue una gran sorpresa para mí el que los dioses del karma me ofrecieran quedarme en el más allá –más acá para mí- sin obligarme a una nueva reencarnación. A pesar de que el cargo de verdugo del karma es uno de los más bajos en el escalafón cósmico y de que en esta dimensión somos considerados más o menos como proletarios de baja estofa –basureros espirituales- no lo dudé ni un segundo. Estaba harto de reencarnaciones, con todo lo que esto lleva consigo. A pesar de que uno siente la tentación de introducirse en un cuerpo y volver a disfrutar de algunos placeres, tales como el sexo corporal o el indudable placer de la comida material y tantas, tantas otras cosas, lo cierto es que el dolor, el sufrimiento, la falta de control de tu destino, los avatares por los que pasa tu memoria –de recordarlo todo a no recordar casi nada- hacen bastante molesto, para mí terrible, la sola idea de tener que volver a encarnarme.

Fue aún más sorprendente que no tuvieran en cuenta las circunstancias de mi fallecimiento. Me desencarné de forma violenta y por mi culpa, de eso no hay la menor duda. Ya en otras reencarnaciones había tenido problemas, a veces serios problemas, con la lujuria. Me gusta la comida y en alguna reencarnación he sido obeso y he muerto de diversas causas, todas relacionadas con mi gordura, pero el sexo se lleva siempre la palma.

En este caso cometí el error de intentar seducir y vincularme con una preciosa mujer con la que ya había compartido lecho, como amante, como marido y hasta como recambio o pieza de quita y pon. Claro que yo esto no lo recordaba entonces –lo supe con todo detalle al morir- y por eso me dejé llevar por el impulso. Adoraba a aquella mujer y sobre todo adoraba su espléndido cuerpo. A pesar de esta adoración ella me dio calabazas. Así mismo supe al morir que no lo había hecho porque no le gustara yo –al contrario le gustaba mucho- sino por ese sentido práctico que tienen las mujeres en general y del que carecemos los hombres, a pesar de nuestros vanos intentos por convencernos de que ellas son “mariposillas que van de flor en flor” y nosotros “gente seria”. Ella era muy consciente, cuando me rechazó, de que lo podría pasar muy bien conmigo durante una temporada, pero que dada mi acreditada fama de “picaflores” tendría todas las cartas de la bajara para perder la partida y de forma dolorosa.

El hecho de que me rechazara no me desanimó. Seguí insistiendo. Ella acabó casándose con un hombre al que yo consideraba un calzonazos, pero que acabaría por matarme, lo que no deja de ser una chocante manera de comprobar lo mucho que me había equivocado al juzgarlo. No me importó ni poco ni mucho que ella estuviera casada y aprovechando una ocasión propicia –ella estaba muy desanimada con su marido y habían tenido una bronca bastante importante- logré obtener sus favores. Yo creía por primera vez, aunque luego, al morir, repito, supe que llevaba obteniendo sus favores y ella los míos durante muchas vidas.

Todo fue bien durante un tiempo. Lo pasábamos maravillosamente en la cama, nos entendíamos muy bien fuera de ella. Las ausencias de su marido, por su profesión y porque cada vez discutían más, nos permitían vivir como pareja de hecho durante largos periodos, a veces hasta semanas enteras. Como el matrimonio no tenía hijos ella podía dedicarme todo su tiempo.

Yo había subestimado al calzonazos de su marido –como he dicho antes- y no estaba preocupado, ni poco ni mucho, con que sospechara algo, y mucho menos que nos sorprendiera. Ella en cambio no las tenía todas consigo y no cesaba de prevenirme contra sus celos y su mezquina forma de actuar en ciertos supuestos. No hice caso y eso me costó la vida.
Al morir sabría todos los detalles, pero en aquel preciso momento, mientras galopaba sobre ella, con un enorme placer por mi parte y casi tanto o más por parte suya, y daba la espalda a la puerta de la habitación, ni podía imaginar que la peor de todas mis posibles pesadillas se haría presente. Lo supe con certeza cuando un cuchillo penetró por mi espalda y se astilló en una costilla. Aún estaba vivo y, muy consciente de que debería reaccionar con urgencia si quería seguir estándolo, me retiré de mi amante y me lancé sobre su marido, buscando el cuerpo a cuerpo que me permitiera estrangularlo. Sí, porque eso era lo que pensaba hacer si nada me detenía. Para mi desgracia el calzonazos era muy fuerte y estaba tan rabioso con lo que había visto que me lanzó contra la mesita de noche… Y aquí entra en juego mi karma, aunque muchos lo llaman destino o mala suerte. Me golpeé la nuca contra la esquina del mueble, con tan mala fortuna kármica que la madera penetró en mi nuca y me segó la columna vertebral, bulbo raquídeo o lo que fuera o fuese -¡maldito sea su nombre!- haciéndome fallecer “ipso facto”.



No tuve ni tiempo para prepararme a morir, porque mientras luchaba estaba convencido de que saldría vivo y el otro idiota muerto. Mi típica sobreestima, mi maldita inconsciencia para afrontar los riesgos más evidentes, me catapultó al más allá –ahora más acá- sin la menor preparación.

Eso es malo. Morir sin saber que te estás muriendo y si además es una muerte violenta, te crea un shock de padre y muy señor mío. Te quedas que no sabes dónde estás, ni quién eres, ni si estás vivo o muerto. Y eso te genera una angustia espantosa. Yo supe que estaba muerto enseguida, en cuanto contemplé mi cuerpo desangrado sobre el suelo.

Estaba revoloteando sobre el techo y todo lo veía desde arriba. Mi cuerpo desmadejado, el cuerpo del marido que me miraba con ojos extraviados (mi mente captó la suya y supe que no había deseado mi muerte; sí darme un susto, un buen susto, pero solo eso) y el cuerpo desnudo de la esposa y amante y adúltera y preciosa mujer de mi vida, que no se había vestido, casi ni se había movido, y gritaba, histérica, y golpeaba con los puños en el lecho y miraba a su marido con ojos de lunática.

Por suerte –según supe después- el número de mis muertes violentas era muy alto y la experiencia me permitió tomar al toro por los cuernos y lograr calmar al marido. Sí, porque una vez tomada consciencia de la situación, comenzó un razonamiento que a él le pareció muy lógico y que a mí me llegó como la locura más terrible que cerebro alguno pudiera concebir. Estaba pensando en matar a su esposa, puesto que: me van a condenar lo mismo por una muerte que por dos, unos días arriba o abajo no son nada cuanto te vas a pasar el resto de tu vida entre barrotes.

Yo no quería que muriera ella. Ya había muerto yo y con eso era bastante. Así que me puse manos a la obra y contactando con la mente del otro logré transmitirle toda mi angustia. Eso le hizo mirar mi cadáver unos instantes y ponerse en mi piel, antes de lanzarse, cuchillo en ristre contra su esposa. Fue tiempo suficiente para que comprendiera la enormidad de lo que había hecho. Su esposa, y mi amante, se desmayó, y eso me libró de intentar calmarla, porque estaba pensando en arrojarse por la ventana.

Según sabría después con todo detalle, la fortuna hizo que alguien avisara pronto a la policía y que ésta compareciera en el piso y esposara al asesino y se llevaran en ambulancia a la esposa y los forenses se llevaran mi cuerpo, un poco después.

Había conseguido salvar a mi amante y eso me daba un tiempo para no hacer nada y limitarme a intentar desvincularme de un cuerpo al que el forense iba a abrir por la cavidad torácica, sin la menor compasión ni sensibilidad (se estaba comiendo un sándwich sobre mi cavidad torácica).

Pero será mejor que deje esta historia por el momento. A pesar del tiempo que llevo aquí, como verdugo del karma, aún sigue siendo para mí muy doloroso recordar aquel acontecimiento. Será por eso que los archivos akásicos no se consultan tanto como supondría una persona encarnada, quien seguramente se lo pasaría en grande consultando los vídeos más íntimos de las personas que conoce o que desea conocer “en profundidad”.

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