EL CIRCO DE SLICTIK PRESENTAAA
KAWABATA, EL BUROCRATA.
NARRADO POR JUAN MARTINETE, EL INTERPRETE.
No tendré vidas suficientes para agradecer lo bastante a mi sino, un buen amiguete, el haberme concedido esta desmesurada afición por la cultura japonesa que, con el paso del tiempo y mucha suerte, me permitiría convertirme en el secretario particular del gran Kawabata; el más excelso burócrata que conocerán los siglos, los años, los meses y los días del futuro, quien nos aguarda, el futuro, al final de la calle, sin prisa, riéndose de nosotros, pobres pardillos que no sabemos nada, cuando él lo sabe todo.
Gracias a una beca del gobierno español, cuya gentileza reconoceré en debida forma un día de estos,pude estudiar en el Japón su hermosa lengua, en la que me doctoré con felicitación especial de mi profesora, la madre de Amako, una preciosa jovencita que con el tiempo se instalaría en España, teniendo un papel muy destacado en esta historia.
Sin falsa humildad poseo un montón de títulos, lo que me hace a todas luces una persona importante en cualquier situación en que llegue a encontrarme en la vida. A esta pardilla, a la vida, se la engaña facilmente, basta con sacar el título correspondiente de tu maletín y colocártelo entre los dientes como un amuleto. Luego esperas que no pase nada malo. La vida suele respetar bastante los títulos. De hecho fue esta la manera y no otra como logré llegar a interprete de la O.N.U., traductor muy solicitado de literatura japonesa, conferenciante bohemio y experto consultado-por-todo-el-mundo. Tengo tanto prestigio que muchos se hicieron de cruces cuando decidí abandonarlo todo para convertirme en secretario particular de un desconocido hijo del Sol de oriente. Kawabata acababa de obtener la nacionalidad española tras unos años duros años de tortilla de patata, jamón serrano, ver al Madrid en el Bernabeu (que disculpen los seguidores de otros equipos, Juan Martinete es del Barça) y tocar palmas en juergas flamencas.
Claro que no sólo le atrajo la juerga. Amako había arribado ya a estas costas, buscando huellas de la poesía de Lorca, la música de Joaquin Rodrigo y otras muchas exquisiteces de la cultura española, y terminó poniendo un centro de cultura oriental en Barcelona. Allí enseñaba el masaje shiatsu, la meditación zen, yoga y otras prácticas de oriente, exceptuando artes marciales por considerar que el occidental únicamente ve en ellas su faceta violenta. Kawabata -permítanme desvelar uno de sus íntimos secretos- también llegó a este país tras la dulce Amako, de quien estaba enamorado a la discreta manera japonesa.
Nuestro amigo era y es un experto de primera fila en la dura disciplina de la economía. A su llegada a nuestro terruño se lo rifaron las empresas más selectas. Fue asesor de los principales holdings nacionales, sobre los que iba saltando como un cangurito gentil. Este trasiego se debió a las presiones de los Consejos de administracción que le pedían una y otra vez la fórmula mágica para librarse de Hacienda-somos-todos. Su honradez de samurai se sintió herida ante semejante desvergüenza y cuando logró al fin adquirir la nacionalidad española, lo primero que hizo fue ofrecerse a la administracción pública de su nuevo país para acabar con el fraude y la corrupción. Hubiera aceptado hasta un cargo de inspector de Hacienda con tal de librarse de aquellos buitres de las finanzas.
Una vez estudiado su prestigioso curriculum fue nombrado por el Consejo de ministros como bombero en la sombra. Su misión era la de apagar el fuego de los conflictos administrativos y convertir la administracción española en espejo del mundo civilizado. Se le enmascaró como asesor de la presidencia, lo que le permitía pasar desapercibido y estudiar desde la sombra el gigantesco mecanismo burocrático de la administracción central, autonómica y local. Sus pesquisas llegaron hasta el sagrado hogar del españolito de a pie. Nada escapó a su impasible mirada.
A pesar de su ingente tarea -y gracias a su método estricto y sabio de llevar el trabajo- pudo gozar de mucho tiempo libre que aprovechaba para viajar a Barcelona en el puente aéreo. Se quedaba las horas muertas con Amako, dejándose enseñar un poco de todo y un mucho de nada. Fue esta deliciosa criatura quien le presentó a un gigoló español, que se hacía llamar Johnny, y a su madame o celestina, llamada Lily. Kawabata, soltero recalcitrante, echaba de menos la atención exclusiva y exquisita de sus geishas. Amako había conocido a este gigoló de forma totalmente accidental. Al parecer corren por ahí unas memórias apócrifas de este curioso gigoló, de las que no voy a decir ni una palabra más por lo escabroso del tema.
Kawabata trabó conocimiento con Johnny y Lily en una cena informal. Esta última se comprometió a presentarle a sus mejores pupilas y a causa del tiempo extra que dedicó a las mismas es por lo que entra en escena un servidor de ustedes, Juan Martinete, interprete y secretario, mayordomo y lo que se tercie. La embajada de España en Nueva York se puso en contacto conmigo para ofrecerrme dejar el sustancioso sueldo en la O.N.U. por otro menos sustancioso como secretario y factotum de Kawabata.
Yo me encontraba muy a gusto en aquella metrópoli, llena de todo lo que tienen las metrópolis, e incluso más, puesto llegué a ser un conocido de Woody Allen (dicen que no es fácil, que es muy suyo). Soy un gran admirador de este humorista, serio donde los haya, así como del Metropolitan Opera House, de Broadway y de toda la cultura neoyorkina. Por eso tuvieron que insistir muy tercamente para que al menos aceptara un viaje en Concorde hasta Barcelona, donde sería presentado a Kawabata. Desde luego que iba decidido a decir que no, pero ellos habían pensado en todo.
Kawabata es un hombre bastante anodino y además japonés, por lo que teniendo en cuenta la dificultad del occidental para distinguir a unos de otros, la impresión que tuve a primera vista fue más bien borrosa. Claro que también influyó en ello el que mis ojos quedaran prendados de Amako. Desde luego que ella es oriental y todo eso, pero les aseguro que podría distinguir su rostro entre millones de japonesas.
Los cinco, es decir Kawabata, Amako, Johnny, Lily y Martinete, cenamos en un restaurante japonés, donde servían el mejor sashimi de España, cosa nada difícil porque hay muy pocos restaurantes japoneses en este país. Yo no quitaba ojo de Amako y ésta y Lily no lo quitaban de Johnny, por lo que Kawabata y Martinete se vieron obligados a entrar pronto en materia mientras Johnny, un mozo alto, guapote, encantador en sus maneras y exquisito en su cháchara, se ocupaba de las damas. Amako parecía muy enamorada y ello a pesar de lo que dicen de los orientales, que esconden sus emociones en algún bolsillo del alma. No siempre lo que se dice es cierto, pero mi experiencia con Kawabata ratifica este dicho.
La propuesta de Kawabata no me satisfizo mucho, pero cuando éste pidió la ayuda de Amako y Lily me dijo que si me quedaba me presentaría a Anabel, la más maravillosa de sus pupilas, no pude resistirme a la tentación y dije que sí, no haciéndome rogar demasiado, por si acaso. Lo celebramos con una botella de Dom Perignon y de esta manera tan tonta entré en la vida de Kawabata como su secretario particular y factotum, incluso para sus tareas de inspector de la burocracia española. Así inicié la etapa más divertida de mi vida hasta este momento. Y no se sorprendan porque las "fazañas" de este nuevo Quijote, acompañado por el Sanchopancesco Martinete, les harán llorar de risa. Pero esto es ya harina de otro costal y el costal lo tengo yo, por lo que decido empezar la masa otro día. Con permiso de ustedes, naturalmente.
Continuará.