sábado, 21 de agosto de 2021

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XV

 


“Toca su cabeza. Deja su mano en su testuz. Acaricia su frente y… Milagro. No ocurre nada. La caeros líder, la hembra Beta, cierra los ojos un instante, como si le gustara que la acariciaran. Los abre y mira a Rosindra como si la conociera de toda la vida y fueran muy amigas. Abre la boca y lanza un mugido regocijado. Todo el rebaño, compuesto de hembras y crías levantan sus testudes, miran en su dirección y comprenden de inmediato lo que ocurre. Otra visita más de estos pesados vantianos. ¿No tendrán otra cosa mejor que hacer? Ustedes, queridos holovidentes no lo saben, pero el mugido indica el permiso que la hembra Beta ha dado a Rosindra y al resto del grupo para que puedan acercarse al resto de la manada y acariciar a hembras y crías sin recibir malas caras y mucho menos agresiones destempladas. Ustedes no lo saben, pero sí Rosindra, que repite esta escena cinco veces a la semana, descansando dos días a elegir. Nuestra amable guía es  voluntaria, como otros muchos, en su mayoría amantes de los animales. Lo hace porque adora a estos seres, relegados  por la historia a un lugar secundario en la vida del planeta Omega. También porque de esta manera obtiene un buen número de créditos que está ahorrando para emplearlos en un proyecto delirante, pero que ella cree poder llevar a buen término. Ella, que ahora no nos oye, lo mismo que Alierina, nuestra intrépida reportera, porque han desconectado para impedir que mi voz cantarina pueda descentrarlas de este protocolo tan estudiado y sufrir algún percance. Ella –quiero decir Rosindra- forma parte de un grupo cada día más numeroso de omeguianos que van a plantearle a nuestra amable inteligencia artificial que levante las defensas de rayos omega que nos mantienen en cuarentena, aislados del resto de la galaxia, para así poder viajar en una nave espacial, especialmente acondicionada, hacia otros planetas de los que llevamos varios siglos separados debido a aquel ataque inesperado y terriblemente agresivo de los noctorianos. Ustedes, queridos holovidentes, no lo saben, a no ser que hayan pedido al bueno de “H” que les deje ver la gigantesca producción con actores holográficos que se hizo en su momento para explicar las razones que existieron para tomar una medida tan drástica y que tanto molestó a nuestros abuelos y tatarabuelos. El resto de ustedes ni saben ni les preocupa en lo más mínimo que no puedan hacer turismo por el Cuadrante, en naves crucero, como hacían sus ancestros, más o menos lejanos, quienes recibían al mismo tiempo un turismo apabullante, lo mejor de todo el Cuadrante y aún más allá, desde los arrabales galácticos.

Les anuncio, ahora que Alierina no nos oye, porque ella aún no lo sabe, que mañana tendremos un programa especial sobre la gran batalla contra los noctorianos. Proyectaremos la película de la que ya les he hablado y luego habrá un coloquio-circunloquio con tantos tertulianos y tan contradictorios entre sí, que promete una tertulia explosiva. Y mientras termina esta escena carnavalesca, me preparo para dar conexión a Alierina, Rosindra y este grupito de valientes. Resumo, por si alguno de ustedes no estaba mirando la pantalla, embelesado por mi narración. Tras Rosindra ha sido Alierina la que ha repetido exactamente los mismo pasos de la guía, y luego Elierina y su mudo esposo y el resto. La caeros los ha olido a todos, lo que no ha hecho con Rosindra a quien ya tiene muy olida, para impregnarse de su olor, memorizarlo y aceptar su intrusión como algo natural. A continuación la guía, seguida de sus adláteres, se ha dirigido hacia el interior de la manada, donde están las crías de esta temporada, todas muy pequeñitas y graciosas, aunque muy asustadizas. Sus mamás los han aceptado, creo que por sumisión debida a la hembra Beta, o mamá suprema, y han pedido a sus crías que se dejen acariciar, aunque no es algo que agrade especialmente a estos pequeños. Ha sido una escena muy tierna. Sin ningún incidente digno de reseñar, el grupito de omeguianos ha salido del perímetro que ocupa el rebaño, y ahora, ya suficientemente alejados, podemos restablecer la conexión para que todos nos expliquen sus impresiones.

-Aló, aló, Alierina. Restablecemos la conexión para que compartáis con nosotros vuestras impresiones.

-Ni aló ni leche de caeros, Arminidio. Que he estado escuchando tu estúpida narración. Ya sabía que te ibas a aprovechar, por lo que no me he desconectado. Ya hablaremos tú y yo. En compensación por tu caduco sentido del humor te pido, mejor dicho, te exijo, y te doy de tiempo hasta la semana que viene, y ya es mucho tiempo, que organices un programa especial, bien una visita a las montañas Negras para conocer a los granjeros rebeldes, o bien al palacio de HDM-24, una visita guiada por Ermantis. Y aprovecho para dejar bien claro que no nos hemos acostado, como dicen las malas lenguas, pero anuncio que sí nos acostaremos en cuanto termine el programa o dejaré de llamarme Alierina.

-Por todos los dioses de nuestros ancestros, a quienes adoraban antes de que llegara el Mesías de Omega, admito mi culpa y acepto el castigo, pero es muy poco tiempo para organizarlo todo.

-Admito que la visita a las Montañas Negras será difícil de conseguir, ya que el permiso de “H” es muy complicado y necesitarás más tiempo, pero la visita a su palacio es pan comido. Por ahí no paso.

-Lo intentaré, te lo prometo, a cambio de tu perdón incondicional. Y ahora, ¿por qué no nos contáis vuestras emociones?

-De acuerdo, que comience Rosindra, luego seguiré yo y después Elielina y todos los demás.

-Bueno, para mí ha sido una experiencia más. Me gustan especialmente los caeros, por lo que, siempre que puedo, pido hacer de guía para visitar a estos encantadores animales. El zoo de Vantis es enorme y las especies animales que contiene muy numerosas. Todas ellas son dignas de atención y muy interesantes. Mi preferida, tras los caeros, son los kooris, a quienes visitaremos a continuación. Les advierto que son tan juguetones y atolondrados que deberán tomárselo con humor o alguno sufrirá un síncope. En cuanto a los caeros, mi primera visita ocurrió hace algunos años, no sé cuántos, porque llevo ya muchos como guía del zoo. Por cierto, Arminido, que yo también te he estado escuchando. Me parece muy mal que hayas desvelado, para los holovidentes, un secreto que muy pocos conocían. En compensación, como ha hecho Alierina, te pido, mejor dicho, te exijo, que forme parte de los invitados que vayan al palacio de HDM-24. Quiero pedirle en persona que nos deje viajar, a la expedición, por los planetas más señalados del cuadrante. Estoy muy interesada en la fauna y la flora de esos planetas, así como otros miembros de la expedición lo están en otros temas, especialmente los historiadores están dispuestos a morir en el intento para conseguir toda la documentación que puedan en los archivos de esos planetas y no solo lo referente a la brutal agresión noctoriana que sufrieron nuestros antepasados.

-Pobre de mí, pobrecito. Todos son exigencias. Pues bien, yo también pongo una y no admite componendas. A cambio pido, exijo, que aceptéis mi invitación a cenar. Una cena ecológica donde vosotras digáis.

-Creo que Rosindra estará de acuerdo conmigo. Aceptamos con la condición que esté presente un robot guardián. Todo el mundo sabe que eres un seductor de pacotilla, Arminido. No nos fiamos de ti. No nos tocarás un pelo de la ropa sin nuestro permiso.

-Hecho. Pero Rosindra no ha terminado de contarnos su experiencia con los caeros…

 

viernes, 6 de agosto de 2021

TERCER DÍA EN CRAZYWORLD XIII





Me desperté con una sensación rara. No era un sueño inquietante o una pesadilla angustiosa, ni siquiera la sensación de haber recordado algo que antes no estaba ahí. Me costó situarme, estaba en la casa de Dolores, en horizontal, tardé en comprender que me encontraba en su cama. Pero no podía verla. Comprendí que miraba hacia el techo, boca arriba. Giré la cabeza hacia mi izquierda y allí estaba ella. De costado, vestida, con los pechos fuera del vestido, dormía apaciblemente. Me dolía la cabeza, sentía el estómago revuelto. En realidad tenía ganas de vomitar. Cuando lo comprendí salí disparado hacia el servicio que tardé en encontrar. Llegué justo a tiempo para echar la vomitona en el retrete. Me di una ducha con agua fría y solo al salir y secarme la toalla fui consciente de que no me había desvestido, ya estaba desnudo, lo había estado en la cama. Me sentía muy confuso. Regresé a la cama y los recuerdos comenzaron a volver. Muy revueltos, muy extraños. Comprendí dónde me encontraba, cómo había llegado, los episodios más relevantes que me habían sucedido, y sobre todo lo que más me estaba afectando. Me había quedado amnésico tras el accidente y solo muy vagos recuerdos de mi pasado, la mayoría obtenidos en sueños, podían ser tenidos en cuenta, no del todo, porque no había seguridad alguna en que fueran ciertos. Al parecer había sido un gigoló, puede que fuera español, aunque ningún hilo conductor podía explicarme cómo había llegado hasta allí, por qué hablaba inglés de manera tan perfecta, al parecer, porque nadie había notado nada especial en mi pronunciación y acento. Había tenido un accidente cerca de Crazyworld y buscando ayuda me había quedado encerrado aquí de por vida, al menos eso era lo que me había dicho Jimmy El Pecas, el bufón más ridículo que había visto en mi vida, mi corta vida, porque solo recordaba tres días. Me había despertado entre los colmillos de Kathy, nunca mejor dicho, y pronto pasé a ser absorbido por su sexo que desprendía una especie de jugo capaz de atrapar toda clase de moscas, mosquitos y moscardones, sintiendo una especial atracción por los penes, a los que podríamos calificar de lombrices, por ejemplo. Había conocido a todos los pacientes de aquel endemoniado psiquiátrico para millonarios y para rematarlo todo se había producido el asesinato del director. El doctor Sun nos había encargado a Jimmy y a mí encargarnos del caso, como dos detectives de novela. Había pasado la noche anterior con la preciosa Heather y ahora estaba con Dolores en su cama, tan grande que podía con los dos y aún sobraba un poco de sitio. Sí, todo eso lo había recordado al despertar, pero la verdad es que nada encajaba y no tenía nada que contraponer puesto que mi memoria me estaba jugando una mala pasada. ¡Bonito panorama!

Miré otra vez a Dolores, luchando contra la tentación de tocar sus pechos y lamer sus pezones. Entonces ella abrió un ojo, como en un guiño extraño, como si me estuviera diciendo que podía leer mis pensamientos. Luego el otro y una sonrisa pícara asomó a su boca.

-Juraría que ya has vomitado y que la cabeza está a punto de explotar en mil pedazos. ¿Me equivoco?

-No, no te equivocas. Tengo el cuerpo tan revuelto que no sé si es mío.

-Eso es consecuencia del resacón. Espera que te traigo un mejunje para la resaca que ya tenía preparado, porque sabía que no me ibas a decepcionar.

-Oye, Dolorcitas, querida. ¿Cuántas horas hemos dormido?

-Toda la tarde. Ya está cayendo la noche. Nunca mejor dicho, porque en Crazyworld todo cae sobre nuestras cabezas. Casi siempre sin avisar.

-Perdona, pero no recuerdo haber venido a la cama por mis propios pies. ¿Cómo lograste arrastrarme hasta aquí, subirme a la cama y quitarme la ropa?

Dolores sonrió de oreja a oreja.

-Arrastrándote, por supuesto, ¿no pensarás que puedo echarte sobre mis hombros y llevarte como un saco? Lo que más me costó fue subirte a la cama, no quieras saber cómo me las ingenié para conseguir que ese corpachón descansara en el lecho. Lo más agradable fue desprenderte de tu ropa. No pienses que me aproveché de las circunstancias, lo haré ahora, en cuanto te traiga el mejunje.

Y se alejó a paso lento, mientras yo intentaba recapitular todo lo sucedido, buscando el menor sentido que pudiera dar coherencia a la pesadilla que estaba viviendo. Entonces recordé a Jimmy y me pregunté si no habría perdido el walkie talkie. Confié en que estuviera en algún lugar del apartamento de Dolorcitas. Era curioso pero a pesar de recordar cómo me había golpeado por sorpresa, dejándome maltrecho, no sentía el menor resquemor hacia él. Era como si aquello hubiera sucedido muchos años atrás, en alguna etapa perdida de mi vida. Me pregunté qué estaría haciendo, si se habría producido otro asesinato y si me habría llamado mientras yo estaba grogui. Dolores llegó con un gran vaso de un mejunje de color indefinible y me obligó a beberlo de un trago. Sentí que todo se revolucionaba en mi interior, buscando la salida. Salí disparado al retrete y vomité hasta que un gran vacío se hizo en mi interior. Un último vómito espasmódico me convenció de que ya no había nada más que echar. Unos hilillos de baba ácida quedaron colgando de mi boca. No sé cuánto tiempo permanecí allí hasta que logré recuperarme lo suficiente para arrastrarme de nuevo hasta la cama. Me sentía muy mal pero poco a poco me fui recuperando hasta comenzar a sentirme bien, cada vez mejor. Dolores no estaba allí, seguramente se estaba dando una ducha, o mejor, un baño, y no en el retrete donde había vomitado, porque allí no había bañera. Sí, con seguridad era un baño, porque tardaba mucho. Al fin apareció en la puerta del dormitorio, desnuda, como una de esas bellezas cárnicas de Rubens. Me pregunté cómo sabía yo quién era el tal Rubens y que era pintor. Los recuerdos parecían continuar aflorando, gota a gota, pero sin pausa. Sentí un violento deseo hacia Dolorcitas y me pregunté si además del mejunje anti resaca no habría echado también algún potente afrodisiaco. Aparte la mirada y me encontré con un televisor muy grande que parecía reflexionar sobre una mesa, frente a la cama y que aún no había visto o sido consciente de verlo.

-¿Os dejan ver la televisión? No he visto ningún televisor en el pabellón de los pacientes.

-Sí podemos verla, aunque con canales limitados, la censura de Mr. Arkadín es tan ridícula como gazmoña. También tenemos Internet, aunque tan bloqueado y censurado que no sirve para nada. No podemos utilizar el correo electrónico ni hacer comentarios en ninguna página, todo está bloqueado. No sirve de nada y pocos lo utilizan. Los pacientes no tienen acceso a la televisión ni a Internet. Una vez a la semana se les deja ver una película, escogida para que ninguna escena se les atragante.

Se acercó a la cama y con mucho cuidado se tumbó en ella. Se puso de costado con cierta dificultad y me abrazó con ganas, con muchas ganas. Su boca buscó la mía y la absorbió, incluida la lengua. Una de sus manos hurgó en mi entrepierna y masajeó todo lo que quiso. Una gran cantidad de sangre se trasladó a mi miembro que sufrió una tremebunda erección, bastante dolorosa. Ella no perdió el tiempo, maniobrando para introducirlo entre sus labios y se pegó aún más a mí, hasta lograr introducirlo del todo. Era una cueva muy acogedora y muy húmeda, un jugo resbaladizo se desprendió de ella hasta deslizarse entre sus muslos y los míos. Recordé a Kathy y me estremecí. Otra noche como aquella y sufriría un severo infarto.

Era muy agradable sentir su cálida y aterciopelada piel pegada a la mía. La deseaba como había deseado a todas las mujeres que había conocido desde mi llegada a Crazyworld. Eso era algo que no sabía muy bien si podía ser normal o tal vez se tratara de que mi condición de gigoló, me hacía verlas a todas como muy deseables, porque así son los gigolós o porque se trataba de una estrategia propia del oficio, es decir, si te tienes que acostar con una mujer que te ha pagado la prestación, mejor que la desees que no hacerlo a regañadientes. Me pregunté si realmente había sido un tal gigoló en mi pasado y aún conservaba en el subconsciente todas las experiencias y los trucos o la imaginación me estaba jugando una mala pasada, o buena, según se mire. Eso era algo que tendría que meditar con calma, cuando la tuviera. Fui consciente de algo que me había pasado desapercibido hasta ese momento. Después de tomarme el mejunje de Dolorcitas me sentí mucho mejor, pero lo que no advertí es que mi miembro viril, porque los otros miembros estaban en su sitio, había sufrido una erección importante y desde ese momento había permanecido así, como si mi deseo por Dolores fuera tan natural que resultara imposible, en su presencia, mantenerse quieto y pacífico. Eso me hizo sospechar algo que me turbó un poco. ¿Y si había echado algún tipo de afrodisiaco en la bebida contra la resaca? Me hubiera gustado seguir analizando esa posibilidad más detenidamente, pero no pude porque el cuerpo de Dolores se movía ya a buen ritmo. Sus brazos sujetaban el mío con tanta fuerza que no hubiera podido escapar aunque quisiera hacerlo, que no quería. La sensación de estar dentro de su cueva, que parecía amplia, era tan agradable que me acompasé a su movimiento, hasta que no pude más y la volteé con cierta dificultad hasta ponerme encima de ella. Era un mullido y amplio colchón, con un pubis extenso y muy boscoso. Su monte de Venus parecía una duna, cálida, suave, muy receptiva a mis envites, que cada vez eran más y más galopantes y salvajes, como si hubiera perdido el control. Lo que ciertamente parecía verdad, a juzgar por mi deseo de penetrarla hasta el fondo y con ritmo ansioso, casi angustioso por mi necesidad de explotar cuanto antes para librarme de aquel dolor, generado por toda la sangre que seguía acudiendo hasta el pene desde cualquier lugar de mi organismo que la tuviera, lo que había engrosado y alargado el miembro hasta casi descoyuntarlo.

Los gemidos y hasta grititos que exhalaba Dolorcitas me decían que lo estaba haciendo bien y ella disfrutaba casi tanto como yo lo hubiera hecho sin aquel molesto dolor. Bajé mi cabeza hasta encontrar sus labios. La besé retorcidamente como intentando taparle la boca. Me hubiera gustado, y mucho, dedicarme a sus pechos, pero eso no era posible, porque me habría llevado mucho tiempo, y yo necesitaba explotar cuanto antes. Lo que conseguí al fin, sintiendo un enorme alivio. Ella en cambio continuaba moviendo sus caderas, como si quisiera más y más, hasta que exhaló un grito contundente y se relajó. Se estaba bien en su cueva y sobre el mullido colchón de su cuerpo, pero cuando noté que mi pene seguía erecto y retorciéndose como en un ataque epiléptico, me asusté y me retiré un tanto bruscamente. Me coloqué a su lado, boca arriba. Ella se movió hasta lograr colocarse de costado y me abrazó con demasiada fuerza.

-No sabes cuánto lo necesitaba, cuánto, cuánto. Me has hecho muy feliz. Ya sé que hay otras mujeres en Crazyworl, muchas, y todas más deseables que yo. Pero me gustaría que me prometieras que me vas a visitar al menos una vez a la semana, o si no puede ser, cada quince días, pero de ahí no bajo.

-Te lo prometo, Dolorcitas. Ha sido muy, muy agradable. Tengo que hacerte una pregunta, si no quieres no contestes. Juraría que me has puesto algún afrodisiaco en el mejunje. Estaba demasiado hecho polvo para alcanzar esta erección, que aún continúa.

-No te voy a engañar. No hubiera soportado que te rajaras. No sabes cuán necesitada estaba.

Y para confirmarlo o reafírmalo, echó mano a mi pene, que seguía erecto, y lo masajeó, como dándole las gracias. Hablamos cariñosamente de varias cuestiones hasta que de pronto dejé de escucharla. Me había quedado dormido sin más. El agotamiento que llevaba conmigo desde mi llegada era una disculpa que ella debió aceptar, aunque sólo por un tiempo. Me desperté porque notaba algo moviéndose por mi cara. Era la lengua y la boca de la mujer. Mordisqueó mi oreja y me susurró frases muy cariñosas, tanto como una amante le susurraría a su parejita. Su necesidad de cariño era más que evidente. Noté que el miembro viril continuaba erecto y así había estado, seguramente, durante mi sueño. No necesitaba precalentamiento, pero decidí calentar porque me apetecía. Esta vez sí que me dediqué sin prisas a sus pechos.

Cuando culminamos yo también estaba muy cariñoso, no tanto que el agotamiento no me hiciera quedarme dormido otra vez. Eso ocurrió puede que dos veces más, luego ella me dejó dormir sin molestarme. No tuve sueños, el agotamiento me hundió en un pozo sin fondo. No pensé en nada, y eso fue lo que gané.