NOTA
INTRODUCTORIA/Cuando allá por el año 1995, más o menos, decidí comprar un
ordenador, con el fin de poner un poco de orden en los manuscritos que se acumulaban por todas
partes, en libretas pequeñas, en libretas grandes, en cuadernos normales, en
cuadernos grandes, en cuadernos de anillas, en hojas sueltas, en folios Dina
A4, en papelitos sueltos… no imaginaba dónde me estaba metiendo. Porque nadie
entendía que me hubiera comprado un ordenador y no me conectara a Internet.
¿Para qué lo quieres sino? Pues para pasar mis manuscritos al ordenador con un
procesador de textos, para ordenarlos en carpetas, para hacer copias de trabajo
de mis relatos y novelas, para corregir los textos sin estar mirando el
diccionario cada dos por tres… Me daba miedo la selva virtual, me daba pánico
Internet. No sabía nada de este mundo, no en vano yo no pertenecía a la
generación virtual que se maneja en ese universo con la facilidad con la que un
bebé se mete el chupete en la boca. Lo pensé y repensé durante meses, hasta que
al fin tomé una decisión, si uno quiere conocer la selva debe introducirse en
ella, con todas las precauciones, por supuesto, y ver si es tan bestial como
parece a simple vista. Además, el lado positivo puede ser mayor que el
negativo, especialmente para un escritor anónimo que quiere subir sus textos y
ver la reacción de sus lectores.
Contraté la conexión y poco a poco fui adentrándome en la
selva, primero un pie, luego el otro, una mano la otra y zás, cuando más
descuidados están los depredadores de la selva, asomo la nariz. No voy a contar
aquí mis aventuras y desventuras, muchas más estas últimas, porque eso lo narro
en estos relatos virtuales, escritos sobre todo para burlarme de mí mismo y
atenuar el tembleque que me produjeron algunas experiencias. Yo no sabía nada
de nada del mundo virtual y tampoco tenía amigos o conocidos que me pudieran ir
dando consejos –con el tiempo comprendería que a nadie le gusta dar consejos en
este terreno, es como… como diría yo, algo muy íntimo, de lo que nadie le
apetece hablar- por lo que, con mucho cuidado, fui probando las herramientas
que me ofrecía Internet. Lo del chat me dejó muy tocado, porque yo era tan
ingenuo –como la mayoría de los de mi generación- que pensé que en el chat
podías hablar con todo el mundo, de todo, de cualquier cosa, e incluso hasta
ligar, algo que a los tímidos nos cuesta Dios y ayuda. Lo que me ocurrió lo
cuento aquí, una serie de relatos que abandoné muy pronto, no sé si porque me
daba vergüenza o porque comprendí de inmediato que estas eran algunas de las
trampas que los depredadores de la selva ponían a los ingenuos, a los novatos,
a los bóvidos, para atraparlos y devorar sus carnes. También abandoné otras
series que había iniciado al mismo tiempo, tales como los Jaquers Mates, para
burlarme de los jaquer que me jaquearon el correo electrónico unas cuantas
veces, privándome de blogs a los que había subido ya muchos textos. Me burlé
así mismo de mi candor cuando pensé por un momento que el correo electrónico
podría ponerme en contacto con todos los habitantes del planeta, así, sin más,
y de esta decepción surgió Los manifiestos de la Mente enmascarada.com, cuando
me reí de mi ingenuidad al pensar que ahora sí podría cambiar el mundo con mis
manifiestos que enviaría a todos y cada uno de los habitantes del planeta. El
resultado de todo esto fue que me quedaron unas cuantas series en la
correspondiente carpeta, a medio terminar.
Ahora,
pasadas décadas, cuando ya viejo y pellejo…(no, eso no, porque sigo sin
adelgazar) me veo descargándome de todo lo acumulado durante estos años, por si
tengo que mudarme una vez más de casa, para poder llevar la casa a cuestas como
los caracoles y sobre todo porque la muerte se va acercando piano-piano y me
gustaría que cuando me alcance lo que deje atrás sea lo mínimo posible, para
que los que permanezcan acá, un momento más que yo, no mucho más, no llenen
contenedores de basura con mis posesiones y apegos. No obstante el apego me
puede y me gustaría completar las series que dejé a medias hace ya décadas. Así
ésta la remataré, Dios mediante, con un último episodio que viene como anillo
al dedo, ya que la inteligencia artificial y los chats GP o GT o como se llamen
me lo han puesto en bandeja. Pasé de puntillas y lo más discretamente posible
por todos los avances que se han ido produciendo durante estos años, décadas,
dejando atrás talleres de escritura, como el Hotel de los disparates, textos
subidos a esta y a aquella página, las ilusiones que me hicieron creer -¡santa
ingenuidad!- en la posibilidad de utilizar Internet como un trampolín para
convertirme en escritor profesional.
Espero que tras terminar con esta serie logre dar remate a la
de los Jaquer Mates y alguna que otra más olvidada en mi carpeta de Relatos
virtuales.
Mi vida ficticia en el chat I
Cuando los instaladores abandonaron mi casa estrechando amablemente mi mano
puse en las suyas una buena propina, se la merecían, no todos los días tiene
uno la suerte de recibir un regalo mágico que te permitirá ponerte en contacto
con millones de personas y enviarles un saludo estrechando su tecla, porque lo
que es su mano aún le queda algo a la técnica para conseguirlo.
No fue hasta unos días después que observé una cajita de cartón que mis
amables Reyes Magos habían dejado olvidada en un rincón. Estaba ya bajo un
montón de papeles, periódicos viejos y cachivaches que suelo ir dejando por
todas partes a la espera que un alma caritativa encuentre tiempo para echarme
una mano. La abrí muy interesado pero solo tenía trozos de cable, algo nada
sorprendente porque aprovechando la tentadora oferta me conecté también a la
televisión por cable, al teléfono por cable (el móvil lo tengo desde que salió
la primera oferta) e incluso a la radio por cable (¿qué aún no existe?, pues yo
ya tengo los cables, a ver cuando se ponen al tajo). No me extraño que la caja
estuviera llena de cables, pero como me gusta hacer siempre con todo metí la
mano hasta el fondo y toqué algo más. Ante mi hilarante sorpresa lo que saqué
del fondo fue un enorme y supermullido y superabsorvente pañal con un librito
de instrucciones pegado a la etiqueta de fábrica. No dudé un instante en
abrirlo.
Según decían los fabricantes el consumidor no debería de extrañarse de ese
regalo puesto que como todos saben los internautas acaban por padecer de
almorranas, de incontinencia urinaria y otra cosa que me callo para no ser
grosero. Son muchas horas navegando sin cambiar de postura, tu parte más
mullida se siente incómoda a pesar de estar preparada para la función que la
naturaleza le adjudicó; asimismo suele suceder que uno acaba perdiendo
consciencia de las señales que te envía el cuerpo para que procedas al
conveniente reciclado de productos.
Pero no solo estaba el pañal en el fondo de la caja, decidí tirar al suelo
todo su contenido, con gran pasmo contemplé un gran chupete de látex tan duro
que rechazó mis dientes al propinarle el primer mordisco, insistí por segunda
vez y mis encías sufrieron una dolorosa hemorragia que casi me hicieron acabar
con el gigantesco chupete en la basura. No obstante pensé que nada me iría
mejor, a un bebé internauta, que un gran chupete. Así que dije gu-gú con
entusiasmo y me endilgué a mí mismo el chupete que no pensaba quitarme en unos
meses.
Así preparado, con pañal y chupete, no necesitaba nada más aparte de un
gran entusiasmo. Me conecté a la Red, asomé mi cabezota peludina, con chupete
incluido, por la rendida de la puerta y sin despegarme el chupete de la boca
pregunté con el teclado: ¿se puede?. Soy un bebé muy educado, pero nadie
respondió. Decidí mientras obtenía respuesta probar esa nueva fórmula de correo
que llaman electrónica. Lo hice con mucho cuidado, eso sí, no fuera a darme un
calambrazo. Decidí escribir un emilio -había oído en la radio que se llamaba
así- de salutación a todos los internautas del planeta. Para mi sorpresa el
primero en recibirlo fui yo, más tarde comprendería que al rellenar los
espacios en blanco en el sobre puse también como destinatario al remitente.
Gu...gú... dije con enfado mientras mordisqueaba con rabia el chupete.
Lo segundo que debo hacer, pensé, es aprender a chatear. Me consta que no
se trata de tocar narices chatas ni de tomarse unos chatos con los amiguetes;
lancémonos, pues manito, al río y veamos qué hay en el fondo. Tecleé con mucho
cuidado la palabra no fuera a despertar al lobo feroz, no sería la primera vez
que algo así le sucede a un explorador aunque normalmente a él le salen leones,
siempre ha habido categorías.
Elegí un chat al azar, cliqueé y esperé por si me mandaban un vinillo por
correo. En lugar de ello se abrió un portal, un zaguán, una sala de espera o
como se llame. Allí un letrerito me indicaba que introdujera el nick. Por
supuesto que había oído hablar de los alias o apodos por lo que deduje que ese
era el que me tocaba según un inextricable proceso aleatorio. Confieso que no
me gustaba mucho. Antes que Nick hubiera preferido John o James o cualquier
otro, pero me adapté a lo que tenía y lo introduje por la rendija, a ver si me
abrían la puerta. No percibí el inevitable rechinar de cualquier puerta que se
abre, en su lugar salió un cartelito con coléricos signos de admiración.
¡Escoge otro nick, ese es el mío!.
Vale tío, no creo que sea para ponerse así. Di dos o tres mordiscos al chupete
y pensé en un buen alias. Los personajes de mis historias son tan rarillos como
sus nombres, dudo mucho que encuentre un "alias" semejante. Seguro
que no hay otro "ermantis". Lo introduje por la ranura y se me
abrieron las puertas del cielo.
La primera vez que entras a un chat te quedas un poco suspenso, como
meditabundo. En la vida corriente no sueles echar nada por las rendijas para
que se te abran las puertas, menos aún llamas con los nudillos y esperas que te
dejen entrar sin saber qué clase de reunión o qué personajes te vas a encontrar
al otro lado. Porque aunque en la puerta esté bien clarito eso de chat para
hablar de literatura o de fútbol o de amistad o de sexo también llamado
erotismo, o de la reproducción del cangrejo de río, lo cierto es como luego
pude comprobar en los chats se habla de todo y cada cual va a su bola aunque no
se sepa muy bien en qué portería quiere meterla.
Una vez en la antesala te entra el canguelis, te pones a temblar y las
teclas comienzan un extraño baile de claqué. Miras y ves un listado de
"alias" -ahora comprendes que alias es sinónimo de nick- tan
extraños, tan estrambóticos que te recuerdan a los nombres de tus personajes.
¡Y tú que te creías el rey de todo el mundo!.
Observas unas caritas con multiformes y divertidas expresiones. Supones que
son esmailis y te preguntas si tendrán que ver con la "escaili" esa
de la verdad está ahí fuera. Tú siempre pensando en lo mismo, ermantis. Luego
recuerdas que su nombre es Escali o algo así, no tiene porqué haber relación. No
obstante no tocas en las caras por si estuvieras equivocado no sea que se
produzca una combustión espontánea.
No sabes cómo se saluda aquí, evidentemente no puedes ir de uno en uno
estrechando manos y presentándote. Hola, soy fulanito de tal, alias cual... sí
ese de la banda de Al Capone. Das un par de mordiscos al chupete y te decides
por cliquear en un nombre de mujer, de princesa celta o druida (ignoras si los
druidas tenían princesas pero no te importa demasiado). Piensas que no eres
tonto, nunca se sabe qué se va a encontrar uno al otro lado del
"alias" pero es más fácil que si alguien quiere travestirse utilice
otros como María o Maruja que un nombre exótico de princesa druídica que huele
a bosque y a blanca túnica movida con delicadeza por el viento juguetón, un
viento que premia así tus desvelos dejándote ver unos hermosos muslos de fémina
que quitarían el hipo al propio Drácula.
Observas que en el chat se ha armado una gorda al entrar tú porque no hacen
sino hablar de pelos en la sopa. Me habrán confundido con el camarero piensas.
Luego siguen diciendo cosas raras que parecen ir dirigidas a tu habilidad de
cazapalomas. Piensas que a lo mejor cometiste un error al elegir a la princesa
druídica, pero cómo ibas a saber tú que aquello era un baile de todos,
supusiste que uno escogía pareja y se ponía a bailar tan campante. Siguen
hablando de ti pero ya no les entiendes porque utilizan signos cabalísticos,
que si X+Z= doble v al cuadrado, dos puntos, puntos suspensivos, paréntesis...
Crees que es la fórmula de una nueva bomba que te van a colocar en el trasero y
te pones a bailar claqué en el teclado.
Al cliquear se ha abierto una nueva ventana, ahora entiendes porqué el
enfado de los chatistas, te llevaste a su princesa sin avisar. Te gustaría que
la ventana se hubiera abierto al bosque pero se trata solo de una pizarra para
escribir. Una mano invisible escribe:
>>Hola, ¿eres hombre?.
Piensas que solo una mujer haría esa pregunta. Un macho de pelo en pecho
piropearía primero, dispararía después y preguntaría al final. Si se ha
equivocado se largará con viento fresco sin despedirse siquiera. Semejante
delicadeza sólo puede nacer de un pecho, mejor de dos pechos, indudablemente
del género femenino. El masculino podría empezar así: "Hola tía buena,
¡nos vamos a la cama virtual?. Si al otro lado estuviera el marujo de turno
disfrazado de carnaval contestaría: "Larga, macho que quiero cotillear con
el género femenino, aquí no pueden saber que detrás de mi máscara llevo
barba".
Uno se imagina cosas así mientras le dices a la princesa druídica que eres
muy majo, que escribes y que estás mordiendo el chupete virtual porque aún eres
un bebesito. Que ella puede ser tu maestra si quiere. Al acabar de escribir
quitas tus dedos del teclado porque estos podrían transmitir tus pensamientos
más recónditos y aún no han salido las dos XX ni se ha oído el tachín... de las
películas para mayores con reparos.
>>¿Escritor?. Eso mola mucho. ¿Qué edad tienes?...pichón (esa última
palabra la pones tú).
Mentir es una estupidez, no tienes billete de avión para viajar al gran
bosque druídico y estoy convencido de que nunca lo tendrás, así que dices la
verdad sin pestañear. Yo soy uno de los que buscan la verdad que está ahí
fuera. Me limito a dar un mordisco al chupete con más fuerza de la necesaria.
>>Eres demasiado mayor para mí. Podrías ser dos veces mi padre.
Es decir, quiere decir su abuelo, ¡qué comedida es!. Creo que exagera un
poco porque aunque tuviera menos de doce años no podría ser su abuelo -hice
rápidos cálculos con los dedos- ni siquiera siendo el niño más precoz al oeste
del Pecos.
>>¿Qué edad tienes tu?...cariño (la última palabra me la dejo en el
teclado, escondido entre tecla y tecla).
>>Dieciocho años. Creo que eres un poco mayor para mí...pero nunca se
sabe...Espera un minuto.
Y me dejó, así tal cual, con el chupete en la boca y los dedos en la
pistolera del teclado. Puede que haya ido al servicio... No, no pensé mal, yo
no resulto tan atractivo ni en persona. Me limité a esperar con los dedos en
las teclas...y esperé...y esperé...
Continuará...