. ¿Qué platos son tus preferidos? Y me detallaba platos con arroz y
garbanzos hasta hacerme la boca agua, metafóricamente hablando.
Así me fui divirtiendo todo lo que quise hasta que decidí
ponerme serio e interrogar al gordito sobre su vida, lo que él creía su muerte
y sus planes de futuro. Se desmoronó y se echó a llorar como alma en pena. Su
vida pasada había sido una mierda, su vida futura lo sería igualmente y, a
pesar que su muerte, esta vez fue agradable (ni se enteró de que estaba
muerto) no quería volver a reencarnarse ni atado de pies y manos. Prefería
transformarse en un Buda imperturbable y olvidarse de sufrir más penas
para siempre. Deseaba conocer más detalles. Pero el gordito necesitaba
urgentemente la biografía del Buda para calmarse. Decidí dejarme de
circunloquios. Ya tendría tiempo de volver a charlar y le llevé en línea recta
al estante correspondiente, alargué la mano y le tendí el libro en cuyo lomo, luminoso,
podía leerse: “Biografía de un buda… por él mismo”.
Le indiqué una mesa donde podría apoyar el libro mientras su
orondo trasero se encajaba en una silla. Abrió el libro por la primera página y
pude leer sobre su hombro.
“A pesar de no recordar mis anteriores reencarnaciones estaba
saturado de la condición humana. Estaba dispuesto a probar la condición divina,
incluso la animal, mediante una transmigración en fiera o incluso en colibrí.
Pero otra vez humano, no, por todos los santos, dioses y demonios. Me sentía
tan amargado, tan desesperado, que mis pensamientos oscilaban entre un suicidio
rápido y convertirme en asesino en serie. Fue entonces cuando una luz me
deslumbró, como a Saulo en el camino de Damasco, y caí en el asfalto.
Transfigurado en un hombre nuevo. Al volver en mi descubrí que la luz no era
divina sino la de una farola que alejaba la noche del escaparate de una
librería en cuyo centro el título de un toro enorme había llamado la atención
de mi mirada. El libro se titulaba Budismo tibetano y era un mamotreto digno de
un erudito con cien años por delante para leerlo página a página. Yo
había decidido comprarlo el día siguiente, costase lo que costase, y a
través de su lectura alcanzar la liberación. Esa idea fue la que me
arrojó al asfalto de donde me levanté tambaleándome como un borracho. Decidí
emborracharme aquella noche para olvidar la experiencia. Pero no lo conseguí,
al despertarme al día siguiente, con una horrible resaca, abjure
definitivamente de la condición humana. En cuanto pude levantarme me duché con
agua fría y salí de estampida hacia la librería donde había visto mi salvación,
temeroso de que alguien pudiera arrebatarme lo que suponía era un ejemplar
único. Nadie había preguntado por él. Allí seguía en el centro del
escaparate ahuyentando lectores. Pregunté el precio al librero. Para mi
sorpresa era tan bajo como un libro de bolsillo y eso que para llevármelo
necesito su ayuda y un taxi a la puerta. El librero me explicó que llevaba años
deseando desprenderse de aquel monstruo que ahuyentaba más clientes que los
precios pero no podía hacerlo porque su mujer la escaparatista de la brillante
idea, le había prohibido deshacerse de él sino era en venta comprobable en
factura y dirección del cliente. El tuvo que poner el 90% del precio pero todo
lo daba por bien gastado con tal de deshacerse de aquel peso muerto en su
negocio.
No importa la razón por la que uno hace o deja de hacer algo,
lo que importaría son las consecuencias de las propias decisiones.
