Pero me costó mucho dormirme. Un montón de imágenes pasaban raudas por mi cabeza. Por si eso fuera poco de pronto se oyó un formidable aullido de lobo. Uuuuuu Era impresionante. Claro que con aquella luna llena sanguinolenta todo era posible. Tardé en comprender que el aullido seguramente procedía de un paciente licántropo o que padeciera alguna rara enfermedad de la que yo nunca hubiera oído hablar. De nuevo fui consciente de mi amnesia, muy curiosa porque algunos conceptos o datos surgían de mi memoria con absoluta naturalidad, pero no podía engarzarlos en vivencias personales y cronológicas. ¿Por qué conocía algunos términos de ciertas enfermedades y otros no? Era un misterio. Me pregunté quién sería el hombre lobo, Jimmy no me había dicho nada, tendría que preguntárselo. Se oyeron voces, carreras, golpes en las puertas…. De pronto una mujer chilló como si la estuvieran degollando durante un minuto y luego al siguiente cambió, parecía estar sufriendo un orgasmo tan terrible que era lógico que sacara al exterior todo el placer que recibía. Me puse la almohada por encima, me tapé los oídos como pude e intenté relajarme. Creo que fue el agotamiento el que me durmió.
EL SUEÑO
Una habitación lujosa. Yo estoy en la cama, desnudo. Es solo una sensación, porque no puedo verme. Acabo de hacer el amor con una dama muy atractiva y exquisita. Ésta se levanta de la cama y se dirige al servicio. Puedo ver su culito con toda claridad. Prieto, hermoso, una joya. Desaparece en el retrete. De pronto sé que soy un gigoló y que aquella señora es una de mis muchas clientas. Mi patrona me está felicitando. Se parece a Joan Collins. Nos hemos acostado muchas veces, aunque no soy capaz de recordarlas todas. Un barullo de imágenes, mujeres desnudas, altas, bajas, feas, atractivas, gordas, delgadas… Todos gimen como en pleno orgasmo y me dicen: sigue…sigue… no te pares.
La mujer regresó del servicio y se quedó parada en el centro de la habitación, frente al lecho. Me levanté un poco en la cama y con las dos manos hice el gesto de enfocarla con una supuesta cámara que tuviera en mis manos y disparar. El rostro, dulce y suave, los pechos, firmes y agresivos, el pubis, un suave triángulo de rizado vello sedoso. Ella se rió.
-¿Te gustaría sacarme alguna foto?
-¡Oh sí, me gustaría conservar este momento para la posteridad!
De pronto estaba junto a la ventana, apretó un botón y la persiana estaba arriba. La luz esplendorosa del sol penetró en el cuarto.
-Ven, tengo un regalo para ti. ¿No te habrás olvidado de que hoy es tu cumpleaños?
-¿En serio? ¿Y cuántos cumplo?
-Jajá. No tienes remedio.
-En serio. No me acuerdo.
Las ropas volaron. Ella debió quitarlas de la cama, no sé cómo. Noté el miembro erecto. No recordaba tampoco haber hecho el amor con ella.
De pronto estuve en la ventana, mirando el exterior. Ella estaba a mi lado, acariciando mi sexo. La tomé por la cintura y mi mano se deslizó a su culo sin darme cuenta.
Algo pude ver, un deportivo rojo. ¿Era un Ferrari? Lo era. De pronto ella estaba en el centro de la habitación. Me ofreció unas llaves. Estaba desnuda. ¿De dónde las había sacado? No se había acercado al bolso.
-Vístete y pruébalo. Sin prisa. Necesito dormir unas horas. Cuando vuelvas despiértame. Como tú sabes.
Estaba en la acera. Vestido. Subí al coche, arranqué y salí disparado. En la ventana ella me hacía un gesto de despedida. ¿Cómo podía verla de espaldas? Atravesé ciudad como un cohete. El deportivo rugía como un león joven, a punto de lanzarse sobre su presa.
Salí a la autopista. Aceleré. Era una sensación extraña. Como si yo estuviera por encima del coche y éste no se moviera. Paisajes. Carreteras desconocidas. Se hizo de noche. Encendí las luces. Un bosque tupido. Una carretera estrecha. Me acordé de pronto de la mujer, esperando que yo la despertara. Me había olvidado de ella. Quise frenar, pero no encontraba el freno. Di un volantazo. El deportivo se me fue. Choqué brúscamente contra un árbol, la cabeza golpeó contra el volante. Sentí un sordo dolor. Quise salir del coche, pero estaba paralizado. Lo intenté una y otra vez. De pronto estuve en lo alto, levitando. Pude ver mi cuerpo, abajo, paralizado sobre el volante. Un charco de sangre salía de mi cabeza. Volé sobre las copas de los árboles. Pasé una cerca. Me encontré de pie, golpeando una puerta de cristal. Nadie me escuchaba. Golpeé con más fuerza una y otra vez… ¿Estaba muerto?
De pronto me desperté. No, no estaba muerto, y aquello no era el estado intermedio budista. Tardé en comprender que alguien golpeaba la ventana. ¿Cómo era posible? Un tercer piso y muy alto.
Escuché. Efectivamente, alguien golpeaba el cristal. Estaba despierto. El cristal retembló. Salté de la cama. Asustado. Abrí la ventana de golpe. ¿Quién estaba allí? ¿Catwoman?
Efectivamente. Una mujer enfundada en un traje ajustado de neopreno, como una buceadora. Una capucha ajustada a su cabeza. Un antifaz. Negro como la noche. Iluminada por la luna. Su mano izquierda se aferraba al alfeizar y la derecha al tubo de desague. No podía ver sus pies.
La mujer gritó.
-Ya era hora. Déjame entrar o acabaré esmochándome.
Instintivamente me puse a un lado. La mujer saltó al interior como una gata. Cayó en cuclillas. Se puso en pie y me miró.
-¿No me reconoces?
-No. No caigo. ¿Catwoman?
-Jajá.
Entonces me di cuenta de que estaba desnudo. Me apresuré a colocar mis manos sobre mis partes pudendas. Ella se rió con más ganas.
-Déjame ver lo que he venido a buscar.
Tardé en comprender. Con vergüenza aparté mis manos del sexo.
-¿Está desnudo mi nene? No me extraña. Se habrá llevado un buen susto.
-¿Cómo…? ¿Cómo…?
-¿Quieres decir cómo he trepado hasta aquí?
-Esa es solo una de mis habilidades. Las otras las conocerás en un instante.
-¿Cómo…? ¿Cómo es posible…?
-Durante un tiempo fui acróbata de circo.
Sabía que me estaba mintiendo, que me estaba tomando el pelo. ¿Aún continuaba soñando?
No. Catwoman caminó hacia mí y al llegar acarició mi sexo. Todo era muy real, ya lo creo. Aquello no podía ser un sueño.
-Vamos a la cama, cariño.
Me empujó. Me introduje en el lecho, bajo las sábanas, tapando mis vergüenzas. Ella se bajo la cremallera del traje, por delante y se quitó la capucha. Pude ver su rostro y su melena al viento. Era…era…era…
-¡Kathy! ¿Cómo…? ¿Cómo…?
-¿Cómo es posible? Ahora verás de lo que soy capaz.
Pude ver sus tetas balanceándose. Estaba desnuda bajo el traje. Se desprendió de él rápidamente. Pude ver su pubis, sus caderas, sus piernas, toda ella. Era realmente preciosa.
-A la luz de la luna no me verás muy bien. Enciende la lamparita.
Lo hice. Me quedé pasmado contemplándola. De pronto recordé el consejo de Jimmy. Sobre la mesita de noche había una toalla doblada, la desdoblé y la coloqué rápidamente sobre la lámpara. Salté de la cama y busqué en el baño. Encontré otra toalla. La puse sobre la lámpara del techo. Luego casi corriendo me acerqué a la mesita y hurgué bajo la toalla. Descubrí un artilugio en el soporte. Tanteé hasta encontrar el interruptor de que me había hablado el Pecas.
Me metí en la cama de un salto. Kathy permanecía de pie, desnuda, en el centro del cuarto, observando risueña mis movimientos.
-¿Qué haces?... ¡Ah, sí! Ese maldito pecoso te habrá hablado de las cámaras y el micrófono. No importa. El doctor Sun podría ver lo que vamos a hacer. No me importa. ¡Que rabie ese cabrón! Quita las toallas.
-No.
Negué al mismo tiempo con la cabeza.
Vale. Como quieras.
Se dirigió contoneándose y muy despacio hacia el lecho, dejando que yo la viera en toda su plenitud.
-¿Te gusta lo que ves?
-Mucho, muchísimo.
Balbuceé aturullado. ¿Sería el sueño un recuerdo de mi pasado? ¿En verdad era yo un gigoló que había terminado en aquel frenopático onírico, surrealista, por casualidades del destino? Entonces recordé mi imagen, que aún no había asimilado. Aquel amnésico que era yo poseía un hermoso cuerpo, ya lo creo. Muy alto, tal vez como un escolta de la NBA, cercano a los dos metros. Musculoso, músculo de gimnasio, piel suave de gigoló, de metrosexual con una estantería de potingues. Rostro duro como un Steve MacQueen de película acción después de haber recibido unos cuantos puñetazos, la nariz algo torcida y la cara como ligeramente hinchada. Toda una reinona de Hollywood. Casi me da la risa. Aún no me sentía vinculado a un cuerpo que desconocía, como si no fuera mío, lo mismo que mi carácter y mi pasado. Pero ahora al menos podía comprender un poco la sensación que estaba causando entre las bellezas de aquel espantable infierno dantesco. No era solo la suerte del novato, no, con un cuerpo como aquel uno podía permitirse guiñar un ojito a la mismísima Ava Gadner. No era extraño que Jimmy, El Pecas, se hubiera pegado a mí como una lapa. Alguna migaja recogería. ¡El muy ladino!
-Pues más te gustará cuando lo cates.
Alzó las ropas que me cubrían -yo me había introducido en el lecho de nuevo, a toda prisa, y tapado mis vergüenzas con toda la ropa a mi disposición- y sonrió como una Catwoman mortífera. Habría preferido un tiempecito para asimilar lo que me estaba pasando... que yo era en realidad un gigoló con un cuerpo espléndido, que el accidente se había producido al pasarme de rosca con un ferrari regalo de una clienta o de mi madame, o de quien fuera, que yo conocía muy bien a la mujer que seguiría esperándome, preocupada, que poco a poco iría recordando mi pasado y que éste parecía tan bueno que salir de allí volvía a ser mi prioridad. Pero antes, antes podría disfrutar de Kathy y de Alices y de Heather y de... Bueno, bueno, no solo el miembro estaba resucitando, también mi supuesta libido insaciable. Pero Catwoman, no me dejó. La también mortífera señorita Ruth tenía razón, Kathy encontraría el modo de acceder a mi dormitorio y de catarme como era debido, lo que no imaginaba es que sería vestida de Catwoman y trepando unos cuantos metros de pared desnuda. Esta mujer era toda una joya, e imprevisible como un rayo.
-Vaya veo que el nene está despertando. Je,je.
Y se introdujo rápidamente en el lecho, restregándose contra mi piel como una gatita mimosa. Noté su piel fría, casi gélida. ¿Tanto frío hacía fuera?
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