-Yo tampoco la he visto en los monitores. Puede que esta vez el payaso de Jimmy no ande muy descaminado. También me preocupa su ausencia.
-Cierto. Sería muy preocupante que el asesino hubiera vuelto a matar, y que además nos destrozara el perfil. No suele ser habitual que un asesino de hombres se pase a matar también mujeres. Eso me preocuparía mucho más, me temo que los hombres de Crazyworld son muy prescindibles.
-Te olvidas que tú eres hombres y que estás en Crazyworld. Parece que no lo acabas de creer. ¿O has recobrado la memoria? ¿En serio que ya tenéis un perfil del asesino?
-Ha sido un lapsus extraño. No obstante me temo que yo también soy un hombre prescindible aquí.
-No digas tonterías, cariño. Puede que la mayoría de hombres en Crazyworld sean prescindibles, empezando por Jimmy, pero tú no. ¿Has pensado que el asesino te puede tener en el punto de mira?
-Eso me preocupa bastante menos que ahora le haya dado por las mujeres. Prométeme que tendrás cuidado. Perfil, lo que se dice perfil no tenemos, pero nos estábamos centrando en las mujeres que podrían tener motivos para matar al director.
-En ese caso todas, hasta yo. Si todo quedará así, el asesino nos habría hecho un gran favor. Ese cabrón sobraba aquí, nadie le echará de menos. Vete con Jimmy, encontrad a Kathy, yo intentaré dormir un poco. Si cuando despierte aún no la habéis encontrado, os ayudaré. Déjame que mire la frecuencia de tu walkie, te llamo en cuanto descanse un poco.
Regresó a la cama, me mandó un beso con los dedos y quedó frita ipso facto. La gatita, ya iba haciendo a la idea de que se trataba de una gatita, salió disparada de su cesta y se subió a la cama, ronroneando se acomodó entre las piernas de Heather. Envidié su suerte. Procuré no olvidarme nada esencial, incluido el walkie, y sin hacer ruido salí del apartamento.
Encaminé mis pasos de forma automática hacia el despacho del doctor Sun. No sé si porque allí había quedado con Jimmy –no lo recordaba- o porque necesitaba hacerme una idea de cómo estaban las cosas en Crazyworld, si el caos había remitido, si los pacientes habían regresado a la rutina de su vida cotidiana o continuaban en las celdas de aislamiento, asediados por el doctor, y sobre todo, si había noticias de la esperada visita de Mr. Arkadin. El cielo se estaba nublando, aunque el sol asomaba su redonda cara por una rendija. Era un día raro, ni optimista ni pesimista. No se veía un alma fuera de los edificios, y mucho menos cuerpos, parados o en movimiento. Por un momento se me ocurrió que no me vendría mal que lloviera a moco tendido y mojarme hasta el vello. Había caído en que llevaba tres días sin cambiarme de ropa. La mía había sido tirada a la basura debido a las rasgaduras y los rastros de sangre del accidente. No recordaba si la que portaba me había sido facilitada por Kathy -¡pobre Kathy!- o por cualquier otra alma caritativa. Tenía que haber toda una industria textil en Crazyworld para vestir a tanto paciente y profesional, a no ser que fuera confeccionada fuera de allí y traída en helicóptero junto con las provisiones. En ese caso todos los residentes habrían sido convenientemente manoseados por un sastre o similar y sus medidas deberían constar en alguna agenda o tabla de datos. No recordaba haber sido manoseado, salvo por Kathy, y salvo que ella fuera la señorita sastra, estaba claro que debería realizar ciertas gestiones sobre la confección de mi guardarropa. ¡Kathy, pobre Kathy! Era preciso encontrarla cuanto antes. Ya casi había llegado al edificio de los pacientes sin pensar en Jimmy. Puede que todos aquellos pensamientos insólitos fueran un subterfugio de mi subconsciente para evitar pensar en él. Era curioso, pero ya no sentía el menor deseo de liarme a tortazos con él, para vengarme de la paliza que me había propinado por sorpresa. Mi única preocupación era encontrar a Kathy cuanto antes, para saber que estaba bien y que nuestro asesino no la había emprendido con las mujeres, o aún peor, que teníamos otro asesino en Crazyworld, y como no hay dos sin tres, bien podían estar surgiendo asesinos como champiñones en el fango. El sudor empapó mi frente.
Traspasé la puerta principal, eché un vistazo al comedor, escuché con atención, pero no pude captar ni el tenue deslizarse de un ratón, un silencio absoluto lo cubría todo, como un gran manto de nieve. Subí al primer piso, me deslicé como una bailarina de ballet sobre sus puntas y abrí la puerta del despacho del doctor Sun, que conocía muy bien tras los test y las sesiones que sufriera tras mi llegada. Por un momento me vino a la cabeza el celador que tan mal me había tratado. No conseguía recordar su nombre. No tuve mucho tiempo para forzar a mi memoria, porque su imagen desapareció tras abrir la puerta. En su lugar dos imágenes lo acapararon todo. El doctor Sun permanecía sentado tras la mesa de su despacho, la cabeza, más bien la frente, apoyada sobre sus manos que descansaban sobre la mesa. Parecía dormir con placidez. Frente a él estaba Jimmy, sentado en el sillón orejero, en una postura relajada. Su mirada se perdía muy lejos, al otro lado del gran ventanal del despacho. No me esperaba aquella visión apocalíptica, porque eso era la inmovilidad absoluta de aquellos dos seres hiperactivos, el fin del mundo.
Permanecí de pie, paralizado por la sorpresa. Luego exhalé el consabido Ejem. Nada. Ejem, Ejem y Ejem. La mirada perdida de Jimmy realizó una panorámica hasta detenerse en mi figura. Juraría que no me estaba viendo. Su mente era incapaz de procesar los datos que sus ojos mandaban a su cerebro. El doctor Sun no se había movido, permanecía en la misma postura, como la estatua de un pensador apoyado sobre la mesa, suponiendo que esa estatua existiera en alguna parte. De pronto Jimmy salió disparado, como si se hubiera roto un muelle del sillón orejero, poniéndole en pie contra su voluntad. Me miró, abrió la boca pero de ella no salió ninguna palabra. Levanto su mano derecha y su dedo índice me señaló. Su pie derecho se movió de forma refleja. Un terrorífico gruñido salió de su boca, como el de un perro peligroso, avisando del inminente ataque. Continuó caminando como un sonámbulo, exhalando aire que durante el recorrido se transformaba en un ominoso aviso amenazante. No fui capaz de reaccionar, no lo vi venir. Cuando estuvo frente a mí, por sorpresa, de forma imprevista, alzó su brazo derecho y su mano diestra me asestó tal bofetón que a punto estuvo de dar con mi cuerpo en tierra. Juro y perjuro que mi reacción fue automática, refleja, para nada consciente. Alcé mi mano derecha y le asesté un bofetón terrible, de una intensidad superior a la suya. Tampoco lo esperaba porque su cuerpo se inclinó como empujado por un ciclón. De pronto reaccionó y se lanzó sobre mí. Sus manos agarraron mi cuello. Antes de apretar con saña, la consciencia se apoderó de su mente y dejó caer los brazos, no su lengua.
-¡Maldito cabrón! Mientras yo me dejo los cuernos buscando al asesino y registrando palmo a palmo los edificios, buscando a Kathy, este dandy apestoso se pasa las horas en posición horizontal, acostándose con todas las mujeres de Crazyworld. Debería matarte ahora mismo.
-Vamos, Jimmy. El que debería matarte soy yo. ¿O ya no te acuerdas de la traicionera paliza que me propinaste? No te voy a matar, porque ahora lo importante es encontrar a Kathy. ¿Qué le pasa al doctor Sun?
-Ha quedado en estado catatónico tras recibir la noticia de que Mr. Arkadin aparecerá por aquí en unos días, en cuanto remate algunos negocios urgentes. No solo no hemos encontrado aún al asesino, hasta es posible que haya vuelto a matar y además a la adorable Kathy, lo mejor de este antro.
-¿Qué hacemos?
-Tú buscarás en el bosque y yo volveré a registrar todos los edificios. Pero antes voy a despertar a Sun para que nos firme unas autorizaciones.
Dicho y hecho. Se acercó al doctor, lo sacudió por los hombros, lo pellizcó, le gritó a la oreja. Nada. Entonces, con la total desvergüenza que la caracteriza, comenzó a darle de tortas con tal entusiasmo que sentí un vivo deseo de acompañarle, solo que en lugar de vapulear a Sun, me hubiera gustado emprenderla con Jimmy. Me vi obligado a hacer un gran esfuerzo de voluntad para controlarme. Al pobre doctorcito no le quedó otro remedio que salir de su estado catatónico. Lo hizo mirando alrededor como si no supiera dónde estaba. Miró al Pecas como si no lo conociera. Me miró a mí como si le resultara conocido de algo. Balbuceó algunas incongruencias, pero Jimmy no le dio tregua.
-Doctor, tiene que firmar esta autorización para que todos los pacientes salgan de las celdas de aislamiento. Usted no está para ponerse a buscar ahora el subconsciente colectivo, y menos para recabar información sobre el asesino…
-¿Las celdas de aislamiento?
-Sí. ¿No se acuerda de que encerró allí a todos los pacientes? Es hora de que vuelvan a su vida normal.
-¿Asesino?
-¿Tampoco se acuerda del asesino? ¿Dónde guarda su güisqui escocés de veinte años? Necesita un lingotazo para espabilarse.
El doctor Sun señaló el cajón de arriba de su mesa de despacho y continuó firmando todo lo que Jimmy le ponía a mano. Estaba claro que el Pecas lo había preparado todo concienzudamente. Sacó la botella de güisqui y un vaso limpio. Sin encomendarse ni a Dios ni al diablo le dio un lingotazo terrible.
-¿Quieres?
-No gracias. No he desayunado.
En cuanto Sun terminó de firmar Jimmy le sirvió el vaso hasta arriba. Me quedé de una pieza cuando se lo trasegó entre pecho y espalda sin parpadear. Tosió, los ojos se le aclararon y agarró al Pecas por la solapa.
-¿Habéis encontrado ya al asesino?
-Aún no, doctor, pero con estas autorizaciones que acaba de firmar vamos a avanzar mucho.
-¿Me necesitas para algo?-pregunté, ansioso por librarme de lo que iba a suceder.
-No. Puedes ir a desayunar. Yo pondré en libertad a los pacientes. En cuanto termines te quiero ver en el bosque. No te olvides de llevar el walkie. Me informarás cada dos horas.
-Sí, jefe.
Y salí echando chispas.