RELATOS DE A.T. II
Viajar por el más allá no es
fácil de describir. No se trata de subirse a un soporte físico, pongamos un
tren, y con la nariz pegada a la ventanilla contemplar un paisaje que va
cambiando al ritmo del movimiento que impone la locomotora al vagón donde tú
vas sintiendo tu cuerpo físico y todo tu entorno a través de los sentidos. En
el más allá se viaja con la mente. Si es poderosa como la de un maestro el
viaje no tiene más dificultad que la de guiar tu pensamiento hacia el
espacio-tiempo deseado o hacia la entidad incorpórea que ya conoces o deseas
conocer. Si tu mente no es la de un gran maestro debes luchar como un neófito
contra el oleaje de tus pensamientos para evitar ser trasladado a donde tu
voluntad no desea ir.
En el más allá no existe un
paisaje al que aferrarse ni llevas un reloj de pulsera en tu muñeca para saber
el tiempo que transcurre mientras recorres el entorno físico con el movimiento
de tus pies o del soporte técnico que has elegido. El más allá es la oscuridad
absoluta, la noche perpetua, y la pequeña luz de tu consciencia deslizándose en
el tiempo interior. Tan solo el encuentro con otras entidades da un poco de
luminosidad a tu entorno. Como farolas en la infinita avenida de la noche
eterna eres consciente de que deben de estar ahí en alguna parte. No las ves,
no las percibes hasta que se establece el contacto. Un punto de luz aparece
frente a tus ojos, surgido de la oscuridad, y te dispones al contacto con lo
desconocido. Eso es todo.
Todos los desencarnados
sabemos que allá abajo, por poner un punto en un espacio inexistente, está el
mundo material donde habitan los encarnados en un espacio físico concreto
moviéndose al lento ritmo que su consciencia ha elegido para percibir las
cosas. Te lo imaginas como una gran cúpula de baja vibración energética en la
que no puedes entrar si no te has encarnado en un cuerpo físico o tu mente
contacta con la de un corpóreo. Ves a través de los ojos del cuerpo y sientes
el entorno al contacto de esa envoltura material con lo que la rodea. No hay
otra forma por eso los incorpóreos somos tan reacios a descender al mundo
material. Sabes que reencarnarte es sufrir la fragilidad y caducidad de la
materia y conoces perfectamente las molestas sensaciones que conlleva el
contacto próximo con una mente corpórea. No es agradable dejar la cálida
oscuridad donde tu mente vive al compás de tus ideas y sentimientos sin miedo
al dolor físico o el temor a la muerte. Por eso dicen que los muertos no
regresan para anunciar a los vivos la existencia de otra vida, para consolarles
de su desgraciado caminar por la materia. Los pocos que lo han hecho alguna vez
recordarán para siempre la desesperación que les invade cuando sus
comunicaciones telepáticas con los seres queridos aún corpóreos son rechazadas
como pensamientos ajenos generados por la tristeza de haber perdido a un ser
querido. Los fantasmas asustan y son relegados a la leyenda, los sonidos
físicos emitidos por el incorpóreo con grandes dificultades son calificados de
psicofonías con una explicación tan razonable como sonidos producidos por
extraños fenómenos físicos que nadie se atreve a explicar. No es sorprendente
que los incorpóreos se desesperen de la incredulidad de los encarnados y se
alejen para vivir sus vidas en el más allá de la forma más agradable posible.
Al fin y al cabo todos los mortales sabrán algún día qué hay al pasar la línea.
Saberlo mientras se afanan en sus estúpidos quehaceres materiales no les
ayudará mucho a ser mejores, que es de lo que se trata porque en el más allá lo
único que cuenta es lo que piensas, lo que sientes, lo que eres.
El maestro me iba a llevar
con el difunto que por lo visto estaba causando tanto alboroto. No esperaba que
fuera un viaje largo teniendo en cuenta que los maestros que se ocupan de estas
cosas conocen muy bien la mente de los recién fallecidos pero como en algo hay
que ocupar el pensamiento reflexioné con mucho cuidado sobre la tarea que me
aguardaba. A pesar de la discreción del maestro uno está ya muy acostumbrado a sus
calambrazos mentales cuando tu pensamiento se ocupa en cosas desagradables. La
elevada tasa vibratoria de su consciencia rechaza automáticamente los
pensamientos bajos. Ni siquiera influye en ello su voluntad, sencillamente la
alta vibración no puede mezclarse fácilmente con la baja y la rechaza con tal
intensidad que aprendes rápidamente a no provocar a los maestros.
De su círculo de intensa
luminosidad sale una especie de ectoplasma en forma de brazo que contacta con
el mío. Es una concesión del maestro a nuestro apego a los cuerpos que tuvimos
una vez. A los neófitos nos gusta pensar que aún seguimos teniendo cuerpo por
eso de nuestro círculo de consciencia a veces salen brazos o piernas o se
forman los rostros que fueron nuestros en el pasado. La sensación de estar
siendo llevado por el aire agarrado a la férrea mano del maestro es inevitable
para lo que aún no hemos sido capaces de renunciar a nuestras reencarnaciones.
En realidad lo único que ocurre es que dos consciencias que se comunican están
siguiendo una misma línea de pensamiento. Esa es la única forma de viajar por
estos pagos.
Los maestros sienten una
repugnancia, que calificaría de patológica si este viejo concepto corpóreo
tuviera aquí algún significado, a contactar de alguna manera con el mundo
físico. En el fondo creo que temen volver a sentirse atraídos por esa orgía
perpetua de estímulos sin control que resulta tan fácil de aceptar para el
vacío de la mente y tan difícil de depurar que una vez lograda esta meta solo
los tontos como esta especie de Angel Tontorrón en que me he convertido somos
capaces de desear alguna vez. Por esta mezquina razón nos utilizan a nosotros,
los impuros, para las tareas que requieren contacto físico con ese mundo
material que ellos saben ofrece tan poco y genera tanto sufrimiento. A.T.
también lo sabe pero no puede evitar sentirse atraído por placeres ya casi
olvidados. Por eso y no por otra razón acepto de vez en cuando estas misiones.
Me imagino ser un detective incorpóreo investigando algún caso enrevesado. Otros
se divierten comiendo piedras como solía decir cuando era corpóreo para
disculpar las extravagancias ajenas. Supongo que cada uno se divierte como
puede o quiere, incluso en el más allá. Algún día no muy lejano dejaré de
sentirme atraído por estas tonterías. Entonces me transformaré en un Gran
Maestro y viviré en una de esas hermosas ciudades de luz que espero, esta vez
sí, me permitirá visitar el maestro como premio a esta misión verdaderamente
repugnante si bien se piensa. Creo que ya me he merecido conocer de pasada esas
ciudades de las que tanto se habla por aquí cuando te encuentras con otro
neófito. Sí amigos, hasta en el más allá se actúa por motivos espúrios, por la
mezquindad de la zanahoria delante del burro que en este caso soy yo para mi desgracia.
La llegada a las vibraciones
materiales suele ser muy dolorosa, algo así como si en pelota picada te
restregaras entre las ortigas. El maestro tuvo la delicadeza de atenuar con su
poderoso pensamiento este contacto. El rechazo que experimenté no pasó de un
cosquilleo molesto. Allá a lo lejos pude contemplar la inconfundible forma
ectoplasmática de una mente corpórea agitándose en emociones violentas o
pensamientos nada equilibrados. Su color rojo intenso me produjo un fuerte
rechazo que compararía a un vómito ante un alimento en malas condiciones. El
maestro se acercó, es un decir, con mucho cuidado y rozó con mucha suavidad
aquella mente descontrolada. No sé qué le sugirió exactamente al corpóreo pero
su rostro físico se me hizo presente con gran intensidad, rojiza por supuesto.
El ectoplasma que era su mente era más lechoso de lo habitual y sus rasgos eran
realmente repugnantes. Parecía estar disfrutando de algo pero a un nivel muy
material, no sé si ustedes me entienden. Tal vez fuera un pensamiento tan bajo
que su rostro ectoplasmático se distorsionaba en una expresión feroz y muy, muy
desagradable.
El maestro me hizo saber que
aquel encarnado era la llave que me permitiría contactar con el difunto. En el
tiempo físico fueron amigos y su deleznable conducta atraía ahora la venganza
del recién fallecido. Lo demás quedaba de mi cuenta. El maestro me recomendó
mucha prudencia y toda la paciencia que fuera necesaria. El estaría atento por
si las dificultades se me hacían insalvables. Me deseaba una feliz misión y su
expresión de intenso afecto y paz profunda me calmó lo suficiente para no salir
corriendo. Pude intuir que mi escondido deseo de visitar una ciudad de luz se
vería satisfecho sino me dejaba enredar por los degradantes placeres de la
materia. Era un aviso conociendo como conocía mi tendencia a dejarme enredar en
estas cosas. Reconozco humildemente que hecho de menos muchas cosas del mundo
físico, el alimento, el sexo, esa sensación de no tener mente que tanto echamos
de menos los incorpóreos agobiados por pensamientos constantes que nos vemos
obligados a controlar para no caer en mundos demoniacos como los califican los
encarnados y no sin razón.
El maestro aceptó mi humilde
respuesta de que haría lo que pudiera y una especie de risita cantarina me
cosquilleó la consciencia. No se fía mucho de mi y no se lo reprocho. Soy más
bien propenso a caer en la tentación. Me aferré con repugnancia a la mente
rojiza y deformada del hombre, porque era del sexo masculino, y me dispuso a
recibir una vaharada de intensas y malolientes sensaciones materiales. Con
suavidad, como un parásito bien entrenado, dejé que mi mente viera por sus ojos
físicos.
El hombre se encontraba en
lo que parecía una cocina a juzgar por la mesa, las sillas y allá al fondo un
perol de comida sobre una superficie metálica. Estaba comiendo y no era malo el
guiso a juzgar por los estímulos que me llegaban desde su paladar. Me dispuse a
disfrutar de su comida ya que no tenía otro remedio. Mientras llegaba mi
difunto rememoraría viejas y casi olvidadas sensaciones. Me rogué a mi mismo
que las tentaciones no fueran tan fuertes que me impulsaran a buscar una nueva
reencarnación. En varias ocasiones estuve a punto de dejarme llevar pero pude
resistirme a tiempo. Aún queda algo de voluntad en este pellejo de consciencia
llamado A.T.