domingo, 13 de noviembre de 2022

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXIII

 


-Gracias Arminido por concederme la palabra. Entiendo que somos muchos tertulianos y el tiempo es corto. ¿Qué es un día en una vida? Apenas un soplo. Pero no me quiero poner filosófico. Pido disculpas si en algún momento he perdido el control y me he enfadado, a lo mejor con una pizca de razón. En mis años jóvenes fui muy aventurero y bastante colérico. Tras el trauma que todos sufrimos al enterarnos de que nuestros padres delegaban nuestra educación y mucho tiempo de convivencia a perfectos hologramas  -generados por “H” y que poco se diferenciaban de los auténticos, porque eran capaces no solo de imitar la voz y los gestos, incluso en su carácter resultaban indetectables, y al tacto no digamos, sólidos como una roca- como les decía yo también sufrí el trauma correspondiente, aunque no tan brutal como en otras familias en la que los padres apenas ven a sus hijos, muy ocupados en vivir sus vidas virtuales. Los míos procuraban pasar algunas horas al día conmigo y mis hermanos, por lo que la iniciación a la vida adulta, cuando se nos revela la patética verdad de una sociedad deshumanizada, no me causó los terribles trastornos que en otros casos lleva a la huida a las montañas Negras, para vivir el resto de sus vidas con los granjeros rebeldes, o incluso al suicidio. A mí me dio por vivir todas las aventuras posibles, autorizadas o no por nuestro amable “H”. Cuando me cansé de recorrer nuestro planeta Omega, por tierra, mar y aire, e incluso de hacer un corto viaje al espacio, con las limitaciones a que nos obliga la cuarentena establecida por nuestra inteligencia artificial tras la guerra con los noctorianos, tuve la suerte de que me llamaran la atención los animales, con los que establecí vínculos de amistad y camaradería. Sabiendo de la existencia de caeros salvajes, cerca de las montañas Negras, aunque no dentro del perímetro establecido para el territorio de los granjeros rebeldes, decidí acercarme hasta allí yo solo, sin ninguno de los artilugios que nos permiten estar en contacto con “H” y solicitar el rescate si fuera necesario. Me limité a solicitar de nuestra inteligencia artificial ropas de invierno, un afilado cuchillo de caza y algunas provisiones comprimidas y enlatadas. No quise utilizar ningún medio de trasporte porque todos sus viajes quedan grabados y no deseaba que nada ni nadie supiera dónde me encontraba.

“Fue un viaje agotador, con algunas incidencias que no viene al caso contar ahora. Cuando llegué al territorio de los caeros la nieve continuaba cayendo, porque ya saben ustedes que “H” es capaz de todo, incluso de crear microclimas en determinados territorios si así lo considera pertinente. Los caeros están adaptados a la nieve de tal forma que si un día deja de caer sobre el suelo, ya la echan de menos. He oído que en las montañas Negras hay verdaderas estaciones climatológicas, porque así se lo pidieron los granjeros rebeldes a nuestra IA en tiempos ya remotos, cuando se estableció el pacto que sigue vigente en nuestros días. “H” aceptó crear un clima específico para ellos y a cambio ellos aceptaron que se formara un perímetro defendido por rayos gamma que nadie pudiera atravesar, ni en un sentido ni en otro. Los caeros de la zona subieron a alturas más elevadas, buscando la nieve perpetua, si bien emigraban bajando a lugares más bajos cuando necesitaban alimentarse. Como saben son capaces de alimentarse durante días y días, almacenando el alimento en capas de grasa de las que luego se alimentan cuando no encuentran plantas de las que alimentarse. Los caeros que permanecen fuera del perímetro de las montañas Negras no pueden seguir ese ciclo de migraciones puesto que por allí no hay altas montañas por lo que “H” hizo una de las suyas, un disparate climatológico y ecológico, como es el de hacer nevar de forma constante, aunque no copiosamente. Pero, aun así, los caeros hubieran muerto de hambre si un extraño fenómeno no permitiera que la nieve se derritiera en ciertas zonas para que brotaran plantas de las que alimentarse. Al parecer se debe a una corriente de fuego subterráneo, perfectamente controlado, que evita se produzcan terremotos y volcanes y que se mueve en círculos suficientemente amplios para que las plantas que allí brotan sean bastantes para alimentar a las manadas que pueblan ese territorio. Se preguntarán ustedes cómo pueden sobrevivir mis caeros en nuestra finca. Eso se lo explicaré más adelante. Regresando a mi viaje, les diré que la fortuna quiso me encontrara a una cría de caeros perdida y casi muerta de hambre porque su instinto no estaba lo bastante desarrollado para percibir su alimento a grandes distancias, como hacen los caeros adultos. Como yo había atravesado ya algunos de estos círculos y portaba una brújula manual, no conectada con “H”, pude llevarla hasta el más próximo. Incluso me vi obligado a cargarla sobre mis hombros cuando la pobre desfallecía. Al llegar al círculo se acercó trotando hasta mí la líder de la manada, que al parecer era también la madre de la criatura, quien recibió a su retoño con tales muestras de contento y ternura que se me cayeron lágrimas hasta decir basta. Fue entonces cuando comprendí la gran inteligencia de la que están dotados estos animales, así como de la buena naturaleza y crianza, porque la lideresa tras lamer concienzudamente a su cría y dejarla que comiera a gusto, realizó una especie de curiosa danza que tenía por objeto quitarme el miedo y que le permitiera acercarse a mí. Lo que hice, descubriendo asombrado, que a mí también me lamió, de los pies a la cabeza, ceremonia que con el tiempo comprendería significaba que me adoptaba también como hijo y me aceptaba en la manada. Aquello me conmovió tanto que permanecí un tiempo prolongado con la manada, observando su vida y costumbres. Como saben los rebaños están formados por hembras y sus crías. Los machos permanecen alejados de estos rebaños, llevando vida aparte, hasta que en la época de celo pelean entre sí para conseguir los primeros lugares en la larga y sumisa fila que se forma con objeto de que las hembras puedan elegir a su antojo. Esta es una conducta tan insólita que cuando regresé, al comenzar la época de celo, le pedí a “H” que me la explicara, así como que me diera toda la información que poseía sobre los caeros.

“Quedé tan impactado por la experiencia que renuncié a mi vida aventurera y decidí que conseguiría suficientes créditos para pedirle a “H” me adjudicara una finca especial donde pensaba traer a toda la manada, o al menos a los que quisieran venir a vivir conmigo. Pero antes de llegar a casa de mis padres, ocurrió algo que me marcaría para siempre. En el viaje de regreso perdí la brújula y comencé a dar vueltas sin sentido, buscando llegar a un terreno despejado, lo que me indicaría que estaba en el buen camino, puesto que entonces no existía una sola casa entre la nieve. Ahora está mi finca y alguna más de imitadores que quieren alejarse todo lo posible de la civilización. Acabé las provisiones y el intenso frío me fue debilitando hasta hacerme perder la consciencia. Quedé dormido sobre la nieve, esperando el final que me pareció iba a ser dulce, porque tras un intenso malestar entré en un sopor plagado de sueños agradables. Estaba tan feliz que me resultó desagradable despertar. Algo pasaba y repasaba mi cara, rascando mi piel de una forma bastante molesta. Cuando al fin abrí los ojos pude ver a la lideresa de los caeros, tumbada junto a mí. Era su lengua la que me lamía con ternura, como a un hijo, no por monstruoso menos querido. Sus grandes ojos me miraban con un afecto maternal que nunca encontraría entre los humanos. Reposaba en el suelo, sobre un lecho mullido de plantas y cuando mis ojos buscaron la luz en lo alto se encontraron con un techo de piedra. Me encontraba en una enorme cueva, rodeado de simpáticos caeritos que me miraban con curiosidad. Al parecer el rebaño de caeros utilizaba la cueva para mantener calientes y a salvo a las crías en los primeros meses.

“Tardé varios días en poder levantarme, durante los cuales fui alimentado por la caeresa, a la que luego llamaría así, en un bautizo improvisado. Colocaba su enorme teta, con sus pezones, sobre mi cara, incitándome a mamar. Al principio estaba tan débil que a mi boca le costó hacerse con uno y empezar a chupar. La leche de las caeras es muy nutritiva, tanto que sus crías solo necesitan unos meses para crecer lo suficiente para caminar con el rebaño. Cuando al cabo de un tiempo pude ponerme en pie y caminar todo el rebaño me acompañó hasta llegar a la tierra despejada, allí me despedí de mi amada caeresa con lágrimas en los ojos, prometiéndole con tiernas palabras que regresaría para llevarla conmigo, a ella y a su rebaño. Me costó llegar a casa, donde mis padres reales tardaron en darse cuenta de mi regreso, muy ocupados en su mundo virtual. Estuve muy ocupado en pedirle información a “H” sobre la forma más rápida de conseguir créditos y la posibilidad de que con ellos pudiera conseguir una gran finca, adaptada para la vida de un gran rebaño de caeros. Me costó algún tiempo, bastante, conseguir los créditos suficientes, luego elegí el terreno, lo más cerca posible de la cueva donde fui salvado de la muerte. Hasta que pude adoptar a Caeresa y sus crías y convencerla de que iba a estar muy bien en mi finca, pasó bastante tiempo. Mientras tanto yo la visitaba en trineo motorizado, pasando con ella algunos días, no muchos, porque necesitaba realizar actividades que me permitieran ganar créditos lo más deprisa posible. Hice de todo, todas las actividades remuneradas con créditos, cuantos más mejor. Debo agradecer a este programa que aceptara contratarme cuando comenzó a funcionar el canal gestionado por omeguianos, al margen de la enorme oferta de canales ofertados por “H”, los créditos conseguidos aquí como tertuliano me permitieron instalar a todo el rebaño de la Caeresa en mis tierras y darles todo lo que necesitaban, creando una gran familia, con la que estoy muy feliz. Tuve la enorme suerte de conocer a la que luego sería mi amada esposa, Alierina, cuando “H” solicitó mi permiso para recibir visitas de ciudadanos interesados en ver cómo vivían los caeros, mansos y apacibles, en una finca creada expresamente para ellos. La dulce Alierina fue de las primeras en llegar con un grupo de turistas. Me hizo numerosas preguntas a las que fui incapaz de contestar puesto que mis ojos se habían quedado prendados de sus hermosas facciones y mi lengua muda. Cuando recobré el habla ella aceptó quedarse conmigo una temporada, conociendo a los caeros y conociéndome a mí. De esta forma se inició nuestra historia de amor que…

Nuestro querido Artotis se ha quedado sin habla y tal vez lloroso, lo que no puedo saber porque debo confesar que hemos engañado a nuestros holovidentes, que sin duda han creído todo el tiempo que nuestro tertuliano seguía con nosotros, cuando antes de comenzar su disertación abandonó el estudio, subiendo al medio de transporte a disposición de este programa, desde el que ha hablado todo el tiempo. Esa es la razón por la que las cámaras no lo han enfocado y los holovidentes han visto todo el tiempo unas hermosas secuencias de la vida de los caeros. Como el transporte de Alierina y acompañantes también ha estado viajando rumbo de la finca de Artotis, no me sorprendería que ambos estuvieran ya en la finca o muy cerca…

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