DON ALCANFOR, MODISTO Y DECORADOR
Dice
tener unos cuarenta años, pero para alguien que no sea miope o tonto ya pasó de
los sesenta. Solo su peluquero, de toda confianza, conoce que el verdadero
color de su pelo es el gris-canoso. Ha pasado por tantos tintes que en cada
cabello queda un poco de verde, de azul, de amarillo, de... vamos un verdadero
arcoiris. No se le conocen preferencias sexuales, ni amantes, ni palabras
comprometedoras en cuanto al sexo. Vive solo con su gato, su perro, sus
canarios, una serpiente de cascabel amaestrada y a la que un veterinario
destripó los crótalos y los dientes y un pequeño cocodrilito al que llama
largarto Juancho.
Saltó
a la fama en la pasarela Cibeles, hace ya muchos años. Su desfile levantó
ampollas, porque fue el primero en utilizar las transparencias y en aplicar a
la moda su peculiar surrealismo. Así es, porque Don Alcanfor se considera un
surrealista de la nueva escuela. Adora el surrealismo clásico de principios del
siglo XX y adora a Salvador Dalí, del que tiene un par de cuadros en sus
habitaciones (nadie sabe cómo los consiguió). Se niega a admitir que el
surrealismo haya muerto y tras una mezcla experimental con el cubismo, el
clasicismo, el arte abstracto con limón y el collage con naranja, amén de otros
elementos indescifrables, unidos todos ellos en el cáliz de su delirante
imaginación, ha logrado un estilo inconfundible. En moda se dice que este es un
Alcanfor y no hay nada más que añadir.
Además
de modisto es un decorador de prestigio internacional. Ha decorado los áticos
la Quinta Avenida, las villas más prestigiosas de la Costa del Sol y de otros
lugares de indudable glamour por todo el mundo; incluso llegó a decorar un
gigantesco iglú, que un excéntrico millonario mandó construir en el polo Norte.
Nadie que haya visto un apartamento decorado por Don Alcanfor podrá olvidarlo
nunca mientras vida, e incluso le perseguirá en sus pesadillas post-mortem.
Son
famosas sus sillas-venganza y otros inauditos inventos que no vamos a
relacionar de momento. Les daré una brevísima descripción de las sillas para
que vayan abriendo boca y porque soy un narrador compasivo, buen samaritano y
negro, quiero decir un escritor negro, vamos, no de piel, sino de esos que lo
inventan todo, lo escriben todo y luego viene un idiota, le pone su famoso
nombre y lo tira por la ventana como un best-seller.
Disculpen que me ponga así, pero odio a los
escritores que utilizan negros. Las sillas tenían unas formas extravagantes,
pero lo que más llamaba la atención era su respaldo, una especie de cuadro o
retrato de madera, donde se podían colocar gigantescas fotografías de nuestros
enemigos más acérrimos. Por encima un cristal a prueba de balas impedía el
desgaste. Se utilizaban fundamentalmente en el comedor, sin perjuicio de que el
dueño pudiera sentarse en ellas donde quisiera, incluso en la vía pública. Don
Alcanfor diseñó un retrete con esta forma, que aún utiliza en su apartamento, y
que llegó a estar de moda un tiempo, no mucho, porque era muy caro y los ricos
no hacen esas cosas de colocar sus posaderas sobre los rostros de sus enemigos,
ni mucho menos ventosearse a discreción sobre ellas. Hubiera tenido un gran
éxito de ser más barato, porque los pobres tienen muchos enemigos, entre ellos
todos los ricos y famosos.
Pero
ya basta por hoy. Puede que les siga narrando la vida y milagros de Don
Alcanfor o puede que no. Porque desde esta tribuna de la Casa de Asterión, que
tan gentilmente se me brinda, quiero denunciar que Slictik es un tramposo y que
utiliza negros para que le escriban sus famosos textos. En realidad es un
maldito impostor. Todo se lo escribo yo, un negro anónimo, y estoy harto, hasta
la coronilla, de que me pague mal y tarde. Aquí se acabó la historia, porque lo
digo yo, y me declaro en huelga y a Slictik que le den por rasca y que el
próximo best-seller se lo escriba su padre.... He dicho.
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