miércoles, 6 de agosto de 2014

MI VIDA FICTICIA EN EL CHAT III

 


Caí en la chatmanía. Así, como lo oyen. Me hice un adicto. Ya sé que actualmente esto de las adicciones suena a chunga. Uno se hace adicto a mirar las piernas a las señoras y acaba en la consulta de un psiquiatra confesando que se trata de una enfermedad que le impide llevar una vida normal. Falta de voluntad, esa es la causa de los males de nuestro tiempo, especialmente de la mayoría de las adicciones. Uno piensa que nunca le va a suceder lo que les sucede a los demás y se deja llevar por la corriente. Pero cuando más descuidado estás, ¡zás!, te pilla la adicción. Y les aseguro que no es cosa de risa.

Uno puede ser adicto al tabaco, al alcohol, al juego, al sexo... Y no sucede nada... o por lo menos pareces más normalito. Un chatmaniaco no pasa desapercibido porque deja de ir a trabajar, no sale de casa y cuando lo hace se va a un cyber-café de esos y cuando coge el coche va tecleando en el volante y cuando hace cola en una ventanilla teclea en la espalda del que está delante y cuando vas a comer te pones un trozo de hamburguesa en la boca y tecleas y tecleas hasta que al cabo de una hora notas algo en el estómago, como un vacío y es que no te has comido la hamburguesa. Te has olvidado de ella porque ya no comes, ni duermes, ni vives. Eres un chatmaniaco irredimible y sólo te interesa hacer nuevos amigos en el chat y gastar bromas y ligar con quien sea pero ligar.

Al principio pensé que no era una enfermedad grave aunque sí un poco molesta, pero ahora se ha convertido en un trastorno patológico de la personalidad que me tiene muy preocupado. ¿Qué me impulsó a ello?. Toda adicción nace de la necesidad de alcanzar una dosis de placer suficiente para lograr olvidarse de los problemas de la vida. ¿Cuáles son mis problemas? ¡Si yo les contara!

Les podría contar que estoy soltero y solo en la vida. ¡Buaahh!  En estos tiempos esto suena a algo natural. Todo el mundo está soltero aunque tenga compañera con la que compartir la media hora al día que te deja este ritmo enloquecedor. Pero si además les digo que no tengo pareja de hecho, que no tengo amigos de hecho, que no tenía nada de hecho hasta que me hice internauta (ahora todo es virtual, nada de hecho), entonces si les digo todas estas cosas, me comprenderán y disculparán esta adicción patológica que me esté volviendo loco.

No es extraño que haya caído en la chatmanía porque de esta situación a la adicción sólo había un paso. Necesito una dosis de placer suficiente, a todas horas, y necesito comunicarme, a todas horas y a cualquier precio. No me serviría ser rico ni famoso ni siquiera poderoso. Lo que yo necesito es comunicarme. Comunicación... Con hombres, con mujeres, con niños, con perros, con gatos, con plantas, con lo que sea, pero comunicación.

En el chat encontré lo que busco puesto que la comunicación es la esencia del chat y nunca acabas sabiendo si el que está al otro lado es un hombre, una mujer, un niño, un gato o una planta porque los alias todo lo enmascaran y porque las teclas pueden muy bien moverse solas en un baile de sambito virtual que acaba por convertirte en un Hamlet virtual. ¿Habrá alguien al otro lado o no lo habrá? La comunicación se logra, es cuestión de intentarlo, de intentarlo una y otra vez. Mis almas gemelas deben andar por alguna parte, perdidas, sin saber nada de mi. Es preciso que las encuentre, es preciso que se completen las medias naranjas y los medios limones. La comunicación entonces será perfecta y yo podré olvidarme de todos y cada uno de mis problemas.

Para combatir la chatmanía no hay estrategia que sirva. Buscas, buscas y buscas... y eso es todo. Ni la relajación, ni los somníferos, ni salir a pasear el perro ayuda lo más mínimo. Les voy a contar una pesadilla que sufrí anoche, justo anoche, para que se hagan una idea de lo inútil que es combatir esta adicción y lo espeluznante que resulta ser víctima de este monstruo insaciable.

Las pesadillas se caracterizan por una obsesión compulsiva del subconsciente que te obliga a huir toda la noche de un temor que no asumes en la vida real. Puede suceder que hables en sueños o te levantes sonámbulo o... Lo mío es peor, mucho peor, porque mi lecho, amplio, moderno y confortable, se vino a bajo de los saltos que estuve dando toda la noche. ¿Cómo es posible? Ahora les cuento.

Empezaré por el final para que se hagan una idea aproximada de lo ocurrido. Me desperté sobresaltado, mi brazo se alargó y encendió la lamparilla de la mesita de noche. La luz apagó mis temores pero mis carcajadas estuvieron a punto de despertar a todo el vecindario. Y es que la cama parecía haber sufrido una guerra muy cruenta porque en primer lugar las patas que la sostenían se habían desmoronado como las columnas del templo de los filisteos a los impulsos de Sansón. La ropa estaba por los suelos y enrevesada de tal manera que la conclusión lógica es que alguien había intentado transformarme en momia. Me encontraba a un palmo del suelo, justo el ancho del colchón. Por un momento pensé que me había convertido en un salvaje recién desembarcado en una moderna y confortable habitación pero al rememorar la pesadilla me consolé pensando que eso era lo mínimo que podía haber sucedido. Una catástrofe nimia para lo que pudo haber sido.

Era un chat misterioso, lo confieso. Y eso que he visitado tantos que ya es extraño de por sí que algún chat me parezca misterioso. Recuerdo que allí se hablaban todas las lenguas existentes y algunas más que debieron hablarse cuando lo de la torre de Babel. Un traductor simultáneo justo en la esquina derecha de la pantalla, arriba del todo, ponía al alcance de mi ojo, desmesuradamente abierto, impecables traducciones del ingles, francés, alemán, chino, japonés, etc. Etc. Todas las lenguas y dialectos del mundo, incluidas lenguas africanas como el watusi o el bantú, eran traducidos a tu lengua nativa por aquel programa infernal, de pesadilla vamos.

Miré la lista de asistentes y casi me caigo de culo. Ese debió ser el primer salto de la noche, el que quebró la primera pata de la cama. Actrices, top-models, famosas, aristócratas de buen y mal vivir, millonarias de mejor palpar, portadas de Penthouse o Playboy, pornostars (las conocía a todas por sus nombres); locutoras de televisión (las adoraba antes de ser chatmaniaco, ¡qué elegantes, qué dulces, qué bellas!
No podía ser cierto. Estaba soñando. Hice una pregunta rápida y la lancé al ruedo del chat. ¿Es un carnaval chatiano?  No me lo puedo creer. La respuesta llevaba una docena de signos de admiración por lo menos ¡¡¡imbécil¡¡¡ ¡¡¡eres...eres...eres...¡¡¡ ¿Aún no sabes que es el día de la rebelión de las famosas?. Se sienten solas. Los hombres que las rodean, que están en sus vidas íntimas, son unos eunucos (son sus propias palabras, no me echen a mi la culpa). Están buscando príncipes azules entre la clase internauta-proletaria-anónima. Expón tus cualidades, hazte valer. Tal vez ligues con la estrella de tus sueños. Y ahora déjanos en paz.

Repasé la lista: Michele Feifer, Claudia Chifer, Sharone Estone, Julita Robersss. Bellezas nacionales a porrillo que no mencionaré por miedo a la querella (las extranjeras no se van a enterar). Las pornoestar de cuerpos más conocidos, las aristócratas más emblemáticas y millones más de bellezas deslumbrantes a las que conocía por sus nombres de pila porque antes era un adicto a las revistas del corazón, a los programas televisivos de color rosa, a los comentarios radiofónicos sobre intimidades a la luz de los famosos. Las conocía a todas por sus nombres de pila y eso que eran millones. ¡Sé que no se lo van a creer!

Tocábamos a una docena por cabeza haciendo un rápido cálculo estadístico del número de internautas-prolotarios-anónimos dividido por el número de bellezas y elevado a la raíz cuadrada de Pi a la décima potencia. Instantáneamente llamé la atención de la Feifer pero el chat era un caos indescriptible. Mi parrafadita desaparecía por abajo antes de que acabara de escribirla por arriba. La cinta verbal del chat debía de estar perfectamente engrasada porque corría que se las pelaba. Cuando me ponía a buscar la contestación de la Feifer ya se me había metido en danza la Estone. Entonces rápidamente, instantáneamente escribía una nueva y seductora frase. "Estone, eres el amor de mi vida". No daba tiempo a más porque ya la frase se perdía por abajo a velocidad vertiginosa. Observé que la lista de chatianos nuevos se incrementaba en proporciones geométricas. Eran los alias más raros que nunca vi en la Red. Se recurría a la mitología pagana, a la inventiva más delirante.

Imaginé lo que estaba pasando. Los correos electrónicos, los móviles, las señales de humo estaban echando humo. Se quería comunicar a toda costa con los amiguetes porque éstos nunca te perdonarían no haberles llamado para el gran chat del milenio. Nunca te perdonaría haberles privado de la oportunidad de haber ligado con la Feifer o la Chifer o la Estone o la Robersss... Nunca. Así pues los que estaban en el ojo del huracán estaban llamando como locos a sus amiguetes de toda la vida quienes se incorporaban al chat como unos auténticos energúmenos.

Con cada incorporación se me iba uno de mis sueños. Se me iba la Feifer, se me iba la Chifer, se me iba la Estone, se me iba la Robersss. Aquello era una guerra de todos contra todos. Fue entonces cuando descubrí algo que en la sorpresa del inicio se me había pasado por alto. Un letrerito indicaba que si querías hablar en un reservado debías cliquear el nombre de la afortunada. Cliqueé a la Fifer con tanta dulzura que apenas rocé la tecla. Entré atropelladamente en el reservado y me vi boxeando con una centena de admiradores. La Feifer no dejaba de decir que uno por uno please. El traductor estaba tan ocupado que se olvidó de traducir el please. Comprendí que entre tanto bruto suelto solo una frase poética, un versito arrebatador me podría dar la chance sobre el resto. Mis deditos volaban sobre el teclado lanzando al ruedo versito tras versito. De pronto mis ojos asombrados vieron mi alas en la frase que la Feifer acababa de escribir. Quería saber más de mi, cómo me peinaba (soy calvo), si me gustaba el campo o la ciudad (dudé, todas las estrellas son animales urbanos).

Me sentía tan feliz que di otro bote que quebró la segunda pata de la cama. De pronto en otra esquina de la pantalla apareció un cuadradito con el nombre de la Feifer llamándome a voz en grito. Comprendí enseguida lo sucedido. No solo nosotros podíamos cliquear sobre sus nombres sino que ellas podían cliquear sobre los nuestros. ¡Qué felicidad hablar a solas con la Feifer!. ¿Pero qué es lo que está sucediendo?. Aparecen la Estone, la Chifer, la Roberss. Una docena de admiradoras habían descubierto que la Fifer tenía ya su príncipe azul encontrado en lo más profundo del pantano cenagoso del anonimato. Ahora todas querían conocerme. Boté y la tercera pata de la cama se vino abajo con estrépito.

La pantalla se llenó de cuadraditos. Todas querían hablar conmigo, en sus respectivos reservados, naturalmente. Intenté cliquear pero los cuadraditos se fueron haciendo más y más pequeños al aumentar el número en proporción geométrica a la información que corría veloz por todo el chat y por toda la Red. Toda, todas, sin excepción querían conocerme, a mi, a su príncipe azul. Mis ojos eran incapaces de ver nombres en los cuadraditos infinitesimales en que se había convertido la pantalla de mi ordenador. Los ojos sudaban, bailaban pero era imposible que pudieran ver nada. La pantalla estalló en infinitos pedazos como en un nuevo big-bang virtual y mis ojos se salieron de las órbitas y se perdieron cada uno por su lado y en dirección opuesta.

Boté por última vez y la cuarta pata de la cama se quebró con un estrépito indescriptible. ¡Ufff!. ¡Menos mal que todo era una pesadilla!. Con la luz encendida acaricié el lomo plastificado del despertador. Gracias a él había conseguido librarme del infierno.

¡Ufff!. ¡Vaya pesadilla!. Lo malo de la realidad virtual es que en un solo cable cogemos casi todos. Especialmente si el cable es de banda ancha. Lo que es ancha debe serlo un rato. No me imagino el camarote de los hermanos Marx en banda estrecha, no me llega la imaginación. Eso desde luego sería la remonda.

Continuará.


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