LA CIUDAD PIRATA
Desde luego
las ciudades piratas son actualmente lo más divertido de la Red. Todo lo
marginal, lo pirata, ha sido lo más divertido a lo largo de la historia. Lo
establecido, el stablishmen, el statu quo, será lo que sea, que no me voy a
meter en juicios de valor, pero de divertido tiene poco. Con la seriedad de entierro que acostumbran a
exhibir los que van montados en ese burro, con perdón, no es extraño que todo
el mundo se lance de cabeza a lo prohibido. Que no digo yo que no sea algo
serio mantener a la bendita sociedad al margen de piratas y macarras pero una
cosa es una cosa y otra ir por la vida con cara de entierro. Que ya sabemos que
todos nos vamos a morir pero tampoco es cuestión de recordarlo todos los días y
a todas horas. Vamos, digo yo.
La ciudad a
la que me dirijo en mi cochecito virtual tiene el atrevido nombre de
Viejos-verdes-City. Allí he quedado con el resto de la pandilla. Los que
quedamos de aquellos heroicos tiempos de chats, foros, correos electrónicos y
tortugas en la Red. Que no exagero nada con lo de tortugas porque simplemente
en encender el ordenador y buscar una página te tirabas medio fin de semana.
Algunos de ellos se han encontrado con la Parca virtual en cualquier esquina y
se han colado por el agujero del cementerio de internautas donde recibes un
entierro de primera si has cotizado la mitad de tu sueldo a las Cias de seguros
virtuales que son unas verdaderas lobas. He tenido la desgracia de asistir a
varios de estos sepelios con música de banda y muñequito orador con disfraz del
Ejército de Salvación que está en todas partes, lo mismito que la divinidad.
Otros colegas están demasiado doloridos ya para permitir que les trasladen del
lecho del dolor al casco virtual del sudor. Ni siquiera las dulces y potentes
enfermeras que nos ha puesto la S.S. consiguen animarles para este viaje
infernal. ¡Quién nos iba a decir a nosotros, los jóvenes carrozas, que la S.S.
no solo aguantaría el tirón del futuro sino que incluso llegaría a ser la
multinacional por excelencia, más sólida que Fort Knox donde los yanquis siguen
teniendo sus cuantiosas reservas de oro!
A mi me
duelen todos los músculos -suponiendo que me quede alguno- y todos los huesos,
que me quedan muchos, de este cuerpo
serrano que aún conservo, por llamarle de alguna manera. Pero os aseguro que
nada ni nadie podrá evitar que moribundie bajo este casco virtual de nuestros
dolores, que es un verdadero engorro, creánme. Sudaba como un bendito cuando a
la entrada de la ciudad un muñequito vestido de policía federal me dio el alto.
No me sorprendió lo más mínimo puesto que las autoridades de Metrópolis velan
con ahinco por que se cumplan las normas. Una de las más importantes es no
llevar nunca droga debajo de la ropa interior. Ya sé que les puede extrañar que
unos simpáticos muñequitos actúen de manera tan incorrecta pero las drogas de
diseño continúan haciendo furor y algún listillo ha inventado una droga-virus
que oculta bajo la ropa interior y activada en el momento adecuado contamina el
casco virtual del internauta real llevándole a curiosos mundos encuadrados
dentro de un universo de saga de ciencia-ficción donde todos acaban perdiéndose
en fantasías futuristas sin pies ni cabeza. Nadie que se sepa ha vuelto nunca
de esos mundos por lo que las autoridades están aterrorizadas por el bajón de
natalidad en Metrópolis, los internautas cada vez son menos y más viejos.
Dejé que el
policía hurgara en mi ropa interior sin ningún miedo. Acostumbro a llevar
siempre unos marianos viejos y remendados que antes utilizaba solo en invierno
pero con los años uno va sintiendo más y más frío, incluso cuando suda. Le
bastó el tacto de la vieja prenda de lana y un rápido vistazo para darse cuenta
de que un servidor era inocuo por naturaleza. Son los jóvenes con su manía de
llevar ropa interior de colorines y de andar probando siempre cualquier novedad
que se les ponga al alcance los que más les preocupan. Alcé mi gorra en un
saludo amistoso y puse el cochecito en marcha adentrándome por la calle
principal de "Viejos-verdes-city".
Suena raro
que justo a la entrada de una ciudad pirata nos espere un policía federal de
Metrópolis. Es como si en un puti-club de los de antes un policía de uniforme
vendiera entradas pero es que los tiempos han cambiado mucho y la tecnología ha
avanzado tanto que cualquiera puede hoy construirse una ciudad pirata en el
primer arrabal o desierto que se encuentre al paso y hay muchos. La posibilidad
de controlar estas ciudades piratas es una entelequia a la que las autoridades
renunciaron hace tiempo, incluso las más recalcitrantes. De esta manera se
conforman con poner un miembro de las fuerzas del orden a la entrada de cada
ciudad pirata para que se cumplan las normas más elementales. La principal es
no llevar droga-virus que pueda acabar con la mínima tasa de natalidad capaz de
mantener Metrópolis dentro de unos límites aceptables. Se dice que apenas nace
un internauta por cada uno que muere. Un verdadero desastre que nadie sabe cómo
remediar.
La ciudad
pirata más famosa es "Las-Vegas-sueño-de-ludópatas", en inglés
"Dream-ludopatín". Está controlada por las diferentes mafias piratas
que se mueven por Metrópolis como Pedro por su casa. Cada una de ellas tiene su
trozo de pastel muy bien delimitado y a nadie se le ocurriría comerse algo
ajeno o sufriría una terrible indigestión virtual. Se la distingue muy
fácilmente de las otras porque las fuerzas del orden son muñequitos de anchos
hombros, sombrero caído sobre los ojos y trajes a la vieja moda de los años
veinte del siglo del mismo guarismo. La moda retro sigue haciendo estragos y
cada vez son más los que buscan en un pasado remoto la pátina de individualidad
que todos hemos perdido en numerosas hemorragias virtuales.
Hace algún
tiempo que no voy a Las Vegas porque el juego no ha sido nunca una de mis
adicciones. De vez en cuando junto con la pandilla hacemos una escapada porque
las muñequitas de los espectáculos musicales están de toma pan y moja. Alguna
que otra vez merece la pena escuchar a un viejo cantante, de los de antes, que
nos deleita con los viejos éxitos. La música de ahora es una especie de
machaqueo insufrible a base de los más modernos instrumentos, sintetizadores de
ensueño, que sólo se utilizan para encontrar el vellocino de oro del ritmo
supermachacante. Tiene algunas otras atracciones divertidas que algún día les
contaré.
Estaba
deseando llegar al pub de Martina "La divina", una portorriqueña que
quita el hipo a pesar de su edad provecta. Allí me estaría esperando toda la
panda a la que tanto quiero y tanto me quiere. ¡Oh Dios mío qué recuerdos más
deliciosos cada vez que veo sus viejas y feas caras!. Seguramente faltaría
alguno ya demasiado dolorido para ser trasladado desde su lecho hasta el sillón
superanatómico. Cada vez somos menos y es que ni en Metrópolis uno se libra de
empalmar el cochecito al carro fúnebre de la Parca virtual que aún utiliza el
viejo medio de transporte de la carroza tirada por caballos. ¡Pero vaya lo que
corren los viejos percherones!. Me puse triste pensando que a mí también me llegaría
la hora y gruesas gotas de sudor perlaron mi casta frente de viejo verde. Y eso
que ya era de noche en "Viejos-verdes-City" porque aquí puedes salir
de casa con un sol espléndido y pillarte una granizada en mitad de la autopista
o hacerse de noche justo en lo que tardas en echar un pis ecológico en el
arcén.
Estaba a
punto de llegar al pub de Martina cuando apenas tuve tiempo de frenar para no
cargarme a un muñequito que estaba gesticulando como un loco en medio del
asfalto. Observé su uniforme y me puse a temblar. Se trata de un guardia de
seguridad de la ciudad pirata. Son los peores, los más meticulosos y los más
cencerros. No hay quien les aguante en cuanto se ponen a hacer tolón-tolón. No
me atreví a bajar el cristal de la ventanilla, no me fío de que se acabe
calentando y me suelte un sopapo. Di orden a mi casco virtual de que encendiera
los altavoces exteriores del cochecito. El guardia gritaba como un energúmeno
sin lograr hacerse entender y es que los cristales están hechos a prueba de
bombas virtuales y de estrépitos no deseados. Los altavoces no solo me sirven
para comunicarme con el exterior sino que recogen todos los sonidos del entorno
hasta el límite que tú quieras, incluso la raspadura de un fósforo contra la
cajetilla de tabaco de los fumadores empedernidos que no han sido capaces de
dejarlo ni a tiros y las autoridades han tenido el detalle de permitirles fumar
en público.
>>Pare
el motor, amigo, tengo que registrar el coche.
Me había
olvidado de advertirles que otra de las normas esenciales es llevar programas
de contrabando en el maletero. Los hackers siguen haciendo de las suyas y no
resulta especialmente gracioso quedarte paralizado en cualquier parte incluso
en mitad de un beso a tornillo con una muñequita de las Vegas. Siguen
pretendiendo apoderarse de Metrópolis y de todas las ciudades piratas que
encuentren a su paso. Son como los caballos de Atila donde pisan ellos no
vuelve a crecer el chip. Lo cierto es que llevan un tiempo tranquilos porque
las autoridades de Metrópolis han decidido pagarles un canon por cada
visitante. Guardan sus créditos en las cuentas cifradas de la
banca-suiza-virtual (B.S.V.) que sigue siendo el inconmovible paraíso fiscal de
la historia. Algunos rumores pretenden que los gobiernos virtuales empiezan a
tener miedo de un golpe de estado virtual de los hackers pero es solo un rumor
porque qué haría un hacker en el gobierno si precisamente lo suyo es hacer la
puñeta al statu quo a cualquier precio.
A todos nos
gustaría que se acabara de una vez el paraíso fiscal del B.S.V. porque
cualquier tipo de guerra virtual termina siempre con las armas
nucleares-víricas escondidas en sus cajas fuertes. Así no hay manera de acabar
de una vez por todas con el armamento. Estas guerras son como ciclos
climatológicos a los que uno se acaba acostumbrando. Que toca lluvia, pues
lluvia, que toca guerra de hackers, pues qué le vamos a hacer. En este momento
nadie sabe si estamos en primavera o en otoño y ¡maldito lo que nos importa!
A la orden
del guardia respondí con una sacada de lengua de total desvergüenza. A lo que respondió aquel
con otra sacada de lengua mucho más larga y de color verde, supongo que ya
había descubierto que se trataba de un viejo verde aunque no crean que algunos
jóvenes y sobre todo jovencitas se dejan caer por aquí. Supongo que es el morbo
que nunca muere. Mano de santo, pueden creerme, el guardia pasó de registrarme
el coche y es que para mi suerte aún seguían conservando la contraseña de mi
última visita. El guardia bajó la mano, esbozo una sonrisa de oreja a oreja y
me hizo señas de que podía continuar mi accidentado camino.
La ciudad
bulle de muñequitos que saltan como cabritillas locas y descorchan botellitas
de champagne francés con un entusiasmo digno de la celebración de un
nacimiento. Los viejos verdes somos así, alocados, llenos de vitalidad, todo lo
queremos celebrar, sea lo que sea, y con champagne del bueno. Un corcho rebota
en el parabrisas y me preparo para lo peor porque nadie escapa indemne a estas
celebraciones.
Continuará.
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