NOTA PREVIA/ Este es un personaje
esbozado hace años, cuando el autor sufría una experiencia inolvidable, un
acoso o mobbing en el trabajo que le hizo pensar que se estaba transformando en
una especie de monstruo vengativo que solo pensaba y vivía para la venganza.
Temiendo por mi carácter, que nunca fue bueno, pero que estaba empeorando a
ojos vistas, recurrí a mi terapia favorita en estos casos, parodiarme hasta
hacerme sangre a fuerza de latigazos y conseguir que todos mis pecaminosos deseos
de venganza los llevara a cabo un personaje humorístico, que no era yo, pero
como si lo fuera o fuese, visto lo mucho que acabo disfrutando de las “gansadas”
surrealistas y esperpénticas que llevan a cabo mis personajes.
El hecho de que mi personaje fuera de
raza negra, nacido en Harlem y casi fotocopiado de algunos personajes del gran
novelista Chester Himes, uno de mis autores favoritos de novela negra, no me
arredró en lo más mínimo. Siempre he creído que yo hubiera sido el mismo, de
haber nacido con la piel negra, roja, azul, verde o multicolor y que el hecho
de no haber nacido en Harlem no suponía ningún hándicap para mí, puesto que
nunca me sentí de parte alguna y sí de todas partes, como si en cada país, en
cada rincón de cada país hubiera un clon mío, fabricado por el profesor
Cabezaprivilegiada, el único científico loco del planeta capaz de hacer
cualquier cosa y quedarse tan “pancho” como si no creyera en nada, cuando él es
un fervoroso creyente de una iglesia protestante que ahora no recuerdo cuál es.
Una vez esbozado comenzó a dormir el
sueño de los justos, como la mayoría de mis personajes, hasta que fue
resucitado para participar en el Hotel de los líos o disparates junto con un
entretenido compañero sacado de la famosa película Casablanca, Sam, tócala otra
vez Sam, como así se llamaba, fue el inseparable compañero de Slim, que ponía
música a todas sus andanzas. Y así esta divertida pareja trotó un poco, no
demasiado, por el Hotel de los líos, hasta que regresó a su consabida
hibernación a la espera de tiempos mejores.
Estos tiempos han vuelto, ahora que me
dedico, en horas y días perdidos, a recuperar todos mis personajes y ver qué se
puede hacer con ellos, aparte de programarlos para que me den de latigazos
cuando me duerma demasiado o me lo merezca por mi cinismo connatural,
inerradicable y bastante divertido, todo sea dicho. Me temo que tendré que ir
reformando todo lo manuscrito hasta el momento, porque la inserción de Sam fue
posterior al esbozo y al manuscrito original, lo que me obliga a utilizar un “deus
ex machina” para introducirle en la vida de Slim, el vengativo, junto con su
famoso piano, razón por la que tendré que llamar a una grúa, de otra forma no
veo cómo hacerlo caer del cielo sin que se rompa el piano, la cabeza de Sam y
todo lo que pille por el camino antes de tocar suelo.
Mi fervor por Chester Himes seguro que
me puede traer serios quebraderos de cabeza, porque el humor “negro” (fuera
bromas), llevado a cabo por un blanco, aunque tenga el corazón negro, como es
mi caso, puede herir ciertas susceptibilidades que no se sentirían heridas si
yo hubiera nacido con la piel de otro color que no fuera este blanco lechoso
que nunca he conseguido cambiar, entre otras cosas porque odio el sol. Quiero
dejar bien claro que el humor se atreve con todo, aunque si no es generoso y
humano, puede llegar a ser peor que un veneno, administrado subrepticiamente,
es decir una auténtica mierda. Al menor síntoma de racismo me haré tratar por
el doctor Carlo Sun, discípulo de Jung, porque nunca he soportado el racismo y
la xenofobia, de hecho nunca me he sentido a gusto con el color de mi piel, con
mi cuerpo, con mis manos, cabeza y resto de apéndices, e incluso con mi alma,
yo debí haber sido otro, pero como soy el que soy, apechugaré con ello y no
dejaré que el odio que me tengo se trasluzca demasiado.
SLIM EL VENGATIVO
NARRADO POR UN LECTOR DE CHESTER HIMES,
A QUIEN SE LE FUE LA OLLA Y A
SABER DÓNDE ESTARÁN COCIENDO GARBANZOS, ÉL Y SU OLLA
Harlem, señoras y señores, señoritos,
mileidis, y señoraes (palabra que propongo para designar a todos, “ñoras y
ñores”…en Harlem el plato de la venganza se sirve caliente, no se deja enfriar
nunca.
¡Cómo pudo haber nacido aquí Slim,
llamado desde que fuera destetado y mordiera a su madre, Slim el vengativo!
¡Cómo pudo un hombre tan frío como el invierno de N.Y. y tan vengativo como
Shylock, tan paciente como un testigo de Jehová ante la puerta de un alma
pecadora o haciendo cola para pertenecer al grupo de los elegidos, los 120.000
que serán salvos en el día del Juicio final, haber nacido en un barrio tan caliente,
donde la venganza no llega a la boca, porque alguien la arrebata a medio camino
y se la lanza al primer viandante!
La vida está llena de misterios y uno
de ellos, el más inextricable, es la razón por la que obligaron a Slim a asomar
su pepinuda cabeza en pleno centro de Harlem. Otro es cómo pudo papá Gooding,
el Gordo y lujurioso Gooding, el drogota Gooding, inseminar a mamá Lucy, la
flaca borracha, y salir de semejante ayuntamiento un trozo de hielo como Slim.
Harlem, queridos amigos y enemigos, es
conocido en el amplio mundo entre otras cosas por las maravillosas novelas de
Chester Himes, también por albergar el Cotton Club (protagonista de la película
del mismo nombre) y por algunas cosillas más. Los turistas extranjeros no saben
mucho sobre este paraíso donde la venganza se sirve siempre caliente. Para quienes hemos nacido en Harlem, es ante
todo la cloaca donde hay que sobrevivir o morir sin quejarse, sin abrir la
boca, no sea que alguien te robe los dientes, y sería justo, puesto que los
cadáveres no comen y ya no los necesitan.
Ese fue el error que cometió Slim
-¡quejarse!- y nada más nacer. Mientras aquí los niños no lloran al recibir el
primer azote en el trasero, sino que muerden, Slim se comportó como un niño
enclenque, hijo de papá Rockefeller y mamá Bolsa, y lloró desesperadamente
pidiendo la “teta” de mamá, sin darse cuenta de que estaba muy ocupada dándole
a la botella. Y se empecinó en el error al continuar llorando, pidiendo la
ayuda de papá Gooding, sin ser consciente de que su progenitor estaba
intentando una estafa con la que lograr unos pocos dólares con los que
comprarse su dosis de crack y después un coño ardiente con el que olvidar la
amargura de haber nacido en Harlem.
Como papá Gooding no ha conseguido
llevar a buen término la estafa, largo tiempo planeada, con el ciego de la
esquina (éste ha salido corriendo tras él a tiro limpio, ¡un ciego con una
pistola!) se ha visto obligado a ofrecerse a Jimmy Death, el jefe de la
pandilla que controla la droga en las cuatro esquinas de la manzana. Sí, porque
en cada manzana hay una pandilla distinta. Aparte de Jimmy Muerte están… Mejor
lo dejamos para otra ocasión. Eso nos llevaría mucho tiempo.
Unos nacen con buena estrella y otros
estrellados y hay quien nace en Harlem. La vida es así de injusta y de puta…
Como Annabela, que le cobraba hasta al “consolador” con el que se lo hacía
cuando escaseaban los clientes. A Slim la vida le cobró por atravesar la puerta
que da acceso al útero materno. Y es una
deuda que Slim no pudo pagar nunca. Los cobradores de la vida siempre le
persiguieron, intentando que pagara la ingente cantidad, aunque fuera a plazos,
pero Slim es mucho Slim, nunca pagó, así le arrancaran las muelas.
Por suerte todos los niños tienen un
ángel, que solo les abandona cuando dejan de ser niños y se convierten en
adultos, es decir, en demonios. Aunque Slim nunca se consideró un niño, jamás,
es posible que su corazón fuera de niño algún tiempo más de lo que uno puede
seguir conservando la niñez en Harlem, porque un verdadero ángel apareció en la
vida de Slim para endulzarla con su maravillosa música. Tenía que ser también
de raza negra, como somos todos en Harlem, y tenía que llamarse Sam, con su
piano a cuestas, que nunca lo aparcó en parte alguna y siempre lo defendió con
arma blanca o pistola contra quien intentara apoderarse de sus alas, es decir
de sus teclas, blancas y negras, como las de todo piano. Tanto enamoró y
dulcificó su música el carácter de Slim, que éste, en reconocimiento eterno
comenzó a llamar a Sam con el bonito nombre de Sam, tócala otra vez, Sam. Y de
esta forma quedó bautizado para la posteridad. Pero como aún queda un poco de
tiempo para que Sam y su piano caigan sobre la cabeza de Slim desde un piso alto
de un edificio de Harlem –se salvó porque Sam era un ángel y midió bien la
caída- dejaremos aquí anotada esta circunstancia y seguiremos con la historia
que teníamos ya esbozada.
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