sábado, 27 de noviembre de 2021

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XVI

 


-Bueno, hay mucho que contar, pero no quiero acaparar la conversación. De niña no tuve muchas oportunidades de ver animales, salvo en los documentales grabados por “H” y adaptados a los niños, también las tiernas historias que nos contaba en películas con animales holográficos. Me temo que no tuvieron mucho éxito entre los niños. A los hechos me remito, ni siquiera el uno por cien de la población tiene alguna mascota en su casa. Tal vez la culpa fuera de esa aberración de educar a los niños con figuras holográficas de sus progenitores. Es cierto que “H” no estaba muy de acuerdo con esa petición mayoritaria de los padres omeguianos, especialmente vantianos, pero cedió a la presión y eso creó muchas generaciones de niños traumatizados al conocer que sus padres eran hologramas diseñados por nuestra inteligencia artificial, basados en el físico y la psicología de los auténticos, que dedicaban su tiempo a satisfacer todo tipo de deseos hedonistas dejando que sus hijos fueron educados por una inteligencia artificial, por muy inteligente y sensible que fuera. Esos padres egoístas ya no conocerán lo que es disfrutar de la convivencia y educación de unos hijos. Al menos “H” tuvo la buena idea de no dejar tener más hijos a quienes no educaban ellos mismos al primero. Yo fui una de esas niñas traumatizadas al descubrir que sus adorables padres no eran otra cosa que robots holográficos. Si no huí a las Montañas Negras se debió, en buena parte, al club fundado por vosotros para niños traumatizados. Os agradezco mucho esa ayuda inestimable, ya que “H” no considera que deba tratarse al margen de la terapia onírica normal, lo que por otro lado sería contradictorio, ya que no se entendería que se dedicara a curar un trauma que él mismo provoca dejando que los padres puedan elegir que padres holográficos cuiden de su progenie. Ya sé que lleváis mucho tiempo intentando que “H” modifique esa autorización y os lo agradezco. Os propongo llevarle un manifiesto de varios puntos, el primero éste, con la firma de todos los holovidentes que estén de acuerdo, la primera yo.

-Una gran idea, querida Rosindra. Hago un llamamiento a todos los holovidentes que estén de acuerdo, y también a los que no lo están, para que lo estén. Podréis firmar en vuestros holovisores en cuanto el manifiesto esté confeccionado. No os pido que firméis en blanco porque nadie debe poner la mano en el fuego por nadie.

-Quien acaba de hablar es Arminido. Supongo que habéis reconocido su voz, pero aunque así no fuera siempre sabréis que es él por su maldita costumbre de llamar “querido” a todo el mundo, especialmente si es “querida”. Creo Rosindra que deberíamos cederle la palabra a nuestro “querido” Artotis, que se estará mordiendo la lengua, para que nos hable de sus caeros y cómo consiguió adoptarlos. Luego nos hablarás de los koories conforme nos vayamos acercando a su bosque y podrás puntualizar lo que nos cuente Artotis.

-Claro, querida Alierina, muy bien puntualizado. Y te recuerdo que utilizo mucho la palabra “querido” porque quiero a todo el mundo, especialmente a ti, querida. No voy a recordarte que el director de este programa, al menos sobre el papel soy yo, porque te has burlado de mí con mucho cariño. Y ahora concedamos la palabra al Sr. Artotis. Querido, ¿cómo fue la adopción de tus caeros?

-Por fin, por fin. He tenido que morderme la lengua, apretar los dientes, clavarme las uñas en la palma de las manos, para no protestar por esta discriminación, por esta marginación, por este ninguneo. Comenzaré diciendo que me costó tanto que “H” me permitiera adoptar que estaba a punto de colarme en su palacio de cristal y dejarme explotar allí de rabia, acabando con él y con su templo sagrado. No voy a nombrar a todos mis caeros por su nombre, porque nos llevaría mucho tiempo. Desde aquí les mando un beso a todos ellos, que me estarán viendo. Bua, bua y bua. Debo decir que mi afición a estas entrañables personas, tan animales como nosotros y tan poco racionales que da gusto hablar con ellos, comenzó cuando en una excursión a las montañas Grises, una de las pocas cordilleras de este planeta que se nos permite visitar y que merecen la pena por la altura de sus picos y la belleza de sus valles, sufrí un accidente, quedé desconectado en mitad de una apabullante nevada, y perdí el conocimiento. Desperté en una gran cueva donde se habían refugiado una manada de hembras caeros con sus niños. La mamá líder me estaba lamiendo la cara. No sé cómo conseguiría librarme del casco protector, o tal vez fui yo el que me lo quité en un último gesto de lucidez automática.  Allí fui cuidado como un nene más de la manada hasta que me recuperé. Por eso mi agradecimiento y amor hacia estos admirables animales será eterno y no paré hasta cumplir mi promesa de adoptar a unos cuantos, o a muchos, o a todos, si fuera posible…

-Esto no nos lo había contado, Sr. Artotis, precisamente el episodio de su vida que más le honra.

-Si quieres, Arminido, hacemos un programa especial sobre este incidente, pero ahora déjame continuar. Cuando me recuperé y pude restablecer la comunicación y fui rescatado, me dije que intentaría adoptar a la líder de la manada, a sus nenes y a otros miembros de aquel grupo de caeros que me habían salvado la vida. Para ello los marqué con pintura ultrasónica, que me permitiera reconocerlos si mi mezquindad permitía que me olvidara de ellos. Y así inicié el largo proceso burocrático, complejo, doloroso, agónico que supone la adopción de una mascota en esta sociedad tan artificial. Cuando se lo planteé a “H” sufrí un severo interrogatorio. Luego tuve que realizar un largo cursillo sobre la vida de los caeros, su biología, usos y costumbres, para terminar con unos ejercicios prácticos consistentes en vivir entre ellos. Por suerte pude localizar a mis salvadores. “H” me permitió vivir entre ellos, adaptarme a su forma de vivir y acabar siendo como uno más. Cuando recibí el aprobado general, vino lo peor, ya que nuestra amable inteligencia artificial me pidió un elevado número de créditos por adoptar, de momento a la lideresa y sus nenes, para el resto tuve que esperar a conseguir más créditos.

“Fue la etapa más laboriosa de mi vida. Me hice con el manual de créditos y fui realizando todas las tareas que proporcionaban créditos, empezando con la primera. Me casé con mi amante virtual más querida por el rito de la Mente Cósmica, que como saben es la religión de los granjeros rebeldes. Debo agradecer a “H” que nos permitiera viajar, a Arleína y a mí, hasta las montañas Negras, donde superamos todo el ritual previo y la ceremonia nupcial, y regresamos casados y bien casados. Decidimos tener un hijo biológico –un montón de créditos- y cuidarlo a la manera tradicional –créditos suficientes para adoptar a casi toda la manada de caeros de la cueva, liderados por mi buena amiga Caerina- y así nos encontramos, casi de la noche a la mañana, con una familia numerosa. Mi esposa y yo nos habíamos planteado abandonar la vida tradicional en Vantis, El Omostrón, sin duda el peor invento de “H”.

-No estoy de acuerdo…

-Vale Elielina, luego podrá defender su postura, ahora déjeme continuar. Tuvimos que renunciar a nuestras casas y con los créditos obtenidos le pedimos a “H” que nos construyera una nueva cerca de la cueva de los caeros. Nos queda un poco lejos. Lo peor es el gasto en transporte. No podríamos con él si no fuera porque este programa nos paga los viajes con sus créditos. Así iniciamos una vida aislada, casi monacal, renunciando a casi todas las supuestas ventajas que dice habernos proporcionado nuestra inteligencia artificial…

-Vaya, vaya, Artotis, no sabíamos nada de esto. Nos lo ha ocultado todo este tiempo. Creo que bien podríamos hacer un programa dedicado a su vida y milagros.

-Estoy dispuesto a negociar, pero ya le adelanto, Arminido, que una condición indispensable será duplicar el presupuesto de créditos para viajes.

-Todo se andará, querido Artotis, todo se andará.

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