HUMOR ERÓTICO
CIEN MUJERES EN LA VIDA DE UN GIGOLÓ
VENUS DE FUEGO
Hay mujeres cuyo sexo tiene tal parecido con una
caja registradora que hasta suena la típica musiquilla cuando metes bola. Y hay
hombres que han metido su pajarito en la caja fuerte, sin musiquilla, y ahí lo
dejan muerto de risa hasta que alguien acierta con la combinación. De todo hay
en la viña del señor. Venus de fuego era una de esas mujeres de espléndido
escaparate que han descubierto la fórmula exacta para transformar su sexo en
una máquina registradora, capaz de marcar cada polvo con un clic y su
cuenta corriente con un cero detrás de otro. Algo así como subo un orgasmo y
pongo varios ceros a la cifra siguiente.
Iba a decir curiosamente, pero debo cambiar la
expresión por precisamente por eso era una mujer de bandera. Una mujer con
menos cuerpo que ella no habría podido hacerlo. Rubia, alta, cuerpo diez,
pechos que llamarían la atención de un eunuco, caderas tan rotundas que una de
sus sacudidas podría electrificarte y encenderte como una bombilla de mil
watios. Piernas largas y formadas en uno de esos moldes perfectos que la
naturaleza esconde en lugar secreto para distribuir un cuerpo por millón, al
menos. Rostro de rasgos suaves, boca grande, labios gruesos y lascivos, ojos fríos, calculadores. En resumen, yo
particularmente la describiría como una máquina de sexo. Tan solo con verla te empalmabas. En cambio
ella apenas disfrutaba.
Poseía toda la técnica de una hetaira nacida para el
sexo, pero era fría, muy fría, un témpano a su lado se encogería de frío.
Tenías la sensación de estar metiendo la polla en un frigorífico con piernas y
tetas. Claro que eso lo supe después. Lily no quiso estar presente en mi
primera lección. Eso me puso sobreaviso, pero no me esperaba precisamente un
robot sexual.
Que yo sepa ninguna otra madame obligaba a los
nuevos a recibir lecciones de sus pupilas. Claro que Lily era la madame más
extraña y seductora de la historia de la prostitución. Puede parecerles raro
que sus pupilas aceptaran dar lecciones al nuevo semental, pero creo que les
parecerá menos raro si les digo que Lily pagaba espléndidamente, tenía
exquisito cuidado con respetar los días de descanso y las vacaciones cuando uno
se encontraba un poco bajo de forma. Te cuidaba como una mamá cálida y amorosa
y no permitía que los matones se acercaran a menos de cinco leguas. Con una
madame así uno aceptaba dar lecciones gratis y aún se sentía agradecido.
Lily me dijo que mi primera lección la recibiría de
Venus de fuego. Ella no estaría presente (siempre lo estaba porque le
encantaban los menage a trois) porque tenía una cita muy, muy importante. Todos
sabíamos que ella retrasaría cualquier cita por un buen menage a trois. Yo me
toqué la oreja quedándome pensativo y pensando si el fuego de Venus produciría
quemaduras sádicas o algo por el estilo. Nos adjudicó la casa número tres, un
chalecito en la sierra. Tal vez pensando que en caso de necesidad podría correr
al bosque cercano y prenderle fuego para calentarla. Desde luego es un poco exagerado lo que estoy
diciendo porque Venus sabía calentar, cuando le apetecía hacerlo, naturalmente.
Llegamos por separado, no quiso acompañarme y
tuvimos que utilizar dos de las limusinas que Lily pone a disposición de los
buenos clientes. Hubo que utilizar dos chóferes que la requebraron a la
llegada, mientras nos presentábamos, a pesar de que ambos la conocían
sobradamente. Venus arrebata el aliento de los machos en piropos un poco antes
de arrebatarles la cartera. A ella le
encantan estas cosas, como por ejemplo que los hombres vayan con la lengua
fuera tras su culo redondito y prietito. Tuvo el detalle de darles tan magra
propina que me sentí avergonzado y les solté un billete grande a cada uno. La
avaricia es una de las características de Venus de fuego, es rácana como nunca
imaginé que se pudiera ser.
Le gusta que abran las puertas delante de ella, que
la dejen pasar, que la sirvan una copita, que admiran su belleza sin par
mientras se despoja del vestido como una diosa a la puerta del Olimpo. Todo eso
hice alt tiempo que intentaba encontrar una frase para romper el hielo.
Antes de encontrar la dichosa frasecita ella ya
estaba en el dormitorio. Se había bebido la copa, servida generosamente por un
servidor, de un solo trago. Se tragó los cubitos de hielo sin inmutarse. En
paños menores me pedía que hiciera un streptease para calentarla.
-A las mujeres también nos gustan los cuerpos de los
hombres, no vayas a creer. Un buen estiptise nos ayuda a ponernos cachondas,
ja,ja.
Su risa era destemplada, lo mismo que su voz, que
poco tenía de dulzura, aparte de su timbre, muy femenino, eso sí. No se molestó
en poner música, tuve que desnudarme con los contoneos y al ritmo que ella
indicaba. Debo confesar que su gusto musical era detestable. Ante mi queja de
ser incapaz de moverme sin música, puso en el equipo una de sus cintas
favortias. La melodía era chabacana y la letra mejor dejarla.
Ya desnudo hice un rápido movimiento de caderas y
tapé mi polla con las manos. Al destaparla estaba erecta y se movía al compás
de la cargante musiquita, como si se hubiera contagiado de su ritmo chabacano.
-Creo Johnny que me va a gustar tu polla. Tiene el
tamaño ideal, ni muy grande, ni muy chica. Sabes cariño. Me molestan las pollas
grandes, son un incordio. No es que mi coño sea pequeño, pero...
Se despojó de las braguitas con el remilgo de una
colegiala y me enseñó el triángulo venusino. Con dos dedos se separó los labios
y pude ver que la entrada era muy holgada, eso sí.
-Ves. Aquí podría coger la mayor polla del mundo.
Pero los hombres sois todos unos brutos, no sabéis hacerlo con delicadeza. Las
pollas pequeñasn tampoco me gustan, hay que ayudarlas a entrar y luego se salen
en lo mejor. Nunca sabes qué hacer para que el pajarito esté a gusto...
ja,ja... Un incordio, como te digo.
La educación sentimental de Lily a lo más que había
llegado era a hacer de ella una pija sin clase. No me sorprendió. Ni siquiera
una maestra como Lily podría conseguir hacer de ella algo más que eso: una pija
con cuerpo de Venus.
Lo estaba admirando sin tapujos. Ella se acababa de
desprender del sujetador, que colocó con excesiva delicadeza sobre un sillón,
por lo que pude apreciar se trataba de una prenda de primera, muy cara y
llamativa. Era roja haciendo conjunto con sus braguitas y con su apodo
llameante. Tenía que hacer honor a él en todo lo que se pusiera encima o se
quitara, en sus gestos, en sus palabras. Tenía que ser puro fuego
continuamenta. Y eso es imposible a no ser que seas bombero y vayas metido en
un traje incombustible. Su vestido también era rojo y desde luego su cuerpo
podría serlo si se la calentaba lo suficiente. Eso estaba claro. Todo podía ser
muy bien rojo fuego, todo, menos su alma mezquina.
Continuará.












