EL PARAJITO CANTOR/ CONTINUACIÓN
Sabes bien
Johnny cómo me gustan tus espermatozoides, me los como cruditos y aun soy capaz
de degustar ese delicioso sabor a pescado. Pero aquella vez casi vomito. Sin
decir nada salí corriendo para el servicio y allí me lavé la boca, luego me
enjuagué con un colutorio y vomité en seco. Tardé unos minutos en recuperarme.
Al volver él me estaba esperando con la sonrisa de oreja a oreja. ¿Por qué no
te habré encontrado antes? Me dijo sin ninguna ironía. Creo que tú y yo vamos
a ser muy buenos amigos. Me pidió que me quitara la braguita y me echara a su
lado. Me estuvo magreando el sexo con sus deditos hasta que notó que me ponía
cachonda. Sabes que basta con que una hormiguita me hurgue allí abajo para que
me ponga como una loca. El se dio cuenta de que sus manipulaciones me gustaban
mucho y siguió con ellas hasta conducirme al orgasmo. Sabía hacerlo bien el
pequeño demonio. Imagino que de alguna manera tenía que contentar a sus parejas
aunque no creo que una profesional de la calle le consintiera algo así.
Debieron reírse mucho del pobrecillo. ¿No crees Johnny?
"Te
confieso Johnny que lo pasé muy bien aquella noche. Zoilín me trabajó bien con
los dedos. Era una lástima porque si ponía el bigote no le llegaba la boca. Me
hacía muchas cosquillas. Era agradable jugar con su cosita aunque no logré que
me pasara de los labios. Solo la vez que le unté la pilila logré notar su presencia
dentro. Era como una hormiguita juguetona y agradable. Se sirvió una copa y se
puso enseguida contento. No soportaba muy bien el licor. Me estuvo contando
cosas que sabía de grandes hombre y que podían hacer caer castillos. Lo creí
todo. Zoilín no era un mal chico aunque cuando se ponía a soltar trapitos
sucios se le cambiaba la cara, algo verdaderamente desagradable.
"Le serví una segunda copa y entonces ya no se contuvo. Todas sus fantasías sexuales salieron a relucir. Con quién le gustaría hacérselo y cómo. Los cotilleos sobre famosos que aparentaban ser muy machos y eran maricas. Quién era quién en la cama y cómo las mujeres son siempre mejores folladoras que los hombres cuando se ponen a ello. Me divertí mucho, aunque tuve que morderme la lengua varias veces para no reírme en su cara.
Aquí se interrumpió Ani. Sus historias eran a menudo tan largas que necesitaba varios días para rematar la faena. Recuerdo que aprovechando una de nuestras noches libres semanales la invité a cenar y a un dansing en una discoteca, donde se había puesto de moda la salsa y otros ritmos caribeños. No soy un gran bailongo, pero quise animar a esta dulce mulata que entonces pasaba por una de sus rachas de melancolía e introversión. A ella sí le encantaba el baile, más que nada en el mundo, a excepción del sexo. Aceptó entusiasmada. Escogió un restaurante mexicano porque le apetecía comer algo picante y allí, mientras nos metíamos entre pecho y espalda un plato de chili con carne que era puro fuego (lo mitigábamos con copitas de ron que no hacían sino intensificarlo) decidió seguir contándome la historia de Zoilín. Disimuladamente enchufé la grabadora y la escondí bajo una servilleta aprovechando una de sus ausencias para ir al servicio (el picante parecía acentuar sus necesidades mingitorias).
¡Verlo para creerlo!, que diría el otro. Nunca imaginé que existieran hombres así. Salidos de madre,sí, naturalmente; impotentes, claro; eyaculadores precoces, a montones, pero como Zoilín ninguno. Era un caso excepcional en todos los sentidos. Anabel se transformó durante un tiempo en su mamá. El se encontraba tan entusiasmado como un infante con mamá nueva. Era cariñoso, discreto, delicado y generoso (sus regalos eran de poco valor, pero de muy buen gusto). Aparte de estas bellas cualidades Zoilín exhibió tal sinceridad que hasta Lily se hizo cruces cuando Anabel le contó las confidencias que aquel pervertido compartía con ella en horas de lecho y cháchara.
Los secretos de Zoilín abochornarían hasta al mismo Satanás, que no teme el ridículo con tal de ganar almas para su causa. La propia Ani me lo contaba con la reticencia que hubiera puesto en hablarme de la desverguenza de algún hermano o familiar muy cercano. Ya a los postres, muy relajados e intentando hacer la digestión de la cena, Anabel se lanzó a contarme el resto de la historia que yo paso a contarles con mi propio estilo.
"Zoilín gustaba de colocar su cabecita de pepino sobre mis pechos tan pronto como se le disparaba la pilulita, que era casi siempre al tocar mi chumino. En raras ocasiones logró meter el gatito en la cueva. Así puesto cerraba los ojillos de aprendiz de demonio y me contaba su vida de pe a pa.
"Procedía de una familia numerosa -sus papás creían que cuantos más hijos tuvieran más los bendecía Dios- que fue bendecida con un indiano, su bisabuelo, que regresó, con una gran fortuna, al país de donde saliera con una mano delante y otra detrás. Con semejante fortunón no es extraño que se pasaran las noches buscándose las cosquillas.
"Zoilín era el mediano de doce hermanos, la mitad machos. Ya de niño era tan enclenque y feo que sus propios hermanos se burlban de él, haciéndole objeto de las mayores perrerías. Lo que le llevó a suplicar a su padre para que lo mandara como aprendiz de cura a un seminario. Allí llegó un buen día, para alivio de todos sus hermanos y progenitores. Eligieron un lugar lejano, en el norte, donde no se veía el sol y la melancolía se te metía por el pecho hasta el fondo del alma.
"El sufrió de melancolía hasta que el azar le descubrió que el pequeño pito servía para otra cosa, aparte de para mear a escondidas porque no le vieran sus compañeros y se burlaran de aquel regalo envenenado que le hizo la naturaleza. Si bien era diminuto cantaba sin parar, como un jilguerito alegre que saludara a la vieda desde el alba al ocaso, e incluso en sueños, pues siempre se despertaba tieso y con muchas ganas de pitar. La naturaleza le había provisto con flautín de impúber pero con huevos de avestruz que fabricaban leche merengada para surtir una ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario