Estaba ya tan acostumbrado a mi
amnesia que ni siquiera me planteé una posible comparación con mi vida sexual
anterior, mejor dicho en el pasado, porque la anterior era la experiencia con
Kathy, inclasificable, inimaginable, incomprensible. Ciertamente estaba
convencido de haber tenido una vida sexual muy rica, aunque no la recordara,
incluso la posibilidad de haber sido un gigoló estaba calando en los agujeros
del techo de mi cerebro, suponiendo que los tuviera y algo pudiera colarse por
ellos, pero todo ello era agua de borrajas, porque recordar, lo que se dice
recordar, solo recordaba mi estancia en Crazyworld desde que me despertara en
la enfermería y viera allí a Kathy, la enfermera, la vampira, la diosa que me
había deslumbrado. El resto era una vaga y confusa sensación de cosas que me
venían a la cabeza, sin ton ni son, y que lo mismo podían proceder de mi
fantasía, suponiendo que los amnésicos tengan imaginación, o de esa actividad
mental que se supone que tiene toda mente que se precie, lo mismo que la
naturaleza de un basurero es almacenar todo tipo de basura. Por eso lo que
estaba sintiendo ahora, la firme certeza de que podría tener sexo con Heather
aún después de una noche con Kathy, con escasas horas de sueño y un agotamiento
que casi ni sabía cómo era de tan intenso como parecía ser, bien podía tratarse
de la ilusión que tiene todo hijo de vecino de saltar el obstáculo que tiene a
unos pasos y alcanzar la meta.
A pesar de todo no podía dejar de
disfrutar de aquel maravilloso cuerpo desnudo que se me ofrecía a la vista y al
tacto, puesto que tras ser desnudado velozmente y empujado al lecho, de
espaldas y sujetado por piernas y brazos, estaba preparado para vivir una
deliciosa aventura, claro que mejor que el trabajo lo hiciera todo ella, al
menos de momento, luego ya veríamos cuando se calentara el motor y los pistones
hicieran lo que tuvieran que hacer, que no sabía muy bien lo que era, aunque
tuviera una vaga idea, y me estoy refiriendo a los de un coche, porque mis
pistones, o sea los testículos o como los llamara El Pecas, que tenía un
vocabulario extenso y poco melindroso, parecían saber muy bien cuál era su
función en todo aquel proceso, es decir, hincharse, estirarse, dolerse, fabricar
lo que tenían que fabricar, a toda prisa y luego esperar el momento de
arrojarlo todo por la tubería hacia donde esperaba ser bien acogido.
El sueño pugnaba con el deseo
espantoso que tenía de ser acariciado, magreado, abrazado, estrechado,
estrujado y puesto a cien por el cuerpo más maravilloso que había visto nunca.
Y aquí debo volver a matizar que en realidad cuerpos desnudos solo había visto,
o recordado haber visto, el de Kathy y ahora el suyo. Pero aún así la insidiosa
sensación de que había visto muchos continuaba colándose en algún rincón de mi
consciencia, donde parecía estar ganando la batalla. Lo cierto es que Heather
debía de haberme deseado mucho y con mucha intensidad porque su excitación,
calentón o los mil nombres que tiene o puede tener algo así, parecía estar a
punto de llegar al paroxismo y ella no estaba muy dispuesta a embridar nada, ni
una yegua fogosa, ni un cuerpo calenturiento, ni cualquier otra cosa que se le
pusiera a tiro. Quiso saber a qué sabía mi boca, y lo supo, sin prisas, me
mordió el labio inferior y eso me ayudó mucho a despertarme completamente,
aunque solo fuera un momento. Sus manos querían conocer mi piel y la
conocieron, también sin prisa, pero cuando tocó mi pene, bastante dormidito el
pobre, éste se despertó rápidamente, bostezó y me interrogó sobre lo que estaba
pasando. Le contesté que él sabría y que me dejara en paz, que estaba muy a
gustito tumbado tranquilamente boca arriba, relajado, buscando la forma de
dormir una noche en un minuto, de descansar horas en segundos y de darme
tiempo, a la espera de que el volcán explotara y todo saliera por el aire, en
cenizas, en nubecitas blancas o en lo que tocara en ese momento.
Mi pene no bostezó dos veces, sus
ojitos ciegos debieron abrirse y contemplar todo aquel cuerpo prieto, las
curvas, las colinas, las llanuras, los valles e incluso aquel formidable y
celestial trasero que él no podía ver y yo tampoco en aquel momento, pero bien
que me había regodeado con él en las ocasiones en que tuve ocasión. Lo cierto
es que el pene se excitó mucho, muchísimo, y sin pedirme permiso se estiró todo
lo que pudo y más. Esto, percibido, sentido, visto por Heather la animó a
tocarlo, acariciarlo y luego a besarlo con fruición, buscando posturas
adecuadas, momentos dichosos, todo ello sin prisa, porque ella no parecía tener
la menor prisa, no así yo que esperaba que su excitación la llevara a una
rápida galopada y a un final feliz, consistente en un agotamiento dulce, como
el sueño que la iba a invadir. Solo que de momento eso no ocurría y tras
explorar mi cuerpo, rincones y poros se introdujo a mi despierto miembro en su
más que despierta y excitada cueva, buscó la postura, comenzó a subir y bajar
con suavidad y delectación, me miró, sonrió, me volvió a mirar, abrió la boca,
suspiró, luego gimió y todo iba de perlas para ella y también para mi pene, que
en el interior de la cueva disfrutaba como pocas veces le había visto
disfrutar, de nuevo matizo lo de la amnesia y estoy harto ya de ella, a ver si
con un poco de suerte, como mucho me llega a mañana. La galopada, los gemidos,
el cuerpo apoteósico de Heather, sus asombrosos pechos, y todo lo demás se
confabuló para que yo me olvidara del merecido sueño y la sujetara por las
caderas, coadyuvando a su placer y al mío. No contengo con ello me volví loco
de repente, la volteé y sin la menor inhibición decidí que la posesión de
aquella mujer era para mí más preciado que el oro y los diamantes, suponiendo
que supiera lo que era aquello, que no lo sabía muy bien. La pasión me cegó, a
ella también, porque cerró los ojos, gemí, grité, ella también y más y al final
ocurrió lo que tenía que ocurrir, que la fábrica ya no podía con tanta
producción y se vio obligada a expulsarla por la tubería y que fuera lo que
fuese. Lo que fue lo llamaría un orgasmo tan brutal como esplendoroso y Heather
se volvió medio loca, me arañó la espaldas con las uñas, afiladas, me mordió
una oreja, levantando sus pechos hasta mi boca, lo que aproveché para lamer sus
pezones, mordisquear sus colinas, de lo que me había olvidado y agarrarme con
sus manos las nalgas y apretar y apretar y apretar, y buf, no me podría
desprender de ella ni a patadas. Pensé que lo mejor era relajarme, en cuanto
los movimientos espasmódicos cesaran y descansar sobre su cuerpo, si me lo
permitía, lo que me permitió sin protestar.
Y eso fue todo, bueno, casi todo,
porque en cuanto se desprendió de mí y se acurrucó a mi lado y me susurró
cositas muy dulces y bonitas, el sueño me embistió como un toro enfadado y me
corneó donde más duele, no tuve tiempo ni de pellizcar un pezón de Heather como
un gesto de admiración y sentimiento de agradecimiento, porque me quedé dormido
como un plomo, un leño, una marmota, como un bebé que llevara noches sin dormir
y necesitara descansar un poco para volver a empezar a la noche siguiente.
Entré en coma, suponiendo que supiera lo que era aquello y olvidé todo, algo de
lo que sí sabía más. Cuando desperté, o mejor dicho, me despertó un fuerte olor
a café fuerte y sabroso y a algo que se calentaba en lo que supuse un microondas, y apenas tuve tiempo de terminar de abrir los
ojos del todo cuando Heather estaba en la cama, con una bandeja completa y
olorosa, me acomodó la almohada que nunca sabré de dónde sacó, ella se acomodó
y antes de iniciar el desayuno, almuerzo, comida o cena, o lo que fuera me
dijo:
-Entiendo que estés agotado,
amorcito, lo de pasar una noche con Kathy tiene que ser algo realmente
agotador. Te agradezco el esfuerzo que has hecho para contentarme y te lo
premiaré en otro momento, porque ahora veo que tienes tanta hambre como yo.
-Te aseguro que el esfuerzo no ha
sido tanto, solo contemplar tu cuerpo de diosa, todo resucitó en mí, algunas
partes antes que otras. Y en cuanto al hambre, sí que la noto, sí, pero me
gustaría que me dieras la hora, si no te molesta ser un reloj de cuco o una
Venus cuco, si te parece.
-Eres adorable, mi chichuchirrín, no
solo me has dado un inmenso placer, y medio dormido, sino que tus ojitos azules
me están prometiendo que me lo darás en un futuro, cercano y lejano. Además me
haces reír. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?
-Salir de este antro infernal, por
ejemplo.
-Dejémoslo.
Y lo dejamos. Y devoramos en
silencio. Cuando hubimos acabado, más pronto de lo acostumbrado, ella me dijo.
-Me olvidaba. Has dormido cinco
horas, cariño, y lamento que el olor de la comida te haya despertado, pero no
aguantaba más.
Llevó la bandeja a donde tuviera
que llevarla, que no lo sé porque no miré. Luego nos vestimos sin prisas, entre
arrumacos y carantoñas y acabamos por desplazarnos hacia los monitores. Yo
tenía un mal pálpito y creo que ella también. Se confirmó en cuanto vimos a
Jimmy el Pecas en la cámara de la puerta de entrada, dando saltitos como un
mono, gesticulando como un payaso titiritero de lo peor y luego pateando la
puerta, como si no le doliera. Por suerte Heather había tenido el acierto de
silenciar el sonido. Todo parecía indicar que se estaba produciendo el
apocalipsis, o puede que solo se tratara de otro asesinato.
.¿Puedes darle sonido?
-¿Para qué? No soporto la voz
chillona de ese payaso, especialmente cuando pierde los estribos. No te
preocupes, yo te puedo traducir.
-¿Cómo?
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