No se me ocurrió contar las
personalidades que afloraron a lo largo de la noche, tampoco si había equidad
de sexos, sencillamente me dejé llevar por aquella representación inverosímil y
surrealista, en la que participaban personajes de todo tipo, masculinos,
femeninos, niños, ancianos e incluso algunos personajes literarios que me
llamaron la atención, tanto por su clasicismo como por su variedad, desde
personajes bondadosos a los más mezquinos de la historia de la literatura. En
aquel momento no fui consciente de un hecho sorprendente, estaba recordando
aquellos personajes como si hubiera leído todos aquellos libros. Mi amnesia
estaba desapareciendo, o tal vez fuera que al no pensar en ello durante el
tiempo que llevaba en Crazyworld no podía saber si formaban parte de mi amnesia
o no. Lo que sí era confuso, como visto a través de la niebla, eran los lugares
y sensaciones en que yo había leído, si es que lo había hecho, aquellos libros.
Lo curioso es que parecían asociados a mujeres con contornos difusos. Una idea
extraña se fue formando en mi mente. Era como si en mi pasado, en mi vida
olvidada, hubiera sido un hombre muy promiscuo, incluso me atrevería a decir
que tal vez un gigoló. Una palabra que me pareció muy llamativo. ¿Yo un gigoló?
Entonces entendí un poco a Heather. Me había llamado yogurín, algo que parecía
significar un jovencito muy mono, muy agradable, que podía ser comido
cucharadita a cucharadita, como un yogur. Cuando tuviera un poco de tiempo y
encontrara un espejo me miraría atentamente a un espejo. De momento podía decir
que yo era un hombre joven, aunque no era capaz de calcular mi edad, alto, bien
formado, fornido, tal vez atractivo para las mujeres, aunque eso no me
correspondía a mí decirlo. Eso explicaría haber llegado hasta allí conduciendo
aquel cochazo que recordaba, porque el accidente parecía estar regresando a mi
memoria con una solidez bastante desagradable. Pero si yo hubiera sido un
ejecutivo, un magnate, también podría explicar que tuviera un coche tan caro,
eso era evidente.
Por desgracia la aparición de
personalidades o personajes, no sabría cómo llamarlos, apenas duraba cinco
minutos, lo que no me permitía captar de ellos todo lo que deseaba. Se podría
decir que aquella era una película a cámara rápida, repleta de personajes y de
situaciones. Lo más llamativo era que todas ellas tenían su propia voz y su
propia personalidad, claro, de otra forma no serían personalidades. No era como
si él fuese un imitador, un ventrílocuo, sino que las voces eran tan naturales
que uno buscaba de forma inconsciente a la mujer que estaba hablando o al niño,
o al hombre que encajara con un determinado físico. Todas ellas discutían con
otro, la personalidad nucleótida, supongo, recriminándole esto o aquello,
recabando, con amenazas, un mayor protagonismo, un mayor tiempo de consciencia
o de salida a la luz. No podía entender el escaso tiempo que afloraban, y menos
que parecieran tener un tiempo marcado por un reloj invisible. La personalidad
nuclear tenía también su propia voz, que encajaba a la perfección con el físico
de aquel hombre. Intervenía en todos los monólogos de sus personajes, les iba
calmando con una voz suave y tranquila, les explicaba que no había suficientes
horas en el día para que todas pudieran tener un mayor protagonismo,
simplemente una hora para cada una relegaría a las otras a permanecer ocultas
durante días, tal vez semanas, incluso meses. Parecía tener un control férreo
sobre todas ellas, dejándolas salir a la superficie cuando así lo decidía o las
circunstancias lo aconsejaban. Bien podría ser un director teatral o un
director de circo, pongamos por caso. Eso me hizo pensar en la posibilidad de
que las diferentes personalidades que le había visto exhibir durante el tiempo
que llevaba allí no eran aleatorias, sino números de circo perfectamente
programados. Me pregunté qué buscaba en realidad la personalidad jefe. Hubiera
sido un claro sospechoso de no haber presenciado con mis propios ojos que el Sr.
Múltiple Personalidad no había salido de la habitación en toda la noche, como
pude comprobar en cuanto hubo acabado la grabación. Había permanecido de pie,
paseando por el cuarto, se había acostado, se había echado la ropa de la cama
encima, como si tuviera frío, luego se la había quitado a patadas, como si
tuviera calor, se había levantado, se había sentado en la cama, todo de forma
aleatoria o tal vez siguiendo los dictados de sus otras personalidades, no
podía saberlo. Cuando todo terminó me sentí agotado mentalmente y también
físicamente, prácticamente no había dormido en toda la noche pasada con Kathy.
El sueño se apoderó de mí, me sentía confuso, malhumorado, la realidad parecía
difuminarse, si ello era posible en Crazyworld. Solo el hecho de que mi amnesia
me impidiera hacer comparaciones explicaba que no me sintiera en un sueño
surrealista y sin sentido.
Casi le supliqué a Heather que nos
tomáramos un descanso. Ella debió interpretarlo mal porque sus ojos se
iluminaron como dos estrellitas que dieron luz a su rostro, iluminaron su
deliciosa sonrisa y todo su rostro esplendió como una supernova. Hasta su
cuerpo pareció brillar como una farola, haciéndolo aún más seductor. Me soltó
la mano que había oprimido la mía durante todo el tiempo, apretó un botón del
mando que hizo que el monitor se apagara y levantándose con agilidad felina
dejó el mando sobre su silla.
-Dame solo un minuto.
Y se dirigió taconeando con garbo
hasta la pared del fondo que no contenía nada a simple vista. Hizo algo con sus
manos, que no pude ver, porque me las ocultaba su preciosa espalda y un panel
se descorrió. Se puso en cuclillas y hurgó en el hueco. Pronto sacó una caja de
cartón que no me pareció gran cosa. De ella extrajo algo que llevó hasta una
esquina. Allí metió un enchufe macho en el enchufe hembra de la pared, oprimió
algo y el bulto comenzó a hincharse a gran velocidad. Se trataba de un colchón
de aire. Eso era. Regresó a toda prisa, me tomó de la mano y casi me arrastró
hasta allí. No tuvimos que esperar mucho tiempo. Yo no quise preguntarle nada
porque estaba molido pero sentía curiosidad por saber la razón de que tuviera
escondido un colchón. Sentí un pescozón de celos. Parecía evidente la causa de
todo aquello. No me dejó pensar mucho más. El colchón terminó de hincharse, me
sentó en él y comenzó a desnudarme meticulosamente, zapatos, calcetines,
pantalón, niqui, calzoncillos. Quedé en pilota picada en un momento. Ella se
dio la misma prisa despojándose de su uniforme y ropa interior. Me sorprendí
deseando que lo hubiera hecho más despacio.
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