domingo, 12 de junio de 2022

LA VENGANZA DE KATHY IX

 




Imaginé que me llevaría a algún lugar secreto, escondido en la biblioteca, por ejemplo, habría un mecanismo que pondría en movimiento un trozo de estantería al sacar un libro concreto y dejaría al descubierto una puerta oculta, con unas escaleras por las que descenderíamos a un sótano. Para ser un amnésico poseía una viva imaginación. No recordaba ninguna película en la que sucediera algo parecido, aunque sí tenía la sensación de que aquellas imágenes habían llegado de alguna parte, tal vez se abrió una puertecita del subconsciente, ellas salieron bailando como bailarinas de ballet clásico, me soplaron algo a la oreja, regresaron rápidamente, sobre sus puntillas y la puerta se cerró de golpe. Todo puede ocurrir en la mente de un amnésico. No había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre las cosas extrañas que sucedían en mi cabeza desde mi llegada a Crazyworld, ni tampoco existía un estado, al que se podría llamar normal, para comparar, todo era posible. Tomé nota para preguntar a mi interlocutor, cualquiera que fuese, sobre sus pensamientos, si es que en algún momento se detenía aquel tiovivo infernal y era capaz de bajarme y sentarme en algún sitio.

Pero no fue así. Me pidió que la ayudara a mover la cama de agua, de aire comprimido, gas neón o xenón o lo que fuera. El lecho estaba pegado al suelo, por lo que parecía ser algo sencillo, a no ser que el agua pesara mucho, lo que no sabía. No fue sencillo, la cama se estiraba y encogía como un chicle, pero al final logramos descubrir un trozo de suelo de madera, igual que el resto de la habitación, pero a ella le pareció bien, y a mí también. Se puso de rodillas, tanteó con la mano hasta encontrar algo que no se apreciaba a simple vista. Oprimió con un dedo algún botón que solo ella veía y dejó que el suelo se deslizara sin cambiar de postura. Yo me puse tras ella para observar el mecanismo y lo que lo activaba, fuera lo que fuese. Solo entonces fui consciente de que ambos estábamos desnudos, y ella arrodillada con el culo en pompa. La tentación acarició mi espalda, pero no la hice caso, lo que estaba ocurriendo era tan interesante que solo tenía ojos para el movimiento del suelo. Aunque debo decir que mi biología –la de un amnésico es como las demás- sí reaccionó ante el estímulo y mi pene comenzó a tener una erección que me pilló de improviso. El hueco que se hizo en el suelo dejó ver una escalera de madera que se adentraba en las profundidades. Alice se activó por completo y tocando en algún sitio encendió luces atenuadas que iluminaron la escalera. Se puso en pie y fue bajando con cuidado, sin invitarme. Yo la seguí con una curiosidad que me superaba. Mientras bajaba no podía dejar de observar toda su parte posterior, desde la cabeza a los pies. Era una mujer muy hermosa, tanto que deseaba casarme con ella a cualquier precio. ¡Vaya mierda de obsesión! No podía quitármela de la cabeza, no sabía por qué. Llegó abajo y ni me miró, por si tropezaba y le caía encima. Estábamos en una especie de habitación, pequeña, aunque suficiente, con una mesa de madera sobre la que había dos monitores y mandos y botones propios de una nave espacial. El resto eran sillas, alfombras, cuadros en las paredes y estatuas en las esquinas, una decoración somera, aunque interesante. Alice ni miró la mesa, se dirigió a una pared, levantó un pequeño cuadro y tocó algo. La pared se deslizó dejando ver el interior de un armario con ropa. Me acerqué dispuesto a cubrir mi desnudez a la mayor velocidad posible, pero entonces ella se volvió, me miró la cara y luego más abajo. Entonces tuvo una reacción inesperada y peligrosa. Me puso una zancadilla, caí sobre la alfombra y ella se arrojó sobre mí. Luego se me pondría el vello de punta al observar lo cerca que había estado de dar con mi nunca contra la esquina de la mesa.

-No se puede desperdiciar nada, la vida nos quita todo al instante, si es que nos lo da.

No supe a qué se refería hasta que introdujo mi pene que ya tenía una erección completa dentro de su vagina. Se regodeó un rato hasta que algo la activó de nuevo y el galope fue imparable. Yo me dejé ir, mi libido no parecía ser capaz de satisfacerse por completo. Llegó a donde quería llegar, y yo también. Descansó sobre mí un buen rato. Cuando se recuperó suspiró aliviada y mordisqueó cariñosamente mi oreja izquierda.

-No voy a dejarte así como así, aunque tenga que pelear con todo tu harén.

-Alice, quiero casarme contigo.

No sé de dónde salió aquella voz, desmayada y anhelante, ni siquiera lo había pensado. Ella se dejó llevar por una risa tonta y destemplada y luego me arreó un formidable mordisco en mi oreja derecha. Grité con ganas. Ella volvió a reírse, esta vez con una risa sádica. Se levantó y comenzó a hurgar en el armario empotrado. Yo me levanté casi de un salto, estaba deseoso de vestirme y salir de allí corriendo. Pero la que corría era mi mente. Me preguntaba qué hora sería, si ya se habría hecho de noche, si Kathy nos había estado espiando, si al final abandonaría su búsqueda y me iría tranquilamente a cenar o me quedaría el resto de la noche en el bosque, a merced de las alimañas. Se me ocurrieron muchas más preguntas delirantes en los segundos que Alice tardó en tirarme unos calzoncillos.

-Creo que son de tu talla. Pruébalos.

Luego me arrojó unos pantalones, una camisa, unos calcetines y hasta un chubasquero. Me lo puse todo en un santiamén y observé, pasmado, que todo me quedaba bien.

-Oye, Alice, ¿cómo hay tanta ropa aquí y además de mi talla? Y ya puestos. ¿Cómo sabías tú que la ropa estaba aquí?

-Deja de hacer preguntas y vístete.

Ya estoy vestido.

Ella me miró y sonrió. Se puso a correr perchas hasta que encontró algo.

-Espero que no te molestes, pero ¿no crees que deberíamos haber mirado antes si Kathy estaba en la casa?

-Olvídate de esa puta.

Encontró todo lo que buscaba y se puso a vestirse con tanta rapidez como había hecho yo. Una blusa verde, unas bermudas muy ajustadas en color vino y sobre todo unas braguitas y un sujetador en color negro, que realzaban su cuerpo espectacular. En cuanto estuvo vestida se acercó a la mesa, tocó unos botones y las pantallas se encendieron.

-No había nadie más en la casa, excepto nosotros. Si hubiera sido de otra manera habría saltado la alarma y ahora podríamos ver al intruso o intrusa.

-Vale, pero eso no lo sabías cuando entramos.

-Mira, me estás hartando. Si Kathy nos ha visto, mejor, que rabie hasta morderse. Pero no ha sido así. La alarma no ha saltado, si lo hubiera hecho ahora podríamos verla en algún punto de la casa. Aquí todo está automatizado y controlado por una inteligencia artificial. Te lo voy a mostrar.

Se acercó a la mesa grande y maciza que parecía dormitar en el centro de la habitación. Observé que era mucho más grande de lo que en un principio me pareció y no tenía patas, reposaba su panza en el suelo. Apenas un hueco en su centro permitía colocar las rodillas en su interior, una vez alguien se hubiera sentado en la silla anatómica con ruedas que permanecía pegada a la madera. Alice se sentó como si estuviera acostumbrada, como si lo hubiera hecho muchas veces. Ni siquiera tuvo que regular la silla a su estatura. Abrió un cajón a la derecha, oprimió varios botones y la mesa crujió, comenzaron a brotar cosas de su interior, un monitor grande que ascendió de un hueco que se había formado en su superficie, un teclado, un ratón, un artilugio pequeñito con antena, cuyas luces comenzaron a parpadear como si se hubieran vuelto locas. Me pidió que me acercara. El monitor se encendió y el sistema operativo pidió una contraseña que ella introdujo sin vacilar. Eso me hizo pensar en cómo podía conocerla y en su sospechosa facilidad para manejarlo todo sin tantear. Solo encontré una explicación. Alice se había acostado con Mr. Arkadin en aquella cama y le había comido el coco para que le enseñara todos los secretos de la casa. No quise preguntar para no estropearlo todo.

-Ves. Si hubiera saltado la alarma aparecería una ventana en rojo en la pantalla. Ahora vamos a retroceder hasta nuestra entrada en la casa. Nada. Y para que quedes contento pongo en marcha el escáner de rayos infrarrojos que también puede detectar cualquier calor biológico que se mueva por la casa o permanezca en reposo en cualquier sitio. Ahora vamos a ver las imágenes de todas las dependencias. Ves nada.

La pantalla se había dividido en numerosas pantallitas que mostraban habitaciones y más habitaciones. En efecto, todo estaba vacío. Tampoco el escáner mostraba ninguna fuente de calor.

-Oye, tampoco aparecemos nosotros. ¿Cómo es eso?

-Todo lo quieres saber. No funciona en el dormitorio de Mr. Arkadín ni aquí. El no necesita saber quién está en su dormitorio porque ya lo sabe. ¿Lo entiendes?

Iba a decir algo cuando se produjo un ruido horrísono que parecía venir de fuera, pero que también podía haberse producido en el interior. Nos sobresaltamos. Alice apagó todo con prisa, oprimió los botones en el interior del cajón y lo cerró. Pude comprobar que todo volvía a su sitio. Y nos lanzamos por las escaleras, asustados, apresurándonos para hacernos una idea de lo que significaba aquel extraño retumbar. Enseguida me hice una idea, porque se volvió a repetir, esta vez con más fuerza aún. Estuve a punto de soltar una gran carcajada. Era un trueno. Fuera debía de estar produciéndose una tormenta de aúpa. Mi primer impulso fue lanzarme a la puerta y ver lo que estaba sucediendo, sin duda un espectáculo terrorífico. Alice corrió en cambio hacia una pared. Tocó algo invisible y la pared comenzó a moverse, mejor dicho, su parte interior, porque la exterior era una gran cristalera doble o triple, imposible de romper, o mejor dicho la parte central, porque la exterior era también una pared de madera que se estaba descorriendo al mismo ritmo de la interior. Me quedé con la boca abierta. Aquella casa parecía algo mágico. Recordé que Kathy me había hablado del profesor Cabezaprivilegiada. Todo tenía una explicación, hasta la inteligencia artificial de la que Alice me había hablado abajo. Ya le preguntaría por el tema en otro momento. Tenía mucha lógica, dado que en Crazyworld existían robots, si bien yo no había visto ninguno hasta el momento.

Nos quedamos patidifusos, con las manos apoyadas en el cristal, observando ahora con gran claridad lo que ocurría fuera puesto que las paredes habían llegado al tope, dejando al descubierto toda la cristalera. La oscuridad era absoluta, como en la noche más cerrada. De vez en cuando un relámpago diabólico, porque en el cielo no creo que los haya, marcaba la oscuridad como el tridente de Satanás. A continuación se escuchaba un trueno, cada vez más horrísono, como si quisiera dejarnos sordos.

-Alice, ¿qué hora es?

-Casi las siete de la tarde. ¿Por qué?

-Por nada. Me pregunto cuándo habrá empezado la tormenta y cuándo terminará.

-Tú eres tonto, chiquillo. ¿Crees que no habríamos oído estos truenos cuando estábamos en la cama?

-Yo no. Te aseguro que no me habría enterado, ni aunque hubieran caído sobre mi cabeza.

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