lunes, 30 de mayo de 2022

LA VENGANZA DE KATHY VIII



Por lo visto no lograba desabotonarme con suficiente rapidez para satisfacer el ansia viva de poseerme que la embargaba, así que dejó de desabotonar y se limitó a tirar con fuerza hasta que todos los botones cayeron al suelo, la camisa se rasgó. Me la quitó de encima a fuerza bruta y continuó con los pantalones. Es curioso lo que puede hacer la amnesia, y más si se junta a una actividad desenfrenada que no te deja ni tiempo para pensar. Porque en aquel momento fui consciente de muchas cosas, o puede que solo de algunas, pero para mí muy importantes y sugestivas. No había caído en la cuenta de la ropa que llevaba, ni quién me la había facilitado, ni cuándo, ni de lo que había sido de la ropa que llevaba cuando aterricé, inconsciente, en Crazyworld. Aunque esto último podía suponerlo. Seguramente estaría manchada de sangre después del accidente y la habrían tirado a la basura o la habrían quemado, porque no me parecía lógico que allí se reciclara nada, dado lo bien abastecido que estaba Crazyworld. ¿Cómo era la ropa que portaba cuando conducía mi coche deportivo, seguramente de marca muy conocida y último modelo? Semejante pensamiento era una idiotez, pero me pareció un buen ejercicio para ir recobrando la memoria poco a poco. No pude dedicarme al ejercicio porque Alice estaba intentando aflojar mi cinturón, pero no de la forma habitual, quería romperlo, como la camisa, pero aquel no era de tela, si no de cuero, como es habitual y con sus esfuerzos solo conseguía apretarlo más y más alrededor de la cintura. Me estaba haciendo realmente daño. Bajé las manos y saqué la piececita metálica del agujero y yo mismo me bajé los pantalones, que eran unos vaqueros que me quedaban bastante bien y parecían caros, de una marca de postín. ¿De quién era la ropa que portaba? Era una pregunta interesante. Pero otra más interesante acudió a mi cabeza y entró sin llamar a la puerta. No recordaba haberme cambiado de calzoncillos en todo el tiempo que llevaba allí. No es que aquello me hubiera importado hasta el momento, ni siquiera había pensado en ello, pero sentí una especie de vergüenza de que Alice los viera sucios. Pero no fue así, ni siquiera le dio tiempo a mirarlos, porque me los bajó de un tirón y entonces… se quedó quieta mirando y remirando. ¿Qué estaba pasando? La luz se fue abriendo camino en mi mente oscurecida donde no había dejado de ser de noche desde mi llegada a aquel oscuro lugar. Estaba mirando mi sexo, miembro viril, pene o como se llamara, que las palabras acudían en tropel a mi mente, como si empezara a recordar todo a la vez, aunque solo lo referente al sexo, al erotismo, al diccionario de términos sexuales o eróticos o erotómanos o como diablos se denominara todo aquello. Por un momento pensé que mi sexo la había decepcionado, por eso estaba bloqueada. ¿Tal vez era pequeño, para su gusto, o en general, o por bajo de las estadísticas convencionales, o puede que fuera grande, de acuerdo a estos mismos criterios o incluso descomunal? ¿Cómo podía saberlo yo que no había visto más penes que el mío y a éste ni siquiera lo había mirado? Seguramente en mi pasado tuve que ver otros penes, en películas, en vestuarios, donde fuera que uno pudiera ver penes, pero no recordaba nada al respecto. De nuevo Alice cortó mis elucubraciones porque se arrodilló e introdujo mi miembro viril en su boca y lo chupó y masajeó con muchas ganas. ¿Significaba eso que le gustaba?

Me sentí tan excitado que no pude controlarme. La tumbé sobre la alfombra y busqué su cueva, su venusberg, o como lo denominaran en los diccionarios eróticos. Ni siquiera fui consciente de si ella llevaba pantalones o faldas, aunque me inclinaba más por lo primero, teniendo en cuenta que eran más cómodos para caminar por el bosque. No supe cómo eran las braguitas que llevaba ni si fui capaz de llegar hasta sus pechos desnudos porque sus manos introdujeron con maña y fuerza el miembro viril en sus entrañas, húmedas, cálidas, acogedoras. Me hubiera gustado disfrutar de una buena visión de su cuerpo desnudo, pero ni siquiera era consciente de que ella estuviera desnuda. Ni siquiera recordaba cómo había actuado con Kathy, con Heather, con Dolores, si había tenido tiempo o no de observar su desnudez, de explorarla, de deleitarme con ambas cosas. Ahora no podía recordar nada, porque ya estaba galopando como un caballo salvaje. Ella me animaba con grititos, suspiros, gemidos y toca clase de sonidos animadores. No supe el tiempo que pasó hasta la explosión y si ella había explotado al mismo tiempo, o antes o después. Lo cierto es que exploté y ella se volvió loca moviendo la cabeza de un lado a otro y gritando que no lo dejara y más y más. Caí rendido sobre su cuerpo y éste no se movió, como si estuviera tan agotada como yo lo estaba.

Finalmente nos recobramos un poco, lo que aproveché para besarla con ansia, con delectación, con placer y sobre todo con amor, con mucho amor, porque yo la amaba y me hubiera casado con ella en aquel momento si un cura o presbítero o lo que fuera anduviera por allí cerca. Entonces me di cuenta de que no me había quitado el calzado adecuado para caminar por un bosque que aún oprimía mis pies. Me daba igual. Estaba bien, me sentía feliz y así hubiera permanecido largo tiempo si ella no se hubiera quejado de mi peso. Me aparté a un lado, suspiré relajado, aliviado, feliz. Ella me abrazó y me besó. Luego se puso en pie y me arrastró hasta el lecho redondo, cama de agua o colchón neumático, o lo que fuera. Dejó que me detuviera a quitarme el calzado y ella aprovechó para bajarse los pantalones por completo, quitarse la blusa, el sujetador y todas las prendas que acariciaban su cuerpo. Entonces pude contemplarla desnuda a mi sabor.

-¿Te gusta mi cuerpo, te gusto yo, te ha gustado?

Solo pude asentir con la cabeza porque no me salían las palabras. Los dos caímos sobre el lecho, que se hundió, produjo un boquete que luego se rellenó lanzándonos al aire, como si tuviera muelles. Nos reímos con ganas hasta el histerismo. Luego nos fuimos calmando y probamos aquella mágica cama redonda.

-Seguro que Mr. Arkadin la encargó con todos los mecanismos inimaginables para satisfacer sus perversiones. ¿No crees?

-No lo sabía, nunca la había probado y me alegro de haberlo hecho contigo. Pero seguro que tienes razón.

Me alegré de que no la hubiera probado antes con nadie, aunque podía estar mintiendo.

-Me imagino la cara que pondrá Jimmy cuando le enseñe la grabación.

-¿Cuándo activaste el sistema de grabación? No recuerdo que lo hicieras.

-Jaja, claro, el idiota del Pecas no sabe que hay un sofisticado y ultramoderno sistema de grabación que se activa con el movimiento. En cuanto alguien entra en la casa y se mueve comienza a grabar. Ese payaso cree saberlo todo de esta casa y de Crazyworld pero ignora más que sabe.

-Perdona, pero entonces tú has tenido que estar aquí muchas veces para conocer todos sus misterios.

-No te sientas celoso, mi bebé. Yo no conocía la existencia de este antro de perversión hasta que Jimmy me trajo aquí. Sí, lo hizo con la intención de disfrutar de mi bello cuerpo, pero yo no tendría sexo con ese imbécil ni aunque fuera el único hombre de Crazyworld, ni aunque fuera el último hombre sobre el planeta. En cuanto intentó propasarse le di un rodillazo en sus huevitos, lo arrastré fuera y cerré la puerta. Debió de irse cuando se recuperó. Yo tuve tiempo sobrado para explorarlo todo. Él te habrá enseñado el antiguo sistema de grabación con cintas, el moderno está bien escondido. Luego me llevaré un pendrive con la grabación para verla una y otra vez. Tienes que prometerme que ésta no será la última vez. Vale que otras te asedien y caigas en la tentación, pero a mí no me abandones.

-No Alice, no te abandonaré nunca. Si anduviera por aquí un presbítero le pediría que nos casara. Te amo con locura.

-Jajá. Presbítero. De dónde sacas esas palabras.

-No lo sé, soy amnésico.

-Eres increíble. ¿Te casarías conmigo? ¿Y también con Kathy, con Heather, con Dolores y con todas las mujeres de Crazyworld? ¿Vas a fundar un harén?

-No lo sé, cariño. Me has dejado turulato. Eres adorable.

-Pues demuéstramelo.

-Creo, salvo que esté equivocado que los machos necesitamos tiempo para que nuestro pene se recobre.

-¿No has oído hablar del sexo oral? Nos divertiremos hasta que vuelvas a estar en forma.

Y así lo hizo. Esta vez no hubo prisas, y sí mucha exploración, muchas caricias, mucho sexo oral. No me acordé de mis elucubraciones, no me acordé de nada. Ni siquiera del tiempo que seguía corriendo en algún reloj invisible. Descansamos, hablamos, reanudamos, hasta que mi mente entró en bucle. ¿Qué hora sería? ¿Y si Kathy nos estaba espiando? Alice también recobró la cordura. Bueno, vamos a vestirnos, ya debe ser tarde. Me haré con el pendrive y regresaré para la cena, tú puedes hacer lo que quieras, te mereces un descanso.

-¿Con qué nos vamos a vestir? Veo que nuestras ropas están en el suelo, desgarradas, inservibles.

-¿En algún momento has supuesto que ese cabrón de Mr. Arkadín no lo tiene todo previsto? Ahora te enseñaré los armarios ocultos donde hay ropa de todas las tallas, masculina y femenina.





No hay comentarios:

Publicar un comentario