CAPÌTULO III
No me importa que me
apoden “hombre sueño” a mis espaldas. De hecho ni siquiera me apercibo cuando lo
hacen en mi cara -al menos eso creen ellos- y en los últimos años he llegado a ser
un especimen digno de estudio, una atracción de la ciudad donde habitan mis
huesos -que no mi mente- al mismo nivel, poco más o menos, que la catedral o las
procesiones de Semana Santa, pongamos por caso.
A
ustedes-vosotros, los residentes en el mundo de la realidad cotidiana, les interesa
saber por encima de todo dónde asienta sus pies cada pedazo de carne humana con
el que se las tienen que haber. De otra manera estarian más perdidos que una
mente del mundo invisible incapaz de recordar su presunto pasado. Por ello les
voy a situar encima del pedazo de suelo que hollan mis pies cuando no pasan a
la postura horizontal por la fuerza o la plena y soberana voluntad de su dueño.
Me encuentro,como ya
habran adivinado ustedes, en uno de esos edificios tan parecidos en su
estructura a un hospital como una gota de agua a otra, si bien existe una clara
diferencia entre ambos. Del lugar donde me encuentro no conozco a nadie que haya
salido curado, también es verdad que no son muchos los que atraviesan su puerta
trasera con los pies por delante y de ellos la mayoría a causa de la única
enfermedad consustancial al ser humano, la muerte.
Sí, sí, ya lo sé, me
enrollo como las persianas, diran ustedes utilizando un precioso vulgarismo.En
efecto, simplemente quería comentarles que me encuentro en un manicomio, loquerío
o centro psiquiatrico como quieran denominarlo y soy uno de sus huespedes más
conscpicuos: el hombre sueño. Que por qué me llamo así. Sí, amigos, esa es la
historia que quiero contarles.
Novoy a remontarme a
la infancia, no le interesa a nadie exceptuando a mi doctorcito que no hace mas
que preguntarme por mis padres, muertos siendo yo poco más que un bebé, a quienes
no recuerdo mejor que la ropita o los juguetes que seguramente tuve a tan corta
edad. El hecho escueto es que yo siempre
fui soñador, fantasioso, imaginativo, disconforme con la realidad que me tocó
vivir desde que tuve uso de razón -expresión que implica reconocer a los bebés
la razón aunque no la usen o más bien no les dejen usarla-. Pero esta capacidad
para la imagenieria y el sueño se acentuó hasta llegar a límites
patológicos -estas son palabras de mi doctorcito, no mias -cuando tuve la buena
fortuna de encontrar acomodo entre la gran caterva de sirvientes del Estado -ente
monstruoso de infinitos apéndices desconectados de la cabeza rectora, razón por
la cual los funcionarios se esconden en las zonas pantanosas donde el papel
timbrado y sellado les sirve de acomodo como a las ratas la suciedad de las
alcantarillas-.
Todo el que haya
vivido-esa no es la palabra, me disculparán que no busque otra- sentado en una silla
cualquiera frente a una mesa o algo parecido de cualquier oficina del pais o el
extranjero como decian mis abuelos comprenderá que el paso al que mi naturaleza
me conducía era facil de dar en semejante entorno.
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