-Bueno, hay mucho que contar, pero no quiero acaparar la
conversación. De niña no tuve muchas oportunidades de ver animales, salvo en
los documentales grabados por “H” y adaptados a los niños, también las tiernas
historias que nos contaba en películas con animales holográficos. Me temo que
no tuvieron mucho éxito entre los niños. A los hechos me remito, ni siquiera el
uno por cien de la población tiene alguna mascota en su casa. Tal vez la culpa
fuera de esa aberración de educar a los niños con figuras holográficas de sus
progenitores. Es cierto que “H” no estaba muy de acuerdo con esa petición
mayoritaria de los padres omeguianos, especialmente vantianos, pero cedió a la
presión y eso creó muchas generaciones de niños traumatizados al conocer que
sus padres eran hologramas diseñados por nuestra inteligencia artificial,
basados en el físico y la psicología de los auténticos, que dedicaban su tiempo
a satisfacer todo tipo de deseos hedonistas dejando que sus hijos fueron
educados por una inteligencia artificial, por muy inteligente y sensible que
fuera. Esos padres egoístas ya no conocerán lo que es disfrutar de la
convivencia y educación de unos hijos. Al menos “H” tuvo la buena idea de no
dejar tener más hijos a quienes no educaban ellos mismos al primero. Yo fui una
de esas niñas traumatizadas al descubrir que sus adorables padres no eran otra
cosa que robots holográficos. Si no huí a las Montañas Negras se debió, en
buena parte, al club fundado por vosotros para niños traumatizados. Os
agradezco mucho esa ayuda inestimable, ya que “H” no considera que deba
tratarse al margen de la terapia onírica normal, lo que por otro lado sería
contradictorio, ya que no se entendería que se dedicara a curar un trauma que
él mismo provoca dejando que los padres puedan elegir que padres holográficos
cuiden de su progenie. Ya sé que lleváis mucho tiempo intentando que “H”
modifique esa autorización y os lo agradezco. Os propongo llevarle un
manifiesto de varios puntos, el primero éste, con la firma de todos los
holovidentes que estén de acuerdo, la primera yo.
-Una gran idea, querida Rosindra. Hago un llamamiento a todos
los holovidentes que estén de acuerdo, y también a los que no lo están, para
que lo estén. Podréis firmar en vuestros holovisores en cuanto el manifiesto
esté confeccionado. No os pido que firméis en blanco porque nadie debe poner la
mano en el fuego por nadie.
-Quien acaba de hablar es Arminido. Supongo que habéis reconocido
su voz, pero aunque así no fuera siempre sabréis que es él por su maldita
costumbre de llamar “querido” a todo el mundo, especialmente si es “querida”. Creo
Rosindra que deberíamos cederle la palabra a nuestro “querido” Artotis, que se estará
mordiendo la lengua, para que nos hable de sus caeros y cómo consiguió
adoptarlos. Luego nos hablarás de los koories conforme nos vayamos acercando a
su bosque y podrás puntualizar lo que nos cuente Artotis.
-Claro, querida Alierina, muy bien puntualizado. Y te
recuerdo que utilizo mucho la palabra “querido” porque quiero a todo el mundo,
especialmente a ti, querida. No voy a recordarte que el director de este
programa, al menos sobre el papel soy yo, porque te has burlado de mí con mucho
cariño. Y ahora concedamos la palabra al Sr. Artotis. Querido, ¿cómo fue la
adopción de tus caeros?
-Por fin, por fin. He tenido que morderme la lengua, apretar
los dientes, clavarme las uñas en la palma de las manos, para no protestar por
esta discriminación, por esta marginación, por este ninguneo. Comenzaré
diciendo que me costó tanto que “H” me permitiera adoptar que estaba a punto de
colarme en su palacio de cristal y dejarme explotar allí de rabia, acabando con
él y con su templo sagrado. No voy a nombrar a todos mis caeros por su nombre,
porque nos llevaría mucho tiempo. Desde aquí les mando un beso a todos ellos,
que me estarán viendo. Bua, bua y bua. Debo decir que mi afición a estas
entrañables personas, tan animales como nosotros y tan poco racionales que da
gusto hablar con ellos, comenzó cuando en una excursión a las montañas Grises,
una de las pocas cordilleras de este planeta que se nos permite visitar y que
merecen la pena por la altura de sus picos y la belleza de sus valles, sufrí un
accidente, quedé desconectado en mitad de una apabullante nevada, y perdí el
conocimiento. Desperté en una gran cueva donde se habían refugiado una manada
de hembras caeros con sus niños. La mamá líder me estaba lamiendo la cara. No
sé cómo conseguiría librarme del casco protector, o tal vez fui yo el que me lo
quité en un último gesto de lucidez automática.
Allí fui cuidado como un nene más de la manada hasta que me recuperé.
Por eso mi agradecimiento y amor hacia estos admirables animales será eterno y
no paré hasta cumplir mi promesa de adoptar a unos cuantos, o a muchos, o a
todos, si fuera posible…
-Esto no nos lo había contado, Sr. Artotis, precisamente el
episodio de su vida que más le honra.
-Si quieres, Arminido, hacemos un programa especial sobre
este incidente, pero ahora déjame continuar. Cuando me recuperé y pude
restablecer la comunicación y fui rescatado, me dije que intentaría adoptar a
la líder de la manada, a sus nenes y a otros miembros de aquel grupo de caeros
que me habían salvado la vida. Para ello los marqué con pintura ultrasónica,
que me permitiera reconocerlos si mi mezquindad permitía que me olvidara de
ellos. Y así inicié el largo proceso burocrático, complejo, doloroso, agónico
que supone la adopción de una mascota en esta sociedad tan artificial. Cuando
se lo planteé a “H” sufrí un severo interrogatorio. Luego tuve que realizar un
largo cursillo sobre la vida de los caeros, su biología, usos y costumbres,
para terminar con unos ejercicios prácticos consistentes en vivir entre ellos.
Por suerte pude localizar a mis salvadores. “H” me permitió vivir entre ellos,
adaptarme a su forma de vivir y acabar siendo como uno más. Cuando recibí el
aprobado general, vino lo peor, ya que nuestra amable inteligencia artificial
me pidió un elevado número de créditos por adoptar, de momento a la lideresa y
sus nenes, para el resto tuve que esperar a conseguir más créditos.
“Fue la etapa más laboriosa de mi vida. Me hice con el manual
de créditos y fui realizando todas las tareas que proporcionaban créditos,
empezando con la primera. Me casé con mi amante virtual más querida por el rito
de la Mente Cósmica, que como saben es la religión de los granjeros rebeldes.
Debo agradecer a “H” que nos permitiera viajar, a Arleína y a mí, hasta las
montañas Negras, donde superamos todo el ritual previo y la ceremonia nupcial,
y regresamos casados y bien casados. Decidimos tener un hijo biológico –un montón
de créditos- y cuidarlo a la manera tradicional –créditos suficientes para
adoptar a casi toda la manada de caeros de la cueva, liderados por mi buena
amiga Caerina- y así nos encontramos, casi de la noche a la mañana, con una
familia numerosa. Mi esposa y yo nos habíamos planteado abandonar la vida
tradicional en Vantis, El Omostrón, sin duda el peor invento de “H”.
-No estoy de acuerdo…
-Vale Elielina, luego podrá defender su postura, ahora déjeme
continuar. Tuvimos que renunciar a nuestras casas y con los créditos obtenidos
le pedimos a “H” que nos construyera una nueva cerca de la cueva de los caeros.
Nos queda un poco lejos. Lo peor es el gasto en transporte. No podríamos con él
si no fuera porque este programa nos paga los viajes con sus créditos. Así
iniciamos una vida aislada, casi monacal, renunciando a casi todas las
supuestas ventajas que dice habernos proporcionado nuestra inteligencia
artificial…
-Vaya, vaya, Artotis, no sabíamos nada de esto. Nos lo ha
ocultado todo este tiempo. Creo que bien podríamos hacer un programa dedicado a
su vida y milagros.
-Estoy dispuesto a negociar, pero ya le adelanto, Arminido,
que una condición indispensable será duplicar el presupuesto de créditos para
viajes.
-Todo se andará, querido Artotis, todo se andará.