sábado, 26 de noviembre de 2022

RELATOS DE A.T. II

 


RELATOS DE A.T. II

Viajar por el más allá no es fácil de describir. No se trata de subirse a un soporte físico, pongamos un tren, y con la nariz pegada a la ventanilla contemplar un paisaje que va cambiando al ritmo del movimiento que impone la locomotora al vagón donde tú vas sintiendo tu cuerpo físico y todo tu entorno a través de los sentidos. En el más allá se viaja con la mente. Si es poderosa como la de un maestro el viaje no tiene más dificultad que la de guiar tu pensamiento hacia el espacio-tiempo deseado o hacia la entidad incorpórea que ya conoces o deseas conocer. Si tu mente no es la de un gran maestro debes luchar como un neófito contra el oleaje de tus pensamientos para evitar ser trasladado a donde tu voluntad no desea ir.

En el más allá no existe un paisaje al que aferrarse ni llevas un reloj de pulsera en tu muñeca para saber el tiempo que transcurre mientras recorres el entorno físico con el movimiento de tus pies o del soporte técnico que has elegido. El más allá es la oscuridad absoluta, la noche perpetua, y la pequeña luz de tu consciencia deslizándose en el tiempo interior. Tan solo el encuentro con otras entidades da un poco de luminosidad a tu entorno. Como farolas en la infinita avenida de la noche eterna eres consciente de que deben de estar ahí en alguna parte. No las ves, no las percibes hasta que se establece el contacto. Un punto de luz aparece frente a tus ojos, surgido de la oscuridad, y te dispones al contacto con lo desconocido. Eso es todo.

Todos los desencarnados sabemos que allá abajo, por poner un punto en un espacio inexistente, está el mundo material donde habitan los encarnados en un espacio físico concreto moviéndose al lento ritmo que su consciencia ha elegido para percibir las cosas. Te lo imaginas como una gran cúpula de baja vibración energética en la que no puedes entrar si no te has encarnado en un cuerpo físico o tu mente contacta con la de un corpóreo. Ves a través de los ojos del cuerpo y sientes el entorno al contacto de esa envoltura material con lo que la rodea. No hay otra forma por eso los incorpóreos somos tan reacios a descender al mundo material. Sabes que reencarnarte es sufrir la fragilidad y caducidad de la materia y conoces perfectamente las molestas sensaciones que conlleva el contacto próximo con una mente corpórea. No es agradable dejar la cálida oscuridad donde tu mente vive al compás de tus ideas y sentimientos sin miedo al dolor físico o el temor a la muerte. Por eso dicen que los muertos no regresan para anunciar a los vivos la existencia de otra vida, para consolarles de su desgraciado caminar por la materia. Los pocos que lo han hecho alguna vez recordarán para siempre la desesperación que les invade cuando sus comunicaciones telepáticas con los seres queridos aún corpóreos son rechazadas como pensamientos ajenos generados por la tristeza de haber perdido a un ser querido. Los fantasmas asustan y son relegados a la leyenda, los sonidos físicos emitidos por el incorpóreo con grandes dificultades son calificados de psicofonías con una explicación tan razonable como sonidos producidos por extraños fenómenos físicos que nadie se atreve a explicar. No es sorprendente que los incorpóreos se desesperen de la incredulidad de los encarnados y se alejen para vivir sus vidas en el más allá de la forma más agradable posible. Al fin y al cabo todos los mortales sabrán algún día qué hay al pasar la línea. Saberlo mientras se afanan en sus estúpidos quehaceres materiales no les ayudará mucho a ser mejores, que es de lo que se trata porque en el más allá lo único que cuenta es lo que piensas, lo que sientes, lo que eres.



El maestro me iba a llevar con el difunto que por lo visto estaba causando tanto alboroto. No esperaba que fuera un viaje largo teniendo en cuenta que los maestros que se ocupan de estas cosas conocen muy bien la mente de los recién fallecidos pero como en algo hay que ocupar el pensamiento reflexioné con mucho cuidado sobre la tarea que me aguardaba. A pesar de la discreción del maestro uno está ya muy acostumbrado a sus calambrazos mentales cuando tu pensamiento se ocupa en cosas desagradables. La elevada tasa vibratoria de su consciencia rechaza automáticamente los pensamientos bajos. Ni siquiera influye en ello su voluntad, sencillamente la alta vibración no puede mezclarse fácilmente con la baja y la rechaza con tal intensidad que aprendes rápidamente a no provocar a los maestros.

De su círculo de intensa luminosidad sale una especie de ectoplasma en forma de brazo que contacta con el mío. Es una concesión del maestro a nuestro apego a los cuerpos que tuvimos una vez. A los neófitos nos gusta pensar que aún seguimos teniendo cuerpo por eso de nuestro círculo de consciencia a veces salen brazos o piernas o se forman los rostros que fueron nuestros en el pasado. La sensación de estar siendo llevado por el aire agarrado a la férrea mano del maestro es inevitable para lo que aún no hemos sido capaces de renunciar a nuestras reencarnaciones. En realidad lo único que ocurre es que dos consciencias que se comunican están siguiendo una misma línea de pensamiento. Esa es la única forma de viajar por estos pagos.

Los maestros sienten una repugnancia, que calificaría de patológica si este viejo concepto corpóreo tuviera aquí algún significado, a contactar de alguna manera con el mundo físico. En el fondo creo que temen volver a sentirse atraídos por esa orgía perpetua de estímulos sin control que resulta tan fácil de aceptar para el vacío de la mente y tan difícil de depurar que una vez lograda esta meta solo los tontos como esta especie de Angel Tontorrón en que me he convertido somos capaces de desear alguna vez. Por esta mezquina razón nos utilizan a nosotros, los impuros, para las tareas que requieren contacto físico con ese mundo material que ellos saben ofrece tan poco y genera tanto sufrimiento. A.T. también lo sabe pero no puede evitar sentirse atraído por placeres ya casi olvidados. Por eso y no por otra razón acepto de vez en cuando estas misiones. Me imagino ser un detective incorpóreo investigando algún caso enrevesado. Otros se divierten comiendo piedras como solía decir cuando era corpóreo para disculpar las extravagancias ajenas. Supongo que cada uno se divierte como puede o quiere, incluso en el más allá. Algún día no muy lejano dejaré de sentirme atraído por estas tonterías. Entonces me transformaré en un Gran Maestro y viviré en una de esas hermosas ciudades de luz que espero, esta vez sí, me permitirá visitar el maestro como premio a esta misión verdaderamente repugnante si bien se piensa. Creo que ya me he merecido conocer de pasada esas ciudades de las que tanto se habla por aquí cuando te encuentras con otro neófito. Sí amigos, hasta en el más allá se actúa por motivos espúrios, por la mezquindad de la zanahoria delante del burro que en este caso soy yo para mi desgracia.



La llegada a las vibraciones materiales suele ser muy dolorosa, algo así como si en pelota picada te restregaras entre las ortigas. El maestro tuvo la delicadeza de atenuar con su poderoso pensamiento este contacto. El rechazo que experimenté no pasó de un cosquilleo molesto. Allá a lo lejos pude contemplar la inconfundible forma ectoplasmática de una mente corpórea agitándose en emociones violentas o pensamientos nada equilibrados. Su color rojo intenso me produjo un fuerte rechazo que compararía a un vómito ante un alimento en malas condiciones. El maestro se acercó, es un decir, con mucho cuidado y rozó con mucha suavidad aquella mente descontrolada. No sé qué le sugirió exactamente al corpóreo pero su rostro físico se me hizo presente con gran intensidad, rojiza por supuesto. El ectoplasma que era su mente era más lechoso de lo habitual y sus rasgos eran realmente repugnantes. Parecía estar disfrutando de algo pero a un nivel muy material, no sé si ustedes me entienden. Tal vez fuera un pensamiento tan bajo que su rostro ectoplasmático se distorsionaba en una expresión feroz y muy, muy desagradable.

El maestro me hizo saber que aquel encarnado era la llave que me permitiría contactar con el difunto. En el tiempo físico fueron amigos y su deleznable conducta atraía ahora la venganza del recién fallecido. Lo demás quedaba de mi cuenta. El maestro me recomendó mucha prudencia y toda la paciencia que fuera necesaria. El estaría atento por si las dificultades se me hacían insalvables. Me deseaba una feliz misión y su expresión de intenso afecto y paz profunda me calmó lo suficiente para no salir corriendo. Pude intuir que mi escondido deseo de visitar una ciudad de luz se vería satisfecho sino me dejaba enredar por los degradantes placeres de la materia. Era un aviso conociendo como conocía mi tendencia a dejarme enredar en estas cosas. Reconozco humildemente que hecho de menos muchas cosas del mundo físico, el alimento, el sexo, esa sensación de no tener mente que tanto echamos de menos los incorpóreos agobiados por pensamientos constantes que nos vemos obligados a controlar para no caer en mundos demoniacos como los califican los encarnados y no sin razón.

El maestro aceptó mi humilde respuesta de que haría lo que pudiera y una especie de risita cantarina me cosquilleó la consciencia. No se fía mucho de mi y no se lo reprocho. Soy más bien propenso a caer en la tentación. Me aferré con repugnancia a la mente rojiza y deformada del hombre, porque era del sexo masculino, y me dispuso a recibir una vaharada de intensas y malolientes sensaciones materiales. Con suavidad, como un parásito bien entrenado, dejé que mi mente viera por sus ojos físicos.

El hombre se encontraba en lo que parecía una cocina a juzgar por la mesa, las sillas y allá al fondo un perol de comida sobre una superficie metálica. Estaba comiendo y no era malo el guiso a juzgar por los estímulos que me llegaban desde su paladar. Me dispuse a disfrutar de su comida ya que no tenía otro remedio. Mientras llegaba mi difunto rememoraría viejas y casi olvidadas sensaciones. Me rogué a mi mismo que las tentaciones no fueran tan fuertes que me impulsaran a buscar una nueva reencarnación. En varias ocasiones estuve a punto de dejarme llevar pero pude resistirme a tiempo. Aún queda algo de voluntad en este pellejo de consciencia llamado A.T.



domingo, 13 de noviembre de 2022

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXIII

 


-Gracias Arminido por concederme la palabra. Entiendo que somos muchos tertulianos y el tiempo es corto. ¿Qué es un día en una vida? Apenas un soplo. Pero no me quiero poner filosófico. Pido disculpas si en algún momento he perdido el control y me he enfadado, a lo mejor con una pizca de razón. En mis años jóvenes fui muy aventurero y bastante colérico. Tras el trauma que todos sufrimos al enterarnos de que nuestros padres delegaban nuestra educación y mucho tiempo de convivencia a perfectos hologramas  -generados por “H” y que poco se diferenciaban de los auténticos, porque eran capaces no solo de imitar la voz y los gestos, incluso en su carácter resultaban indetectables, y al tacto no digamos, sólidos como una roca- como les decía yo también sufrí el trauma correspondiente, aunque no tan brutal como en otras familias en la que los padres apenas ven a sus hijos, muy ocupados en vivir sus vidas virtuales. Los míos procuraban pasar algunas horas al día conmigo y mis hermanos, por lo que la iniciación a la vida adulta, cuando se nos revela la patética verdad de una sociedad deshumanizada, no me causó los terribles trastornos que en otros casos lleva a la huida a las montañas Negras, para vivir el resto de sus vidas con los granjeros rebeldes, o incluso al suicidio. A mí me dio por vivir todas las aventuras posibles, autorizadas o no por nuestro amable “H”. Cuando me cansé de recorrer nuestro planeta Omega, por tierra, mar y aire, e incluso de hacer un corto viaje al espacio, con las limitaciones a que nos obliga la cuarentena establecida por nuestra inteligencia artificial tras la guerra con los noctorianos, tuve la suerte de que me llamaran la atención los animales, con los que establecí vínculos de amistad y camaradería. Sabiendo de la existencia de caeros salvajes, cerca de las montañas Negras, aunque no dentro del perímetro establecido para el territorio de los granjeros rebeldes, decidí acercarme hasta allí yo solo, sin ninguno de los artilugios que nos permiten estar en contacto con “H” y solicitar el rescate si fuera necesario. Me limité a solicitar de nuestra inteligencia artificial ropas de invierno, un afilado cuchillo de caza y algunas provisiones comprimidas y enlatadas. No quise utilizar ningún medio de trasporte porque todos sus viajes quedan grabados y no deseaba que nada ni nadie supiera dónde me encontraba.

“Fue un viaje agotador, con algunas incidencias que no viene al caso contar ahora. Cuando llegué al territorio de los caeros la nieve continuaba cayendo, porque ya saben ustedes que “H” es capaz de todo, incluso de crear microclimas en determinados territorios si así lo considera pertinente. Los caeros están adaptados a la nieve de tal forma que si un día deja de caer sobre el suelo, ya la echan de menos. He oído que en las montañas Negras hay verdaderas estaciones climatológicas, porque así se lo pidieron los granjeros rebeldes a nuestra IA en tiempos ya remotos, cuando se estableció el pacto que sigue vigente en nuestros días. “H” aceptó crear un clima específico para ellos y a cambio ellos aceptaron que se formara un perímetro defendido por rayos gamma que nadie pudiera atravesar, ni en un sentido ni en otro. Los caeros de la zona subieron a alturas más elevadas, buscando la nieve perpetua, si bien emigraban bajando a lugares más bajos cuando necesitaban alimentarse. Como saben son capaces de alimentarse durante días y días, almacenando el alimento en capas de grasa de las que luego se alimentan cuando no encuentran plantas de las que alimentarse. Los caeros que permanecen fuera del perímetro de las montañas Negras no pueden seguir ese ciclo de migraciones puesto que por allí no hay altas montañas por lo que “H” hizo una de las suyas, un disparate climatológico y ecológico, como es el de hacer nevar de forma constante, aunque no copiosamente. Pero, aun así, los caeros hubieran muerto de hambre si un extraño fenómeno no permitiera que la nieve se derritiera en ciertas zonas para que brotaran plantas de las que alimentarse. Al parecer se debe a una corriente de fuego subterráneo, perfectamente controlado, que evita se produzcan terremotos y volcanes y que se mueve en círculos suficientemente amplios para que las plantas que allí brotan sean bastantes para alimentar a las manadas que pueblan ese territorio. Se preguntarán ustedes cómo pueden sobrevivir mis caeros en nuestra finca. Eso se lo explicaré más adelante. Regresando a mi viaje, les diré que la fortuna quiso me encontrara a una cría de caeros perdida y casi muerta de hambre porque su instinto no estaba lo bastante desarrollado para percibir su alimento a grandes distancias, como hacen los caeros adultos. Como yo había atravesado ya algunos de estos círculos y portaba una brújula manual, no conectada con “H”, pude llevarla hasta el más próximo. Incluso me vi obligado a cargarla sobre mis hombros cuando la pobre desfallecía. Al llegar al círculo se acercó trotando hasta mí la líder de la manada, que al parecer era también la madre de la criatura, quien recibió a su retoño con tales muestras de contento y ternura que se me cayeron lágrimas hasta decir basta. Fue entonces cuando comprendí la gran inteligencia de la que están dotados estos animales, así como de la buena naturaleza y crianza, porque la lideresa tras lamer concienzudamente a su cría y dejarla que comiera a gusto, realizó una especie de curiosa danza que tenía por objeto quitarme el miedo y que le permitiera acercarse a mí. Lo que hice, descubriendo asombrado, que a mí también me lamió, de los pies a la cabeza, ceremonia que con el tiempo comprendería significaba que me adoptaba también como hijo y me aceptaba en la manada. Aquello me conmovió tanto que permanecí un tiempo prolongado con la manada, observando su vida y costumbres. Como saben los rebaños están formados por hembras y sus crías. Los machos permanecen alejados de estos rebaños, llevando vida aparte, hasta que en la época de celo pelean entre sí para conseguir los primeros lugares en la larga y sumisa fila que se forma con objeto de que las hembras puedan elegir a su antojo. Esta es una conducta tan insólita que cuando regresé, al comenzar la época de celo, le pedí a “H” que me la explicara, así como que me diera toda la información que poseía sobre los caeros.

“Quedé tan impactado por la experiencia que renuncié a mi vida aventurera y decidí que conseguiría suficientes créditos para pedirle a “H” me adjudicara una finca especial donde pensaba traer a toda la manada, o al menos a los que quisieran venir a vivir conmigo. Pero antes de llegar a casa de mis padres, ocurrió algo que me marcaría para siempre. En el viaje de regreso perdí la brújula y comencé a dar vueltas sin sentido, buscando llegar a un terreno despejado, lo que me indicaría que estaba en el buen camino, puesto que entonces no existía una sola casa entre la nieve. Ahora está mi finca y alguna más de imitadores que quieren alejarse todo lo posible de la civilización. Acabé las provisiones y el intenso frío me fue debilitando hasta hacerme perder la consciencia. Quedé dormido sobre la nieve, esperando el final que me pareció iba a ser dulce, porque tras un intenso malestar entré en un sopor plagado de sueños agradables. Estaba tan feliz que me resultó desagradable despertar. Algo pasaba y repasaba mi cara, rascando mi piel de una forma bastante molesta. Cuando al fin abrí los ojos pude ver a la lideresa de los caeros, tumbada junto a mí. Era su lengua la que me lamía con ternura, como a un hijo, no por monstruoso menos querido. Sus grandes ojos me miraban con un afecto maternal que nunca encontraría entre los humanos. Reposaba en el suelo, sobre un lecho mullido de plantas y cuando mis ojos buscaron la luz en lo alto se encontraron con un techo de piedra. Me encontraba en una enorme cueva, rodeado de simpáticos caeritos que me miraban con curiosidad. Al parecer el rebaño de caeros utilizaba la cueva para mantener calientes y a salvo a las crías en los primeros meses.

“Tardé varios días en poder levantarme, durante los cuales fui alimentado por la caeresa, a la que luego llamaría así, en un bautizo improvisado. Colocaba su enorme teta, con sus pezones, sobre mi cara, incitándome a mamar. Al principio estaba tan débil que a mi boca le costó hacerse con uno y empezar a chupar. La leche de las caeras es muy nutritiva, tanto que sus crías solo necesitan unos meses para crecer lo suficiente para caminar con el rebaño. Cuando al cabo de un tiempo pude ponerme en pie y caminar todo el rebaño me acompañó hasta llegar a la tierra despejada, allí me despedí de mi amada caeresa con lágrimas en los ojos, prometiéndole con tiernas palabras que regresaría para llevarla conmigo, a ella y a su rebaño. Me costó llegar a casa, donde mis padres reales tardaron en darse cuenta de mi regreso, muy ocupados en su mundo virtual. Estuve muy ocupado en pedirle información a “H” sobre la forma más rápida de conseguir créditos y la posibilidad de que con ellos pudiera conseguir una gran finca, adaptada para la vida de un gran rebaño de caeros. Me costó algún tiempo, bastante, conseguir los créditos suficientes, luego elegí el terreno, lo más cerca posible de la cueva donde fui salvado de la muerte. Hasta que pude adoptar a Caeresa y sus crías y convencerla de que iba a estar muy bien en mi finca, pasó bastante tiempo. Mientras tanto yo la visitaba en trineo motorizado, pasando con ella algunos días, no muchos, porque necesitaba realizar actividades que me permitieran ganar créditos lo más deprisa posible. Hice de todo, todas las actividades remuneradas con créditos, cuantos más mejor. Debo agradecer a este programa que aceptara contratarme cuando comenzó a funcionar el canal gestionado por omeguianos, al margen de la enorme oferta de canales ofertados por “H”, los créditos conseguidos aquí como tertuliano me permitieron instalar a todo el rebaño de la Caeresa en mis tierras y darles todo lo que necesitaban, creando una gran familia, con la que estoy muy feliz. Tuve la enorme suerte de conocer a la que luego sería mi amada esposa, Alierina, cuando “H” solicitó mi permiso para recibir visitas de ciudadanos interesados en ver cómo vivían los caeros, mansos y apacibles, en una finca creada expresamente para ellos. La dulce Alierina fue de las primeras en llegar con un grupo de turistas. Me hizo numerosas preguntas a las que fui incapaz de contestar puesto que mis ojos se habían quedado prendados de sus hermosas facciones y mi lengua muda. Cuando recobré el habla ella aceptó quedarse conmigo una temporada, conociendo a los caeros y conociéndome a mí. De esta forma se inició nuestra historia de amor que…

Nuestro querido Artotis se ha quedado sin habla y tal vez lloroso, lo que no puedo saber porque debo confesar que hemos engañado a nuestros holovidentes, que sin duda han creído todo el tiempo que nuestro tertuliano seguía con nosotros, cuando antes de comenzar su disertación abandonó el estudio, subiendo al medio de transporte a disposición de este programa, desde el que ha hablado todo el tiempo. Esa es la razón por la que las cámaras no lo han enfocado y los holovidentes han visto todo el tiempo unas hermosas secuencias de la vida de los caeros. Como el transporte de Alierina y acompañantes también ha estado viajando rumbo de la finca de Artotis, no me sorprendería que ambos estuvieran ya en la finca o muy cerca…