martes, 28 de junio de 2022

EL BUFÓN DEL UNIVERSO I

 


EL BUFÓN DEL UNIVERSO I



NOVELA DE CIENCIA-FICCIÓN



NOTA INTRODUCTORIA

Esta novela se basa en un sueño, muy largo y extraño, que tuve una noche de verano mientras acampaba en un valle de montaña. Sin duda se trata de uno de mis sueños más extraordinarios por su longitud y su temática. Al despertar en la tienda de campaña me asombré de haber tenido semejante sueño y decidí que no se perdiera, poniéndome de inmediato a escribirlo en un cuaderno. Me pasé varias horas recordando cada uno de los detalles y escribiéndolos como si de una novela se tratara. La historia onírica es muy aprovechable, aunque necesita atemperar todos sus aspectos oníricos para ser transformada en una novela de cienciaficción con un mínimo de verosimilitud y lógica narrativa.

Puedo rastrear en ella los problemas que sufría en aquel momento, fobia social, desconfianza absoluta en la naturaleza humana y en toda la humanidad y una crisis grave y profunda en mi enfermedad mental. Aunque no lo recuerdo es bastante verosímil que por aquella época estuviera leyendo Dune, la saga de Frank Herbert, puesto que la escena en la mansión de los duques, gobernantes del planeta, se parece bastante a escenas de la novela. Tampoco recuerdo si había visto ya la película de David Lynch basada en las novelas de Herbet o la vería con posterioridad.

Voy a copiar la nota que puse al terminar de pasar al ordenador el manuscrito del sueño, creo que tiene cierto interés.

“Al despertar tuve la sensación de haber soñado una auténtica novela. La hipótesis de haber visto una novela que escribiría en el futuro fue la primera que me planteé. No obstante el sueño fue pura imagen, una auténtica película.



La primera parte fue muy vívida y muy detallista. La segunda adquirió las tonalidades neblinosas y distorsionadas propias del sueño. Existía un hilo conductor en la historia, pero las escenas no eran muy claras. Excepto la escena final, en la que puedo ver con total claridad la sala de control de la nave.



Ha sido el primer sueño de una duración desorbitada. Normalmente ahora tengo varios sueños a lo largo de la noche. Algunos no tienen la menor relación con los otros. A veces hay una especie de primera parte, me despierto y la segunda es completamente diferente. Con el tiempo he logrado un gran dominio sobre los sueños. Cuando quiero imaginar una historia que pueda servirme para algún relato, de alguna manera en sueños se produce la visualización de esa historia. Al despertar solo tengo que escribir un breve esbozo y luego ir adornando la narración con los detalles más oportunos y podando los que no sirven porque están demasiado distorsionados por el sueño.



Para un escritor esta facultad de soñar, programándose, es una maravillosa herramienta. Les sugiero que lo intenten. No desesperen si tardan en conseguirlo. Los sueños parecen moverse en otro tiempo distinto al nuestro”.







EL BUFÓN DEL UNIVERSO



CAPÍTULO I



INTENTANDO OLVIDAR



Me muevo por la ciudad como un perro sarnoso. No he cobrado mi estipendio y he sido arrojado del palacio de la forma más vil. Puede que haya desperdiciado mi gran ocasión. Por mucho que viaje a planetas lejanos, mi fama me precederá.



Sin ser consciente he llegado a los suburbios, donde suelen habitar las gentes más pobres. Todos los planetas habitados se parecen, todas las ciudades parecen haber sido diseñadas de acuerdo al dinero que posean sus habitantes. Todos los planetas son para mí el mismo planeta, todas las ciudades una única ciudad. Me llaman de todas partes, mi fama vuela más rápido que las naves. Los bufones son una antigualla, un icono de un pasado remoto, por suerte ahora está de moda todo lo antiguo, resucitan las antiguallas para convertirse en lo más “chic”. Creo que la imaginación ha muerto, ha sido desterrada a lo más recóndito del universo, un lugar que algún día espero encontrar. Se ha agotado la fuente de la creatividad, por eso todo el mundo recurre al pasado, y cuanto más alejado en el tiempo, mejor.



Nací en un planeta perdido de la mano de Dios –una expresión tan antigua que necesariamente acabó poniéndose de moda- y en un continente abandonado por la civilización, gobernado por una aristocracia más ocupada en seguir las modas copiadas de las películas históricas de holovisión que en hacer algo productivo por la sociedad. Podría definir mi infancia con dos palabras: hambre y belleza. Hambre, porque porque los jerarcas solo se ocupaban de vestir a la moda y de divertirse según los patrones de las películas que veían en sus mansiones, importadas por naves espaciales fletadas por mercaderes o mercachifles que traficaban con lo que se les pedía en cada planeta, en el mío solo películas históricas y ropas y artilugios de un pasado remoto. El resto de nosotros subsistíamos como podíamos, cultivando trabajósamente huertos improductivos, explotando a brazo desnudo minas que nadie quería y transportando el mineral en carretas de madera tiradas por viejos animales moribundos hasta el espacio-puerto más cercano, donde los mercachifles intercambiaban valiosos minerales que en otros planetas más avanzados les arrebataban de las manos, por unos cuantos cajones frigoríficos repletos de alimentos desechados por la tripulación. Belleza, porque por fortuna nací en las Montañas blancas, cubiertas todo el año de nieves perpetuas, con hermosos valles repletos de bosques y horadados por bellísimos lagos de aguas cristalinas. Allí nacían las mujeres más hermosas y blancas, de piel como la leche, ojos azules como el cielo y rostros tan delicados como los bordados de nuestras abuelas.



Con esa belleza era suficiente para mí, paisajes solitarios y olvidados por el frío glacial que bajaba desde los glaciares, y las más bellas mujeres del planeta, de la galaxia decían los mercachifles. Los jerarcas acudían a los lugares de esparcimiento, buscando carne fresca para sus harenes de amantes, y los mercachifles las intercambiaban por juguetitos divertidos e inútiles. Lo sé porque acostumbraba a estar por allí cerca, tanto para ver la belleza de las jovencitas como para alimentarme de las sobras que todas las noches dejaban en callejones traseros, al alcance de animales carroñeros y de pilluelos como yo.



Por desgracia había nacido con una pequeña deformidad en la espalda, que llamaban joroba, y que bien hubiera podido disimular caminando más erguido con las ropas adecuadas, pero ni tenía ganas de caminar erguido ni hubiera conseguido las ropas adecuadas aunque se me permitiera trabajar en las minas, algo impensable para un adolescente enclenque y además jorobado. Mis padres maldijeron de su suerte al ver mi deformidad que les impediría venderme como servidor a los jerarcas o como esclavo a los mercachifles. Por aquel entonces no se habían puesto de moda los bufones, algo que les habría permitido sacar un buen pellizco vendiéndome como bufón a cualquier jerarca extravagante. Me abandonaron a la puerta de la iglesia de una de las numerosas confesiones religiosas que intentaban llevar una pizca de consuelo a tanto desheredado, a cambio de las preceptivas limosnas. Allí me cuidaron y alimentaron hasta que crecí lo suficiente para que pudieran darse cuenta de que nunca sería un devoto, la religión era algo incomprensible para mí y no procuraba disimularlo.



Siendo aún un niño me vi obligado a pelear con otros pilluelos y con animales carroñeros por las sobras. Con un buen machete, que logré robar a un borracho, me trasladé durante un tiempo a la naturaleza, y en pleno bosque me construí una cabaña de ramas y logré construirme un buen arco, tras experimentar una y otra vez. Así comenzó mi vida de trapero, matando animales para comer y para intercambiar sus pieles en la ciudad por pequeños utensilios que me sirvieron de gran ayuda. Algunos traperos y cazadores quisieron tomarme a su cargo, de ellos aprendí muchos trucos, pero nunca permanecí mucho tiempo con ninguno de ellos, empecinados en convertirme en un esclavo barato.





Con el tiempo conseguiría un buen hacha, un excelente mechero, alimentado con una batería que parecía inagotable y algunos utensilios que intercambiaba con los padres de las jovencitas que eran vendidas a los mercachifles. Me construí una buena cabaña de troncos y pasaba largas temporadas en el bosque, pero el frío y la necesidad de contemplar la belleza de las jovencitas me hacía regresar a temporadas a la ciudad. Así hubiera transcurrido buena parte de mi vida de no ser por aquella estúpida curiosidad que me llevó a entrar en un barucho para tomar aguardiente barato, como hacían todos los adultos. Allí escuché la conversación de dos tripulantes de una nave que habían acudido para gastarse sus soldadas en aguardiente y putas baratas. Descubrí la forma de subirme como polizón a la nave, sin que nadie se enterara, y salir de una vez para siempre de aquel apestoso planeta. Tal como estaba me escondí en el compartimento de carga del pequeño vehículo volador que habían alquilado para llegar hasta allí y sin demasiados tropiezos pude acceder a la bodega de la nave y buscar el mejor refugio, el que nunca era inspeccionado, según aquellos cochambrosos tripulantes.



De una manera tan peculiar se iniciaría mi vida como bufón de corte. La desgracia quiso que en pleno vuelo el comandante decidiera inventariar toda la bodega de carga, buscando dar un escarmiento a la tripulación, de la que se había quejado un jerarca a quien habían arrebatado una de sus jovencitas recientemente adquiridas. El comandante negó que su tripulación estuviera implicada y a cambio de que su nave no fuera puesta patas arriba por la guardia personal del jerarca entregó una buena provisión de películas históricas que reservaba para la burguesía de otro planeta más rico. El enfadado jerarca se dejó convencer ante la perspectiva de que su esposa le dejara en paz por una larga temporada con sus quejas sobre el excesivo número de sus concubinas. El comandante quiso cerciorarse de que la jovencita objeto del litigio estaba en la bodega, escondida por algún grupo de tripulantes rijosos y desvergonzados. No la encontraron, a cambio yo tuve que sufrir un severo castigo como polizón. El frustrado y encolerizado comandante no me ahorró tortura alguna, incluso decidió utilizar conmigo una extraña sonda psíquica que había adquirido en un planeta tecnológico, donde le prometieron que hasta las mentes más rebeldes se convertirían en mansos corderitos tras pasar por la sonda. No encontró mejor ocasión para probarla y aquel desatino descubriría una faceta tan escondida en mi mente que nunca supe de su existencia. De pronto me convertí en el “bufón del universo” como sería presentado en las grandes mansiones por pomposos mayordomos, deseosos de agradar a sus señores hasta el vómito.

sábado, 18 de junio de 2022

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XX

 


-Hazlo, Rosindra. No me gustaría perderlo si al fin me decido adoptarlo.

-Hecho. Señores, terminemos de comer mientras nos lo permitan. Luego dejaremos que nuestro robot doméstico recoja todo y nos iremos zumbando al interior de nuestra nave. Les aconsejo que ocupen sus asientos, coloquen las sujeciones y permanezcan lo más quietos que sea posible. Si es posible no muevan ni una ceja. Nuestro robot se encargará de todo. Está acostumbrado a lidiar con los kooris y nunca pierde el control. Hará lo que tenga que hacer para ponernos a salvo. Veo, querida Alierina, que tu bebé permanece dormido. No lo despiertes, si es posible, hasta que todos estemos dentro. Luego con cuidado lo dejas fuera o la turba nos invadirá al rescate…Jajá, ha despertado y te ha debido de confundir con su mamá, porque está intentando alimentarse a tus pechos. Es gracioso.

-Lo será para ti, Rosindra, que no sufres sus chupetones ni sus dientecitos clavados en los pezones… ¡Uff! Me lo han arrebatado de un tirón. Casi me quedo sin pezón. Cómo duele. Creo que será mejor que nos traslademos a la nave cuanto antes y dejemos que el robot se entienda con ellos.

-Cierto, ya han probado todo y parece que no les ha gustado. Han iniciado una batalla lanzándose la comida como en un juego bélico de primera. ¡Ay! Me han dado con un trozo de tarta en los ojos. No veo nada.

-Vamos, todos en pie. Procuremos dispersarnos y que cada cual llegue a la nave como pueda. He perdido la pista de mi bebé. Esto es un pandemónium. Los holovidentes se lo estarán pasando en grande, luego veremos los comentarios, pero esto es una auténtica guerra. Jajá. Perdona Rosindra, dame la mano. Un montón de kooris se han enredado en tus pies y te han tirado al suelo. Espero que no te hayas hecho daño. Y por favor, límpiate los ojos de una vez, o no podremos llegar a la nave. Arminido también se cachondeará de lo lindo cuando lo vea después de terminar de almorzar. Aviso a producción. Se me ha ocurrido que deberíamos hacer una campaña para que todos los vantianos adopten a una familia de kooris. ¡Sería fantástico! No tendrían tiempo para seguir viviendo en su mundo virtual. Ojo producción. Hay que hacer una campaña en ese sentido. Acabemos con el universo virtual. Nunca imaginé que fuera tan fácil.

-Jajá, déjate de bromas Alierina. Es muy gracioso pero esto se pone cada vez más feo. Han trepado al pelo de Elielina y se están balanceando como si fueran lianas. Y su marido no solo no la está ayudando sino que corre como si le persiguiera algún diablo mitológico. Va a ser el primero en llegar a la nave. Si será cobarde… Oh, no, sí, quiero decir sí, le han zancadilleado y ha besado el suelo. Ahora se han subido a sus espaldas media tribu y lo están atando con lianas diminutas, pero que parecen ser muy resistentes. Lo han inmovilizado por completo. ¡Bravo por los kooris!

-Por lo que más quieras, Rosindra, no los animes o harán lo mismo con nosotras. El robot ha entrado en fase hiperactiva y está recogiendo todo a velocidad supersónica. Pero él tampoco se libra. Intentan ponerle la zancadilla, pero ha encendido sus pequeños cohetes y va volando de acá para allá. ¡Bravo robotín, bravo! Le están persiguiendo, yo diría que casi con saña, en cuanto toca el suelo hay unos cuantos kooris que trepan a su cabeza e intentan mover las antenas, que como sabéis son elementos esenciales para ciertas percepciones robóticas…¡Oh, no! Parece que han conseguido desajustarlas porque nuestro robot está haciendo cosas muy extrañas, yo diría que graciosas si no me pusiera en su piel y sintiera que me lo están haciendo a mí, así me lo parecería. Ha subido sobre los árboles y al descender se ha enredado en las ramas de un tupido arbestis, que como todos sabéis es el árbol más numeroso en estos bosques donde habitan estos simpáticos kooris y cuyas ramas forman un auténtico laberinto. A toda velocidad ha subido la mayoría de esta tropa de kooris y de alguna manera lo han atado con lianas y zarcillos. El pobre robot debe de estar muy desorientado, porque de otra manera ya se habría librado, tiene suficientes herramientas para hacerlo…¡Aaatchís! Perdón. No todos los kooris se han ido detrás del robot, uno de ellos ha trepado hasta mi cabeza y me ha escupido a la cara una sustancia pegajosa y repugnante. ¡Aaatchís! Lo siento, pero creo que me está produciendo alergia.

-Otro ha hecho lo mismo conmigo. A mí lo que me produce es un lagrimeo terrible. Estoy llorando a lágrima viva, algo que no recuerdo me haya sucedido nunca. Nuestro robot tiene sustancias antialérgicas en aerosol para impedir que hagan efecto en los visitantes, pero ahora está prisionero y no nos puede atender. Los kooris las producen masticando ciertas plantas que solo ellos conocen. En alguna ocasión lo han hecho con otros visitantes, pero nuestro robot estaba libre para auxiliarles. Cada vez aprenden nuevas cosas. En esta ocasión parece que se han puesto de acuerdo para anular al robot antes de proceder a escupirnos las sustancias. Son unos verdaderos diablillos. Pido disculpas por los gemidos, los sollozos y balbuceos que son producto de la sustancia que me han arrojado. Por suerte nuestro robot ha debido orientarse porque se ha librado de sus ataduras y está volando hacia nosotras para combatir nuestras dolencias… Ya lo tenemos aquí. Por fin. ¡Qué alivio! Vuelvo a estar normal.

-Yo también, Rosindra. Ha sido muy molesto. Ya nos queda poco para alcanzar la nave. Veo que Oloronte no ha podido desatarse, cada vez está más sujeto al suelo. Bueno, que lo zurzan. Ya lo librará nuestro robot cuando pueda. ¡Uff! Ya estamos dentro. Ahora solo queda que el robot termine de recoger y se libre de los kooris para que podamos despegar. Su programación de emergencia ha debido acudir en su ayuda, porque ahora ya no toca con los pies el suelo, ni se acerca a los árboles. Los kooris no pueden trepar a él. Ya casi ha terminado de recoger. Ahora libra a Oloronte y a cuestas lo coloca en el interior de la nave. Creo que ya podemos despegar. Oh, no, qué tengo en el escote. ¡Pero si es mi bebecito! Ni siquiera lo he visto.

-Será mejor que con cuidado lo coloques fuera de la nave o toda la tribu nos asaltará para rescatarlo. Así. Eso es. Estamos todos, hasta el robot. Despeguemos. En efecto despegamos. ¡Uff, uff! Qué inmenso alivio. Qué gran alivio.

 


domingo, 12 de junio de 2022

LA VENGANZA DE KATHY IX

 




Imaginé que me llevaría a algún lugar secreto, escondido en la biblioteca, por ejemplo, habría un mecanismo que pondría en movimiento un trozo de estantería al sacar un libro concreto y dejaría al descubierto una puerta oculta, con unas escaleras por las que descenderíamos a un sótano. Para ser un amnésico poseía una viva imaginación. No recordaba ninguna película en la que sucediera algo parecido, aunque sí tenía la sensación de que aquellas imágenes habían llegado de alguna parte, tal vez se abrió una puertecita del subconsciente, ellas salieron bailando como bailarinas de ballet clásico, me soplaron algo a la oreja, regresaron rápidamente, sobre sus puntillas y la puerta se cerró de golpe. Todo puede ocurrir en la mente de un amnésico. No había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre las cosas extrañas que sucedían en mi cabeza desde mi llegada a Crazyworld, ni tampoco existía un estado, al que se podría llamar normal, para comparar, todo era posible. Tomé nota para preguntar a mi interlocutor, cualquiera que fuese, sobre sus pensamientos, si es que en algún momento se detenía aquel tiovivo infernal y era capaz de bajarme y sentarme en algún sitio.

Pero no fue así. Me pidió que la ayudara a mover la cama de agua, de aire comprimido, gas neón o xenón o lo que fuera. El lecho estaba pegado al suelo, por lo que parecía ser algo sencillo, a no ser que el agua pesara mucho, lo que no sabía. No fue sencillo, la cama se estiraba y encogía como un chicle, pero al final logramos descubrir un trozo de suelo de madera, igual que el resto de la habitación, pero a ella le pareció bien, y a mí también. Se puso de rodillas, tanteó con la mano hasta encontrar algo que no se apreciaba a simple vista. Oprimió con un dedo algún botón que solo ella veía y dejó que el suelo se deslizara sin cambiar de postura. Yo me puse tras ella para observar el mecanismo y lo que lo activaba, fuera lo que fuese. Solo entonces fui consciente de que ambos estábamos desnudos, y ella arrodillada con el culo en pompa. La tentación acarició mi espalda, pero no la hice caso, lo que estaba ocurriendo era tan interesante que solo tenía ojos para el movimiento del suelo. Aunque debo decir que mi biología –la de un amnésico es como las demás- sí reaccionó ante el estímulo y mi pene comenzó a tener una erección que me pilló de improviso. El hueco que se hizo en el suelo dejó ver una escalera de madera que se adentraba en las profundidades. Alice se activó por completo y tocando en algún sitio encendió luces atenuadas que iluminaron la escalera. Se puso en pie y fue bajando con cuidado, sin invitarme. Yo la seguí con una curiosidad que me superaba. Mientras bajaba no podía dejar de observar toda su parte posterior, desde la cabeza a los pies. Era una mujer muy hermosa, tanto que deseaba casarme con ella a cualquier precio. ¡Vaya mierda de obsesión! No podía quitármela de la cabeza, no sabía por qué. Llegó abajo y ni me miró, por si tropezaba y le caía encima. Estábamos en una especie de habitación, pequeña, aunque suficiente, con una mesa de madera sobre la que había dos monitores y mandos y botones propios de una nave espacial. El resto eran sillas, alfombras, cuadros en las paredes y estatuas en las esquinas, una decoración somera, aunque interesante. Alice ni miró la mesa, se dirigió a una pared, levantó un pequeño cuadro y tocó algo. La pared se deslizó dejando ver el interior de un armario con ropa. Me acerqué dispuesto a cubrir mi desnudez a la mayor velocidad posible, pero entonces ella se volvió, me miró la cara y luego más abajo. Entonces tuvo una reacción inesperada y peligrosa. Me puso una zancadilla, caí sobre la alfombra y ella se arrojó sobre mí. Luego se me pondría el vello de punta al observar lo cerca que había estado de dar con mi nunca contra la esquina de la mesa.

-No se puede desperdiciar nada, la vida nos quita todo al instante, si es que nos lo da.

No supe a qué se refería hasta que introdujo mi pene que ya tenía una erección completa dentro de su vagina. Se regodeó un rato hasta que algo la activó de nuevo y el galope fue imparable. Yo me dejé ir, mi libido no parecía ser capaz de satisfacerse por completo. Llegó a donde quería llegar, y yo también. Descansó sobre mí un buen rato. Cuando se recuperó suspiró aliviada y mordisqueó cariñosamente mi oreja izquierda.

-No voy a dejarte así como así, aunque tenga que pelear con todo tu harén.

-Alice, quiero casarme contigo.

No sé de dónde salió aquella voz, desmayada y anhelante, ni siquiera lo había pensado. Ella se dejó llevar por una risa tonta y destemplada y luego me arreó un formidable mordisco en mi oreja derecha. Grité con ganas. Ella volvió a reírse, esta vez con una risa sádica. Se levantó y comenzó a hurgar en el armario empotrado. Yo me levanté casi de un salto, estaba deseoso de vestirme y salir de allí corriendo. Pero la que corría era mi mente. Me preguntaba qué hora sería, si ya se habría hecho de noche, si Kathy nos había estado espiando, si al final abandonaría su búsqueda y me iría tranquilamente a cenar o me quedaría el resto de la noche en el bosque, a merced de las alimañas. Se me ocurrieron muchas más preguntas delirantes en los segundos que Alice tardó en tirarme unos calzoncillos.

-Creo que son de tu talla. Pruébalos.

Luego me arrojó unos pantalones, una camisa, unos calcetines y hasta un chubasquero. Me lo puse todo en un santiamén y observé, pasmado, que todo me quedaba bien.

-Oye, Alice, ¿cómo hay tanta ropa aquí y además de mi talla? Y ya puestos. ¿Cómo sabías tú que la ropa estaba aquí?

-Deja de hacer preguntas y vístete.

Ya estoy vestido.

Ella me miró y sonrió. Se puso a correr perchas hasta que encontró algo.

-Espero que no te molestes, pero ¿no crees que deberíamos haber mirado antes si Kathy estaba en la casa?

-Olvídate de esa puta.

Encontró todo lo que buscaba y se puso a vestirse con tanta rapidez como había hecho yo. Una blusa verde, unas bermudas muy ajustadas en color vino y sobre todo unas braguitas y un sujetador en color negro, que realzaban su cuerpo espectacular. En cuanto estuvo vestida se acercó a la mesa, tocó unos botones y las pantallas se encendieron.

-No había nadie más en la casa, excepto nosotros. Si hubiera sido de otra manera habría saltado la alarma y ahora podríamos ver al intruso o intrusa.

-Vale, pero eso no lo sabías cuando entramos.

-Mira, me estás hartando. Si Kathy nos ha visto, mejor, que rabie hasta morderse. Pero no ha sido así. La alarma no ha saltado, si lo hubiera hecho ahora podríamos verla en algún punto de la casa. Aquí todo está automatizado y controlado por una inteligencia artificial. Te lo voy a mostrar.

Se acercó a la mesa grande y maciza que parecía dormitar en el centro de la habitación. Observé que era mucho más grande de lo que en un principio me pareció y no tenía patas, reposaba su panza en el suelo. Apenas un hueco en su centro permitía colocar las rodillas en su interior, una vez alguien se hubiera sentado en la silla anatómica con ruedas que permanecía pegada a la madera. Alice se sentó como si estuviera acostumbrada, como si lo hubiera hecho muchas veces. Ni siquiera tuvo que regular la silla a su estatura. Abrió un cajón a la derecha, oprimió varios botones y la mesa crujió, comenzaron a brotar cosas de su interior, un monitor grande que ascendió de un hueco que se había formado en su superficie, un teclado, un ratón, un artilugio pequeñito con antena, cuyas luces comenzaron a parpadear como si se hubieran vuelto locas. Me pidió que me acercara. El monitor se encendió y el sistema operativo pidió una contraseña que ella introdujo sin vacilar. Eso me hizo pensar en cómo podía conocerla y en su sospechosa facilidad para manejarlo todo sin tantear. Solo encontré una explicación. Alice se había acostado con Mr. Arkadin en aquella cama y le había comido el coco para que le enseñara todos los secretos de la casa. No quise preguntar para no estropearlo todo.

-Ves. Si hubiera saltado la alarma aparecería una ventana en rojo en la pantalla. Ahora vamos a retroceder hasta nuestra entrada en la casa. Nada. Y para que quedes contento pongo en marcha el escáner de rayos infrarrojos que también puede detectar cualquier calor biológico que se mueva por la casa o permanezca en reposo en cualquier sitio. Ahora vamos a ver las imágenes de todas las dependencias. Ves nada.

La pantalla se había dividido en numerosas pantallitas que mostraban habitaciones y más habitaciones. En efecto, todo estaba vacío. Tampoco el escáner mostraba ninguna fuente de calor.

-Oye, tampoco aparecemos nosotros. ¿Cómo es eso?

-Todo lo quieres saber. No funciona en el dormitorio de Mr. Arkadín ni aquí. El no necesita saber quién está en su dormitorio porque ya lo sabe. ¿Lo entiendes?

Iba a decir algo cuando se produjo un ruido horrísono que parecía venir de fuera, pero que también podía haberse producido en el interior. Nos sobresaltamos. Alice apagó todo con prisa, oprimió los botones en el interior del cajón y lo cerró. Pude comprobar que todo volvía a su sitio. Y nos lanzamos por las escaleras, asustados, apresurándonos para hacernos una idea de lo que significaba aquel extraño retumbar. Enseguida me hice una idea, porque se volvió a repetir, esta vez con más fuerza aún. Estuve a punto de soltar una gran carcajada. Era un trueno. Fuera debía de estar produciéndose una tormenta de aúpa. Mi primer impulso fue lanzarme a la puerta y ver lo que estaba sucediendo, sin duda un espectáculo terrorífico. Alice corrió en cambio hacia una pared. Tocó algo invisible y la pared comenzó a moverse, mejor dicho, su parte interior, porque la exterior era una gran cristalera doble o triple, imposible de romper, o mejor dicho la parte central, porque la exterior era también una pared de madera que se estaba descorriendo al mismo ritmo de la interior. Me quedé con la boca abierta. Aquella casa parecía algo mágico. Recordé que Kathy me había hablado del profesor Cabezaprivilegiada. Todo tenía una explicación, hasta la inteligencia artificial de la que Alice me había hablado abajo. Ya le preguntaría por el tema en otro momento. Tenía mucha lógica, dado que en Crazyworld existían robots, si bien yo no había visto ninguno hasta el momento.

Nos quedamos patidifusos, con las manos apoyadas en el cristal, observando ahora con gran claridad lo que ocurría fuera puesto que las paredes habían llegado al tope, dejando al descubierto toda la cristalera. La oscuridad era absoluta, como en la noche más cerrada. De vez en cuando un relámpago diabólico, porque en el cielo no creo que los haya, marcaba la oscuridad como el tridente de Satanás. A continuación se escuchaba un trueno, cada vez más horrísono, como si quisiera dejarnos sordos.

-Alice, ¿qué hora es?

-Casi las siete de la tarde. ¿Por qué?

-Por nada. Me pregunto cuándo habrá empezado la tormenta y cuándo terminará.

-Tú eres tonto, chiquillo. ¿Crees que no habríamos oído estos truenos cuando estábamos en la cama?

-Yo no. Te aseguro que no me habría enterado, ni aunque hubieran caído sobre mi cabeza.