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miércoles, 22 de abril de 2020

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO XII



LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO XII


luisquixote
Toda la comitiva aparcó en un gran patio empedrado que había frente a la fachada de la casa, mansión o palacio. Lo hicieron de cualquier manera, teniendo luego que poner en marcha los vehículos, retroceder, avanzar, girar a izquierda o derecha hasta que por fin todos los ocupantes o tripulantes pudieron bajar cada uno de su coche y con grandes risas y jolgorio atravesaron una gran puerta tan decorada que bien hubiera parecido el pórtico de la gloria de la catedral de Santiago de Compostela si alguien hubiera levantado la cabeza al pasar. Lo que nadie fizo ni siquiera Luis Quixote, quien ocupado en evitar que unas fermosas doncellas que salieron de la casa con uniformes de camareras y doncellas de piso de hotel moderno le llevaran en volandas, apenas si llegó a ver algo hasta que llegaron al dormitorio que le había sido destinado por el marqués, conde o dueño de aquel castillo endiablado. Tras él entró Paco Sancho que tampoco había visto nada muy ocupado en intentar acariciar, pellizcar, sobar o lo que se dejaran aquellas fermosas doncellas a él destinadas y que le hubieran parecido simples camareras, eso sí muy bien uniformadas, de no ser por las grandes voces que dio durante todo el camino su amigo, más bien amo, sobre su recato y entrega a la fermosura de Dulcinea del Toboso y que ninguna otra doncella de cualquier parte del mundo, por muy fermosa que fuera conseguiría tocarle ni un pelo de la ropa. Llegó a llamar a cada una de ellas por un nombre inventado y muy altisonante, creyendo Paco Sancho en algún momento llegar a escuchar nombres como Sra. Marquesa de Trapisonda o dueñas de la gentil doncella de Hircania o cosas parecidas, que como hemos dicho estaba demasiado ocupado en seguir sus instintos más groseros para apercibirse de lo que dijera o dejara de decir su amo.
Lo cierto es que una vez en el gran dormitorio, decorado con dos camas separadas y con muebles modernos y sólidos, aunque imitando el estilo rural, tal vez de maderas nobles como roble o pino, todas las doncellas, suponiendo que lo fuesen, o marquesas, condesas o dueñas o lo que fueran que fuesen, se despidieron a la francesa anunciándoles que la cena sería en una hora y que se bañasen y aseasen y vistiesen con los trajes que había en un gran armario. Y allí les dejaron, para gran desconsuelo de Paco Sancho, que olvidado de lo que allí les traía, es decir suplicar a su amigo, delegado del gobierno, que les quitaran las multas y desprecintaran las motos, echando una buena bronca a los guardias civiles que les habían apresado y tras darle las gracias y otras zalamerías corteses, les dejaran regresar a la carretera y continuar su camino. Tan solo pensaba en ser bañado y atendido por aquellas camareras o doncellas del castillo, poder requebrarlas y si fuera posible, robarles un beso, u dos u tres, según las circunstancias.
Luis Quixote comenzó a mirar y remirar todo el mobiliario de arriba abajo y para todo tenía una palabra grandilocuente y todo le parecía bien. Al final pidió a Paco Sancho que cargara su pipa de las hierbas sanadoras porque estaba molido y baldado de tanto viaje y tanto desatino, quien, olvidado ya de todo lo que no fuera fantasear sobre doncellas hizo lo que le pedía e incluso dio un par de caladas a la pipa, para probarla, no fuera que le hiciera daño a su amo. El humo y los vapores de las mencionadas yerbas, que siempre carga el diablo, subieron hasta el techo y se expandieron por la casa, colándose por rendijas y ventanas abiertas, no produciendo mucho efecto porque sus habitantes también le daban a toda clase de yerbas y pastillas psicodélicas. Fue entonces, cuando ya un poco descansado, Luis Quixote, mirando a su criado que se había dejado caer en otro sillón cercano, comenzó a endilgarle uno de sus discursos grandilocuentes y sin pies ni cabeza.
“Felices los tiempos aquellos en los que uno bien podía recorrer los caminos, leguas y leguas, sin encontrarse a nadie, deleitándose con los paisajes arbolados o las mesetas desérticas, sin más sobresalto que una comitiva de apacibles campesinos con su reata de mulas que iban de un pueblo a otro o solitarios pastores con sus perros y sus rebaños de ovejas que hacían la transhumancia por cañadas y caminos reales y a veces procesiones pueblerinas para pedir la lluvia, o incluso algún malhechor muerto de hambre que intentaba apoderarse de un pedazo de hogaza o un trozo de chorizo y a los que mi fuerte brazo ponía en vereda tan solo con una gran voz. Sin encontrarse con las llamadas autoridades ni aunque se las llamara a voces. Tiempos de oro, aquellos tiempos, en los que los bondadosos caballeros y sus escuderos eran recogidos del polvoriento camino por criados de grandes señores, que premiaban sus desvelos dándoles acogida en sus castillos y fortines, donde eran lavados por fermosas doncellas y perfumados por honradas y gentiles dueñas y luego agasajados con grandes banquetes, dejando que contaran sus fazañas y celebrando que aún existiera la bendita orden de caballería, que socorría a las viudas y a los huérfanos, ponía en su sitio a los malandrines, impidiéndoles facer sus entuertos y protegía a las doncellas buscándolas novios tan bondadosos y gentiles como trabajadores.
“Añorados tiempos aquellos en los que nadie tenía prisa y mientras facían su camino Del Calatraveño a Santa María, encontrándose con una que otra vaquera de la Finojosa, en un verde prado de rosas e flores, guardando ganado con otros pastores, bien podía uno detenerse a conversar y decir gentilezas, tales como “ Non creo las rosas de la primavera sean tan fermosas nin de tal manera, fablando sin glosa, si antes supiera de aquella vaquera de la Finojosa” a lo que respondía aquella donosura, bien como riendo «Bien vengades;que ya bien entiendo lo que demandades: non es desseosa de amar, nin lo espera, aquessa vaquera de la Finojosa.» y allí podía quedarse el caballero y su escudero, fablando sin tacha, hasta que oscureciera y entonces la vaquera ordeñaba las vacas y los cabreros las ovejas y cabras y ofrecían al sediento caminante leche natural y fresca, sin pedir nada a cambio, al contrario, rechazaban las monedas acuñadas de la magra bolsa y solo pedían que les contaran sus fazañas.
“Tiempos dichos aquellos en los que se podía dormir al raso sin ser molestado y bajo un árbol y ni un solo fruto caía sobre sus narices, respetuosos con el sueño de los humanos. Lo mismo facían los animales, que se acercaban silenciosos y lamían manos y caras de los cansados caminantes, sin temor a ser apresados o a ser cazados con ballestas y trabucos. Todos eran hermanos y los que no querían serlo y robaban y hurtaban, intentando forzar doncellas y apalear a cualquiera que encontraran, eran alanceados y perseguidos por los caballeros andantes que nunca faltaban por los caminos. Hasta las enfermedades respetaban a los buenos y se cebaban con los malos…
Y aquí, por suerte para Paco Sancho, el discurso de su amigo fue interrumpido por quienes llamaban a la puerta. Que no eran otros que cuatro camareras y cuatro forzudos lacayos a quienes había ordenado el delegado del gobierno o señor del castillo, consciente de que el ensueño de las yerbas los dejaran para el arrastre antes de que les amenizaran la jarana nocturna. Así que les habían encomendado, a las doncellas, que lavaran y restregaran a los caminantes en la bañera, y a los forzudos lacayos que las acompañaran y miraran para que no fueran molestadas por aquellos pordioseros y vagabundos.

domingo, 21 de abril de 2019

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO XI



CAPÍTULO III

DE CÓMO PACO SANCHO FUE NOMBRADO DELEGADO DEL GOBIERNO EN LO QUE CREYERON UNA ÍNSULA Y RESULTÓ SER LA FINCA DE UN POTENTADO BROMISTA

CONTINUACIÓN

Dice el cronista de esta historia, Cide Hamete Benengeli, que la misma se desarrolla por los años sesenta de esta era, es decir cuando España gobernaba una dictadura y nuestros personajes habían regresado de USA, la tierra de los sueños, la cuna de la civilización hippie, la fuente y surtidor del capitalismo. En aquellos tiempos no existían inventos tan prodigiosos, sin duda nacidos de la malevolencia de algún mago malo, muy malo, como el teléfono móvil que se puede llevar a todas partes para que allí donde estemos podamos ser incordiados y a su vez incordiar a todo el mundo. Es por eso que de acuerdo a la documentación que poseo debo enmendar la plana al cronista y convertirme en historiador serio y sesudo. En realidad esta historia no se sabe muy bien cuándo se desarrolla, aunque sí dónde. El bueno pero confuso Cide debió poner la fecha por poner algo, porque toda historia debe ser fechada, es decir situada en el tiempo, y también en el espacio, para que todo el mundo tenga un motivo para creerla, porque si ocurrió aquí y hace dos, tres décadas o las que fueren precisas, la gente se deja convencer más fácilmente que si se dijera, por ejemplo, que estos hechos ocurren no se sabe dónde ni cuándo, entonces todo el mundo piensa en cuentos para niños y consejas de abuelas. Debo poner en solfa la versión de Benengeli y situar esta historia justo cuando se popularizó el llamado móvil, que nunca fue tan móvil como lo fuimos nosotros, no tenía patas ni ruedas y se conformaba con ir a donde lo lleváramos. No voy a dar años ni décadas para no tener que enmendarme luego, si sienten tanta curiosidad pueden consultar la Red y hacerse una idea de la fecha en que comenzó y prosiguió esta historia, que no será tan errónea como las fechas que se dan para el nacimiento, vida y muerte de los personajes históricos de hace siglos e incluso más actuales, porque la horquilla puede variar tanto que hasta se come la vida de los biografiados, puesto que unos dicen que nacieron donde otros que murieron.

Y dicho esto, debo proseguir la historia diciendo que Paco Sancho, tras haber echado unas lagrimitas de persona sensible, recordó que su amigo el ventero tenía a su vez otro amigo, el de la tienda de artesanía y recuerdos, quien a su vez conocía a un personaje importante. Ni corto ni perezoso buscó su teléfono móvil en sus alforjas y tras encontrarlo lo activó y marcó el número de su buen amigo el artesano, quien contestó tan rápido como si hubiera estado esperando su llamada. De ahí el preámbulo, introducción, prefacio proemio, exordio, prolegómeno o prólogo a mitad de capítulo, porque había que explicar un desfase grave en la crónica de Cide Hamete Benengeli. Esta fue la conversación documentada como si Paco Sancho hubiera activado el botón de grabación sin darse cuenta, porque era bastante lerdo en el uso de artilugios modernos.

-¿Eres tú, amigo Sancho? Llevo días esperando tu llamada, querido amigo. Alguien me dijo que habíais vuelto por estas tierras, tú y tu inseparable Quixote, y como no me llamabas supuse que te habías olvidado de mí.

-No, no es así, amigo Juanito, pensaba hacerlo nada más tomar tierra en un puerto del norte, pero estos artilugios, a quien Dios confunda, no son lo mío, solo cuando me llaman a duras penas consigo devolver la llamada.

Paco Sancho estaba mintiendo, algo que nunca le pareció mal cuando podía librarse de entuertos a través de la mentira, el engaño o haciéndose el despistado. Su amigo Juanito o Juan Perez de Viedma, aristócrata venido a menos, como bien lo dice la partícula “de” algo parecido a la “von” alemana que el mismísimo Beethoven intentó hacer pasar por noble, lo sabía muy bien, pero hizo como que se lo tragaba.

-No te preocupes, Sanchico, que sé muy bien lo manazas que eres. ¿Cuándo vendrás a verme y a disfrutar de unas buenas migas con vinillo de la tierra?

-Ahora mismico lo haría si pudiera. Que unos “civiles” nos han pillado a Luis Quixote y a mí en una carretera secundaria adelantando a un tractor y nos han multado, nos han quitado los puntos y han precintado nuestras caballerías. Y aquí nos han dejado tirados, sin poder movernos ni patrás ni palante. ¿No tenías tú un amigo potentado metido a político? Necesitamos que alguien poderoso nos eche una mano y podamos seguir camino, al menos hasta el siguiente pueblo.

-Así es Sanchico, por suerte mi amigo potentado ahora ocupa el puesto de gerifalte máximo de la Dirección General de Tráfico y además se encuentra en una finca celebrando con los amiguetes no sé qué acontecimiento feliz. Dime dónde estáis y hablaré con él para que os eche un cable.

Sanchico se lo dijo y quiso la coincidencia que la finca no estuviera muy lejos. Juanito Perez de Viedma le aseguró que iba a llamar a su conocido en cuanto colgara, pero antes le hizo prometer que le visitaría en cuanto saliera del paso. Lo que juró y perjuró Sancho haciéndole saber la inmensa deuda que tendría con él de por vida. Colgó su amigo, aconsejándole que no se moviera de allí ni un pasico y allí quedaron, Luis Quixote apoyado en el tronco de una encina, con la mirada perdida en el cielo, como si por el aire pudiera aparecer su amada Dulcinea, en un carro tirado por caballos alados, y Paco Sancho, también mirando al cielo, suplicando que todo saliera bien o quedarían allí tirados de por vida. Sancho no era muy religioso que digamos, pero cuando se enfrentaba a las tragedias de la vida, que no pueden ser superadas sino a través de milagros, podía rezar y suplicar como una beatona y prometer lo que fuera. En aquella tragedia en concreto prometió y juró ponerse a dieta durante una quincena, no comiendo más que los frutos de la tierra, es decir, verduras, pisto manchego, frutas y ensaladas. Eso sí, no se atrevió a jurar que no bebería vinillo de la tierra, sabedor que sería la única forma de trasegar a palo seco aquellos alimentos, sabrosos como el pisto, pero poca cosa para un tragón como él, que podía comerse un buen plato de pisto, pero como acompañamiento a duelos y quebrantos, caldereta manchega, jamón y queso y los sabrosos platos de caza de la tierra.


Mientras prometía y juraba no dejaba de caminar por el arcén hacia un lado y hacia otro, sin alejarse mucho de sus caballerías. Paco Sancho se sentía raro, como nunca lo estuviera en su vida, le hormigueaban los pies, las manos, le picaba la cabeza, y sus ideas iban y venían sin aquietarse en parte alguna. Le parecía un milagro haber hablado con su amigo Juanillo sin trabucarse y con resultados muy positivos, de hecho lo había hecho mucho mejor que de haber estado en su habitual sentido, es decir, quieto, tranquilo, con dificultad para pensar y tratar con personas. No sabía a qué podía deberse aquel agitado estado de ánimo en que se encontraba, ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de que las malditas hierbas de Quixote hubieran caído en su comida y se las hubiera trasegado o embaulado sin encomendarse a Dios ni al diablo. A veces se encontraba bien, ligero como un pájaro, otras se notaba pesado y con ganas de vomitar, lo que hizo un par de veces en la cuneta. Esperaba que su amigo cumpliera su palabra y enviara pronto refuerzos al rescate que sin poder evitarlo se los representaba como antiguos hijosdalgo, marqueses o condes, vestidos a la antigua usanza, que llegaban hasta ellos en una linda comitiva de caballerías bien enjaezadas, carros con bellas damas, criados, palafreneros y todo lo que hubiera en las comitivas antiguas que no había leído tanto como su amo. Entre la realidad y la fantasía, a veces se dejaba llevar por una y otras veces por la otra, a veces luchaba por mantenerse a este lado y otras se dejaba llevar al otro sin oponer resistencia. Pensaba en las ínsulas de las que le había hablado su amo y se veía gobernando a cristianos y paganos mucho mejor de lo que lo hacían los políticos, lo que no era difícil, aunque no caía en ello. A veces caía en un vacío estático y se quedaba de pie, sin mover un dedo, con la mirada perdida en cualquier parte. Cualquiera que les hubiera visto, a él y a su amo, perdidos en distancias infinitas, habría dicho aquello de “¡vaya cuelgue que tienen esos pájaros”, por ejemplo. Pero no pasaba nadie por aquella desierta carretera y siguió desierta durante un tiempo que aquellos dos pájaros nunca pudieron contabilizar.

Al cabo de un tiempo, fuera el que fuese, apareció por la derecha una comitiva compuesta de algunos vehículos de alta gama, una grúa suficientemente grande para llevar a dos Harley Davidson, mucho más para una y un ciclomotor o vespino. Les acompañaban algunos motoristas, un descapotable donde reían varias damas y dos guardias civiles motorizados, uno por delante y otro por detrás. En cuanto llegaron se detuvieron frente a las dos estatuas humanas y de un mercedes bajó un bien trajeado hombre de mediana edad, canoso y con pinta de marqués, conde o grande de España. Se dirigió a los dos hombres y se puso a hablar con ellos, como si pudieran entenderle. No fue así, Paco Sancho había entrado en una especie de trance y aunque sus ojos podían ver la comitiva, su mente los había transformado en gentes de otra época, dueños de una gran ínsula de la que él sería gobernante, porque el fuerte brazo de su amo así se lo conseguiría, como se lo había prometido. Entre su mente delirante y sus emociones completamente descolocadas e ingobernables no podía articular una palabra, a pesar de intentarlo con gran voluntad. En cuanto Luis Quixote su mirada no percibía las cosas de este mundo sino de otro, interior e inescrutable.

El gran señor, que no grande porque no era muy alto, ni muy robusto, ni muy nada, tan gris como su traje, viendo el panorama se acercó a la grúa y pidió a los empleados que procedieran a subir las motos con cuidado, porque parecía que iban a desmoronarse y volverse polvo en cualquier momento. En cuanto a los dos hombres que no se movían pidió ayuda a cuatro hombres jóvenes y fortachones, bien vestidos, con gafas de sol muy oscuras y auriculares en las orejas, lo que les catalogaba, para cualquier entendido, como guardaespaldas o matones. Despojaron a Paco Sancho y Luis Quixote de sus pertenencias, que fueron guardadas en el maletero de un todo terreno y dos a dos se los llevaron en volandas. Más fácil lo tuvieron los que se encargaron de Quixote que parecía una pluma al viento, pero al final ambos estuvieron sentados en la parte de atrás de un gran descapotable conducido por un melenudo y su novia, supuestamente, quienes dieron unos cuantos gritos apaches, manifestando lo felices que se sentían de haber hallado semejante tesoro, con el que se divertirían a lo grande esa noche. El resto de la comitiva se acercó al señor del mercedes y hablaron largo y tendido de la fiesta que les esperaba y de la diversión caída del cielo que daría momentos de gloria.

En cuanto las motos estuvieron en el camión grúa y todo el mundo preparado para regresar a la finca los guardias civiles motorizados cortaron la circulación, por si acaso, porque no pasaba nadie, y todos dieron la vuelta con harta dificultad porque el ancho de la carretera era el que era. Entre sonidos de claxon, gritos por las ventanillas abiertas y frenazos y acelerones la comitiva se puso en marcha y de esta forma nuestros personajes, con las miradas perdidas en horizontes perdidos y los pocos pelos que aún tenían en su cabeza sacudidos por una ventolera repentina que aún era peor en el descapotable, fueron acercados a una gran finca vallada, entre mucho arbolado y césped bien cuidado, y en mitad de ella un enorme caserón con torreones, como imitando los castillos medievales o más bien las mansiones de los potentados de nuestro Siglo de Oro. Desde lo alto de una almena sonó algo así como un cuerno de caza o una trompeta, que ambas posibilidades les parecieron aceptables a Quixote y Sancho, que con aquel sonido empezaron a despertar de su letargo, no así de su delirio que se acentuó.





domingo, 7 de abril de 2019

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO X

ENLACE PARA DESCARGA LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO LIBRO I EN PDF


https://drive.google.com/open?id=1aYVBI-F-YaD2TSAs8IEs-V9faIW9Jfj7









Más le hubiera valido a Sancho no mencionar el escote de Dulcinea, porque el caballero andante y recatado que era Quixote se sulfuró como una fumarola de ácido sulfúrico y levantándose con una agilidad y fortaleza impropia de su escuálida figura procedió a endilgarle un discurso propio de los libros de caballería:

-Malhadados tiempos, amigo Sancho, en los que no se respeta a las damas, hablando de ellas como si fueran muñecas de cartón o muñecas hinchables a las que se puede vestir con indecencia y utilizar como mozas de mesón en manos de cuadrillas de carreteros o camioneros. Tiempos oscuros aquellos en los que las damas tienen que vestir ocultando sus cuerpos de la cabeza a los pies, como si fueran pecaminosos, y hasta un escote de tres al cuarto suscita incontrolables pasiones lujuriosas y las damas son acosadas y abusadas y rebajadas a casquivanas mozas del partido. Tiempos miserables, aquellos en los que las damas deben salir a las calles gritando por sus derechos y libertades y en los que cualquier bruto, carretero o no, cree tener poder sobre sus esposas y parejas, hasta matarlas diciendo frases inspiradas por demonios recién salidos del infierno, como aquello de “la maté porque era mía”. Tienen toda la razón las damas que reclaman compensaciones por toda una historia de entuertos y esclavitud, donde fueron tratadas peor que animales, y yo, como caballero andante en estos tiempos terribles pondré mi fuerte brazo, mi espada y mi lanza a su servicio y quebraré sus cráneos como si fueran calabazas…

Y así hubiera seguido y continuado el bueno de Luis Quixote si Paco Sancho, acuciado por la necesidad de moverse debido a los efectos de las malhadadas hierbas que había trasegado junto con la comida, amén de otros efectos igualmente molestos, no decidiera, como decidió, echarse a su amigo sobre la espalda y arrastrarlo hasta el comienzo del camino de tierra, donde habían abandonado sus cabalgaduras. No es mi pluma tan fina y sutil como para describir con pelos y señales y poético lirismo la estampa que ambos dos trazaban sobre la sedienta llanura manchega, necesitaría de los artilugios modernos que copian la realidad como un suelo arcilloso la suela de un zapato, tales como la cámara fotográfica o de vídeo o la cámara de cine o todo ello en un diabólico artilugio al que llaman móvil, y más aún necesitaría la creatividad y dominio de la técnica de los buenos fotógrafos o cineastas. Como no dispongo de ello, diré solamente que la estampa no podía ser más esperpéntica, un chaparro con un hombre enjuto a sus espaldas, portando así mismo todo lo que antes había llevado desde las cabalgaduras para un banquete rústico. Sólo los efectos alucinógenos pudieron ayudar al chaparro a llegar junto a las cabalgaduras con semejante carga. Y digo bien cuando digo cabalgaduras, porque la ingestión de las hierbas había trastocado la mente de un hombre tan realista que ni siquiera gustaba de ver películas o programas televisivos porque pensaba y bien pensaba que nada que no se pudiera tocar o embaular en el estómago podía ser real, y que ahora estaba dudoso entre describir sus cabalgaduras como vehículos a motor de dos ruedas o jamelgo y pollino, porque si bien la alucinación comenzaba a ser muy creíble, no lo era tanto como para no distinguir la vieja Harley-Davidson de su amigo, adelgazada por todos los robos de piezas que había sufrido a lo largo de su dilatada vida, los pocos arreglos y menores cuidados recibidos y el achatamiento de golpes y más golpes, tanto de accidentes como de vándalos que nada respetan, ni siquiera la tecnología, de su vieja vespino, que aunque muy vieja y mal cuidada, era querida por Paco Sancho como lo más preciado de su vida, a la que abrazaba y daba besos en cuanto volvía a verla tras un corto alejamiento. Como ocurrió también esta vez, porque en cuanto dejó a su amigo apoyado en su cabalgadura y regresó mochila y demás enseres a su sitio, se abrazó a la vespino como a una tierna hija y la abrazó y besó hasta cansarse.

No puedo describir lo que ocurrió a continuación porque aunque lo viera y palpara no me lo creería. Lo cierto es que por algún fecho mágico de algún mago bondadoso, ambos quedaron sobre sus cabalgaduras, ambos arrancaron las motos, que motos eran y no jamelgo y pollino, y se dispusieron a continuar por la carretera, en la dirección a que apuntaban las cabezas de sus cabalgaduras, que bien hubieran podido seguir en sentido contrario porque ya sus cabezas no eran capaces de situarse en el tiempo ni en el espacio. Por suerte para ambos la baqueteada carretera comarcal aparecía desierta, como era natural a la hora de la siesta, lo que les permitió ocuparla en su totalidad, Luis Quixote haciendo eses como si hubiera alimentado a su cabalgadura con vino de Valdepeñas y no con gasolina y Paco Sancho, juguetón, festivo y jovial, tratando de adelantar a la cabalgadura de su amo, ocasión única que nunca más verían los tiempos. Y digo bien cuando digo cabalgadura porque para el bueno de Sancho eso era ahora su vespino, un pollino trotón y traviesillo. Semejante alucinación no resultaba insólita para su amo, porque así lo veía ahora Sancho, que siempre creía ir montado en Rocinante y cuando se había fumado muchas hierbas, hasta lo veía como un clavileño volador.

De esta guisa continuaron su viaje a parte alguna, en medio del desierto y el silencio y con un sol abrasador. Luis Quixote continuó con su largo discurso sobre las damas y malandrines de estos tiempos y Paco Sancho no cesó de interrumpirle para preguntarse por la famosa ínsula prometida. Aunque este buen labriego –así se consideraba en su delirio- nunca había leído el Quijote, su amo sí había desentrañado hasta la última coma, porque en cuanto que perdió la chaveta y le dio por considerarse un nuevo Don Quijote de la Mancha, se lo había leído de claro en claro y de oscuro en oscuro, días y noches, en cuanto tenía la oportunidad de echarse en un catre a descansar, que no lo hacía sino que ocupaba su mente en repetir, en tono moderno, las mismas fazañas de su distinguido y honrado antecesor, un hidalgo bondadoso que fue llamado en su tiempo Alonso Quijano el bueno y así murió.

No es para ser descritas las alucinaciones que produjeron en estos dos hijosdalgo las miríficas hierbas, baste decir que el tiempo pasó y cuando el sol declinaba y comenzaba soplar un vientecillo molesto aunque refrescante, fueron apareciendo por la carretera extraños monstruos a quienes algunos llaman tractores, que tuvieron que lanzarse a la cuneta y detener su andadura, para evitar lesivos accidentes de aquellos dos locos que farfullaban incoherencias y a quienes los tractoristas pusieron de chupa de dómine.

No sé sabe, al menos no lo sabe este cronista, si fueron los jinetes de estos extraños monstruos los que dieron el aviso al puesto más cercano de la guardia civil o tal vez fuera alguno de los muchos magos enemigos de Luis Quixote, los que aparecieron por allí, algo poco habitual, extraviados por el destino o por las órdenes de algún comandante traviesillo. El caso es que, jinetes verdes, en sus portentosas cabalgaduras llegaron una pareja de guardias civiles, quienes al verlos deambular de semejante guisa les dieron el alto, les pidieron los papeles, que ninguno de los dos logró encontrar, y tras hacerles soplar una y otra vez dedujeron que el flaco iba hasta las meninges de marihuana y que el gordo aún iba peor porque había trasegado el buen vinillo de la tierra. Fueron multados, les quitaron no sé cuántos puntos del permiso por puntos, les precintaron las cabalgaduras y les aconsejaron que no se movieran de allí, durmiendo la mona mientras llegaba la grúa.

Continuará

lunes, 25 de marzo de 2019

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO IX












CAPÍTULO III




DE CÓMO PACO SANCHO FUE NOMBRADO DELEGADO DEL GOBIERNO EN LO QUE CREYERON UNA ÍNSULA Y RESULTÓ SER LA FINCA DE UN POTENTADO BROMISTA




Nuestros apacibles personajes siguieron rutas apacibles por carreteras secundarias, donde el tráfico no molesta demasiado ni siquiera en horas punta. La velocidad de sus cabalgaduras era tan lenta que algún conductor apresurado, como casi todos, tocó el claxon con denuedo para incitarles a tomarse la vida con una prisa que estaba muy lejos de sus deseos. Luis Quixote seguramente estaría pensando en su amada, que cada vez estaba más cerca, una vez armado caballero. Paco Sancho, por el contrario, como siempre, reflexionaba sobre cosas prácticas, tales como jugar a la lotería, al cuponazo, a la bonoloto o a cualquier juego de azar que permitiera llenar sus alforjas de algo más que un trozo de hogaza, queso manchego y embutidos que el dueño del castillo, venta o mesón, había tenido la precaución de darle, a escondidas de su “amo” el bueno de Quixote. Su zarrapastrosa cartera apenas ocultaba algo más que unos pocos billetes de euro, con los que no llegarían muy lejos. Le vino a las mientes el episodio de la ínsula Barataria, donde el práctico de Sancho Panza se dejó llevar por su ingenuidad y alcanzó cumbres tan altas como las que solía patear Don Quijote. Una vez armado caballero su Quixote particular se podía esperar casi cualquier cosa de sus calenturientas fantasías, pero no hasta el punto de acabar en una ínsula manchega, agasajado por bromistas potentados, que actualmente lo siguen siendo, incluso más que en tiempos de Cervantes. Tampoco faltan duques palaciegos, princesas y hasta marqueses de pitiminí. Pero no caería la breva de encontrarse con alguno “dellos” en sus fincas de caza, que siguen existiendo por la gran llanura manchega. Lo más que él conocía era un político de postín, conocido de un buen amigo, dueño de una tienda de artesanía situada cerca de una gasolinera, por la conocída autopista A-4. Era uno de los pocos contactos que aún conservaba en su nuevo Smartphone de gama baja, adquirido al llegar de nuevo a España, tras un largo viaje en barco cochambroso, desde territorio USA. En los pasajes se gastaron sus pocos ahorros, y bastante tuvieron con poder pagar también el pasaje de sus viejas motos. Luis Quixote renunció al uso de esos artilugios mágicos que seguramente habían creado sus magos enemigos, para acabar enredándole en una aventura que le llevara al calabozo de algún palacio extraño, lejos de su amada.




Paco Sancho rememoró aquellos malhadados tiempos, unos meses antes de que su amigo tomara la decisión de regresar a la patria. El constante uso y abuso de hierbas y otras sustancias químicas psicoactivas, además de algunas pastillas que decidió probar en una especie de comuna hippie cercana a Baltimore, donde pensaban embarcar para España, si es que encontraban algún barco de carga que les admitiera, aunque fuera como marineros de tierra, acabó con la poca razón que aún le quedaba al bueno de Luis Quixote, quien, tal vez pensando en su tierra manchega, acabó por obsesionarse con lo más emblemático de su patria chica, el libro entre los libros, Don Quijote de la Mancha. Pocas veces le habló antes de aquel libro y aquellos personajes, solo que le habían obligado a leerlo en el bachillerato y le pareció un ladrillo, dijeran lo que dijeran. Encontró, verdadero milagro, una edición española en una tiendecilla donde pararon a preguntar si tenían planos de la zona. Desde entonces no dejaba de leerlo en sus ratos libres, que eran muchos, y bien se podría decir de él que se pasaba las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, como su ahora admirado personaje. No podría decir cuándo su amigo perdió totalmente la razón y el rumbo, porque fue de poco a poco, y sólo cuando, por otro milagro del destino, se encontraron con un compatriota manchego en una taberna, quien, ya bastante ebrio, les abrazó como un náufrago a un madero del naufragio de su barco, y no quiso dejarles ni un segundo hasta que Paco Sancho, porque Luis Quixote estaba en otros mundos, le contó sus andanzas USA y puso de manifiesto su deseo de regresar a la patria chica, aunque fuera en una chalupa. El manchego, hombretón en la cincuentena y patrón de un viejo barco rescatado del desguace, para hacer portes baratos desde donde se le pidiera hasta donde fuera menester, así se tratara de las antípodas, se echó a reír muy regocijado y les dijo que les ofrecía su barco para lo que fuera menester. Tan solo tendrían que pagarle un pasaje barato y trabajar en lo que fueran capaces de hacer, porque los manchegos somos más marineros en tierra que Alberti, que era del Puerto de Santa María. De lo que colijo el bueno de Sancho que aquel compatriota debía ser hombre culto y tal vez hasta hubiera leído el Quijote, lo que venía de perlas, porque tal vez se tomara a risa las desaforadas fantasías de Quixote.













No quiso pensar más Paco Sancho en aquel malhadado viaje ni en las tristes aventuras en USA, por lo que se centró en cosas más prácticas, tales como superar la vieja moto de su amigo, lo que no le fue difícil, porque este iba tan enfrascado en sus pensamientos que cada vez deceleraba más y hasta comenzaba a hacer eses, para hacerle señas de que parara en el camino de tierra que se veía a unos pasos o rodadas. Ya llevaban un buen trecho de camino, desde que salieran de la venta, y la última comida la tenía en los pies. Necesitaba trasegar algo y hablar con Luis Quixote acerca de sus planes, si es que tenía alguno.




Aposentóse con su caballería en el desvío e hizo señas al bueno de Quixote que no le vio y a punto estuvo de llevarle por delante si no fuera porque quiso el mago Chilindrón, archienemigo suyo y patrono de todos los desaforados malandrines que se mueven por las carreteras y caminos del reino, que justo unos metros por delante de Paco Sancho quedaran restos de aceite vertido por los mozos del siguiente pueblo, para que en las fiestas patronales todos los visitantes forasteros resbalaran de sus cabalgaduras y se dieran un buen porrazo. Suerte tuvo Luis Quixote, tal vez protegido por algún mago bueno y protector, si es que aún le quedaban, de que el tiempo, que todo lo cambia, echara polvo y tierra sobre la mancha y así el resbalón fue poca cosa, no obstante suficiente para descabalgarle y hacerle rodar por el duro y agrietado asfalto, hasta quedar, él y su cabalgadura, a los pies de Paco Sancho, quien se llevó las manos a su cutre casco de motorista y quitándoselo de un manotazo se mesaba los cabellos como si hubiera perdido su equipo favorito, si es que lo tuviera o tuviese.




Cuando, una vez auscultado con toda desfachatez, comprobó que su amigo del alma no había sufrido ningún desperfecto serio y que su cabalgadura, una vez apagada y sus ruedas quietas, podía ser retirada hasta el inicio del camino de tierra, decidió que nada impedía arrastrar como pudiera, colgado de su hombro, al bueno de Quixote, hasta la sombra que daba una pequeña edificación de ladrillo y hojalata, porque otra sombra no había por allí, y embaular algo en el vacío y quejoso baúl de sus tripas.




En cuanto llegaron, ayudó a su amigo a aposentar sus posaderas en el suelo terroso y a apoyar su espalda en la pared y él se dedicó a desembalar los alimentos que su buen amigo les había colocado en el zurrón que Sancho comprara con anterioridad en la tienda de otro buen amigo, dedicado al queso manchego y a los productos de artesanía típicos de la tierra y de otras tierras, que a todo se acomoda el turista moderno, personaje que no tiene relevancia en esta historia pero sí importancia, dado que sin su intervención no se hubiera producido el episodio que estamos narrando.













Mientras Paco Sancho lo preparaba todo sobre una servilleta mugrienta que siempre llevaba en el zurrón y que nunca lavaba aduciendo que para ensuciarse al rato no merecía la pena esforzarse mucho, su amigo, dolorido y quejicoso, había sacado del gran bolso interior de su chupa de cuero su pipa y las finas hierbas que él consideraba tan mágicas y milagrosas como el bálsamo de Fierabrás, o incluso mejores, y con la maestría que da el uso continuado y habitual, se preparó una cachimba que prendió enseguida y se puso a aspirar con gran delectación. Pronto dejó de quejarse de sus dolencias, e incluso de recordar lo sucedido y pensando en su señora Dulcinea, moza fermosa del Toboso, se quedó traspuesto, con tan mala pata que parte de las finas hierbas de su bolsita especial, que había quedado sin cerrar, fue a parar a los alimentos que estaban sobre el sucio mantel, algo que Paco Sancho no pudo ver porque andaba muy ocupado en trasegar vinillo de la tierra de su bota de cuero, tal vez comprada también en la tienda de su amigo, fuera ésta artesanía propia de La Mancha o no, que eso lo desconoce el narrador, que bastante tiene con contar esta historia como para andar buscando en Google todos los detalles necesarios. Y fue este nimio detalle en apariencia el que usara con muy mala baba el mago Chilindrón para que todo se precipitara, porque Paco Sancho, siempre tan comedido y prudente y pegado a la tierra agarró un colocón tremebundo que no se le pasaría en varios días y que le llevó a cometer todo tipo de insensateces y a creerse todas las bromas que le gastarían unos desalmados potentados sin entrañas. Pero de eso hablaremos más adelante.




Lo que nos ocupa ahora y debe ser narrado antes y lo otro después como debería hacer todo narrador que se precie y no como los modernos que todo lo trastocan, ponen primero lo último y luego lo primero, una técnica que llaman flashback, o narran en paralelo diferentes historias, con lo que la narración se convierte en encaje de bolillos y el lector no solo se pierde, sino que como le gustan más unas historias que otras, pierde los ojos con unas y le cuesta leer las otras, como si le hubieran puesto encima una cabalgadura y tuviera que caminar a la fuerza. Este narrador Cide Hamete Berenjeni, es de los clásicos y por tanto narra primero lo primero, segundo lo segundo y lo último en último lugar y no se mete en encajes de bolillos que no sabe hacer ni nadie le enseñó. Por eso no narraré en paralelo lo que estaba ocurriendo en una finca no muy lejana, propiedad de un potentado sin escrúpulos que preparaba una gran fiesta para amigos y amigotes. Este potentado con patente de corso era un duque o conde o marqués, que todavía siguen existiendo en estos tiempos tan modernos. Pero no diré ni un ápice más, porque no viene a cuento y a nadie interesa.




Es por lo que se tercia contar lo que está ocurriendo ahora y no lo que sucederá en el futuro, si es que sucede. Paco Sancho, que trasegaba como una lima siempre sin que tuviera necesidad de ser animado, ahora no lograba rellenar su baúl, por mucho que embaulara, y ello era debido al apetito voraz que suele generar esta clase de finas hierbas, efecto que muchos conocen, casi todos, No obstante como todo lo que comienza tiene que terminar, casi liquida todas las provisiones del zurrón, y si no lo hizo fue porque su estómago-baúl no daba para más, no por un sentimiento cristiano de dejar algo para su amigo, que ocupado en sus delirios no necesitaba llenar su panza, sino el infinito cántaro vacío de su mente, donde cabía todo lo que fuera líquido o más bien volátil.




Otro de los efectos, que no son los mismos en todos los consumidores, ni con la misma intensidad, y lo sé no porque yo haya probado esas hierbas diabólicas, sino porque me lo han contado, y ustedes se lo pueden creer o no, según prefieran, decía que otro de los efectos es la hiperactividad que genera, o más bien todo lo contrario, quedarse tumbado y sin moverse, en Babia, como le estaba sucediendo a Luis Quixote. En este caso tenemos dos “exiemplos” opuestos y contradictorios. El flaco, que debería estar hiperactivo, se había recostado aún más hasta llegar a tumbarse, y el gordo, que debería estar tumbado, sesteando y roncando, no paraba de moverse, guardando lo poco que quedaba en el zurrón, de cualquier manera, recogiéndolo todo, hasta un melón que había por allí, puesto que aquella finca era un melonar, aunque no lo hayamos dicho hasta ahora, y el melón estaba en plena madurez y a punto de ser recogido, por lo que el lector avispado deducirá que estamos en verano y en plena Mancha, lo que explica muchas cosas. La Mancha es buena tierra para melones, uvas y otras frutas de la tierra. El delgado Luis Quixote hubiera puesto el grito en el cielo de haber sabido de la mangancia de su amigo gordito, no en vano era un caballero, lo que es lo mismo que decir que era honrado, respetuoso de la ley y aunque defensor del pobre y menesteroso también lo era del honrado empresario que cultiva sus melones, regándolos con el sudor de su frente y tiene derecho a cada uno de sus melones, si bien no estaría mal dedicar un diezmo para los desheredados de la fortuna y los hidalgos pobres, pero eso es algo que debe brotar de su naturaleza bondadosa, no del latrocinio más o menos justificado. Como no vio nada, nada dijo. Y aquí viene a cuento traer a las mientes uno de los refranes quijotescos más conocidos: Ojos que no ven, corazón que no siente.




Sancho logró a duras penas poner en pie a Quixote, pero no hubiera logrado hacerle caminar un paso de no haber sido por una idea genial que llegó a su gran cabeza, ahora más liviana y lúcida debido al buen efecto de las hierbas, que no solo causan consecuencias nefastas, sino que también producen resultados positivos, como todo en la vida, todo tiene una doble cara, la cara y la cruz. Se le ocurrió decirle que el sabio Cocoliso había traído en volandas a su amada Dulcinea para levantar el ánimo de su caballero, algo que les ocurre a todos en algún momento de su vida. Apenas Quixote hubo oído y comprendido lo que le estaba diciendo su amigo cuando reaccionando con brusquedad comenzó a caminar a largos y apresurados pasos, tanto que a Sancho le resultó trabajoso seguirle, con su mochila al hombro y la barriga pesada y turbulenta. El ajetreo de su barriga causó movimiento de gases y las flatulencias salieron disparadas por el primer agujero que encontraron. Se podría decir, en metáfora moderna, que encendió el turbo, lo que aceleró su caminar. Sin duda que su amigo habría sacado a relucir la famosa frase quijotesca de que “aquí huele, y no a ambar, amigo Sancho” si sus sentidos hubieran estado centrados en otra cosa que no fuera la fermosura de su amada. Tanto apresuramiento tuvo mal resultado, porque Quixote tropezó en un pedrusco y se vino abajo, allí quedó, en el suelo, maltrecho y sangrando por la nariz. Para que luego digan de los efectos negativos de las hierbas, la mente pausada, casi letárgica de Sancho, se aceleró como impulsada por el turbo, y sin pensarlo mucho le dijo:




-Amigo Quixote, no se rinda, que su amada Dulcinea le espera con sus mejores galas, anunciando sus encantos con un escote profundo y generoso.



sábado, 31 de marzo de 2018

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO VIII

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO VIII

 
 
 
 
 
 
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-No, no creo que te molesten más Luisillo, que por los ronquidos que llegan hasta aquí se deduce que toda la casa duerme y hasta medio mundo hace lo mismo, que las noches son para soñar y el día para estar bien despierto en las actividades propias del ajetreo de estos tiempos.
-Bien dices fermosa doncella que tiempo hoy para todo hasta para perder la razón que quien no la pierda alguna vez bien puede  pasarse el resto de su vida creyendo razonar, cuando ha ya largo tiempo que le han hurtado toda razón.
La fermosa doncella antes de ayudar a Quixote a regresar a su puesto de guardian de la honradez y la doncellez sacó hasta el cobertizo una tumbona que tenían en el trastero, un poco deteriorada pero aún servible. Una vez le hubo ayudado a sentarse se despidió porque el dormir es el único enemigo a quien nadie resiste y el único amante que siempre alcanza su objetivo amoroso.
Por la mañana Paco Sancho aprovechó la imperiosa necesidad que sentía de descargar su vejiga para echar un vistazo a su amigo a quien encontró a la sombra del cobertizo dormido como un niño sobre la destartalada hamaca. Se le quedó contemplando unos instantes como quien observa conmovido el sueño de un ángel y luego, acuciado por el hambre y por la necesidad de seguir ruta buscó a su amigo Manitas y logró convencerlo de que antes de desayunarse oficiara una breve ceremonia que diera término a la locura de su amigo, locura que no podía durar mucho porque ninguna droga entumece el cerebro para siempre.

Su amigo salió con un banderín del equipo del que toda la familia, incluida la fermosa doncella, era forofo, y al son de su cutre himno, que sonaba en el viejo cassette de la cocina, procedió a armarle caballero. De esta  manera y teniendo a Luis Quixote de rodillas y a Paco Sancho de acólito inició la ceremonia bautizándole mediante el derramamiento de media botella de agua sobre su cabeza al tiempo que con el banderín le golpeaba en los hombros. En el nombre del padre del hijo y de los Quijotes de Chicago. Paco Sancho se derramó el resto de la botella sobre su cabeza empapando la camisa –el calor comenzaba a hacerse notar- y se dispuso a iniciar la nueva jornada. Pero mejor que el agua le sentó el vinillo del desayuno que ayudó a pasar media docena de huevos fritos, dos lonchas de jamón y unas cuantas salchichas que se metió entre pecho y espalda sin que ni el primero ni la segunda se inmutaran en lo más mínimo.
Quixote apenas probó un vaso de leche con cacao y una galleta y eso porque la fermoso doncella insistió hasta la extenuación. Mientras lo hacía no cesaba de intentar convencer a Paco Sancho de la necesidad de internar a su amigo.
-Puedes utilizar la excusa de la anorexia, come como un pajarito.
-Imposible, con el cuelgue que tiene hasta el enano del orinal sabría lo que le sucede a Luisillo.
-¿Y un centro de cura para drogadictos?.
-Encerrarle sería asesinarle. Tu misma has dicho que es como un pajarillo. No saben cuánta razón tienes.
Terminada la colación caballero y escudero arrancan sus motos y se ponen a cabalgar por la llanura manchega a la busca y captura de gloriosos fechos que pongan sus nombres en las portadas de periódicos y revistas aunque estas sean llamadas del corazón no se sabe muy bien si por carecer de este órgano en sus pechos o por utilizar corazones ajenos en nuevo elixir moderno de la eterna felicidad y juventud.
Y así termina este primer episodio de la famosa historia contada por el historiador Paco Montefiel que largo tiempo acapara portadas en el universo mediático donde todo puede suceder hasta que las mentiras se transformen en verdades y  las verdades en mentiras.
Pero no se pierdan ustedes el siguiente capítulo de Luis Quixote y Paco Sancho el gran éxito mediático de los últimos tiempos en el famoso episodio donde por fin Luis Quixote puede hacer delegado del gobierno a su amigo paco Sancho de una ínsula rica y muy jugosa: una exclusiva muy alta por contar sus memorias. No se pierdan cómo Paco Sancho nos narra sus memorias en los siguientes episodios de la historia más famosa jamás contada.
cabalgamos

sábado, 22 de abril de 2017

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO



Así continuó hasta que un acontecimiento imprevisto le sacó de sus disquisiciones amorosas. Por la carretera de servicio llegaba un coche, venía muy despacito y con las luces apagadas. Quixote no podía verlo muy bien porque las luces del mesón ya se habían extinguido un buen rato antes y las farolas de la carretera general estaban suficientemente lejos para que todo el terreno entre el mesón y el asfalto permaneciera en una penumbra opaca. La luna no aparecía por ninguna parte y las escasas estrellas apenas eran perceptibles, difuminadas por el alumbrado de la carretera y de la ciudad. A Quixote, completamente metido en su papel de caballero andante le pareció que no podía ser otra cosa que la sombra del mágico vehículo en que se acercaba un mago poderoso y maligno que en su imaginación asoció con Freddy, el uñas largas. Tanto su amigo como él eran adictos a las películas de terror.

Convencido de que la fermosa doncella estaba siendo atacada por gente canalla y ruin se dispuso a defender a la desvalida doncella con la fuerza de su mano y el poder de su lanza que dirigió hacia el extraño objeto en medio de las sombras en que se estaba perpetrando semejante desaguisado y a un trotecillo suave porque su estado físico no le permitía más intensidad atacante se dirigió lanza en ristra contra el canalla que asediaba a la fermosa doncella. 
Un fuerte golpe en la luneta trasera, que rajó en forma circular todo el cristal, sobresalto a la pareja que estaba intentando darse parte de su amor a través de sus cuerpos. El se subió los pantalones rápidamente y salió del coche encolerizado pretendiendo dar la medicina correctiva adecuada al infractor de la mínima etiqueta de urbanidad respecto a la intimidad de los amantes. Como no viera nada dio las luces del coche que no había encendido antes temiendo el agresor pudiera ver al desnudo los encantos de su amada.




Ahora sí pudo ver a un extraño esperpento que vestido como de carnaval retrocedía con un palo en ristre pretendiendo sin duda volver a dañar el coche. Era más alto pero su extremada delgadez y la extraña forma de moverse como si estuviera borracho o drogado le hicieron pensar que sería presa fácil.

Se lanzó contra él y arrebatándole el listón que le servía de lanza comenzó a darle tales palos que a otro de constitución mucho más fornida que Quixote le hubiera tundido. A los gritos del caballero acudieron rápidamente que las damas que habían permanecido en la cocina charlando y mirando de vez en cuando por la ventana para ver cómo seguía el caballero que velaba armas. La fermosa doncella se apresuraba en cubrir sus desnudeces pero Quixote aún pudo ver uno de sus pezones erguidos como pececitos que buscaran en el aire nocturno su alimento oxigenado antes de que los puños del fogoso amante cayeran sobre él. 

Al ver a la luz de los faros del coche la desigual pelea se apresuraron en salir a socorrer al desgraciado caballero a tiempo de ver cómo el coche-lecho salía de estampida con el amante fogoso al volante el pecho desnudo y los ojos fijos en el asfalto.

Llegaron madre e hija a tiempo de impedir que Quixote en un colérico intento de vengar su ignominia cayese de bruces puesto que se había puesto en pie y se tambaleaba más que un árbol bajo la tormenta.

Entre las dos se las vieron y desearon para llevar al caballero hasta la cocina ya que si su figura magra no suponía gran quebranto para sus fuerzas sí lo era su alta estatura y sus constantes bamboleos. Ninguna de ambas damas deseaba llamar a padre y marido respectivamente ya que solía levantarse de mal humo y no era cuestión ahora de tentar aún más al destino que ya daba amplias muestras de mostrarse poco propicio.


Entreambas le tumbaron en la amplia mesa de cocina donde quedó como momia egipcia sin vendas en un amplio ataúd. La amada de sus sueños que seguramente le estaría cuidando al otro lado de los párpados cerrados por el desmayo el ajetreo del viaje aguzó hasta el límite el dolor de todas sus heridas y ahora también lo hizo a este lado de sus párpados limpiando sangre de nariz y cejas, los puntos más castigados de su anatomía sin desmerecer boca y cejas. Los golpes iban todos a la cabeza con mala saña y aunque alguna se desvió al estómago del caballero lo cierto es que solo la impericia y poca fortaleza del amante frustrado impidieron que la desgracia de Quixote fuera aún mayor.

Limpio de sangre y con un par de aspirinas en el cuerpo Quixote dijo sentirse mejor e intentó ponerse en pie para continuar su velorio de armas pero hubiera caído de la mesa de no haber sido sujetado por las damas que con amenazas lograron la promesa de no moverse de allí al menos en una hora, luego podría sentarse en una hamaca en el exterior ya que nada le impedía a un caballero velar armas en esa postura. Quixote, que solo conocía la obra cervantina a través de la lectura de algunos pocos párrafos de un libro muy resumido que compró de joven por curiosidad compulsiva así como de la visión de películas y series de televisión y dibujos animados, no podía saber de semejantes detalles.

La indefensión del pobre hombre animó a Modesta a conocer un poco más a fondo la causa de su locura e intentar mediante preguntas hacerle comprender la locura que estaba viviendo y la necesidad de ser ingresado en un hospital con el fin de poder ser atendido debidamente durante una temporada. La curiosa conversación siguió a la escasa luz de un flexo que la madre encendió al tiempo que apagaba la luz principal al irse a la cama ya que según ella no estaba el horno para esa clase de bollos.

-¿Se llama usted Luis, ¿no es así?

-Fermosa dama, los caballeros andantes no tenemos nombres sino aquellos que nuestras fazañas nos den, no como los hombres corrientes a quienes se los arrojan a la cabeza al buen tun-tun y luego pujan por ellos como les sucede a los bueyes a quienes bautiza el amo a su libre albedrío y sino obedecen les hunde la quijada en los lomos hasta que lo hacen. Es admirable la sabiduría de los indios americanos que se ponen nombres con las cualidades o defectos más sobresalientes del bautizado que lo es cuando ha hecho méritos tanto para lo uno como para lo otro...

-¿Pero usted cree Luis que existían indios en tiempos de su admirado D. Quijote?

-Siempre han existido indios, fermosa doncella, naturalezas indómitas y salvajes dispuestas a oponerse al aborregamiento general del hombre civilizado que pasta basura en horrendas urbes con igual fruición que los alegres bóvidos lo hacen, vigilados por solícitos pastores, en los campos...

-Vamos, vamos, Luis, ¿pero no comprendes que estos disparates no conducen a ninguna parte?. Ni yo soy fermosa doncella como dices sino una solterona amargada a quien un accidente en la cocina convirtió en un monstruo de feria, ni tú eres un caballero andante aunque tu apellido tenga cierto parecido con el de aquel flaco desgraciado, ni te espera otra cosa que un mundo cruel donde se reirán de tus sandeces mientras intentan aprovecharse de ti como sea, aunque tan solo puedan aprovechar de tu magra figura los huesos para hacer sopas de sobre. Ni...

-Bien fablas, fermosa doncella, pero no siempre el buen fablar indica un buen entendimiento, que muchos hay que dicen versos floridos delante de muladares y aún creen que los dioses les engañan...

-Como los políticos.

-No sé quienes son esos caballeros, fermosa doncella, que bien me gustaría enfrentarme a ellos en caballeresca batalla para saber quién el más valiente caballero de estos tiempos, pero si me ayudas un poco seré capaz de volver a la vela de mis armas sin miedo a que el resto de la noche sea inquietado por esos demonios que dan puñadas a diestra y siniestra sin que pueda verse el rostro demoniaco de quien así ofende.




miércoles, 5 de abril de 2017

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO


-¿Qué, mucho tiempo por esos mundos de Dios?. Hortensio me contó que te fuiste con unos motoristas que pasaron por el pueblo y que te comieron el coco con no sé qué aventuras, incluso la de ir a America?.
-Sí fue mi buen amigo Luis Quixote, en aquel tiempo jefe de la pandilla de los “Diablos de la Mancha” quien me convenció de que les siguiera. Por aquel entones se hacía llamar “El Diablo de la Mancha” y era el jefe de la pandilla de motoristas. Tenían previsto viajar por el extranjero para evitar los controles policiales. Franco no comprendía que hubiera locos que quisieran imitar a Marlon Brando en aquella película… No recuerdo como se titulaba, tengo mala memoria. Me convenció para que les acompañara. Yo entonces tenía una vespino. El me ayudó a comprar una Derby. Viajamos por Europa y luego decidieron ir a Norteamérica. Les acompañé muy a mi pesar. Mi colega siempre me acaba convenciendo de lo que él quiere.
Sancho interrumpió la narración para hacer los honores del plato que la mujer puso en la mesa con un porrón de vinillo de la tierra. Luis Quixote permanecía sentado contemplando la pared de enfrente como si en ella se dasarrollara una maravillosa escena de la que no quisiera perderse ni un solo detalle.
-¿Le pasa algo a tu amigo?. Parece alelado. No come nada.
-Ha fumado unas hierbas que no le han sentado muy bien.
-¿Hierbas?
-Es drogadicto. Fuma marihuana y otras hierbas. No suele estar tan mal pero un colega le ha debido vender mala mercancía.
-¡Jesús! ¿Porqué no le llevas a un hospital?
-Lo encerrarían y no tiene a nadie en el mundo. Se moriría de pena.
-No me gusta verle así. Podéis cenar pero luego tendréis que marcharos.
-Lo entiendo, gracias, señora.
Paco Sancho embaulaba deprisa temiendo que el plato le fuera arrebatado antes de darle fin. En ese momento apareció en la puerta su amigo, vestido con un vaquero y una camisa sin abotonar. Su mujer se lanzó sobre él y encerrándole en la despensa estuvieron cuchicheando un buen rato.
Al salir su amigo le contempló jovialmente y sin dudarlo un instante se acercó y levantándole con un trozo de chorizo en la mano le dio un fuerte abrazo.
-Mi amigo Tragaldabas. ¿Qué ha sido de tu vida?… Mujer, puedes hacer una tortilla de patatas y unas sopas de ajo, abundantes porque yo también voy a acompañarles.
Sin esperar contestación se sentó y echó mano al porrón.
-¿Qué le pasa a tu amigo?
-Sancho se lo explicó casi con las mismas palabras. Su amigo se lo tomó mucho mejor que su mujer. Se echó a reír con ganas y dando una palmada en la espalda de Quixote le obligó a llevarse a la boca una loncha de jamón que aquel masticó con lentitud exasperante.
-Podéis cenar y luego dormiréis en un cuarto que tenemos para alguna emergencia.
-Tu mujer quiere que nos marchemos.
-María hará lo que yo diga. No te voy a dejar marchar sin que me cuentes tu vida, bandido. ¡Cuántos años sin verte!
-Más de treinta, creo.
-¿Tanto?. ¡Cómo pasa el tiempo! Nos estamos haciendo viejos.
-¿Qué ha sido de tus hijos?
-Juan, el mayor se casó y tiene un restaurante en Benidorm. La pequeña, Cecilia, está con nosotros ayudando en lo que puede. Hoy precisamente ha ido a la capital a ver a unos amigos. Creo que tiene novio pero nos lo oculta, la muy tonta. Y Modesta, la mediana, vive sola aquí en el pueblo, de vez en cuando nos echa una mano pero muy de cuando en cuando porque tiene un negocio de supermercado que le da mucho trabajo. Se quedará para vestir santos. Le cogió la manía de que es un monstruo. Un día en la cocina se le cayó una sartén con aceite en la cara, no sé que estaría haciendo. El accidente no fue grave pero le dejó unas marcas en la cara. No quiso hacerse la estética. Siempre fue un poco rarilla.
-Lo siento.
-No, si está muy bien. Las cicatrices le afean un poco la cara pero todo se arreglaría con unos injertos de piel, ya nos lo dijeron los médicos. Pero ella no quiere ni oír hablar del tema, la muy burra. Mira, la voy a llamar, estará viendo la tele, no hace otra cosa. Dice que tiene insomnio.
-No, déjalo, no la molestes.
Su amigo salió hasta el bar y llamó por teléfono. Paco Sancho aprovechó para echarse un largo trago al coleto. Su amigo aún seguía masticando con la mirada extraviada. Pensó en darle un trago para que le bajara el bocado que no acababa de pasar, pero no se decidió temiendo fuera hacerle daño. Su amigo regresó.
-He podido convencerla, va a venir. ¡Tiene unas manos para la cocina!. Haber si consigo que nos haga unas migas. ¡Cuéntame donde has estado todo este tiempo!
-He conocido mucho mundo, pero en parte alguna se come como en la tierra.
-Ya lo creo, amigo Tragaldabas, las porquería que habrás tenido que comer por esos mundos de Dios.
-En Europa a veces encontraba algún que otro mesón decente donde se podía comer uno o dos platos sustanciosos y muy sabrosos pero en América me he sustentado casi exclusivamente a hamburguesas y patatas fritas, todo ello regado con su correspondiente cervecita en baso de plástico. El vino demasiado caro para quienes siempre lo bebimos en bota…
-Asi has echado tu la panza que has echado, bandido.
-En Méjico me puse morado a frijoles y carne con chili.
-Ya veo que de lo único que te acuerdas es de la comida.
Así continuaron la conversación sobre los buenos tiempos sin desdeñar por ello echar mano al plato que pronto quedó desnudo, luego a las cazuelitas de barro con las sopas de ajo que incluso Luis Quixote no desdeñó en probar, tal vez despertado su apetito por los vaporcillos que llegaban hasta su nariz.
Al llegar a la tortilla se oyó llegar un coche. Luis Quixote se levantó bruscamente tirando al suelo la silla. Su rostro expresaba una determinación inconmovible. Caminó hacia la puerta rígido como un palo y traspuesto como alma en pena. Paco Sancho se embauló un gran trozo de tortilla y le siguió temeroso de que pudiera llevar a cabo cualquier desaguisado. Su amigo, interesado en la escena también se puso en pie y caminó hacia la puerta con mirada burlona y deseoso de divertirse con cualquier escena chusca que se produjera.
Quixote salió al aire libre y en cuanto vio a Modesta salir del coche en pantalones vaqueros, blusa basta y con el pelo desgreñado, se dirigió hacia ella hincándose de rodillas a dos pasos de la mujer que le miraba asombrada.
-Fermosa doncella, de divinas prendas, aquí tenedes a este caballero dispuesto a facer grandes fazañas en vuestro honor. Este, mi fuerte brazo -y diciendo esto levantó su esquelética mano hacia ella- está dispuesto a llevar a cabo los más grandes fechos que vieron los siglos en honor de tan graciosa doncella.
-¿Qué es esto? ¿Alguna compañía de teatro ambulante?. Papa, podías haberme dicho algo.
Papá se tronchaba de la risa y fue incapaz de pronunciar palabra, lo que tampoco pudo hacer Sancho que atragantado con el trozo de tortilla se daba fuertes golpes en el pecho intentando llevar el alimento por un camino más normal. Tuvo que ser la madre, que había salido con mal semblante aún con el mandil abrochado a su cintura quien diera una explicación a la hija.
-Este hombre está como un cencerro. Ya le dije a tu padre que les echara de aquí con cajas destempladas pero no ha querido hacerme caso.
La doncella dio un paso hacia delante pero no pudo dar otro porque Quixote se abrazó a sus rodillas con tal fuerza que casi da en tierra con ella. Sancho ya recuperado se aproximó solícito a su amigo y pugnó por levantarle del suelo.
-Luisiño, ¿qué te pasa? ¿Te sientes mal? Ven a terminar la tortilla que está muy rica y olvídate de estas majaderías. ¡Malditas hierbas!, si cojo al colega que te las vendió te aseguro que le haré pastar unas cuantas alpacas de alfalfa, como a una vaca.
Por fin consiguió levantarle con gran esfuerzo entre las risas estentóreas de su amigo y padre de la doncella que ya lagrimeaba y se sujetaba el vientre.
Ya de pie Quixote se desprendió de su amigo y se dirigió de nuevo a la doncella.
-¿Me haredes la merced, fermosa doncella?
Manitas cogió a Sancho por los hombros y sin hacer caso de la morbosa relación de su hija y Quixote le arrastró hacia la cocina con el fin determinado de dar buena cuenta de las viandas y el porrón, amén de la sana intención de sonsacarle a su amigo todo lo que pudiera de su azaroso pasado.
-Vamos Tragaldabas, esto merece un buen trago de vino. No me había reído tanto desde que tiraron al árbitro a un pozo hace poco más de un año, cuando el Rayo Manchego de Chicago perdió el partido para ascender de categoría.
Ambos se dirigieron hacia el interior no sin que Sancho volviera la cabeza temeroso de que su colega hiciera alguno de los fechos gloriosos que anunciaba. Las dos mujeres siguieron sus pasos enzarzadas en una discusión que tenía por objeto la maldita guasa del marido y padre respectivamente de entreambas.
Quixote las siguió como un perrillo faldero deseoso de recibir una caricia de su nueva ama. Antes de que tomaran asiento se arrojó a los pies de Modesta e intentó besar sus zapatos. Esta dio un gritito de sorpresa y totalmente histérica se agarró al pelo del quijotesco caballero y tiró con fuerza hacia arriba hasta lograr que al menos quedara arrodillado sobre las baldosas de la cocina. Desde allí le oyó suspirar como un romántico de la vieja escuela que estuviera sufriendo los tórridos calores de la libido sin encontrar otra forma de expresarlos que acendrados suspiros de dolor.
-¡Oh princesa!, preciosa princesa, es menester que sea aceptado como el caballero que velará vuestros castos sueños. Si no lo ficiéreis me encontraré perdido y sin fuerzas, mi poderoso brazo será incapaz de emprender los grandes fechos que se propone mi aguerrido corazón.