domingo, 21 de abril de 2019

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO XI



CAPÍTULO III

DE CÓMO PACO SANCHO FUE NOMBRADO DELEGADO DEL GOBIERNO EN LO QUE CREYERON UNA ÍNSULA Y RESULTÓ SER LA FINCA DE UN POTENTADO BROMISTA

CONTINUACIÓN

Dice el cronista de esta historia, Cide Hamete Benengeli, que la misma se desarrolla por los años sesenta de esta era, es decir cuando España gobernaba una dictadura y nuestros personajes habían regresado de USA, la tierra de los sueños, la cuna de la civilización hippie, la fuente y surtidor del capitalismo. En aquellos tiempos no existían inventos tan prodigiosos, sin duda nacidos de la malevolencia de algún mago malo, muy malo, como el teléfono móvil que se puede llevar a todas partes para que allí donde estemos podamos ser incordiados y a su vez incordiar a todo el mundo. Es por eso que de acuerdo a la documentación que poseo debo enmendar la plana al cronista y convertirme en historiador serio y sesudo. En realidad esta historia no se sabe muy bien cuándo se desarrolla, aunque sí dónde. El bueno pero confuso Cide debió poner la fecha por poner algo, porque toda historia debe ser fechada, es decir situada en el tiempo, y también en el espacio, para que todo el mundo tenga un motivo para creerla, porque si ocurrió aquí y hace dos, tres décadas o las que fueren precisas, la gente se deja convencer más fácilmente que si se dijera, por ejemplo, que estos hechos ocurren no se sabe dónde ni cuándo, entonces todo el mundo piensa en cuentos para niños y consejas de abuelas. Debo poner en solfa la versión de Benengeli y situar esta historia justo cuando se popularizó el llamado móvil, que nunca fue tan móvil como lo fuimos nosotros, no tenía patas ni ruedas y se conformaba con ir a donde lo lleváramos. No voy a dar años ni décadas para no tener que enmendarme luego, si sienten tanta curiosidad pueden consultar la Red y hacerse una idea de la fecha en que comenzó y prosiguió esta historia, que no será tan errónea como las fechas que se dan para el nacimiento, vida y muerte de los personajes históricos de hace siglos e incluso más actuales, porque la horquilla puede variar tanto que hasta se come la vida de los biografiados, puesto que unos dicen que nacieron donde otros que murieron.

Y dicho esto, debo proseguir la historia diciendo que Paco Sancho, tras haber echado unas lagrimitas de persona sensible, recordó que su amigo el ventero tenía a su vez otro amigo, el de la tienda de artesanía y recuerdos, quien a su vez conocía a un personaje importante. Ni corto ni perezoso buscó su teléfono móvil en sus alforjas y tras encontrarlo lo activó y marcó el número de su buen amigo el artesano, quien contestó tan rápido como si hubiera estado esperando su llamada. De ahí el preámbulo, introducción, prefacio proemio, exordio, prolegómeno o prólogo a mitad de capítulo, porque había que explicar un desfase grave en la crónica de Cide Hamete Benengeli. Esta fue la conversación documentada como si Paco Sancho hubiera activado el botón de grabación sin darse cuenta, porque era bastante lerdo en el uso de artilugios modernos.

-¿Eres tú, amigo Sancho? Llevo días esperando tu llamada, querido amigo. Alguien me dijo que habíais vuelto por estas tierras, tú y tu inseparable Quixote, y como no me llamabas supuse que te habías olvidado de mí.

-No, no es así, amigo Juanito, pensaba hacerlo nada más tomar tierra en un puerto del norte, pero estos artilugios, a quien Dios confunda, no son lo mío, solo cuando me llaman a duras penas consigo devolver la llamada.

Paco Sancho estaba mintiendo, algo que nunca le pareció mal cuando podía librarse de entuertos a través de la mentira, el engaño o haciéndose el despistado. Su amigo Juanito o Juan Perez de Viedma, aristócrata venido a menos, como bien lo dice la partícula “de” algo parecido a la “von” alemana que el mismísimo Beethoven intentó hacer pasar por noble, lo sabía muy bien, pero hizo como que se lo tragaba.

-No te preocupes, Sanchico, que sé muy bien lo manazas que eres. ¿Cuándo vendrás a verme y a disfrutar de unas buenas migas con vinillo de la tierra?

-Ahora mismico lo haría si pudiera. Que unos “civiles” nos han pillado a Luis Quixote y a mí en una carretera secundaria adelantando a un tractor y nos han multado, nos han quitado los puntos y han precintado nuestras caballerías. Y aquí nos han dejado tirados, sin poder movernos ni patrás ni palante. ¿No tenías tú un amigo potentado metido a político? Necesitamos que alguien poderoso nos eche una mano y podamos seguir camino, al menos hasta el siguiente pueblo.

-Así es Sanchico, por suerte mi amigo potentado ahora ocupa el puesto de gerifalte máximo de la Dirección General de Tráfico y además se encuentra en una finca celebrando con los amiguetes no sé qué acontecimiento feliz. Dime dónde estáis y hablaré con él para que os eche un cable.

Sanchico se lo dijo y quiso la coincidencia que la finca no estuviera muy lejos. Juanito Perez de Viedma le aseguró que iba a llamar a su conocido en cuanto colgara, pero antes le hizo prometer que le visitaría en cuanto saliera del paso. Lo que juró y perjuró Sancho haciéndole saber la inmensa deuda que tendría con él de por vida. Colgó su amigo, aconsejándole que no se moviera de allí ni un pasico y allí quedaron, Luis Quixote apoyado en el tronco de una encina, con la mirada perdida en el cielo, como si por el aire pudiera aparecer su amada Dulcinea, en un carro tirado por caballos alados, y Paco Sancho, también mirando al cielo, suplicando que todo saliera bien o quedarían allí tirados de por vida. Sancho no era muy religioso que digamos, pero cuando se enfrentaba a las tragedias de la vida, que no pueden ser superadas sino a través de milagros, podía rezar y suplicar como una beatona y prometer lo que fuera. En aquella tragedia en concreto prometió y juró ponerse a dieta durante una quincena, no comiendo más que los frutos de la tierra, es decir, verduras, pisto manchego, frutas y ensaladas. Eso sí, no se atrevió a jurar que no bebería vinillo de la tierra, sabedor que sería la única forma de trasegar a palo seco aquellos alimentos, sabrosos como el pisto, pero poca cosa para un tragón como él, que podía comerse un buen plato de pisto, pero como acompañamiento a duelos y quebrantos, caldereta manchega, jamón y queso y los sabrosos platos de caza de la tierra.


Mientras prometía y juraba no dejaba de caminar por el arcén hacia un lado y hacia otro, sin alejarse mucho de sus caballerías. Paco Sancho se sentía raro, como nunca lo estuviera en su vida, le hormigueaban los pies, las manos, le picaba la cabeza, y sus ideas iban y venían sin aquietarse en parte alguna. Le parecía un milagro haber hablado con su amigo Juanillo sin trabucarse y con resultados muy positivos, de hecho lo había hecho mucho mejor que de haber estado en su habitual sentido, es decir, quieto, tranquilo, con dificultad para pensar y tratar con personas. No sabía a qué podía deberse aquel agitado estado de ánimo en que se encontraba, ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de que las malditas hierbas de Quixote hubieran caído en su comida y se las hubiera trasegado o embaulado sin encomendarse a Dios ni al diablo. A veces se encontraba bien, ligero como un pájaro, otras se notaba pesado y con ganas de vomitar, lo que hizo un par de veces en la cuneta. Esperaba que su amigo cumpliera su palabra y enviara pronto refuerzos al rescate que sin poder evitarlo se los representaba como antiguos hijosdalgo, marqueses o condes, vestidos a la antigua usanza, que llegaban hasta ellos en una linda comitiva de caballerías bien enjaezadas, carros con bellas damas, criados, palafreneros y todo lo que hubiera en las comitivas antiguas que no había leído tanto como su amo. Entre la realidad y la fantasía, a veces se dejaba llevar por una y otras veces por la otra, a veces luchaba por mantenerse a este lado y otras se dejaba llevar al otro sin oponer resistencia. Pensaba en las ínsulas de las que le había hablado su amo y se veía gobernando a cristianos y paganos mucho mejor de lo que lo hacían los políticos, lo que no era difícil, aunque no caía en ello. A veces caía en un vacío estático y se quedaba de pie, sin mover un dedo, con la mirada perdida en cualquier parte. Cualquiera que les hubiera visto, a él y a su amo, perdidos en distancias infinitas, habría dicho aquello de “¡vaya cuelgue que tienen esos pájaros”, por ejemplo. Pero no pasaba nadie por aquella desierta carretera y siguió desierta durante un tiempo que aquellos dos pájaros nunca pudieron contabilizar.

Al cabo de un tiempo, fuera el que fuese, apareció por la derecha una comitiva compuesta de algunos vehículos de alta gama, una grúa suficientemente grande para llevar a dos Harley Davidson, mucho más para una y un ciclomotor o vespino. Les acompañaban algunos motoristas, un descapotable donde reían varias damas y dos guardias civiles motorizados, uno por delante y otro por detrás. En cuanto llegaron se detuvieron frente a las dos estatuas humanas y de un mercedes bajó un bien trajeado hombre de mediana edad, canoso y con pinta de marqués, conde o grande de España. Se dirigió a los dos hombres y se puso a hablar con ellos, como si pudieran entenderle. No fue así, Paco Sancho había entrado en una especie de trance y aunque sus ojos podían ver la comitiva, su mente los había transformado en gentes de otra época, dueños de una gran ínsula de la que él sería gobernante, porque el fuerte brazo de su amo así se lo conseguiría, como se lo había prometido. Entre su mente delirante y sus emociones completamente descolocadas e ingobernables no podía articular una palabra, a pesar de intentarlo con gran voluntad. En cuanto Luis Quixote su mirada no percibía las cosas de este mundo sino de otro, interior e inescrutable.

El gran señor, que no grande porque no era muy alto, ni muy robusto, ni muy nada, tan gris como su traje, viendo el panorama se acercó a la grúa y pidió a los empleados que procedieran a subir las motos con cuidado, porque parecía que iban a desmoronarse y volverse polvo en cualquier momento. En cuanto a los dos hombres que no se movían pidió ayuda a cuatro hombres jóvenes y fortachones, bien vestidos, con gafas de sol muy oscuras y auriculares en las orejas, lo que les catalogaba, para cualquier entendido, como guardaespaldas o matones. Despojaron a Paco Sancho y Luis Quixote de sus pertenencias, que fueron guardadas en el maletero de un todo terreno y dos a dos se los llevaron en volandas. Más fácil lo tuvieron los que se encargaron de Quixote que parecía una pluma al viento, pero al final ambos estuvieron sentados en la parte de atrás de un gran descapotable conducido por un melenudo y su novia, supuestamente, quienes dieron unos cuantos gritos apaches, manifestando lo felices que se sentían de haber hallado semejante tesoro, con el que se divertirían a lo grande esa noche. El resto de la comitiva se acercó al señor del mercedes y hablaron largo y tendido de la fiesta que les esperaba y de la diversión caída del cielo que daría momentos de gloria.

En cuanto las motos estuvieron en el camión grúa y todo el mundo preparado para regresar a la finca los guardias civiles motorizados cortaron la circulación, por si acaso, porque no pasaba nadie, y todos dieron la vuelta con harta dificultad porque el ancho de la carretera era el que era. Entre sonidos de claxon, gritos por las ventanillas abiertas y frenazos y acelerones la comitiva se puso en marcha y de esta forma nuestros personajes, con las miradas perdidas en horizontes perdidos y los pocos pelos que aún tenían en su cabeza sacudidos por una ventolera repentina que aún era peor en el descapotable, fueron acercados a una gran finca vallada, entre mucho arbolado y césped bien cuidado, y en mitad de ella un enorme caserón con torreones, como imitando los castillos medievales o más bien las mansiones de los potentados de nuestro Siglo de Oro. Desde lo alto de una almena sonó algo así como un cuerno de caza o una trompeta, que ambas posibilidades les parecieron aceptables a Quixote y Sancho, que con aquel sonido empezaron a despertar de su letargo, no así de su delirio que se acentuó.





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