miércoles, 28 de junio de 2023

EL HOMBRE SUEÑO I



EL HOMBRE-SUEÑO



EL HOMBRE-SUEÑO- INTRODUCCIÓN

Creo que se trata de una de mis novelas más interesantes sobre la locura (no es la única, «Una temporada en el infierno» es mejor, más dura y más profunda). Entronca con un relato breve «En el centro de la oscuridad», que escribí hace algunos años como un grito desgarrador, nacido del abismo de la soledad y de la locura. No obstante «El hombre-sueño» toma caminos más divertidos, si es que el cinismo puede considerarse algo divertido. El protagonista, incapaz de asumir la muerte de sus padres en un accidente de automovil, decide introducirse en el interior de su cráneo y permanecer allí para siempre. Pronto descubrirá que no es tan dificil como parece. La realidad se irá diluyendo a su alrededor y su lugar será ocupado por el sueño, un sueño creado constantemente por él mismo, por su mente consciente que paso a paso se irá volviendo subconsciente del todo.

Allí descubrirá al «Gnomito cabrón», un divertido personaje que le canta las verdades del barquero y con el que tendrá terribles trifulcas hasta descubrir que en realidad es él mismo, transformado en un «daimon», un demonio insoportable que le tomará el pelo, se burlará de él hasta hacer sangre y sobre todo no le dejará soñar a gusto. Le obligará a ver la realidad, a palparla, a sentirla bajo sus pies. Y entonces comenzará su odisea psiquiátrica. El mundo onírico que ha construido y en el que es tan feliz, ese planeta propio donde una mujer irá desnuda si él lo quiere, aunque en la verdadera realidad vaya vestida, o donde los insultos de los demás se transforman en agradable reconocimiento de su genialidad, o donde todo puede ser transformado por la magia de su poder onírico, una especie de Alicia en el país de las maravillas aunque los demás se emperren en ver las cosas de distinta manera y hacérselas ver a él, con pastillas, con terapias de choque o con lo que sea.

El protagonista no tiene nombre, lo ha perdido en el camino, y su historia no es una historia real, porque él ha decidido que no lo sea, contra viento y marea, contra todo y contra todos. Solo el «Gnomito cabrón» podría rescatarle algún día lejano de su locura. La lucha será titánica, porque nadie puede huir de la realidad sin pagar un alto precio, en sangre o vendiendo su alma. El «Gnomito cabrón» no es en realidad un demonio, sino su ángel bueno, su ángel de la guarda. A pesar de su lenguaje, propio del carretero más soez, a pesar de su cinismo tan terrible como auténtico, a pesar de su aparente papel de verdugo, en realidad es lo mejor de sí mismo, la única parte de sí mismo que le podría salvar.

Espero que les guste y les disguste con igual intensidad. Si no es así habré fallado estrepitosamente.



EL HOMBRE SUEÑO



I

VIAJE ALREDEDOR DE MI CRANEO

La muerte de mis padres fue como el clic de un interruptor que controlara todas las bombillas del Cosmos. Algún bromista apagó la luz y de repente me sumergí en la más negra de las noches. A veces, encerrado en el piso, chocaba con una silla o golpeaba la cabeza contra una pared, y eso me hacía consciente por un segundo de que la realidad aún seguía allí; la misma realidad que la luz hacía inmutable, como una gruesa pared de hormigón con la que la mirada se estrella una y otra vez;una pared tan inmutable como el mundo que nos rodea.

El cósmico clic me hizo ver con clarividencia casi divina la frágil línea que nos separa de la locura. Basta oprimir un botón en algún lugar escondido de la mente y la realidad desaparece con la facilidad de un sueño al despertar.

A veces permanecía horas y horas, puede que días (el tiempo es un a priori Kantiano) sentado en el sofá del salón mirando la pared de enfrente. Pronto hasta la solidez del ladrillo desaparecía y mi mirada se perdía más allá, en un punto lejano. Creo que pensaba en algo, que imaginaba algo, pero si alguien me hubiera preguntado no hubiera sabido decirle en qué. Mi mente era una oscura nube que se movía en alguna dirección, pero nunca supe dónde descargó la tormenta.

La locura se apoderó de mi consciencia, dejé de comer, dejé de moverme, dejé hasta de ser. Sumergido en la noche, el tiempo debió de transcurrir en un vacío sin espacio a su alrededor. Fue entonces cuando comprendí que el universo, la realidad, es una creación de nuestra mente. Basta que ella se retire de la ventana desde donde la contempla para que aquella desaparezca, como un cuadro cuya pintura se borrara repentinamente dejando el marco vacío de contenido.

Eso es la locura: un cuadro vacío del que la mente se ha retirado, ha retirado su atención. No es el dolor inundándolo todo, el desgarramiento definitivo del alma. Simplemente se trata del vacío que deja la mente al replegarse sobre sí misma.

Asumí la locura como la ausencia de ese dolor infinito y persistente que nos deja en un momento dado sin ni siquiera un adiós cortés. No era el fin, ni tampoco el principio de algo. Simplemente un agradable vacío en el que uno puede flotar, como un bebé lo hace en el líquido amniótico del vientre materno.

Cuando acepté la facilidad de la locura, la felicidad de la locura, un mundo nuevo se abrió a mi mirada y pasado un tiempo de inmovilidad decidí explorarlo.

Los psiquiatras lo llamarían síndrome post-traumático o utilizaran cualquier otro nombre. Ellos tienen nombres para todo, pero no tienen soluciones para nada, por eso permanecerán para siempre, en sus despachitos de “pitiminí”, cobrando por las consultas, mientras exista el hombre. Iluminan un pequeño trozo del camino, solo para que sepas que más allá está la oscuridad.

Alguien –supongo que fue alguien porque no creo en los fantasmas, debió entrar en mi cubil—no sé cómo lo hizo- y conducirme de alguna manera al despacho de un psiquiatra. Estoy seguro de que él me dijo algo, pero no tengo tan claro que yo le contestara.

A mi vacío le recetó unas pildoritas y a mi cuerpo puede que una nueva cama, porque durante un tiempo se sintió a disgusto. ¿Se trataba de un nuevo espacio? ¿Un hospital? Puede que fuera un espacio nuevo, sin embargo el tiempo era el mismo. Nunca cambia. Parece ir hacia adelante, aunque en realidad esté dando vueltas sobre sí mismo durante toda la eternidad.

Tal vez allí aprendiera a ensoñar o tal vez lo hiciera antes o quizás después. Lo cierto es que la luz se hizo de nuevo aunque puede que sobre un mundo nuevo.

La muerte dejó de contemplar desde lejos la vana lucha y me miró muy de cerca al fondo de los ojos. Entonces pude ver el pleno sentido de la vida. Una mente que se mueve en una línea temporal que parece ir hacia delante. Aunque puede que sea tan solo una ilusión. El pasado es un olvido, no lo que dejamos atrás al dar un paso al frente.

martes, 20 de junio de 2023

MI VIDA FICTICIA EN EL CHAT III


Mi vida ficticia en el chat III



Caí en la chatmanía. Así, como lo oyen. Me hice un adicto. Ya sé que actualmente esto de las adicciones suena a chunga. Uno se hace adicto a mirar las piernas a las señoras y acaba en la consulta de un psiquiatra confesando que se trata de una enfermedad que le impide llevar una vida normal. Falta de voluntad, esa es la causa de los males de nuestro tiempo, especialmente de la mayoría de las adicciones. Uno piensa que nunca le va a suceder lo que les sucede a los demás y se deja llevar por la corriente. Pero cuando más descuidado estás, ¡zás!, te pilla la adicción. Y les aseguro que no es cosa de risa.
Uno puede ser adicto al tabaco, al alcohol, al juego, al sexo... Y no sucede nada... o por lo menos pareces más normalito. Un chatmaniaco no pasa desapercibido porque deja de ir a trabajar, no sale de casa y cuando lo hace se va a un cyber-café de esos y cuando coge el coche va tecleando en el volante y cuando hace cola en una ventanilla teclea en la espalda del que está delante y cuando vas a comer te pones un trozo de hamburguesa en la boca y tecleas y tecleas hasta que al cabo de una hora notas algo en el estómago, como un vacío y es que no te has comido la hamburguesa. Te has olvidado de ella porque ya no comes, ni duermes, ni vives. Eres un chatmaniaco irredimible y sólo te interesa hacer nuevos amigos en el chat y gastar bromas y ligar con quien sea pero ligar.

Al principio pensé que no era una enfermedad grave aunque sí un poco molesta, pero ahora se ha convertido en un trastorno patológico de la personalidad que me tiene muy preocupado. ¿Qué me impulsó a ello?. Toda adicción nace de la necesidad de alcanzar una dosis de placer suficiente para lograr olvidarse de los problemas de la vida. ¿Cuáles son mis problemas?. ¡Si yo les contara!.
Les podría contar que estoy soltero y solo en la vida. ¡Buaahh!. En estos tiempos esto suena a algo natural. Todo el mundo está soltero aunque tenga compañera con la que compartir la media hora al día que te deja este ritmo enloquecedor. Pero si además les digo que no tengo pareja de hecho, que no tengo amigos de hecho, que no tenía nada de hecho hasta que me hice internauta (ahora todo es virtual, nada de hecho), entonces si les digo todas estas cosas, me comprenderán y disculparán esta adicción patológica que me esté volviendo loco.

No es extraño que haya caído en la chatmanía porque de esta situación a la adicción sólo había un paso. Necesito una dosis de placer suficiente, a todas horas, y necesito comunicarme, a todas horas y a cualquier precio. No me serviría ser rico ni famoso ni siquiera poderoso. Lo que yo necesito es comunicarme. Comunicación... Con hombres, con mujeres, con niños, con perros, con gatos, con plantas, con lo que sea, pero comunicación.

En el chat encontré lo que busco puesto que la comunicación es la esencia del chat y nunca acabas sabiendo si el que está al otro lado es un hombre, una mujer, un niño, un gato o una planta porque los alias todo lo enmascaran y porque las teclas pueden muy bien moverse solas en un baile de sambito virtual que acaba por convertirte en un Hamlet virtual. ¿Habrá alguien al otro lado o no lo habrá?. La comunicación se logra, es cuestión de intentarlo, de intentarlo una y otra vez. Mis almas gemelas deben andar por alguna parte, perdidas, sin saber nada de mi. Es preciso que las encuentre, es preciso que se completen las medias naranjas y los medios limones. La comunicación entonces será perfecta y yo podré olvidarme de todos y cada uno de mis problemas.

Para combatir la chatmanía no hay estrategia que sirva. Buscas, buscas y buscas... y eso es todo. Ni la relajación, ni los somníferos, ni salir a pasear el perro ayuda lo más mínimo. Les voy a contar una pesadilla que sufrí anoche, justo anoche, para que se hagan una idea de lo inútil que es combatir esta adicción y lo espeluznante que resulta ser víctima de este monstruo insaciable.

Las pesadillas se caracterizan por una obsesión compulsiva del subconsciente que te obliga a huir toda la noche de un temor que no asumes en la vida real. Puede suceder que hables en sueños o te levantes sonámbulo o... Lo mío es peor, mucho peor, porque mi lecho, amplio, moderno y confortable, se vino a bajo de los saltos que estuve dando toda la noche. ¿Cómo es posible? Ahora les cuento.

Empezaré por el final para que se hagan una idea aproximada de lo ocurrido. Me desperté sobresaltado, mi brazo se alargó y encendió la lamparilla de la mesita de noche. La luz apagó mis temores pero mis carcajadas estuvieron a punto de despertar a todo el vecindario. Y es que la cama parecía haber sufrido una guerra muy cruenta porque en primer lugar las patas que la sostenían se habían desmoronado como las columnas del templo de los filisteos a los impulsos de Sansón. La ropa estaba por los suelos y enrevesada de tal manera que la conclusión lógica es que alguien había intentado transformarme en momia. Me encontraba a un palmo del suelo, justo el ancho del colchón. Por un momento pensé que me había convertido en un salvaje recién desembarcado en una moderna y confortable habitación pero al rememorar la pesadilla me consolé pensando que eso era lo mínimo que podía haber sucedido. Una catástrofe nimia para lo que pudo haber sido.

Era un chat misterioso, lo confieso. Y eso que he visitado tantos que ya es extraño de por sí que algún chat me parezca misterioso. Recuerdo que allí se hablaban todas las lenguas existentes y algunas más que debieron hablarse cuando lo de la torre de Babel. Un traductor simultáneo justo en la esquina derecha de la pantalla, arriba del todo, ponía al alcance de mi ojo, desmesuradamente abierto, impecables traducciones del ingles, francés, alemán, chino, japonés, etc. Etc. Todas las lenguas y dialectos del mundo, incluidas lenguas africanas como el watusi o el bantú, eran traducidos a tu lengua nativa por aquel programa infernal, de pesadilla vamos.

Miré la lista de asistentes y casi me caigo de culo. Ese debió ser el primer salto de la noche, el que quebró la primera pata de la cama. Actrices, top-models, famosas, aristócratas de buen y mal vivir, millonarias de mejor palpar, portadas de Penthouse o Playboy, pornostars (las conocía a todas por sus nombres); locutoras de televisión (las adoraba antes de ser chatmaniaco, ¡qué elegantes, qué dulces, qué bellas!

No podía ser cierto. Estaba soñando. Hice una pregunta rápida y la lancé al ruedo del chat. ¿Es un carnaval chatiano? No me lo puedo creer. La respuesta llevaba una docena de signos de admiración por lo menos ¡¡¡imbécil¡¡¡ ¡¡¡eres...eres...eres...¡¡¡ ¿Aún no sabes que es el día de la rebelión de las famosas?. Se sienten solas. Los hombres que las rodean, que están en sus vidas íntimas, son unos eunucos (son sus propias palabras, no me echen a mi la culpa). Están buscando príncipes azules entre la clase internauta-proletaria-anónima. Expón tus cualidades, hazte valer. Tal vez ligues con la estrella de tus sueños. Y ahora déjanos en paz.

Repasé la lista: Michele Feifer, Claudia Chifer, Sharone Estone, Julita Robersss. Bellezas nacionales a porrillo que no mencionaré por miedo a la querella (las extranjeras no se van a enterar). Las pornoestar de cuerpos más conocidos, las aristócratas más emblemáticas y millones más de bellezas deslumbrantes a las que conocía por sus nombres de pila porque antes era un adicto a las revistas del corazón, a los programas televisivos de color rosa, a los comentarios radiofónicos sobre intimidades a la luz de los famosos. Las conocía a todas por sus nombres de pila y eso que eran millones. ¡Sé que no se lo van a creer!

Tocábamos a una docena por cabeza haciendo un rápido cálculo estadístico del número de internautas-prolotarios-anónimos dividido por el número de bellezas y elevado a la raíz cuadrada de Pi a la décima potencia. Instantáneamente llamé la atención de la Feifer pero el chat era un caos indescriptible. Mi parrafadita desaparecía por abajo antes de que acabara de escribirla por arriba. La cinta verbal del chat debía de estar perfectamente engrasada porque corría que se las pelaba. Cuando me ponía a buscar la contestación de la Feifer ya se me había metido en danza la Estone. Entonces rápidamente, instantáneamente escribía una nueva y seductora frase. "Estone, eres el amor de mi vida". No daba tiempo a más porque ya la frase se perdía por abajo a velocidad vertiginosa. Observé que la lista de chatianos nuevos se incrementaba en proporciones geométricas. Eran los alias más raros que nunca vi en la Red. Se recurría a la mitología pagana, a la inventiva más delirante.

Imaginé lo que estaba pasando. Los correos electrónicos, los móviles, las señales de humo estaban echando humo. Se quería comunicar a toda costa con los amiguetes porque éstos nunca te perdonarían no haberles llamado para el gran chat del milenio. Nunca te perdonaría haberles privado de la oportunidad de haber ligado con la Feifer o la Chifer o la Estone o la Robersss... Nunca. Así pues los que estaban en el ojo del huracán estaban llamando como locos a sus amiguetes de toda la vida quienes se incorporaban al chat como unos auténticos energúmenos.

Con cada incorporación se me iba uno de mis sueños. Se me iba la Feifer, se me iba la Chifer, se me iba la Estone, se me iba la Robersss. Aquello era una guerra de todos contra todos. Fue entonces cuando descubrí algo que en la sorpresa del inicio se me había pasado por alto. Un letrerito indicaba que si querías hablar en un reservado debías cliquear el nombre de la afortunada. Cliqueé a la Fifer con tanta dulzura que apenas rocé la tecla. Entré atropelladamente en el reservado y me vi boxeando con una centena de admiradores. La Feifer no dejaba de decir que uno por uno please. El traductor estaba tan ocupado que se olvidó de traducir el please. Comprendí que entre tanto bruto suelto solo una frase poética, un versito arrebatador me podría dar la chance sobre el resto. Mis deditos volaban sobre el teclado lanzando al ruedo versito tras versito. De pronto mis ojos asombrados vieron mi alas en la frase que la Feifer acababa de escribir. Quería saber más de mi, cómo me peinaba (soy calvo), si me gustaba el campo o la ciudad (dudé, todas las estrellas son animales urbanos).

Me sentía tan feliz que di otro bote que quebró la segunda pata de la cama. De pronto en otra esquina de la pantalla apareció un cuadradito con el nombre de la Feifer llamándome a voz en grito. Comprendí enseguida lo sucedido. No solo nosotros podíamos cliquear sobre sus nombres sino que ellas podían cliquear sobre los nuestros. ¡Qué felicidad hablar a solas con la Feifer!. ¿Pero qué es lo que está sucediendo?. Aparecen la Estone, la Chifer, la Roberss. Una docena de admiradoras habían descubierto que la Fifer tenía ya su príncipe azul encontrado en lo más profundo del pantano cenagoso del anonimato. Ahora todas querían conocerme. Boté y la tercera pata de la cama se vino abajo con estrépito.

La pantalla se llenó de cuadraditos. Todas querían hablar conmigo, en sus respectivos reservados, naturalmente. Intenté cliquear pero los cuadraditos se fueron haciendo más y más pequeños al aumentar el número en proporción geométrica a la información que corría veloz por todo el chat y por toda la Red. Toda, todas, sin excepción querían conocerme, a mi, a su príncipe azul. Mis ojos eran incapaces de ver nombres en los cuadraditos infinitesimales en que se había convertido la pantalla de mi ordenador. Los ojos sudaban, bailaban pero era imposible que pudieran ver nada. La pantalla estalló en infinitos pedazos como en un nuevo big-bang virtual y mis ojos se salieron de las órbitas y se perdieron cada uno por su lado y en dirección opuesta.

Boté por última vez y la cuarta pata de la cama se quebró con un estrépito indescriptible. ¡Ufff!. ¡Menos mal que todo era una pesadilla!. Con la luz encendida acaricié el lomo plastificado del despertador. Gracias a él había conseguido librarme del infierno.

¡Ufff!. ¡Vaya pesadilla! Lo malo de la realidad virtual es que en un solo cable cogemos casi todos. Especialmente si el cable es de banda ancha. Lo que es ancha debe serlo un rato. No me imagino el camarote de los hermanos Marx en banda estrecha, no me llega la imaginación. Eso desde luego sería la remonda.

Continuará.