lunes, 18 de marzo de 2024

ALFREDO EL MONTAÑERO LLEGA EL PRIMERO

 







ALFREDO EL MONTAÑERO LLEGA EL PRIMERO




Con su mochila a cuestas, repleta de latas y alimentos congelados, porque en el bosque helado no se estropea nada, llega Alfredo el número uno de los montañeros, al bosque Sonymage, donde la administración nos ha ofrecido su cabaña veraniega, ahora invernal, para pasar una feliz Navidad y un próspero nuevo año 2014 que traerá buena suerte porque su número cabalístico es el 7, y sino sumad 2+1+4.

Busca la llave que le han dicho está bajo una estatua en un nicho y tras abrir la puerta se dispone a adecentar las dependencias. Coloca sus víveres en la despensa, sin saber que pronto llegará Iñaki Lizorno con las vituallas ofrecidas gentilmente por el millonario Slictik. Lo primero que hace es salir a cortar los troncos de leña artificial amontonados contra la pared de la cabaña,, porque aquí somos muy ecologistas y los árboles son nuestros amigos. Y con el hacha, la sierra y el serrucho amontona leña suficiente para pasar la navidad. Enciende la chimenea y se sirve un ponche calentito. Se sienta en el suelo, frente a la chimenea, y comienza a cantar, a grito pelado, la canción de los montañeros.

Somos, somos los montañeros,
y al entrar nos quitamos los sombreros
y como los siete enanitos
nos ponemos hacendosos
para limpiar la casita
antes de que llegue Blancanieves.

Y también llegará papá Nöel entre las nieves
con un montón de regalos para estos pelagatos.
Y hasta el gato con botas
se animará a visitarnos
y el bueno de Bambi asomará su cabecita
tras esta amplia ventanita.

Somos, somos los montañeros
y al calor de la lumbre
nos contaremos chistes
y viejas historias muy sabrosas
y comeremos y beberemos
y a los desheredados del mundo invitaremos
y entre turrón y champán francés
pondremos el mundo del revés.

Somos, somos los montañeros y etc etc

martes, 12 de marzo de 2024

ADALGISA, PITONISA

 


Adalgisa, pitonisa para todo





NOTA: Creé a Adalgisa para burlarme de todo este mundo surrealista de la videncia, en un principio fue un personaje que pretendía parodiar a las pitonisas televisivas y telefónicas que nos adivinan el futuro por dos duros… bueno, un poco más. Pero luego le tomé un afecto entrañable al personaje, al que fui utilizando para desarrollar con humor cierta etapa juvenil en la que me dedicaba a la astrología, el tarot, el I Ching y todo lo que se terciara. Ello con el objeto sibilino de seducir a chicas, parece que más propicias a estos temas que los “machos” de pelo en pecho. Esto no es totalmente cierto como diría Maribél, la top modél, otro de mis personajes, si apareciera ahora. Debo decir que algo de éxito si tuve puesto que eché el tarot a Conchi, la que hoy es mi mujer, anunciándole la aparición en su vida de un príncipe azul, lo que no le dije es que sería gordo, como así fue.
Como pueden ver de nuevo aparece la figura del narrador que tanta importancia tiene en la biografía de todos mis personajes humorísticos. No sucede así con todos (por ejemplo el telépata loco va narrando su vida a través de cartas mentales) y hay otros muchos que utilizan otros trucos y técnicas diferentes, pero esto del narrador cínico que va a hacer sangre a su biografiado es algo que “me pone” como dice ahora Antena 3.
Con el tiempo les haré llegar algunos de sus estudios astrológicos sobre todos los signos del zodiaco y otras muchas cosas de esta pitonisa insaciable. ¡Quién la iba a decir que un día no muy lejano un astrólogo con ganas de dar la murga descubriría que no son doce signos, sino trece! Escogí la imagen de la negrita zumbona de “Lo que el viento se llevó” porque me pareció una imagen adecuada de Adalgisa, aunque estuve dudando mucho tiempo sobre el color de su piel, su raza, su edad, sus encantos físicos, su… No lo tenía nada claro, y aún ahora tampoco he llegado a una conclusión definitiva. No obstante la imagen de “la zeñolita Ezcal-lata” sigue siendo la que más me gusta de Adalgisa.

ADALGISA, PITONISA PARA TODO.

HISTORIA NARRADA POR EL DETECTIVE ANONIMO QUE TIENE A SU SERVICIO.

Fui contratado por este portento hace ya algunos años, cuando sus predicciones comenzaron a fallar. Me paga bien, me divierte el trabajo y tengo una patrona que no me merezco. ¿Qué más puedo pedir?

Adalgisa es una mujer en la cincuentena. Se ha cuidado mucho, por eso parece más joven de lo que sin duda nos diría su D.N.I. si estuviera a nuestro alcance. Ultimamente la noto un poco rara, tiene reacciones que yo achaco a la menopausia aunque me guardo mucho de mencionárselo. Nadie tiene la culpa de las etapas que la naturaleza nos obliga a vivir y Adalgisa menos que nadie. Es una mujer amable, generosa y bien dotada para el amor. Esto último lo sé muy bien, no en vano llevo algunos años amancebado con ella, como se decía antes, o siendo pareja de hecho, como se dice ahora.

Sus dotes de vidente la vedaron el matrimonio. Era capaz de ver su relación con el pretendiente de turno de aquí a veinte años vista. Demasiado tiempo para que decidiera arriesgare a contraer vínculo. Tuvo sus amantes ocasionales, hasta que yo entré en su vida. A pesar de sus esfuerzos no podía ver nada sobre mí en su bola de cristal; las cartas no decían gran cosa, el I Ching era desconcertante y los astros no sabían qué hacer conmigo. Ese cúmulo de circunstancias la decicieron a liarse la manta a la cabeza y proponerme sexo. También ayudó algo mi cuerpo serrano. Pero no voy a darles detalles de mi anatomía, ni siquiera les diré mi edad aproximada. Recuerden que soy anónimo.

Para sus consultas acostumbra a llevar un vestido azul-cielo, con estrellas, astros, conjunciones, la estrella salomónica de cinco puntas y un compás y una plomada (nunca me ha dicho si pertenece o no a la masonería). Para obtener sus predicciones utiliza la bola de cristal, el tarot de Marsella, el I Ching, hace cartas astrales, lee los posos del café o del té, echa las tabas, interpreta los sueños o cualquier cosa que se les ocurra. La videncia no es una ciencia exacta. Ha tenido etapas y etapas. Hace unos años atravesó su desierto particular. Fue entonces cuando buscó en las páginas amarillas el nombre de un detective que no le diera mal fario. Yo acepté el trabajo como uno más, ni más raro ni más difícil que los otros. La misión que me encomendó fue la de obtener todos los datos posibles de sus clientes habituales y hacer encuestas por la calle para saber qué pensaba la gente de la astrología y otras artes adivinatorias. Recuerdo como algo muy divertido el obtener características de los signos astrológicos preguntando por la calle de qué signo eran los viandantes. Me pasó de todo, hasta cosas buenas.

Si me permiten ustedes voy a sacar a la luz, con permiso de Adalgisa, sus estudios juveniles sobre los diferentes signos astrólogicos. En ellos se nota la rebeldía juvenil que la embargaba por entonces y un ligero mal café, tal vez causado por sus dificultades para obtener empleo. Se dijo que si otros vivían de esto por qué razón no iba a poder hacerlo ella. Se pasó una temporadita hincando los codos y luego se anunció en la prensa. Un poco de parafernalia, mucha psicología y su don de gentes la auparon al carro del triunfo. Todo le fue bien hasta que apareció el desierto y entonces echó mano de este detective. Nos comprendimos a primera vista, nos caímos bien en cuanto nos sentamos en el sofá de su casa y nos amamos a los pocos días. ¿Hay algún mal en ello?. Conmigo no le funcionan las previsiones, pero he sido testigo de aciertos que han puesto lividez en rostros más duros que el cemento. Ni creo ni dejo de creer, tan solo ayuda a mi señora. Aunque sus estudios astrológicos pueden levantar ampollas, a mí no me ofenden y hasta pueden resultar divertidos. Al fin y al cabo eso es lo importante en la vida, pasarlo bien. ¿O no? Permítanme que empiece por mi signo astrológico, tauro. Algunas características coinciden plenamente. Otras no mucho, pero es que están los ascendentes, las casas, las conjunciones, las cuadraturas y otros matices que modifican mucho el signo puro.

jueves, 7 de marzo de 2024

DEDICADO A LAS MUJERES

 


           DEDICADO A LAS MUJERES

 

Ayer nuestras madres

Hoy nuestras esposas

Mañana nuestras hijas.

Siempre compañeras

Siempre luchadoras.

 

Hoy discriminadas

Mañana iguales

Hoy maltratadas

Mañana amadas.

 

Que mañana sea hoy

Tenemos que lograrlo

Tenemos que conseguirlo.

Son nuestras madres

Son nuestras esposas

Son nuestras hijas

Son nuestras hermanas

Son nuestras almas.

Son iguales a nosotros

Son los genes del universo.

Son lo que amamos

Son lo que somos

Son lo que seremos.

Son los espejos de la vida.

 

Están maltratadas

Están discriminadas.

Son humilladas.

Son asesinadas.

 

Que sean amadas.

Que siempre sean amadas.

Nuestras compañeras.

Nuestras iguales.

Nuestras hermanas.

 

 

sábado, 2 de marzo de 2024

EL HOMBRE-SUEÑO II


CAPÍTULO II



Mis padres vivían en un tiempo olvidado y yo trataba de olvidar un tiempo vivido.

Alguien –tuvo que serlo- gestionó la herencia de mis padres, el piso y unos ahorrillos sin importancia. Me acompañó a donde tuviera que ir -–no sé a donde- y guió mi mano para que echara unas firmitas –la esencia de la individualidad en nuestra burocratizada sociedad- . Seguro que hizo más que guiar mi mano porque sumergido en la ensoñación no es fácil mover la mano, ni siquiera coger un bolígrafo entre los dedos.

Alguien –puede que fuera el mismo- gestionó mi licencia por enfermedad en el trabajo y debió preocuparse de que comiera algo, de otra forma hubiera terminado por ensoñar sin cuerpo, algo que por otro lado sin duda sería mucho más fácil y divertido.

No recuerdo mucho de aquel tiempo, puede que exagere si digo que no recuerdo nada, pero lo cierto es que entre lo poco que recuerdo y nada no debe ni siquiera haber la distancia de una pulgada- de lo que sí estoy seguro –por las consecuencias posteriores- es de que debí aprender a ensoñar hasta adquirir una pericia digna de un gran profesional.

Creo que un día desperté un momento y miré a mi alrededor con ojos asombrados. Todo en el piso parecía ordenado y tan limpio que ni siquiera una ensoñación mágica podría haberlo logrado. Estaba solo, acostado sobre una cama bien hecha, aunque alguien había quitado la colcha para que no la manchara, el resto era sin duda una obra de arte que solo una mujer hacendosa puede lograr y tan solo después de mucha práctica.

Me toqué el cuerpo para cerciorarme de que no era un sueño, y advertí que estaba en pijama, un pijama nuevecito y a medida. Puse los pies en la alfombra y me calcé unas babuchas. Recorrí la casa como si fuera la primera vez que la veía desde la muerte de mis padres. Me gustó lo que mis ojos miraron y mis manos palparon. No era muy grande pero sí lo bastante para que un ser humano se sintiera solo, incluso alguien como yo.

Alguien me visitó a la mañana siguiente. Ni siquiera me dí cuenta al despertar de que era de noche. Debí quedarme dormido otra vez o tal vez ensoñando. Dijo ser una tía lejana que había estado cuidándome durante todo aquel tiempo –no quise preguntar cuánto- pero debía volver con su familia a una ciudad lejana –no recuerdo su nombre. Me dio un beso en la mejilla y me dijo que ahora ya estaba bien –nunca me sentí mal- pero no obstante una enfermera me echaría un vistazo de vez en cuando y una mujer vendría a limpiar la casa cada quince días. No tenía que olvidarme de firmar uno de los cheques del talonario que estaba sobre mi mesita ya relleno. Solo era preciso firmar y poner la fecha. Le daría uno de aquellos papeles una vez al mes a cada una de ellas. Solo una vez al mes, que no me engañaran. Se despidió y cerró la puerta tras de si. Nunca volví a verla.

Tardé unos días en recordar lo esencial. Creo que comí algo un par de veces. Mi tía me había dejado una larga carta en un sobre abierto, también sobre la mesita. La leí y pude hacerme una vaga idea de lo ocurrido y de lo que tenía que hacer –lo más urgente-. Mi baja por enfermedad terminaría dentro de siete días. La fecha estaba subrayada con bolígrafo rojo. Si no me sentía aún con fuerzas debería gestionar otra baja. Si quería volver al trabajo allí tenía la dirección exacta por si no me acordaba. Me tendría que poner la mejor ropa, ya apartada en el armario, y a las ocho en punto de la mañana entraría por la puerta de la oficina y hablaría con mi jefe, el señor…





EL GNOMITO CABRÓN

Sí, ese soy yo. ¿Qué quién soy? Satisfaremos su curiosidad, querido amigo. Soy un diminuto humúnculo, un gnomito, si ustedes lo prefieren, encerrado en el interior del cráneo de este ceporro. Podríamos decir que soy su “alter ego”. Pero si ustedes no saben latín me pueden llamar Subconsciente. Sí, efectivamente, ese soy yo. Pero no vayan a creer que el famoso subconsciente es un cuarto trastero donde todos guardan lo que no quieren ver. Es mucho más que eso. Se trata de un gigantesco ordenador creado por el cerebro, la mente o el consciente como ustedes quieran denominarlo para que la información subversiva no salga a la luz y se arme la de Dios es Cristo.

Claro que lo que ustedes no saben es que yo estoy a cargo de todo, yo el Gnomito cabrón. Que porqué este adjetivo tan excentríco y grosero. Pues porque así es como ustedes, vosotros, pensais de mi. Soy el cabroncete que os hago la Pascua cuando menos lo esperais. Os digo las verdades del barquero, os pongo ese video que os deja en un espantoso ridículo… Soy el Freddy de vuestras pesadillas. Creo que son motivos suficientes para que quede completamente explicado el calificativo.

Estoy aquí encerrado entre cuatro paredes de hueso, pasando el rato como puedo. A veces me asomo a las dos ventanitas de mi escueto cuarto y me entero de qué va la fiesta. Si no me agrada toco una campanita que os pone muy nerviosos y empezais a dar vueltas como peonzas para olvidarme

He salido un momento de mi retiro monacal para poner los puntos sobre las «ies». Mi alter ego se ha puesto muy dramático casi trágico y eso no me gusta. La vida es una fiesta queridos amigos y no voy a permitir que este ceporro la estropee.

Lo que ha dicho de la muerte de sus padres es cierto. Yo estaba allí, asomándome a la ventana cuanto recibió la llamada de un guardia civil de tráfico. De la cartera de su progenitor, lo único un tanto entero que quedó del amasijo formado por sus progenitores y el vehículo que les llevaba de vacaciones a la costa, consiguió su teléfono y dirección. El trío quedó echo fosfatina, el progenitor, la progenitora y el bonito ejemplar de carro con ruedas. De la sangrante cartera sacaron su dirección y teléfono y muy amables le llamaron para darle la noticia. Lo que no le dijeron, porque no lo sabían, era que su progenitor andaba elucubrando una salida airosa para la quiebra de su empresa. No, no fue un fraude para quedarse con el efectivo en perjuicio de tontos acreedores. El progenitor de mi alter ego era un ludópata aunque nunca se atreviera a confesarlo ni a su familia ni siquiera a sí mismo. Jugaba a la bolsa como otros juegan a la ruleta o al pocker. Antes o después tenía que suceder y sucedió. Se quedó en bragas, al menos pudo salvar el piso y unos ahorrillos. El accidente pudo ser perfectamente un suicidio. Tengo serias sospechas de que así fue puesto que la ultima vez que vi a su Gnomito cabrón se despidió muy lacrimoso de mí, estaba convencido de que no nos volveríamos a ver.

La noticia le produjo un shock –bonita palabra para definir una nueva situación en la que el Gnomito cabrón tira de las riendas- pero fue más bien su debilidad congénita la que le sumió en un letargo cercano a la locura. Mientras él era ingresado y sedado como un oso en hibernación yo seguía los acontecimientos con preocupación. Si mi alter ego se va yo me voy con él. Puede que me reencarne en otro ceporro de alter ego pero es tan solo una sospecha, ningún Gnomito cabrón recuerda sus vidas pasadas.

sábado, 24 de febrero de 2024

EL BUSCADOR DEL DESTINO X

 


                                EL BUSCADOR DEL DESTINO X

Pues ese parece ser mi destino, porque cuando bajo a retomar mi ardua tarea me encuentro con más gatos que andan por allí olisqueando. Me siento en el suelo para trabajar, porque de pie me canso mucho. Los gatos también se sientan, ponen su culito en el suelo y me miran con ojos como platos, como si yo fuera un extraño dios que hace cosas raras pero que también puede darles de comer. Sin saber por qué me pongo a catalogar a los gatos que me están haciendo compañía. Hay algún “grisín”, así he decidido llamarlos porque tienen la pelambrera gris, mira tú que bien y qué sencillo. Hay otros a los que llamo “tigrines” o “tigretones” o “rubitos” porque tienen la pelambrera amarilla o de un color paja. Me entretengo divinamente catalogando a los gatos y atornillando tornillos en la madera, hasta que veo que se van acercando un poco mas y hasta Silvestre se pone a gruñir en tono de amenaza. Este va a ser otro problema, como si no tuviera pocos. Me levanto con dificultad y decido poner comida en el jardín para todos los gatos visitantes, pondré unos cuantos comederos improvisados y esperaré a ver si consigo que no se peleen, porque una riña de gatos tiene que ser bastante desagradable.

Me hago con unos platos, unas latas, unos cuencos, todo lo que pueda servir para llenarlo de pienso. Los coloco a lo largo y ancho del jardín. Me doy cuenta de que los gatos también beben, como cualquier ser humano, y decido llenar un par de tazones de desayuno con agua del grifo. Entonces decido volver a sentarme junto a la valla y seguir atornillando tornillos como un nuevo Sísifo, moderno y cabreado por tener que trabajar en vacaciones. El tornillo de turno no quiere penetrar más en la madera, me cabreo, me “recabreo” y me vuelvo a cabrear. Al final comienzo a martillazos hasta que el tornillo se doble y queda pegado a la madera. Esta madera es más dura que la piedra, va a ser un tormento dejar la valla de madera como estaba. Me paso la mano por la frente y noto que sudo. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, o mejor dicho con el sudor del de enfrente como dicen los capitalistas, como le oí decir a un graciosillo. En ese momento oigo unos maullidos feroces y veo a Silvestre salir de estampida tras un gato grisín. Imagino que se ha metido en su territorio, es decir en su comedero y Silvestre se ha cabreado. Saltan el muro y se persiguen como si les fuera en ello la vida. No debe ser para tanto, por eso lo llaman “riña de gatos”.

Decido que no estoy dispuesto a seguir sudando. Hace un calor terrible. Entro al interior y dejo la puerta abierta. Los gatos son demasiado huidizos para estar cerca de mí. Saco una cerveza del frigorífico y le doy un buen trago. Aún es pronto para comer, pero tengo hambre y hace demasiado calor para seguir fuera, al sol. Veremos por la tarde, o tal vez mañana. ¿Y ahora qué me hago para comer? Con este calor apetece una buena y fresca ensalada. Me pongo a ello. Un bol grande, una lechuga, pepinos, cebolla, tomate… todo muy rico. Pico mientras corto. Bebo cerveza entre picoteo y picoteo. Un poco de sal, un poco de aceite de oliva, un poco de vinagre. Encuentro un botecito de especies. Miro la etiqueta, pero no puedo leer nada, bueno qué más da, serán hierbas de cocina. Salpico la ensalada. ¿Y de segundo? No se me ocurre nada. Miro por aquí, miro por allá. Nada, sigue sin ocurrírseme un segundo aceptable. Encuentro una lata de fabada asturiana. No recuerdo haberla comprado, o tal vez sí. O puede que el propietario la dejara por allí o el anterior inquilino, o yo mismo que soy tan bruto que en plena canícula y con amenaza de ola de calor se me ha ocurrido comprar lo más indigesto para un verano que empieza a ser agobiante. Decido calentarla y ponerme a comer, un poco de ensalada, una cucharadita de fabada asturiana… Se me ocurre que tal vez esté caducada si no la he comprado yo. Me importa un bledo… No, mejor dicho, voy a mirar, no sea que luego me entre una diarrea explosiva que te cagas. Pues qué bien, no está caducada, o sea que la he comprado yo. Solo a un cafre como yo se le ocurre comprar fabada en pleno verano y asomando una ola de calor.

Busco un cazo para el fuego pequeño, tiro del abre fácil, encuentro una cuchara, vuelco todo el contenido petrificado del bote en el cazo. Y me pongo a encender la vitro. Nada no hay manera. Un dedo aquí, otro allá. Nada. Dos dedos por aquí, otros dos por allí. Nada. Me enfado, me cabrero, me sulfuro. Suelto una patada. ¡Qué dolor, qué dolor, ay qué dolor! Me doy a todos los demonios. Soy un idiota. Me quedo sin respiración. Dejo un dedo sobre la vitro, al azar. Se enciende. Ahora solo queda encender el fuego pequeño. Nada. Dos dedos, dos dedos rotando. Por fin se enciende. Coloco el cazo. Necesito un fuego moderado, que no se queme, pero tampoco que me den las uvas. El cuatro, el cuatro parece muy moderado. Ahora regreso a la mesa y picoteo un poco de ensalada. ¡guau u! ¡Cómo pica esto! Pienso, reflexiono, antes echo un buen trago de cerveza fría. A este paso me voy a emborrachar. Claro, el frasquito de hierbas. La culpa es del frasquito de hierbas. No sé qué contiene, pero es picante como una guindilla. Está bien comeremos ensalada picante. Casi me dan ganas de echar del frasquito a la fabada. No, ni se te ocurra. Puedes pillar una cagalera de campeonato, y recuerda que ayer ya tuviste una y de órdago. Calma, calma. Aquí no pasa nada. Me calmo, me contengo. Voy y pruebo la fabada, un poco más. Escucho un estrépito. Miro. Se ha colado un gato. Estaba husmeando la ensalada y ha tirado cosas de la mesa. Ha salido de estampida. Voy y cierro la puerta, dando un portazo. Hoy no voy a poder comer a gusto. Termino la cerveza y voy al frigo a por otra lata. La abro tirando del abrefácil, me doy otro trago. Ya puestos, acabemos con una cogorza. Regreso a la fabada. Ahora sí. Saco un plato hondo. Ya tengo en la mesa la ensalada, la fabada y la cerveza. Comienzo a comer con un apetito devorador. Sudo como un picapedrero en pleno verano. Pico la ensalada, porque no la voy a tirar. Bebo, porque no hay quien aguante este picante. Termino con un eructo de satisfacción. Noto que las tripas rugen. Me lanzo hacia las escaleras. Caigo de culo. No se puede estar tan gordo para subir escaleras. Subo a cuatro patas, solo que dos son manos. Llego al servicio, me siento en la taza. Me duele el culo, me duele en todos los sentidos. Una explosión. Diarrea explosiva. No tengo remedio.

martes, 28 de noviembre de 2023

DIARIO DE UN GIGOLÓ VII

 


-El empleo es tuyo, si lo quieres.

-¿Así, sin más?

-¿Quieres que te haga una entrevista de trabajo?

-No, claro pero no me conoce de nada. Ni siquiera sabe si he trabajado alguna vez de camarero.

-¿Lo has hecho?

-Sí, pero…

-Pero nada. Eres un chaval fuerte y pareces despierto. Aprenderás pronto.

Con el tiempo, otro camarero (el pub tenía tres, además de Paco) me sacaría de dudas. Fue mi prestancia la que le hizo decidirse tan pronto. El atractivo físico era una condición básica para trabajar allí. Al parecer acudían muchas damas solitarias buscando compañía fácil. Cuando no encontraban algo de su gusto entre la clientela habitual acostumbraban a invitar a una copa al camarero de su gusto y luego podían pedirle que les acompañara a casa o donde fuera que hubieran situado su nidito de amor.

Paco hacía la vista gorda de todos estos tejemanejes a cambio de un porcentaje, un tanto por cien que cobraba al camarero de turno o al cliente de turno que quisiera utilizar las habitaciones que poseía el dueño en el piso de arriba. En resumidas cuentas que Paco era un discreto y amable celestino. Incluso solía invitar al pelma de turno que iba por allí solo a echar un “vistazo” con el fin de saber si se trataba de un cliente potencial o si acabaría por dar más problemas de lo que valía, como el mismo Paco me contaría con el tiempo.

Pidió a uno de los camareros que ocupara su lugar tras la barra y me hizo pasar a la trastienda. Me invitó a sentarme en una silla y él ocupó un sillón tras una pequeña mesa de despacho. No había lugar para más en aquel diminuto cuartucho. Iniciamos la conversación hablando de lo que más nos interesaba a ambos. Quise hacerme el duro y puse mis condiciones.

-Soy universitario, necesitaré una noche libre la víspera de exámenes y horario a tiempo parcial cuando tenga que preparar alguna asignatura difícil.

-Hecho.

-Antes de abandonar mi trabajo como portero de discoteca me gustaría saber cuánto voy a ganar aquí. Para perder dinero no necesito cambiar de trabajo.

-¿Cuánto ganas allí?

Inflé mi salario, intentando hacerme el listillo, a ver si colaba.

-Hecho.

-Y paga usted el uniforme.

Había observado que los camareros llevaban camisa negra con pajarita, con pantalón de tergal del mismo color.

-Hecho. ¿Algo más?

Abrí la boca buscando conseguir mejores condiciones puesto que me lo había puesto tan fácil, “a huevo”, pero no se me ocurrió nada más. Paco escupió en la palma de su mano derecha y me la tendió con una sonrisa.

-Soy de pueblo, hijo mío, allí sellamos los tratos de esta manera. Nada de papeles. Si estás descontento con algo me lo dices y veremos qué se puede hacer. Si estás enfermo llamas y yo me lo creo, siempre que no abuses. ¿Podrías empezar ahora?

-¿Ahora? Tendría que trabajar tal como voy vestido.

Y señalé mi camisa. Paco rió.

-¿Has tenido alguna batalla campal con una chica?

-Algo parecido.

 

Su sonrisa se ensanchó.

Así me gusta. Vamos a probarte uno de mis uniformes.

Abrió un armario disimulado en la pared y descolgó de una percha una camina y un pantalón.

-Nadie va a fijarse en tus zapatos por esta noche. ¿Tienes zapatos negros?

-Sí, un par para vestir. No me desagrada el negro.

-Me gusta tu honradez, chico, podrías haberme dicho que no para que te comprara un par. Pues mira, por “honrao” te voy a dar para un buen par de zapatos y un pequeño adelanto. Mañana quiero verte con zapatos negros.
Abrió un cajón, rebuscó en él y me tendió un par de billetes.

-Y ahora pruébate esto, mañna por la mañana pasarás por la dirección que te voy a dar para que te hagan unos arreglos y te confeccionen una camisa y un pantalón de repuesto. Mucho ojo, chaval, la chica es mona pero es del pueblo, es como si fuera una hija para mí. ¿Me entiendes? Como se te ocurra camelarla y luego dejarla tirada te voy a dar una somanta de “ostias” que no te va a reconocer ni tu padre. Y te lo dogo muy en serio. ¿Lo has pillado?

-A sus órdenes.

-Nada de bromitas con esto. Y ahora quítate la ropa y ponte esto. No te preocupes que te vea en calzones. Estoy curado de espantos y además me gustan las mujeres y mucho. Si fueras una mujer y te viera en bragas no respondería de mis instintos. Pero tú llevas calzones, ¿no, chaval?

-Imagino lo que quiere decir. Me gustan demasiado las mujeres para hacer tonterías.

-Eso espero, porque aquí los camareros somos todos muy machos. Te adelanto que si alguna dama te tira los tejos debes hacerle caso. Habla conmigo y podrás salir antes. Si luego te hace un “regalito”. ¿Sabes lo que quiero decir? Pues me lo dices y hacemos cuentas. Confío en ti, chaval, tienes cara de “honrao”.
Me probé sus ropas, las mangas me quedaban largas. Paco las recogió con mimo. El pantalón era un poco ancho. Paco me apretó el cinturón sin contemplaciones. Apenas me sobraban unos dedos de largo. Nuestra estatura era muy parecida. Recogió un poco los bajos y me colocó la pajarita.

-Listo. Si tienes alguna dificultad vienes a la barra y te pongo al loro. Hoy te echarán una mano los compañeros, pero mañana quiero que te defiendas tu solito y dentro de una semana serás el amo en “The Sailor”.

Lo pronunció tal cual, “De Sailor”. De esta guisa me acompañó hasta la barra. Me colocó a su lado mientras echaba un vistazo a la concurrencia.

-De momento está tranquilo. Te enseñaré dónde están las botellas, cómo servir una jarra de cerveza “como el fó” y cómo preparar un martín, los cócteles los dejaremos para mañana. ¿Ves aquella dama del rincón? Es la señorita Julia, una solterona aceptable, tiene mucha pasta, vive de las rentas, y ya te ha echado el ojito. Esta noche no te invitará, no te conoce de anda, antes querrá ver cómo te desenvuelves, pero lo hará un día de estos, seguro. Hazte un poco el remilgado, no mucho, porque a ella no le gustan demasiado fáciles, pero tampoco muy complicados. Tú mismo sabrás cómo maniobrar, ni demasiado fácil ni se lo pongas muy complicado. Te llevará a su piso y te dará una buena propina. Quiero el veinte por ciento y no me engañes. Sería una estupidez por tu parte.

viernes, 10 de noviembre de 2023

LA VENGANZA DE KATHY XVIII

 




No sé cuándo Kathy volvió a abandonarme para comer, dormir o hacer cualquier cosa que tuviera que hacer, si es que tenía que hacer algo. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde mi llegada. Por eso no me podía hacer una idea de lo que estaría ocurriendo en Crazyworld. Seguro que ya llevarían tiempo buscándome. La posibilidad de que me encontraran era tan remota que ya me daba por muerto, antes o después y de la forma que fuera, pero yo ya estaba muerto.

Fue entonces cuando noté un ligero movimiento en los dedos de mi mano derecha. No podía percibirlo con la mirada, pero sí en la sensibilidad que habían empezado a recobrar. Puede que el efecto del potingue del profesor Cabezaprivilegiada empezara a decaer, y eso era una excelente noticia para mí. Lo malo era que tardaría muchas horas en lograr el movimiento de los brazos para poder reducir a Kathy cuando volviera. Regresaría mucho antes, impidiéndome cualquier plan de fuga que se me ocurriera. A pesar de ello me centré en recobrar el movimiento de los dedos, cuando lo consiguiera seguiría con la mano y el brazo. Fue un trabajo ímprobo. Toda mi concentración estaba en los dedos. Es un decir, porque no podía estar en otra zona de mi cuerpo. Aquel lento despertar era la sensación más extraña que había tenido en mi vida…es un decir, de lo que recordaba de mi vida, que no era mucho de momento. Se puede decir que mi consciencia se escindió en dos, la que me mantenía en la existencia, atemporal y adimensional, y la que se iba abriendo paso hacia mi cuerpo, un reencuentro tan satisfactorio como confuso.

En algún momento Kathy reapareció a mi lado, me cambió el gotero para alimentarme aunque yo no tenía hambre ni sed, eran sensaciones casi olvidadas. Un dedo de mi mano derecha sufrió un ligero espasmo que no le pasó desapercibido, porque se inclinó hacia mi oído y me susurró, en una voz gélida y opaca, que no reconocí:

-¿Pensabas que no me iba a dar cuenta? El efecto está desapareciendo un poco antes de lo calculado. Tienes una naturaleza de toro. Mi torito español. Voy a adormecerte para que no me cornees.

Puso su rostro frente a mi mirada que no parpadeó, no así la suya, me hizo un guiño que no hubiera desentonado en el rostro de la muerte y desapareció de mi ángulo de visión. ¿Torito español? ¿Cómo podía saber ella que yo había recordado algunas cosas de mi pasado, entre ellas que mi padre, Johnny el gigoló, era español? ¿Había hablado sin darme cuenta? Eso era imposible. Como que fuera capaz de leer mi pensamiento.

Regresó con una jeringa grande y una aguja aún más grande. Recordé que cuando me la clavó por primera vez, en el claro, yo había perdido la consciencia durante un tiempo que tuvo que ser prolongado para que a ella le diera tiempo de arrastrarme hasta el búnker y colocarme en aquel lecho donde había permanecido todo aquel tiempo incalculable. Sentí un gran alivio al pensar que el efecto de la inyección debería ser el mismo. Perder la consciencia por completo era lo mejor que podía pasarme, y si ya no despertaba, mucho mejor. Me hubiera gustado despedirme de la vida, de mi fugaz vida de amnésico, pero como sucedió en el claro, el efecto fue fulminante. Solo que esta vez antes de hundirme en la oscuridad mi mente estalló en un millón de fragmentos, como burbujitas flotando en el aire, cada una con una imagen diferente, una especie de puzle caótico, que una vez recompuesto formaría mi identidad total, mi verdadera personalidad. Se produjo un fenómeno sorprendente, mi cabeza comenzó a dar vueltas, a girar con una lentitud pasmosa, un mareo cósmico me atrapó. Me sentí fuera de un cuerpo que no tenía, subiendo hacia el techo, contemplando mi verdadero cuerpo físico allí abajo que estaba siendo acariciado por las manos de Kathy. Las burbujas de imágenes chocaban contra aquella cabeza que no podía ver pero que sin duda era la mía. Cada choque despertaba un recuerdo, cada imagen se colocaba en un puzle sin sentido, sensaciones sin la menor cronología, tan intensas que me hacían revivir una delgada rebanada de mi pasado. Era como una película troceada, no en secuencias, sino en planos difusos, confusos, sin orden ni concierto. El mareo se acentuó hasta sentir cómo me iba hundiendo en una especie de remolino que caía hacia mi propio ombligo. El malestar era tan infinito como aquella especie de orgasmo cósmico que sin duda me estaba llevando hacia la muerte. Si la muerte era así, no me parecía tan mala como su leyenda. Puede incluso que existiera un más allá si mi consciencia podía volar sin cuerpo de aquella manera. No supe si alegrarme o angustiarme porque como agua remansada que se cuela por el sumidero, mi consciencia se difuminó en una plácida oscuridad.