jueves, 28 de julio de 2022

LA VENGANZA DE KATHY XI

 


         

* * *

Desperté, o más bien fui consciente de estar despierto, porque tenía los ojos abiertos, no recordaba haberlos cerrado, solo el haber caído en una especie de profundo pozo negro. Me sentía raro, muy raro. Tardé en saber el por qué. Lo supe cuando intenté mover los dedos de mis manos. No fui capaz. Tampoco pude mover las piernas. Estaba como anestesiado. Ni siquiera podía parpadear. Los ojos permanecían como fijados por un imán frente a mí. No era capaz de dirigirlos a mi gusto, ni a izquierda o derecha, arriba o abajo. La luz que iluminaba tenuemente el espacio frente a mí era artificial pero no podía ver de dónde procedía, el foco con seguridad estaba en el techo, que no percibía porque era muy alto, esa fue la explicación que encontré. Noté con sorpresa, primero, luego con terror, que si bien mi cuerpo estaba allí no lo sentía. Recordé la escena en el claro, la tormenta, cómo me había abrazado a Kathy y luego nada. ¿Qué había ocurrido? No había el menor sentido en todo ello. Ninguna explicación racional. Intenté salivar, la boca estaba seca, pero hasta de ese mínimo acto reflejo no me estaba permitido.

-Estás drogado. Es un veneno parecido al curare, solo que manipulado por las manos expertas del profesor Cabezaprivilegiada.

El sonido llegaba con nitidez a mis oídos. Era la voz de Kathy, sin la menor duda. Alcanzaba a ver. Conseguía oír, pero el tacto no funcionaba. Mi piel no lograba percibir la ropa de la cama. Porque estaba tumbado en una cama. Había perdido el sentido del tacto. Tampoco el olfato parecía funcionar. Debería percibir algún olor, la habitación no podía ser aséptica. El gusto también estaba anulado, no era capaz de mover la lengua, ni siquiera la sentía. No notaba la boca. ¿Habría perdido la capacidad de hablar? Lo intenté. ¿Cómo iba a poder hablar si ni siquiera sentía la boca? Estaba inerme en manos de Kathy.

-No te estrujes las neuronas. Puedes ver y oír. Nada más. Tu cuerpo está paralizado. Eres consciente de lo que está pasando, pero no puedes hacer nada. Dicen que el curare produce efectos parecidos. El profesor lo modificó a su gusto. Nunca me dijo si lo había inventado para torturar. Lo cierto es que es perfecto para la tortura. Una tortura psicológica, claro, porque aunque te clavara una aguja no sentirías el menos dolor. Cuando te conté mi experiencia en el laboratorio, no te lo conté todo. Ya habrá tiempo. Tenemos mucho tiempo. Puedes verme, puedes escucharme, eso es lo que importa.

Con que era eso. ¿Pero cómo pudo inyectármelo si estaba desnuda, dónde escondía la jeringa?

-Te preguntarás cómo te lo inyecté. Es lógico. Recuerda que estaba cubierta de barro. Es fácil pegar una jeringuilla al cuerpo con barro. Aún lo sigo estando. Puedes verme. Como también que me he pintado la cara y el resto del cuerpo con pinturas de guerra, como hacían las tribus indias.

Estaba frente a mí. A unos pasos de la cama. Erguida, calmada, como un árbol. Los pies era lo único que no me era posible ver. Me sentía muy lúcido. Aunque los ojos estuvieran fijos poseían una especie de visión panorámica. Vemos con intensidad lo que tenemos frente a nosotros. Con menor intensidad lo que aparece a nuestra izquierda y derecha, un poco por encima y por debajo de la línea que forma nuestra mirada rígida. ¿Cómo podía recordar algo así si era amnésico? ¿Estaría recobrando la memoria?

-Ahora te preguntarás dónde estás, y cómo he podido arrastrarte hasta aquí. Estamos bajo el claro, en un bunker nuclear que construyó Mr. Arkadín sólo para él. Jimmy te enseñó el que existe en la cabaña, para todos sus amigotes. Pero ese cabrón no se fía de nadie. Solo él y yo conocemos la existencia de este búnker. ¿Qué cómo conseguí que me desvelara el secreto? Puedes imaginártelo. Solo hay que saber dónde está el interruptor que abre la entrada. Me bastó con arrastrarte unos metros por el suelo y luego por la rampa. No fue difícil.

¿Era capaz de leer mis pensamientos? Tal vez el malnacido del profesor Cabezaprivilegiada también había inventado una pócima para desarrollar la telepatía. Pensé que no era necesario recurrir a semejantes elucubraciones. Bastaba con ser lógico. ¿Qué preguntas se haría alguien en mi situación? Las mismas que estaba contestando Kathy. Puede que no siguieran el mismo orden con el que aparecían en mi consciencia, pero todas ellas eran razonables.

-¿Cuánto tiempo llevas aquí? No más de dos horas. El tiempo que el profesor calculó como necesarias para que un secuestrado no se apercibiera de a dónde se le llevaba. Se le puede poner una venda en los ojos, pero ese cabroncete pensó en todos los detalles. ¿Qué si sigue la tormenta? Sigue. ¿Cómo podía saber yo que se iba a producir esta tormenta de todos los demonios? No lo sabía. Sí que se iba a generar una tormenta y su duración, con algún margen de error. En este bunker hay artilugios muy sofisticados, todos inventados por el gran genio. Aunque ni el mismísimo genio pudo prever una tormenta tan larga y descomunal. ¿Cómo podía yo saber que tú llegarías al claro a tiempo? Te he estado vigilando desde que entraste en el bosque. Sí, hasta he podido veros en la cama, a ti y a esa guarra de Alice. Cree saberlo todo, como Jimmy, pero son unos pazguatos, ignoran más de lo que saben. La alarma fue desactivada con otro artilugio y luego activada cuando bajasteis al sótano. ¿Que podías haber vuelto a Crazyworld con Alice? No, no soy una bruja. Me basta con conocerte bien. No ibas a poder dormir pensando en que podía estar viva aún y tú no habías hecho nada. Además, mi clítoris os vuelve idiotas a todos. A Mr. Arkadín, al profesor, a todos. ¿Cómo ibas a ser capaz de vivir sin tu miembro en mi interior? Todos lo intentan, buscando otras mujeres, haciendo lo posible por olvidar la experiencia, pero nadie lo consigue. Volverías al claro, porque no estás tan loco como para husmear con esta noche en lo más tupido del bosque. Era cuestión de esperar. ¿Quieres ver la tormenta? Hay una forma. Un trozo del techo puede correrse. No, no entrará la lluvia, porque hay un cristal a prueba de bombas.

Ahora observé algo que me había pasado desapercibido. Un mando a distancia prolongaba su brazo derecho. Debió oprimir algún botón. Escuché el ligero ruido que producía el corrimiento del techo. Kathy se movió hasta situarse en la cabecera de la cama. No podía verla. Debió quitar la almohada que sujetaba mi nuca, aunque no lo sentí, porque mi cabeza estaba ahora en posición totalmente horizontal. Podía ver el techo, muy alto, y cómo una parte se iba deslizando poco a poco. Sentí un gran alivio con el movimiento de Kathy. De forma no totalmente consciente había pensado en la posibilidad de que la figura que estaba viendo fuera un fantasma o una especie de holograma muy avanzado, invento también del maldito profesor. Podía intentar convencer a Kathy, pero no a un mecanismo programado. ¿Me había vuelto idiota? ¿Cómo convencerla si no podía hablar? Ni aun hablando enfrentarme a ella era mejor que confiar en que el mecanismo se atascara. Sin duda estaba más loca que todos en Crazyworld. Era una psicópata, que además buscaba venganza, por alguna razón que solo ella conocía. El alivio se esfumó. El trozo de techo se había descorrido por completo. A través del cristal los rayos rasgaban la noche como disparados por el mismísimo Júpiter tonante. Kathy debió de oprimir otro botón, porque el sonido exterior llegó al interior con meridiana nitidez. Por un momento me puse en la mente de Mr. Arkadín para abandonarla a toda prisa. Aquel hombre era el peor psicópata de todos. Un auténtico demonio.

-Ahora que lo sabes casi todo, te preguntarás qué pienso hacer contigo… Voy a matarte. Sí, voy a matarte. Pero no sufras. No sufrirás. Porque te voy a matar a polvos.

martes, 19 de julio de 2022

EL BUFÓN DEL UNIVERSO II

 



De una manera tan peculiar se iniciaría mi vida como bufón de corte. La desgracia quiso que en pleno vuelo el comandante decidiera inventariar toda la bodega de carga, buscando dar un escarmiento a la tripulación, de la que se había quejado un jerarca a quien habían arrebatado una de sus jovencitas recientemente adquiridas. El comandante negó que su tripulación estuviera implicada y a cambio de que su nave no fuera puesta patas arriba por la guardia personal del jerarca entregó una buena provisión de películas históricas que reservaba para la burguesía de otro planeta más rico. El enfadado jerarca se dejó convencer ante la perspectiva de que su esposa le dejara en paz por una larga temporada con sus quejas sobre el excesivo número de sus concubinas. El comandante quiso cerciorarse de que la jovencita, objeto del litigio estaba en la bodega, escondida por algún grupo de tripulantes rijosos y desvergonzados. No la encontraron, a cambio yo tuve que sufrir un severo castigo como polizón. El frustrado y encolerizado comandante no me ahorró tortura alguna, incluso decidió utilizar conmigo una extraña sonda psíquica que había adquirido en un planeta tecnológico, donde le prometieron que hasta las mentes más rebeldes se convertirían en mansos corderitos tras pasar por la sonda. No encontró mejor ocasión para probarla y aquel desatino descubriría una faceta tan escondida en mi mente que nunca supe de su existencia. De pronto me convertí en el “bufón del universo” como sería presentado en las grandes mansiones por pomposos mayordomos, deseosos de agradar a sus señores hasta el vómito.

Aquel hombre era un sádico redomado y su tripulación la hez de los planetas por donde pasaba. La reclutaba en los bajos fondos de las capitales planetarias. Con el tiempo llegaría a saber que la nave no era en realidad una de las numerosas naves comerciales que suelen hacer los mismos trayectos, consiguiendo mercancía aquí, vendiéndola acullá, aceptando pedidos, trapicheando con todo, sino una peligrosa nave pirata que había adoptado la fachada de una inocua nave comercial para pasar desapercibida. El comandante sólo buscaba conseguir la mayor riqueza posible en el menor tiempo y luego retirarse a un planeta desconocido donde sería amo y señor. Es posible que esta mezquina meta transformara su carácter o tal vez fuera precisamente ese carácter frío y mezquino el que le llevó a una profesión donde solo medran los malos y sobreviven los peores. No podía haber elegido una nave peor. Yo iba a ser el entretenimiento de aquellos sádicos sin entrañas durante el tiempo que durara el viaje. Iba a morir, o si lograba sobrevivir, me venderían a cualquiera en cualquier parte por el dinero que quisieran darle.

El comandante se dirigió a su camarote, donde al parecer guardaba la sonda en su caja fuerte particular. Regresó con una pequeña caja como las que suelen vender en los bazares para regalos entre los más desfavorecidos. Pero aquel artilugio no era precisamente un regalo. Sin duda debió de formar parte del botín de algún abordaje, o comprada a un alto precio en un planeta de tecnología muy avanzada. Me ataron a un sillón y el comandante oprimió una serie de botones que se pusieron en rojo. Había colocado la sonda sobre mi regazo y de ella comenzaron a brotar numerosos tentáculos. En un principio pensé que se limitarían a pegarse a mi cuerpo con ventosas. No fue así. Cada tentáculo escogió una parte de mi cuerpo y penetró hasta mis órganos vitales. Todo ello sin anestesia. El dolor me hizo gritar como si me estuvieran destripando. Se apresuraron a colocarme una mordaza sobre la boca y a comprobar las ataduras. Unos cuantos tentáculos penetraron en mi cabeza, horadaron mi cráneo y allí se pusieron a buscar determinadas terminaciones nerviosas siguiendo un programa que solo su inventor podía conocer. Observé cómo se hacía un gran silencio y todas las miradas convergían en mi persona. Estaba seguro de no ser el primero que probaba aquel espantoso artilugio. ¡A saber cuántas víctimas inocentes lo habían experimentado antes y qué fenómenos extraños se habían producido! En cada víctima el efecto debía ser diferente y en muchos casos, con seguridad, se generarían espectáculos entretenidos y graciosos o al menos las muertes serían tan variadas como placenteras para aquella tropa de brutos. Un tentáculo de la cabeza dejó de hurgar por haber encontrado lo que buscaba. De pronto caí en una especie de catalepsia onírica muy extraña. Ante mí comenzaron a desfilar imágenes de una pesadilla sin sentido y angustiosa de la que intentaba salir haciendo esfuerzos sobrehumanos. Todos los habitantes del universo parecían haberse reunido en un salón sin paredes que se extendía por el espacio infinito. Todos se reían de mí, señalándome con el dedo y haciendo todo tipo de visajes. Sin saber cómo podía leer las mentes de los más cercanos, con una claridad y complejidad que me producía un asco infinito. Quise bloquear aquella lectura de pensamientos que tanto daño me estaba haciendo, pero, al contrario, aquel don o castigo demoniaco se intensificaba más cuanto mayor era mi odio y mi rabia. Cuando el número de mentes que podía leer se hizo tan numeroso que creí volverme loco, sentí una náusea infinita y sin poder evitarlo comencé a vomitar.

Desperté con brusquedad, sin transición. Alguien debió haberme quitado la mordaza de la boca durante la tortura, porque en efecto, estaba vomitando. Era un vómito extraño. De mi boca salía una sustancia lechosa, grisácea, que permanecía en el aire, como si pudiera flotar, y poco a poco se iba transformando en caras y cuerpos, como hologramas manejados por un ordenador completo y potentísimo. Por toda la habitación se movían en el aire cuerpos ya completos con unos rostros deformados, de una fealdad terrorífica. Asombrado comprobé que algunos rostros tenían un parecido feroz con los tripulantes que estaban más cerca, desde el comandante al resto de los cargos de la nave, que eran los que habían tomado las mejores y más cercanas posiciones. Cualquiera podía ver que eran sus rostros, si bien habían adquirido formas demoniacas que sin duda correspondían a sus pensamientos y emociones más íntimas. Los demonios que aquella tripulación llevaba en su interior, bajo sus rostros de carne que habían sido aceptables hasta aquel momento a pesar de los rictus que los desfiguraban, habían salido al exterior, bajo algún hechizo inexplicable y se movían en el aire, con un movimiento pausado, casi una danza. Cada uno de aquellos cuerpos se había acercado a su sosias como impelido por una atracción irresistible. Permanecía a su lado, de pie, como un gemelo respetuoso. Mis vómitos seguían un curioso proceso. Notaba en mi interior como un cosquilleo que se intensificaba hasta llegar a la náusea, algo repugnante, feroz, como un monstruo recién despertado que anhelaba salir fuera, para lo que hubiera llegado a trepanar mi carne, pero encontraba un camino ya hecho, mucho más sencillo y por él se dirigía hacia la superficie, hacia mi boca. Antes de que llegara a salir mi cuerpo se doblaba en dos, estremecido por el asco. Mi laringe y boca se taponaban, lo mismo que mis fosas nasales. Quedaba sin respiración y cuando creía que la muerte era inevitable sufría unas sacudidas epilépticas que arrojaban fuera de mí esa sustancia demoniaca. Sentía un infinito alivio mientras esa especie de ectoplasma lechoso y casi transparente levitaba en el aire, como tomando consciencia de quién era y de que ya estaba fuera de su prisión. Entonces parecía reorganizarse, buscando su esencia más profunda. Comenzaba a formarse un cuerpo, bien por los pies o por la cabeza y no paraba hasta conseguirlo. Su última fase la dedicaba a moldear el rostro, buscando la expresión exacta de un modelo que solo él podía percibir. Era como contemplar el trabajo de un artista, de un escultor, que moldeara con aire pintado el semblante del arquetipo monstruoso que estaba posando para él. Esta tarea llevaba su tiempo, porque era muy meticulosa. Una vez terminado el trabajo el monstruo etéreo levitaba por la sala hasta encontrar el tripulante que más se le pareciera, hacía una reverencia grotesca, esbozaba una sonrisa estereotipada y se situaba a su lado, a su izquierda o derecha, dejando que en su rostro inmaterial se fueran reflejando los pensamientos de su doble como en una película de holovisión creada solo por emociones. Era algo tan repugnante que observé, entre vómito y vómito, cómo los tripulantes de carne habían vomitado frente a sí. El suelo era un lodazal de vómitos, una pista resbaladiza donde cualquiera que se hubiera movido habría aterrizado dando volteretas. Tal vez por eso nadie se movía, aunque el aspecto cadavérico de sus semblantes me indicaba que tampoco lo hubieran podido hacer de haberlo intentado. Semejaban cadáveres petrificados, el museo de un perverso coleccionista que se deleitara con la muerte y sus formas.

Cuando cada tripulante tuvo su sosias, sentí en mi interior un vacío maravilloso, ya nada pugnaba por salir. Ni siquiera sentía mis órganos internos, era como uno de esos globos con los que juegan los niños en las ferias. Estaba agotado por el esfuerzo, deseoso de dormir horas y horas, días y días. Me sorprendió que mi cuerpo no levitara también y por el aire se dirigiera a mi camarote, con silla y todo. Durante mucho tiempo nadie se movió, nada rompió el silencio. Finalmente escuché un grito inhumano que solo al cabo de unos segundos comprendí que era mío. Eso hizo reaccionar a uno de los tripulantes, el más bestia, el más sádico, al que yo más odiaba. Sacó de su cartuchera una pistola desintegradora y me apuntó mientras gritaba que me iba a matar. Concretamente dijo: Te voy a matar, maldito bufón. Y lo hubiera hecho de no haber observado cómo sus compañeros le miraban, con miedo, con repugnancia. Debo decir que más bien miraban a su sosias, con tal fijeza que hasta él mismo volvió la cabeza intrigado. El rostro de su doble era tan espantoso que nadie que lo contemplara podría permanecer en su juicio. Un demonio, su propio demonio, expresaba con total claridad los pensamientos y emociones que sin duda albergaba aquella bestia sin entrañas. La impresión fue tal que dejó caer el arma, que rebotó en el suelo metálico produciendo un sonido que ayudó a que los demás fueran reaccionando. Mientras el modelo de aquel monstruo ectoplasmático salía corriendo y chillando de la sala, los demás se miraron y miraron al capitán.

-No os quedéis ahí, como estatuas. Quiero que lo amordacéis, que lo sujetéis con más ligaduras y que unos cuantos vayan a la bodega y traigan el contenedor vacío que utilizamos para enjaular a los animales más feroces que cazamos para el zoo de Ixirion. Rápido. No sabemos lo que será capaz de hacer este monstruo.

Todos se apresuraron a ponerse en pie y moverse, pero los vómitos que enlodazaban el suelo les hicieron resbalar y caer en las posturas más extravagantes que uno hubiera podido imaginar. El comandante maldijo a voz en grito y tecleó en el artilugio que siempre llevaba en su muñeca izquierda. Como salidos de la nada un rebaño de robots domésticos se dispersó por el salón limpiando en un santiamén el suelo de aquel fango repugnante, incluso limpiaron también las botas y ropas de los tripulantes. Solo la mordaza me impidió expresar el regocijo que sentía. Con el tiempo aquella escena formaría parte de uno de mis shows más famosos. Me vi asaltado y sujetado aún con más fuerza por ligaduras electrónicas. Al cabo de un tiempo otros tripulantes entraron manejando una plataforma donde venía el famoso contenedor para animales exóticos y peligrosos. La situaron frente a mí y se abrió la parte delantera con gran rapidez. Entre varios me levantaron con silla y todo, introduciéndome en su interior. La puerta se cerró y yo permanecí aterrorizado sin poder ver nada del exterior. Imaginé que me llevaban a la bodega de carga, donde me dejaron a buen recaudo. Dejé de escuchar voces y el silencio cayó sobre mí como la oscuridad materializada. Por suerte caí en un estado catatónico que me impidió pensar.

miércoles, 6 de julio de 2022

LA VENGANZA DE KATHY X

 




Alice se quedó mirándome con ojos tiernos, mientras esbozaba una sonrisa picarona. Mi cabeza era un revoltijo de cosas sin la menor importancia que rodaban y rodaban buscando un sumidero como una bola de billar golpeada por un cachas. Me preguntaba por qué yo no tenía reloj. Se me ocurrió cuando ella miraba el suyo, pequeño y coqueto. Es posible que hasta portara un rolex de oro cuando llegué a Crazyworld. Tendría que preguntarle a Kathy…si la encontraba. Eso me hizo plantearme lo que convenía hacer. Salir con aquel tormentón era un riesgo suicida. Mejor quedarse allí toda la noche si la tormenta no amainaba. Miré a Alice y me dije que no era una mala idea.

-No podemos salir ahora, tal como están las cosas. Esperaremos media hora y si continúa yo me marcharé, pase lo que pase. Tengo que dar la cena, no puedo escaquearme.

-¿Y si nos quedamos a pasar la noche?

-¿Ya no piensas en seguir buscando a Kathy? No sabes cómo me alegro. A mí también me gustaría, ya lo creo. Pero las cosas no están para bromas. Si no aparezco Jimmy pensaría que también me ha ocurrido algo y se pondría aún más histérico. No quiero ni pensar lo que haría.

-¿Y yo?

-Tú puedes seguir buscándola el resto de la noche y enfrentarte a los rayos y los truenos. No creo que Jimmy se preocupara mucho. ¿Qué piensas hacer?

-A ver qué pasa con la tormenta. Si tú te vas, creo que la buscaré. Cada vez me convenzo más que le ha pasado algo muy grave.

-No pensabas así hace un segundo, cuando me hablabas de pasar la noche. Eres un veleta.

Callamos porque un inmenso racimo de rayos encendió la oscuridad. Los truenos parecían explosiones de bombas atómicas, por poner una comparación. No sé de dónde me vino aquella idea, porque no recordaba que existieran bombas atómicas ni nada parecido. Alice se asustó tanto que se acercó a mí. Yo la abracé. Los dos estábamos temblando como hojas a merced de la tormenta. El espectáculo era grandioso, aunque aterrador. Al cabo de un tiempo que no contabilicé, Alice miró su relojito.

-Tengo que irme o llegaré tarde. Tú puedes quedarte aquí hasta que termine. Luego no te olvides de cerrar la puerta.

-Voy contigo.

-Como quieras.

Se lanzó hacia la trampilla que aún continuaba abierta. Pensé que iba a cerrarla y me acerqué para ayudarla. Lo que hizo fue bajar las escaleras de dos en dos. Volvió con dos chubasqueros y dos linternas.

-Yo ya tengo linterna.

-Toma, estas son impermeables, indestructibles y con una potencia de luz que necesitaremos si no queremos darnos de morros contra los árboles. Ponte también el chubasquero, no lo atraviesan ni las balas. Hice lo que me pedía. Observé que estaba hecho de algo indescriptible, mitad tela, mitad metal raro. Lo toqué con curiosidad. Seguro que nada lo atravesaba, parecía de acero, aunque era tan liviano como una pluma. Me pidió que la ayudara a cerrar la trampilla y luego a mover la cama hasta dejarla como antes. Entonces nos dispusimos a salir. Alice parecía una difunta de lo pálida que estaba y yo debía de tener una pinta parecida. Tocó donde antes y las paredes se movieron en sentido contrario. Nos acercamos a la puerta con un ligero tembleque. Salimos al exterior. Cerró la puerta y encendió su linterna. Yo hice lo mismo con la mía. La potencia de luz era acojonante –otra palabra que me vino a la cabeza sin saber desde dónde- pero no veíamos ni a tres pasos. La oscuridad era como boca de lobo. Ella abrió camino como tanteando, mirando al suelo de vez en cuando.

-Tú sigue mis pasos. Te llevaré hasta donde comimos. Luego si quieres hacer el loco puedes buscar por allí. Yo seguiré mi camino.

Asentí sin decir nada, la perspectiva de quedarme solo en el bosque, con aquella tormenta me ponía el vello de punta, pero algo, una fuerza oscura, el destino, lo que fuera, me impulsaba a cometer la mayor locura de mi corta vida, que apenas podía contarse por días, porque nadie puede decir que ha vivido lo que no recuerda. El tiempo se me hizo eterno. El camino estaba ya muy embarrado. Comenzaba a formarse un arroyo que discurría con alguna fuerza puesto que al parecer estábamos descendiendo. El agua se perdía por todas partes ya que no existía cauce que lo mantuviera recogido. Las grandes gotas que caían con fuerza hacían sonar las hojas de los árboles, produciendo un sonido como tambores de guerra. Al menos así me sentía yo, como un guerrero dispuesto a luchar con enemigos invisibles. Me dije que era un auténtico idiota. Debería seguir a Alice y refugiarme en Crazyworld. Nada se me había perdido en aquella batalla contra los elementos. Ahora soplaba un viento fuerte, casi huracanado, que amenazaba con quebrar ramas, y hasta los árboles más pequeños y frágiles. Al fin Alice se detuvo.

-Solo tienes que seguir este camino. No está lejos. Yo me desvío aquí. Espero que conserves el walkie talkie. Si necesitas ayuda llama a Jimmy, aunque me temo que nadie saldrá a buscarte hasta mañana, cuando la tormenta haya amainado.

Busqué el walkie en la mochila y sentí un gran alivio cuando lo encontré. Lo activé, parecía funcionar, aunque solo se escuchaba un ruido molesto. La abracé, besándola en la boca. Nos deseamos suerte y ella siguió su camino. Yo permanecí iluminando su espalda hasta que dejé de verla. Estaba solo frente a la tormenta. Me repetí una vez más que era una estupidez buscar a Kathy. Si estaba muerta no había prisa. Si estaba viva de nada serviría mi presencia si no la encontraba. Me puse en movimiento, peleando contra el viento y la lluvia. Los rayos y truenos eran cada vez más frecuentes e intensos. Creo que por primera vez era plenamente consciente de la increíble tormenta que estaba descargando sobre Crazyworld. No recordaba otras tormentas pero ésta me parecía la peor de todas. Tampoco estaba seguro de que estuviéramos en verano, aunque había hecho mucho calor desde mi llegada. Nada me encajaba, aunque no sabía muy bien por qué. Un rayo espectacular cayó sobre un árbol, no muy lejos de donde me encontraba. Lo partió en dos y lo tumbó como la mano de un gigante quitándose de en medio una ramita. Cuando llegué hasta allí algunas ramas aún continuaban encendidas. Era un espectáculo amedrentador. De nuevo pensé en dejar la busca de Kathy y refugiarme en Crazyworld. Si aquello no era un aviso, se le parecía mucho, pero decidí seguir adelante. Era más una obsesión que cualquier otra cosa en la que pudiera pensar.

Decidí trepar al tronco y saltar al otro lado. Me pareció lo más razonable para no desviarme del camino. Cuando estaba de pie sobre el tronco, a punto de saltar al otro lado, el trueno retumbó como si toda la trompetería del infierno entonara un himno ominoso. Me llevé tal susto que salté de forma inconsciente. Caí de bruces sobre el suelo embarrado y allí permanecí, atontado, hasta que el trueno fue muriendo poco a poco. Tampoco podía comparar, aunque me pareció el trueno más largo de cualquier tormenta sobre la Tierra desde el albor de los tiempos. Me levanté como pude, limpiándome la cara de barro. No debía de quedar mucho para llegar al claro donde habíamos almorzado Alice y yo. Solo me di cuenta de que había llegado cuando un encadenamiento de rayos me permitió verlo. Así era, en efecto, pero qué podía ser aquella figura que parecía danzar en el centro. Tardé un tiempo en comprender. Sin duda se trataba de una figura humana. Traté de iluminarla con la linterna, pero el haz no llegaba hasta ella. Me fui acercando poco a poco. Identifiqué el sentimiento que me atenazaba. Miedo. Más que miedo. Terror. Ningún ser humano podría permanecer al aire libre, en medio del bosque, de la oscuridad más tenebrosa, a no ser que estuviera completamente loco. Caí en la cuenta de que yo también era otro ser humano bajo la tormenta, así, pues, también yo estaba completamente loco.

Otro encadenamiento de rayos me hizo ver lo que mi razón se negaba a contemplar. La figura era femenina y estaba completamente desnuda, bailando una danza salvaje bajo la tormenta, como invocando a todos los demonios del infierno, invocando el apocalipsis y el fin de la especie humana. Intenté gritar un nombre, pero no pude hacerlo. Quedé paralizado, de pie, con la boca abierta. Porque, en efecto, aquella mujer era Kathy. Estaba desnuda, o más bien cubierta completamente de barro como un animal prehistórico. Su danza era tan extravagante como solo a un demonio loco se le hubiera podido ocurrir. Al mismo tiempo era salvaje, brutal, pero bella, hermosa. Tanto como su cuerpo desnudo. Una bailarina de ballet danzando La consagración de la primavera de Stravinsky no lo hubiera hecho mejor. Los brazos subían como implorando al cielo un castigo para la humanidad, bajaban como suplicando al Averno se apoderara de su cuerpo. Sus caderas se ofrecían para un coito salvaje. Todo su cuerpo parecía poseído por dioses primigenios.

Permanecí largo tiempo sin poder apartar la mirada. Los relámpagos iluminaban aquella danza obscena, los truenos acompañaban, como una orquesta de timbales, atenuando a la orquesta sinfónica que interpretaba la pieza de Stravinsky. Al fin desperté de mi pesadilla y me lancé hacia delante, gritando su nombre. Kathy, Kathy, Kathy. El suelo estaba embarrado, parecía un pantano de arenas movedizas. Eso me hizo caer otra vez. Me levanté y continué corriendo. Ella no parecía haberse dado cuenta de mi presencia. Caí más veces y otras tantas me levanté. Lo único que importaba era que estaba viva. Aunque estuviera loca, aunque acabara pillando una neumonía, aunque no me reconociera. Era Kathy y estaba viva. Lo demás no importaba. Al fin llegué hasta ella y la abracé con una fuerza insana. En aquel momento un increíble relámpago cruzó el cielo, deslumbrándome, rasgándolo todo. Luego cuando llegó el ruido infernal noté. como el pinchazo de un gigantesco mosquito, en mi cuello y perdí la consciencia.