Me despierto con una urgencia que no puedo posponer. Necesito vaciar la
vejiga, no dentro de un rato, ya, me iré por la pata abajo. Salgo corriendo.
Menos mal que antes de llegar al servicio recuerdo los gatos que se han colado
en casa. Enciendo la luz, y en efecto, andan jugando en el servicio con unos
rollos de papel higiénico amontonados contra una pared. Menos mal que venían
con la casa, porque es otra cosa de la que me he olvidado en el supermercado,
el papel higiénico. Los gatitos salen corriendo y se esconden en la habitación
de la calefacción. No tengo tiempo para pensar. Orino como una fuente mientras
intento recordar el sueño. Era entretenido, pero no recuerdo nada. Ya estoy
mayor, de hecho, me queda poco para la jubilación. La próstata es uno de mis
mayores problemas, cada dos horas en punto debo mear, esté donde esté y
haciendo lo que esté haciendo. No quiero volver al urólogo porque en la
exploración que me hizo hace años de la próstata, sufrí un orgasmo terrible. No
me había informado, no me habían avisado, bueno sí, el urólogo me dijo vuela
pluma los efectos de su dedo en mi ano. Pero no me esperaba algo así. Luego
bromeé para mi coleto, si alguna vez volvía, cosa que dudaba, buscaría una
uróloga, por lo menos el orgasmo tendría algún sentido. No volví, ni pienso
volver, así me pille un cáncer de próstata, me niego en redondo. Y así estoy,
procurando estar cerca del servicio cuando den las dos horas. Por la noche es
un incordio, tienes que dormir a saltitos, como los canguros. A pesar de ello
no duermo mal del todo y cuando me levanto no se me olvida encender la luz del
servicio. Por suerte no vuelvo a ver a los gatitos. Estarán durmiendo. Todo
quisque debe dormir las horas preceptuadas por la madre naturaleza.
Al día siguiente me despierto con la sensación de haber tenido unos
sueños muy interesantes y agradables. Me olvidé de colocar la libreta y el
bolígrafo en la mesilla de noche, deben de estar en un bolso de la mochila. No
los voy a necesitar porque no recuerdo nada. Abro la puerta del balcón y
contemplo el jardín y las montañas a lo lejos. Hace un día soleado. Miro en el
móvil el tiempo, las temperaturas hoy serán altas y mañana más y al otro casi
entramos en la ola de calor. Debo de darme prisa, desayuno y me pongo con la
valla. Me acuerdo de mamá gata y los gatitos. Primero son ellos, hay que darles
de comer. Decido subir el comedero e instalarlo en la habitación de la caldera.
Cambio de opinión, allí pondré el arenero, el comedero y el bebedero irán en
otra habitación adyacente al servicio. Cuando entro los gatos salen de un
armario que tenía la puerta entreabierta, corren como cohetes pequeñitos. Vale,
si duermen allí, también podrán comer y beber. Lo instalo todo. Voy a bajar a
desayunar, pero veo que comederos y bebederos están vacíos. Relleno de agua los
bebederos y bajo a la cocina donde he puesto el pienso. Subo el pienso. Mucho
me temo que estas escaleras tan empinadas acabarán conmigo. Además de
prostático soy obeso y debo tener el colesterol alto y también el azúcar y… Me
da igual, no pienso ir al médico, así me muera de una vez. Si ese es mi
destino, así será. Me doy cuenta de que tendré que memorizar o hacer una lista
en el móvil con lo que tengo que subir y bajar o acabaré agotado de tanto
subir, me conozco y sé que me olvidaré de una cosa y de otra y de otra, estaré
todo el día subiendo y bajando. Claro que es un buen ejercicio, un ejercicio
excelente, pero yo no quiero hacer ejercicio, bastante tengo con el trabajo de
estar vivo como para encima hacer ejercicio. Echo el pienso en los comederos, y
en ese momento me doy cuenta de que los gatitos son muy pequeños, puede que no
estén destetados. En ese caso solo mamá gata necesitará comer. Esto es un
incordio, debería echarlos a la calle. Se me arruga el alma, no puedo ser tan
canalla. Los dejaré en casa. Al fin y al cabo, solo estaré un mes, hasta que se
acaben las vacaciones. Pienso qué será
de ellos cuando yo me vaya y se me cae el alma a los pies. Decido no pensar
más. Mejor me activo.
Desayuno rápido, quiero acabar la tarea antes de que llegue la ola de
calor. Salgo fuera, donde he dejado todo el instrumental. Dejo la puerta
abierta y cuando estoy mirando los mejores tornillos para dejar bien sujetas
las tablas de la valla, noto como una sombra veloz que se desliza por el reojo
de mi ojo izquierdo. Miro y veo al gato o gata de ayer. He decidido llamarlo
Silvestre, si luego es gata la llamaré Silvestrina. Más que nada porque como es
un gato silvestre o merodeador, el nombre le viene a pelo, a pelo grisáceo, es
un gato gris. Se ha colado en casa, buscando comida, imagino. Mierda, me he
olvidado de poner un comedero con pienso en el jardín para Silvestre y todos
los gatos asilvestrados del pueblo que quieran venir. El gato sale con la mitad
de un cruasán en la boca. Mierda, me olvidé de dejar todo a bien recaudo, ahora
no estoy solo. Entro para llenar un comedero y aprovecho para revisarlo todo.
Dejo la mesa vacía, todo guardado. Me planteo si no será mejor cerrar la
puerta. Decido que no, estaré entrando y saliendo toda la mañana.
Silvestre se ha comido el cruasán y mira con ojos ávidos el comedero,
pero no se acerca. Mierda, me he olvidado de la distancia de seguridad.
Traslado el comedero lejos de mí, a una distancia más que prudencial hasta para
un gato y veo cómo ahora sí se abalanza sobre el pienso y come con ansia, no
sin mirarme constantemente, por si me he movido. Decido no hacerle más caso y
me pongo a la faena. Veo que algunos postes han sido tronchados por abajo. Hay
un círculo de cemento donde estaba el poste. No tengo hacha para sacar punta a
la madera y sin afilarla un poco no entra en el agujero. Busco por el jardín
algo que me pueda servir. En un armario de plástico en un callejón, encuentro
bolsitas con tornillos oxidados y otros adminículos propios de un manitas. Veo
una barra de hierro, delgada pero suficiente. Me bastará con clavarla en la
tierra del agujero y luego sujetar el poste a la barra. Soy un hacha… sin
mango. No tengo alambre gruesa para sujetar barrita y poste. Mierda. Tendré que
volver a bajar. Tendré que hacer otra lista, no me vendría mal unos saquitos de
cemento rápido. Pues no, hoy no pienso bajar, tal vez mañana, o pasado, si aún
no ha llegado la ola de calor. Mierda, mierda y mierda, no sé por qué tengo que
arreglar yo la valla, para un puto mes que voy a estar de vacaciones. Bueno, mejor
hacerlo yo que tener que dar explicaciones a la propiedad. Además me gusta
hacer chapuzas, o me gustaba. Vale, lo haré, discutir me pondría de los
nervios. Dejo el poste para más adelante y me pongo con otro trozo de cerca con
los postes bien puestos, solo tengo que colocar las tablas y clavarlas con los
tornillos. Escojo uno más bien largo y grueso. Tomo el martillo y doy un buen
golpe en el tornillo. Joer, esta madera está muy dura. Será perfecta para una
valla, pero los tornillos no entran ni a martillazos, así no puedo
atornillarlos con el destornillador. Se me ocurre mirar a Silvestre, se ha
zampado todo el pienso del comedero, ahora se está relamiendo a una distancia
más que prudencial. Ha posado su culito en el suelo y me mira con los ojos como
platos mientras se relame. Vuelvo a dar otro martillazo, no puedo evitar mirar
la graciosa estampa del gato. Eso me descentra y en lugar de dar un martillazo
al tornillo me lo doy en el dedo. Grito como si me estuvieran destripando. Es
muy doloroso, mucho. Salgo corriendo hacia la casa, voy a necesitar el botiquín
y una aguja. Seguro que el dedo se me hincha y tendré que pincharlo para sacar
el pus. Como si fuera la primera vez que me sucede.
Salgo corriendo y Silvestre me precede a toda pastilla, salta el muro de
piedra y desaparece. Subo las escaleras, corriendo todo lo que puedo, que es
poco. Encuentro el botiquín y busco una aguja en los cajones del armarito del
baño. Mira, hay un alfiletero y algodón. Estupendo. Bajo con calma, pasito a
pasito. Me siento a la mesa del comedor. Tengo que quemar la punta del alfiler,
solo me faltaba pillar el tétanos. ¿Y el mechero? Arriba. Subo con calma, estoy
harto de subir. Encuentro el mechero en la mochila y pillo el paquete de tabaco,
es pronto para el primer cigarrillo del día, pero el estrés me pone de los
nervios y el cuerpo clama por nicotina, no entiendo cómo le puede calmar al
cuerpo la nicotina, pero lo hace. Sentado a la mesa de nuevo procedo a quemar
la punta del alfiler, pongo papel de cocina debajo y me pincho el dedo. Uf,
cómo duele. El dedo ya está muy hinchado y sale un hilillo de pus. Aprieto para
que salga más. Dios, cómo duele. Sale también sangre putrefacta. Me levanto y
me acerco al fregadero, abro el grifo y lo lavo bien. Regreso a la mesa, me
siento, y con calma desinfecto la herida, pongo un algodón y lo sujeto con
esparadrapo, espero que le pequeña hemorragia se contenga y no tenga que andar
toda la mañana cambiando el algodón. Salgo fuera, me siento en uno de los
bancos de madera del jardín y enciendo un pitillo. Comienzo a toser
desaforadamente. Debería dejar de fumar de una puta vez. Tal vez sea que es muy
temprano para mí, no suelo fumar hasta el aperitivo y después de comer, con el
café. Estoy hecho una mierda, gordo, con colesterol, seguro que con el azúcar alta,
si no soy diabético estaré a punto de serlo, no en vano mi madre y mi abuelo
fueron diabéticos. Debo tener los pulmones negros y cualquier día me quedo en una tos. Bueno,
calma que estás de vacaciones. A pesar de que no es aún mediodía el calor
empieza a hacerse insoportable. Debería tomarme una cerveza bien fría. Lo
dejaremos para luego. Observo que Silvestre ha vuelto y está encima del muro,
contemplándome con interés. Está muy asilvestrado, no creo que nos hagamos
amigos. Mejor, porque solo voy a estar un mes y además solo me faltaría hacerme
amigo de todos los gatos del pueblo.