viernes, 24 de marzo de 2023

LA VENGANZA DE KATHY XVI

 





Me sentía raro y no solo porque mi cuerpo ya no era mi cuerpo sino la celda de una cárcel en la que permanecía aherrojado sin poder moverme, caminar, ni siquiera dueño de mis sentidos, lo peor era observar con la mirada fija de mis ojos como clavados a la carne, sin la menor capacidad de movimiento, los meneos del cuerpo desnudo de Kathy, las manipulaciones de sus manos buscando mi órgano sexual, intentando introducir mi pene en su vagina para torturarme con otro coito sin sentido. Una palabra acudió a mi consciencia aletargada, confusa: violación. La amnesia que sufría desde mi llegada a Crazyworld me impedía un discurso mental lógico, cronológico, como intuía que debía ser el de los otros que no sufrían de ningún tipo de amnesia. A veces un concepto, una imagen, un vago recuerdo, se colaba entre una red tupida y oscura, como un pez asustado que da vueltas como loco buscando una salida hacia la libertad. La palabra violación no había tenido el menor sentido para mí hasta aquel instante, ni siquiera formaba parte de mi diccionario coloquial, con el que me había estado defendiendo mal que bien desde mi llegada a Crazyworld. Ahora se mostraba por primera vez a mi consciencia y me sentí muy raro, como si un mundo nuevo empezara a exteriorizarse conforme la niebla se iba diluyendo. Era un mundo de violencia, de agresiones, una selva donde los depredadores torturaban y acababan con la existencia de vidas que tenían tanto derecho a seguir discurriendo en el tiempo como las suyas. Una imagen extraña asomó su cabecita en el lodo. La violación parecía algo que solo afectaba a las mujeres, por razones físicas evidentes. Sin embargo yo estaba siendo violado por una mujer. Algo tan insólito que me dejó perplejo.

Kathy había logrado despejar el glande echando la piel hacia atrás y ahora lo restregaba contra su clítoris que debía de estar hinchándose como yo lo recordaba de aquella primera noche en mi habitación. La sensibilidad de mi glande era nula, aunque poco a poco parecía ir despertando, conforme aquella misteriosa sustancia iba rezumando de su clítoris. La violación sobre un hombre me parecía algo tan extraño que semejaba un delirio. Una mujer no puede violar a un hombre porque para ello su pene debe estar en erección y la violencia no ayuda a ello. Sin erección un hombre no puede ser violado. ¿O sí? Aquel encadenamiento de ideas e imágenes me parecía un despropósito. Un hombre al que se le priva de su libertad, que es sometido por la violencia, está siendo torturado, violado, aunque la mujer no consiga introducir su pene en su vagina. La violación no consiste tanto en un mero mecanismo físico, cuanto en el sometimiento por la violencia de su cuerpo, de su consciencia, de su personalidad. Otra palabra acudió a mi aletargada consciencia: empatía. Uno puede comprender a otro ser con solo intentarlo. No es tan difícil ponerse en su piel e imaginar lo que está sintiendo el otro. Podía comprender lo que debe sentir una mujer cuando es violada. Un concepto nuevo para mí ya que mi amnesia me había privado de lo que seguramente eran recuerdos al alcance de todo el mundo. Era fácil imaginar que los hombres debían pensar que no podrían ser violados ya que sin erección no hay violación y si hay erección hay deseo y de alguna manera también consentimiento. Extraña forma de pensar. Otra palabra acudió, encadenada, a mi consciencia: Machismo. Esa brutal forma de pensar tenía que haber sido una conducta frecuente en la mayoría de los hombres, de los machos. No recordaba nada de lo que había sido mi vida hasta llegar a Crazyworld, pero sin duda allá fuera sucedían cosas como estas. Me sentí desvalido sin una mochila de recuerdos de la que echar mano.

Kathy había logrado dar sensibilidad a mi pene, a mis testículos. De nuevo aquella sensación tan extraña. Era como alguien a quien acaban de anestesiar el cuerpo completo, dejando tan solo una diminuta parte con sensibilidad. No podía entender cómo había podido acudir aquella imagen a mi consciencia si ni siquiera había pensado en algo como la anestesia, la intervención quirúrgica. Aquellos recuerdos no formaban parte de mi mochila. ¿Estaba empezando a recordar por fin, esta vez sí? ¿La amnesia se iba deshilachando como una densa niebla penetrada por el sol radiante? Era lo que no había dejado de anhelar desde que supe que sufría de amnesia. Sentí miedo. Aquel no era el mejor momento. Podía ver a Kathy galopar sobre mí, el rostro desencajado por un placer que iba intensificándose a cada instante. También a mi consciencia iba llegando el placer, aunque de forma semejante a cómo le debe llegar el dolor a alguien anestesiado, a través de un pinchazo en un dedo, o de un corte o de un martillazo. Mi mente no lo estaba recibiendo de la forma acostumbrada, aun así podía identificarlo y disfrutar de él.

No era tan intenso como para olvidarme de aquella extraña situación. Estaba siendo violado y aunque deseaba sentir placer, aunque lo sentía, no podía obviar que había sido reducido a un vegetal contra mi voluntad, que aquella mujer intentaba acabar con mi vida tras la más extraña de las torturas, no la que genera dolor, sino placer. El galope de Kathy era ahora salvaje. Sus movimientos habían torcido mi pene erecto y estaban a punto de quebrarlo. ¡Me iba a romper el pene! La intensidad del dolor y el placer eran ya asombrosos. Se estaba preparando el más insólito de los orgasmos. Se estaba acercando… Y llegó con un impacto inaudito. Mi mente pareció desprenderse de mi cuerpo, algo incomprensible, porque ya llevaba muchas horas fuera de él. Creí que me iba a morir y el terror se apoderó de mí. Un terror también muy extraño porque el placer me hizo pensar que esa era la mejor forma de morir. No quería morir, pero si tenía que hacerlo, sin duda esa era la mejor forma.

De pronto una gran ventana redonda se abrió frente a mí. Sin saber cómo estaba al otro lado. En un lujoso salón había tres personas. Una de ellas sentada en un sillón enfrentaba a otras dos, en un sofá. No sé por qué me fije en ella desde el principio. Se trataba de una mujer ya mayor pero que aún conservaba rastros de una belleza que debió de ser impresionante en sus mejores tiempos. Estaba hablando, al tiempo que gesticulaba con exasperación, como si pensara que sus palabras no iban a convencer a los otros, pero sí lo podrían hacer sus gestos. No entendí de lo que estaba hablando. En realidad no creí estar oyendo sonidos físicos. Era como si pudiera leer sus pensamientos que mi mente traducía a palabras. Los otros dos eran un hombre de unos cincuenta años, tal vez más, porque se conservaba muy bien. Alto, fuerte, con un rostro bello, aunque duro, con una mandíbula pétrea, tal vez signo de una personalidad en la que no cabían las dudas, un carácter fuerte, donde los hubiera. Me sorprendió su físico, encontraba en él algo extraño que tardé en clarificar. No fue una voz interior, más bien una sensación surgida del fondo de mis recuerdos olvidados. Supe que era mi padre, y supe que era Johnny, el gigoló. Yo entonces sería Johnny, el gigoló, Junior. Escuchaba en silencio mientras apretaba una mano de la mujer que estaba a su lado. No sé cómo, supe que se llamaba Marta y era mi madre. Una mujer aún muy bella en su madurez. Los dos parecían oponerse a lo que estaba diciendo la otra mujer. Era Lily, la celestina de mi padre, la que le había reclutado unas décadas antes, en Madrid. Mi padre había escrito una especie de diario insólito, chocante, extravagante, no sabría cómo calificarlo. Tenía la impresión de haberlo leído, pero apenas era capaz de recordar algún dato, algún detalle.

Aunque nadie me miraba supe que también yo estaba allí. Mi auténtico yo, el que lo recordaba todo, o al menos todo lo que la gente normal suele recordar. De forma confusa lo entendí todo. Había decidido convertirme en un gigoló, como mi padre, y se lo había propuesto a Lily, solicitando su intervención como celestina. Ella me había apoyado y se había ofrecido para intervenir ante ellos. Mi padre estaba en desacuerdo y mi madre había puesto el grito en el cielo. De ello trataba la conversación que estaba presenciando. Mi madre comenzó a llorar y mi padre se enfrentó con rabia a Lily. Entonces ella lanzó unas llaves en la dirección donde se suponía que estaba yo, no sé si sentado o de pie. Vete a dar una vuelta, una vuelta larga, no tengas prisa en regresar. Esto nos llevará más tiempo del que yo pensaba. Había salido dando un portazo. Eso no lo vi, porque la escena parecía haberse paralizado. Eran ya recuerdos, claros, muy emocionales. En el exterior me esperaba un deportivo de alta gama. ¿Un regalo de Lily? No podía recordarlo con exactitud. Había subido, encendí el motor y me dispuse a dar una larga vuelta. Debió de ser muy larga para llegar hasta Crazyworld. O puede que no estuviera muy lejos de nuestro lugar de residencia. Cuando abandoné la población aceleré a fondo. Estaba muy enfadado, rabioso, porque a mi padre no le pareciera buena para mí una profesión que él había desempeñado sin vergüenza y con gran placer durante tantos años. Mi error fue no haber levantado el pie del acelerador cuando cayó la noche en mitad de aquel bosque. Y ahora estaba allí, en Crazyworld, en manos de una mujer vengativa que había decidido matarme a polvos sin que yo tuviera la culpa de nada, ni de lo que habían hecho otros hombres, ni de lo que había hecho yo. Iban a matarme cuando aún no había empezado a vivir. La ventana se cerró y yo caí en una curiosa inconsciencia porque aunque seguía con los ojos abiertos no era capaz de ver nada, ni de sentir nada, como si hubieran apagado la luz y me hubiera dormido, olvidándome de cerrar los ojos.