martes, 19 de julio de 2022

EL BUFÓN DEL UNIVERSO II

 



De una manera tan peculiar se iniciaría mi vida como bufón de corte. La desgracia quiso que en pleno vuelo el comandante decidiera inventariar toda la bodega de carga, buscando dar un escarmiento a la tripulación, de la que se había quejado un jerarca a quien habían arrebatado una de sus jovencitas recientemente adquiridas. El comandante negó que su tripulación estuviera implicada y a cambio de que su nave no fuera puesta patas arriba por la guardia personal del jerarca entregó una buena provisión de películas históricas que reservaba para la burguesía de otro planeta más rico. El enfadado jerarca se dejó convencer ante la perspectiva de que su esposa le dejara en paz por una larga temporada con sus quejas sobre el excesivo número de sus concubinas. El comandante quiso cerciorarse de que la jovencita, objeto del litigio estaba en la bodega, escondida por algún grupo de tripulantes rijosos y desvergonzados. No la encontraron, a cambio yo tuve que sufrir un severo castigo como polizón. El frustrado y encolerizado comandante no me ahorró tortura alguna, incluso decidió utilizar conmigo una extraña sonda psíquica que había adquirido en un planeta tecnológico, donde le prometieron que hasta las mentes más rebeldes se convertirían en mansos corderitos tras pasar por la sonda. No encontró mejor ocasión para probarla y aquel desatino descubriría una faceta tan escondida en mi mente que nunca supe de su existencia. De pronto me convertí en el “bufón del universo” como sería presentado en las grandes mansiones por pomposos mayordomos, deseosos de agradar a sus señores hasta el vómito.

Aquel hombre era un sádico redomado y su tripulación la hez de los planetas por donde pasaba. La reclutaba en los bajos fondos de las capitales planetarias. Con el tiempo llegaría a saber que la nave no era en realidad una de las numerosas naves comerciales que suelen hacer los mismos trayectos, consiguiendo mercancía aquí, vendiéndola acullá, aceptando pedidos, trapicheando con todo, sino una peligrosa nave pirata que había adoptado la fachada de una inocua nave comercial para pasar desapercibida. El comandante sólo buscaba conseguir la mayor riqueza posible en el menor tiempo y luego retirarse a un planeta desconocido donde sería amo y señor. Es posible que esta mezquina meta transformara su carácter o tal vez fuera precisamente ese carácter frío y mezquino el que le llevó a una profesión donde solo medran los malos y sobreviven los peores. No podía haber elegido una nave peor. Yo iba a ser el entretenimiento de aquellos sádicos sin entrañas durante el tiempo que durara el viaje. Iba a morir, o si lograba sobrevivir, me venderían a cualquiera en cualquier parte por el dinero que quisieran darle.

El comandante se dirigió a su camarote, donde al parecer guardaba la sonda en su caja fuerte particular. Regresó con una pequeña caja como las que suelen vender en los bazares para regalos entre los más desfavorecidos. Pero aquel artilugio no era precisamente un regalo. Sin duda debió de formar parte del botín de algún abordaje, o comprada a un alto precio en un planeta de tecnología muy avanzada. Me ataron a un sillón y el comandante oprimió una serie de botones que se pusieron en rojo. Había colocado la sonda sobre mi regazo y de ella comenzaron a brotar numerosos tentáculos. En un principio pensé que se limitarían a pegarse a mi cuerpo con ventosas. No fue así. Cada tentáculo escogió una parte de mi cuerpo y penetró hasta mis órganos vitales. Todo ello sin anestesia. El dolor me hizo gritar como si me estuvieran destripando. Se apresuraron a colocarme una mordaza sobre la boca y a comprobar las ataduras. Unos cuantos tentáculos penetraron en mi cabeza, horadaron mi cráneo y allí se pusieron a buscar determinadas terminaciones nerviosas siguiendo un programa que solo su inventor podía conocer. Observé cómo se hacía un gran silencio y todas las miradas convergían en mi persona. Estaba seguro de no ser el primero que probaba aquel espantoso artilugio. ¡A saber cuántas víctimas inocentes lo habían experimentado antes y qué fenómenos extraños se habían producido! En cada víctima el efecto debía ser diferente y en muchos casos, con seguridad, se generarían espectáculos entretenidos y graciosos o al menos las muertes serían tan variadas como placenteras para aquella tropa de brutos. Un tentáculo de la cabeza dejó de hurgar por haber encontrado lo que buscaba. De pronto caí en una especie de catalepsia onírica muy extraña. Ante mí comenzaron a desfilar imágenes de una pesadilla sin sentido y angustiosa de la que intentaba salir haciendo esfuerzos sobrehumanos. Todos los habitantes del universo parecían haberse reunido en un salón sin paredes que se extendía por el espacio infinito. Todos se reían de mí, señalándome con el dedo y haciendo todo tipo de visajes. Sin saber cómo podía leer las mentes de los más cercanos, con una claridad y complejidad que me producía un asco infinito. Quise bloquear aquella lectura de pensamientos que tanto daño me estaba haciendo, pero, al contrario, aquel don o castigo demoniaco se intensificaba más cuanto mayor era mi odio y mi rabia. Cuando el número de mentes que podía leer se hizo tan numeroso que creí volverme loco, sentí una náusea infinita y sin poder evitarlo comencé a vomitar.

Desperté con brusquedad, sin transición. Alguien debió haberme quitado la mordaza de la boca durante la tortura, porque en efecto, estaba vomitando. Era un vómito extraño. De mi boca salía una sustancia lechosa, grisácea, que permanecía en el aire, como si pudiera flotar, y poco a poco se iba transformando en caras y cuerpos, como hologramas manejados por un ordenador completo y potentísimo. Por toda la habitación se movían en el aire cuerpos ya completos con unos rostros deformados, de una fealdad terrorífica. Asombrado comprobé que algunos rostros tenían un parecido feroz con los tripulantes que estaban más cerca, desde el comandante al resto de los cargos de la nave, que eran los que habían tomado las mejores y más cercanas posiciones. Cualquiera podía ver que eran sus rostros, si bien habían adquirido formas demoniacas que sin duda correspondían a sus pensamientos y emociones más íntimas. Los demonios que aquella tripulación llevaba en su interior, bajo sus rostros de carne que habían sido aceptables hasta aquel momento a pesar de los rictus que los desfiguraban, habían salido al exterior, bajo algún hechizo inexplicable y se movían en el aire, con un movimiento pausado, casi una danza. Cada uno de aquellos cuerpos se había acercado a su sosias como impelido por una atracción irresistible. Permanecía a su lado, de pie, como un gemelo respetuoso. Mis vómitos seguían un curioso proceso. Notaba en mi interior como un cosquilleo que se intensificaba hasta llegar a la náusea, algo repugnante, feroz, como un monstruo recién despertado que anhelaba salir fuera, para lo que hubiera llegado a trepanar mi carne, pero encontraba un camino ya hecho, mucho más sencillo y por él se dirigía hacia la superficie, hacia mi boca. Antes de que llegara a salir mi cuerpo se doblaba en dos, estremecido por el asco. Mi laringe y boca se taponaban, lo mismo que mis fosas nasales. Quedaba sin respiración y cuando creía que la muerte era inevitable sufría unas sacudidas epilépticas que arrojaban fuera de mí esa sustancia demoniaca. Sentía un infinito alivio mientras esa especie de ectoplasma lechoso y casi transparente levitaba en el aire, como tomando consciencia de quién era y de que ya estaba fuera de su prisión. Entonces parecía reorganizarse, buscando su esencia más profunda. Comenzaba a formarse un cuerpo, bien por los pies o por la cabeza y no paraba hasta conseguirlo. Su última fase la dedicaba a moldear el rostro, buscando la expresión exacta de un modelo que solo él podía percibir. Era como contemplar el trabajo de un artista, de un escultor, que moldeara con aire pintado el semblante del arquetipo monstruoso que estaba posando para él. Esta tarea llevaba su tiempo, porque era muy meticulosa. Una vez terminado el trabajo el monstruo etéreo levitaba por la sala hasta encontrar el tripulante que más se le pareciera, hacía una reverencia grotesca, esbozaba una sonrisa estereotipada y se situaba a su lado, a su izquierda o derecha, dejando que en su rostro inmaterial se fueran reflejando los pensamientos de su doble como en una película de holovisión creada solo por emociones. Era algo tan repugnante que observé, entre vómito y vómito, cómo los tripulantes de carne habían vomitado frente a sí. El suelo era un lodazal de vómitos, una pista resbaladiza donde cualquiera que se hubiera movido habría aterrizado dando volteretas. Tal vez por eso nadie se movía, aunque el aspecto cadavérico de sus semblantes me indicaba que tampoco lo hubieran podido hacer de haberlo intentado. Semejaban cadáveres petrificados, el museo de un perverso coleccionista que se deleitara con la muerte y sus formas.

Cuando cada tripulante tuvo su sosias, sentí en mi interior un vacío maravilloso, ya nada pugnaba por salir. Ni siquiera sentía mis órganos internos, era como uno de esos globos con los que juegan los niños en las ferias. Estaba agotado por el esfuerzo, deseoso de dormir horas y horas, días y días. Me sorprendió que mi cuerpo no levitara también y por el aire se dirigiera a mi camarote, con silla y todo. Durante mucho tiempo nadie se movió, nada rompió el silencio. Finalmente escuché un grito inhumano que solo al cabo de unos segundos comprendí que era mío. Eso hizo reaccionar a uno de los tripulantes, el más bestia, el más sádico, al que yo más odiaba. Sacó de su cartuchera una pistola desintegradora y me apuntó mientras gritaba que me iba a matar. Concretamente dijo: Te voy a matar, maldito bufón. Y lo hubiera hecho de no haber observado cómo sus compañeros le miraban, con miedo, con repugnancia. Debo decir que más bien miraban a su sosias, con tal fijeza que hasta él mismo volvió la cabeza intrigado. El rostro de su doble era tan espantoso que nadie que lo contemplara podría permanecer en su juicio. Un demonio, su propio demonio, expresaba con total claridad los pensamientos y emociones que sin duda albergaba aquella bestia sin entrañas. La impresión fue tal que dejó caer el arma, que rebotó en el suelo metálico produciendo un sonido que ayudó a que los demás fueran reaccionando. Mientras el modelo de aquel monstruo ectoplasmático salía corriendo y chillando de la sala, los demás se miraron y miraron al capitán.

-No os quedéis ahí, como estatuas. Quiero que lo amordacéis, que lo sujetéis con más ligaduras y que unos cuantos vayan a la bodega y traigan el contenedor vacío que utilizamos para enjaular a los animales más feroces que cazamos para el zoo de Ixirion. Rápido. No sabemos lo que será capaz de hacer este monstruo.

Todos se apresuraron a ponerse en pie y moverse, pero los vómitos que enlodazaban el suelo les hicieron resbalar y caer en las posturas más extravagantes que uno hubiera podido imaginar. El comandante maldijo a voz en grito y tecleó en el artilugio que siempre llevaba en su muñeca izquierda. Como salidos de la nada un rebaño de robots domésticos se dispersó por el salón limpiando en un santiamén el suelo de aquel fango repugnante, incluso limpiaron también las botas y ropas de los tripulantes. Solo la mordaza me impidió expresar el regocijo que sentía. Con el tiempo aquella escena formaría parte de uno de mis shows más famosos. Me vi asaltado y sujetado aún con más fuerza por ligaduras electrónicas. Al cabo de un tiempo otros tripulantes entraron manejando una plataforma donde venía el famoso contenedor para animales exóticos y peligrosos. La situaron frente a mí y se abrió la parte delantera con gran rapidez. Entre varios me levantaron con silla y todo, introduciéndome en su interior. La puerta se cerró y yo permanecí aterrorizado sin poder ver nada del exterior. Imaginé que me llevaban a la bodega de carga, donde me dejaron a buen recaudo. Dejé de escuchar voces y el silencio cayó sobre mí como la oscuridad materializada. Por suerte caí en un estado catatónico que me impidió pensar.

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