lunes, 16 de enero de 2017

NOCTORINO, EL INICIADO II



AUTOBIOGRAFÍA DE NOCTORINO, EL INICIADO

INICIACIÓN A LA MUERTE



¿Qué niño no ha percibido a su alrededor a una extraña bruja llamada Parca por los adultos llevándose de tapadillo familiares, seres queridos o personas de su entorno? A un niño no se le engaña fácilmente. No se le puede decir que los muertos no sufren y que todos los que mueren van al cielo a cumplir su vocación frustrada de ángeles. El niño es consciente del sufrimiento que genera la vida a su alrededor. Sabe perfectamente que los muertos no vuelven por mucho que le hablen de cuentos de aparecidos y almas en pena. Tampoco comprende que la maldad de algunos pueda transformarse por arte de magia en esencia de ángel solo porque la muerte les ha pillado por sorpresa. El niño no se anda por las ramas. Un cadáver no se mueve, no siente, no habla y en cuanto sea enterrado se lo comerán los gusanos en una orgía de putrefacción que anonada su alma infantil en el misterio de la nada.




La muerte es un hecho incontrovertible que no se atenúa ni siquiera por la realidad palpable de su desbordada fantasía, por el poder de su imaginación. Se puede fantasear con ser futbolista o explorador en cuanto uno crezca lo suficiente. Se puede vivir estas fantasías con la misma intensidad y vitalidad con que su cuerpo físico corre detrás del balón en el patio del colegio. Pero un cadáver es algo demasiado serio para que pueda ser afectado por los sueños o las fantasías.


No está dormido a pesar de la apariencia, tiene los ojos cerrados, es cierto, pero no está dormido. En su expresión parece haber algo vivo pero está lejos, muy lejos de allí. Es como si su mirada se hubiese perdido en el infinito. Nada se mueve en él, ni las aletas de la nariz al estremecerse al paso del aire. Nada. Un cadáver es lo más inmóvil del universo, más incluso que un simple pedrusco. Y sin embargo todo hace pensar en la vida de esa persona hace tan solo un instante. La expresión de su rostro es atenta, como si pudiera percibir lo que tiene delante. Los rasgos de su cara reflejan el carácter y la conducta de una vida entera. La estructura de ese cuerpo hace pensar en el movimiento, un movimiento constante en busca de algo. Está hecho para amar.



Noctorino adulto pudo ver la inmovilidad de un cadáver, al asistir a una autopsia, y puede asegurar que pocas cosas le convencieron más de que el amor es más espiritual que carnal que aquella visión. Es difícil imaginar que un trozo de carne muerto haya podido crear el amor atormentado de Tristán e Isolda. Tiene que haber más, mucho más que un trozo de carne, vivo o muerto, en el amor, lo mismo que en la vida. Allí, en el cadáver, sólo hay materia y esa simple materia no puede explicarlo todo, ni siquiera la libido.



Nada ha estremecido más a Noctorino a lo largo de su vida que la presencia invisible del espíritu flotando por encima de un cadáver. Allí no hay nada, dicen, sino un trozo de carne corrupta. ¿Y esos rasgos donde está marcada a fuego una vida que se acaba de extinguir, una emoción que ha sido congelada, una experiencia que permanece en cada rasgo de ese rostro al que han arrebatado algo esencial? ¿Dónde está la vida y la emoción y la experiencia y el recuerdo y la memoria y el amor y el odio? ¿Se han volatilizado en el aire, se han detenido porque una simple neurona haya dejado de funcionar? Si las neuronas fueran capaces de amar por sí mismas me sentiría tentado de construirlas un altar y adorarlas como auténticas diosas.



Noctorino nunca creyó a los sumos sacerdotes de la ciencia, tan pagados de sí mismos, tan orgullosos de un conocimiento que se ven obligados a rehacer a cada instante. Creen conocer el universo entero y éste se ríe en sus narices de tamaña vanidad. ¿Qué puede importarme lo que digan cuatro chiflados sabelotodos? ¿Qué nadie ha vuelto nunca desde el más allá?. ¿Volvería usted al infierno desde el paraíso? ¿Qué nuestros seres queridos nos aman demasiado para que alguien, que haya traspuesto la delgada línea roja de la muerte, no desee volver para consolarles?. ¿Acaso ha leído usted sus pensamientos cuando estaban vivos?. ¿Creen que su amor hacia ellos sería tan infinito como atravesar el abismo de la muerte y bajar a los infiernos como hizo Orfeo en busca de Proserpina?. Y si así fuera ¿están totalmente convencidos de que no existen razones convincentes para que los muertos nos contemplen en silencio? Noctorino ha sufrido tantas iniciaciones en este sentido que ninguna cháchara por sí misma podrá convencerle de que los argumentos contra el espíritu son más sólidos que los argumentos a favor del espíritu.

El niño vive únicamente en el presente, un presente real y otro imaginario, pero siempre presente. Solo la muerte le despierta de ese hermoso sueño. El presente no es un "continuum" que no terminará nunca. Todo tiene un fin y por lo tanto un principio y desde el principio al fin hay un camino por recorrer que se llama tiempo. De esta manera el niño entra en el tiempo y se acaba el paraíso. No existe mejor y más duradera iniciación que la visión de la muerte. Al niño se le acaba el presente y más allá está el misterio. Al adulto se le acaban las razones y su corazón sufre porque no conoce ni quiere conocer el misterio que se oculta tras la muerte.

Resumiremos las iniciaciones que sufre el niño lo quiera o no, desee entrar en el misterio esotérico o huya de él durante el resto de su vida; podemos enunciarlas una por una antes de terminar para que ustedes sean conscientes de que la vida no es como pensaban. Hay mucho más de lo que ven sus ojos. El niño se inicia a la soledad nada más nacer; a la oscuridad con el primer llanto nocturno; a la muerte en cuanto ve asomar la cabeza de la Parca por alguna de las esquinas de su entorno físico y aún nos quedan poderosas iniciaciones que deberá pasar antes de instalarse definitivamente en el mundo de los adultos. Nos queda la iniciación a la maldad, al odio hacia sus semejantes (el amor de su madre no es para él sino una prolongación de sí mismo) y sobre todo nos queda la iniciación a la mentira de la que pocos niños salen indemnes.

Y con esto terminamos este funesto capítulo que habrá alejado a muchos aspirantes de la puerta del mundo invisible para siempre. Si aún desean seguir en el camino, si aún desean descubrir qué realidad nos aguarda más allá de la oscuridad de la muerte y de la soledad síganme. Les mostraré cómo el mundo invisible acaba por hacerse presente antes o después. Y cómo a su luz grisácea toda la realidad que ustedes creyeron tan sólida como el mismísimo universo se desmorona como un castillo de naipes.

Continuará.



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