LA
ENTREVISTA CON DON AMABILIO
Los periodistas somos así, como los
escritores, capaces de vender a nuestra propia madre por una buena historia. La
exclusiva, una buena exclusiva, te puede catapultar desde el reporterismo a pie
de calle hasta una plaza fija en todas las tertulias televisivas, radiofónicas,
digitales, hasta una columna en primera o última página, espacio reservado a
los pura sangre del periodismo, e incluso podrías caer de culo en la poltrona
de un subdirector o director de un periódico, cadena de emisoras radiofónicas o
cadena televisiva. Y eso no es todo, una buena exclusiva te puede dar el
Pulitzer, aunque cuando eres un reportero a pie de calle te basta y te sobra
con que te saquen de allí a toda prisa. No lo digo por experiencia, yo de
exclusivas siempre he andado muy escaso, como de pasta gansa, pero sí puedo
confesar sin vergüenza haber pateado más calles que un autobús público, haber
corrido auténticos maratones con el micrófono en la mano tras el personaje
mediático de turno, haber tocado nieve en las montañas, arena en las playas,
comido en chiringuitos, dormido a la puerta de chalets, bebido jarras de cafés
en cafeterías frente a palacios de justicia, fiscalías, tribunales,
ministerios, y lo que se tercie. No fue una buena época para mí, muchas horas
inútiles, con el micrófono, la grabadora o la cámara en ristre, acechando a
todo tipo de especímenes que a veces tenía que sostener para que no cayeran y a
veces me tenían que sostener ellos a mí, en una especie de solidaridad
delirante, hoy por ti, mañana por mí. Me vi obligado a intentar meter en la
boca el micrófono al personajillo de turno, como si fuera un helado, para que
dijera algo que a mí me importaba un pito, o para que no dijera nada pero que
se viera que era remiso a hablar, o que dijera cuatro patochadas y yo tenía que
picarle a ver si soltaba la quinta. Fue una mala época, de becario, recién
salido de la facultad de periodismo, luego de reportero Tribulete, de comodín
gastado y manoseado. No quiero hablar de aquella época, no quiero, todos
tenemos que comer, hasta los periodistas.
¿Por qué me eligió a mí, precisamente a
mí, don Amabilio, el político de la nueva hornada, la gentileza personificada,
como llegaría a ser conocido con el tiempo? No tengo ni idea, pero como no soy
tonto, he hecho mis propias cábalas. No por conocido, ni siquiera mi madre
podía recordar si alguna vez me había visto en la caja tonta o leído un
artículo de prensa firmado con mi nombre y apellidos o echando espumarajos por
la boca en alguna conexión en directo en la radio. Amabilio podía haber elegido
a cualquier periodista conocido, tertuliano asiduo, con tendencia a mover más
la pierna derecha que la izquierda, o al revés, a periodistas de cualquier
género, subgénero, color, de un medio, de otro o de todos a la vez. Podía haber
convocado una rueda de prensa y que fuera el que quisiera. Incluso se hubiera
podido permitir el lujo de echar mano del fondo de reptiles que tiene todo
partido político que se precie para conseguir una noticia envuelta en papel de
regalo y con tarjeta de visita. Estoy hablando por boca de ganso, que conste,
porque no tengo ni idea de si realmente existe semejante fondo de reptiles, lo
sabría de haber abierto mi amplia boca de caimán, a ver si caía algo del aire,
pero en eso siempre fui muy honrado, en otras cosas no, lo reconozco, porque ya
en los estudios se me metió en la chirimbola que un periodista tenía que ser la
boca y los pies de la verdad, el felpudo que ella pisara, allí donde estuviera,
el cristiano entregado a los leones para que la sangre de la verdad empapara el
circus Máximus. No puedes servir a la verdad, donde quiera que se halle, si te
pasas el tiempo en los pantanos, a la espera de que alguien lleve la comida
para el fondo de reptiles.
No creo que Amabilio tuviera ni la más
remota idea de mis ideas, conceptos, ideales, ideas obsesivo-compulsivas, ni
mucho menos de mi honradez congénita. No me eligió por eso, ni creo que lo
hiciera pensando que un don nadie como yo solo podía reflejar sus respuestas
literales y no hacer preguntas incordiantes. Sinceramente que no me lo explico,
hasta el punto de que a veces he pensado que tomó la guía telefónica y llamó al
primer periodista que encontró. Lo que tampoco puede ser cierto porque no
aparezco como periodista en la guía, por precaución, tampoco en las páginas
amarillas, ni puedes llamar a un número de información preguntando por el
reportero Tribulete y te ponen conmigo. Pero algo así debió de ocurrir, como en
las novelas negras, cuando el millonario busca en las páginas telefónicas y
llama al primer detective que encuentra. Pero dejémonos de dar vueltas y más
vueltas a las razones del destino para elegirme a mí, para ponerme la gran
exclusiva entre los dientes y dejar que mordiera hasta hartarme. Lo importante
es la historia de Amabilio, no me pagan para hinchar mi ego y tampoco mi editor
me dará un plus por cien páginas más de morralla en este libro en el que ha puesto
tanta esperanza con vistas a su jubilación.
Lo que ocurrió es que una tarde ventosa
de otoño, el cielo negro y a punto de llover, recibí una llamada del mismísimo
Amabilio, a quien no tenía el gusto de conocer. Me dijo que en días saldría a
la palestra un nuevo partido político, que si yo quería y me daba prisa podría
hacerle una larga entrevista, antes de que el resto de caimanes de la prensa y
medios en general se lanzaran sobre él. Deseaba una charla amistosa, donde él
pudiera expresar todo lo que pensaba y sentía sin miedo a ser tergiversado, ni
manipulado, una entrevista honrada, sincera, afectiva, fraternal, que luego él
podría exhibir, a lo largo de su carrera política, como la verdad, toda la
verdad y nada más que la verdad, y si miento que me enchironen. Antes de colgar
y salir corriendo la curiosidad me pudo y pregunté por qué yo y solamente yo.
Lo poco que farfulló casi me da a entender que debimos coincidir como
estudiantes en algún punto de la ruta, pero no tuve tiempo de recapitulara mi
pasado, esa era la exclusiva que llevaba esperando desde la facultad, casi
tanto como la novia romántica que nunca llegó.
Subí a mi utilitario, viejo y
destartalado, conduje con precaución paranoica, no podía tener ahora un
accidente, o perderme, o hacer aquaplaning, porque justo ahora empezaba a
llover con ganas. Tardé más de una hora en llegar a un chalet discreto en una
urbanización discreta, pero un tantico lujosa, en abrir el paraguas, llamar al
telefonillo y esperar a que me abrieran. Me recibió el propio Amabilio en
chancletas, pijama y un impermeable por encima. Cerré el paraguas rápidamente,
dejando que la lluvia me empapara y corrí tras aquel hombre tan entrañable. Ya
en el interior me tendió una toalla mientras se disculpaba, era el día libre
del servicio por lo que se encontraba solo ya que no estaba casado, ni tenía
pareja de hecho, ni hijos, ni hijas, ni hombres o mujeres de confianza. Solo el
servicio y aquel era su día de asueto, algo sagrado que él nunca quebrantaría.
Mi primera pregunta fue por qué no lo había dejado para el día siguiente.
-El lanzamiento del nuevo partido
político está diseñado al milímetro por mis asesores. Desconozco en qué puede
influir un día más o un día menos, pero esta entrevista debería realizarse hoy,
lloviera o nevara o cayeran rayos de punta.
-¿Puedo atreverme a preguntar por sus
asesores?
-Puede, aunque solo le daré un nombre,
Martín, director de marketín, es el único que no desea permanecer en el
anonimato, al contrario.
En cuanto me hube secado
concienzudamente me invitó a sentarme en un sofá de dos plazas, de cuero, con
funda, y él se sentó frente a mí, en un sofá de tres plazas, de cuero, sin
funda. Me pidió que arrojara la toalla a mis pies y sobre ella los pusiera.
Incluso me invitó a descalzarme, a quitarme los calcetines, a ponerme cómodo.
Lo que yo hice de inmediato, un poco pasmado, eso sí. Restregué plantas de pies
y calcaños sobre la toalla y le miré mientras él me miraba a su vez.
-He traído una cámara de fotos, por si
me permitiera algunas, las que usted quiera, desde donde usted quiera, como
usted quiera, luego puede elegir las que desee, suponiendo que quiera una
entrevista con fotos, claro.
-Por supuesto, querido amigo. Puede
comenzar a hacer todas las fotos que desee, incluso del dormitorio. Mientras yo
prepararé un par de güisquis, para entonarnos.
Dicho y hecho. Me levanté descalzo,
saqué la cámara de la funda y corrí, más bien volé, sacando fotos de todo
lienzo de pared que encontré, buscando la exclusiva morbosa, una cama sin
hacer, los cacharros en el fregadero, el poster de una actriz, un gato, un
perro, una librería sin libros, lo que fuera. Pero todo estaba impoluto. El
servicio tendría el día libre, pero el anterior tuvo que trabajar el doble o el
triple. Me puse las botas, es un decir, porque continuaba descalzo. Cuando
regresé Amabilio estaba espatarrado en el sofá, con su vaso en la mano derecha,
que acercó a la boca, paladeó el líquido elemento y restalló la lengua.
-He abierto mi mejor güisqui, de treinta
años, la marca la puede ver en la botella, sobre la mesita. Puede tomar su
vaso, sentarse y comenzar cuando quiera.
-¿Alguna foto personal?
-Por supuesto. Si le parece bien no me
moveré, odio las fotografías de estudio, lo natural es lo más cercano a la
verdad.
Saqué media docena de instantáneas,
plano general, plano americano, primer plano, perspectiva desde la punta de sus
zapatos apoyados en el reposabrazos del sofá, en fin todo de lo más natural.
Luego tomé mi vaso, eché un trago y tosí, aquello era fuego líquido. Coloqué la
grabadora sobre la mesita, me senté, volví a echar otro trago, volví a toser,
me aclaré la garganta y comencé la entrevista.
-¿Por qué se hace político una persona,
cualquiera, en cualquier momento?
-Querido amigo, algunos creen que la
política da dinero, influencia, poder, prestigio, que las poltronas de los
políticos son mejores que la de los empresarios, pongamos por caso. Craso
error. En la política se gana muy poco, menos que en la vida empresarial, y uno
acaba más quemado que una sardina a la brasa. Yo mismo soy consejero de varios
consejos de administración de importantes empresas, le aseguro que en la
política perderé dinero, mucho dinero…
-Disculpe que le interrumpa. ¿Puedo preguntarle
de qué empresas es consejero y cuánto gana?
-Levántese, abra la carpeta de cuero que
está encima de la mesa y tome el primer folio. Martín ya lo había previsto,
este hombre es un lince. Ahí tiene la lista. En cuanto a emolumentos,
comprenderá que nadie se lo pone fácil al ministro de Hacienda y yo tampoco
seré una excepción, al menos hasta que comience mi vida política, desde ese
momento yo seré transparente como el cristal.
-¿Puedo quedarme con el folio?
-Por supuesto, y con todos los demás,
pero preferiría que los fuera leyendo conforme saliera el tema a relucir.
-Si usted no aterriza en la política por
dinero, ¿por qué lo hace?
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