viernes, 6 de abril de 2018

LA REBELIÓN DE LOS LIBROS XI


FELIZ DÍA DEL LIBRO 3001/2018




Nunca debí aceptar el cargo de cronista sobre todo lo relacionado con el día del libro 3001. No lo hice por dinero. Por suerte en este sentido los tiempos han cambiado a mejor. Los agoreros, que nunca faltan, predijeron que el advenimiento de los robots a nuestras vidas no solo no iba a mejorar la vida laboral, la vida de los proletarios, el capitalismo, la sociedad y el universo en general, sino que lo iba a empeorar todo, comenzando por los proletarios, que tal vez, solo tal vez, no iban a ir al paro en manada, pero sí iban a ver recortados sus salarios. No fue así, gracias a quien intervino, fuere quien fuese, porque en realidad todo ocurrió de forma simplicísima. Si bien al principio solo los ricos, los que menos lo necesitaban, pudieron acceder a robots, domésticos, trabajadores por cuenta ajena, robots eróticos y robots-libro, con el tiempo, en base a préstamos –un tanto usureros, todo sea dicho- a financiaciones retorcidas y a todo tipo de estratagemas de emprendedores –el hambre aguza el ingenio- el resto de la población –los últimos los pobres de solemnidad- acabaron por hacerse con un robot multiusos para trabajar en su lugar. No voy a perder el tiempo con detalles que vienen en otras crónicas y que explican cómo el capitalismo aceptó que los proletarios se convirtieran en autónomos, en empresarios emprendedores que alquilaban los robots de su propiedad a las grandes empresas que generaban toda clase de productos, incluido el producto general bruto y que luego a su vez vendían a los proletarios-proletarios humanos. Es cierto que cada humano o humanoide y sus familias podrían haber vivido tan ricamente, o no tanto, haciendo que su robot hiciera todas las tareas y produjera todos los bienes necesarios, pero eso implicaría sobrecargar de trabajo al pobre robot y los productos necesarios generados por ellos no serían los mejores y siempre se recibirían con retraso. La sociedad se hizo por algo y para algo, fundamentalmente para el intercambio, yo te doy… a cambio tú me das…nos damos… recibimos… De esta forma la sociedad fue aceptada y sobrevivió y sobrevive, a pesar de todos sus inconvenientes, muchos, demasiados, de los recortes a las libertades individuales y de que la mayoría de sus individuos aceptarían deshacer la sociedad y vivir en islas solitarias, siempre y cuando pudieran tener la misma calidad de vida que tienen ahora. Todos menos los ricos, los poderosos, los que se lucran del trabajo ajeno. 



Pero dejemos de lado un tema que no es de mi competencia para contar lo que sí lo es. En la crónica anterior, año 2017 de la era Slictik, año 3001, mismo día, una hora más tarde, narrábamos cómo el millonario Slictik permanecía en un monasterio, pensando, el pobrecito, que se iba a morir de un momento a otro, y cómo había alcanzado supuestamente el nirvana, algo que como ustedes comprenderán fue una broma de mal gusto de este cronista. En realidad, a hurtadillas, sin que nadie lo notara, porque había comprado el monasterio donde estaba retirado y allí solo pisaba quien él quería… es decir, los mejores ingenieros roboticistas del planeta, las lumbreras de la inteligencia artificial, un laboratorio entero japonés de inteligencia artificial…fue creando lo que él llamó la obra de su vida. Aquel millonario insólito que tanto daño hizo por doquier tenía una pasión oculta que nadie conocía, ni siquiera la que fue su esposa, era un escritor apasionado, prolífico, prófugo, pajarero, pajillero, paleolítico y pueden buscar ustedes el resto de palabras sinónimas que comiencen por “p” porque a mí se me ha terminado la paciencia. Escondido tras el alias más evidente, su propio nombre, pasó completamente desapercibido en la Red, donde todo dura un suspiro y los textos largos y las novelas ni siquiera eso. Nadie supuso que el escritor Slictik pudiera ser al mismo tiempo el millonario Slictik, era algo tan impensable como que el millonario Trump escribiera en secreto enjundiosos tratados de filosofía. Pensando en su muerte cercana y en dejarle algo a la humanidad que perdurara por los siglos e iluminara los milenios venideros, descartó su dinero, porque no llevaba su efigie, sus posesiones, porque para Hacienda los propietarios serían otros tras su muerte, su vida y milagros, porque se había pasado media vida ocultando sus vergüenzas y destruyendo documentos como para que ahora, cuando llegaba la muerte, lo rebelara todo. De lo único que no se sentía avergonzado eran sus novelas secretas, sus delirantes relatos, impropios de un financiero práctico, de cada uno de sus textos subidos a Internet y que nadie leía ni leería nunca, porque el apocalipsis comenzará por el mundo virtual, lo más fácil de destruir, luego seguirá por lo menos fácil hasta llegar a sólidas rocas y planetas yermos. De esta manera, pensó, con mucho acierto, que si creaba robots-libro y les dotaba de una insidiosa inteligencia artificial, durarían milenios, como el famoso robot de Asimov. Mucho mejor que dejar sus textos en Internet y esperar que algún despistado llegara algún día hasta ellos y los rescatara del olvido. En el más absoluto secreto creó robots-libros de todos sus textos, los duplicó, los cuadruplicó y consiguió su obra magna, toda su obra completa en un solo robot-libro al que llamó Torre de Babel, su más asombrosa creación, obra anónima de los mejores genios de la inteligencia artificial, que permanecen en el olvido, aunque sus herederos disfrutaron de cuantiosas herencias. Consciente de la ley de la entropía que gobierna el universo y que hace que todo se acabe deteriorando con el tiempo, imaginó que la mayoría de sus robots-libro llegarían al menos al año 3000 y sin duda Torre de Babel podría perdurar hasta el año 10.000. Se equivocó en casi todo porque solo este asombroso robot pudo llegar hasta el año 3001, a la celebración del día del libro, el día de la rebelión de los libros, el día en el que yo fui contratado como cronista y comencé a sufrir este tormento diabólico.



Se preguntarán ustedes cómo sé yo todo lo que les cuento de aquella etapa muerta puesto que el millonario Slictik pasó a mejor vida y se olvidaron de él tan pronto fue inhumado y sus herederos recibieron lo que él quiso dejarles. Es una historia divertida que les contaré en otra ocasión, hoy la resumo brevemente: Los genios informáticos, los hackers más geniales, las lumbreras de la inteligencia artificial tienen un talón de Aquiles que les convierte en niños narcisistas, egocéntricos, ignorantes de que nada hay nuevo bajo el sol y de que quien inventa un virus enseguida tiene enfrente a otro que inventa un antivirus, que a lo mejor hasta es el mismo, y que quien descubre un agujero negro en el mundo virtual por el que introduce toda su maldad, seguro que tendrá enfrente a otro que lo rellena con materia luminosa y el agujero se convierte en una supernova. Eso también le ocurrió a Karl Future, el más genial y joven informático de la historia, la lumbrera einsteniana de la inteligencia artificial. A pesar de su portentosa inteligencia y de ser más guapo que nadie, literalmente hablando, cometió el error de creer que nadie podría superar nunca sus cortafuegos cuasi divinos y la insidiosa programación que introdujo en los robots-libro, robots-espía, robots-factotum y toda clase de robots que pululan en la sociedad del tercer milenio. Otra lumbrera de la inteligencia artificial, humilde por el momento, fue contratada por este cronista para insertar en su móvil a prueba de bomba el más insidioso de los virus, capaz de viajar en el tiempo como quien lava y transmitir toda la información de que hizo acopio Karl Future, el viajero anónimo del tiempo. Así tengo en mi poder toda la información recopilada en todos sus viajes, específicamente en aquel que le puso en contacto con el millonario Slictik, justo cuando creaba el País de la Alegría y su famoso hotel de los disparates. Karl Future fue uno de los huéspedes de aquel acrático hotel donde conoció al profesor más loco y chiflado de la historia, el profesor John Cabezaprivilegiada. Seducido por un personajillo como el millonario Slictik le espió hasta que murió y así supo de toda su vida y milagros, inclusive su obra faraónica robótica diseñada en el monasterio a donde se retiró los últimos años de su azarosa vida. Solo cometió un error típico de los genios informáticos, despreció la obra robótica de Slictik y así ahora nos encontramos donde nos encontramos. Pero al menos yo estoy en condiciones, en este momento, de narrarles episodios que de otra manera desconocería absolutamente, porque Slictik nunca pasó a la historia, algo que sí logro otro millonario famoso de la época, el Sr. Trump, de quien podría largar mucho, pero casi todo o todo se acabó conociendo con el tiempo, a pesar de sus famosas cláusulas de confidencialidad. Pero dejémonos ya de preámbulos y narremos lo que interesa. Regresemos al año 3001, día del libro, mansión Howard, Londón-Londres.

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